viernes, 12 de enero de 2024

EL VETERANO DEPENDIENTE DE LAS TELAS AL CORTE.

No todas las personas se encuentran realmente preparadas para afrontar, con racional y sentimental éxito, esa crucial y postrera etapa en nuestras vidas, como es la jubilación. Desde luego no es fácil efectuar ese trascendental paso desde la vida laboral, en la que el organigrama vital está condicionado o determinado por el trabajo diario que profesionalmente realizamos, a esa otra etapa “jubilosa”, en la que nos vemos obligados a ser protagonistas y autores del diseño personal que imprimimos a la evolución de cada uno de los días. Ese paso o cambio supone para muchos un verdadero esfuerzo, inasumible, “titánico” o al menos muy complicado, de tal forma que algunos difícilmente pueden soportarlo, teniendo que recurrir a la ayuda médica y farmacológica, a fin de mantener un mínimo de acción vital, que haga posible soportar ese nuevo recorrido caracterizado por ser muy diferente al desarrollado durante décadas.

Sería aconsejable y muy conveniente para la salud social que, desde el organigrama empresarial, o desde la propia administración política, se adecuaran o arbitraran los medios necesarios para preparar, instruir y acomodar a los futuros ciudadanos jubilados. Esta “inmersión” para la “nueva vida” habría de programarse durante el último año profesional de los trabajadores, para ese gran cambio que supone levantarse cada mañana, sin la obligación perentoria de acudir a la empresa o puesto de trabajo, con las obligaciones horarias normatizadas según cada tipo de actividad. En este contexto se inserta nuestra interesante historia, por lo “humana”, de esta semana.

Ciudad de Málaga, en la década de los años 60 de la anterior centuria. Una bella y alegre ciudad mediterránea, generosamente soleada, que se iba abriendo al turismo, nacional e internacional y en la que todavía partían trenes, autobuses y barcos, camino de la emigración, buscando esas posibilidades laborales que aquí, desde luego, no abundaban. HERMINIO Fonseca Balañá había estado desarrollando toda su vida laboral, trabajando como dependiente en una tienda de tejidos, establecimiento denominado, con la coherencia de su función, TELAS AL CORTE MATÍAS, ubicado en la muy transitada y comercial calle Compañía, en pleno centro histórico. Era persona de una notable humanidad corporal, con alopecia media desde su juventud y que usaba lentes, aunque no siempre se las ponía delante de sus grandes e incisivos ojos.

Este afable y servicial dependiente era bien conocido por la numerosas y diaria clientela, en su mayoría femenina, que destacaba en este empleado su proverbial simpatía y camaradería, además de ese poder de convicción sobre las señoras que deseaban comprar un corte de tela, para llevarlo a la modista, con el fin de hacerse un abrigo, falda, camisa o todo un traje para salir. Tal era esa humana y fluida relación, que Herminio conocía a la mayoría de las clientas que acudían a la tienda, dirigiéndose a ellas por su propio nombre de “pila bautismal”. En esas amables y divertidas conversaciones, se mezclaba todo tipo de temas, generalmente costumbristas, como las comidas, los toros, la familia, el tiempo atmosférico, el coste de la vida, las modas, la calidad de los tejidos, los remedios caseros, las celebraciones sociales (nacimientos, cumpleaños, bodas, e incluso sepelios).

La hiperactividad de Herminio, siempre enfundado en su larga bata de franela beige, con dos grandes bolsillos, en los que guardaba las tijeras y el jaboncillo para marcar, era manifiesta y admirable. Siempre tenía a mano el metro de madera, que le permitía medir (añadiendo unos centímetros de más, por cortesía de la casa) las peticiones de las mujeres, generalmente muy parlanchinas también. Cuando no tenía a nadie para atender, se ocupaba de enrollar las piezas de tejidos, colocándolos en el estante adecuado, Incluso era frecuente verle con la escoba y el recogedor, barriendo la tienda, pues opinaba que el suelo y las mesas de venta tenían que estar bien limpias, por aquello del decoro.

Este veterano dependiente no se había casado. Durante muchos años convivió con su madre, doña AMPARO, viuda de guerra, que cuidaba a su “niño” con el esmero de una madre cuyo único y gran tesoro en la vida era ese buen hijo que traía cada mes el sueldo a casa, para vivir y subsistir de forma modesta, aunque honrada. La privacidad vital de Herminio era sosegada y bastante “gris”, especialmente durante los fines de semana cuando no tenía que estar en la tienda. Durante el día y medio de descanso, perdía ese incentivo normativo de la venta diaria de telas, tarea en la que se sentía útil, valorado y con ese algo por hacer, tan necesario para la vida. La distracción casera, tanto para él. como para su madre, era la radio, con su cálida y amistosa compañía. Sus gastos eran más bien austeros. Adquiría, de vez en cuando, el diario deportivo Marca. También tomaba algún cafetito, en el breve descanso de la media tarde, en la cafetería LUNA, a “dos pasos” de la tienda. La lectura le cansaba y aburría, pues desde joven había tenido algunos problemas de visión.

Realmente lo que más le motivaba era dar esos largos paseos hasta el morro de levante o hacia la zona industrial de la Térmica, en la zona playera de la Misericordia. En esas agradables y sosegadas caminatas contaba con la cálida compañía de un “amigo de siempre”, ESTEBAN Cimarro, dos años más joven que él, quien trabajaba como carpintero en los talleres de la Renfe, ubicados en el camino de los Prados. Éste fiel compañero, su único amigo, estaba divorciado o tal vez separado, desde que su mujer lo dejó por un “mejor partido” que encontró e intimó en una peña recreativa. La amistad con el obrero ferroviario fue más intensa, desde el momento en que doña Amparo, en un infausto día, partió hacia ese todo infinito, sin dirección específica y sin billete de vuelta. El apoyo fraternal y afectivo de su buen amigo le ayudó, en mucho, para sobrellevar tan sensible e insustituible pérdida.

Y llegó el día, común para todos los mortales, de la JUBILACIÓN. Herminio Fonseca sumaba esos 65 años, de los que más de cuarenta los había dedicado a la actividad comercial del sector textil, en el establecimiento de Telas al Corte. Fue una tarde de viernes en enero, un tanto “dramática” para este buen hombre, quien a las 20:30 finalizaba su vida laboral. Don Matías, se personó en su tienda, con una botella de vino dulce moscatel de Málaga, a fin de compartir unas copas con el ejemplar dependiente que tan responsablemente había servido, tanto a él como a su padre, de igual nombre. A ese brindis de despedida se unió, lógicamente, Damián, el otro dependiente del negocio, unos quince años más joven que Herminio. El emocionado trabajador, con los ojos “vidriosos”, al final acabó hecho un “mar de lágrimas, llorando compungidamente como un niño pequeño. El emocionado dependiente había pasado ese mediodía, por la Confitería Aparicio, sita en calle Comedias, muy cercano a su domicilio, en calle Andrés Pérez, a fin de comprar un paquetito de dulces, como detalle por su parte para la despedida. Después de los brindis, un largo abrazo tembloroso y el adiós. Por supuesto respeto a la persona, pero nada de discursos o gratificación económica. Don Matías ya tenía en cartera la contratación a prueba de un sobrino, escasamente brillante en los estudios, para sustituir al proverbial Herminio. La vida seguía y el negocio era “lo verdaderamente importante” para el empresario. Para colmo cuando el nuevo jubilado salió a la calle, había comenzado a chispear. No importaban esas cuatro gotas. El profundo cambio, en su humilde existencia, había comenzado.

Cuando pasó el fin de semana y amaneció un nuevo lunes, este trabajador jubilado ya no tenía horario imperativo para madrugar. Sin embargo, su reloj mental le despertó como en todas las mañanas, a las 7 en punto (y sin poner el despertador). Ahora sería él y sólo él quien tendría que planificar su jornada. ¿Qué hacer? ¿Qué no hacer?

Su amigo Esteban aún permanecía en activo. Por este motivo, esos gratos amistosos paseos que Herminio daba con el carpintero de la Renfe sólo podría darlos los fines de semana, siempre que el estado del tiempo fuera bueno. Para el resto de las horas y los días., tenía que aprender a organizar y administrar bien las extensas horas sin obligaciones. ¡Como iba a echar de menos el alegre “jolgorio clientelar” de las señoras preguntando, pidiendo, protestando, comentando y por supuesto criticando!

Tomó de inmediato la muy acertada decisión de pasear en soledad “acompañada” por esa ciudad que le había visto nacer y que por “benditas” razones laborales no había podido “patear” con más frecuencia. Ahora sí que podía. Por tanto, comenzó a recorrer calles, plazas, jardines, barrios, rincones con encanto y misterio, monumentos, algún museo, el parque, el muelle, la estación de ferrocarriles… etc. Para el alimento diario, ya tenía la destreza de abastecerse en la tienda de ese buen tendero, Manolo, cercana a su domicilio, que tenía para vender casi todo lo que él necesitaba. Pero algunos días de la semana hacía el almuerzo en el bar Quintana, en la esquina de la plaza de los Mártires y Andrés Pérez, también a dos pasos de su piso de alquiler, un 3º B, sin ascensor. Acudía a este concurrido bar, para consumir ese plato caliente, necesario para el cuerpo, ya fuese un guiso de patatas con carne, un cocido, un “en blanco” de pescado o ese potaje de legumbres que tanto reconforta.

Pero, tras unas semanas de jubilación, esos paseos solitarios se iban haciendo cada vez más cansinos, un tato reiterativos y aburridos. Probó en acudir a los templos, aunque no era precisamente un católico practicante. Sin embargo, la paz que encontraba en las iglesias le hacía bien, aunque encontrarlas frías y vacías, sólo con algunas “beatas” en oración, tampoco es que fuera una experiencia muy placentera. Cierto día, cansado ya de tan monótona rutina, tuvo una lúcida decisión. Se fue directamente a la sacristía de la iglesia de los Santos Mártires, Ciriaco y Paula, en donde había sido bautizado y confirmado, recibiendo también la primera comunión, pidiendo hablar con don Rafael, el cura párroco. El veterano sacerdote lo atendió con afecto y natural cordialidad. Escuchó pacientemente el planteamiento de este casi desconocido feligrés.

“No te preocupes, amigo Herminio, que para casi todo hay soluciones posibles. Esa soledad que tanto te abruma y que se ha incrementado cuando has dejado tu vida laboral, ya que vives solo, la vamos a tratar, como hacen los buenos doctores. Tenemos en la parroquia un grupo de “buena gente”, que se reúne en las tardes de los lunes y algunos jueves, para hablar de sus cosas. Hacen oración, pero no tendrías por qué sentirte obligado. Cuando terminan las reuniones, salen a dar alguna vuelta, incluso toman alguna cosa e incluso van a cenar aquéllos que así lo desean, siempre en fraternal hermandad. También hacen sus excursiones, de vez en cuando. En ese activo y generoso grupo (desarrollan actividades benéficas, en favor de los más necesitados) hay muchas personas como tú, a los que el destino os ha conducido a vivir en soledad. Vente este próximo jueves y yo mismo te los presento. Son como unos veintitantos… así que tienes en donde elegir aquellos que más te agrade su compañía. En realidad, la amistad es general entre todos ellos. Personas cariñosas, activas y generosas. Y, desde luego, aquí siempre me tienes.”

El trato que recibió del Padre Rafael fue desde luego estimulante para el ánimo de este antiguo dependiente de telas. El cura párroco, a pesar de esa fama que tenía de persona enérgica y algo “severa”, supo estar a la altura de este feligrés condicionado por una acre soledad. Y, efectivamente, ese jueves, Herminio hizo su entrada en la reunión del grupo “Ruega por nosotros”. Ese día acudieron al salón parroquial hasta 26 amigos, entre los que predominaban las mujeres sobre los hombres. El nuevo amigo fue acogido con toda cordialidad. El ambiente del grupo reflejaba un conjunto de gente sencilla, alegre y generosa. Lógicamente unos y otros le preguntaban acerca de su vida profesional que, con mucho detalle, Herminio fue comentando. Explicó algunas de las vivencias y anécdotas de las que fue protagonista, tras el mostrador de los rollos de telas para vender al corte. Los nuevos amigos le iban diciendo sus nombres, que él difícilmente podía retener, en una tarde repleta de emociones y nervios.  

Herminio captó de inmediato que dentro del grupo había una señora mayor (se le presentó como ASUNTA Parral) que parecía estar especialmente interesada por entablar conversación “particular” con él.  A esta espontánea y nueva amiga no le importó comentarle su edad: 60, aunque probablemente se había “quitado” algunos años de su partida de nacimiento. Gozaba de una notable estatura, por oposición a Herminio, que era más bien bajo. Su abundante cabello era negro (probablemente teñido), ojos marrones, cuya fijeza “se clavaban” en el interlocutor con el que dialogaba. En cuanto al carácter y expresiones, parecía un tanto impulsiva “por naturaleza”. Las curvas de su cuerpo mostraban esos kilos de más que difícilmente logran eliminarse, a no ser que se apliquen rígidos y disciplinarios sacrificios. Le expresó que había estado trabajando en algunas “casas bien”, como señorita de compañía. Permanecía soltera, aunque algunos de los presentes conocían determinadas aventuras amorosas que la buena señora había tenido a lo largo de su vida y que ella misma no se recataba en comentar con todo lujo de detalles. Algo que desde un principio impresionó al abrumado Herminio era el intenso olor a elegante y embriagador perfume, que emanaba de esta mujer que parecía estar muy interesada por la persona del nuevo miembro del grupo parroquial. Como la mujer no paraba de hablar, pudo también conocer que además de ese oficio de compañía, que había desempeñado durante largos años, también había trabajado como dependienta en una mercería de calle santa Lucía, curiosamente muy cercana al domicilio de Herminio. “Me ha quedado una pensión muy modesta, ya que me tuve que jubilar antes de tiempo por algunos problemas de arritmia”.

Realmente el nivel de gasto que la señora desarrollaba (ropa, perfumes, joyas) era demasiado elevado para afrontarlo con sus modestos ingresos. A causa de ello aplicaba, con manifiesta habilidad, el mecanismo de “pegarse” al primer incauto que se le cruzaba, para irle extrayendo ese capital (en dinero o en especie) que necesitaba para sus ambiciosos y aparentes gastos. Así que, a lo largo de las semanas, Herminio fue cayendo, con la mayor “inocencia” y necesidad personal, en las redes aviesas de Asunta.

Aplicando lisonjas, sonrisas, bromas, chascarrillos, estudiadas teatralizaciones, la hábil señora fue consiguiendo su objetivo: los dos amigos parroquiales iban conformando un peculiar noviazgo, en la tercera edad, experiencia totalmente nueva para Herminio, que padecía un “desconocimiento” que le iba a “costar” bastante caro. Pero solo como estaba, sin ese horario diario de la tienda que lo había mantenido durante décadas, afrontando una vejez en donde los problemas se agudizan y magnifican, esta nueva situación en su vida era como un rayo de luz en el frío océano de las tinieblas. En Asunta encontraba ese ángel guardián que tanto necesitaba, para esa postrera etapa de su vida. Por supuesto, no de manera gratuita, sino con esa “obligación” de respuesta explícita en los regalos, en ocasiones de elevado coste, a fin de mantener contenta a esa “divinal” compañera, con la que salía cada tarde, ya fuera al cine, a la cafetería, al centro comercial, a las tiendas de joyas, a los establecimientos de buena ropa y a los restaurantes. Siempre era ¡cómo no! el antiguo dependiente quien echaba mano a su cartera, para mantener contenta a la muy astuta y zalamera amiga.

La distracción y armoniosa compañía de su “novia” alegraban al incauto jubilado que incluso dejó de salir con su buen amigo Esteban, enfadado cuando éste le advirtió de las especiales u hábiles artes de esa compañera que se había echado, sin sopesar bien las consecuencias del embrollo en que se estaba metiendo. Paulatinamente el nivel de su cartera y de la cartilla de ahorros iba alarmantemente decreciendo. La práctica del sexo era nueva para un sesentón como él. A estas alturas se sentía feliz de usar esta potencialidad corporal y mental. Incluso la señora Asunta llegó a insinuarle la posibilidad de ¡un embarazo! Para ser madre primeriza a los 62 años. El pusilánime Herminio la escuchaba como quien recibe la divina palabra de Dios. Sin duda era su “madre” sentimental, toda vez que la madre genética se le había marchado al reino celestial. El padre Rafael, persona madura, pero gozando de clarividente inteligencia, también detectó las formas y esas “manipulaciones” en las que estaba atrapado, pero aparentemente “feliz”, el incauto Herminio Fonseca. El sacerdote tenía previsto intervenir, aunque esperaba el momento y la forma más apropiada para hacerlo.

Llegó un crítico día, cuando al hacer un reintegro en la Caja de Ahorros de Ronda, el cajero le indicó que su cuenta estaba en “números rojos”. Miró en el “fondo de su cartera” y en la misma sólo quedaban 30 pesetas. Aquello era la ruina. Se sentía con esa desesperación que provocaba la íntima necesidad afectiva y la realidad del engaño o el descontrol. Observándose delante del espejo, al fin se veía penosamente envejecido, arruinado y manipulado. Profundamente abrumado fue aquella tarde a casa de su amigo Esteban, al que había dejado abandonado durante meses. El carpintero lo recibió con respeto, cariño y paciencia.

“Amigo, debes de cortar de inmediato con esa señora que penosamente te ha estado utilizando. Es una triste historia, que se repite por doquier. Así te sentirás más liberado y más persona. Irás paulatinamente saliendo (yo te puedo ayudar) de esa ruina económica en la que te hayas inmerso. Me ofrezco a acompañarte en el momento que desees hablar claramente con esa persona que, en mi opinión, es evidente, está siendo desleal contigo”.

En realidad, no hizo falta tal intervención. Don Rafael, el cura párroco, tomó cartas en el asunto y mantuvo una larga y contundente (así era su carácter) con Asunta Parral. Esta mujer dejó de ir por Ruega por Nosotros y al tiempo abandonó la vida del pobre Herminio. La ayuda de Esteban, en estas críticas circunstancias, fue puntualmente generosa y eficaz. Pero Herminio Fonseca difícilmente pudo salir adelante de esta ilusionante y cruda experiencia.

Era un día otoñal cuando llegó, para todos los miembros del grupo y para el propio Esteban, una infausta noticia. Los vecinos habían detectado que el vecino Herminio no salía de su domicilio. La Policía Armada junto a la policía Municipal entraron en el domicilio de la calle Andrés Pérez. Herminio, que ya alcanzaba los 67, se había acostado una noche y ya no se despertó. Carecía de familiares directos. Aun así, sus compañeros del grupo parroquial le hicieron un digno y cariñoso funeral en la iglesia de los santos Mártires, Ciriaco y Paula

Cada semana, Esteban acude a “su última morada” para llevar unas flores a su buen amigo de siempre. Cuando llega al santo lugar, entre las flores marchitas siempre encuentra una rosa fresca de color rojo. Preguntando a uno de los cuidadores del lugar, averiguó que esa flor roja la coloca una señora mayor, muy bien arreglada en su vestimenta y que tal vez por sus remordimientos de conciencia se ve impulsada a realizar este bello gesto. -      

 

 

EL VETERANO DEPENDIENTE

DE TELAS AL CORTE

 

 

 

 

 

José L. Casado Toro

Antiguo Profesor del I.E.S. Ntra. Sra. de la Victoria. Málaga

Viernes 12 ENERO 202

Dirección electrónica: jlcasadot@yahoo.es          Blog personal: http://www.jlcasadot.blogspot.com/ 



 

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