jueves, 20 de octubre de 2016

SORPRENDENTE CONFIDENCIA, EN EL ÚLTIMO VIAJERO DEL BUS.

Rodrigo Almeda, que mantiene los mismos apellidos que su difunta madre,  trabaja como conductor eventual en una empresa privada para el transporte de viajeros. El servicio atiende los principales destinos entre la capital toledana y un gran numero de poblaciones, pertenecientes a esta monumental provincia de Castilla La Mancha. A pesar de su juventud, 29 años recién cumplidos, este profesional domina muy bien la técnica de la conducción, pues  siempre se sintió atraído hacia todo lo relacionado con el mundo del motor. Su gran ilusión es poder ganarse la vida conduciendo su propia taxi. Sin embargo, con una niña pequeña de tres años (de nombre Elvira) él y su mujer Prudencia han de realizar verdaderos “encajes de bolillos” a fin de llegar con lo básico para los gastos de cada mes. La inversión en un taxi resultaría, por ahora, inasumible para su modesta e insuficiente economía.

Tienen alquilado un piso pequeño, cuyo coste les supone casi un tercio de lo que recibe por los días en que es llamado para atender las sustituciones (enfermedad, vacaciones, imprevistos) que aparecen en la actividad laboral en la empresa. En ocasiones, también realiza pequeños trabajos relacionados con la pintura de edificios e incluso la albañilería tampoco se le da mal. Pero su verdadera pasión es el volante. Debido a su excelente comportamiento conduciendo los buses (no ha tenido que afrontar, hasta el momento, infracciones de tráfico o deterioros en el fuselaje de los vehículos) raro es el mes en el que no suma unos diez o quince días de trabajo. Incluso sus jefes le han llegado a prometer que, si se realizara ampliación de plantilla, él sería uno de los seleccionados para poder entrar en el grupo como trabajador fijo.

Esta semana le ha correspondido realizar la ruta entre Toledo y Talavera de la Reina. No es mucha la distancia que separa a estas dos bellas ciudades (alrededor de unos 80 kms) pero, al tener que pasar y parar por toda una serie de pequeñas poblaciones, vinculadas a ese recorrido, el viaje le supone estar al volante más de dos horas seguidas. Por la tarde habrá de hacer la misma ruta, conduciendo el pesado vehículo de vuelta a la ciudad de El Greco, en donde cenará y compartirá unas apetecibles horas con su pequeña y querida familia.

Aunque estos viajes suelen estar presididos por esa normalidad que impone la rutina diaria, en unos trayectos numerosas veces recorridos, siempre surgen algunas curiosas anécdotas, pequeñas experiencias y novedades que al llegar a casa gusta comentar con Prudencia, mientras ésta atiende las tareas de la casa y el cuidado de su hija, incansable en los juegos.

“Al llegar a Talavera, me puse a hacer las cuentas propias del billetaje vendido, mientras los pasajeros, que hoy no han sido muchos, se iban bajando del autobús. Pensaba que ya habían abandonado todos sus asientos cuando me fijo que aún quedaba un hombre en el interior de vehículo, sentado en la última fila. Me acerco a esta persona y le digo que ya hemos llegado al destino. Se me queda mirando durante unos segundos y, casi sin decir palabra alguna, al fin se levanta, coge su mochila de cuero y camina hacia la puerta. Me pide disculpas y se marcha.

Por la tarde veo que de nuevo este hombre sube al autobús, para el viaje de vuelta a la ciudad. Se trataba de una persona que rondaría los sesenta años de edad. Vestía de manera modesta, aunque su cuerpo lo llevaba muy aseado. Durante el trayecto me iba fijando, por el espejo retrovisor, que no extraía nada de su mochila. Ocupaba uno de los asientos sin acompañante, pues parece que le apetecía viajar sin nadie con quien intercambiar palabras. Yo me doy cuenta de cuando alguna persona aprovecha para mirarme una y otra vez. Y esto es lo que me ha ocurrido con este individuo. Tal vez se distrajera mirando como conducía pues, en esta segunda ocasión, ha ocupado uno de los asientos más delanteros, con respecto al viaje de la mañana. Lo más extraño del caso es que al llegar a la estación, ha sido de nuevo el último en abandonar el vehículo, aunque en esta ocasión no he tenido que avisarle. Me ha dado la impresión como si deseaba hablar conmigo. Pero al final parece que ha desistido de esta intención. He de tener cuidado porque, con sujetos tan extraños, puedo encontrarme en cualquier momento con alguna sorpresa desagradable”.

Pasaron dos días sin la mayor novedad, en el rutinario trabajo de Rodrigo. Sin embargo, a la llegada del viernes, observa con sorpresa como de nuevo aparece el singular viajero, camino de Talavera. En esta ocasión el bus va lleno de pasajeros, teniendo este hombre que compartir asiento con una señora, de humanidad muy generosa en kilos de sobrepeso. Al llegar a su destino talaverano, el extraño pasajero retrasa otra vez su bajada del vehículo. Cuando los demás viajeros ya lo han hecho, esta vez sí se dirige al conductor, indicándole que desearía hablar con él, sobre un asunto personal, si le concede unos minutos de tiempo. El profesional del volante, algo extrañado de la situación, responde a su interlocutor que ha de hacer unas gestiones necesarias, en la oficina de la empresa. Pero que, sobre las dos de la tarde, irá a comer al restaurante de la estación de autobuses y entonces sí podrá atenderle.

A la hora convenida, Rodrigo ve que esta persona ya le espera, en la entrada del comedor. Con cierta inquietud, escucha el ofrecimiento que le hace para invitarle a comer. Acepta el amable gesto y ambos toman asiento en una zona tranquila del gran salón, alejado del fuerte sonido que emite el televisor con las noticias del día.

“Observo su cara de extrañeza y le comprendo perfectamente. Mi nombre es Evelio y resido en la provincia de Pontevedra. Le aseguro que me ha costado bastante esfuerzo localizarle. Por supuesto, he tenido la ayuda oportuna de una agencia especializada. Una vez que poseía los datos básicos en mi poder, acerca de su persona, decidí viajar a esta provincia, a fin de contactar de manera personal con Vd. Me parecía la forma más conveniente hacerlo, mucho mejor que enviándole una carta o utilizando la vía de la comunicación telefónica. En el transcurso del primer viaje, me limité solamente a observar a quien era mi sobrino carnal. No me era fácil romper el hielo de la comunicación, aunque tenía que transmitirle todo un trascendental contenido que Vd. debía conocer

He de explicarle que mi hermano Froilán, del que posiblemente nunca habrá escuchado su nombre, me confesó, en los últimos meses de su alocada vida, algunas vivencias en sumo importantes de las que, su propia familia, éramos totalmente ajenos. La más trascendente de todas ellas y que le afecta a Vd. de manera directa, es que, en los años de su juventud, tuvo un hijo del que nunca, por diversas circunstancias, quiso ocuparse.

Aquella fue una etapa pasajera de aventura amorosa en su juventud, en la que dejó embarazada a otra joven llamada Candelaria. Vd. que es hijo único, nunca llegó a conocer a su progenitor. Probablemente, su madre (sé que ya tampoco vive) no le habrá hablado de aquella experiencia afectiva. Creo que siempre asumió, con admirable valentía, su situación de madre soltera. Pero tuvo la grandeza y nobleza de criarle, educarle y convertirlo en una persona de bien, a pesar de su notable limitación económica. Sé también que tan ejemplar comportamiento le hizo trabajar de manera abnegada durante muchos años, a fin de lograr sacar a su hijo al frente, en medio de no escasas carencias e incomprensiones”.

Rodrigo estaba cada vez más emocionalmente afectado por la inesperada y sorprendente información que le transmitía Evelio. Era cierto que su madre nunca quiso darle información acerca de quien le había procreado. Para ella, esa persona había dejado de “existir” en su memoria. Sin embargo, tenía ahora ante sí al que afirmaba ser su tío de sangre, del que nada conocía hasta ese momento. Tratando de mantener la calma, pidió al camarero un café con leche. Había perdido el apetito, con tan decisivas y sorprendentes informaciones acerca de sus orígenes.

“Me hago cargo de todo lo que siente en estos decisivos momentos de su vida. Pero era mi obligación tratar de enmendar, en algo si cabe, los profundos errores que mi hermano cometió. Tanto con Candelaria, su amor juvenil, como con el hijo que ambos contribuyeron a traer al mundo. Tengo que confiarle que su padre no fue una persona estable o responsable, para su vida afectiva. Pero en los negocios supo aplicar una gran habilidad, con la que logró hacer algo de capital, a través de una granja para la crianza de vacas, allá en nuestra Galicia de origen. Después las cosas le vinieron mal y tuvo que malvender lo que podía haber sido la seguridad para sus años de madurez. Él era dos años más joven que yo. Ahora tendría unos 66 años.

Rodrigo, he consultado con un bufete de abogados y consideran que puede corresponderle una parte importante de la herencia de Froilán, aunque éste no quiso dar ese paso, también necesario, de reconocer legalmente al que era su hijo de sangre. Yo voy a permanecer unos días más en Toledo y, si le parece oportuno, resolvemos de manera amistosa, legal y con la responsabilidad del diálogo, esta situación, solicitando el apoyo que nos preste un buen abogado. Traigo conmigo, para ese objetivo,  una muy necesaria y completa documentación”. 

Ha pasado ya casi un mes, desde aquella sorprendente revelación que Evelio presentó en la modesta y rutinaria vida de Rodrigo. Desde ese viernes de octubre, los principales protagonistas de esta historia han ido  asimilando las respuestas a muchas preguntas,  junto a las ilusiones que todos estos cambios representan en sus vidas. La cantidad material que supuso la herencia de Froilán no fue espectacularmente elevada, pero esos 92.500 €, recibidos por la familia de Rodrigo y Prudencia, sirvieron para la compra de una vivienda de segunda mano, que les liberó del importante coste del alquiler que antes tenían que afrontar, durante cada uno de los meses.

Sin embargo, por encima de esa saludable ayuda material, estaba el vínculo familiar que ahora se abría y enriquecía de manera afectiva para ellos. Rodrigo ampliaba su horizonte genealógico con unas honradas personas que residían en las bellas tierras gallegas y de las que, hasta hacía unas semanas, no tenía el menor conocimiento. Evelio les pidió encarecidamente que viajaran a su casa, junto con su hijita Elvira, a fin de pasar juntos las próximas Navidades. Así podrían conocer a los restantes miembros del grupo familiar en Galicia. Por su parte, él mismo se comprometió a dedicar las vacaciones del próximo verano (ejerce como funcionario de correos) para viajar, junto con su mujer, a Toledo. Todo ello con el saludable objetivo de alimentar aún mas la relación de cariño que ahora posee con aquéllos que son sus sobrinos.

Desde estos acontecimientos para las dos familias, los whatsapps, los e-mails e incluso el Skype no han dejado de funcionar y viajar electrónicamente, entre las tierras castellanas y gallegas. A Rodrigo le sigue respondiendo la suerte. Gracias a su ejemplar hoja de servicios, a partir del próximo Enero va a figurar como trabajador fijo en la plantilla de la empresa municipal de transporte. Ello le supondrá, aparte de un sustancial incremento del sueldo, la seguridad y estabilidad laboral por la que tanto ha estado luchando.

Existe un interesante “fleco”, en todo este contexto relacional, que nadie acierta a explicarse. Cuando Evelio fue repasando todas las carpetas y enseres personales, que Froilán había dejado, halló, en uno de los altillos del dormitorio, una pequeña caja de cartón firmemente atada con tres vueltas de cuerda. Dentro de la misma, había hasta doce cartas cuyo contenido se mostró interesado en conocer. Todos los sobres estaban remitidos con el nombre y dirección de Candelaria. Las fechas de los matasellos, insertas en los correspondientes franqueos, revelaban que fueron enviadas unos meses antes del fallecimiento de la madre de Rodrigo, hacía ya doce años.

Pero, cuando el tío de Rodrigo fue abriendo los sobres,  comprobó con sorpresa que los folios o cuartillas, que sin duda habrían “viajado” en su interior, habían misteriosamente desaparecido. Sólo permanecía, en uno de los sobres, una pequeña foto, muy envejecida por el paso del tiempo. En ella aparecía un niño, que aparentaba tener sobre unos diez años de edad. Rodrigo se reconoció, perfectamente, en esa entrañable fotografía.-
   
José L. Casado Toro (viernes, 21 de Octubre 2016)
Antiguo profesor del I.E.S. Ntra. Sra. de la Victoria. Málaga

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