viernes, 17 de marzo de 2023

LA DIFÍCIL DECISIÓN DE IRIS

La influencia del entorno ambiental puede ser más importante de lo que parece, en muchas de nuestras respuestas ante la vida. Veamos un fácil ejemplo. Hay abundantes razones que nos estimulan para emprender la aventura viajera. No es cuestión de desgranarlas aquí, una por una. Sin embargo, una de las motivaciones, verdaderamente significativa que encontramos para trasladarnos a otras geografías, siquiera sea por unos días, es precisamente la necesidad imperiosa de “cambiar de ambiente”. Lo hacemos no sólo para vitalizar nuestro cuerpo, sino también para “alimentar” ese estado anímico al que percibimos un tanto degradado, cansado o “aburrido. Podemos viajar lejos o más cerca. Pero también aplicamos esa necesidad de cambio en los paseos, en las visitas o demás actividades que realizamos, en el seno de nuestra propia ciudad. En este contexto introductorio, nace la historia o relato de esta semana.

MODESTO Aliaga, 33 años, graduado en filología hispánica por la UMA, ejerce actualmente como profesor contratado en un centro público de enseñanza secundaria. Aunque es natural del municipio de Casarabonela, en la comarca malacitana de Sierra de las Nieves, desde que comenzó sus estudios universitarios se instaló en Málaga capital, manteniendo desde entonces su residencia en un cómodo apartamento restaurado ubicado en el céntrico barrio de Lagunillas, entorno urbano notoriamente degradado en un número importante de sus antiguas edificaciones. Imparte las clases en un IES de la zona litoral, dedicando la mayoría de las tardes a su gran vocación: la redacción de una ambiciosa narrativa, con la que pretende construir la que, en su momento, pueda ser su primera novela

El profesor/escritor busca, de continuo, elementos de inspiración, para la que aplica esa máxima autoimpuesta de ir cambiando de escenografía de manera periódica. El plácido clima malagueño favorece sus intenciones de escribir en lugares muy diferentes y contrastados de la sociología callejera. Al llegar la primavera el estado del tiempo mejora, por lo que abandona su domicilio tras el pequeño descanso después del almuerzo, desplazándose con su cartera, bloc y numerosos bolígrafos a espacios abiertos y a ser posible en absoluto solitarios, pues necesita el contacto visual y anímico con todos esos seres que van construyendo la intimidad de sus vidas en el discurrir de los días. Ya por la noche quita horas al sueño, tecleando en su ordenador portátil el tejido de su narrativa, para lo que utiliza como base todas esas notas manuscritas durante la tarde, a las que va dando forma y sentido para la “ambición” de su obra.

Algunos fines de semana suele visitar a sus padres, Lázaro y Perpetua, quienes mantienen su vivienda en el bello pueblo que los ha visto nacer. Modesto no tiene pareja en su vida, aunque por su edad, no duda que algún día encontrará a esa compañera o compañero con el que compartir su existencia. Se siente en su naturaleza bisexual, pero es un sentimiento que mantiene inmerso en lo más recóndito de su privacidad: “el destino decidirá” suele responderse, cuando aborda esta importante temática de su personalidad. Tanto en el pueblo donde nació, como cuando sale al campo en el entorno malagueño, le agrada sobremanera pasear por la naturaleza. Sus padres, humildes labradores, se sienten orgullosos de que su único descendiente sea profesor de adolescentes y que entienda mucho de letras, teniendo en cuenta que ellos asumen con sencillez y paciencia el ser prácticamente analfabetos. Han dedicado la mayor parte de sus vidas al esforzado trabajo de la tierra, curtiendo su piel bajo el sol ardiente del estío o soportando el frío en los meses invernales. Todo su ímprobo esfuerzo lo han dedicado, con cariño y responsabilidad, a poder darle a su hijo una buena educación, sintiéndose ahora legítimamente “orgullosos” y felices.

En esos espacios alternantes que Modesto utiliza para ir escribiendo sus notas, apuntes y esquemas, que posteriormente desarrollará y redactará, ha encontrado un estupendo lugar para la observación, concentración y enriquecimiento visual y anímico. Se trata de la Estación Municipal de Autobuses. Allí sentado en uno de sus numerosos bancos, se encuentra cómodo y “enriquecido” dado el cosmopolitismo sociológico del lugar. En realidad, le hubiera agradado hacer lo mismo en la vecina y aneja Estación ferroviaria Málaga, María Zambrano, en el complejo Vialia, pero desde la reforma de este núcleo ferroviario nadie está autorizado pasar a los andenes, salvo el viajero que sea portador de un billete para tomar el tren. Sin embargo, un día solicitó hablar con el jefe de estación, para exponerle su sencillo y explicativo deseo de poder acceder a los andenes viarios, buscando un buen lugar para observar, anotar, pensar e incluso redactar. Razonó con fuerza y convicción ante la primera autoridad ferroviaria, don Raimundo Villada, quien, tras escuchar atenta y pacientemente al vital escritor y profesor, sonrió paternalmente, facilitándole una tarjeta mensual para que la usara cuando lo estimara necesario, conociendo los motivos que aducía el vocacional literato. “Cuando hayas escrito el libro, quiero tener un ejemplar y dedicado” le decía bromeando el comprensivo trabajador de Adif. Raimundo no tenía hijos y había enviudado recientemente. Tal vez por estas circunstancias de la vida, había tomado de inmediato un cariñoso aprecio a esa persona “tan formal” según sus palabras que representaba Modesto, prestándole la ayuda necesaria para que pudiera ir “componiendo” su primera novela. 

De esta sencilla forma, la mayoría de las tardes el joven profesor se desplazaba a los andenes de la estación malacitana. Tras pasar sin problema por el correspondiente control, buscaba un asiento apropiado para la visión, pues dedicaba los minutos necesarios a observar y analizar el comportamiento de los viajeros, en sus llegadas y también en sus partidas, para esos destinos en su mayoría ilusionados. Las imágenes y vivencias que pasaban ante su retina eran enriquecedoras y variadas y, en muchos de los casos, sugestivas. Alegrías y desánimos, prisas y esfuerzos para el transporte de los equipajes, palabras y frases con los contenidos propios del lugar, todo iba transcurriendo ante unos vagones que cumplían su misión de hacer más cortas las distancias, tanto en el tiempo como en la necesidad. Tras las imágenes, el discurrir de las palabras por esas libretas que se iban llenado de vidas e historias para entretener, “viajar” y reflexionar.

Así iban pasando las tardes y en una de ellas, cuando las flores se embellecen aún más con los aromas y colores primaverales, que endulzan el paladar de nuestros sentidos, el profesor escritor fue partícipe de una escena sin palabras, apenas unos susurros con el idioma de las miradas, que estuvo adornada de un profundo, sentimental y bello contenido.

Un tren AVE se disponía a partir, con dirección a la estación madrileña de Atocha, a las 19:30. El número de viajeros era abundante, pues ese día era el domingo de Resurrección. Muchos turistas volvían a la capital de España, tras la finalización de esa corta vacación primaveral de la Semana Santa. Por fortuna, el día había estado agradablemente soleado, aunque a medida que avanzaba la tarde el astro solar se iba despidiendo, cambiando los rayos áureos por ese anaranjado tan peculiar de los cítricos atrasados cuaresmales. Matrimonios, parejas, jóvenes, adultos y veteranos de la edad, sin que faltaran los niños, caminaban presurosos arrastrando o rodando sus maletas hacia los numerosos vagones que ese día conformaban el convoy viajero. Muchos de estos pasajeros del tren iban bien abrigados, pues la temperatura que se iban a encontrar en destino no era la misma que dejaban en la ciudad que tanto habían disfrutado. El móvil indicaba 4 grados C para la hora de llegada a Atocha. Faltaban menos de diez minutos para la salida del convoy, cuando Modesto se fijó en una pareja que permanecían abrazados a la altura del vagón número ocho, como ajenos a todo lo que “latía” a su alrededor.

La chica podría tener unos “veintipocos” años, mientras que el hombre aparentaba doblar la edad de esa compañera que a él fuertemente se abrazaba. En un principio, el escritor pensó que tal vez podría tratarse de un padre con su hija, aunque ese abrazo continuo, manteniéndose inmóviles al paso de los minutos, podría suponer que la relación entre ambos fuera un tanto especial. La joven no disimulaba las lágrimas que corrían por su rostro. Su compañero le acariciaba los rubios cabellos que recogía en una atractiva coleta. Los minutos seguían avanzando, mientras los dos enamorados mantenían su prolongado abrazo, ajenos totalmente al populoso entorno que los rodeaba. El andén número tres se iba quedando vacío de personas, pues los viajeros ya ocupaban los asientos que les correspondía. El tren estaba a punto de partir.  Modesto que estaba sentado en uno de los bancos laterales, separado unos 10 metros de la pareja, vio como el jefe de estación, Raimundo, se aproximó a estos dos viajeros que no subían al tren, para advertirles que iba a dar la salida. Entonces el hombre, de cuerpo delgado y aspecto deportivo, con el cabello ya entrecano, luciendo una pequeña barba, se desligó suavemente de la chica que con fuerza lo abrazaba, la besó en la frente y tomando su maletín que descansaba en el suelo, con ágiles pasos subió a ese vagón número ocho. A los pocos segundos el silbato del jefe ferroviario emitió tres imperativos sonidos, comenzando de inmediato el desplazamiento del convoy, que avanzaba muy lentamente por los raíles que dejaban escapar algunos chirridos al paso de las recias ruedas.

La chica permanecía inmóvil mirando con inmensa tristeza ese tren que se alejaba, camino de su destino en la capital española. Raimundo saludó una vez más a Modesto, como hacía cada tarde, diciéndole:

“Esa joven no ha querido o podido montarse en el tren. Lo curioso del caso es que ha perdido el billete, ya que lo ha tenido que mostrar para entrar en el andén de pasajeros. La dejaré unos minutos más por cortesía, pero pronto tendrá que abandonar este espacio, como está reglamentado”.

El avieso escritor, percibiendo que en esta escena podía haber una interesante historia, rogó a su amigo un poco más de tiempo para la joven entristecida.

“Voy a tratar de animarla, porque me da la impresión de que se halla como en estado de shock. Es la viva imagen de la tristeza y la orfandad. No me cabe duda de que en ese tren que ya ha partido va una persona de especial trascendencia para su vida”.

Dicho lo cual, se aproximó a la chica de los ojos llorosos y con extrema delicadeza le dijo, con voz baja y pausada, unas cálidas palabras para la ayuda: “Señorita. Si necesita ayuda, no dude en pedírmela”. Entonces se acercó el propio Raimundo, persona siempre genial en sus respuestas, ofreciendo a la chica y a su amigo el profesor un inesperado y sugerente regalo:

“Aquí tenéis un par de vales. Adif os invita a que toméis un café u otra infusión, en cualquier cafetería instalada dentro del recinto ferroviario y comercial. Té sentará muy bien esa merienda, pues se te ve con los ánimos muy degradados”.

Minutos después, Modesto e IRIS estaban sentados en una de las cafeterías del complejo. El aturdimiento y confusión de la joven era de preocupante calibre. La cálida infusión pareció por un momento que la revitalizaba. Durante la hora siguiente, ambos “desconocidos” estuvieron dialogando, aunque el profesor tuvo que echar mano de sus habilidades para ir sacando las palabras a una joven que no podía disimular el sufrimiento que le albergaba. Su experiencia en el trato con adolescentes le fue sumamente útil para romper ese muro de silencio que Iris mostraba en su profunda y desolada confusión. Inesperadamente, la chica mostró su necesidad de desahogarse, hablando y explicando su circunstancia a ese convincente “amigo” que se había prestado a ayudarla, con sencilla y fraternal generosidad. ¿Qué misterios había en la historia de Iris Oloria?

RAMIRO Ares Eliarca, profesor titular de la Universidad Complutense madrileña, en el verano del 22 vino invitado para impartir uno de los cursos de verano organizados por la UMA. El “breve” título del muy interesante curso era: Sociología del abandono residencial de los centros urbanos y los nuevos comportamientos familiares en los barrios adyacentes. Las clases iban a tener lugar, durante dos semanas, en el Convento de Santo Domingo de Ronda. Entre los 42 matriculados se encontraba una universitaria del tercer curso de Sociología, la malagueña de 23 años, Iris Oloria.

Cada tarde, cuando las clases terminaban sobre las 19 horas, la organización de los cursos había promovido unos encuentros “convivenciales”, cuyo punto nuclear consistía en que los participantes y profesores cenaran en un restaurante típico de la bella localidad, denominado El Bandolero, muy próximo al famoso Tajo, sobre el río Guadalevín. Esas cenas concertadas, a muy buen precio, permitían la socialización de los participantes con los directores de los cursos. Aunque Ramiro ya había sentido el flechazo del amor de la primera clase, atracción irrefrenable hacia esa alumna rubia con los ojos celestes, que tomaba asiento en la primera fila del aula, que atesoraba el precioso nombre de Iris, en las cenas sucesivas el dinámico profesor buscaba la oportunidad de estar cerca de la juvenil alumna, cuya proximidad le “rejuvenecía” y vitalizaba. La respuesta de Iris en lo sentimental, con respecto a su adulto profesor, fue positiva o afirmativa desde el primer día.

La relación de Ramiro, 42 años, con su mujer Fuensanta, precisamente malagueña, nacida en Coín, profesora de un IES en Alcalá de Henares, se había ido paulatinamente desgradando, “enturbiando”, “enfriando” al paso de los 11 años de matrimonio. Ambos cónyuges tenían caracteres opuestos que, en muchas fases, trataron de compaginar. Él era más dulce, comedido, imaginativo y prudente, con respecto a su mujer, en la que predominaba su fuerte carácter impulsivo, realista, rutinario. A esta difícil conjunción no ayudó la frustrada llegada de la “cigüeña”. Fuensanta pertenecía a una muy acomodada familia coineña o coina, que gozaba de extensas propiedades agrarias en la importante comarca del Valle del Guadalhorce. La mujer de Ramiro, al ser la hija única, se había convertido en una rica heredera. De alguna forma, este factor también pudo influir en el interés del profesor de Geografía Urbana de la Complutense, orensano de nacimiento.

La ilusionada relación afectiva que iniciaron Iris y Ramiro, a pesar de su diferencia generacional, fue un “volcán” romántico entrado en sentimental y espectacular erupción. Ya desde los primeros compases relacionales entre alumna y profesor, éste prometió a su juvenil compañera su “firme” intención de resolver el vínculo que mantenía con su esposa. Tras la finalización del sociológico curso sobre la transformación humana de los centros antiguos, Ramiro aprovechaba los fines de semana para tomar el AVE y trasladarse a la capital de la Costa del sol, a fin de pasar unos “tórridos” encuentros sexuales con esa juventud que amaba, disfrutaba y, por supuesto, necesitaba. Pero, en esta primavera del 23, llegó otro “finde” que Iris revistió con la ilusión de una colegiada hecha mujer. Tenía que hacer una trascendente confesión a su gran amor viajero.  

Se encontraba embarazada. Ramiro iba a ser padre. Al conocer la sorprendente y “feliz” noticia, en ese fin de semana de la interminable despedida en el andén del Málaga, María Zambrano, los sentimientos del adulto profesor se tornaron en ambivalentes. Quería a su joven amor. Alcanzaba el goce de la paternidad. La diferencia de edad, 23 – 43 “ahora” le parecía significativa. Por otra parte, estaba … el dinero previsible de su esposa Fuensanta, que corría el riesgo de no poder compartirlo, si se producía la desvinculación matrimonial. 

En ese día de la despedida, en la estación del complejo Vialia, le había pedido a Iris más tiempo para poder afrontar mejor la compleja situación. Con dureza y desesperación, ella se había dado cuenta de que la imagen idealizada que tenía de su profesor y amante no era la real. En ese andén solitario, tras la fugacidad mecánica y sentimental del convoy de los 20 vagones, se sentía sola, desvalida, confusa y nadando con dificultad extrema en un cenagoso aturdimiento. Sus padres aún no eran conocedores de la complicada situación en la que estaba inmersa su joven hija.  

 

MESES DESPUÉS. Iris es madre de una preciosa niña, a la que ha puesto del nombre de Carol, dándole sus propios apellidos. Ayudada por las personas que la quieren, sigue con sus estudios de sociología, trabajando al tiempo, con horario de media jornada, en una consultoría de opinión, con sede en el Parque Tecnológico de Andalucía, en Málaga. Aunque sus padres le ayudan en el quehacer diario, ha preferido instalarse en un apartamento alquilado a medias con Patricia, su cercana amiga, desde los tiempos de la infancia y adolescencia, que ejerce como diseñadora gráfica. Modesto sigue manteniendo una fraternal amistad con Iris, que se siente protegida por la experiencia y prudencia de ese íntimo amigo, profesor y escritor, al que conoció de manera inesperada en la soledad de un andén de estación, en una tarde de primavera, alegre y dolorosa. Modesto le ha explicado con su amiga y con la mayor naturalidad y confianza su asumida bisexualidad, que ella entiende y respeta. Cuando sacan a pasear a Carol, en algunas tardes de sol, la madre le dice a su pequeña hija, para que se vaya acostumbrando “mira el regalo tan bonito que te ha traído el tito Modesto”. En cuanto a Ramiro Ares, con amplia intermitencia, suele preguntar a Iris por su hija, en conversaciones breves, educadas, pero de fríos sentimientos. Aunque Iris no le ha pedido o exigido nada, pues tiene la convicción de poder sacar adelante al “gran tesoro” de su existencia, el profesor universitario ha asegurado en varias ocasiones que Carol tendrá su ayuda para que pueda hacer una “buena carrera” en sus estudios. Fuensanta sigue sin tener conocimiento de esta aventura sentimental de su marido, con paternidad incluida. Aunque socialmente aparentan tener una relación matrimonial normalizada, en la privacidad del hogar cada uno lleva su vida por donde más les apetece.

Modesto, bastante tiempo después, ha logrado publicar su primera novela, aplicando argumentalmente esta experiencia que comenzó para él en un domingo de Resurrección. El título que ha elegido, con la aquiescencia de Iris, es LA DECISIÓN DE UNA JOVEN MADRE. -  

 

 

 

LA DIFÍCIL DECISIÓN

DE IRIS

 

 

 

 

 

José L. Casado Toro

Antiguo Profesor del I.E.S. Ntra. Sra. de la Victoria. Málaga

Viernes 17 marzo 2023

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