viernes, 12 de mayo de 2023

LA INVIABLE RECUPERACIÓN DEL PASADO.

Caminaba lentamente por el lateral sur del Parque malacitano, sin esa vigilancia subliminal del reloj que tanto suele condicionarnos para las prisas. Aunque la primavera es una etapa meteorológica de contrastes, la atmósfera reinante a esa hora del paseo, serían las seis de la tarde más o menos, era en sumo agradable. La permanencia solar compensaba térmicamente esa suave brisa marina del levante que permite tonificarnos y provoca que nos sintamos mejor. La jornada de ese martes de abril en las aulas, para Julia Naliana, profesora de inglés en un nuevo centro de enseñanza secundaria situado en la zona oeste de la capital, había sido harto laboriosa y, de manera especial, durante las clases finales del día. Ahora que el tiempo mejoraba, esta joven docente de 31 años y sin compromiso afectivo en ese momento, solía dedicar un par de lúcidas horas siempre que podía para realizar un paseo urbano vespertino que tanto le confortaba. Los hacía por distintas zonas de la ciudad, aunque con la llegada de las estaciones más plácidas en el tiempo, gustaba priorizar para esas pequeñas caminatas senderistas la zona portuaria o playera. Siempre valorando la proximidad íntima y física del mar. El placer de contemplar y fotografiar un bello atardecer era un poderoso atractivo para esta casi diaria opción. Por fortuna ese martes no tenía que dedicar tiempo a correcciones de pruebas o ejercicios y las tres clases del miércoles no le suponían la menor dificultad, pues eran alumnos de bachillerato y con ellos los comportamientos no generaban especiales problemas de disciplina.

Mezclaba esa tarde, en su saludable y lúdico desplazamiento, la zona central del paseo con algunos recorridos a través de la zona más densificada en arbolados y macizos florales, disfrutando de un sosegado ambiente vegetal, en el que se intercalaban zonas para el juego infantil con otras creatividades jardineras, como estanques, pequeñas plazas para el descanso y la reunión social, además de unas esculturas alusivas a distintos motivos y personajes de la tradición malacitana o de otros ámbitos espaciales. Situada ya en el conocido como Paseo de los Curas (denominación alusiva a los frecuentes recorridos que hacían por este camino paralelo a la verja portuaria, en las décadas centrales de la anterior centuria, grupos de estudiantes seminaristas y muchos de los sacerdotes y canónigos vinculados a la cercana Iglesia Catedral) se vio de inmediato acompañada por numerosos jubilados que reposaban sus cuerpos cansados, soñaban sus recuerdos o conversaban amigablemente, sentados en los bancos laterales de hierro y madera, ubicados a lo largo de todo el recorrido lineal, dirección Este de la ciudad.

En un momento concreto, creyó divisar a lo lejos, en la bruma difusa de la distancia, a un hombre que caminaba en dirección opuesta a la suya. Cuando la proximidad se reducía, supo reconocer de inmediato a esta persona, que mostraba su elevada estatura y la fortaleza atlética de su cuerpo, algo menos delgado de cómo ella lo recordaba en el tiempo. A pesar de haberse dejado crecer una corta barba en su “afilado” rostro, no tenía duda alguna de que iba a reencontrarse con Abel Palencia, a quien no había vuelto a ver desde hacía probablemente algo más de un lustro. Pero ¿quién era este ciudadano que, de inmediato también, había centrado sus ojos azules en esa mujer treintañera que le observaba con especial fijeza?

La amistad entre estas dos personas había surgido en una alegre fiesta de cumpleaños a la que ambos habían sido invitados, hacía más o menos unos doce años. En aquellos ya lejanos tiempos, ella cursaba segundo curso en el grado universitario de Filología inglesa. Su nuevo amigo, también estudiante universitario de medicina, era tres años mayor que ella. Fueron presentados por amigos comunes y pronto intimaron, pues el carácter de Abel era muy abierto, ocurrente, simpático y desde aquella tarde hizo todo lo posible para estar cerca de ella, generándose un acercamiento y atracción afectiva por parte de ambos. En apenas un par de semanas el noviazgo entre esta pareja era todo un hecho, opinando y valorando muchos de sus amigos que parecían “estar hechos el uno para el otro”. Efectivamente, así lo era. Se equilibraban la forma de ser más sensata y tranquila de Julia, con esos impulsos inteligentes inquietos y valientes que mostraba el temperamento imaginativo de un joven de acomodada familia, vinculada en generaciones con el ejercicio de la medicina. La familia de Julia era más modesta, pues su padre se ganaba honradamente la vida con el ejercicio libre de las reparaciones y montajes eléctricos, una persona muy laboriosa que con el esfuerzo diario mantenía a su familia y pudo dar estudios a quien era su única y muy querida hija.

Así pasaron los meses y los cursos académicos, con un noviazgo muy íntimo y necesitado entre ambos, aunque, como es perfectamente comprensible, hubo sus rencillas y diferencias, pero nunca de especial gravedad. Julia terminó su carrera lingüística con veintitrés años, mientras que él había comenzado a preparar las pruebas del MIR, en la especialidad de ginecología, rama de la medicina nunca ejercida por miembros de su familia.

Pero en esa crucial etapa de sus carreras universitarias, se juntaron y cruzaron dos razonables opciones que comenzaron a generar problemas de relación entre ambos. Por una parte, ella tenía el proyecto de pasar una temporada en territorio británico, a fin de practicar y profundizar más en el conocimiento de la lengua inglesa, sumando dos importantes estancias, tanto en la zona londinense, como también en la modalidad irlandesa. Estaba dispuesta a trabajar en lo mejor que pudiera encontrar, a fin de poder pagarse estos viajes y estancias que iban a tener aproximadamente una duración anual. Sin embargo, su pareja afectiva, cada vez con más fuerte carácter (por la tensión nerviosa ante las pruebas que tendría que afrontar para aprobar el MIR) pretendía que ella le acompañara a la capital de Asturias, en donde él había contratado plaza con un cualificado preparador de esas oposiciones tan concurridas en participantes y por tanto muy difíciles. Quería que ambos iniciaran una convivencia “conyugal”, contando con el apoyo económico de sus padres, a pesar de la reticencia de estos a que su hijo se vinculara de esa forma “tan bohemia” con una buena chica, desde luego, pero muy alejada familiarmente del estatus social que ellos representaban.

El enfrentamiento y los reproches no tardaron en surgir entre ambos. Así estuvieron durante unas semanas, con etapas de “concordia y reconciliación” a las que pronto sobrevenían posturas irreductibles, por los objetivos profesionales y formativos que uno y otro mantenían. Ninguno entendía las razones de su pareja, ni quería dar su brazo a torcer. Y en ese otoño “trágico “ para la aventura, llegó una tozuda ruptura, en una pareja amorosamente unida pero profesionalmente enfrentada por los egos y la testarudez. El “año británico” de Julia se prolongó algunos meses más, pues la acomodación de esta mujer en tierras inglesas e irlandesas fue muy lograda, ejerciendo diversos oficios (preceptora para el estudio de los hijos de algunas familias; profesora de español en un popular centro de idiomas; incluso también completó sus ingresos trabajando en cadenas de restauración como camarera). Residía en una buhardilla que compartía con una ciudadana italiana, Thais, que trabajaba de enfermera en un gran hospital no lejos de la gran arteria fluvial que irrigaba el Támesis. Por su parte Abel había marchado a Oviedo, para su adiestramiento con un prestigioso preparador. Allí dedicaba largas horas al estudio, etapa de esfuerzo que abarcó prácticamente un año de su vida. Todos los gastos que generaban su estancia en la capital asturiana, tanto por el apartamento que había alquilado, como por la alimentación y el costoso pago al preparador iba a cuenta de la cuenta corriente de sus padres que se sentían más tranquilos, una vez que la intensa relación sentimental entre su hijo y Julia no tardó en “enfriarse” en la dinámica “traviesa” de las distancias.

Efectivamente, en un principio uno y otro intentaron conservar una cierta amistad, aunque la ruptura afectiva entre ambos era más que patente, de manera especial en Abel, que nunca quiso asumir ni aceptar los racionales planteamientos profesionales y formativos de quien había sido una íntima compañera durante esos cálidos años de relación. Durante las primeras semanas, la comunicación electrónica permitió cruzar algunos correos, pero la intransigencia egoísta y soberbia del joven impidió las últimas respuestas a esos mensajes que ella se esforzó en enviar algunas de las noches. En apenas tres o cuatro semanas, la relación entre ambos había prácticamente desaparecido, tanto a nivel telefónico como a través de sus respectivas direcciones electrónicas. Cuando llegaron los eventos de Navidad, los dos jóvenes viajaron a Málaga, para compartir esas entrañables fiestas en familia, pero dada las circunstancias entre ambos, ninguno de los dos dio el paso necesario para concertar cita alguna que permitiera mantener el tibio fuego o calor de la amistad. Y las hojas del almanaque continuaron con su caída, como las de un bosque de pálidos castañares caducifolios, al ritmo estacional del sol, el viento y la lluvia.   

El inesperado reencuentro de esa tarde en el romántico Paseo de los Curas tuvo un educado comportamiento escénico por parte de ambos, quienes en un principio se esforzaron y cuidaron en mantener. Especialmente por parte de Abel, que sacó a relucir todas esas “académicas” formas que más pronto que tarde se adivinaban vacías, formales y carentes de esa verosimilitud que sustenta la transparencia.

“Vaya sorpresa ¡quién me lo iba a decir! ¿Cómo estás, Julia? Desde luego te veo muy bien… Han pasado ya cinco años, mucho tiempo desde luego y ya es curioso que nunca hayamos coincidido. Pero, cuéntame cómo te van las cosas, mujer. De todas formas, pienso que como la tarde está muy apetecible y primaveral, si no llevas mucha prisa, te invito a que compartamos un café o algo fresco que se te apetezca y así podemos contarnos algo de nuestras vidas”.

Verdaderamente Julia se había quedado como “cortada” y a medida que “corrían” los segundos no se le ocurrían palabras o frases acertadas con lo que decir. Al ver a su expareja tan amable y abierto, aceptó esa amable invitación que le hacía. Se hallaban muy cerca de la zona portuaria, por lo que caminaron sin mayor problema, intercambiándose sonrisas y esas palabras que son recurrentes cuando se encuentra a alguien que ha estado muy vinculado a nuestra vida. En pocos minutos ya se encontraban sentados en torno a una de las mesas, con atrayente márquetin escénico, en una cafetería de especial nombre en el listado de las franquicias: el Hard Rock Cafe. Uno y otro interlocutor, tras agotar esos básicos recursos de conversación iniciales, extremando una reciproca amabilidad, fueron desvelando aspectos más íntimos y relevantes, acerca de cómo les habían ido las cosas en ese “largo y corto quinquenio”.

Julia pudo conocer que su primer y único novio obtuvo sin mayores problemas plaza de médico interno residente, en la especialidad que él deseaba: la ginecología. Y que, en su estancia por tierras asturianas preparando las pruebas de oposición, encontró el calor afectivo de una mujer de la tierra, seis años mayor que él, vinculada a una rica familia dedicada al negocio de la sidra. En plena oposición conoció la alegre y complicada noticia de que iba a ser padre, por lo que la dinámica estrategia de ambas familias se movió con prudente y acelerada inteligencia. El matrimonio de Abel y Llara se celebró al fin, “como Dios manda” en la capital del Principado. Significativamente, el muy expresivo doctor en medicina mostró algunas fotos de su hija Aida, que en la actualidad alcanza sus cuatro años y medio de edad, aunque no lo hizo con respecto a la imagen de esposa.

De la misma forma y en correspondencia a tan expresiva locuacidad, Julia le resumió como había evolucionado su vida en estos años. Sus vivencias en tierras británicas y, después, la obtención de esa plaza de profesora por oposición también, para la que le fue en sumo útil, en cuanto al dominio de la expresión, la estancia de casi dieciocho meses en esos dos países del norte europeo. En un momento concreto, recibió esa pregunta muy propia del carácter pleno de ego en la persona que tenía a muy escasos centímetros de ella misma ¿Vives actualmente en pareja? Al conocer la respuesta negativa que ella pronunció en voz baja, el guardó un “prolongado, interminable y desagradable silencio” durante más o menos un minuto.

Lo que hasta entonces había sido un fortuito y amable reencuentro, entre dos personas que habían compartido sentimientos y muy profundas intimidades durante una importante fase de sus respectivas existencias, de inmediato cambió en las actitudes de uno y otro interlocutor.

Comenzaron los recuerdos incómodos, los malentendidos, los reproches y esa incómoda tensión que pone de manifiesto que las “razones” de uno y otro difícilmente tenían acomodación para la concordia.

“Cuando más falta me hacías, priorizaste por el contrario tu larga estancia en Inglaterra” “Yo también tenía mi vida y para ti lo único importante era la tuya” “Me tuve que casar porque había una niña que venía en camino. Esa es la única verdad” “No supiste ni quisiste esperarme” “Yo siempre he tenido la esperanza de reiniciar lo nuestro, pero de ti nada supe hasta hoy” “Nunca le gusté a tu familia. Ellos querían algo “mejor” para ti, de acuerdo con su estatus” “Ni una llamada, ni una felicitación en Navidad. Nada de nada” “Fuiste tu quien me dejó de escribir” “No sabes lo que supuso estar viviendo en una tierra extraña, alejado de la familia y de la persona a quien quería. Fue muy duro” “Y tú me vas a hablar de egoísmo. Lo que más te ha importado siempre es tu propia persona” ¿Crees que yo no sufrí, viendo que todas mis ilusiones contigo quedaban en la nada? ….

Así las manecillas del reloj iban avanzando, asombradas, incomodadas, incluso cansadas,

La atmósfera relacional de aquella inesperada tarde de reencuentro, entre Julia y Abel, había alcanzado un acre clímax de sinceridad y franqueza, que tenía la contrapartida de avanzar por la senda de los agravios, las acusaciones, con los egos respectivos dominando los diálogos, en los que había desaparecido la teatralizada y la muy cordial concordia inicial. Ante la inevitable tensión, lo mejor era poner fin a un incómodo lienzo de trazos, sentimientos y posicionamientos cíclicos y baldíos. En ese punto, ambos retomaron las formas educadas, en el que las sonrisas y las palabras recurrentes escritas en el manual de las habilidades sociales, aunque vacías y huérfanas de contenido, encontraron finalmente acomodo. Fue él quien mecánicamente dijo “Quedamos en llamarnos” recibiendo como respuesta un sonoro silencio por parte de una bella mujer a quien no había olvidado y echaba profundamente de menos, en esos breves momentos de intensa sinceridad ante los espejos veraces de su memoria y conciencia. Resultó curioso que ni uno ni otro hicieran ademán para un beso, apretón de manos y otra muestra expresiva de cálida afectividad. Muy fría y formal sonó la huérfana acústica del adiós y adiós.

Mientras que Abel tomó con presta diligencia la dirección hacia el centro de la ciudad, Julia caminó pausadamente, hacia la zona este del paseo marítimo, llegando en pocos minutos hacia uno de los espigones que se adentran en las aguas sosegadas del mediterráneo malacitano. Llegando al extremo sur del gran malecón, observó y disfrutó con la línea visual del horizonte oeste de la ciudad, marcada por un sol que en su despedida se había adornado con ese atuendo anaranjado que contrastaba con el celeste/azulado de un cielo encortinado de una tibia neblina. Sintiéndose dulcemente acariciada con ese aroma a salobre marisma que embriagaba su olfato, se dijo a sí misma unas palabras mentales, nunca pronunciadas “Mañana también volveré a disfrutar con la alegría del amanecer”. –

 

LA INVIABLE RECUPERACIÓN

DEL PASADO

 

 

José L. Casado Toro

Antiguo Profesor del I.E.S. Ntra. Sra. de la Victoria. Málaga

Viernes 12 mayo 2023

                                                                                                        Dirección electrónica: jlcasadot@yahoo.es         Blog personal: http://www.jlcasadot.blogspot.com/ 



 

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