viernes, 9 de marzo de 2018

CONFIDENCIAS INSOSPECHADAS, EN LAS VIDAS DE AQUÍ.


Las primeras experiencias suelen siempre dejarnos huellas, más o menos intensas e indelebles, ante lo emocional y novedoso que normalmente resultan. Y ese interés, temor, ansiedad o satisfacción que su “ejercicio” provoca nos sumerge, durante los días previos a su protagonismo, en un estado anímico de confusión o tensión que deseamos, de una vez por todas, recorrer y superar. Incluso cuando esas experiencias estén ubicadas dentro de la normalidad o la rutina, correspondiente al sistema social en el que nos hallemos insertos.

Edurne es una joven que no hace mucho ha superado sus tres primeras décadas de existencia. Vive sola, en régimen de alquiler, habitando un viejo piso donde convivió con sus padres, Fátima y Ventura (los dos bastante mayores) hasta que éstos, hace ya más de año y medio, se marcharon a ese misterio inevitable del más allá, en ambos casos con muy escasos meses de diferencia. Hoy, en la mañana de un lunes con adelanto primaveral de Febrero, ha podido intercambiar su horario laboral con una compañera, que se ha prestado a hacerle ese favor. Trabaja como cajera en un gran hipermercado, ubicado en una zona comercial del sur de la ciudad. Su estado nervioso obedece a la carta que recibió hace unos días, desde un despacho notarial, convocándole para una reunión familiar en la que estarán presentes su tía Felicidad, con sus dos hijas. Allí se va a proceder a la lectura de la última voluntad testamentaria correspondiente a su otra tía, Alfonsina, que falleció hace tres semanas.

Para esta más bien tímida joven, ese desplazamiento que ha de realizar a un despacho notarial le ha producido una gran impresión. No sólo por el contexto protocolario de sentarse ante un señor notario, sin duda una persona muy seria y respetable (como ella comenta) sino también porque todavía no ha superado el impacto producido por el fallecimiento de su amada tía, persona a la que estaba especialmente unida, si cabe aún más desde que perdió a sus padres. Percibe que ahora se halla más sola que nunca en el mundo, pues la relación con ese único parentesco que le queda (ella fue hija única) no es especialmente cálida, sino todo lo contrario. Su tía Felicidad es mujer de fuerte carácter y muy posesiva con todo lo que le rodea y en cuanto a sus primas, Sole y Lara, son dos jóvenes “malcriadas” que, en muchos aspectos, han sacado “genéticamente” el carácter de su insoportable madre. Este ángulo familiar tiene un trasfondo, lógicamente. Lo que en este momento está agudizando, aún más si cabe, las inestables relaciones entre sobrina y tía (junto a sus primas) es el asunto hereditario correspondiente a Alfonsina. Hay intereses y avidez material por ver cómo ha repartido la difunta su previsiblemente  cualificado patrimonio.

Fonsi era la mayor de las tres hermanas. Siendo aún muy joven, se preparó en una academia para opositar a una de las plazas administrativas convocadas por el Estado. Tuvo el justo premio a su esfuerzo, pues consiguió el anhelado puesto funcionarial tras dos convocatorias fallidas en los ejercicios. Durante toda su vida laboral estuvo trabajando en ese primer puesto al que fue destinada: el Registro Civil de la ciudad. Supo disfrutar de la vida, con sus amigas, viajes y otras aficiones, pudiendo invertir en la compra del piso donde residía, situado en una zona antigua pero muy tranquila del urbanismo ciudadano. Gustaba del cine y el teatro, no perdonando cada una de las tardes su ratito en la cafetería, para la merienda con sus amistades y, además, sabiendo ahorrar con inteligencia. Este hábito estaba  favorecido porque sus gastos y necesidades no eran excesivos: al no haberse casado y sin tener descendencia a la que atender, todo su cariño lo centró en sus sobrinas, de manera especial en Edurne, pues las otras dos, a medida que iban creciendo, pronto dieron muestras del vacío en valores que sus caracteres y comportamientos mostraban, plenos de egocentrismo, por la deficiente educación que habían recibido de sus progenitores. Por el contrario, Edurne estuvo siempre muy vinculada a su querida tía, que nunca ocultó su preferencia, afecto y ternura por la hija de su hermana Fátima, sentimiento de cariño que encontraba la correspondiente reciprocidad por parte de su sobrina preferida. 
  
El reencuentro con sus primas y tía estuvo presidido por una cierta frialdad en los saludos. Pronto pasaron al despacho del Sr. Perkins, el notario que tenía apellidos extranjeros en su parentesco. El veterano jurista procedió a la lectura de las últimas voluntades de la finada. La redacción del testamento no era muy extensa pero, a medida que el sonido de la cansina lectura rompía el silencio ambiental, los rostros de Sole y Lara, dos jóvenes con una edad no muy diferente a la de Edurne, se iban agriando con unas muescas de desaprobación y patente enfado. La propiedad de la vivienda, con todo su contenido, era legado a Edurne. Cada una de sus otras dos sobrinas recibirían sendos depósitos bancarios, cada uno de 30.000 €, puestos a plazo fijo, con la recomendación de que ese capital fueran utilizado en un futuro para afrontar la entrada económica en la adquisición de una vivienda propia, con la que alcanzaran estabilidad en sus vidas. El resto de sus fondos bancarios también sería legado para Edurne (unos 40.000 €). Si el reencuentro fue frío, entre los cuatro parientes, la despedida fue glacial, no exenta de miradas y comentarios crispados por parte de las dos jovencitas que, junto a su también enojada madre, apenas cruzaron la palabra con su prima y sobrina que, un tanto azorada, trataba de mantener la calma y no estimular más el evidente y visceral enojo de sus únicos parientes.
  
Tras las necesarias gestiones administrativas y fiscales del caso, para las que solicitó los servicios de una gestoría que le recomendó su jefe de personal, Edurne pudo dejar (con un cariñoso sentimiento) el piso que había estado habitando durante sus treinta y dos años de vida, la mayoría temporal de los mismos viviendo junto a sus padres. Sus progenitores no habían querido o podido acceder a una vivienda en propiedad. Pagaban una renta de alquiler relativamente baja y esta evidencia los había disuadido de afrontar la compra de una vivienda. En realidad, en esta familia sólo entraba el sueldo de Ventura, su padre, que ejerció de perito en varias agencias de seguros hasta su prematura jubilación y fallecimiento. En cuanto a su madre, Fátima, siempre se dedicó a ejercer las labores del hogar y a cuidar, con gran dedicación y esmero, de su hija y esposo. Los ingresos familiares aportados por su padre, hasta que ella inició su actividad laboral, no eran elevados como para afrontar una deuda hipotecaria y a ello se unía que el “interesante” alquiler de este piso de renta antigua era relativamente reducido. 

Pasaron las semanas y los meses, en los cuales las relaciones con su sus tíos y primas dejaron prácticamente de existir, pues éstos no ocultaban su disconformidad de que Fonsi hubiera inclinado el platillo de la balanza, de forma tan notoria, hacia la tímida prima y sobrina Edurne. Incluso estuvieron visitando un despacho de abogados, consultando si podían hacer algo para recibir una herencia más equilibrada o repartida. El equipo de abogados, tras estudiar todos los flecos posibles del caso, les informaron que no había nada que hacer. La voluntad testamentaria de la finada era absolutamente legal a todos los efectos. La gestión jurídica y administrativa conllevó una minuta de 450 € que los frustrados demandantes tuvieron que pagar. El marido de Felicidad, Marcelo, también había tenido la ilusión de recibir una buena herencia, procedente de su cuñada política, lo que podría haberle liberado al fin de tantos años despachando pan y dulces, en una modesta tahona de barrio.

Aproximadamente un año y medio después de estos hechos, Edurne conoció y fue intimado con un joven, tres años menor que ella, asiduo cliente del hipermercado donde ella continuaba cada día atendiendo una de las cajas de pago. Alejandro, natural de Cantabria, era policía de profesión. Este joven, muy vocacional y estudioso en su oficio, llevaba unos años destinado en esta provincia del sur peninsular, adscrito al departamento de la policía judicial, donde preferentemente investigaba delitos financieros y empresariales, junto a negocios ilegales de estupefacientes. Desde el primer día en que el destino quiso reunirlos, quedó prendado de la sencillez, dulzura y cálidas sonrisas de tan agradable cajera. Hacía todo lo posible por ponerse a la cola del puesto de pago número 17, el que usualmente solía gestionar Edurne. Cuando no había mucha público para el cobro de las mercancías compradas, podía cruzar algunos diálogos y comentarios con esa atractiva y tímida joven que, obviamente también se había fijado en un hombre tan amable, correcto y educado. Cierto día, Alejandro al fin se armó de valor y la esperó en la puerta del establecimiento, hasta que ella finalizase su horario de trabajo. El sentimiento era recíproco, por lo que ambos quedaron para ese sábado, a fin de ir al cine y después tomar un picoteo de tapas para cenar. Así comenzó un ilusionado noviazgo que, como en las mejores historias, acabaría en la feliz unión matrimonial de la joven pareja. Sin embargo hubo un episodio inesperado que, por los azares del destino, arrojó luz y memoria a la vida de Edurne. El protagonismo de Alejandro en esos hechos fue decisivamente importante.

“Edu, llevo casi dos meses trabajando sobre un difícil asunto, que me llegó por otras investigaciones paralelas. Se trata de una trama muy compleja que, para mi sorpresa, creo que te afecta. A estas alturas, no tengo la menor duda. Ya conoces mi “amor” por la profesión que he elegido. A ella suelo dedicar mucho tiempo, esfuerzo y dedicación. Pero ese interés se acrecienta cuando descubres hechos e informaciones en el que intervienen personas que conoces o están muy próximas a ti. Y en esta ceso, apareces tú. Te voy a contar unos hechos en los que eres protagonista y sin embargo eres ajena a su conocimiento. Te los voy a explicar pero, antes de nada, quiero pedirte que mantengas la calma ante lo que vas a escuchar.

Me habían encargado que investigara sobre unas denuncias de personas que consideraban que al nacer fueron entregados o vendidos a otras familias. Lógicamente, estas personas querían conocer quiénes eran sus verdaderos padres. En esas prácticas delictivas, que sucedieron hace muchos años en diversos puntos de nuestra geografía, intervinieron diversos agentes. Médicos, enfermeros, hospitales, religiosas, secretos y presiones y, por supuesto, el dinero, en un contexto donde el interés, la ideología, la pobreza y la opulencia, tuvieron partes decisivas en este desafortunado tráfico de bebés.
  
Investigado documentación muy diversa, relativa a varios expedientes, me encuentro con unos apellidos que me resultaban conocidos. Continuo “tirando del hilo” (ya sabes que soy bastante tenaz, cuando se me mete algo en la cabeza) y voy completando el “resto de la madeja”. Descubro nombres trucados, documentos manipulados…. Y a estas alturas tengo una composición bastante certera de un complicado asunto que afecta a la persona que amo y con la que, de aquí a pocos meses, voy a pasar por la vicaría.

Es muy fuerte lo que vas a escuchar. Ten calma, por favor. Tus padres, Fátima y Ventura, no podían tener hijos. Es más que probable que el problema orgánico que lo imposibilitaba se hallaba en tu madre. Parece ser que tu tía Alfonsina aceptó prestar su cuerpo para que tu padre procreara en ella un nuevo ser. Fue un embarazo llevado en secreto, del que muy escasas personas tuvieron conocimiento. En los últimos meses del embarazo, ella se declaró en baja aduciendo problemas de salud, situación avalada y protegida con la documentación de un médico amigo, que fue precisamente quien le asistió al dar a luz. Tu madre Fátima también se apartó de la vecindad en esos últimos meses, antes de que tú nacieras y, en el momento del parto, su hermana (tu tía) le cedió el bebé, cuyo padre era su propio cuñado. Fátima “volvió” a la sociedad, con una preciosa niña en sus brazos, a la que bautizaron con el bello nombre de Edurne. Por supuesto, que la documentación médica fue manipulada y “debidamente corregida”. No quiero calificar todos estos hechos, cuyos actores son personas que ya no están en la vida. Pero sí debemos valorar y destacar la grandeza afectiva de tu tía Alfonsina, que aceptó ser embarazada a fin de que su hermana Fátima gozara de la gran experiencia maternal. Fonsina, fue tía y madre a la vez. En el fondo de su corazón, ella te consideraba y eras su verdadera hija”.- 



José L. Casado Toro (viernes, 9 Marzo 2018)
Antiguo profesor del I.E.S. Ntra. Sra. de la Victoria. Málaga



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