viernes, 23 de febrero de 2024

EL INSOLIDARIO RECHAZO SOCIAL

Es frecuente, e incluso normal, que haya personas que “nos caen bien”, mientras que otras nos producen el efecto contrario. Pero no siempre tenemos razones concluyentes o bien justificadas para esa aceptación o ese rechazo. En general, suelen ser “nimiedades” o “desencuentros” los que podrían “explicar” esa dúplice y opuesta percepción, positiva o negativa, hacia las personas que comparten nuestra existencia. Pero así somos, bastante complicados, en nuestra forma de ser y actuar.

Cuando te sientes “rechazado” por el entorno social buscamos motivos o cambios en nuestro comportamiento, a fin de borrar “esa posible mala imagen” que lógicamente a nadie le gusta sobrellevar. Pero las soluciones a ese rechazo por parte de algunos o de muchos no son fáciles de encontrar y aplicar. En este curioso contexto se inserta nuestra interesante historia de esta semana.

El personaje nuclear de este relato tenía por nombre HILARIO Cantalapiedra Capitán. 43 “primaveras”. Trabajaba desde hacía unos tres lustros en una funeraria, denominada “La Popular”, compaginando dicha necesaria y social labor con la cobranza personal de los recibos mensuales de El Ocaso, labor ésta que realizaba preferentemente durante las mañanas. Estas dos funciones laborales eran conocidas, lógicamente, por sus convecinos del barrio malacitano de Lagunillas. Y este conocimiento provocaba un cierto “recelo” o incluso rechazo, hacía este honrado trabajador. Entre los chascarrillos populares, muchos le llamaban “el funerario” y las chanzas llegaban hasta la cruda expresión de “el cobrador del infierno”. Realmente, su propio aspecto físico no ayudaba a borrar esos desafortunados apelativos, que tantos convecinos aplicaban. Era un hombre bien delgado, de mirada “penetrante”, con un gran bigote “a lo Rasputín” y una perilla en la barbilla, a lo Trotsky. Además, cuando abría su amplia boca, mostraba dos grandes incisivos, por lo que también era llamado “el vampiro”. Para colmo era usual que vistiera de negro, lo que tensionaba la visual de su tétrica y patética figura. La nula bondad de algunos, lo señalaban como “el enterrador”, cruel apelativo que mucho le dolía, pues entendía dicho vocablo con un sentido notoriamente peyorativo. En estos barrios populares de los cincuenta y sesenta, en el XX,  “todo” llegaba a oídos de todos.

Formaba matrimonio con CASILDA Narcea Rollán, una obesa esposa que trabajaba como dependienta en la panadería /pastelería La Española. Era mujer bastante golosa, por lo que su cuerpo iba progresivamente aumentando, sumando peligrosamente kilos. Cuando alcanzó los 85 kg. comenzaron a llegarle severos problemas de salud (azúcar, riñones, corazón, etc) por lo cual sus doctores le impusieron rígidos regímenes en la dieta, pero su gula incontenible le inducía al incumplimiento de esas normas en la ingesta, a pasar de los regaños de su marido Hilario. Incluso a nivel de barrio era llamada “la bomba”, “la bola”, “el tanque”. Pero la dulcera seguía comiendo incentivada por el apetitoso trabajo que desempeñaba. Así que un infortunado día, su estructura orgánica falló, dejando al pobre Hilario sumido en una triste y profunda soledad. El matrimonio no había gozado de la alegre y vital “visita de la cigüeña”.

Sobrellevando la muy dura desgracia, Hilario mantuvo sus hábitos laborales. Pero la ausencia de su Casilda potenciaba en el funerario esa percepción desalentadora del rechazo social, sin que hubiera realmente motivos para ello, como no fuera el necesario trabajo que desarrollaba. No tenía apenas amigos, por lo que, al terminar su jornada, también durante los fines de semana, la vida se le presentaba un tanto aburrida, desalentada, angustiosa. “Encendía” la radio, leía las páginas del diario Marca o acudía, de tarde en tarde y siempre en domingo, al cine, a fin de echar la tarde con algún programa doble en el Avenida o en el Capitol. Aunque también se desplazaba al Molinillo, a otro cine de barrio, como era del Duque. Carecía de otras aficiones y las “grandes” lecturas le cansaban la vista.

Pero la Providencia quiso cambiar en algo la vida de esta solitaria persona, que tampoco es que hiciera mucho por romper la injusta malla social que lo aislaba en su nublada y ocre privacidad. El origen de esta influencia transformadora iba a estar en una gran “revolución tecnológica” que llegaba a la sociedad española: el gran fenómeno audiovisual que suponía la televisión. En Málaga comenzaron a verse los primeros televisores, con sus emisiones correspondientes, a principios de 1961 (en la capital de España, unos cuatro o cinco años antes). Pero la gran mayoría de las familias humildes carecían de los medios económicos suficientes como para adquirir esos voluminosos aparatos, que emitían en blanco y negro, trayendo el “cine” a casa. Solo emitía una cadena, la nacional y “todopoderosa” Televisión Española, desde sus primeros estudios en el Paseo de la Habana madrileña.

El tener un televisor era “cosa” de ricos. Algunos bares y restaurantes invertían en la adquisición de uno de estos aparatos que generaban la admiración y el entusiasmo de niños, jóvenes y mayores, que contemplaban ¡extasiados” casi todo lo que “manaba” por la pequeña pantalla. Tanto en el barrio donde residía Hilario, como en la mayor parte de la superficie provincial, eran muy pocos, los que podían tener “el cine” en casa. Aquellas también voluminosas radios “de lámparas” (algunos tenían transistores de contrabando, por ejemplo, en calle Siete Revueltas …) seguían siendo las reinas de la distracciones y comunicaciones familiares. Toda la familia estaba atenta al  “parte” de las 22 horas, los capítulos de la novela por las tardes (destacaba la lacrimógena Ama Rosa) los alegres y muy sociológicos programas de discos dedicados (que sustentaban buenos ingresos para las respectivas emisoras del “Movimiento” por la publicidad que acarreaban). Y no podemos olvidar el Carrusel deportivo de los domingos por las tardes, emitido desde radio Madrid de la cadena SER, emisora de titularidad privada. 

El cura párroco del Santuario de Ntra. Sra. de la Victoria, el padre TEODORO tenía la muy aconsejable cualidad pastoral de conocer bien a sus feligreses. Por consiguiente, era consciente de la cerrazón social que muchos convecinos deparaban a la persona de Hilario Cantalapiedra, básicamente por los dos oficios que desempeñaba. Precisamente, en estos duros momentos en los que el cobrador del Ocaso había enviudado, el sacerdote entendía que ese rechazo era poco cristiano y nada fraternal, aunque también consideraba que este convecino tampoco había hecho mucho por integrarse social y afectivamente en el seno de la barriada donde residía. Así que una tarde, este buen párroco, ya con muchos años a sus espaldas y con la jubilación cercana (alcanzaba los 74 años) se llegó a la funeraria La Popular, con la intención de mantener un franco diálogo con su insigne y solitario feligrés.

“Hermano Hilario. Bien conoces que mi vocación y obligación, sustentada en la fe, me lleva a ser el “pastor” de toda la feligresía. No malinterpretes lo de “pastor”. Mi función es la de procurar que entre todos los convecinos reine la bondad, el amor y la mejor camaradería. Por supuesto que no se me oculta que somos personas, con defectos y debilidades. Conozco bien la realidad que te afecta. Sé que, desde hace años, los vecinos no te han abierto sus brazos en amistad como debían. Y todo, porque ejerces un digno y honrado trabajo, fundamental para el buen funcionamiento de la sociedad. Gracias a ti y a tus compañeros de trabajo, cuando llega el momento en que nuestras almas vayan a unirse con el creador, los cuerpos quedarán aquí en la tierra, Y es necesario hacer un buen uso de esos cuerpos que ya no tienen vida. Han de volver a la tierra, de donde partieron para la vida, mientras las almas comparten el reino celestial con el Salvador. Y ese necesario oficio no debe ser motivo, en ningún caso para establecer estúpidas, necias fronteras y recelos entre unos y otros.

Ahora que has enviudado, entiendo y comprendo que te sientas muy solo, precisamente cuando más se necesita el calor y la amistad de los vecinos. Hilario, tendrías que hacer algo, poner algo de tu parte, para conseguir que la vecindad se acercara más a ti y a esa hospitalidad que es tan necesaria para sobrellevar las dificultades de esta vida terrenal. Se me ha ocurrido una idea, que te la vengo a proponer, para ver qué te parece.

Ha llegado la televisión a Málaga. Pero vivimos en un barrio humilde, con mucha pobreza, lo que provoca que la mayoría de las familias no puedan adquirir un televisor para su sana distracción. Tú tienes una casa espaciosa, y sobre todo, con un gran patio, en su parte trasera. Allí, ahora que llega el buen tiempo, podrías poner un aparato de televisión e invitar a los convecinos para que te hicieran una grata compañía, disfrutando de algunos programas, durante las tardes o las noches, aprovechando fundamentalmente los fines de semana. Las obras de teatro que emiten, en el espacio de ESTUDIO 1 son muy distraídas y divertidas, Los programas infantiles, las películas que programa TVE, los concursos y los partidos de futbol que retransmiten, serían momentos muy apropiados para verlos en compañía de quien quisiera acudir a tu domicilio.

Si tienes algunos ahorros (la iglesia te podría también ayudar con la Obra Social) podrías intentar comprar un televisor. En Holanda Radio Luz tengo buenos conocimientos y amistades. Te pondrían un precio asequible e incluso te permitirían pagarlo en cómodos plazos. Me pongo en contacto con el encargado de los aparatos electrónicos, J. Téllez, y todo serían facilidades. Piénsatelo. TE montan la antena en un par de días y ahora que llega el buen tiempo primaveral, sacas el televisor a ese gran patio que tienes en tu casa. Y cuando pongan un programa interesante, abre las puertas de tu vida, para que esos aburridos vecinos te acompañen en la distracción. Ese primer día, yo me acercaría a tu domicilio para acompañaros. Y me acompañarían algunos vecinos. Es una buena oportunidad, Hilario, te lo aseguro”.

Don Teodoro tenía la bendita cualidad de hacer las cosas bien. Estaba convenciendo al cobrador del Ocaso de que aquel gesto podría reportarle muy buenos beneficios sociales. Efectivamente, en el comercio de la calle Granada, los encargados de Holanda Radio (tras la llamada del párroco) dieron las máximas facilidades para la venta de ese aparto Philips que Hilario compró muy ilusionado. Un martes se firmaron las letras y el jueves la antena y el televisor ya estaban debidamente instalados. Ese sábado de marzo retransmitían un Atlético de Madrid-Barcelona, desde el estadio Metropolitano, en la capital de España. El viernes por la mañana, Hilario puso un cartel en la puerta de su casa, cuyo texto decía:

MAÑANA SÁBADO, RETRANSMITEN POR TELEVISIÓN UN INTERESANTE PARTIDO DE LA LIGA DE FUTBOL: ATLÉTICO DE MADRID -BARCELONA. LOS VECINOS QUE LO DESEEN PUEDEN VERLO, VINIENDO AL PATIO DE MI CASA. NO HAY QUE PAGAR NADA.

Hizo lo mismo el domingo, para ofrecer ver la película que ponía TVE, en sesión de noche.

El primero que entró por la puerta de Hilario fue don Teodoro. Venía acompañado de seis feligreses del barrio, a los que se unieron durante el partido hasta nueve más. Y el domingo, para la película de la tarde, acudieron hasta treinta y un vecinos, que bien alegraron el gran patio del vecino que hasta ese momento habían rechazado, de una u otra forma. La alegría para poder disfrutar del televisor que Hilario les ofrecía, con tan divertidos e interesantes programas (como las obras de teatro, los resúmenes de los partidos del domingo, que emitían los lunes a las ocho de la tarde, los programas de variedades y concursos, etc.) se había generalizado por todo el populoso barrio victoriano.

Los “invitados” a la programación no acudían con las manos vacías. Traían bolsas de cacahuetes, pipas de girasol, algunos bizcochos, la muy apreciada tortilla de patatas. Tampoco faltaba la fuente de palomitas de maíz. Agua fresca, en aquellos búcaros de cerámica amarilla, que se agradecía en los días del terral.  Lógicamente, no había en casa del generoso anfitrión los suficientes asientos para tantos visitantes. Así que los ilusionados invitados traían sus propias banquetas, sillas plegables y también cualquier taburete donde poder sentarse. Don Teodoro que asistía a estos eventos (a pesar de que no le gustaba acostarse tarde, pues tenía por costumbre madrugar, para hacer sus oraciones y preparar la misa de las 8:30 de la mañana) llegó a contar un fin de semana hasta 78 visitantes, a ese patio que Hilario ofrecía para ver las emisiones de televisión.

De alguna forma, la actitud de la gente con el vecino “del televisor” fue gradualmente cambiando, aunque siempre había personas testarudas y recelosas, a causa del “oficio” que desempeñaba el vecino Cantalapiedra. Estos “rudos” feligreses no daban su brazo a torcer. Pero la habilidad del padre Teodoro iba dando sus buenos frutos para la mejor armonía social.

Al paso de los meses, el precio de los aparatos de televisión fue bajando y a modo de “hormiguitas” muchas familias iban ahorrando para llevar a su casa a ese gran adelanto “cinematográfico” de la década de los sesenta. Los tejados de las viviendas se fueron, poco a poco, poblando de esas grandes y destartaladas antenas que, a modo de “pararrayos”, traían las imágenes y la distracción a esos hogares que necesitaban un compañero audiovisual para la tradicional, y nunca olvidada, radiodifusión. También los bares, tabernas y restaurantes instalaban grandes monitores televisivos, a fin de atraer clientela, especialmente con la retransmisión de los partidos de fútbol.

El sustituto de don Teodoro, el padre Benigno, decidió instalar también un televisor en el muy amplio salón parroquia, a fin de atraer y controlar a la juventud del barrio de “desordenadas” diversiones para su salud espiritual y física. Todos estos factores fueron restando protagonismo a la opción del patio del vecino Hilario quien, aplicando una cierta inteligencia, fue cambiando su “look facial”, afeitándose el gran bigote que siempre había llevado y también la “intrigante” perilla en la parte inferior de su rostro. El color negro, tradicional de su vestimenta y que tanto imponía a sus convecinos, también fue cambiando por tonos más aclarados y alegres.

Hilario no supo o quiso rehacer su vida familiar o convivencial. Se sentía ya mayor para reiniciar aventuras amorosas, por lo que se prestó, con generoso sentido social, a prestar ayuda al nuevo cura de su parroquia, en el auxilio de las familias más necesitadas o con miembros enfermos. Hacía visitas a estas personas que afrontaban el dolor de la enfermedad, charlando con ellos, jugando algunas partidas de dominó e incluso compartiendo el café con algunos dulces que previamente había comprado en la confitería del Compás. Más adelante, los recibos mensuales familiares, como el del Ocaso, ya se pagaban directamente a través de la cartilla de ahorros bancaria, por lo que no tenía que ir de casa en casa, con esa frase de “el cobrador del Ocaso” que en modo alguno alegraba a quienes la escuchaban.

Cuando le llegó la hora de la jubilación, Hilario Cantalapiedra decidió vender el piso que había heredado de sus padres y en el que siempre había vivido. Con el dinero que consiguió con la transacción, se compró una pequeña y deteriorada casita en medio del campo, por la zona del Puerto de la Torre, alejada de la vorágine urbana. Allí se trasladó, una vez reformada la nueva vivienda, sintiéndose feliz por estar rodeado de pequeñas colinas y valles, denso arbolado y esos sonidos de las aves del campo que tanto sosiegan. Sólo abandona su nuevo habitáculo una vez a la semana, para ir a comprar al súper instalado en el centro de la barriada malacitana. También, de tarde en tarde, visitaba a don Benigno, pasando un buen rato de diálogo con este párroco que, al igual que el padre Teodoro, tanto bien aportaron a su vida.  

Esta sencilla historia debe hacer reflexionar a todos aquellos que aplican actitudes escasamente cristianas, irracionales y en nada fraternales, hacia personas que han de ejercer oficios y funciones, tal vez poco agradables, pero necesarias, para el buen funcionamiento de la estructura social. –

 

EL INSOLIDARIO

RECHAZO SOCIAL

 

 

 

 

 

José L. Casado Toro

Antiguo Profesor del I.E.S. Ntra. Sra. de la Victoria. Málaga

Viernes 23 febrero 2024

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