jueves, 18 de mayo de 2017

UNA ILUSIONADA COLECCIÓN FILATÉLICA, EN EL ANTIGUO MADRID DE LOS AÑOS SESENTA.

Ayudados por la potencialidad de nuestra memoria, podemos echar una mirada a la España de aquellos lejanos años sesenta, en la centuria precedente. Cuesta cierto trabajo imaginarse una Nación (u otro país de estructuras sociológicas similares) sin la presencia continua de la maquinaria informática, el asombroso e infinito avance electrónico y la globalizada influencia mediática, elementos tecnológicos que hoy sustentan, con sus muy poderosos resortes, los fundamentos operativos de nuestra existencia.  
Efectivamente la forma  de vida, en aquellos pretéritos años del siglo XX, era muy diferente a la que hoy protagonizamos, con todas las posibilidades de discusión y criterio para el análisis. Los juegos y las distracciones de los niños estaban también presididos (no podía ser de otra forma) tanto por la propia realidad sociológica de cada familia, como por las avances tecnológicas que el mundo en general y cada uno de los países en particular podían alcanzar y difundir entre la mayoría de sus ciudadanos.

Helios, un niño de once años de edad, era el hijo mayor de una modesta familia madrileña que residía en el seno de una barriada humilde, integrada entre los cinturones urbanos de la gran urbe. Marcos, su padre, trabajaba atendiendo la ventanilla de una estafeta de correos, ubicada a no mucha distancia del pequeño piso que tenían alquilado, en una de las numerosas y hacinadas manzanas obreras del viejo Madrid. Claudia, su madre, se ocupaba de atender todas las obligaciones que suele conllevar la vida diaria en un hogar familiar. Helios, junto a su hermana menor Irene, mezclaban su tiempo para el estudio y los juegos en una sociedad donde la televisión estaba apenas comenzando, la palabra informática apenas aparecía en el argot imaginativo de muy cualificadas minorías intelectuales. Eran años en que la vida española se embarcaba en un viaje imprevisible e ilusionado con la mirada puesta en el desarrollismo, la difusión mayoritaria del turismo, los usos “oxigenantes” de la emigración y un régimen político profundamente anacrónico que, más tarde o temprano, tendría que actualizarse, entre otras varias razones, por las leyes ineludibles que todo cuerpo orgánico ha de aceptar ante el paso ineludible del tiempo.

Los niños de aquellas generaciones solían utilizar, mucho más que los de ahora, las calles y plazas de sus ciudades para el desarrollo vital de sus juegos y diversiones. Helios, al igual que otros muchos compañeros, amigos y vecinos de su barriada, tenía entre sus aficiones una muy laboriosa y sugestiva cual era la de formar colecciones con objetos propios y asequibles para su joven edad. Los incentivos y motivaciones para la búsqueda, el hábil intercambio y el apetecible juego con las diversas series de láminas y estampas, que exigían el laborioso esfuerzo añadido a fin de completar los álbumes correspondientes, suponía toda una lúdica ceremonia, sumamente atractiva, en los sanos y nobles deseos imaginativos del vitalismo infantil.

Los motivos y fundamentos de esta práctica eran variados para cada paciente coleccionista, pero todos ellos insertos en la sociología y cultura de la época. La memoria nos hace recordar aquellas míticas y famosas películas que, además de su proyección en las grandes pantallas, tenían también su importante “marketing” comercial en la venta de numerosos sobres de estampas, ávidamente “consumidas” en la avidez de los niños. Dos simbólicos e inolvidables ejemplos podrían ser citados: el film español “Marcelino pan y vino” junto a la superproducción estadounidense “Los diez mandamientos”. Pero no sólo era la popularidad del cine la única fuente de estas colecciones infantiles. Había otras atractivas y variadas temáticas. Por ejemplo, las estampas de los coches que circulaban en la época, también las fotos de los futbolistas que integraban los equipos de la primera división (los popularmente llamados “cabezones”, por la simpática disimetría en sus dibujos y fotos) y no podían faltar aquellas “suculentas” estampas que las más afamadas marcas de chocolate introducían junto a sus tabletas, para el goloso consumo de los más pequeños y, por supuesto, también de los adultos y mayores. El protagonismo de Nestlé era incuestionable, para esta cultural y comercial difusión. Las temáticas de sus colecciones de estampas, anejas al suculento alimento, eran variadas pero siempre sumamente atractivas (como la vida animal, los grandes monumentos en el mundo, la flora de la naturaleza, los más decisivos inventos de la Humanidad y un largo etc.)

Se ofrecía a la infancia un poderoso marco de posibilidades para estimular los retos de su ingenio para la culminación de las diversas colecciones que cíclicamente salían al mercado. Pero, en el caso de nuestro protagonista, había un interés especial en una temática coleccionista,  preferentemente ejercida por las personas adultas. Tanto el oficio de su padre, un esforzado y ejemplar funcionario de correos, como la afición filatélica de su abuelo materno, sembraron en Helios el gusto por las colecciones de sellos, estampillas engomadas utilizadas en el franqueo de una correspondencia para la que aún no existía el vocablo actual del “on line”.

Coleccionar sellos tenía para el niño Helios varios y justificados incentivos. Las personas adultas le explicaban y comentaban acerca del valor que podían llegar a alcanzar con el tiempo esas estampitas engomadas que venían pegadas en el anverso de los sobres de cartas, según mostraban los catálogos de los círculos filatélicos. No era menor el interés que para él  tenía la belleza mostrada por todas esas pequeñas láminas, con las fotos y los dibujos más dispares (monumentos, personajes famosos, animales, flores, banderas, efemérides, instrumentos, ciudades, etc), perteneciente a una ubicación geográfica diversa y contrastada. La mecánica del intercambio, de todos los ejemplares repetidos, era también un poderoso acicate para fomentar el diálogo y las amistades subsiguientes. El hecho de poder y tener que negociar con personas que duplicaban o multiplicaban su edad, despertaba el asombro de todos esos interlocutores que elogiaban la insólita madurez en un chiquillo de tan sólo 11 años de edad. El proceso de búsqueda, separación de los sobres, desengomado, limpieza, colocación en hojas con su papel de celofán, rotulación y clasificación de los pliegos y hojas, junto al cosido o encuadernado de los álbumes, además de utilizar una buena lupa, suponía también un ejercicio que iba cimentando la madurez, responsabilidad y distracción,  en una muy joven persona que caminaba naturalmente hacia el marco de la adolescencia.

Su padre, don Marcos, a pesar o tal vez por su inmediato conocimiento del oficio, tenía que regañarle en ocasiones ante la excesiva dedicación que, en su opinión, dedicaba su hijo a la colección de sellos. Este buen y campechano funcionario pensaba que ahora era el tiempo específico para el estudio y el deporte, en una persona que estaba inmersa en el proceso de su evolución natural hacia la pubertad. Sin embargo Helios estaba intensamente motivado hacia su colección filatélica. Obtuvo el permiso de sus padres (ciertamente a regañadientes de los progenitores) para que un día a la semana, entre lunes y viernes, pudiera llegar más tarde a casa, desde su salida del colegio a las 5, a fin de pasarse por algunas de las empresas que operaban en el barrio. Se trataba de visitar una gestoría, una agencia de viajes y una tienda de venta de muebles, en las que se había dado a conocer, a fin de que le guardasen algunos sellos de las cartas que los establecimientos recibían. También solía pedir sellos a los vecinos de su bloque de pisos, a los familiares y compañeros de clase e incluso escribía tarjetas a países extranjeros con el fin de recibir franqueo de otros estados y nacionalidades. Por supuesto que el intercambio con amigos y con una filatelia que había en la zona centro de la capital también era una interesante fuente de aprovisionamiento para su esfuerzo acumulador y diversificador de esos pequeños ejemplares de papel, con dibujos y fotos, utilizados para el envío de la correspondencia.

Llegó a acumular más de cuatro mil sellos, colección muy heterogénea desde un criterio de procedencia geográfica e incluso temporal. Sin embargo, con el avance del calendario, ese interés que despertaba la afición filatélica fue declinando. Otras motivaciones y nuevas amistades relegaron lo que sin duda había sido un esfuerzo admirable de constancia, organización e inteligencia, ante una ilusión no muy común en un chico de su edad. Los cinco densos álbumes acabaron reposando en uno de los altillos del bien aprovechado dormitorio de Helios. Los estudios de bachillerato, los amigos y “compas” de la pandilla, esos primeros sentimientos hacia la compañera idealizada, las excursiones del fin de semana intercalados con los alegres guateques protagonizados acústicamente por los discos de vinilo 45 rpm, ese embriagador “alcohol” de garrafa y aquellos besos explícitos en la búsqueda inacabada de la “madurez”, eran los culpables “lógicos” de la natural postergación de una afición que había comenzado demasiado pronto en la cronología de una muy joven edad.

Pero el destino tiene sus propias leyes inexploradas para la racionalidad de lo posible. Habían pasado unos cuantos años en la vida de todos. Don Marcos seguía con su trabajo rutinario, atendiendo en ventanilla a una continua clientela que demandaba aquél paquete, carta, certificado, giro postal o envío para sus necesidades e intereses. Doña Claudia sustentaba sus tardes de café y pastas con un grupo de amigas de procedencia parroquial, mientras que  Helios ya cursaba segundo de telecomunicación en la Complutense (con una beca estatal bien ganada por sus circunstancias familiares y brillantez demostrada en el esfuerzo de estudio).

Un hecho inesperado rompió la estabilidad no sólo en la familia Barquera Palenque, sino también en la del resto de convecinos que vivían en régimen de alquiler dentro del populoso bloque. 48 familias leyeron, con asombro y desconsuelo, una carta con franqueo certificado y acuse de recibo  (el asunto era bastante serio) en la que un despacho notarial les comunicaba la dura noticia que unos y otros en realidad sospechaban desde hacía años. Los pilares del viejo bloque estaban gravemente enfermos. Esos sustentantes constructivos estaban inquietantemente cediendo y las grietas en diversas zonas del edificio confirmaba que una construcción realizada recién finalizada la Guerra Civil española, con no buenos materiales y abundantes prisas,  podía provocar graves riegos para las personas (unas 200) que habitaban el veterano y voluminoso inmueble. Diversos estudios geológicos, tanto privados como municipales, aconsejaban la inmediata evacuación y derribo del edificio en un plazo no superior a una semana. Tenían que abandonar, para su desgracia y desesperación, las raíces inmobiliarias que les cobijaban.

Nervios, desconsuelo, búsqueda de estrategias aceleradas para salir del embrollo en un ramillete de casi cincuenta familias, entre ellas la del propio Helios, con sus padres y hermana. Había que buscar con prontitud un nuevo alquiler, pero la presteza exagerada es inadecuada consejera para actuar con la debida racionalidad y sensatez. El gran problema para todos esos vecinos era que estaban pagando una renta mensual ya muy desfasada para los precios que el desarrollismo de los setenta ocasionaba. De manera especial, porque la mayoría de esos inquilinos pertenecían a familias de economía sumamente modesta. Con los sueldos medios disponibles cada mes, la mayoría de esos convecinos difícilmente podrían pagar los precios de alquileres actuales para una nueva vivienda de similares características a la que habitaban desde hacía muchos años.

La situación era más que compleja. Angustiosa sería la palabra que mejor definía el estado anímico de la familia Barquera y otras muchas. Y aquí toma de nuevo un “milagroso” protagonismo aquella colección de sellos, esforzadamente realizada por un chico aventajado de tan solo 11 años de edad. Fue idea suya la inteligente y generosa propuesta, llevando un rayo de esperanza a una situación que se había tornado confusa y en exceso preocupante para el desquicio. Padre e hijo se desplazaron, en la mañana siguiente, a un establecimiento filatélico de gran renombre en la ciudad del Oso y el Madroño. Solicitaron hablar con el propietario del mismo al que expusieron crudamente sus objetivos. Estaban dispuestos a vender la colección de los más de 4.500 sellos. Dada la urgencia del gesto, dos peritos tasadores evaluaron el valor actual de esas “estampitas” para el franqueo, como así desde siempre las había llamado Helios. En apenas 48 horas llegó la anhelada respuesta. Esas 30.000 pesetas que le ofrecían por la colección (había en la misma algunos sellos con gran valor de mercado) les llegó como “agua de mayo” a fin de poder alquilar una nueva vivienda de promoción municipal (con derecho a su futura compra) ubicada en una localidad “dormitorio”, situada a 42 km. al norte de la capital madrileña.

Esta sencilla y bella historia, numerosas veces narrada por Helios a sus dos hijos en la actualidad, ha sido un poderoso acicate para la afición filatélica generada en uno de ellos. Pero hoy ya no es tan frecuente conformar un coleccionismo de tan “sentimentales” y admirables características para la conservación de los sellos. Tenemos la versatilidad del  correo electrónico, junto a la acelerada eficacia de los whatsapps y otras plataformas de la comunicación informática en las redes sociales, por todo ello se ha ido transformado en profundidad aquel antiguo y singular encanto de los esforzados y pacientes aficionados a la filatelia. Eran personas tenaces, de toda edad y condición, que hacían de los sellos de correo un importante fundamento de su tiempo, aplicando mucho esfuerzo e ilusión a unos objetivos apreciablemente rentables (como sucedió en esta historia) para la evolución posterior de sus vidas. Su plausible ejemplo debe de permanecer con hermosa relevancia en los archivos, históricos y afectivos, que pueblan nuestra memoria.-


José L. Casado Toro (viernes, 19 de Mayo 2017)
Antiguo profesor del I.E.S. Ntra. Sra. de la Victoria. Málaga

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