viernes, 12 de febrero de 2021

PALABRAS Y GESTOS, PARA LA NECESIDAD.


El comportamiento de las personas se disfraza, con excesiva y preocupante frecuencia, aplicando ese ropaje absurdo, vacío y sin alma, que ausenta las sonrisas y ensombrece las ilusiones. Hombres y mujeres se empeñan, aplicando una ilógica necedad, en hacer difícil lo necesario, cuando lo inteligente sería practicar exactamente lo contrario: “modelar” y convertir, con inteligente racionalidad, aquello que puede parecer complicado en sencillo y útil para el disfrute.

Echamos muchas veces en falta, durante tantas oportunidades en los días, esos “dones” que suponen una palabra amable, una mirada cariñosa, un gesto fraternal o el tibio y siempre necesario calor de la proximidad. Por el contrario nos vamos habituando, errónea y peligrosamente, a esas carencias que, con su positiva presencia, tanto bien generarían en un mundo necesitado de valores, de racionalidad, de sosiego y por supuesto de generosa bondad.

Y así comprobamos, en esos cada vez más espaciados minutos para la reflexión, cómo la humanidad va construyendo, con asombrosa insensatez, un mundo para las generaciones futuras, intensamente materializado, prosaico, egoísta y envidioso, en el que el rival es considerado como enemigo, el diálogo se torna en intolerancia, la generosidad en posesión, la verdad en manipulación y el odio puede tantas veces con el amor. Obviamente, esa desacertada y alocada trayectoria vital, en los unos y en los otros, también en nosotros mismos, debemos transformarla con firmeza y presteza, aplicando para ello cerebro y corazón, inteligencia y sencillez, comprensión y cariño. En definitiva, se trata de ir cambiando este desconcertado y atribulado mundo, con la ineludible terapéutica del mucho bien y el abundante  amor. Sin embargo, en la mayoría de nosotros, sigue testarudamente permaneciendo sin respuesta ese tortuoso interrogante. ¿Por qué nos resulta tan complicado transformar en fácil lo difícil?

Laura y Daniel se habían conocido en el ambiente académico, alegre y vitalizado, del campus universitario de Teatinos. Esta jovial chica había recién cumplido esa cronología o fase de la mayoría de edad, que tanto conforta a los jóvenes.. Desde los años de su adolescencia esta bien parecida joven había querido ser maestra de niños difíciles, a fin de ayudarles para su mejor integración en esta atolondrada sociedad que los mayores vamos absurdamente construyendo. Una vez superada la prueba de acceso a los estudios universitarios, coloquialmente denominada “Selectividad”, pudo matricularse en la facultad que mejor se acomodaba a esa sublime vocación y línea profesional. Era el primer curso de Laura en Ciencias de la Educación y todo marchaba bastante bien para sus aspiraciones formativas y profesionales, valorando la utilidad del aprendizaje y la motivación para el estudio que recibía en las horas de clase por parte de sus profesores. Se sentía bien apreciada por sus compañeros de grupo, quienes reconocían la disponibilidad, simpatía y buen corazón de su agradable compañera, que lucía unos preciosos ojos azules, el cabello castaño y mostraba una apetecible delgadez, no exenta de fortaleza, en su estructura corporal.

Laura Illana procedía de una familia modesta en lo sociológico. Su padre, Roberto, trabajaba en el reparto de mensajería y paquetería urgente. Su madre Dora, además de atender a las tareas del hogar, sabía multiplicar el tiempo para trabajar algunas horas, especialmente durante las tardes, en un establecimiento de arreglos de ropa, llamado “La aguja y el dedal”. La “niña pequeña de la casa” (su único hermano, Efrén, era tres años mayor) se mostraba respetuosa con sus padres y laboriosa para con sus obligaciones, añadiendo a su positivo carácter el ser bastante soñadora, idealista y también, hay que decirlo, un tanto coqueta y presumida, cosas de la edad. En ese estable hogar de cuatro miembros existían las naturales carencias propias de una familia humilde, aunque no faltaba lo materialmente necesario y el buen talante para llevarse bien entre todos ellos. El padre, como tantos otros, era algo autoritario y testarudo, aunque en lo más hondo de su ser ocultaba un bondadoso y tierno corazón. Dora, su fiel compañera, era el cariño y la comprensión hecho persona. El hermano mayor, Efrén, un “manojillo” de nervios que apreciaba y protegía en todo momento a su hermana pequeña, a la que nominaba con el apelativo cariñoso de “la flacucha” (Laura tenía la suerte de poder saciar sus momentos de glotonería, sin que se le notaran los gramos para su esbelta suerte corporal).

El destino, aliado con el azar, determinó que Daniel naciera en el seno de una “familia bien” o acomodada en lo económico. Su padre, Raimundo Laviana era apoderado bancario en una entidad financiera afamada en la región. En cuanto a su madre, Isabela, era nieta de un prestigioso apellido con título nobiliario, “dignidad” que ahora ostentaba la tía Ivana, un personaje con muchas ínfulas y no menos “tonteos”. El chico era el único descendiente del matrimonio, tal vez porque Isabela estaba plenamente entregada al mantenimiento de las relaciones sociales, resultándole la vida y obligaciones hogareñas un tanto aburridas y cansinas. La buena señora pertenecía a varios círculos de caridad y beneficencia, muy apropiados para el “renombre” público y la banal ostentación. Entre el protagonismo social de su madre y el multiempleo de su padre (Raimundo era copropietario de una pequeña empresa que gestionaba inversiones en la bolsa de valores) Dani eligió el camino de los estudios humanísticos, matriculándose en la Facultad de Letras, a fin de cursar Filosofía pura. Esta valiente decisión originó, de inmediato, la desaprobación paterna, por los escasos incentivos económicos que auguraba para el idealista aprendiz del pensamiento, junto a la indiferencia materna, más preocupada por los asuntos benéficos de su elitista y “teatral” círculo social.

El primer encuentro entre ambos jóvenes tuvo lugar en la Fiesta universitaria de la Primavera, que ese curso le correspondió organizar a la Facultad de Ciencias de la Educación, precisamente el centro en donde Laura estudiaba el primer curso de carrera. En realidad no fueron presentados por ningún otro compañero, sino que ellos mismos intercambiaron esas palabras que lo dicen todo y abren tantas puertas para la amistad:

“Compa, esto está resultando un tanto rollo. No sé si tú piensas igual que yo, pero si te parece nos la piramos y acudimos a una tasquita que han abierto recientemente en la zona de la movida por el Cónsul. Tiene un ambiente muy “chuli” y allí podemos echar un buen rato de tapas, cervezas e intercambiar esas palabras para el diálogo que ayuden a conocernos”.

A Dani le había entusiasmado la mirada angelical de Laura, con esos ojos azules similares a cuando el cielo se refleja en el espejo salino de la bahía malacitana. No menos le gustaba en su nueva amiga esa forma de sonreír que mimetizaba la alegría transmitida por el jardín de la naturaleza. Tras dos horas de ruido festivo, jolgorio y “cubatas”, en la fiesta universitaria, a la chica le hizo gracia el desparpajo inteligente y simpático de su bien parecido interlocutor, que difícilmente podía disimular su oficio de intelectual y voraz lector. En pocos minutos “huyeron” del abigarrado ambiente lúdico organizado en los espaciosos salones del académico recinto, para acabar esa tarde /noche de mediados de Marzo en un establecimiento de tapas y copas llamado “El Laboratorio”. Se trataba de una tabernita con encanto recientemente inaugurada, punto de reunión y diálogo para gente joven, con rostros barbudos y gafas identificadoras del buen uso para la lectura. Muchos de los presentes lucían atrevidos piercings y tatuajes, vistiendo la mayoría de los clientes con esa ropa sobada en la que queda excluida de manera radical el complemento clásico de la chaqueta con la corbata.

La magia y el capricho del destino había unido a dos jóvenes universitarios que, cuatro años más tarde, decidieron irse a vivir juntos, formando esa pareja a la que ellos renunciaron a denominar familia. Cierto fue que Dani prometió a su ofendida mamá, en esos duros momentos para abandonar su acomodado hogar familiar y con el ánimo de tranquilizarla, que algún día pensarían en la posibilidad de pasar por la vicaría o el registro civil. En ese momento de su unión en pareja, los dos habían ya finalizado sus estudios. Consideraban que no tenía ya sentido seguir esperando más, a fin de formar esa peculiar unión afectiva que ambos tenían en mente. Eligieron para su “nido hogareño” un alquiler de “cuarta o quinta mano”, en un vetusto bloque de viviendas del que, a través de un pasaje viario habilitado entre otros dos “gastados” macizos constructivos, podía avistarse algún trozo de la más romántica plaza malacitana: aquella que llaman “de la Merced”.

Además del gozoso vínculo afectivo y sexual, tenían que habilitar los fondos necesarios para los gastos básicos de cada día. Comprensivo al fin don Raimundo, aceptó pagar los 550 euros del alquiler, por un 3º C de 45 metros cuadrados, porque “… son cosas del tontaina de mi hijo, que se ha juntado con esa jovencita que parece buena persona, desde luego, aunque no me cabe duda que le ha metido muchos pájaros en la cabeza. Dani se las da de filósofo idealista, estando convencido de su capacidad para arreglar el mundo con sus teorías, construyendo, un día sí y el otro también, “maravillosos” castillos de naipes.  Estos niños de papá no son conscientes de que cada mes hay que hacer frente a ineludibles facturas, cuyos pagos exigen ese dinero que hay que saber ganar y no con el “maná” celestial que imaginan viene del firmamento”.

El proyecto profesional de Dani era ponerse a preparar oposiciones para el profesorado de centros públicos en la educación secundaria. Con fortuna, la materia de Filosofía aún se seguía impartiendo en los institutos, aunque estaba convencido de que con su cultura y conocimientos estaba capacitado para impartir cualquier otra materia de naturaleza humanística, cuando llegara la hora de la docencia directa. Para sacar esos “cuartos” necesarios que les permitiera “sobrevivir” en su atractiva y sentimental unión, afrontó el desempeño de diversos trabajos, especialmente dedicándose por las tardes a prestar servicios auxiliares en un gimnasio al que acudían usuarios de muy variada edad. Allí fue reconocido por la viuda de Montepiciano, que formaba parte del circulo de amigas de su madre,  acartonada señora que estaba convencida de poder rebajar el sobrepeso que acumulaba en su ya maduro y ajado organismo. Cuando llegó a oídos de Isabela que su único hijo era la comidilla de las tardes en el café, ya que doña Clotilde se había encargado de difundir la realidad laboral del hijo de Isa (comentando que el chico tenía que colaborar en diversas tareas de naturaleza “plebeya”, incluso en la limpieza diaria del gimnasio) tuvo que ir a su médico particular para que le recetara unos fuertes calmantes. El humillante sofoco le había provocado largas horas de insomnio y “angustia” en su pretendido y frustrado descanso nocturno.

Laura, que igualmente preparaba sus oposiciones para ganar una plaza de maestra en colegios públicos, también colaboraba modestamente en lo económico a los gastos comunes de la pareja.  Realizaba labores de “cuidadora de niños”, durante las horas de la semana en que era contratada. Esta actividad de “canguro” (como ella llamaba a su dedicación con algunas familias) le hacía también sentirse feliz, pues atendía a niños pequeños y le permitía aprender de sus reacciones y caprichos, gozando al tiempo de sus indudables encantos. Tanto de Roberto como de Dora, sus padres, continuaba recibiendo consejos, pues éstos le seguían considerando como su niña pequeña. En lo material también le ayudaban, especialmente su madre, pues siempre que podía le llevaba a casa una bolsa con alimentos. La buena señora pensaba que así estaba “sosteniendo” en lo posible a dos jóvenes que comenzaban su andadura vital, independizados ya totalmente del cobijo protector de sus respectivas familias.

Tenemos que dar un nuevo salto en el tiempo, para conocer la evolución de estas dos vidas, a las que el destino y la suerte unió en una tarde de fiesta, contando lógicamente con la aquiescencia de sus personales voluntades. Ha transcurrido ya un nuevo lustro, desde que la pareja decidió afrontar la unión familiar en pareja. Continúan conviviendo en ese pequeño piso alquilado en la zona de las Lagunillas, zona urbana que ambos aprecian por su cómoda y dinámica centralidad. Aún así están sopesando la posibilidad de embarcarse en la aventura de comprar una propiedad, en algunas de las nuevas promociones que están edificándose por la zona de Teatinos o adquirir una vivienda de segunda mano, por la zona del centro antiguo, procediendo poco a poco a realizar en la misma las necesarias reformas.

Dani trabaja en la actualidad como profesor contratado en un I.E.S. ubicado en una turística localidad costera provincial, a la que se desplaza cada una de las mañanas en el muy útil y cómodo, pero también algo lento, tren de cercanías. Acumula dos intentos, hasta ahora fallidos, en las difíciles por competitivas pruebas de oposiciones a las que se ha presentado. Laura, convertida ya con el paso de los años en una bella mujer, todo esfuerzo y tesón, obtuvo esa plaza de maestra de educación especial que anhelaba desde antaño. Aún no tiene destino o puesto definitivo, pero presta cada día servicio educativo en un centro público de integración social para hijos de familias desfavorecidas, con problemas de desestructuración o maltrato entre sus miembros.

El fulgor afectivo de los primeros años se ha ido debilitando en el seno de la joven pareja. Tal vez ha sido por el pathos de la rutina diaria y la acomodación “aburguesada” de sus ideales, a modo de esos focos luminosos que pierden intensidad por el uso continuado de su “ignición”. Lo cierto es que ese cariño idealizado, dibujado con trazos intensamente románticos, que pensaban no iba a desaparecer o a enmudecer de sus vidas, ha ido penosamente languideciendo. En realidad … Dani y Laura han tenido algún que otro “asuntillo afectivo” particular, a modo de oxígeno para el aire viciado de la convivencia repetitiva, aunque ambos han sabido representar, con tacto y prudencia, el silencio escénico respectivo, con el loable fin de no herir a su pareja. A pesar de estas travesuras afectivas, no renuncian a sus proyectos de andadura en común, tal vez debido a esa fidelidad básica a la que temen romper y destruir, sin tener clara la metodología adecuada y arriesgada para su sustitución. A pesar de esos silencios en los días, que ganan a las palabras; a pesar de las excusas, que eclipsan al valor; a pesar de esa pantalla de plasma o esas máquinas informáticas, que sustituyen a las recíprocas miradas; a pesar de esa íntima privacidad, que se blinda ante la solidaridad; a pesar de los egos obsesivos, que en tantas ocasiones superan al tú… Laura y Dani continúan juntos.   

En una noche de febrero, con aliento y temperatura malacitana casi primaveral y mientras ambos cenaban, Dani levantó al fin los ojos del plato de sopa, que con parsimonia consumía, interfiriendo con sus palabras el monocorde sonido del monitor televisivo que les “acompañaba”. El profesor de filosofía y compañero de Laura expresó una “terrible” y corta frase que inevitablemente “hirió” la frágil sensibilidad de su compañera de mesa.

“Lauri, la semana que viene es San Valentín, el Día de los Enamorados ¿Por qué no vas pensando en algo que yo te pueda regalar?”

El sentido de esa natural pero “hueca” petición desarboló el sosiego contenido de Laura. Siendo incapaz la joven de disimular la triste expresión de su rostro, de sus ojos comenzaron a brotar pequeñas lágrimas, a modo de gotas de lluvia en la aridez de un terreno hostil para el cultivo. Aunque no supo responder con la acústica de las palabras, por su fino y suave rostro corría un mensaje “hídrico” de lágrimas que resumía no sólo el hecho puntual de aquella escena, sino las vivencias y recuerdos de otros muchos días, con sus correspondientes noches.

“No necesito, mi querido Dani, regalo material alguno. Sólo te pido que me susurres, con tu mirada y tus actos, esa convicción de que aún me sigues queriendo. Dime que me quieres. Dímelo, una y otras vez. Es una frase balsámica para la esperanza, que yo necesito, con ansiedad y añoranza, escuchar, creer y sentir. Ese sería mi mejor y único presente para el día 14, festividad de San Valentín. Pero también, para los restantes días de nuestras vidas.”

 

 

PALABRAS Y GESTOS,

PARA LA NECESIDAD.

 

 


José Luis Casado Toro

Antiguo Profesor del I.E.S. Ntra. Sra. de la Victoria. Málaga

12 Febrero 2021

 

 Dirección electrónica: jlcasadot@yahoo.es           

Blog personal:http://www.jlcasadot.blogspot.com/

 



 

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