viernes, 17 de febrero de 2017

NUBLADAS INTENCIONES, EN UN PROMETEDOR ESCRITOR NOVEL.

En los inicios de un nuevo fin de semana, Benicio Sanromán ordenaba su mesa de trabajo, toda ella bien repleta de carpetas, dosieres, fotocopias, revistas, rotuladores y ejemplares bibliográficos pertenecientes a una muy variada temática. Había ya puesto a descansar a su inseparable compañero de actividad diaria, un vetusto pero todavía útil MAC, siempre conectado a un disco duro externo por la prudencia necesaria de las copias de seguridad. Dado el buen tiempo reinante, precisamente en este abril al que siempre se le relaciona con lluvias, tenía preparada una atractiva actividad senderista para toda la jornada dominical, que transcurriría por las colinas fronterizas entre las provincias de Málaga y Granada. Se disponía a lavar la taza del café recién tomado, con el que varias veces al día estimulaba la tonalidad de su ánimo, cuando recibió una llamada interna de Roberto Pleguezuelos, su jefe. El director editorial necesitaba verle, antes de que se marchara a casa, para un asunto de urgente interés.

Desde hace aproximadamente año y medio, Benicio trabaja en esta consolidada empresa literaria, que tiene una interesante cuota de mercado en la publicación de novelas, libros de viajes y algunos materiales de naturaleza sociopolítica. Aunque tuvo que sufrir años de desempleo, su prometedor buen currículum académico (premio extraordinario de  licenciatura en Filología hispánica, un master en legislación cultural y certificaciones de asistencia a numerosos cursos relacionados con su especialidad) le permitió acceder, con veintinueve años de edad, a este agresivo, profesionalmente hablando, grupo editorial, con sede central en la capital madrileña, aunque mantiene delegaciones en algunas provincias de nuestro país,  como es el caso de Málaga. Gracias al perfil de sus titulaciones y méritos, fue asignado al departamento de análisis y calificación de materiales recibidos, disponibles para una ulterior y posible publicación.

“He estado todo el día un tanto ocupado por mil y un asuntos. Hasta este momento no he tenido la oportunidad de hablar contigo, antes de que nos marchemos para iniciar el fin de semana. Ayer noche me llegó un recomendado trabajo, escrito parece ser por un joven y prometedor novelista que se está abriendo paso en este complicado mundo de las publicaciones literarias. Y utilizo el término de “recomendado” pues una persona muy amiga, de  la más absoluta solvencia, me han pedido que haga todo lo posible por facilitar la edición de esta su primera novela, tras haber conseguido algunos premios y menciones en concursos y certámenes literarios.

El material impreso, más de doscientos cincuenta folios, viene cifrado con el seudónimo de “Aquiles” aunque me adjuntarán un sobre con todos sus datos personales y profesionales, siempre que nuestra decisión sea favorable a la edición de esta ópera prima de las letras. Lo peculiar y curioso del caso es que el “avalista” del anónimo personaje me pide una “urgente” decisión al respecto, para no más tarde del lunes próximo. En caso negativo, por nuestra parte, enviaría el material a otros destinos paralelos de la competencia. En definitiva, quiero pedirte que dediques el tiempo necesario del “finde” para leerte el “tocho” correspondiente del tal Aquiles. Cada día confío más en el nivel de tus análisis y calificaciones, muy bien sustentadas en la técnica formal y argumental de las obras que pasan por tus manos. Comprendo que te rompo un poco los planes para el fin de semana pero … así es este trabajo”.  
  
Benicio tuvo que aceptar de buen grado este gravoso esfuerzo lector que se le venía encima, para el siempre deseado descanso del sábado y el domingo. Sus planes senderistas habrían de ser pospuestos para una mejor ocasión. Pero dado los tiempos difíciles, en las posibilidades laborales actuales, había incluso que sonreír cuando la autoridad te “impone” un trabajo especial en esas horas que pertenecen al disfrute de tu privacidad. Recogió por consiguiente la bolsa que contenía dos voluminosas carpetas, con sus casi trescientos folios manuscritos por un cualificado y desconocido autor, dirigiéndose con el cargamento directamente hacia su domicilio. 

Una vez que dejó el valioso material en casa, salió del apartamento que tenía alquilado a fin de hacer la compra semanal en el híper que tenía disponible a unas manzanas de distancia. Ya de vuelta, desde el centro comercial, se preparó una cena fría que consumió antes de ponerse a revisar las primeras páginas de la novela. Una nueva taza de café bien cargado, le iba a permitir estar necesariamente despierto para aquella noche (que presumía larga) del viernes. Prefería dedicar el mayor esfuerzo posible (se fue a la cama sobre las cuatro de la madrugada) a fin de que le diera tiempo a realizar el encargo que tendría que entregar no más tarde del lunes inmediato.

Tras la lectura de las primeras páginas del manuscrito, cuyo “pomposo” título inicial era: TIEMPOS DECISIVOS PARA EL SACRIFICIO DE LA VOLUNTAD, percibió de inmediato la naturaleza, profundamente política, de la historia que tenía ante sí. Argumentalmente se narraba en ella la historia de una amplia saga familiar, a lo largo de varias generaciones, ambientada en un contexto espacial ubicado en el conflictivo territorio del Próximo Orienta islámico.  Dada su destreza, visual y conceptual, para la lectura rápida, durante esa larga noche pudo superar casi la mitad de los folios de esa primera carpeta. Mientras más avanzaba en el contenido de la tortuosa historia, sustentaba la convicción de que el trasfondo, más o menos explícito de la novela, era como una especie de manual o breviario ideológico para el alistamiento de un determinado radicalismo musulmán. En cuanto al estilo literario, aplicado a los párrafos que estructuraban el relato, no concordaba en absoluto con las formas expresivas usuales de un escritor novel. La madurez argumental, junto a la perfección gramatical que se percibía en el fondo de la redacción hablaba más de una aguerrida y experimentada autoría, no exenta de un extremismo fanático de naturaleza yihadista.

En la mañana del sábado, Benicio se despertó ya cerca del medio día. Dada la avanzada hora que marcaba el reloj de su mesilla de noche, decidió dedicar el resto del tiempo, hasta la hora del almuerzo, en desplazarse a un centro deportivo al que solía acudir con frecuencia, a fin de practicar el ejercicio de la natación en la piscina climatizada del mismo. A eso de las 14:30  pasó por la zona de duchas y desde allí se trasladó a un restaurante de platos y comidas caseras, donde repuso el alimento que su cuerpo necesitaba. Mientras tomaba un postre de frutas no dejaba de pensar en la tarde que tenía por delante, con la intensidad temática del complejo relato. Ya en su domicilio, tomó de nuevo bloque de folios, dirigiéndose con el preciado cargamento al Parador Nacional de Gibralfaro, donde pensaba tendría la suficiente tranquilidad y sosiego a fin de continuar su esforzado trabajo de análisis. En la terraza de esta excepcional atalaya sobre el Puerto y los jardines del Parque malacitano, bien acompañado por una aromatizada gran taza de café, reanudó la lectura de esa sorprendente historia novelada que había iniciado durante la noche anterior. Confiado en la intensidad de los párrafos que tenía ante su vista, no reparó en que sus pasos y movimientos estaban siendo seguidos por dos personas que guardaban una profesional distancia, a fin de no levantar las subsiguientes sospechas. 

Volviendo ya bastante tarde de su tarea lectora, vio que tenía un mensaje de su jefe en el grabador del teléfono. Le decía, con una corta y sorprendente frase, que abandonara la lectura del manuscrito. Que el lunes le daría en la oficina una mayor explicación sobre esta cuestión. Le extrañó mucho esta orden de Roberto, sobre todo por el tiempo que había ya dedicado a la lectura del trabajo, habiendo tenido que cambiar y sacrificar sus planes para el fin de semana. Pero aún más desconcertante había sido el que, al descolgar el fijo de casa, comenzó a escuchar conversaciones antiguas que él había mantenido algunos días antes. Obviamente, estas conversaciones habían sido grabadas. Dudó en llamar o no a su servicio de telefonía. Pero al fin consideró que era mejor dejarlo para el lunes, siempre y cuando se repitieran esas grabaciones que con extrañeza había tenido que escuchar.

Tenía ya leído casi medio manuscrito. Con sólo esta parte del contenido, poseía ya una valoración bastante convincente acerca de la naturaleza de esa supuesta novela que le había entregado Pleguezuelos. No dudaba que su jefe le iba a preguntar sobre la naturaleza del denso escrito, que contenía un evidente trasfondo de naturaleza política, radicalismo y violencia revolucionaria. “¿Por qué me habrá ordenado que abandone la lectura de un material que con tanta urgencia precisamente me había encargado de su valoración y calificación?

Pudo salvar buena parte del domingo realizando el atractivo ejercicio de caminar por la naturaleza. Había tenido que reducir notablemente el recorrido de su inicial proyecto senderista, pero con la compensación de haber cambiado la segunda carpeta del curioso manuscrito por la mochila, los zapatos del trekking y el bastón de ayuda para los terrenos difíciles o inestables. Seguía sin ser consciente de que con unos anteojos, una cámara de grabación avanzada y el mantenimiento de una prudente distancia, alguien seguía sus pasos por una naturaleza plena de vegetación, aroma mediterráneo y una acústica del silencio protagonizada por la brisa, el movimiento de las hojas y el trinar de algunas aves. Era evidente que el profesional literario no llevaba consigo la voluminosa carpeta con los folios para la lectura, lo cual tranquilizaba a un par de orondos y esforzados controladores, que le iban siguiendo desde la tarde/noche del viernes.

A eso de las nueve horas, ya en el alba del lunes, Pleguezuelos llegó a su despacho. No podía disimular en su semblante un incómodo estado de nerviosismo y preocupación. Lo primero que hizo fue llamar a su subordinado para que acudiera con presteza a su despacho. Tras un corto y frío saludo, le preguntó acerca de la opinión sobre la parte del libro que ya hubiera leído.

“Roberto, hasta tener conocimiento de tu mensaje telefónico, he podido leer casi el contenido total de la primera carpeta. La valoración que me merece es que se trata de un denso relato anovelado que, con una cadencia de seis o siete páginas, añade determinados párrafos, planteados de una forma un tanto críptica o misteriosa, en los que se programan determinados acciones que podrían ser calificadas como operaciones militares contra objetivos del mundo occidental. El radicalismo fanático, añadiría también que religioso, subyacente en todo el relato, pero de manera especial con la dosificación espacial de estos párrafos, resulta más que evidente para todos aquéllos que los quieran leer y aplicar”.

Tras escucharle, con atención y en silencio, su jefe se levantó del asiento, poniéndose a caminar por el despacho, como pensando las mejores y más acertadas palabras sobre el mensaje que deseaba transmitirle Tras un par de interminables minutos, Pleguezuelos rompió su tenso silencio con estas un tanto enigmáticas palabras:

“Benicio, han intentado meterme un “marrón”, pero que muy, muy gordo. Por eso te decía en el mensaje que pararas o detuvieras la lectura. Lo mejor que hacemos ¿te habrás traído las dos carpetas, verdad? es intentar quitarnos de encima este complicado y enojoso asunto, por el que tengo sospechas de que estamos siendo vigilados o controlados. Devuelvo el paquete a mi remitente, por mensajería urgente, y nos olvidamos de esta “cuña” que nos han querido vender. Cuando utilizo la palabra “olvidemos”, es que, en modo alguno hagamos comentarios acerca de su contenido o a la misma existencia del manuscrito. Añadiría algo, pero no te quiero inquietar más de lo que ya imagino. Seguimientos, mensajes de teléfonos anónimos … y lo peor (o tal vez lo mejor) es que no sé quién o qué estructura está detrás de todo este montaje”.

Este joven y buen profesional de la industria editorial estuvo aún algunos días percibiendo como si alguien le vigilara, en sus desplazamientos cotidianos. Las grabaciones en su teléfono aún se siguieron produciendo, pero cesaron en una semana. Por consejo de su jefe, consideró más acertado no plantear denuncia alguna en la comisaria. Al paso de los días fue recuperando esa normalidad alterada, desde el encargo profesional que le hizo su jefe para aquel curioso fin de semana. Pero ya nunca pudo olvidar que, a buen seguro, había estado en el centro protagonista de una complicada trama, en extremo peligrosa e impredecible, tanto para su propia  seguridad como para el necesario sosiego de la colectividad.-
 
José L. Casado Toro (viernes, 17 de Febrero 2017)
Antiguo profesor del I.E.S. Ntra. Sra. de la Victoria. Málaga

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