viernes, 13 de septiembre de 2024

DULCES LATIDOS PARA LA ESPERANZA

El silencioso reloj del despacho marcaba las 20:10, en un viernes caluroso del mes de julio. Don BONIFACIO, jefe y propietario de la céntrica gestoría, hacía un buen rato que se había marchado, ya que tenía concertada una cena de aniversario con su esposa DORITA. Antes de abandonar la instalación, deseó un buen fin de semana a los dos fieles empleados, recordándoles que cerraran bien puertas y ventanas y apagaran los ventiladores y las luces, para no forzar la factura de Endesa.

VIRGINIA (46) seguía tecleando mecánicamente en su ordenador MAC, pues quería terminar un asunto pendiente, mientras que ELADIO (51) también completaba y guardaba unos informes, cuyos impresos iba guardando en un voluminoso archivador. Ambos empleados llevaban trabajando en la GESTORÍA ALMECES, 18 Y 22 AÑOS, respectivamente. En tan dilatado período laboral, la relación entre ambos administrativos, siempre cordial y generosa había estado también presidida por el respeto y la cuidada recíproca privacidad. Al margen de los asuntos propios de su trabajo administrativo, la vida personal de uno y otro había sido cuidadosamente respetada, como un acuerdo tácito entre dos personas que tenían que pasar muchas horas juntos, siendo ambos extremadamente reservados.

El carácter de Virginia era afable y ejemplar, por su responsabilidad ante las obligaciones del trabajo. A pesar de su edad permanecía sin pareja conocida. En los momentos que abría un poco su “coraza psicológica” se mostraba como una persona amable y generosa. Su rostro y estructura corporal no sería calificada de “belleza” por el común de los mortales. Tampoco era ostentosa con la ropa que utilizaba. Su propia madre le aconsejaba en ocasiones que atendiera más al cuidado de su rostro, carente de atractivos. Por esos minutos del café, en la hora del desayuno y la media tarde, sus compañeros de gestoría (el jefe, Eladio y algún contratado eventual) sabían que convivía con su madree, doña AURELIA, señora que había enviudado hacía décadas, cuando su única hija estaba en plena adolescencia. TIMOTEO era mecánico de concesionaria de automóviles, sufriendo una tarde un alza de tensión extrema que no pudo superar. Pero la buena señora supo sacar a su hija adelante, aplicando para ello la pensión que le había quedado y su habilidad para la costura. La joven Virginia estudió un módulo de formación profesional de administración y oficinas, que acabó abriéndole las puertas de la gestoría en la que trabaja desde hace 18 años.  

En cuanto a su compañero Eladio, también un laborioso profesional administrativo, era persona un tanto condicionada por padecer un defecto que ha condicionado, en su opinión, parte de au existencia. Desde pequeño soportaba una tartamudez, probablemente potenciada por una infancia desgraciada entre dos padres que no se soportaban. Ese condicionante expresivo no ha podido superarlo, aun asistiendo a sesiones de logopedia y tratamiento psicológico, impartido lógicamente por profesionales especializados en la materia. Tuvo un matrimonio con JIMENA que, como él suele comentar, medio en serio o medio en broma, pero con un trasfondo de dolor, sólo duró dos años y dos meses. De una noche al día, su mujer buscó otra pareja, con mejores incentivos físicos y económicos. La cigüeña no quiso visitar el domicilio en el que ambos residían, en una convivencia en la que desde el principio esa joven nunca creyó. La dolorosa ruptura dejó el ánimo del oficinista bastante deteriorado. Jimena, en palabras de su compañero era una “cabeza loca” y él reconocía ser un perfecto aburrido. Eladio había entrado en la gestoría Almeces realizando la sustitución provisional de un administrativo que se había vinculado a una notaría, con mejor sueldo y horario. Como Eladio respondía eficazmente con su trabajo, Don Bonifacio lo hizo “fijo” y ahí sigue, con su vida rutinaria, gris y sin brillo, a sus 51, desde hace más de dos décadas.

Generalmente era Eladio quien se encargaba, con toda puntualidad, de cerrar bien la oficina, ventanas, persianas, desconexión eléctrica y la puerta principal en la Gestoría Almeces, sita en la céntrica y muy transitada Alameda Principal malacitana. La oficina ocupa la plata entresuelo, en un edificio vetusto, pero ampliamente reformado especialmente en su estructura y decoración interior. Pero ese viernes de julio, uno y otro empleado, a pesar de que faltaban escasos minutos para la finalización de su horario laboral, permanecían sentados, detrás de sus respectivas mesas de trabajo, sin hacer ademán de recoger el material que tenían encima de sus escritorios y cumplir las indicaciones que el jefe, de una forma mecánica, les había transmitido. Ninguno de los dos rompía la cortina de silencio que los separaba apenas un par de metros. Parecía que se aferraban a seguir allí sentados, con los ordenadores encendidos, pues las expectativas para ese fin de semana que estaba a punto de comenzar no les ofrecía incentivos suficientes para abandonar la “seguridad” de un horario y unas obligaciones, para las que se sentían útiles, distraídos y liberados de su atonía vivencial.

En un instante, estos dos seres aquejados de esa dolencia que los humanos llaman soledad. Fijaron sus “huérfanas” miradas entre sí, permaneciendo de esta forma, en la que “hablan” los silencios durante segundos, muchos segundos. Fue Virginia quien después de esta tensa espera, comenzó a hablar, recurriendo, una vez más, a la situación térmica. La tarde estaba metida en ese incómodo por su aridez viento de terral, que tanto temen nativos y visitantes. La respuesta de su atento interlocutor, con sus inflexiones de tartamudez habituales, fue del todo sorprendente, tanto para esa solitaria mujer que tenía enfrente, como para él mismo:

“Amiga Virginia, llevamos muchos años compartiendo este rutinario y cansino trabajo y creo que debo sincerarme contigo. ¿Tienes algunos minutos para escucharme?” La cariñosa sonrisa de su compañera de trabajo era toda una respuesta afirmativa. “Mientras que para muchos trabajadores, el viernes es un día alegre, con las lógicas expectativas del fin de semana, para mí es un día amargo, pues mañana no podré volver a sentarme en mi puesto de trabajo. Y ya hasta el lunes. Mis sábados y domingos no son agradables, son penosamente aburridos. A pesar del cine o la televisión. A pesar de los largos paseos. Incluso cuando voy a almorzar o cenar fuera de casa. Y la causa de esta desazón, es la falta de amistades. La soledad personal. Jimena, mi exmujer, me acusaba de aburrido. Tal vez llevara razón, pero lo que más me dolía era la forma en como lo expresaba. Después de este medio siglo de vida que he recorrido, me gustaría, anhelaría tener motivos para cambiar. Tener alguien a quien querer. A quien narrarle mis pensamientos e ilusiones. Esa sería, pienso, la mejor medicina para cambiar. El gran revulsivo para vitalizar mi existencia y también entregarme, con toda mi alma, hacia esa persona, con cariño, amor y respeto, que aceptara darme una oportunidad para eso tan hermoso, como es quererla y compartir con ella mis vida..

Desde hace mucho tiempo he pensado en ti. Pero, ya sea por timidez, que tantas veces nos condiciona en este afectivo tema del cariño y la necesidad, por el miedo a recibir una “jocosa” negativa, por temor a molestarte y también por mi forma de hablar, con esas interrupciones que no son agradables, ni para quien las hace ni para quien las escucha, he ido dejando para otro momento, para otra mañana, un día tras otro, poder compartir contigo estos sentimientos, que desde luego son nobles, sinceros y muy cariñosos hacia tu persona”

Durante otros largos segundos, revestidos de tensión, desde luego que interminables, ambos administrativos mantuvieron sus miradas, con respeto y una cierta dulzura recíproca, que inútilmente trataban de disimular. Las manecillas del reloj frontal de la oficina seguían su marcha, como no podía ser de otra forma: ya marcaban las 20:43.

Virginia entendió ineludible plantear su protagonismo, desde de toda una declaración de amor del hombre que había sido y era su compañero, a lo largo de tantos años. Se levantó de su silla giratoria y caminó lentamente hacia la mesa de Eladio, tomando asiento a muy escasos centímetros de ese ser cuyos latidos cardiacos eran perceptibles en el silencio de la “fría” oficina.

“Ya que te has sincerado, de una forma hermosa y valiente, gesto que te agradezco en el alma, yo también quiero y debo responder a tu limpia franqueza. Durante muchas momentos y oportunidades, a lo largo de estos años, he querido y esperado escuchar algo parecido a lo que hoy has tenido el valor y fuerza de decirme. Te confieso Eladio, que para mí los fines de semana tampoco son divertidos. Mis amigas de la época juvenil, lógicamente, hoy tienen sus familias y sus problemas. Algunas ya andan incluso con nietos. Nos vemos muy de tarde en tarde. Es duro reconocerlo, pero volver el lunes a la oficina puedo sentirlo como una liberación. Claro que me siento sola. Mi madre ya es una persona muy mayor. Claro que he pensado y mucho en ti, compañero, amigo, querido Eladio. Eres una muy buena persona. Una gran persona. Desde luego que confío mucho, siempre lo he hecho, en ti”.

Antes de que Virginia continuara, su atento interlocutor quiso aportar una idea que le barruntaba en la cabeza desde hacía muchos minutos: “¿Te gustaría, Virginia, cenar conmigo esta noche tan cálida, tan hermosa y veraniega? Sé que te agrada la comida oriental, alguna vez lo has comentado. Buscamos un buen restaurante chino y podemos pasar un buen rato los dos juntos. Precisamente en la Farola hay uno desde donde se ve el mar y el dulce atardecer. Debe ser precioso disfrutar de una noche con el cielo lleno de estrellas, estando junto a ti. Te aseguro que es lo que más deseo en este momento. Además, no nos queda lejos. Tomamos cualquier bus o mejor … podemos ir paseando.

“Me encantaría, querido Eladio, te lo aseguro”. Con la ilusión propia de una niña, Virginia le escribió un whats-app a su madre doña Aurelia, explicándole sucintamente que esa noche volvería a casa más tarde, pues iba a cenar con su buen compañero de trabajo Eladio. Así que, como dos “niños” ilusionados, bajaron las persianas, cortaron la luz y cerraron bien la puerta. Eladio, todo paciente, esperó a que Virginia se “arreglara” un poco en el servicio “ya sabes que las mujeres somos algo coquetas”.

Ambos sonreían cuando caminaban por la Alameda. En un momento concreto, ella tomó la iniciativa, cogiendo la mano de su compañero, detalle que Eladio agradeció con una tierna y cariñosa mirada. Atardecía. Anochecía. Pero para ellos ¡AMANECÍA! Las estrellas, a poco, ya se iban notando y mostrando sobre el manto cada vez más azulado del cielo. Por supuesto, para Eladio y Virginia sonreían.

Eligieron el camino junto al mar, por su mayor frescura y también por su mayor tensión romántica. A esa avanzada hora de un día de julio, las aguas serenas del puerto malacitano iban reflejando los últimos rayos solares, anaranjados, juguetones y sensitivos para almas necesitadas de compañía, afecto y cariño. Ciertamente a esa hora el puerto estaba de “bote en bote” pues ya no molestaba el tibio sol de la tarde, que tanto castiga en horas centrales del día. Ya casi se había despedido el astro solar y entonces llegaba el protagonismo aromático de la marisma salina mediterránea, en la bahía malacitana.

Llegados a su destino, tras ese lento y largo paseo, el mejor de los paseos, para dos almas receptivas del calor humano que tanto reconforta, eligieron una mesa en la terraza del restaurante Gong Shea. Como el calor reinante durante el día se iba refrescando con la brisa de levante procedente del mar, pidieron una comida ligera. Ambos estaban emocionados por este momento de unión que tanto habían imaginado y que ahora se sentían felices para poderlo disfrutar. Arroz frito especial y un plato de ternera con verduras a compartir. Intercambio continuo de sonrisas y saboreando el buen arte culinario del cocinero oriental. Fue Eladio, con su tartamudeo potenciado, por el efecto de los nervios, quien expresó una frase muy hermosa que emocionó a una Virginia que se sentía inmensamente feliz:

“No me explico, como teniendo un tesoro tan cerca, no me haya atrevido a decirte lo que tantas veces sentía: un sincero amor hacia ti, querida compañera”. En ese momento, una mujer plenamente halagada por estas bellas palabras, le cogió la mano y le dijo con cariño: “Eres una buena persona. Yo también he pensado mucho en ti. He sabido esperar. Ha merecido la pena el esfuerzo paciente. Con fé todo se consigue. Hoy es un día feliz para los dos”.

A partir de aquella inolvidable noche de julio, dos almas necesitadas de amor, cariño y verdadera amistad iniciaron una preciosa relación que a pocas semanas se reflejó en una convivencia en la mejor armonía. Eladio acepto desde el principio que doña Aurelia viviera con ellos, porque la buena señora necesitaba tener cerca a su hija, en el domicilio común de los tres. “Hija mía, no pierdas a este buen hombre que Dios a puesto en tu camino. Cuídalo y respétalo. Eladio te va a hacer muy feliz”.

Esta es una historia simple, sencilla y de las que deben acaban “bien”. Nos ofrece variadas y útiles enseñanzas. Cualquier edad puede ser buena para el amor. Precisamente la madurez cronológica y vivencial de Virginia y Eladio, les iba a proporcionar una estabilidad y fidelidad en su buena convivencia, que otros enlaces y vínculos no saben apreciar y mantener. La tonalidad gris y aburrida de sus respectivas vidas se tornó en limpios colores para la esperanza. No son pocas las ocasiones en que tenemos muy cerca de nosotros la solución a muchos de los problemas que nos inquietan y desazonan. Tal vez esa proximidad nos nubla la mente para no ver luces donde sólo imaginamos sombras.

Don Bonifacio Almeces y doña Aurelia Almansa fueron `padrinos y madrina de una agradable y entrañable boda, celebrada en el santuario de la patrona de Málaga, Ntra. Sra. de la Victoria. El generoso padrino y propietario de la gestoría donde ambos trabajan regaló a sus dos ejemplares empleados una estancia en Paris de una semana, con todos los gastos pagados. Los latidos del corazón de estas dos modestas personas están ahora henchidos de una justa y confortable esperanza.  -

            

 

 

 DULCES LATIDOS PARA

LA ESPERANZA

 

 

 

 

 

José L. Casado Toro

Antiguo Profesor del I.E.S. Ntra. Sra. de la Victoria. Málaga

Viernes 13 septiembre 2024

                                                                                                                                                                                                                               

Dirección electrónica: jlcasadot@yahoo.es           

                 Blog personal: http://www.jlcasadot.blogspot.com/



 

No hay comentarios:

Publicar un comentario