viernes, 22 de septiembre de 2023

LA LIMPIEZA COMPULSIVA COMO OBSESIÓN.

Son muchas las ocasiones en que solemos preguntarnos la causa o el motivo de que acciones fáciles, positivas y necesarias no lleguen a efectuarse. Le “echamos la culpa” a la desidia, los egos, la falta de impulso para iniciarlas o porque “somos así”, aplicando comportamientos absurdos, ilógicos o de difícil explicación. Desde luego que estamos convencidos de la existencia de numerosos “héroes anónimos”. Tal vez ese punto de heroísmo o generosidad, que anida en nuestras voluntades, no lo hagamos explícito sin saber exactamente el por qué, con el perjuicio subsiguiente de “tantas cosas” que habría que resolver y, por supuesto, mejorar. Sin embargo, los caracteres se imponen al raciocinio y nuestra voluntad queda como bloqueada, en estado de parálisis, impidiendo ese fructífero protagonismo para las buenas acciones, que harían más gozoso nuestro tránsito por este mundo. El único que, realmente, conocemos. En este contexto se inserta nuestra historia o relato de esta semana.

Entre los hábitos y acciones repetitivas, de naturaleza compulsiva, que desde hace décadas sufre BALBINO GARCERÁN TIROL destaca su preocupación y obsesión por la limpieza. No sólo con respecto a su cuerpo u hogar familiar, sino también sobre el entorno local en donde reside, trabaja o transita. Ha ejercido, durante la mayor parte de su vida laboral como celador o ayudante del Hospital Clínico Universitario malacitano. En este entorno sanitario era conocido, cariñosamente, con el apodo de Balbi “el limpio”, aunque los más “cachondos” lo llamaban “fray Escobón” (en recuerdo de Fray Escoba) o también como Balbi “el bayeta”. Era más que frecuente que se le viera con la escoba, el recogedor, quitando del suelo ese papel o residuo que sobraba, también de las sillas, las mesas o las estanterías del complejo hospitalario. En ocasiones cambiaba la escoba por la bayeta “alcoholizada” para “limpiar” los microbios nocivos para los visitantes o personal laboral. Le daba verdadero “horror” ver suciedad a su alrededor. A título personal, era del grupo de los asiduos asistentes al lavabo, para enjabonarse una y otra vez las manos, cuando era consciente de que había tocado cualquier objeto que pudiera no estar lo suficientemente limpio o desinfectado.

Su esposa, LEONORA ya lo había dejado por imposible, por su extremo comportamiento, mientras que sus hijas, CARLA y BEATRIZ, no tenía por qué preocuparse cuando llegaba el santo o el “cumple” de su padre, para buscarle el regalo apropiado: los botes de colonia, las cajas de aromáticos jabones, los diferentes dosificadores de alcohol o agua oxigenada y las cajas de pañuelos, eran alegremente aceptado por un padre que priorizaba destacadamente el valor de la limpieza.

Mientras estuvo en activo, sus afanes limpiadores los centraba en las dependencias del hospital. No sólo en los quirófanos, salas de rayo, las UVI o salas de reanimación o de espera, sino también en las salas de consulta, en los laboratorios y, por supuesto, en los despachos de los galenos. Tampoco quedaban al margen de sus preocupaciones, las taquillas del personal laboral. Conociéndolo bien, Leonora se esforzaba en tener la casa bien aseada, probablemente la más limpia de la barriada de El Ejido, en donde residían desde aquellos ya lejanos días de la boda, por los años 80 del siglo precedente.

Pero el problema compulsivo se agudizó desde el momento en que Balbino accedió a la jubilación o prejubilación pues, por un problema de asma bronquial aleatoria (había sido un gran fumador durante su juventud) sus compañeros doctores decidieron concederle la baja temporal ampliada, que a sus sesenta y un años era prácticamente la baja total y definitiva. Entonces, este profesional jubilado, que se encontraba realmente en buenas condiciones físicas y sin especiales diversiones o aficiones, como no fuera la televisión, las películas o montar un poco en bicicleta para ir a respirar “aire puro en las afueras” no era el mejor compañero para tenerlo en casa muchas horas. Así que Leonora le encargaba ir a comprar, dosificando los “mandados” para tenerlo bien entretenido durante las semanas y los días. Cuando ya no había mandado que hacer, él lo resolvía yéndose a pasear, principalmente por las mañanas. Pensaba, con sensatez, que el caminar le vendría muy bien para evitar el sobrepeso, más que yendo una y otra vez al frigorífico o a la alacena para “picotear” lo que fuera.

Además de su acción compulsiva por la limpieza, era persona que tenía buenas convicciones para ayudar en el su entorno social. Y en esta colaboración solidaria entraba ¡cómo no! el hábito de mantener limpio no solo el lugar donde había trabajado, sino también los espacios propios de reunión y esparcimiento social, de manera especial los jardines públicos para el descanso y la relación ciudadana, además del juego de los más pequeños de las familias. Se repetía con frecuencia este sensato propósito:

“Los jardines han de estar limpios y aseados. Ahora que tengo todo el tiempo libre que quiera, me voy a ocupar de que esta necesidad se cumpla, aunque sea yo quien tenga que limpiarlos con mis propias manos”.

Así se lo contaba una noche a Leonora, quien lo escuchaba con infinita paciencia, mientras continuaba limpiando o “expurgando” las lentejas que iba a echar en remojo para el potaje del día próximo, vieja costumbre que mantenía, aprendida de su abuela y de su propia madre. La televisión emitía el First dates o primeras citas, en la cadena 4, para la distracción de los dos cónyuges que llevaban casados más de treinta años.

En la mañana del día siguiente, lunes, Balbino quería empezar bien la semana. Tras el completo desayuno que solía tomar (dos tostadas con aceite de oliva virgen, más una laza de leche con Cola Cao, pues el café le estaba provocando cierto insomnio durante el descanso nocturno) metió en su mochila dos grandes bolsas de rafia plástica que tenía en casa y que había utilizado para traer unos materiales de obra comprados en los grandes almacenes Leroy Merlín. A continuación, se encaminó, vistiendo atuendo deportivo, hacia el gran Parque de Málaga, en donde pensaba que habría muchas zonas para limpiar dada su gran extensión.

Fue recorriendo los diferentes parterres y zonas ajardinadas, tomando conciencia visual del evidente incivismo ciudadano. No sólo en los asientos de piedra o madera y sus aledaños, sino también dentro en las zonas acotadas para los árboles y las flores plantadas. El comportamiento ciudadano, sumado a la fuerza del viento para el inevitable esparcimiento, había ensuciado el suelo terrizo, con todo tipo de residuos. La relación de estos restos o basuras sería interminable: bolsas vacías de chucherías, cajetillas de tabaco, colillas de los cigarros fumados, botellines de plástico vacíos de agua mineral, restos de hamburguesas y trozos de pizzas,  papeles de toda naturaleza, chicles pegados en los lugares más variados, cáscaras de pipas de girasol, entradas utilizadas de cine y otros espectáculos, compresas y pañales infantiles usados, palillos de los chupa chups, preservativos, “cacas” de perros, propagandas de diversos centros comerciales, periódicos de distribución gratuita, etc, etc. El panorama, era verdaderamente desolador. Había que emprender una eficaz labor para ir mejorando ese grato lugar con el que todas las localidades se adornan. Su propósito era dejar reluciente y aseado tan apreciado y emblemático espacio vegetal de la ciudad.

Tomó una de las bolsas que llevaba y usando unos guantes de nitrilo para proteger sus manos fue recogiendo con minucioso cuidado todos esos residuos procedentes de la dejadez ciudadana. Una parte ineducada de la ciudadanía, lógicamente, pues también fue comprobando que había papeleras repartidas por la zona, llena de esa basura bien tirada por las personas que saben comportarse de manera adecuada. A su alrededor pasaban numerosos transeúntes que apenas le hacían el menor caso al trabajo que estaba esforzadamente realizando. Supuestamente pensarían de que se trataría de algún miembro de los servicios municipales de limpieza, que estaba cumpliendo con las obligaciones propias de su trabajo. Hacía calor en Málaga, ese lunes de septiembre. Pero el elevado nivel térmico de la atmósfera no impedía el afán de limpieza del antiguo celador sanitario.

En un momento concreto, se le acercaron, sin que él apenas se diera cuenta por estar muy afanado y centrado en su labor, dos operarios de Parques y Jardines, vinculados laboralmente a la concejalía correspondiente municipal. Ambos vestían el uniforme reglamentario. Le veían observando desde lejos, con expresión de extrañeza en sus rostros. De inmediato, uno de estos operarios tomó la palabra:

“Buenos días “abuelo” ¿Qué está Vd. haciendo?” Todo ufano, Balbino se incorporó, interrumpiendo la recogida de residuos, respondiéndole con la franqueza que le caracterizaba.

“También buenos días. Pues como pueden ver, Sres. operarios municipales, estoy cumpliendo con mi obligación cívica. Muchos ciudadanos, junto a la fuerza del viento, han dejado y esparcido, muchos y variados residuos para la basura. Con la incuria que desarrollan, han esparcido suciedad por las diversas y hermosas zonas ajardinadas, repartidas y vinculadas en el gran Parque de la ciudad. En definitiva, estoy simplemente cumpliendo con mi obligación. Recojo y limpio los jardines de la suciedad que otros han ido dejando, degradando estos bellos parajes”.

Los dos trabajadores municipales se miraron extrañados. Pronto, uno de ellos reaccionó con “enérgica” educación.

“¿Pero a Vd. quién le ha mandado hacer esta labor, incluso penetrando o invadiendo las zonas no acotadas para el paso del público, pisando el resto de la vegetación? Debe saber que el trabajo que realiza es nuestra labor y sabemos cómo hacerla. Si dejáramos que cualquier persona hiciera nuestro trabajo, estaríamos poniendo en peligro el sueldo que nos pagan. Ya lo que faltara es que Vd. viniera mañana a plantar margaritas o zanahorias ¡Hasta ahí podríamos llegar! Abuelo, deje Vd. que cada trabajador cumpla con su misión y no se meta en donde no le han llamado.”

A Balbino se le “encendió” el rostro. Profundamente indignado por la recriminación que había recibido, siguió recogiendo los restos que abundaban en la zona acotada y prohibida al paso donde se encontraba, no sin antes responderles, a viva voz y con toda la energía que acumulaba.

Aún no me lo creo, ¿me van Vds. a impedir que retire la basura acumulada en los jardines públicos? ¡Hasta ahí podríamos llegar! Lo que tienen que hacer es afanarse en el cumplimiento de sus obligaciones. Para eso les pagan. Debían de estar agradecidos a la eficaz y generosa labor que estoy haciendo.”

Los dos operarios viendo el cariz que tomaba el asunto, se retiraron prudentemente. Pasaron abundantes minutos y cuando Balbino ya se encontraba por la zona central del Parque vio acercarse a los dos jardineros, pero esta vez acompañados por dos miembros de la policía local. Uno de los dos agentes de la seguridad, tras el saludo protocolario, se dirigió a Balbino con autoritaria energía:

“Los dos operarios de jardinería, pertenecientes a la plantilla del municipio, han denunciado que está Vd. haciendo una labor que no le corresponde.  Incluso, como ahora, pisando una zona no autorizada al tránsito del público, incumpliendo una norma expresada en ese cartel que tiene a su espalda. Tenemos que levantar acta de la infracción. Le pido que nos entregue su DNI para identificarle. Los servicios jurídicos del Ayuntamiento le comunicarán, en su momento t tras estudiar su comportamiento, la sanción a la que se ha hecho merecedor”.

Desconcertado, enfadado y un tanto humillado por la situación que protagonizaba, el antiguo celador finalmente se identificó correctamente. Los policías anotaron sus datos. A continuación, recogió sus bártulos y se marchó pensativo, con la primera gran bolsa que había utilizado que estaba ya medio llena de residuos, sin decir palabra alguna. La reacción de su familia, ante este curioso episodio que él había protagonizado, fue un tanto dispar. Tuvo que soportar con paciente aturdimiento una “gran bronca, procedente de su mujer Leonora, por “meterse” en donde no le habían llamado, mientras sus hijas Carla y Beatriz tomaron “a choteo” el comportamiento de su padre, al que bien conocían por sus afanes cívicos de limpieza, incluso con respecto al propio portal y escaleras del inmueble en donde la familia residía.

En los próximos días Balbino, contumaz en sus ideas, cambió de ubicación, dada la dura experiencia que había tenido en el vergel vegetal del Parque malacitano. Eligió jardines públicos de otras barriadas. Zonas en donde los servicios operativos municipales ya no estaban tan presentes a diario. En estos modestos jardines de barrio, su labor incluso fue reconocida por algunos vecinos que no dudaban en elogiar el esfuerzo que el “extraño personaje” mostraba, recogiendo las colillas, los envases vacíos, las botellas de plástico e incluso las “cacas” de los perros, que unos y otros convecinos habían ido dejando, para ensuciar el descuidado paisaje vegetal.

Esta historia sencilla y real nos hace tomar conciencia de una triste realidad: en muchas ocasiones, a pesar de la actitud exagerada de este personaje, la buena voluntad ciudadana se ve coartada o limitada por intereses, normas o decisiones estrictas y un tanto absurdas, establecidas por la maquinaria administrativa institucional.

Balbino recurrió la sanción de 100 euros que le había sido impuesta, aunque pasaron unas semanas sin que recibiera respuesta a su reclamación. El silencio administrativo parece que podría favorecerle, aunque temía que después tuviera que pagar la multa con el correspondiente recargo.

Una mañana de noviembre, cuando aún no había terminado de tomar el desayuno, su móvil anunciaba una llamada desde número desconocido. Normalmente Balbino era reacio a responder a números que no tenía en sus contactos. Pero al ver que el número que aparecía en pantalla tenía más cifras de lo habitual, entendió que podría tratarse de una llamada realizada desde una centralita oficial. Así que atendió al remitente. Al otro lado de la línea escuchó una voz que le resultaba absolutamente desconocida, pero de talante muy educado y cordial.  

“Buenos días, Sr. Garcerán. Mi nombre es CIPRIANO Baltanás. Ejerzo en estos momentos como concejal de Parques, jardines y fiestas, en el ayuntamiento de la ciudad. Un tanto tardíamente, por distintas circunstancias, he tenido conocimiento de los hechos que sucedieron hace casi dos meses y en los que Vd. se vio lamentablemente implicado. Tras conocer bien los detalles de lo sucedido, tengo la absoluta convicción de que su indudable buena voluntad, por mantener limpio nuestro apreciado y querido Parque, no fue adecuadamente tratado por los funcionarios municipales que intervinieron en los hechos.

Creo sinceramente que fue un error el trato que se vio obligado a soportar. En base a ello, quiero comunicarle que la sanción que le fue impuesta ha quedado anulada. De esta forma le estoy respondiendo a la reclamación que, en tiempo y forma, Vd. un ciudadano cabal, tuvo a bien presentar. También tengo conocimiento de que está Vd. jubilado y desea dedicar parte de su amplio tiempo libre para mantener decorosamente limpia esta bella ciudad, Por este plausible motivo, en fecha próxima recibirá por correo certificado un carnet expedido a su nombre, en el que se le nombra COLABORADOR HONORARIO DEL ÁREA DE PARQUES Y JARDINES. Con esta acreditación, puede actuar con el sentido común de su conciencia, para mantener más limpia la ciudad y, de manera especial, sus necesarios y gratos jardines para la vecindad. Esta acreditación no conlleva aporte material económico, pero si posee el valor del reconocimiento acerca de cómo deben comportarse los buenos ciudadanos.

Le expreso, finalmente, mi sincero agradecimiento y espero tener la agradable oportunidad de poder estrechar su mano lo más pronto posible o en cualquier oportunidad que me necesite. Quiero felicitarle y trasmitirle un afectivo abrazo.”

El antiguo celador del Hospital Clínico Universitario nunca olvidaría este afortunado día, en el que el destino quiso ser justo con una persona, cuyo principal valor era la limpieza, desde luego que un tanto exagerada en su aplicación, aunque digna o merecedora de elogio por el civismo aplicado a la mejor conservación de la ciudad. -

 

 

LA LIMPIEZA COMPULSIVA

COMO OBSESIÓN

 

 

 

José L. Casado Toro

Antiguo Profesor del I.E.S. Ntra. Sra. de la Victoria. Málaga

Viernes 22 septiembre 2023

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