viernes, 31 de enero de 2020

LA MISTERIOSA NUBE DE LOS MENSAJES PERDIDOS.


Entre los numerosos interrogantes que fluyen cada uno de los días, en el ámbito de nuestro interés o motivación, hay un elevado porcentaje para los que no es fácil hallar una convincente respuesta. Por más esfuerzo que apliquemos para completar la explicación de nuestras preguntas, no encontramos una solución aceptable que sacie ese deseo de conocer el por qué o la razón de esas dudas que tenemos en mente. Esta frustración para la necesidad de conocimiento no sólo afecta a las grandes y trascendentes cuestiones sobre la vida, la ciencia y la naturaleza, sino que también se genera sobre asuntos más nimios, próximos o coloquiales que también despiertan el interés.

¿Y qué hacer cuando no encontramos facilidad e inmediatez para una respuesta que nos convenza?  En ese caso emprendemos una peculiar “investigación” que puede durar más o menos tiempo, según sea la constancia, motivación o necesidad que apliquemos a su búsqueda. Solemos para ello echar mano a muy variados recursos, con el legítimo y plausible ánimo de hallar luz para esa oscuridad que tanto desconcierta y confunde. En otras épocas se acudía con prontitud a la enciclopedia que teníamos en casa, normalmente editada por la editorial Espasa Calpe. Si la enciclopedia de nuestro hogar no ofrecía la respuesta que buscábamos, nos desplazábamos a una biblioteca pública municipal, universitaria o privada, pues allí estaba a disposición del gran público (también hoy) la magna enciclopedia Espasa Calpe, aquélla que superaba el centenar de gruesos volúmenes. Pero estas obras monumentales del saber (Espasa, Larousse o Sopena, entre las más importantes) han quedado un tanto desfasadas, en la actualidad, ante la irrupción del fenómeno Internet en nuestras vidas. En cada ordenador personal tenemos disponible ese insustituible servidor o buscador de información, Google (algunos lo denominan la nueva divinidad) el cual, con sólo teclear unas pocas palabras nos responde, en décimas de segundos, con decenas y decenas de páginas webs, en las cuales encontraremos un copioso material, apto para conocer, desbrozar, buscar o resumir. La mítica y famosa Enciclopedia Británica tiene poco que hacer hoy día, ante la magnitud de caminos que nos permite este inmenso y versátil buscador de información.

Además de la “navegación” informática por la gran “red de redes” que significa Internet, las personas suelen también pedir ayuda aclaratoria a esos amigos cultos, que entienden casi de todo para la satisfacción. En ocasiones se plantea una consulta, epistolar con franqueo o mediante el correo electrónico, a determinadas autoridades en las variadas disciplinas de la ciencia y la cultura, a través de las cuales se puede recibir respuestas que iluminen nuestros puntuales interrogantes y tinieblas. En el caso de las grandes dudas irresolutas, debido a su extrema complejidad o desconocimiento, siempre nos queda el bíblico terreno de la fe religiosa, para aceptar algo que nuestra inteligencia humana difícilmente puede comprender, por su dificultad o nivel críptico. Y también, por supuesto, la imaginación, siempre fiel aliada para conformar, con mayor o menor verosimilitud, esa “creativa explicación” que nos conforma o sosiega, por sorprendente o increíble que parezca. El mundo de la cinematografía o el de la literatura hacen verdaderos “milagros” para la creatividad explicativa de los más complicados fenómenos o dudas, que la humanidad quiera o pueda plantearse.

Uno de estos asuntos que en más de alguna ocasión nos hace dar “vueltas a la cabeza”, en la generación de interrogantes, es el de los e-mails o correos electrónicos. El problema se plantea cuando envías, con más o menos regularidad, mensajes a una determinada dirección o direcciones, durante un amplio período de tiempo.  Por las razones que fueren, no recibes en muchos de los casos respuesta o acuse de recibo de estos archivos, aunque tampoco te son devueltos por el servidor de correo, por lo que deduces que han llegado perfectamente a su destino. Utilizas la prestación de CCO o copia oculta, aplicando un amplio listado de direcciones que tienes en tu agenda. Mediante este sistema el mensaje viaja a múltiples ordenadores, aunque ninguno de sus propietarios puede conocer qué otras personas han recibido ese mismo mensaje. Al paso del tiempo, un día llega a tu conocimiento que algún determinado destinatario ha modificado (por las razones que sean) su dirección electrónica, sin habértelo hecho conocer, aunque la antigua dirección sigue acumulando correos, contenidos que su propietario obviamente no leerá, a menos de que tenga la prudencia de abrir con variable frecuencia ese antiguo servidor que no ha querido o podido anular o suprimir.. En consecuencia la antigua dirección electrónica, en desuso o abandonada, continúa acumulando esos mensajes que tu sigues enviando con manifiesta o aleatoria regularidad y que nadie leerá o responderá. Es como una pequeña o gran nube de envíos o “paquetes” sin abrir, que puede sumarse a otras centenares o miles de nubes, conjunto gigantesco de mensajes secretos y perdidos en un etéreo espacio imposible de medir o cuantificar. Esa universal nube de mensajes perdidos, continuará “sobrevolando” por esa atmósfera invisible o etérea de las comunicaciones, engrosando su volumen día tras día para la inutilidad más inexplicable o absurda.
   
Es preciso comentar otra modalidad de esos contenidos que viajan a la “nada”. Esta situación tiene lugar cuando mantienes la comunicación informática con una persona de tu listado de direcciones, pero sin haber tenido conocimiento sobre la luctuosa noticia de que tu destinatario ha dejado de existir, en ocasiones desde hace ya algunos meses. Sus allegados y descendientes no han dado aviso, a los remitentes de los e-mails enviados, de que su familiar ha fallecido, por lo que todos esos mensajes (algunos pueden contener información importante) siguen acumulándose inútilmente en el correo de esta persona que ya no está física y vitalmente entre nosotros. 

La historia de Darío Vences Hermosilla se inserta perfectamente en los parámetros, sociales y psicológicos, de estos contactos o comunicaciones fallidas.  Tras haber superado los cursos de la E.S.O. con un expediente escolar en el que no aparecen brillantes calificaciones, este hijo único de una familia desestructurada (la dependencia del alcohol que sufría su padre, propietario de un modesto comercio del “todo a menos de tres euros” hizo imposible la estabilidad familiar) tuvo el acierto de realizar, esta vez con aprovechamiento, un ciclo formativo de administración y actividades turísticas. La versátil titulación permitió a Darío (persona de carácter tímida e introvertida) comenzar a trabajar (aún no había cumplido los veintitrés años de edad) en una cadena hotelera, de reciente expansión en el sector, como auxiliar recepcionista en el staff o equipo laboral. Su carácter inicialmente apocado lo fue paulatinamente modificando con el trato cotidiano a los clientes y compañeros de empresa, siendo valorada su dedicación y seriedad en el trabajo por los encargados del personal.

Este profesional llevaba siete años ininterrumpidos trabajando en el Hotel Itaca de la Costa del Sol malacitana, cuando un día  se entregó con acierto en la ayuda a una cliente del hotel, que venía a pasar unas vacaciones al final del verano, procedente de la histórica villa castellana de Medina del Campo. Ainhoa Cercedilla, estudiante de traducción e interpretación en la universidad castellana de Valladolid y huésped del establecimiento turístico, tuvo graves problemas con la pérdida del equipaje a su llegada a Málaga. Se veía impedida de disponer, como consecuencia, de su ropa, zapatos, documentos personales y tarjetas de crédito e incluso su portátil y el tablet. La impericia viajera de esta joven, sumada a la densificación viajera en las fechas clave de trasiego veraniego, provocó que a su llegada al aeropuerto se encontrara prácticamente sólo con lo puesto sobre su cuerpo.  Gracias a Darío, los dos días completos que transcurrieron hasta que el equipaje apareció (curiosamente en el aeropuerto turco de Capadocia) Ainhoa pudo solventar básicamente su estancia en el hotel, recibiendo la comprensión psicológica y ayuda material del tan eficaz operario, episodio que abrió una vía de íntima amistad entre las dos personas. Los catorce días de residencia y la relación telefónica e informática posterior que mantuvieron, generó una intensa vinculación afectiva entre ambos jóvenes  que duró hasta fechas posteriores a las fiestas de Navidad y Año nuevo.

El ilusionado noviazgo entre Ainhoa y Darío, desarrollado sobre la distancia peninsular de muchos kilómetros, se fracturó inesperadamente cuando un escueto y drástico correo electrónico, procedente de Valladolid, generó una profunda desazón en el ejemplar recepcionista, que veía truncada sus esperanzas de seguir vinculado en el amor con la chica castellana de sus sueños. Habían tenido ocho meses de relación y Ainhoa se despedía ahora de él, matizándole que ambos podrían mantener la amistad, pero que el compromiso afectivo se había modificado por su parte. La chica rompía el vínculo  tras analizar y reflexionar, durante unas semanas, la realidad sentimental que había mantenido con el recepcionista hasta ese momento. Pero la joven vallisoletana no estaba diciendo toda la verdad. Ocultaba que había una tercera persona entre ellos, con la que ella se había encandilado apenas hacía un mes. Se trataba de un atlético e decidido y apuesto ciudadano británico, llamado Richard Clayron, con residencia en Londres y piloto de pruebas con tecnología avanzada, vinculado a una marca señera en las innovaciones automovilísticas. El inglés, que había enamorado profundamente a la española, superaba en doce años los veintisiete que en ese momento tenía la  traductora castellana.

A pesar del duro golpe anímico, Dario no se desanimó. Pensaba que esos casi siete meses de noviazgo en la distancia no podían caer en saco roto. Se propuso mantener la amistad con Ainhoa, sin guardarle rencor alguno por haberle dejado, tal vez por otra persona aunque ella no lo manifestase explícitamente en su despedida. No podía olvidarla, aunque en distintos momentos lo intentó. Pensó entonces de que al menos tenía el arma del correo electrónico. Aprovecharía en consecuencia cualquier circunstancia para escribirle y así mantener viva esa ilusión que en estos momentos se había desvitalizado. Le enviaba regularmente e-mails en fechas apropiadas, por ejemplo felicitándola en el cumpleaños y en la fecha de su onomástica. También en los días de la Navidad y el Año Nuevo. Aprovechaba las vacaciones de Semana Santa y el verano, para enviarle textos amables y cariñosos, acompañados por no escasas fotos. La intención de Dario era mantener, al precio que fuera,  una vía de contacto con la que había sido su primer y único amor. Pero la destinataria de sus repetidos mensajes no respondía a los mismos, gesto que él siempre asumió sin enfado o despecho.
Ainhoa se había ido a vivir a la capital británica, a fin de estar unida a su espectacular y nuevo pareja, de la que estaba plenamente enamorada y con la que contrajo matrimonio meses más tarde. Su perfecto dominio del idioma inglés le permitió encontrar un interesante y cómodo trabajo en una academia de idiomas, en donde impartía clases de lengua castellana. No era consciente de los correos que regularmente Darío le seguía enviando, pues había cambiado de servidor informComo ocurre en la naturaleza, las hojas del almanaque fueron cayendo tos amables, acompañados por fotos. ático y modificado su dirección electrónica. 

Al igual que ocurre en la naturaleza, las hojas del almanaque fueron cayendo estacionalmente, marcando la aritmética del tiempo en la vida de estas tres personas. Un aciago día, Richard fue protagonista de un desgraciado y mortal accidente, mientras probaba en un circuito de pruebas unos avanzados cambios técnicos en un vehículo de la marca para la que trabajaba. Ainoha, con la ayuda afectiva de sus padres y de los familiares de su difunto marido, se esforzó en superar el durísimo trauma de su inesperada viudez, a fin de sacar adelante a sus dos hijos, Lili y Peter, de cuatro y cinco años de edad que había tenido con su cónyuge inglés. Nunca se planteó renunciar a su residencia en la capital de Inglaterra, en donde poseía una cómoda vivienda, una importante pensión económica de por vida y un moderno ambiente al que se había adaptado para vivir y desarrollar la educación de sus hijos, ambos de nacionalidad británica aunque de madre española. Decidió continuar ejerciendo como profesora de español en la academia de idiomas. Este trabajo no sólo le compensaba en lo económico, sino que le permitía tener una ocupación fuera del hogar que le enriquecía en lo humano, difundiendo su lengua de origen entre los ciudadanos británicos y otros residentes extranjeros que deseaban aprenderla. Solía realizar al menos dos viajes al año con sus hijos (en Navidad y en las vacaciones del verano) a sus raíces castellanas, en Valladolid, a fin de disfrutar la convivencia durante unos días con sus padres y demás familiares.

Darío, el frustrado pero contumaz recepcionista de hotel, había decidido también reconducir la estabilidad de su vida. Aunque nunca había olvidado su experiencia afectiva con Ainhoa y le seguía enviando esos tres o cuatro amables e “imposibles” correos al año que no tenían respuesta, había conocido e intimado con Lena una joven, a la que superaba en casi diez años de edad. Esta chica trabajaba en una empresa especializada en el abastecimiento de productos consumibles y de cubertería para los establecimientos hoteleros. Darío, viendo que ya avanzaba en la treintena, consideró que había llegado el momento de formar una familia, para dar proyección y equilibrio a su vida, por lo que propuso el matrimonio a esa joven que también lo apetecía. Fruto del enlace matrimonial fue una niña, hiperactiva y alegre, a la que pusieron el bello nombre de Alicia. Darío había organizado una unión estable pero en sumo rutinaria, aunque continuaba manteniendo esa psicológica o enfermiza testarudez con los envíos periódicos de los e-mails a un “amor” imposible, del que nunca había llegado a obtener respuesta.

El destino, el azar o la suerte genera oportunidades fuera de toda lógica o previsibilidad, opciones y actitudes muy variables al igual que heterogéneo es el carácter de los seres humanos. Ha pasado casi un lustro, sobre las vidas respectivas de los dos principales protagonistas de esta historia. Un sábado por la tarde, Peter, el hijo de Ainhoa, muy habilidoso en el manejo de los periféricos y máquinas informáticas, estaba jugueteando en su habitación con el viejo portátil de su madre, ordenador ya en desuso aunque aún funcionaba conectado a la red eléctrica. Después de un rato de trasteo el chico, que ahora tenía diez años de edad, fue al salón de la casa en donde su madre estaba ocupada corrigiendo unos ejercicios realizados por los alumnos de la academia donde trabajaba.

“Mamá, he descubierto en tu viejo portátil un correo o servidor electrónico, que tu probablemente usarías hace muchos años. Me ha llamado la atención, pues aparece un remitente, que yo no conozco y que te envía tres o cuatro correos al año. Te aseguro que no los he leído, porque sé que te enfadarías si lo hiciera. Pero lo que me resulta más curioso es que tú no le contestas a ninguno de esos mensajes, pues he mirado en la bandeja de “enviados”. Ese remitente se llama Darío, pues este nombre está al comienzo de todos los correos remitidos”.

Los inocentes pero sensatos comentarios de su hijo hicieron que las palpitaciones de Ainhoa se “multiplicasen” en frecuencia. Peter le trajo el viejo portátil, en el que pudo ver y tomar conciencia que aparecía un repetido remitente, al que nunca le había avisado del cambio de correo que desde hace años utilizaba. Rápidamente recordó aquella aventura o breve relación que mantuvo con el amable recepcionista del hotel malacitano, en el que estuvo unos días de vacaciones. En su mente renació  el episodio de su equipaje y la “pequeña locura” o aventura sexual que mantuvo sentimentalmente con el amable empleado del establecimiento. En realidad, a poco de volver a Valladolid  conoció a su difunto Richard, del que se enamoró de inmediato. Aún así mantuvo erróneamente la ficción afectiva con Dario durante algunos meses, aunque después de aquellas navidades rompió drásticamente el contacto y también cambió de servidor informático.

Estuvo sopesando la posibilidad de contactar con Darío, aunque el paso de tantos años y viendo alguna foto que él le había adjuntado, en la que aparecía con su esposa y su hija, consideró mejor dejar las cosas tal y como estaban. Sin embargo, al paso de las semanas, le seguía dando vueltas a este asunto, por lo que cambió su inicial decisión. Era preciso ordenar un poco la situación. Le escribió desde su viejo correo un breve mensaje a Dario, donde le aclaraba que desde hacía muchos años ya no utilizaba esa dirección electrónica. Que le agradecía su constancia y amabilidad y que le deseaba toda la felicidad y suerte del mundo en su matrimonio, trabajo y por supuesto salud. Evitó en todo momento indicarle su actual dirección electrónica. Cuando Ainhoa viaja a España para reunirse con sus padres, tiene a veces la sospecha de que el destino le va a proponer un encuentro fortuito con aquel amable y obsesivo recepcionista de hotel que, desde luego, nunca le regateó verdadero cariño.

Amigo lector, puedes estar pensando en que el travieso y aleatorio destino  (o tal vez la fuerza de la voluntad personal) facilitaría un reencuentro entre Ainhoa y Darío. Sin duda sería una bella y saludable posibilidad, para la racionalidad y el deseo. Pero esa parte de la historia aún no ha llegado a nuestro relato, viaja en un aventurero tren, sin horario programado, con destino a la estación de las sorpresas. Como consecuencia, a falta de ese tiempo, podemos activar nuestra imaginación.

De todas formas el motivo central del relato es ese paraíso mágico y muy difícil de localizar, en donde dormitan los mensajes perdidos. Nos preguntamos ¿Cómo es posible que esta situación pueda tener lugar, cómo pueden perderse tantos contenidos y mensajes, para acabar dormitando en “el valle de la nada” y además que este fenómeno suceda en la indefinida era del continuo y asombroso progreso informático?


LA MISTERIOSA NUBE 
DE LOS MENSAJES PERDIDOS



José Luis Casado Toro
Antiguo Profesor del I.E.S. Ntra. Sra. de la Victoria. Málaga
31 ENERO 2020

Dirección electrónica: jlcasadot@yahoo.es           


1 comentario:

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