viernes, 21 de julio de 2023

UNA NUEVA Y BELLA RUTA EN EL CAMINO.

 

Hay personas que, en su periplo existencial, deciden un determinado día cambiar drásticamente de rumbo. Obviamente, ese cambio radical en sus vidas no se genera “de la noche a la mañana” y, por supuesto, no resulta fácil. Sin embargo, esa trascendente y muy valiente decisión es adoptada con la esperanzadora y firme convicción de su necesidad y de sus potenciales beneficios. Tampoco puede descartarse que unas veces salga bien esa modificación en nuestras vidas y, en otras oportunidades, los objetivos previstos y bien pensados no sean alcanzados. En este contexto introductorio se inserta la curiosa historia de esta semana.

Tomás Albiñana, 46 años, con un par de relaciones en pareja que no llegaron a fructificar por motivos del ego fundamentalmente, es un intenso y sufrido “urbanitas. Desde su adolescencia, le gustaba todo lo relacionado con el mundo de las finanzas, terreno en el que mostraba una capacidad y gran habilidad comprensiva. Esto le animó a cursar, después del bachillerato, los estudios de CC Empresariales, en la Universidad de Málaga. Su físico ofrecía una imagen agradable, pues ayudaba bien a su cuerpo con la práctica de diversas actividades deportivas. Su currículo le facilitó, con 26 años, el ser contratado en una entidad bancaria, como miembro fijo de plantilla. Fue enviado a una oficina del centro antiguo malacitano, en donde iba a sustituir, temporalmente, a d. Evaristo Cebrián, el cajero titular “de toda la vida”, que accedía a su jubilación. No era ese su puesto preferido, por tener que estar de continúo manejando el dinero y prestando la atención al público, para la que hay que tener dotes de paciencia y “diplomacia”. Pero como se esmeraba en la realización de su función, los diversos directores que pasaron por la sucursal lo fueron manteniendo en el puesto, Durante meses. Durante años. Así fue pasando el tiempo, cumpliendo la treintena y entrando en esa complicada década de los cuarenta, en su calendario vital.

La rutina laboral como cajero bancario le iba, poco a poco, desvitalizando y desanimando. Muchas de las tardes, entre lunes y viernes, sus superiores incluso le indicaban que tendría que hacer horas extraordinarias, por supuesto que retribuidas, aunque esta prolongación de jornada lo iba “minando” no sólo en su resistencia física, sino sobre todo en lo anímico. Cuando llegaba el “finde” semanal, largamente esperado, procuraba recuperar dicho equilibrio, haciendo lo que más le gustaba, a medida de que iba cumpliendo años: practicar el senderismo por los entornos de la naturaleza. Mezclaba esta saludable actividad, eligiendo además alguna película que le pudiera distraer, con la empatía que solía aplicar a las historias que visionaba en pantalla. En esos anhelados findes, también sacaba tiempo para limpiar su cómodo apartamento que había adquirido en la zona universitaria de Teatinos, como inteligente y necesaria inversión. Entre esas actividades caseras, estaba la de “poner” la lavadora y la de guisar comida “de cuchara” tan necesaria para sus gustos, olla cuyo contenido después congelaba para darle variedad a los almuerzos durante el resto de la semana.

Pero sus amigos se iban “matrimoniando” con las subsiguientes obligaciones familiares, impidiendo el lúdico trato que antes solía mantener con ellos. Cuando un nuevo lunes aparecía en su vida, tenía que volver a empezar con la rutina bancaria, desde ese puesto que ya había consolidado y en cuya parte superior destacaba la palabra CAJA. Desde ese pequeño cubículo, la actividad que desarrollaba le “llenaba cada día menos” y le desanimaba más. En el contexto urbano, comenzó a padecer el ruido monocorde (residía en una vía muy transitada de vehículos) de esa contaminación acústica, situación que trataba de compensar (las tardes en que podía) desplazándose a la zona portuaria o playera de la ciudad, practicando ese placer tan sencillo y saludable de caminar descalzo por la arena. De esta forma sentía más directamente el contacto con el medio natural. Desde luego, su vida rutinaria, numérica, financiera y bien “tintada” de urbanismo, le agobiaba y hasta le desvitalizaba. Comenzó a rondarle la cabeza acerca de la posibilidad de aplicar intensos y profundos cambios a su aburrida, en su percepción, existencia.

¿Qué le pedía el cuerpo y su sentimiento anímico? Simple y contundentemente, abandonar la vorágine urbana y encontrarse consigo mismo en un nuevo ambiente que estuviera “repleto de vitalizadora naturaleza”. Precisamente Tomás había disfrutado recientemente, al visionar una película cuyo protagonista era un agricultor y granjero. Esa idea le bullía en sus pensamientos, una noche sí y la otra también, en el seno de sus más cada vez más frecuentes desvelos. Comentó estos proyectos y lúdicas intenciones con algunos amigos quiénes, tras escucharle, respondían con claros signos de incredulidad en la línea de:

“Tomás ¡Tomás! Después de llevar casi 46 años en la “selva” urbana, no te veo ni de granjero, ni trabajando la tierra para el cultivo. Amigo, tú lo que necesitas, y de manera urgente, en buscar y encontrar una compañera que comparta tu vida y te ayude a llevar mejor la rutina que a todos nos embarga, con los dulces y complejos incentivos de una convivencia familiar. Es el orden natural, ley de vida. No, no te veo rodeado gallinas, cerdos, ni plantando lechugas, patatas y tomates. Anda, déjate de delirios naturalistas y vámonos a tomas unas cervezas”.

A pesar de estos planteamientos, más o menos jocosos, que recibía, el aturdido cajero no cesaba en ese su difícil proyecto transformador para su cansina vida. A sus padres (no tenía hermanos) ya jubilados, no quiso exponerles, en principio, estas ideas, pues entendía que la mentalidad de su padre Venancio, funcionario de correos, durante toda su trayectoria laboral, esta forma de pensar, para lo agropecuario, difícilmente la iba a entender. Y como ya le había dado algún “arrechucho” cardiaco, era mejor no provocarle disgusto alguno.

Una mañana de abril, cuando el reloj marcaba la frontera ecuatorial de las 12 (la caja bancaria se cerraba a las 11:30) pidió ser recibido por el director de la sucursal, Herminio Friscaya Veterano hombre de banca, que tenía la “rara” cualidad de saber escuchar y que siempre le había dado muestras de comprensión y humanidad. Tomás le expuso, abierta y sinceramente, su situación anímica, con los correspondientes proyectos de cambio en su andadura personal. El veterano compañero le escuchó con atención, como era proverbial en él. Tras meditar brevemente acerca de lo que había escuchado, le hizo una pequeña broma para destensionar la situación de su interlocutor, a quien veía manifiestamente abrumado. 

“Amigo Tomás, si yo tuviera treinta años menos, igual te acompañaría en esa sana y apasionante aventura, para reencontrarme con la naturaleza. No dudo que lo has pensado mucho y como persona valiente y decidida sé que lo vas a intentar. Tienes mi respeto, estímulo y , por supuesto, esa tan necesaria amistad”.

“Gracias Herminio, no esperaba menos de ti. Te cuento. He visto, a través de una página de Internet, una linda casita de campo, que lleva años abandonada. Sus propietarios, dos hermanos que nos les interesa seguir con esa propiedad rural, que han heredado, tras el fallecimiento de sus progenitores, la ofertan a un precio interesante, razonablemente asumible. Tiene pozo de agua, pues fue “autoconstruida” (hoy legalizada) hace décadas, sobre un manto freático. Goza de conexión eléctrica y se encuentra en el municipio de Villanueva del Trabuco. Lo mejor es que tiene unas parcelas de terreno, con arbolado mal cuidado de frutales y con zonas para plantar cereales, leguminosas, hortalizas … Si le añado animales de granja, es más o menos lo que yo andaba buscando, desde hacía largo tiempo”.

“Te comento algo que te puede interesar. En julio va a quedar una vacante en el puesto temporal que tenemos junto a la oficina de correos, en esa misma localidad. Solo hay que abrir los lunes y jueves, por las mañanas de 10 a 12, y atender a las personas que reclamen una ayuda directa para sus necesidades bancarias. Piénsatelo, pues yo podría gestionar que ese cómodo puesto fuera para ti. Aunque tu sueldo no sería como el que tienes en la actualidad, sino mucho más reducido, pienso que te vendría bien para ir subsistiendo durante los primeros tiempos de la excitante aventura que con tanta ilusión te has propuesto emprender”.

En las semanas siguientes, Tomás gestionó su excedencia temporal, por dos años, en la entidad bancaria, régimen laboral que le fue concedido dada su excelente hoja de servicios desarrollados en casi 20 años de trabajo. Lógicamente, contaba con unos buenos ahorros, que le permitieron pagar gran parte del costo de compra (un 60 %). Para el resto del montante firmó unos pagarés, en plazo también de dos años, que los propietarios de la casa y el terreno circundante aceptaron, pues esos documentos estaban visados notarialmente. Con sensatez y prudencia económica, aceptó esos dos días semanales de control y atención al público, lunes y jueves de diez a doce, en Villanueva del trabuco, con lo que tenía asegurado un ingreso básico, en esos primeros momentos de la experiencia rural particular.

En la concejalía de urbanismo y obras, del municipio trabuqueño le concedieron licencian para efectuar las necesarias reformas en un inmueble muy antiguo, que se encontraba en estado ruinoso. Contactó con unos albañiles del pueblo quienes en tres semanas hicieron un excelente trabajo en el cuarto de baño, cocina, ventanas y pintura. El resto prefirió dejarlo como estaba, pues así conservaba el encanto propio de los años pretéritos. “Bautizó” la nueva vivienda con el nombre simbólico de “Villa Naturaleza”.

Las tres parcelas vinculadas a la nueva vivienda, a donde se trasladó definitivamente a comienzos de septiembre, las fue poco a poco desbrozando, limpiando y con la colaboración de un vecino cercano, fueron preparándolas para ir haciendo las primeras plantaciones de algunos cultivos, con la emoción propia de este cambio radical en su vida. Ahora tendría que esperar para ver si ese esfuerzo fructificaba con las primeras patatas, zanahorias, calabacines, pimientos, tomates, etc. o si las aceitunas, las manzanas, las naranjas o los limones de esos árboles, ahora bien cuidados y con muchos años en sus troncos y ramajes, eran de calidad. Su nueva propiedad no quedaba lejos de la muy famosa Fuente de los 100 caños (en realidad, 101) y del propio nacimiento del rio Guadalhorce, en la esponjosa sierra caliza ubicada el extremo sur oriental de la comarca de Antequera.

Aprovechaba sus obligaciones laborales, durante las dos horas de lunes y jueves, en el puesto bancario situado junto a la estafeta de correos, para hacer las necesarias compras de alimentos, e ir conociendo a esos vecinos que siempre le trataban con esa llana familiaridad que se cultiva en los pueblos, cualidad que en mucho valoraba y apreciaba.

Sus grandes aficiones se reducían a dar largos paseos al atardecer, escuchando y gozando de los silencios de la naturaleza, respirando aire puro y perfumado por las flores e hierbas silvestres. Especialmente le agradaba la percusión de los sonidos del viento, sobre las hojas y verdes ramas del arbolado.

Al fin sus padres fueron a visitarle, quedándose un completo fin de semana en ese tranquilo paraje en el que su hijo había conseguido reunir un remanso de paz y sosiego, sin descuidar el contacto con las gentes del pueblo. Venancio y Eulalia, al principio bastante reticentes con la drástica decisión que su hijo había adoptado, fueron comprendiendo algo muy importante y que justifica las valientes opciones que los humanos adoptan de tarde en tarde: percibían que su hijo era ahora más feliz.  

¿Y cómo llegó Virginia a su vida? 

Una plácida tarde, en el otoño inicial, Tomás estaba reparando unas tejas rotas de la techumbre de su casa. Desde su “nueva vida”, también había cogido afición a la pequeña albañilería. Mientras fijaba con mezcla esas tejas que podían caer al suelo, por efecto del viento o la lluvia, en un momento concreto se sintió observado por alguien. Escuchó unos pasos muy livianos, lo que le hizo volverse en lo alto del tejado. Vio a una niña, que pensó podría tener los cinco o seis años. Rubia de pelo, ojos entre grises y celestes. La chiquilla lo estaba observando, llevando en sus brazos un manoseado peluche, muy castigado por los continuos juegos. Bien podría ser un osito, cuyo color de piel era beige claro. La pequeña lo miraba y le sonreía. Entonces iniciaron un simpático diálogo, para “romper el hielo de las presentaciones.

“¿Cómo te llamas, guapa? Yo me llamo… yo soy Lilita”. Tomás bajó del tejado, entró en la casa y le trajo una chocolatina desde la cocina, “manjar” que Lili tomó de inmediato, sentándose en el zaguán de la entrada a disfrutar de la golosina. Yo me llamo Tomás. ¿Y dónde están tus papás? MI mami, que se llama Virginia, está por ahí cogiendo ramitas del campo, para hacer con ellas después “medecinas”. A Tomás le divertía mucho la inesperada escena, aunque al tiempo le preocupaba, pues deducía que la niña se había perdido y la madre estaría muy preocupada buscándola.

No se equivocaba. Apenas habían transcurrido unos minutos, cuando escuchó una voz a lo lejos, que gritaba el nombre de Lilita. De inmediato respondió a viva voz ¡¡Aquí, señora!! En pocos segundos apareció una joven, de treinta y tantos, delgada, ojos del mismo color que su hija, cabello castaño, portando una gran bolsa que parecía repleta de hierbas. Al ver a la niña, cambió su alterado semblante.

“Discúlpeme, es que mi hija es muy activa y traviesa en el campo y en un descuido la he perdido de vista. Con lo pequeña que es, a sus seis años se desplaza de un lugar a otro con una velocidad que me asombra. Le agradezco que la haya controlado y me haya llamado. Hemos venido desde el pueblo a coger algunas hierbas medicinales, tema en el que soy experta, ya que me enseñó mi madre y también mi abuela. Ya se puede imaginar mi tarea. Voy cogiendo material para mis preparaciones y de pronto pierdo a mi hija. Bueno no le he dicho cuál es mi nombre…”.   

“Lili, que parece una niña muy despierta, ya me ha dicho su nombre. Yo me llamo Tomás y llevo aquí unos meses de cambio de vida, pues me agrada mucho la naturaleza. Dada la hora, ¿qué le parece si preparado un poco de té y merendamos. Para Lili tengo leche y le preparo un Cola Cao”. Virginia sonrió, miró a su hijita quien, con cara pícara le respondió “Venga, mami, que Tomi nos está invitando a merendar”.

Aquel sencillo, alegre y vitalista encuentro fue el punto de origen de una sana y fraternal amistad. Fueron muchas las tardes en que Virginia, una madre soltera, aparecía acompañada de su pequeña hija Lili. Algunos días llevaban un bizcocho casero, o unas magdalenas para bien merendar. Lili, siempre portaba en sus manos el osito “Keko” e iba corriendo al corral que Tomás había construido, para ver y jugar con las gallinas, haciéndolas correr entre gritos y risas. Mientras, los mayores tomaban el té con canela, bien preparado por el satisfecho anfitrión y hablaban de sus cosas. Sin que su nuevo amigo se lo preguntara, Virginia lo puso al corriente acerca del padre genético de Lili: un hombre casado y con hijos, que nunca supo que iba a tener una nueva hija, antes de fallecer víctima de su adicción al tabaco. En ese momento de su vida, la mamá de Lili prestaba servicio como sirvienta en esa familia de ”gente bien”.  Analizando la situación, evitó provocar un escándalo social. Curiosamente, esa familia “vino a mal” y hoy el deterioro econopmico y social de la misma era manifiesto.

“Pero Lili es feliz. Yo la he criado, como todo el amor y la dedicación. Creo que nada le falta. En la actualidad y echando mano de mis conocimientos, trabajo en la herboristería y farmacia principal del pueblo, a muy pocos metros de la Plaza principal. Me consideran experta en plantas medicinales, aunque todo se lo debo a mi madre y abuela, quienes supieron enseñarme lo que habían ido aprendiendo de la riqueza natural. Mi horario laboral es sólo de media jornada, desde las 9:30 hasta las 14 h. Y es que me he propuesto dedicar las tardes y fines de semana a Lili, mi hija a quien tanto amor deparo. He de ser sincera. Para mí, las tardes en que echamos un ratito de amistad, me resultan muy provechosas y felices. Qué suerte haber encontrado a una gran persona, que vive y ama en medio de la más agreste y bella naturaleza”.  

Cuando ya se despedían “hasta mañana, sería lindo que así fuera” Tomás siempre le entregaba algún regalo ecológico de la naturaleza, pensando en la pequeña Lili, producto de su esfuerzo y dedicación hacia aquello que más le confortaba, desde su cambio de vida: la actividad agropecuaria: un cestillo con huevos, lechugas, tomates, manzanas … Lili siempre se despedía, con su atractiva sonrisa, “¿quieres que volvamos mañana, Tomi? ¡Yo si quiero!

Entre Tomás y Virginia había una diferencia cronológica de 10 años. Pero la identidad y atracción afectiva entre el antiguo trabajador bancario y la manceba herborista, iba germinando, sintiéndose felices cuando estaban juntos.  “Mami, para mí Tomi es como si fuera mi papá” .-

 

 

UNA NUEVA Y BELLA RUTA

EN EL CAMINO

 

 

 

 

 

José L. Casado Toro

Antiguo Profesor del I.E.S. Ntra. Sra. de la Victoria. Málaga

Viernes 21 julio 2023

                                                               Dirección electrónica: jlcasadot@yahoo.es           

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