El ejercicio de muchas profesiones parece, desde “afuera”, como fascinante, sugestivo y “envidiablemente” atrayente. Escuchamos y a veces pronunciamos “si yo fuera o hubiera sido … me consideraría la persona más feliz de la Tierra”. Y esta repetida frase es así debido a la peculiar naturaleza de ese trabajo que te gustaría haber realizado, a la elevada remuneración que con él se consigue, a los incentivos vacacionales que pose y los lugares que en su ejercicio se pueden visitar. Añadamos también la consideración o “trascendencia” que esa profesión tiene en la percepción social y los beneficios que reporta o genera para el bien de la colectividad.
Sin embargo, hay un dicho o frase en el acerbo popular, casi siempre bastante sabio, que manifiesta aquello de “no es oro todo lo que reluce.” Efectivamente, todas las profesiones, incluso la que posee una consideración popular más anhelada, tienen en su desarrollo “luces y sombras”. Y quien mejor puede avalar esta apreciación es quien diariamente la ejerce. Bueno sería preguntar a estos trabajadores, en sumo cualificados, qué opinan de esta valoración. En este contexto se inserta la temática de nuestro relato semanal.
ALEJANDRO Altea, 33, es copiloto de una línea aérea vinculada a la compañía AIR EUROPA. Resulta frecuente que, en estos casos, algún miembro de la familia ejerza o haya ejercido dicha profesión. En este caso fue el tío Riquelme, quien habiendo realizado su servicio militar en el ejército del aire y gustándole la actividad de piloto e incluso la de paracaidista, aún ejerce como comandante de vuelo en líneas comerciales. Este dinámico profesional influyó poderosamente en su sobrino Alex, a quien animó seguir sus pasos en esa “apasionante” actividad del transporte aéreo. Cuando este joven finalizo sus estudios de bachillerato, con la ayuda generosa de sus padres Cosme y Evelia, también con la colaboración del propio tío Riquelme, consiguió entrar en una academia privada para pilotos de vuelo, en donde recibió una intensa preparación, que le facultó ser seleccionado para ingresar en una academia profesional que Air Europa y otras compañías mantienen, a fin de formar de una manera adecuada a sus futuros pilotos y auxiliares de vuelo.
Desde hace más de dos años, Alex lleva realizando vuelos como copiloto, acompañando a comandantes más experimentados, de los que aprende cada día algo nuevo para su mejor capacitación profesional. Una tarde de primavera, cuando el avión que pilotaba aterrizó en el aeropuerto de Buenos Aires, en vuelo directo desde Madrid Barajas, se puso la elegante chaqueta azul y la gorra reglamentaria de la compañía para la que trabaja, abandonando su puesto en la cabina. Se despidió de su compañero VALENTÍN Suecia, el comandante, quien le confió su intención para esa tarde / noche en la capital bonaerense.
“Llegaré tarde a la habitación que tenemos reservada en el hotel, pues debo saludar a unos parientes lejanos (emigrantes españoles) que me están esperando en la salida de pasajeros. Desean, con mucho interés y afecto, que cene con ellos. Respeto tu deseo de descansar, después de este largo trayecto. Pero si cambias de parecer ya sabes que tienes un cálido hueco en nuestra mesa. Es mi intención no llegar al hotel demasiado tarde, pues mañana tenemos un nuevo vuelo hasta Fráncfort y el avión ha de partir a las 8:30 “on time”. Cena bien y descansa, amigo Alejandro”.
Tras las amables palabras de su compañero, el copiloto Altea se desplazó en un taxi al hotel HORIZONTE, que no se hallaba lejos de la estación aeroportuaria, a medio camino de la capital. Eran las 18:30 de la tarde y tras realizar el “check-in” le indicaron en la recepción que podría cenar a partir de las 20 h. Ciertamente, Alejandro deseaba irse a la cama bien temprano, por el cansancio que acumulaba y por la necesidad de madrugar en la mañana siguiente. Tendrían que estar en el aeropuerto como mínimo una hora antes, para resolver cualquier incidencia que pudiera presentarse. Aún así, Alex, casado con EVA Calabria, también auxiliar de vuelo en la misma compañía, matrimonio aún sin descendencia, decidió hacer tiempo bajando de la habitación 7 14 al gran salón para uso común de los alojados en ese magno hotel. Eligió una mesa, junto a unos frondosos macetones de hojas y flores naturales y pidió algún refresco o cerveza 00, por consejo “orden” de la compañía para la que trabajaba de evitar el alcohol durante las 24 horas previas al inicio de cualquier vuelo.
Desde su asiento divisaba, a través de un gran ventanal, una panorámica muy bella de la densidad cosmopolita del gran Buenos Aires. Le sirvieron un Acuario con limón y unas almendras, pues tenía algo de apetito y todavía restaban muchos minutos para poder tomar la cena. De improviso se le acercaron dos chicas jóvenes, de apariencia alegre y vistiendo de manera desenfada. Pidieron permiso para sentarse en su mesa, que el piloto concedió con una simpática sonrisa.
“Yo soy ELO ¡y yo LICIA! Somos estudiantes de periodismo y pasamos un par de días de vacaciones junto a nuestras compañeras, aquí en Buenos aires. Mañana viajamos a Francfort, a fin de ir realizando un periplo muy bonito sobre las ciudades del mundo con encanto. Desde siempre nos ha fascinado la imagen del piloto de avión. Vistiendo ese elegante uniforme azul, con botonadura dorada, zapatos negros y camisa celeste y elegante corbata. Es una primera impresión que “emociona”. Pero sobre todo (añadió Alicia) nos asombra que un aparato tan gigantesco, repleto de centenares de viajeros, pueda elevarse, con su pericia, a más de 10.000 metros, volando como las gaviotas sobre el mar. ¿Cómo podéis manejar todos esos mandos y botones, para la que habrá que estar muy bien preparado y adiestrado? Desde luego (Eloisa) lo más interesante y sugestivo será la posibilidad de conocer tantísimas ciudades de variados países, con sus monumentos y grandes incentivos para el disfrute. Hoy en París, mañana en Roma y pasado en Estambul ¡Qué gozada!”
Alejandro escuchaba, divertido y sonriente, a las dos espontáneas veinteañeras, reparando en un simpático detalle: ambas jóvenes enlazaban sus manos, ofreciendo una muestra de clara afectividad. Las miradas cómplices que se entrecruzaban con indisimulable cariño demostraban que una estaba por la otra y viceversa. Dos chicas que se querían o amaban, sin más. Les ofreció compartir algún refresco, pues la tarde se había presentado algo plomiza y bastante húmeda, como si la ciudad estuviera sometida al efecto invernadero. Menos mal que el gran salón del Horizonte estaba perfectamente refrigerado. El camarero trajo dos Cocas y el piloto añadió un Nestea a su consumición. Elo era natural de Ciudad Real y Alicia de la capital abulense. Ambas eran compañeras en el Colegio Mayor Navacerrada, vinculado a la Universidad Complutense madrileña. El piloto Altea en ningún momento de la conversación mencionó que en ese nuevo vuelo que las jóvenes y sus compañeras iban a continuar el día próximo, el comandante Valentín y él mismo iban a ser quienes pilotasen el aparato.
“Me satisface que os emocione de tal manera la imagen profesional de un piloto de avión. Todo lo que me habéis comentado es cierto, pero también tengo que confesaron que no es oro todo lo que reluce. Desde luego que la verdadera trascendencia de esta profesión es que la vida de 200, 300 o más viajeros dependen de ti. No puedes fallar, porque no está en juego tu vida, sino la de decenas y decenas de personas de todas las edades y circunstancias personales.
Es un verdadero placer conducir un gran “vehículo”, sin tener que soportar caos o bloqueos de tráfico. Vas solo por el “asfalto de las nubes o el aire. Aunque esto hay que explicarlo más despacio, porque hay “caminos” trazados en ese aire por el que circulamos miles de aviones durante el día y la noche. Lógicamente tiene que haber un sistema de regulación del tráfico aéreo. En caso contrario, el cielo se convertiría en un verdadero caos. Y con un agravante. Vas por una carretera terrestre y te ves obligado a realizar un brusco frenado, marcando el velocímetro 90, 100 o 120 km. por hora. En el cielo, los aviones circulan a 600, 800 y algunos a más de mil y pico km. a la hora. Comprenderéis que no se puede hacer un frenado brusco, desplazándote a esas velocidades. Por ello es muy importante seguir las órdenes de los controladores aéreos, quienes a través de sus radares van regulando el tráfico en el aire, evitando que choquemos unos contra otros. Por supuesto que el avión tiene un poderoso radar que detecta a mucha distancia cuando hay un obstáculo en el aire.
También os confieso, queridas amigas, que hay una cierta leyenda acerca de los países que visitamos la tripulación de un avión, cuando llegamos con nuestro “bólido” aéreo al destino previsto. En la mayoría de las ocasiones, cuando llegamos a esos hermosos o espectaculares lugares, apenas nos queda tiempo para tomar la cena o el almuerzo y darnos una buena ducha. El cuerpo nos pide descansar, tras numerosas horas de vuelo. En ocasiones, 12, 14 o más horas pilotando. Tenemos el cuerpo muy agotado, por haber mantenido la tensión y el auto equilibrio durante tantas horas. Y tras el descanso, a las pocas horas tenemos que emprender un nuevo viaje hacia un destino que puede estar en la otra parte del mundo. Esta tarde hemos aterrizado en el aeropuerto de esta gran capital, volando desde Madrid. Han sido más de doce horas. Así que imaginaos como tengo el cuerpo en este momento. Tras la cena, pues lo que necesito es el descanso. Eso de irme de fiesta sería una auténtica irresponsabilidad. Hacer turismo queda para las vacaciones.”
Tanto Elo como Alicia asistían muy interesadas a las explicaciones que amablemente les transmitía el piloto del elegante uniforme, con botones dorados y esa gorra que tanta prestancia siempre aporta Al final del insólito y divertido encuentro, Alex aceptó posar junto a las dos jóvenes estudiantes de Ciencias de la información, fotos que realizó uno de los camareros del hotel. La charla había sido tan cordial que incluso se intercambiaron las respectivas direcciones electrónicas, para poder seguir manteniendo algún contacto. Aquella noche en Buenos Aires, el copiloto del Boeing durmió plácidamente. Ese fue el apasionado “turismo” que pudo realizar, en esas breves horas de estancia en el gran país sudamericano.
A la mañana siguiente, mientras el avión de Air Europa surcaba los aires atlánticos, camino de la importante ciudad alemana de Francfort, serían las 11 horas del día, una de las azafatas preguntó por las Srtas. Saiz y Terrada que, como era previsible, compartían asientos juntas. Les rogó que la acompañaran a la cabina de pilotaje. Un tanto intrigadas las dos estudiantes, caminaron por el pasillo enmoquetado del gigantesco aparato hasta la cabina de mandos. Cuando penetraron en su interior y vieron al copiloto Alejandro con los mandos llevando el avión y los auriculares sobre su cabeza, quedaron maravilladas de la oportunidad que el destino les había deparado. Durante unos quince minutos, Alex les estuvo explicando someramente los mandos básicos de control del vuelo, que realizaba ese largo trayecto transoceánico. Incluso tuvieron algún tiempo para hacerse un par de fotos. Dieron las gracias por la interesante y divertida experiencia y la azafata Jennifer las acompañó hasta su asiento.
El comandante Valentín Suecia, 57, le decía a su compañero, con rostro de “pillín” “No sabía, amigo Alex, que en la breve estancia en buenos Aires que hemos tenido, has sacado tiempo para entablare tan gratas amistades, para “ligarte” no a una sino a dos chiquitas angelicales, que se hallan en la flor de la vida.”
Cuando en el aeropuerto de Francfort Alejandro bajó del avión y atravesaba la sala de recepción, Elo y Licia lo estaban esperando, con rostros “la mar” de sonrientes. Aquella noche los tres cenaron juntos, gracias a la cortesía del piloto que las invitó a un suculento asado alemán, con sus típicas salchichas “gigantes” que bien los alimentó.
“Mañana tenemos que partir para un nuevo vuelo, con destino a Tokio. Así es nuestro oficio, queridas amigas. Son muchas las horas que pasamos separados de nuestras familias (y eso que Eva y yo aún no tenemos hijos) y viajando a espléndidos lugares que apenas podemos disfrutar. Al menos, a la vuelta del país asiático, dispondré de tres días de descanso para reconectar con la familia”. Se despidieron con gran cariño. El grupo en viaje de estudios tenía programadas diversas visitas por ciudades germanas durante los próximos dos días.
“No te olvidaremos querido Alex y por supuesto que tu mujer y tu estaréis en puesto preferente entre los invitados para cuando llegue nuestra boda”. “No faltaré a esa maravillosa cita. Os lo aseguro”.
Pero la vida da muchos vuelcos y vaivenes, en lo imprevisible, pero sobre todo en las personas. Unos meses más tarde, el avión que pilotaba Alejandro altea se enfrentó a graves problemas, en la zona suiza alpina. Una cadena de turbulencias encadenadas y exageradamente fuertes, en medio de una fuerte tormenta, hizo que el avión golpeara una de sus alas con el elevado peñasco de una montaña cubierta en su totalidad de hielo/nieve. Tuvo que improvisarse un aterrizaje de emergencia en un área o paraje boscoso. Tanto el fuselaje del aparato como algunos viajeros sufrieron severos daños. Avatares del destino. El rescate de los viajeros y del pasaje fue laborioso. La espalda de Alejandro quedó maltrecha, a sus 33 años. La rehabilitación a la que tuvo que someterse fue lenta y sufriente. Precisamente fue en el centro hospitalario de Majadahonda, en donde el joven piloto recibió a sus dos entrañables amigas, sentado en una silla de ruedas… Esta grata visita llenó de alegría su paciente estado de postración. Pero la vida hay que afrontarla con fe y decisión.
En la actualidad, Alejandro Altea sigue vinculado a la misma compañía aérea, con el cargo de primer instructor de vuelo, para preparar a los futuros pilotos. Pero en lo más íntimo de este amante de la aerodinámica permanece firme y tozuda la esperanza de poder volver a tomas los mandos de un avión, con el que surcar los aires de nuestra atmósfera. Repite y confiesa a todas las personas allegadas que esa es la razón de ser de su vida. Y tiene la convicción de que lo logrará, con esa fe y voluntad de hierro que lo caracteriza. -
SOL Y NUBES
PROFESIONALES
José L. Casado Toro
Antiguo Profesor del I.E.S. Ntra. Sra. de la Victoria. Málaga
Viernes 18 octubre 2024
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