viernes, 10 de marzo de 2017

TIEMPOS DE COMPRENSIÓN Y GENEROSIDAD, EN LA DECISIÓN DE ANEL.

Habían sido unas semanas extremadamente duras, en la vida de Anel y sus dos hijas. Sin embargo, gracias al afectivo calor familiar, junto a una ayuda psicológica especializada, todas ellas pudieron ir asimilando la terrible realidad en que se habían visto inmersas, de la forma más fatalmente imprevisible. Perder a un marido y a un padre, en sólo unos minutos de un otoño aciago para el mecanismo cardiaco, supuso una cruel orfandad. Ausencia no sólo para esas hijas, que no verían más a su padre, sino para una mujer joven e inteligente que, a partir de esta decisiva experiencia, tendría que sacar adelante, con el mayor tesón y equilibrio, a una familia que había quedado dolorosamente rota. 

Un rayo de luz y esperanza vino en su ayuda cuando esa tarde, con la generosidad más oportuna, recibió una llamada telefónica de su antiguo jefe en la notaría, gabinete donde ella había estado trabajando hasta que llegaron los nacimientos de las pequeñas. Tras darle un sentido pésame, disculpándose por no haber conocido la desgraciada información a su debido tiempo, le ofrecía la posibilidad de volver a su antiguo puesto laboral en el grupo.

Anel poseía un esmerado currículum, con una licenciatura en derecho. Durante los siete años de su colaboración en la notaría, había dejando una positiva estela profesional, debido a su dedicación y buen hacer en todas las misiones, por complicadas que fuesen, a ella encomendadas. La oferta laboral era, como puede suponerse, al igual que el “agua de mayo” para la naturaleza. Asier, su difunto marido, era un eficiente intermediario comercial que trabajaba de manera autónoma, por lo que la situación económica familiar, tras su fallecimiento, exigía en ella una ineludible vuelta al trabajo lejos del hogar. Había que seguir manteniendo a flote el, ahora más reducido y debilitado, navío familiar.

Pasaron unos meses y, aún con las dificultades propias del drama que habían tenido que vivir, sus hijas Esther, ocho años, dos más que su hermana Silvia, y ella misma, fueron recuperando lentamente el complicado mecanismo de la adaptación a una nueva realidad, en la que las tres mujeres pusieron lo mejor que sabían y podían.

Durante la cena navideña, en casa de su cuñada Norma, ésta le aconsejó ir cambiando, en la medida de lo posible, el marco ambiental en el que vivían, a fin de reducir la influencia de un marido y padre que ya no podría estar, físicamente, en sus vidas. “Podrías pintar y redecorar algunas de las habitaciones, sustituir también algún mobiliario obsoleto y hacer un buen uso del amplio vestuario que Asier ha debido dejar”. Este último aspecto fue una de las primeras acciones que Anel decidió realizar, aprovechando para ello unos días de vacaciones que en el gabinete notarial se habían tomado, desde el comienzo del Año Nuevo hasta después de la fiesta de Reyes. Su marido siempre había sido muy cuidadoso en disponer de un “buen ropero” dado su trabajo de intermediación o representación comercial, actividad para la que cuidaba ofrecer una buena presencia, actitud que abría muchas puertas en la negociación mercantil. En este sentido Anel aprovechó una tarde, en que las niñas jugaban con amigas de un piso vecino, a fin de organizar toda esa ropa, la mayoría en muy buen estado, guardándola en grandes bolsas. Pensaba donarlas a diferentes instituciones benéficas, como medida más acertada.

En esa tarea se encontraba, intercalada con algunos brotes emocionales para el recuerdo cuando, doblando una de las chaquetas de sport que usaba su marido, percibió la existencia de un sobre en el interior del bolsillo derecho. Con sensatez, repasaba toda la ropa antes de guardarla en las bolsas, por si pudiese llevar algún objeto personal que mereciera su atención. Efectivamente, había en ese bolsillo interior un sobre de color blanco, en cuya portada destacaba el rótulo de “Para mi Asier”. El sobre había sido previamente abierto y en su interior había un folio manuscrito, con una caligrafía desordenada, de trazos escasamente uniformes. Un tanto sorprendida, tomó asiento en el borde de la cama y se dispuso a leer el breve contenido de la, para ella, tan extraña misiva.

“Mi bien amado Asier. Hace hoy ya un año, en el que inundaste de luz y esperanza mi vida. Conocerte, entenderte, apoyarte y amarte, a pesar de todas las dificultades que se interponían entre nosotros, ha sido y es una preciosa aventura que vitaliza y justifica mi existencia de cada día. Esas escasas horas en las que podemos estar juntos, justifican y compensan los amargos tiempos en los que no puedo tenerte a mi lado. En algunos de esos preciosos momentos, llegas malhumorado, entristecido o con el cansancio aburrido de la rutina. Pero esa incomunicación o desánimo, que te provocaba dolor, pronto la compensas con el cariño de nuestra proximidad. Tú y yo sabemos que podemos transformar esa oscura pesadumbre, a fin de que surja en nuestros corazones la alegría, las sonrisas, los proyectos ilusionados, para que la vida se torne más bella, sensible y hermosa. Cuando me abrazas, me siento protegida y querida; cuando me miras, mis ojos pueden ver a través de ti; cuando me hablas, tus palabras saben hacerme comprender y entender todo tipo de complejidad. Te necesito, te siento, te amo. Tu Leyra”.

El bombazo anímico que para Anel supuso la lectura de estas líneas, plenas de amor y sensualmente manuscritas en una cuartilla de color rosa, fue de los que causan impacto. La relación entre ella y Asier había sido aparentemente ejemplar, tal vez algo fría para lo sentimental en algunas ocasiones, debido a las obligaciones profesionales de una persona que tenía que estar de aquí para allá, viajando mucho y llegando a casa en horas tardías, bastante cansado tras una ajetreada jornada. Pero de ahí a imaginarse que su marido, buen padre en sus obligaciones básicas, pudiera estar llevando o interpretando una doble vida, era algo que no se le había podido pasar por la cabeza, incluso en esos tiempos de discusión o enfado a que todos los matrimonios se ven abocados, por la vida relacional que necesariamente han de mantener. Lo que era evidente es que el “bueno” de Asier había mantenido, desde hacía al menos doce meses, un vínculo afectivo, secreto a su conocimiento, con esa otra mujer que sabíí﷽﷽﷽﷽﷽﷽﷽﷽ tan  vida, era algo qcoimiento, con esa otra mujer que sabnte es que el bueno de Asier ndo una doble vida, era algo qa expresar tan sensibles y amorosas palabras.

En unos pocos minutos sus sentimientos atravesaron el camino de la sorpresa, la incredulidad, la convicción, el estallido de indignación y rabia, junto al silencio depresivo posterior del rencor. Lágrimas incontenibles recorrieron sus mejillas, durante largos y desdichados minutos.

El sábado por la mañana, después de Reyes, tras dejar en la institución benéfica las cinco voluminosas bolsas que portaba en el maletero, con toda esa ropa y zapatos de Asier, condujo hasta la casa de Norma. La relación con la única hermana de su difunto marido era excelente, pues entre las dos mujeres siempre había existido proximidad, no sólo en el parentesco sino también por la formación y actividad jurídica que ahora ambas ejercían. Norma la esperaba en casa, ya que previamente le había telefoneado al efecto. Las niñas disfrutarían jugando con sus primos, mientras ellas hablaban de un tema que le hacía sentirse profundamente infeliz y desgraciada.

Le hizo a Norma un planteamiento sereno, pero puntual, mostrándole el contenido de esa carta que había quedado olvidada en el bolsillo del blazer azul de Asier. Le extrañó, sobremanera, la falta de mímica o gestos de asombro, por parte de su interlocutora. Pronto entendió la verdad de la situación.

“Es un tema, también para mí, complicado y difícil, querida Anel. Mi primer conocimiento del hecho que me estás confiando fue una tarde, hará unos tres meses, en que los vi, tomando café en el ático aterrazado de ese hotel que mira hacia el puerto. Fue algo ocasional este encuentro, aunque me hizo dudar la actitud de íntima proximidad que ambos mantenían. No me quise acercar a su mesa. Tan ensimismados y acaramelados estaban, que Asier no se dio cuenta de mi presencia. Unos días después, aprovechando que él vino a casa para entregarme un documento de nuestra madre, le comenté dubitativa mi visión de aquel día en la terraza del hotel. Evitó darme datos concretos aunque le vi un tanto confuso y nervioso, cuando le expresaba mi sorpresa por la actitud que ambos estaban manteniendo. Sólo logré sacarle la promesa de que esa situación relacional tendría que encauzarla en uno u otro sentido. Nunca más tuvimos oportunidad de volver sobre este espinoso asunto. He de confesarte que me dispuse a hacerlo en alguna ocasión pero, con franqueza, no sabía si podría arreglar o empeorar una situación que repercutía a varias personas … realmente se trataba de un tema delicado en extremo. Después llegó ese fatal día, que tanto daño nos ha hecho a todos y que tan duro nos está suponiendo poder  sobrellevar”.

Poco a poco, Anel intentó superar este nuevo impacto emocional, también pleno de desasosiego para su vida. De la tal Leyra nada sabía. Salvo el texto de la carta y la fugaz visión que tuvo Norma, aquella tarde en la terraza del hotel. Pero una noche, ordenando y eliminando mucho del papeleo que Asier tenía en sus carpetas, se fijó en los resúmenes de la entidad bancaria donde su marido tenía la cuenta personal, impresos muy bien archivados y conservados. Repasó las anotaciones de los últimos meses, llamándole la atención una cantidad de trescientos euros, que era ingresada cada final de mes, en una cuenta a nombre de Ana F.C. Los ingresos en esa cuenta se hacían siempre a final de la mensualidad y siempre por la misma cantidad.

Con estos escasos datos se acercó a la entidad bancaria, rogándole al interventor si podía aclararle el destino exacto de estas transferencias de capital. Sobre todo, deseaba conocer alguna información más concreta acerca de la persona destinataria “por si era necesario continuar con esa aportación que su marido realizaba, cada uno de los meses”. El empleado del banco, un gestor apoderado muy amable y eficiente, tras consultar en su ordenador, se prestó a realizar una llamada al teléfono de esa persona, llamada Ana, que aparecía en los listados, explicándole la situación planteada por la ahora propietaria de la cartilla. Tras hablar unos minutos con ella, le pasó el móvil a Anel.

“Sí señora, este señor ingresaba en mi cuenta 300 euros cada mes, por unas horas de trabajo que semanalmente yo realizaba en casa de una mujer joven, pero con visibilidad muy limitada. Prácticamente nula.  Yo me encargaba de limpiar, ordenar un poco las habitaciones y, por supuesto, preparar algo de comida para esta pobre chica. Iba dos veces a la semana, durante las mañanas de los lunes y jueves. Pero hace unas semanas, la chica me comentó que nada sabía de su amigo y que ella no me podía seguir pagando. Por eso dejé de trabajar esas horas en su domicilio. Si es algo importante, no me importa darle la dirección donde vive”.

Efectivamente, la tenacidad de Anel fue dando sus frutos. Pudo conocer a una dulce y joven mujer que había aportado a su marido ese sosiego, esa alegría, esa atracción o ese algo que ella no había sabido o podido darle. Leyra había ido reduciendo de manera paulatina su visión, siendo aún muy niña y, en la actualidad, su capacidad para ver el color y forma de los objetos apenas alcanzaba el 12 % y sólo en uno de sus ojos. La triste historia que había detrás de esta joven de veintitrés años hacia que ahora viviera prácticamente sola en un pequeño apartamento, gestionado con la ayuda parroquial y municipal.

La decisión a tomar era, sin duda, más que difícil. Sin embargo, pudo en ella más la generosidad personal de su corazón, sobreponiéndose a la lógica frustración afectiva como evidente esposa engañada. Anel hizo las gestiones necesarias para que Ana continuara apoyando, en esas importantes horas semanales, las necesidades básicas de Leyra. La comprensión solidaria y la generosidad de valores debían estar por encima de cualquier otro tipo de pobreza o rencor. Aun con ese conflicto interior en lo humano, sintió como iba serenamente gozando esa perdida paz espiritual que con tanto ahínco y esfuerzo se esforzaba en recuperar.-
 
José L. Casado Toro (viernes, 10 de Marzo 2017)
Antiguo profesor del I.E.S. Ntra. Sra. de la Victoria. Málaga

1 comentario:

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