domingo, 27 de agosto de 2017

LA ADMIRABLE Y EJEMPLAR VIRTUD DE LA PACIENCIA.

Sorprende que en estos tiempos de los que somos protagonistas, cada cual en la cercana parcela de “su pequeño mundo” y en el que una gran mayoría de personas parecen estar alistadas en la “hermandad de las prisas”, existan para nuestra sorpresa ejemplos admirables que contrastan con el universal servilismo a la hegemonía permanente del reloj.

Es cierto. Una de las grandes excusas que aportamos para explicar nuestro tantas veces absurdo comportamiento, en todos esos órdenes que dibujan la vida, es precisamente esa carencia de minutos, segundos o latidos, en las agendas que marcan nuestros acelerados y densificados directorios. Las veinticuatro horas, que enmarcan el día con la noche, se nos van quedando pequeñas, insuficientes, limitadas, teniendo en cuenta ese tercio dedicado al descanso, otro tanto reservado para la actividad laboral y ese resto repartido entre la alimentación, la formación, el ocio, el deporte y la cultura, sin olvidar, por supuesto, la ineludible y enriquecedora vida relacional.

Nos quejamos, con excesiva frecuencia, de que el ordenador o Internet van demasiado lentos, de que los autobuses tardan demasiado en llegar a nuestra parada y en completar su recorrido, de que los envíos de “mercancías” se han retrasado algunas horas o días. Con todas esas muestras de teatralizado desasosiego, vamos estresando y tensando nuestro sistema nervioso. Todo ello deriva de ese control absoluto a que nos someten las manecillas de los relojes, omnipresentes en el ejercicio de cualquier actividad, obligación u otra posibilidad vital. Resulta penoso e incluso ridículo el que no hallemos tiempo suficiente para esa otra interesante y saludable posibilidad de dejarse llevar sin el tiempo, en el caminar diario que recorremos desde el amanecer. Incluso cuando vemos a la gente transitar por las calles y plazas, muchas personas parecen no disfrutar del paseo sino que ofrecen un tenso semblante, físico y anímico, condicionado por esas necesidades impuestas a través  de  las “flechas” horarias correspondientes.  

Decía al inicio de esta introducción que contrastan estas actitudes tensionadas, a causa del obsesivo aprovechamiento del “siempre limitado” tiempo disponible, con algunos otros “islotes” para el sosiego, representados a través de una serie de admirables ejemplos (podrían ser muchos más) que merecen nuestra valoración y apreciación más plausible. Son escenas e imágenes que gratifican nuestra retina, entresacadas de la sencillez cotidiana protagonizada por personas anónimas que también profesan otro culto, en este caso representado por el valor envidiable de la paciencia.

Caminamos por una calle de barrio, normalmente descuidada en el aseo de su calzada y, de manera especial, de sus aceras. En ese lugar solemos ver una señora que, cada una de las mañanas, dedica un trocito de su tiempo a barrer, baldear e incluso a usar su fregona, sobre el trocito de acera que corresponde a su vivienda. Bello ejemplo del que tendrían que aprender y practicar otros vecinos de viviendas particulares o de bloque y, también por supuesto, los propietarios o arrendatarios de esos locales que tienen sus sillas y mesas sobre las aceras o pasajes. Mañana, esa señora volverá a barrer y fregar su trocito de losetas callejeras, sin preocuparse de que vuelvan a estar sucias a los pocos minutos.  
Hay profesiones y actividades que también rinden “culto” a ese inestimable valor que preside esta reflexión. Por ejemplo, pensamos ahora en el escultor que, pacientemente, talla, esculpe o modela un trozo informe de madera, piedra o una masa de barro, respectivamente. A esta artística labor dedica todo el tiempo necesario, a fin de conseguir la forma pretendida, aplicando la técnica y experiencia que haga posible ese más o menos complicado objetivo, logrando finalmente una obra que sin duda es “maestra”. Además nos ha “regalado”  también una lección de lo que supone trabajar sin los condicionantes del minutero.

También demuestran tener un nivel “infinito” de paciencia, esos vendedores de seguros, enciclopedias y tarjetas bancarias, los cuales llaman una y otra vez a tu puerta, a tu teléfono o se te acercan cuando circulas por los pasillos iluminados y ruidosos de un importante centro comercial. Posiblemente, tu “no, gracias” sea una más de las centenares de respuestas que a lo largo de los días recibe (sin inmutarse ) ese comercial, bien trajeado y verdaderamente blindado para recibir una negación tras otra. Al final, con toda cortesía te regala una sonrisa y te desea un buen día, mostrándose ya preparado para reintentar su oferta con un nuevo posible cliente.

Y por qué no citar también a esa madre, a todas esos padres y madres, que se esfuerzan, un día sí y el siguiente también, en tratar de lograr que sus hijos, adolescentes o menores, dejen ordenados sus respectivos dormitorios y lugares de estudio. Ciertamente no resulta una tarea fácil “implementar” esos buenos hábitos de dejar cada cosa u objeto en su sitio, evitando “tirar” la ropa a la cama, dejar la bolsa con los libros donde primero se tercie o evitar tener el armario y cajonera de la ropa con todo revuelto, a modo de un vendaval que todo lo altera a su paso. Y es que a determinadas edades, los gritos, enfados y castigos resultan cada vez menos eficaces. Por el contrario hay que aplicar una tarea constante y paciente, que debe comenzar desde la infancia, aplicando niveles hábiles e inteligentes de psicología en el trato, a fin de conseguir resultados eficaces en nuestro objetivo educador. Por supuesto, haciéndolo una vez tras otra sin desanimarse, cuando los resultados no sean especialmente rápidos o eficaces.

Demuestra la ciudadanía tener una infinita paciencia, con la clase política que el destino, la suerte y los votos, por supuesto, han puesto al frente de las diferentes administraciones: tanto a nivel local, regional o nacional. Resulta saludable comprobar como, elección tras elección, el ciudadano se acerca a la mesa electoral con la esperanza de que su voto sirva para que los dirigentes electos arreglen y no estropeen la situación del país. Negocien y no se tiren con fanatismos y sectarismos los “trastos” a la cabeza. Extremen la honradez y soslayen la tentación de la corrupción. Piensen antes en el bien general y no en el partidismo egoísta particular. Aprecien y apliquen el valor de la verdad, evitando el recurso a la mentira, la manipulación y el engaño. Y así, un largo etc. Desde luego los electores, como no podía ser de otra manera, son los que ponen y quitan gobiernos con sus votos. Pero, ante la urna, es necesario defender que la inteligencia y el buen sentido deben ser prioritarios sobre el fanatismo y el sectarismo partidista.

Desde siempre me ha producido asombro, no exento de valoración positiva, la actitud de algunas personas que, con su caña y enseres de pesca, practican esa noble y sana afición de pasar horas y más horas, esperando los frutos del mar. Son los practicantes de la pesca como deporte. Dando muestra de una paciencia ajena al tiempo, se desplazan en las horas frescas del amanecer o en aquel otro horario que contempla el atardecer, a las orillas de la playa, a las riberas del puerto o a los malecones que frenan el oleaje, para pedirle al mar respuestas generosas de sus riquezas, a fin de complacer su afición, el alimento o llenando de contenido el amplio tiempo disponible. Miran el devenir de las olas, caminan en silencio sobre la arena o sentados con la privacidad de su pensamiento, esperan y continúan esperando, sobre todo, a ese largo o corto tiempo que, sin duda, ha de pasar.  

Algunos viandantes por las orillas de la playa suelen acercárseles para intercambiar con ellos algunas palabras que casi siempre comienza con el mismo interrogante, mezclado con una sonrisa: ¿Cómo va la pesca hoy? ¿Pican o no pican? Evité repetir esa consabida pregunta, cuya respuesta es más que evidente observando el cubito donde se guardan las escasas presas capturadas. Tampoco era cuestión de hablar, una vez más, acerca del tiempo meteorológico, así que mi pregunta fue más una afirmación como saludo: “Aprecio mucho todo ese tiempo que dedican a esta sana afición de disfrutar la pesca. Siempre suelo decirme: es algo que yo también debería poner en práctica…” MI interlocutor, una persona de piel bastante curtida, por sus largas horas de exposición a los rayos del sol, hombre de frases cortas y directas en su expresión y de mirada indisimuladamente cansada, pero plácida, agradecía la posibilidad de “echar un ratito” con el paseante ocasional por la playa.

“Sí amigo, vengo casi todos los días de la semana. Mucho menos en el verano. Por el calor y los bañistas. Algo se pesca, pero más se piensa. Con tantas horas esperando, tengo todo el tiempo del mundo para darle vueltas a la cabeza. Incluso hay veces en que devuelvo al mar lo que me da. Para que esas crías de peces sigan creciendo en su mundo marino. Y es que las aguas están muy castigadas. Demasiado aguantan, con toda la porquería que les echamos. Me traigo mi bocadillo y esta latita de cerveza, que nunca debe faltar (con su pícara risa observo el avanzado deterioro dental). También, es mejor dejar a la “parienta” con sus cosas. Tantas horas en casa abren la puerta a discusiones y peleas. Si te contara todas las cosas que he trabajado, no me creerías. En la juventud, incluso estuve haciendo “lo que me decían” en una película. Total, por unos “durillos”. Yo entonces era más guapo, claro. Desde luego es mejor y más sano estar aquí, tranquilamente oyendo el ruido que hacen las olas  y oliendo a sal y marisma. El bar o la taberna no es lo mío. Aquí se está muy requetebién”.  

Agradecí a Simón la nobleza, limpieza y verdad de sus palabras, deseándole suerte para el resto del día. Me sentí confortado tras comprobar que aún hay personas para los que la magnitud estresada del tiempo carece de importancia o justificación. Son seres anónimos, en la privacidad de sus vidas, que saben aplicar y rentabilizar ese valor inapreciable de la paciencia a una existencia, en la que siempre se espera un nuevo amanecer. Gozan con esos atardeceres que diestramente nos dibuja y regala la naturaleza. Aprecian la dimensión del silencio, sólo interrumpido por la acústica de la brisa sobre las hojas. Con sabia inteligencia saben relativizar la importancia de un tiempo que siempre se nos muestra inalcanzable para nuestra significación como humanos.-



José L. Casado Toro (viernes, 25 de Agosto 2017)
Antiguo profesor del I.E.S. Ntra. Sra. de la Victoria. Málaga






No hay comentarios:

Publicar un comentario