viernes, 8 de septiembre de 2017

EL CÁLIDO ALQUILER DE LAS PALABRAS, EN EL ÁRIDO MAR DE LA INCOMUNICACIÓN.


Con cierta frecuencia llega a nuestros oídos esa socorrida frase de que “ya está casi todo inventado”. Dicha expresión puede contener una parte de verdad. Cuando navegamos por las redes de Internet comprobamos que, de manera más o menos efectiva, se te ofrecen recursos a todo aquello que parece “solucionable” siempre en la medida de los avances disponibles. Pero no es menos cierto también de que en el día a día van apareciendo, desde el poderoso marco imaginativo de la humanidad, nuevas posibilidades y opciones que se muestran prestas para atender a todas esas carencias, ilusiones o caprichos que solemos crear a nuestras necesidades. Sean éstas puntualmente reales o ficticias, por supuesto.

El origen de la información que comento nació, en esta ocasión, en los papeles impresos de la prensa escrita. Concretamente en uno de esos magazines semanales que solemos ojear en las silenciosas salas de espera, cuando acudimos a las consultas médicas privadas. Bien es cierto que desde esas páginas se remitía al lector a una mayor profundidad informativa que podría obtenerse en una página web de Internet, cuyos datos aparecían con grandes caracteres bajo los títulos informativos. Básicamente, el anuncio ofertaba la posibilidad de poder “alquilar o comprar” unos minutos tarifados de conversación. El destino de este servicio estaba dirigido a todas esas personas que sufren de la incomunicación. por muy variadas razones o circunstancias.

Ese suelto informativo ofrecía un cierto interés sociológico, por lo que me dispuse a investigar con más detalle las posibilidades y “letra pequeña” de esa opción mercantil. Ya en la página correspondiente encontré de manera efectiva la ampliación del anuncio, a fin de tomar o no una decisión positiva al respecto. También resultaba curiosa la concreción económica del costo, en las distintas tarifas establecidas por el servicio. Realmente no era un precio excesivamente elevado (aproximadamente unos 25 € la hora) Desde un primer momento, el comprador de esta prestación asumía que ese ratito de conversación no implicaba, de manera alguna, una contraprestación afectiva o de naturaleza sexual. Era lo primero que se te aclaraba con firme y meridiana claridad. De manera preferente este servicio iba dirigido a esas mujeres y hombres que necesitaban compartir la riqueza de las palabras durante un desayuno, comida, cena o simplemente para tomar una cerveza o copa en un lugar público.


Probablemente todos nosotros hemos conocido a muchas personas que te confiesan su desagrado por  tener que tomar una bebida, ir a un espectáculo o incluso realizar compras, sin la compañía de alguien a su lado. “No me gusta beber solo”, “me desagrada tener que ir al cine sin una persona que me acompañe” “Es triste estar sentado en una mesa de restaurante, sin nadie que comparta su compañía contigo” etc. Son frases que, en más de una ocasión, han llegado a nuestros oídos, despertando la lógica curiosidad y comprensión por el significativo mensaje que contenían. La empresa organizadora trataba de paliar todas esas carencias con personas especialmente preparadas a fin de cumplir con eficacia la misión que tendrían encomendada. Podía solicitarse una compañía masculina o femenina y optar a perfiles diferentes de edad. El tiempo de la compañía dialogante oscilaría entre el mínimo de una hora, una tarde o mañana completa o incluso con la repetición cíclica, en un marco horario entre las diez de la mañana y las doce de la noche. Acudirían a esa cita personas convenientemente preparadas y cualificadas, por sus dotes expresivas y comunicativas, que harían posible el grato y fluido diálogo solicitado por el cliente. En la contratación on-line, habría que especificar los datos básicos y profesionales de la persona que contrataba el servicio, con fotocopia del DNI incluida, datos que estarían a disposición de la policía en caso de necesidad. El coste de la consumición, comida y bebida o la posible entrada al espectáculo, estaría totalmente a cargo del comprador.

“SIENTES LA ANGUSTIA O DESAZÓN DE LA SOLEDAD?
¿TE APETECERÍA NO ESTAR SOLO, EN EL MOMENTO DE DESAYUNAR O COMER EN UN RESTAURANTE?
¿TE GUSTARÍA IR A VER UNA PELÍCULA, PERO NO LO HACES POR QUE NO TIENES A NADIE QUIEN TE ACOMPAÑE?
¿NECESITAS QUE SE TE PRESTE ATENCIÓN O SER ESCUCHADO?
¿ANSÍAS DISFRUTAR DE UN ATARDECER, SINTIÉNDOTE CERCANO A ESA PERSONA QUE TAMBIÉN COMPARTE TAN GRATA VISIÓN?
¿TE GUSTA HABLAR, PERO NO TIENES A NADIE QUIEN TE ATIENDA? …

Todos estos interrogantes servían de señuelo para todos aquellos posibles clientes que podrían interesarse en este tan peculiar y atractivo servicio como es el compartir las palabras.
Tras meditar serenamente los pros y los contras de una posible contratación y conocer, con más detenimiento, las características de este anuncio en la página web, decidí “embarcarme” en la aventura y hacerlo a través de, al menos, dos experiencias, que podrían ser ampliadas en función de los resultados sociológicos obtenidos. Envié cumplimentado el formulario requerido y la fotocopia del DNI. Mediante transferencia bancaria, aboné los 50 euros, precio tarifado por un primer contrato de dos horas, a fin de compartir una merienda y un buen rato de charla. Mi primera acompañante en tan singular experiencia sería mujer, con una edad inferior a los 35 años de edad.
Viernes de agosto. 18 horas. En uno de los puntos de encuentro hosteleros, ubicados en la vitalizada y alegre nueva zona portuaria malagueña. A la hora fijada se presentó una joven vestida deportivamente, aunque con inteligente elegancia, que dijo llamarse Salma, probablemente nombre supuesto. Su edad oscilaría entre los veinte y veinticinco años. De inmediato percibí su “lucha” contra la tendencia orgánica al sobrepeso, especialmente en determinadas partes de su cuerpo, hecho que después pude corroborar pues sólo aceptó tomar un té con hielo. Persona con una evidente cultura y don de palabra, se la veía perfectamente adiestrada en esa función dialogante que tendría como objetivo concederme. Mantenía una amplia sonrisa y un hablar pausado, sin elevar en momento alguno el tono de voz. Tras la recíproca presentación, le expliqué algunas de mis actividades, una de las cuales era escribir colaboraciones periodísticas para ser publicadas en diversos medios de comunicación.

Tenía ante mí a una amable chica, natural de un pequeño pueblo interior de la provincia, que desde hacía dos años estudiaba en la facultad de Ciencias de la Educación de la UMA (Universidad de Málaga). Era hija única de unos modestos agricultores. Según comentaba mi interlocutora, su madre, aparte las labores del hogar, elabora unos dulces (roscos típicos) para la confitería y bares del pueblo. Estos pasteles son vendidos a 0,50 euros unidad, aunque la señora recibe por cada uno sólo 0,20 €. El padre es propietario de un pequeño terreno, próximo a la casa mata donde viven, en el que cultiva diversas hortalizas y frutas, que apenas les dan para vivir. Me contaba que por los aguacates que vemos en los supermercados a más de 4 € el kg. su padre sólo recibe 0,75 € y por los tomates de ensalada 0,25 €. Dos ejemplos más que significativos de la evolución que sufren los precios, desde su producción en origen hasta el punto de compra final del consumidor, para beneficio de los intermediarios y el desconsuelo del agricultor.

Desde pequeña se sintió motivada para ejercer el oficio de maestra. No tuvo hermanos con los que jugar o cuidar, de ahí piensa que parte su vocación dirigida a la educación de los niños pequeños. Sobre todo le gustaría practicar y fomentar una formación en valores, muy alejada de la rigidez disciplinaria y material que ella conoció en el ambiente sociológico de su infancia. Para llevar a cabo estos estudios tuvo que trasladarse a la capital provincial. Compartir un pequeño apartamento con otras dos compañeras, que conlleva unos costes a los que sus padres difícilmente pueden llegar, a pesar de unas ayudas económicas o becas ganadas por su voluntad ante el estudio.

“Entonces encontré en la red esta página profesional, a la que envié mi currículum. En caso de ser aceptada, podría sacar unos euros que me vendrían la mar de bien para sufragar los gastos (habitación, alimentación, ropa, libros) que conlleva poder estudiar fuera de la localidad donde tienes ubicado el hogar familiar. He de confesarte (le rogué el tuteo, para una mejor y fluida comunicación) de que al principio sentía un cierto miedo y preocupación por este desempeño (mis padres aún no lo conocen) que podía dar lugar a ser mal interpretado. Pero esta empresa, de gran solvencia organizativa, nos prepara muy bien y nos ofrece unos recursos jurídicos e incluso un inmediato contacto con la policía por si algún cliente malinterpreta el verdadero sentido de estas compañías, solicitadas por personas afectadas básicamente por el trauma psicológico y anímico de la soledad”.


Las dos horas fijadas en contrato fueron pasando con fácil celeridad, sin apenas darnos cuenta del tiempo transcurrido. Salma me confesó que su empresa evitaba negociar la repetición de las mismas personas, salvo en casos excepcionales y justificados, por lo que no sería probable que nos volviéramos a encontrar, salvo por algún imprevisto azar. Aceptó finalmente que la acompañase hasta la parada del bus, situada al final del Parque malacitano. Tomó el número 11, aquél que tiene su destino final en la zona de Teatinos. “Mañana tengo un servicio que prestar con una señora que quiere ir a comprarse ropa para una próxima ceremonia de boda. Se le casa una hija y no le gusta ir sola para elegir las prendas a los grandes almacenes. Parece ser que su marido tiene otros intereses afectivos. Así esta el mundo”.

Vi alejarse su bus articulado, quedándoseme grabada esa su última imagen: una forzada sonrisa con mirada cansina y reflexiva, en medio del alegre fulgor acústico de un grupo de adolescentes italianos, probablemente en viaje de estudios por la zona.

Quedaba pendiente una segunda experiencia y a ello me dispuse una semana y media después. En este caso, contraté (otros cincuenta euros) compartir una cena con un hombre cuya edad oscilara entre los 45 y 65 años de edad. Para esta oportunidad preparé la simulación de una presentación diferente, como así hice con la persona que tenía delante mía, en el antiguo edificio de Correos, actual Rectorado de la UMA, ubicado en la parte intermedia del Paseo del Parque.

Se trataba de un hombre mayor. A primera vista parecía superar ese marco de edad que yo había sugerido en el contrato on-line. Iba vestido con elegancia aunque, dada la estación veraniega en la que aún permanecíamos, su ropa denotaba un estilo deportivo de vida. Camiseta de manga corta, vaqueros de color celeste y calzando unas zapatillas blancas de marca Converse. Caminamos juntos hacia un restaurante italiano, ubicado en la zona monumental del centro urbano. Ya de entrada me comentó que le agradaba bastante este tipo de comida.

Le puse en antecedentes acerca de mi carácter y la causa por la que había solicitado esta compañía, en una noche de estrellas bajo el guiño sonriente de la luna. Por supuesto, establecimos como más natural el tuteo entre nosotros, aunque nunca antes de ese día habíamos coincidido o intercambiado palabra alguna. Desarrollé la teatralización que había previsto un par de días antes.

“Desde que fracasé, por tercera vez, en unas oposiciones a la Administración civil del Estado, mi carácter se ha ido desequilibrando. Aparte de una cierta inestabilidad nerviosa, me he convertido en un ser “patológicamente” caprichoso. Ya no son esas manías banales, que tenemos muchos de los humanos, sino que a veces mi comportamiento entra de lleno en ese arriesgado y peligro terreno de la persona intensamente compulsiva. Hago un mundo de los pequeños problemas y mis amigos me han ido dejando atrás en sus vidas. De las mujeres ni te cuento. Cuando me van conociendo, con más o menos discreción, ponen tierra de por medio por mis absurdas reacciones. Por eso esta noche quiero compartir la cena con una persona adulta, que sepa escucharme y comprenderme. Tal vez me puedas ayudar a ese difícil proceso de cambio que necesito”.

Salomón, así se llamaba el hombre enviado por la agencia, se mostró dispuesto a escucharme y tratar de entenderme. Apenas nos habían servido los entremeses y vi que había acabado ya con su segunda jarra de cerveza. Entendió procedente contarme el por qué había llegado a trabajar en estas “compañías para la palabra”.

“Soy un militar retirado, lógicamente ya por la edad. Durante mi vida profesional era “temido y respetado” por mis numerosos subordinados. En la escala castrense alcancé el grado de coronel del ejército. Escuchaba, día tras día, año tras año, esa frase de “a sus órdenes, mi capitán” “a sus órdenes mi comandante” “Tiene Vd. algo que mandar, mi coronel” “lo que Vd. decida mi comandante” etc. Quien así me hablaba se “cuadraba” marcialmente, elevando su mano diestra hasta la sien. El uniforme que yo vestía, con sus estrellas y galones, inspiraba ese respeto y admiración que sientes ante un superior. Mis órdenes eran llevadas a cabo sin la menor controversia u oposición. Después llegó el “duro” pase a la reserva y te das cuenta de que te conviertes en un civil más, percibiendo en tus carnes y laureles que nadie te hace el menor caso. Incluso en el seno de tu  propia familia. Los hijos crecen y tienen su propia vida. La mujer, con sus amigas y sus cosas. Y tú te ves convertido, de la noche a la mañana, en un don nadie. Ahora ya todos pasan de mi. Entonces un día vi esta página en Internet y me dije ¿por qué no me apunto para servir de compañía a esos seres anónimos que necesitan de la palabra y sentir ese ratito de calor humano que de alguna forma compense el pathos de su soledad? No, no es por el dinero, pues de los cincuenta euros que tú has pagado a mi sólo me dan diez, aparte la comida o el espectáculo al que desee ir el cliente sino, de manera especial, por sentirme aún útil en la vida. Aunque yo aún me mantengo relativamente bien, esto de la edad es una verdadera “putada” de la naturaleza”.

Ciertamente el apetito de Salomón era asombroso ¡Cómo se bebía esas jarras pintas, en un abrir y cerrar de ojos! Además de los macarrones a los cuatro quesos, se atrevió  con una suculenta pizza “O Mamma mía”. Tras el café, con la copa de licor, sólo me atreví a preguntarle cómo mantenía tan buena forma y tan aceptable diámetro ventral. “Te diré el secreto, en el momento de la despedida, amigo mío” así fue su divertida respuesta.

Nos despedimos al final de la calle Alcazabilla, flanqueados por las recias murallas musulmanas de la Alcazaba, el escénico graderío romano del Teatro y el grandioso bloque neoclásico del Museo de Málaga.  

“Amigo mío, no sé si has creído toda mi historia. Bueno, yo … tampoco me he creído la tuya. En realidad soy un “oscuro” actor de teatro de esos que no han podido alcanzar el triunfo. Uno de tantos figurantes, que en las obras aparecemos sólo durante pocos minutos y que en la escena nos permiten pronunciar apenas monosílabos, muy escasas palabras. La gloria sólo pertenece a los consagrados. Desde hace un par de años ya ni me llaman para “barrer el escenario”. Tengo que vivir de algo y como en esta noche poder aprovechar una estupenda y suculenta cena. Porque muchos días, muchos día, te lo aseguro, paso hambre. De ahí el secreto de mi delgada cintura”.

Vi desaparecer la esbelta figura de Salomón, entre múltiples juegos de sombras iluminadas por esas luces con sueño. En las terrazas de los restaurantes aún permanecía gente “abrazada” a la embriaguez paliativa de sus copas. La humedad era intensa y el suelo estaba mojado por la condensación. Esa noche, a comienzos de septiembre, sentí bastante frío. No sólo en lo térmico, sino mucho más en lo humano.-  

José L. Casado Toro (viernes, 8 Septiembre 2017)
Antiguo profesor del I.E.S. Ntra. Sra. de la Victoria. Málaga

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