sábado, 4 de julio de 2020

EN EL JUICIOSO CAMINO DE LA VERDAD.

Existen realidades, hábitos y comportamientos, paralelos y opuestos, que interactúan de manera continua en la vida de las personas. Ese paralelismo antagónico hacen que se revistan con dos etiquetas o atuendos contrapuestos, de valores y defectos, para su calificación ética: la verdad es universalmente aceptada con una cualificación positiva, admirada y merecedora de aplauso. Su antítesis, la mentira, es por el contrario considerada como defecto, con una calificación negativa, crítica y de rechazo. Ambos recursos en nuestras respuestas cotidianas son repetidamente usados, incluso por las mismas personas, según los momentos, las necesidades y las circunstancias en que nos vemos inmersos. También solemos aplicarlos en diferente porcentaje, según sea nuestro carácter, mentalidad y moralidad. Hay personas que se esfuerzan en mantener y decir casi siempre la verdad, mientras que otros hacen lo propio falseando y mintiendo casi de manera continua.

A pesar de la valoración negativa que conlleva la acción de mentir, todos caemos en ese defecto o recurso, sea cual sea nuestra condición o circunstancia. Lo practica el político, para tergiversar la realidad y ganar un puñado de votos. Lo  hace el periodista, cuando no refleja la verdad de los hechos. Lo aplica el presunto delincuente, ante la policía o ante el tribunal que lo juzga. El niño se resguarda en la falsedad ante sus padres, cuando ha cometido una travesura. También el publicista, que manipula la información para favorecer la venta de un  determinado producto. De igual manera lo hace el comerciante, a fin de incrementar sus resultados comerciales. Lo practica el vecino, cuando con maldad quiere perjudicar a otro propietario del inmueble. Y así una larga lista de infractores para con la verdad. Incluso hay religiones que, entre sus preceptos, condenan el uso de la mentira, cual es el caso de la comunidad católica con el quinto mandamiento. Pero al final llegamos a la conclusión de que mientras haya vida, habrá verdad y falsedad.

La suerte y la desgracia son dos circunstancias que se dosifican, temporalmente, en la vida de los seres humanos. La alegría y el alborozo de la primera contrasta con la tristeza y la desesperación de la segunda, de manera especial cuando los porcentaje respectivos se intensifican decisivamente a favor de una u otra realidad en las personas. Algo parecido fue lo que le sucedió a Rosendo Eslavia, responsable padre de familia  y trabajador ejemplar en una empresa que comercializaba e instalaba todo tipo de toldos, mamparas y cerramientos, tanto a clientes particulares como a instalaciones oficiales y a diversos establecimientos turísticos. A este buen hombre, en un relativamente breve marco temporal, comenzaron a sobrevenirle unas experiencias desafortunadas que pusieron en tela de juicio su resistencia y capacidad para afrontar y superar tan incómodas y desdichadas influencias, todas ellas nucleadas bajo el carácter de la mentira y la falta dolosa de verdad.

Había comenzado a trabajar en la empresa de toldos Protecciones y Cubiertas, con tan sólo 23 años de edad. Allí se fue labrando un merecido prestigio de obrero responsable y entregado felizmente a su labor, no solo entre sus compañeros de trabajo sino también por parte del propietario empresarial don Hermenegildo. Pero al paso de los añosa, este “capitán del navío” debido a su prolongada edad decidió ceder el timón del mando a sus dos hijos, Tobías y Saúl, dos jóvenes malcriados y disolutos en su comportamiento cotidiano. En muy pocos años, los gastos incontrolados de ambos para sus caprichos y ambiciones particulares y su falta de vocación y de gestión directiva acabaron por ir descapitalizando la empresa, que fue entrando en números rojos contables, cierre de las cinco filiales que tenía repartidas por Andalucía, suspensión de pagos y quiebra técnica. A pesar de que los trabajadores pidieron explicaciones en diversas oportunidades, e incluso accedieron al padre de los actuales gestores, quien desde su retiro no podía dar crédito a lo que estos operarios le informaban, los dos jefes se escudaban en la habilidosa y delictiva falsedad contable y unas promesas infundadas y carentes de verdad, con las que sólo pretendían ganar tiempo y no acabar en manos de la justicia. A sus cuarenta y nueve años de vida, Rosendo, junto a otros dieciséis compañeros de trabajo se vieron en el muy ingrato drama laboral y familiar del despido laboral.

En el contexto de este duro golpe, sobrevino otro grave asunto en la vida de Rosendo, generado en el seno de su propia unidad familiar. En realidad el problema de la infidelidad conyugal de su mujer Adelaida venía actuando desde hacía algún tiempo, sin que él tuviera conocimiento alguno de este infiel comportamiento. Esta señora había estudiado durante sus años juveniles solfeo y piano,  en el Conservatorio oficial de la ciudad. Aunque no había practicado función laboral alguna fuera del hogar, estaba vinculada con un grupo coral “Voces del Mar”, que ensayaba y actuaba en distintos eventos liricos y corales, dentro y fuera de la capital malagueña. Las relaciones afectivas que mantenía con el director de la agrupación musical, Esteban, al principio mantenidas en riguroso secreto, poco a poco fueron siendo conocidas y comentadas entre los integrantes del colectivo coral. Por cierto Esteban y Rosendo cultivaban una antigua amistad, pues ambos además eran miembros de una sociedad deportiva que practicaba el golf, durante algunos fines de semana. Precisamente cuando ya se encontraba en situación de despedido ante su empresa en quiebra, comenzó a recibir algunos mensajes en los que, de manera anónima. le denunciaban la realidad de que estaba siendo “engañado” por su esposa. Adelaida en principio negó todos los hechos, pero en las semanas siguientes asumió algún comportamiento inadecuado con Esteban, justificándolo en razón de una debilidad o juego infantil sin mayores “pretensiones”. Prometió rectificar, ante la confusión anímica que embargaba a Rosendo, en su precaria situación laboral. Pero entre ambos cónyuges ya nada volvió a ser como antes.

Un inesperado tercer vértice angular, en ese polígono de los tiempos infortunados, fue protagonizado por su hijo mayor Lucas, a quien le estaba pagando la carrera de medicina que cursaba en la provincia de Salamanca (Rosendo era natural de esa monumental ciudad castellana, manteniendo en ese entorno territorial algunos vínculos familiares que propiciaron que el joven, a pesar de su “precario” expediente, tuviera acceso a ese distrito universitario. Cursaba “oficialmente” el primer curso de la carrera doctoral, pero en realidad pasaba la mayor parte del tiempo inmerso en su verdadera vocación: la práctica teatral. A todos sus familiares engañaba, pues cuando decía ir a las aulas universitarias, en realidad acudía a la sede de un grupo experimental, en la que pronto se “lió” con una actriz, quince años mayor que el controvertido joven. Las horas de práctica en las tablas del escenario y los desahogos amorosos en las frías noches salmantinas dejaban escaso tiempo para intentar al menos leer los apuntes que compraba en el sindicato de estudiantes, ya que su presencia en el Campus claustral era más bien excepcional. Cuando llegaron los exámenes de junio, los resultados académicos fueron bastante uniformes: suspensos y no presentados. Un hábil compañero en el majeo informático le “construyó” una papeleta de notas, en la que los retoques aliviaban la realidad de un año perdido para la carrera de futuro galeno. Cuando Rosendo tuvo en sus manos las calificaciones de su hijo mayor , fue comprensivo y le animó a que en septiembre recuperara esas dos materias que, en el engaño, únicamente le habían quedado por superar.

Faltaba otro ángulo poligonal más, en las desdichas para el engaño de Rosendo. Conocía a don Remigio desde hacía años. Este persuasivo y convincente director de sucursal bancaria, le había convencido para que invirtiera prácticamente todos sus ahorros en la compra de unos fondos de inversión “garantizados” que tenían unos incentivos en cuanto a interés bastante interesantes.

“Rosendo, es una posibilidad que tengo reservada sólo para clientes selectos y especialmente a los amigos de toda la vida. Te vas a ganar un interés inusual en el mercado bancario. Son unos bonos especiales que, si no los tocas en siete años, pueden llegar al 6,5% de interés sobre el capital. Esta oportunidad no va a volver a pasar por tu puerta. Sé inteligente y valiente. Los frutos de la recompensa los vas a disfrutar en su momento. Puedes confiar en mí”.

Transcurrido el septenio correspondiente, Rosendo se pasó por la oficina, para consultar a don Remigio. En realidad lo que había hecho, bajo la endulzada mentira, era invertir en un fondo de buitres, dentro del mercado ruso, vinculado al mercado de armas, cuyo riesgo eran bastante elevado según la situación geopolítica mundial. Fue un verdadero batacazo económico, precisamente en una época de indigencia a consecuencia del despido laboral. Sintiéndose cruel e irresponsablemente engañado, sólo pudo recuperar una tercera parte del capital invertido, esos 45.000 euros ahorrados pacientemente con el trabajo de años. Don Remigio echaba “balones fuera”, por su falta de claridad y sensatez en el consejo inversor al “buen cliente y amigo”.

Pero los vientos de la suerte, en su aleatorio y caprichoso desplazamiento eólico, suelen en ocasiones cambiar de ruta y soplar a favor de algunas personas que, hasta ese momento, han estado desprovisto de la brisa  esperanzadora que tanto y bien conforta. Aunque no jugaba regularmente cada semana, en ocasiones Rosendo gustaba echar, de vez en cuando, una quiniela  “Primitiva” por si la “flauta sonara”. En todo caso, era un simple entretenimiento de modesto coste. Aquel viernes de agosto fue para el desafortunado personaje un día de inmensa alegría para lo económico, pues había tenido cinco aciertos, en los números de la suerte. Como aquel día era un sorteo con bote, la cantidad que tocó a los escasos y afortunados acertantes superaban los 135.000 euros. En principio no comentó a nadie esa inyección de capital que había ganado, pues quería pensar con el necesario sosiego el mejor partido que podría obtener con una buena administración.

Depositado el boleto ganador en otra entidad financiera, diferente que la regida por don Remigio, pudo negociar sin dificultad un préstamo bancario a fin de comprar dos bajos espaciosos, que habían funcionado como almacén de un antiguo supermercado ubicado en su barrio. Tras una conveniente reforma, esos locales se convirtieron en la sede de una nueva pequeña empresa de toldos y cerramientos que Rosendo siempre tuvo ilusión en organizar.

De inmediato contactó con dos de sus antiguos compañeros de trabajo en la empresa ya cerrada, caracterizados por su responsabilidad en las obligaciones, ofreciéndoles que trabajaran junto a él como contratados. Los tres profesionales conocían muy bien el oficio y podían contar con una cartera de clientes que oxigenaría de inmediato los primeros pedidos. En estas decisiones quiso implicar a miembros de su familia.  Como ya había descubierto la realidad estudiantil  de su tracalero hijo Lucas, le dijo a éste que el grifo del dinero de papá se había cerrado. Le ofrecía trabajo en su nueva empresa, en la que no tendría favoritismo de trato alguno.  El hijo “actor” se encargaría de llevar los portes de material en una furgoneta que había adquirido de segunda mano. Y si el joven quería seguir estudiando, ahora de verdad, pues tendría que sacar horas al sueño para ampliar sus estudios abandonados.

Aunque llevaba meses separado de su mujer, tuvo el noble gesto de contactar con Adelaida para ofrecerle un puesto de telefonista en la empresa, a fin de que atendiera las consultas y los encargos de trabajo efectuados por los clientes. Sin embargo la buena señora no quiso aceptar esta posibilidad laboral, pues vivía bastante bien con la asignación mensual que su ex marido puntualmente le pasaba. Entonces decidió que de esta función recepcionista se encargaría también Lucas, mientras los tres compañeros estaban trabajando en el montaje de los encargos correspondientes, en los pisos particulares y en los establecimientos e instituciones públicas.

La empresa de este nuevo emprendedor fue titulada con el nombre de Toldesol  y pronto se hizo con un buen puesto en el mercado, debido a los atractivos precios que ofrecía a los clientes y la seriedad y garantía en la labor profesional que tan eficazmente desarrollaba. Tal es así que uno de los dos hermanos propietarios de la antigua Protecciones y Cubiertas, Tobías, tragándose su orgullo y mala conciencia, vino precisamente a pedirle horas de trabajo a fin de conseguir ganar un sueldo con el que poder subsistir. Rosendo fue hasta cierto punto generoso con su antiguo jefe, pues aunque no le puso en nómina de inmediato, periódicamente le encargaba colaboración laboral, cuando la demanda de pedidos así lo aconsejaba.

En la vida de Rosendo Eslavia, el defecto o la debilidad en el uso de la mentira había tenido un doloroso protagonismo, ya que lo había tenido que soportar y sufrir en varias de sus muchas modalidades. Por ello no es de extrañar que, en la actualidad, toda persona que entra en su despacho ve colgado en la pared frontal que tiene ante sí, por detrás de la mesa del empresario, un gran mosaico de cerámica esmaltada. En el mismo se ve la representación de un bello paisaje con flores que rodea a una frase emblemática cuyo breve texto dice así: LA VERDAD NOS HARÁ LIBRES Y MÁS FELICES.  Muchos clientes se preguntan el sentido de esta elemental y positiva frase, en un negocios de toldos y cerramientos. Para su aclaración, bueno sería que leyeran los párrafos previos de esta humana y sencilla historia.-

EN EL JUICIOSO CAMINO
DE LA VERDAD


José Luis Casado Toro
Antiguo Profesor del I.E.S. Ntra. Sra. de la Victoria. Málaga
03 Julio 2020

Dirección electrónica: jlcasadot@yahoo.es           

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