martes, 10 de abril de 2018

EL SIEMPRE EXPLICATIVO LENGUAJE DE LOS SILENCIOS.

Cuando nos preguntamos acerca de abundantes hechos o imágenes, más o menos relevantes, que llegan a nuestro conocimiento, asumimos una realidad dominada por los contrastes. De una parte aceptamos que no todo tiene una fácil explicación, tanto por la propia naturaleza del interrogante que planteamos como por la desigual capacidad de nuestra mente para entender aquello que se nos transmite. Sin embargo no nos cabe tampoco duda alguna de que, por raro, extraño o increíble que parezca esa realidad que mueve nuestra interés, todo hecho o consecuencia tiene una causa, un origen o un principio que provoca la curiosidad, la motivación o el propio asombro en nuestra conciencia o mentalidad. Esta situación fue vivida por el protagonista de nuestra historia, una persona ciertamente observadora y analítica acerca del entono en el que solía desarrollar su forma de vida.

Desde los años de la adolescencia, Ramos del Paz Jaime hizo todo lo posible por integrarse profesionalmente en la que era su gran vocación: el mundo de la interpretación musical. Ciertamente había carecido estudios para sustentar técnicamente su trayectoria en el mundo del pentagrama. Lo suyo fue más bien esa tenacidad, destreza o habilidad autodidacta, que le hacía pasar largas horas trabajando con las cuerdas de aquella su primera guitarra, recibida como regalo de cumpleaños por parte de un abuelo materno que siempre le tuvo en gran estima. Con no escaso esfuerzo y venciendo la oposición de sus padres, que no veían un porvenir claro en su proyecto de avanzar en el mundo de la interpretación musical, logró al fin formar parte de un modesto grupo musical integrado por cinco amigos de la localidad rural castellana donde todos, casi todos, habían nacido.

THE YOUNG DREAMERS (los jóvenes soñadores) fue el nombre elegido (tras difícil consenso) para el nuevo conjunto, integrado por cinco miembros (batería, guitarra baja, guitarra acústica, trompeta y una única mujer que ejercía la función de cantante para las letras de las canciones que interpretaban. Precisamente esta joven, llamada Lunia, era la única componente del grupo que no había nacido en esa pequeña pedanía zamorana, sino que era natural de Tetuán. De escultural cuerpo y plena de simpatía comunicativa, era la integrante que mejor sostenía la actividad de este grupo, que recorría preferentemente la mitad norte de la geografía peninsular, actuando en las fiestas patronales de muchos pueblos y localidades de la zona. No siempre los ayuntamientos que los contrataban eran generosos y cumplidores con el esfuerzo contractual de estos voluntariosos y jóvenes intérpretes. Pero la ilusión por alcanzar la fama en ese difícil mundo de la farándula les hacía a estos jóvenes idealistas sobrellevar y soportar muchas carencias, tanto en el alimento y en la residencia, como en la propia vestimenta o instrumental técnico que necesitaban.

Aquellos hábiles “trileros”, Sres. concejales de las perdidas alcaldías de la zona, les pagaban apenas “cuatro perras” por sostener y distraer las noches veraniegas de fiesta, a fin de animar los bailes de la muchachada del lugar (y también, los pasos o “danzas” de los que ya peinaban muchas canas). Lo hacían con sus canciones, pasodobles y esas versiones románticas o del pop ruidoso, piezas exitosas venidas míticamente del extranjero o procedentes de los grupos más afamados del mercado nacional.

Ramos no era su nombre de pila bautismal. Sus padres, gente chapada a la antigua, habían elegido el de Raimundo por su nacimiento un frío 7 de enero, para el único descendiente que tuvieron en el matrimonio. Nunca le gustó este nombre, por lo que desde pequeño aceptó con agrado  que sus amigos y compañeros comenzaran a llamarle Ramos, apelativo más corto y acústico que el inscrito administrativamente en el Registro Civil de la capital. La suerte quiso que naciera en el seno de una corta y humilde familia, residentes en una modesta pedanía de Zamora. Los tres miembros de la familia subsistían con lo poco que podían obtener trabajando un escasamente generoso trocito de tierra, en el que también criaban algunos animales para que les ayudasen en el trabajo agrario y también como vital alimento para la matanza. Con ello “sostenían” la austera comida que cocinaban y consumían en la olla y en la sartén de cada día.

A Ramos no le agradaba continuar la dura vida familiar vinculada la agricultura, en esas austeras y sacrificadas tierras castellanas, por lo que “huyó” pronto del ocre, tradicional y escasamente esperanzado panorama que le aguardaba. Mantuvo de manera permanente su ilusión por salir de éstos exigentes parajes de su infancia, con el único y preciado bagaje de su música y los grandes e ilusorios proyectos para la fama. Pero la vida del grupo musical en el que participaba comenzó a tambalearse desde el momento en que su principal efectivo, la muy atractiva y buena cantante Lunia, decidió abandonarlo. Fue “engatusada” por un ambicioso negociante que importaba ropa del lejano oriente, prendado de las formas anatómicas del escultural cuerpo que presentaba la joven, a fin de que fuera su nueva compañera en la vida (ya estaba casado y soportaba una “indeterminada” prole a sus espaldas). Su salida del conjunto The young dreamers fue el inicio del fin en la “carrera” de Ramos y sus tres compañeros de aventuras. Nunca ha podido olvidar los verdes ojos y la simpatía de su buena y fraternal amiga. Alguien le comentó, hace algún tiempo, que la “divinal” Lunia, la añorada compañera del extinto grupo musical, es ahora una rolliza madre de una “generosa” familia numerosa. Con sus cuatro embarazos (junto a otro nuevo que estápara su porvenir. cuencia un trabajo m reflexionar a Ramos, en el camino de "entar  a la espera) ha perdido bastante prestancia de aquel espléndido encanto visual que ofrecía en sus jóvenes e idealizados tiempos de soltería.

La drástica decisión de la cantante solista, las profundas carencias materiales un día sí y el otro también, junto al paso de los años, hicieron reflexionar a Ramos, en el camino de “sentar mejor la cabeza” buscando en consecuencia un trabajo más estable para su porvenir. Con tanto “trotar” de un sitio para otro, sintió claro apego por el servicio que oferta la hostelería, marchando en consecuencia hacia las soleadas tierras del sur peninsular e insular, en donde esperaba encontrar más posibilidades de acomodo turístico debido a la mejor templanza climática.

En la actualidad, forma parte del staff o nómina de una importante cadena hotelera, que tiene repartidas sus instalaciones por numerosas ciudades de la geografía española.  Aunque básicamente ejerce la función de camarero, tanto en el bar como sirviendo las mesas en el horario de los desayunos, comidas y cenas,  se presta a realizar cualquier tipo de trabajo para el que se le reclame, pues asimila bastante bien aquello que le enseña su buen “maestro” Ceberio, un polifacético reparador de casi todo lo que se estropea (los problemas imprevistos en la fontanería, la electricidad, aparatos electrónicos y carpintería) en estas poliédricas instalaciones visitadas por tantos y variados clientes. Incluso ayuda también en el mantenimiento de la piscina, motivando el claro aprecio de sus jefes.

A sus treinta y dos primaveras cumplidas, este ahora  trabajador de hostelería acepta la suerte que el destino y su voluntad le han deparado para la existencia. Piensa con sensatez que no se puede quejar de la realidad laboral en que se halla inmerso. Tiene cama y alimento asegurado en el día a día, cotización para su vida laboral y sobre todo ejerce una actividad que le permite conocer y estar en contacto con un variopinto catálogo de personas que pasan en el hotel sus vacaciones anuales o desarrollan estancias más cortas y puntuales, por motivos profesionales o de otra  particular naturaleza.

En esta primavera del 18 se encuentran alojados en el hotel, con un cartel de ocupación de casi el 90 % de las plazas disponibles, un grupo de cuatro matrimonios y dos amigos sin pareja que, procedentes todos de la capital madrileña, viajan juntos a fin de disfrutar los días vacacionales de la Semana Santa. Todos ellos superan el medio siglo de vida y dada la antigua amistad  relacional que los vincula, desde su ciudad de origen, se sientan todos juntos para el almuerzo y la cena, ya que este pequeño grupo ha contratado la pensión completa en el hotel, habiéndoles concedido la dirección una tarifa especial al efecto. Han pedido el favor a Ramos para que les habilite dos grandes mesas juntas en el comedor, petición amablemente atendida. No sólo aparecen unidos en las horas de las comidas, sino que también se les ve juntos en las excursiones programadas por el departamento de actividades y también durante esas horas de asueto en la cafetería del establecimiento o en el espectáculo y bailes de animación que tiene lugar tras la cena, en el gran salón del hotel.

Estos amigos forman una simpática agrupación de sesentones, muy agradables y dicharacheros en el trato. Hablan, ríen comentan y también comparten los juegos grupales (el dominó, el parchís, los dados,  las cartas o naipes de la baraja…) puestos a disposición de los clientes por la organización del establecimiento, en un ambiente de espléndida camaradería. Su protagonismo en las sesiones nocturnas de bailes y concursos es más que significativa. Son conocidos por el personal del hotel como el “grupo de los madrileños”. Dominan extremadamente bien las habilidades sociales, pues su disposición y apertura hacia todos (y, lógicamente, entre ellos mismos) se hace notar, para el aprecio y agrado de la colectividad turística que puebla, en esa lúdica Semana vacacional de Pasión, las bien organizadas instalaciones insulares del hotel.

Ramos se distrae mirándolos discretamente (esta facilidad observadora, para no perder los detalles importantes del comportamiento ajeno, la va potenciando con el paso de los años) en algunos de los huecos que a veces le permite su trabajo, tras la barra del bar o cuando ha de servir en las mesas. Le asombra y admira la vitalidad que muestra especialmente ese grupo de amigo, con sus bromas, chistes, anécdotas, exageraciones y gesticulaciones, que ensalzan y potencian la fuerza de su protagonismo. Todos ellos aportan lo mejor de su carácter, a fin de hacer gratos y alegres los ratos de convivencia y franca amistad. Todos … menos uno.

Efectivamente, no ha pasado inadvertida para Ramos la evidencia de que, en el grupo de los diez, hay un señor, parece que vinculado matrimonialmente o en pareja con una de las mujeres, que apenas abre la boca, en medio de la abierta comunicación que los demás se esfuerzan en establecer y mantener. Este “pensativo” cliente del hotel tiene una mirada serena, tal vez presidida por algún problema íntimo o por una tendencia a “pasar “ de ese jolgorio que sus compañeros de estancia establecen, de manera casi continua. La que parece ser su mujer, amiga o compañera (el sagaz operario ya ha averiguado que responde al nombre de Claudia) tiene mucha menos edad que los demás y que su propio compañero. Comunicativa, jovial, alegre, desenfadada (en ocasiones, incluso se arranca cantando alguna canción) se dirige con frecuencia al supuesto marido, al que llama con el nombre de Foro (probablemente, Telesforo). Ramos se pregunta, en los archivos de su pensamiento “¿cómo es posible que esta dinámica y comunicativa mujer, a buen seguro con unos quince o veinte años menor que su pareja, soporte el extraño semblante de un hombre que desentona y contrasta sin ningún género de duda con respecto a la atmósfera anímica de sus compañeros y, lo que parece más extraño por supuesto,  con el positivo carácter de la que parece ser su mujer?”.

Claudia ha recurrido, en varias ocasiones a la servicial disponibilidad de Ramos que, con la eficacia que le caracteriza, ha solucionado diversos problemas en la habitación que ocupa la pareja, la número 523. La verdad es que esa habitación  parece estar “encantada o embrujada” pues en la sucesión de los días (el grupo ha reservado catorce días de estancia) las averías se han sucedido en el interior de la misma de una forma más que “traviesa”. Parece que hay un genio maléfico burlón que quiere estropear las vacaciones de una mujer tan agradable, a pesar de tener a su lado a un hombre tan taciturno y misterioso. ¿Cuál ha sido la naturaleza de esos problemas? Sintonización de las cadenas televisivas, fallos en el mando a distancia, bloqueos en la “alcachofa” de la ducha y también en el secador… Sin embargo, una y otra vez, Ramos y el buen Ceberio “reconducen” las averías, a fin de que la estancia de estos señores resulte lo más grata y cómoda posible. A lo comentado hay que añadir otro elemento que amplia la connivencia y amistad de la alegre señora con Ramos: el solícito camarero se preocupa en informar a Claudia de aquellos alimentos que contienen gluten, componente que esta cliente debe evitar en su ingesta alimenticia por prescripción médica. Todo ello ha unido en el aprecio, la amistad y las confidencias a una señora agradecida (que rondará los cincuenta y pocos años) con un joven camarero del hotel, que aún no ha cumplido los treinta y tres.

Las gratas y simples conversaciones entre Claudia y Ramos se establecen, de manera preferencial durante las tardes, en el salón cafetería del establecimiento hotelero. Allí, delante del mostrador, la ve aparecer Ramos. De inmediato le prepara ese café solo, bien cargado, con el sobrecito de sacarina, servicio que mucho aprecia Claudia Benita Santa Larigna, nombre completo de la muy agradable cliente. Ella es una persona hipercomunicativa  que, sin perdonar el cafetito de las 5 y media, le gusta sentarse junto a la barra del bar y comunicar con un joven servicial, amable y, para ella también un valor muy importante en las personas: el saber escuchar. Hablan de cualquier tema, durante esos treinta o más minutos de intercambio amistoso. Claudia comenta algunos aspectos y proyectos de su vida en Madrid, mientras que Ramos le cuenta diversas escenas que mantiene en su recuerdo, acerca de la vida rural y musical que le ha llevado, en la actualidad, a trabajar en este prestigioso establecimiento turístico ubicado en el archipiélago insular del Mediterráneo.

La salida del grupo de amigos madrileño está fijada para la mañana del viernes, día en que serán recogidos junto a otros viajeros a fin de trasladarlos al aeropuerto, donde tienen establecido su vuelo de regreso para quince minutos después de las 11 horas. Claudia no desaprovechó la tarde anterior para, manteniendo su habitual puntualidad, aparecer en la cafetería del hotel y disfrutar de su café y ese ratito de amistosa conversación con un joven camarero que atiende las peticiones de los clientes con generosa y servicial eficacia. En esa última tarde de estancia vacacional, la cliente del 523 no apareció sola en el bar. Le acompañaba en esta ocasión su marido Foro quien, sentándose junto a ella en la barra del bar, también consumió otro café. Pero, a diferencia de su cónyuge, su infusión era con leche y un poco de canela, para su mejor aroma. Se mantuvo silencioso durante un buen rato, observando con prudencia los movimientos del camarero ante la máquina cafetera. El matrimonio no intercambió palabra alguna. Cuando ya había consumido el contenido de su taza, Foro hizo una señal a su compañera y abandonó sólo, sin mediar expresión de saludo o comentario, el salón de cafetería. En ese momento, Claudia sacó de su gran bolso playero  un paquetito muy bien envuelto en su presentación. Era un regalo que traía para su joven amigo, como muestra de agradecimiento por tantas tardes de charla y esos arreglos que tan eficazmente había logrado realizar en su habitación. Un reloj de marca, verdaderamente precioso, que Ramos, un tanto nervioso, agradeció con sinceras muestras de afecto. El tuteo ya se había establecido entre ambos.

“Por favor, no te lo tomes a mal. Sabes que soy muy observador. En realidad, me distraigo contemplando y analizando el comportamiento de la clientela, durante las numerosas horas que tengo que estar de servicio. Así evito el aburrimiento y la rutina de hacer siempre lo mismo. Ya que mañana os vais, me gustaría hacerte una pregunta. Tal vez sea un tanto impertinente pero, con el paso de los años, voy apreciando cada vez la sinceridad. Lo que te quería decir o preguntar es mi dificultad para comprender cómo puedes ser la mujer de una persona tan silenciosa, seria e incluso inexpresiva, siento tú tan diferente. De verdad que me cuesta trabajo entender como se puede estar viviendo junto a un compañero que muestra esa patente y continua introversión y aparente placidez silenciosa”.

Claudia agradeció el nuevo café, consumición también gratuita para este último día, que le sirvió Ramos con especial delicadeza. Tras dar un par de sorbos al cálido y sabroso contenido, ofreció a su interlocutor unas palabras explicativas que respondían a la intrépida e inesperada pregunta de un joven amigo en esa postrera tarde de la despedida:

No te preocupes, Ramos, que no me molesta en absoluto tu pregunta. Sé que eres una persona sana y directa en el contenido de lo que piensas. Es una cualidad que bien aprecio. Te resumiré, pues el tiempo se nos está yendo. Yo era su secretaria. Se portaba muy humana y bondadosamente conmigo. Era, te lo puedo asegurar, un hombre muy diferente con respecto al que hoy vez e imaginas. Pero un aciago día, perdió a su mujer, de la que en mucho dependía, de la forma más dolorosa. Lo abandonó por un amor furibundo, un romance que tuvo con un amigo íntimo de la familia. Tras veintitrés años de matrimonio, de la noche a la mañana y, sin previo aviso, ella se fue de su vida. Le dejó con dos hijos adolescentes, sin mayores explicaciones. El estaba muy enamorado y ese sufrimiento no lo pudo soportar. Cayó en una inquietante pendiente depresiva, de la que apenas se ha recuperado. Yo supe y quise estar cerca de él. Lo necesitaba, pues se hundió en el fango inmundo y tenebroso de la soledad. Hoy formamos pareja. Me necesita. Sobre todo, anímicamente. Mi carácter es muy comunicativo y positivo. Sus dos grandes carencias, aún en la actualidad, que los médicos tratan “pacientemente” de combatir. Sus amigos le comprenden, ayudan y respetan. Básicamente, eso es todo. Una historia ciertamente bastante complicada, tal vez triste, tal vez incomprensible, pero presidida por el amor.
¿Te parece bien que intercambiemos nuestras direcciones electrónicas, mi buen amigo…? “


José L. Casado Toro (viernes, 06 Abril 2018)
Antiguo profesor del I.E.S. Ntra. Sra. de la Victoria. Málaga


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