viernes, 4 de septiembre de 2020

AFICIONES COMPENSATORIAS, PARA ALUMBRAR TIEMPOS INCIERTOS.


Las personas contamos con un eficaz aliado para “alimentar” nuestro tiempo de ocio. La sociedad actual genera, cada vez más en la actividad de los seres humanos, parcelas temporales libres de obligaciones laborales o ajenas al sueño diario para la recuperación orgánica. Ese tiempo libre suele aparece durante los fines de semana, en los períodos vacacionales, en la etapa de jubilación o también entre los numerosos huecos del día. Parece indiscutible que la mejor forma de llenar esa libertad para hacer lo que se desee, que amplía su importancia actual en nuestros horarios, es cultivando alguna o varias aficiones. De esta lúdica forma podemos encontrar esa distracción necesaria que anhelamos, evitando la apatía y el aburrimiento, sintiéndonos por el contrario más felices y realizados en nuestro equilibrio.

Bien es verdad que algunos pueden aplicar a esa afición, que paralelamente les enriquece y condiciona, una dedicación exagerada, obsesiva, absorbiendo en exceso nuestras energías y provocando un desequilibrio enfermizo que resulte perjudicial para nuestra salud. Por eso, como en tantas y tantas oportunidades de la vida, el punto medio es el más aconsejable, prudente y sensato, en todos nuestros hábitos y costumbres. Sin embargo, a pesar de este riesgo, que deriva de una inadecuada práctica en la afición elegida, aún es más grave y desalentadora la imagen de aquellas personas que manifiestan la carencia de alguna afición que compense el ocio del que disponen. Sin duda, esas vidas sin motivaciones o ilusiones deben ser bastante tristes, aburridas y ausentes de la innegociable tensión anímica que debe sustentar el comportamiento de todos los humanos.

Si nos preguntáramos cuántas aficiones se pueden encontrar en el mundo, la respuesta no podría ser otra que “infinitas”, aunque naturalmente todos conocemos algunas más famosas o importantes que otras, al ser cultivadas por un mayor números de personas. En el momento de adjetivarlas, encontramos un largo listado de modalidades: deportivas, viajeras, artísticas, artesanas, coleccionistas, cinematográficas, científicas, literarias, musicales, teatrales, religiosas, culinarias, jardineras, informáticas, fotográficas, narrativas, pictóricas, etc. Otra realidad es que no hay edad para las aficiones. Niños, jóvenes, adultos o mayores pueden aplicar aficiones a sus existencias, aunque habrá algunas que sean más específicas o aconsejables que otras, según la fecha de nacimiento de cada cual. Lo importante para su positiva integración en nuestros horarios de ocio es la aplicación de ilusión y constancia, en el día a día.

Y ya en este punto, vamos a centrarnos en el protagonista de una interesante historia. Como es previsible en este contexto, el personaje cultivaba con cierta pasión una de esas aficiones que tanto nos enriquecen y deleitan, al paso de las horas y las estaciones del almanaque. En su temporalización hay que “viajar” a comienzos de los años 70, correspondiente a la centuria precedente. Natalio Trencilla Vidalia, durante su infancia y adolescencia no había destacado en sus deberes escolares. De  modo que, a los catorce años de edad su padre, de nombre Erundino (un honrado y eficiente profesional de la fontanería) conociendo la escasa afición de su único hijo por seguir el oficio que había y seguía proporcionado el sostenimiento de este modesto pero sosegado hogar, sabiendo además del interés que por el contrario siempre había mostrado el chico por los coches y los vehículos a motor, decidió ponerlo a trabajar. “Nato, te voy a “colocar” en un taller de recauchutados y venta de neumáticos, tanto para automóviles como también para motos y bicicletas. Ya tienes edad para aprender un oficio de provecho. Es una empresa solvente propiedad de un buen amigo, Amaro, al que conozco desde los tiempos del servicio militar, etapa que ambos compartimos en el campamento almeriense de Viator”. 
 
No se equivocaba don Erundino, pues conocía bien a su vástago y acertó plenamente con la tecla elegida. Natalio se sentía a gusto trabajando en un importante entorno vinculado a los coches, motos y bicicletas, como es la buena rodadura de todos esos vehículos. Pasaron los años y su vinculación laboral como obrero dependiente supo transformarla en propietario único del negocio. Lo hizo con los ahorros acumulados y con la suerte de un décimo de lotería que el destino quiso premiarle. Así pudo pagar el traspaso del negocio que bien conocía, cuando su jefe Amaro decidió jubilarse como autónomo a causa de un molesto y severo problema vertebral en la espalda. Conociendo el interés comercial de su responsable y esforzado trabajador, le puso un precio verdaderamente testimonial para la adquisición de ese amplio local donde estaba instalado el taller, del que había sido propietario hasta el momento de su traspaso. Natalio se comprometió, en la escritura notarial de compra venta, a pagar también, durante diez años, una modesta renta mensual a su antiguo jefe, cantidad que sumada a su pensión como jubilado por enfermedad permitiría al antiguo empresario vivir dignamente.

La familia de Natalio estaba integrada por tres miembros más. Éstos eran Casilda, su mujer, una señora siempre bastante crítica con casi todo lo que hacía su marido y Luz y Benigna, las dos hijas del matrimonio, quienes en esos años iniciales de la década del 70 estaban cursando los estudios de bachillerato. El cabeza familiar, desde el tiempo de su juventud, se había aficionado a practicar el coleccionismo de sellos de correo utilizados para el franqueo de la correspondencia. Le gustaba contemplar los dibujos impresos en esas pequeñas estampillas engomadas, las cuales podían ser despejadas con habilidad desde los sobres donde estaban colocadas y posteriormente proceder a su ordenación en hojas, clasificándolas por épocas o años, por países en donde los sellos habían sido impresos y también por los motivos gráficos que estaban dibujados en los anversos de estos franqueos.

¿Cómo había ido formando e incrementando, en el tiempo libre para el ocio, su cada vez más densa colección? En el popular  barrio donde residía y tenía el taller de recauchutados había abundantes establecimientos y oficinas (gestorías, agencias de viajes, tiendas de electrodomésticos, etc.) en donde por amistad y conocimiento le guardaban los sobres de la correspondencia recibida, con los sellos correspondientes. Muchos de sus propios clientes, que acudían a reparar o sustituir los neumáticos de sus vehículos, conociendo la afición de Natalio por los sellos, le llevaban por amistad muchos de los mismos ya recortados de los sobres en donde habían sido utilizados con el “matasello” oficial.  Algunos domingos solía también acudir a un mercadillo en el que además de la venta de frutas, hortalizas, herramientas, ropa, libros y objetos para la casa,  había tenderetes donde se comerciaba e intercambiaban sellos de correos. Allí encontraba bolsas de 100, 300 y 500 estampillas, a buen precio, que tras su compra el coleccionista analizaba y clasificaba en casa, distrayéndose y alegrándose por encontrar algunos sellos curiosos entre una muy abundante “morralla” de escaso valor. Pasaba las tardes de los sábados y los domingos desengomándolos de los sobres y papeles en donde habían sido pegados, limpiándolos, organizándolos en unas hojas que tenía preparadas y que guardaba a modo de álbumes, cada vez más voluminosos. Para ello se ayudaba de catálogos que también había comprado en las filatelias y establecimientos de libros de segunda mano. Los comentarios de Casilda, su mujer, no tenían desperdicio, entre las risas desenfadadas de las dos hijas adolescentes, cuando escuchaban las argumentaciones de su madre ante un padre concentrado en su afición que parecía no hacerle el menor caso a la airada cónyuge.

“¿Otra vez estás con tus sellos? Hay que tener ganas de matar el tiempo en esa cosa tan aburrida, que también te saca los buenos cuartos. Pues yo sé que además de los sobres que te dan, te pasas por las filatelias y te dejas buenas pesetas en comprar nuevas estampitas que no sirven para nada útil.  Más valía que utilizaras el tiempo que gastas en esas chochadas arreglándome en cambio las losetas rotas de la cocina y las del cuarto de baño que se mueven más que unos pipiolos en la discoteca. Te dije, hace ya tres semanas ,que el cierre de la puerta del armario no cierra bien y parece que te entró por un oído y te salió por el otro. ¡Vaya cruz que me ha tocado con este hombre que solo sabe gastar el tiempo en inutilidades! Y que podríamos decir del trastero que tenemos en el sótano del bloque. El otro día intenté entrar para buscar una garrafa que teníamos para guardar el aceite, y cuando moví dos cajas se me cayeron encima una cantidad de cosas viejas que tienes allí guardadas, dios sabe para qué. A ti todo lo que sea coleccionar te flipa, aunque no sirvan para nada. Y no me hables del día de mañana, que con tanto repetirte pareces un disco rallado. Madre mía, ¡Que cruz de hombre me ha tocado!”.

Paralelamente a estas “dulces” palabras, henchidas de comprensión y cálido afecto, Natalio seguía a lo suyo, con su gran lupa, bote de disolvente limpiador, pequeñas tijeras y tres tipos de pinzas, material “auxiliar” preparado al efecto para ser utilizados en el montaje de una nueva hoja, ahora de sellos curiosos editados en países africanos. Ya estaba bien habituado a las “sermoneras” que le dedicaba la señora de la casa que, desde luego hacían poca mella en su voluntad para seguir practicando su atractiva afición por el coleccionismo filatélico.

Pero como tantas veces ocurre, con los caprichos inexplicados del destino, llegaron a la vida de este buen profesional aires de infortunio, que lastraron con sus adversas circunstancias su no consolidado equilibrio económico. Todo se originó cuando en un solar próximo a su taller laboral se construyó un gran centro comercial, con muchos metros cuadrados disponibles, para los componentes del automóvil. Curiosamente el nombre de este espectacular establecimiento, con sus talleres correspondientes para la reparación y la aplicación de componentes, fue el de Automovilandia. La competencia en este sector profesional era muy dura para la expectativas laborales del taller propiedad de Natalio.

En ocasiones, los agobios nunca vienen solos. En su taller, instalado en unos bajos de un edificio con muchos años desde su construcción, comenzaron a fluir unas aguas fecales, cuyo problemático origen no estaba bien localizado, en palabras de varios albañiles que vinieron a estudiar el problema. Había que levantar gran parte del suelo y canalizar bajantes e impermeabilizar los muros de contención. El seguro del local comenzó a echar “balones fuera” y sólo accedía a financiar una parte de la cuantiosa inversión que era necesario aplicar para el coste de la obra. Y otro asunto que tensaba todavía más la cuerda económica familiar era el pago de las inminentes matrículas universitarias de Luz y Benigna, que ya comenzaban sus estudios en el campus de la tercera enseñanza.

Toda esta agobiante situación había sumido en un estado anímicamente depresivo, al bueno de Natalio. Los bancos no le cerraban las puertas con sus créditos, pero lo hacían a cambio de un elevado interés, sumamente gravoso para la estabilidad económica empresarial y familiar. ¿Qué hacer entonces? La posible solución a estos problemas provino del único empleado que aún permanecía en el taller, llamado Eufrasio, prácticamente de la misma edad que su jefe, con el que Natalio tenía una gran amistad, debido a sus ya largos años de vinculación laboral. Conociendo la situación que atravesaba el negocio en donde prestaba sus servicios, con retrasos en la nómina ya de un mes y medio y viendo la situación de agobio familiar que hacía peligrar la viabilidad de los recauchutados, una mañana de viernes aportó al empresario una interesante y sugerente idea.

“Nato, sé y entiendo tu preocupación por esta mala racha. He estado pensado en dos posibles soluciones, cada una de ellas con sus ventajas y dificultades para llevarlas a efecto. Una de ellas, parece que la más lógica, sería intentar negociar con Automovilandia, a fin de vincularte de alguna forma a su poderío financiero y que nos facilitaran algún trabajo del que parece les sobra. Es evidente que cada día se les acumulan más y más clientes, pues pueden ofertar precios más bajos que nosotros. Entonces nosotros podríamos funcionar como asociados o vinculados a su grupo (creo que incluso tienen inversores extranjeros y funcionan con filiales en muchas provincias).

Otra posibilidad, que no excluye a la primera que te he dado, es tu colección de álbumes filatélicos. No me cabe duda que has de tener sellos importantes, ejemplares de cierto valor en el mercado de los coleccionistas, que los podrías vender y ayudarte un poco con ese oxígeno económico que necesitas con urgencia. Mira, yo tengo un primo al que le llamamos Tiago, que se gana la vida con eso de los sellos y las monedas antiguas. Tiene un pequeña negocio que le va bien y con el que mantiene a su familia. Yo le puedo pedir el favor de que eche una ojeada a los álbumes que tu elijas de tu copiosa colección, para que analice si hay algún material que destaca por su valor para una posible transacción. Es buena persona y puedo asegurar que no te va a engañar.”

Las dos sugerencias eran interesantes, por los que Natalio no se cerró a su estudio o posible aplicación. Tras darles vueltas al asunto durante ese fin de semana, solicitó una entrevista con el director de Automovilandia, Mr. Carter, que le recibió con proverbial amabilidad y a quien expuso sus sugerencias de posible colaboración en una actividad que ambos negocios compartían. En principio lo único que ofertaba el ejecutivo de origen británico era el cierre del taller de Natalio, a cambio de una indemnización y “vagas” promesas de trabajo en un futuro. De todas formas se comprometió a seguir estudiando el caso y consultar con sus superiores de la unidad central empresarial.  

Posteriormente, jefe y subordinado fueron a visitar a Tiago, que quedó encargado de revisar los cinco espléndidos y densos álbumes que Natalio le puso sobre la mesa. Era consciente de que a lo largo de los años de paciente coleccionismo, había conseguido algunos sellos que en los catálogos que usaba marcaban un cierto valor de mercado. Pero era lógico conocer la opinión de un experto en la materia, antes de tomar cualquier decisión al respecto. No se equivocaba pues, sin haber transcurrido ni cuarenta y ocho horas, de la visita al establecimiento filatélico, su propietario le llamó, rogándole pasara a visitarle porque tenía buenas noticias que ofrecerle.

El experto filatélico le comunicó que entre los sellos publicados en España, había uno de 1852, que correspondía al reinado de Isabel II, dos años después del establecimiento del franqueo para las cartas. De esa estampilla con la efigie de perfil de la reina, madre de Alfonso XII, se conservaban muy pocas en el mercado de los sellos de correos, por lo que su valor podría alcanzar un muy elevado número de pesetas. Con sus conocimientos y relaciones, podía encontrar un buen comprador, en el mercado del coleccionismo. Si Natalio lo autorizaba, iniciaría las gestiones sin dilación. Le aclaraba que, en estos casos él solía cobrar un 20 % del precio final de la transacción (coste más o menos oficial dentro del mercado) pero que al tratarse de un importante amigo de su primo, en situación de necesidad empresarial, rebajaría sus emolumentos a sólo un 15 %. Dada la premura, impuesta por las adversas circunstancias que atravesaba, el agobiado empresario aceptó las condiciones del filatélico, expresándole incluso su agradecimiento por la franca generosidad del profesional.

En un par de semanas, el preciado ejemplar filatélico estaba vendido a un afanado coleccionista galés, con vínculos familiares en España, propietario en su país de una destilería  de licores de elevada graduación alcohólica.  Al cambio, pagó por el sello 70.000 pesetas de la época, de las cuales Natalio recibió con gran júbilo 59.500. Con ese capital pudo eliminar los problemas de filtraciones de su local, modernizarlo y adaptarlo para diversificar en parte su trabajo de los neumáticos, tras acuerdo con Mr Carter, representante de la multinacional Automovilandia. A partir de ese acuerdo, Recauchutados Trencilla, se convertía en una empresa vinculada al grupo de la multinacional, centrada en la tapicería para el automóvil y en la instalación de equipos de sonidos para los vehículos (además de seguir arreglando los neumáticos, trabajos cedidos por la empresa “madre”. Por una vez, la puntillosa y agriada Casilda tuvo que guardar silencio, ante la buena gestión que había realizado su controvertido marido, salvando un negocio que hacía agua por todas partes y que peligraba “irse a pique” en el mar tempestuoso de los fracasos.  Y todo gracias a la afición por el coleccionismo de sellos, que no sólo distraen a sus seguidores sino que en determinados momentos pueden ser eficaces colaboradores para afrontar tiempos inciertos.

Unos días después de la gratificante transacción con el galés, dos personas se reunieron en una cafetería de la Gran Vía, para completar un asunto pendiente. “El precio de la venta del sello fue de 80.000 pesetas, como ya te aclaré, pero yo simulé una documentación paralela que tu jefe aceptó sin la menor duda. Como ya habíamos acordado, con respecto a ese dinero extra, te entrego el 50%. Aquí tienes en este sobre 5.000 pesetas, que te vendrán muy bien por tu hábil gestión”. Eufrasio abandonó el local la mar de contento, con el buen pellizco que había cobrado con tan solo poner en contacto a Natalio con Tiago. Pero el muy ufano intermediario, nunca conocería que Mr. Carter en realidad había pagado 85.000 pesetas, por la tan curiosa estampilla.-


AFICIONES COMPENSATORIAS, PARA ALUMBRAR TIEMPOS INCIERTOS



José Luis Casado Toro
Antiguo Profesor del I.E.S. Ntra. Sra. de la Victoria. Málaga
04 Septiembre 2020
Dirección electrónica: jlcasadot@yahoo.es           


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