jueves, 19 de noviembre de 2015

LA CURIOSA LÓGICA DE LOS COMPORTAMIENTOS EXTRAÑOS.

En el día a día, solemos encontrarnos con actitudes y comportamientos alejados de la normalidad. Son imágenes que provocan, en mayor o menos medida, nuestra extrañeza y asombro. Esos gestos atípicos, al margen de lo que es previsible o incluso aconsejable, están protagonizados por personas que viven en nuestro entorno, cruzándose sus respuestas con nuestros esquemas previos de lo conveniente o lo razonable. Sí, es cierto, también nosotros mismos podemos despertar la atención de los demás, cuando esa línea de ruta que nos proponemos se aleja de manera notable de aquello que socialmente resulta acertado o asumible. Me refiero tanto al plano de lo cívico como al de esos valores que deben presidir nuestro caminar por la existencia. Sin embargo, esas puntuales “contracorrientes escénicas” pueden estar justificadas o poseer el necesario sentido para el autor que, con mejor o más escasa suerte o fortuna, las protagoniza. Siempre es positivo conocer el por qué y la argumentación procedente, antes de emitir un veredicto u opinión descalificadora, hacia aquello que ha motivado lo inesperado de nuestra sorpresa.

Aquella mañana, del otoño inicial, la terraza del bar/cafetería, especialmente durante las primeras horas de actividad, mantenía una intensa ocupación en las numerosas mesas dispuestas a lo largo de la acera. Es el momento del desayuno, por lo que desde las numerosas oficinas que pueblan el entorno acude una variada clientela a fin de consumir esas tostadas con jamón y aceite que tan bien preparan en la cocina del establecimiento. Son personas de todas las edades que hacen uso de esa media hora del desayuno, preferentemente en grupos de cuatro o cinco compañeros, para reponer fuerzas en lo que habrá de ser una larga mañana de trabajo y gestión, normalmente hasta las dos y media o tres de la tarde. 

A partir de las 10:30 o las once, el ambiente en el establecimiento se torna más sosegado y es, sobre todo a partir de las 12:30 o 13 horas, cuando suelen aparecen los mismos u otros clientes, predominando jefes o directivos de empresas, para gozar de ese aperitivo de cerveza con tapa, en la media mañana, que mantiene el cuerpo hasta la hora, generalmente tardía, de la comida. También se sirven almuerzos, porque son muchos los trabajadores que hacen la jornada continua y carecen de tiempo suficiente para desplazarse a sus domicilios. Tienen que volver a su puesto laboral a partir de las tres de la tarde, a fin de continuar con sus trabajos hasta la hora del cierre de las abundantes oficinas que pueblan esta zona más bien céntrica de la ciudad.

Giselle, una joven universitaria que cumple horario en el turno de mañana, se ocupaba de limpiar y preparar bien la cubertería, dado que a esa hora del mediodía no había apenas público sentado en las mesas del exterior. Charlaba animada con su compañera Sofía, explicándole que ya tenía ahorrada más de la mitad del coste de ese segundo plazo de matrícula para la facultad de Económicas, a donde habrá de acudir en horario de tarde. El salario del personal de esta cafetería alcanza sólo el sueldo base establecido en convenio, pero el complemento de las propinas, que todos reparten a partes iguales, permite ir tirando con estrecheces, de manera especial a los trabajadores que soportan una carga familiar a la que mantener.

En esa ocupación se afanaba la chica, cuando observa desde la barra del establecimiento que un hombre, en apariencia física de edad avanzada, ocupa una de las mesas. Abre el periódico que trae bajo el brazo y espera, sin prisas, ser atendido por alguna de las camareras. La joven, deja sus quehaceres tras la barra y con diligencia se acerca a este señor que lee pacientemente su diario. Recibe la petición del cliente con un gesto de cierta extrañeza, pues éste  ordena dos copas de vino (una, de tinto Rioja) y un par de tapas de queso. Como sólo ve a una persona frente a ella, supone que pronto se incorporará algún compañero o compañera, que habrá de compartir el aperitivo solicitado.

Prepara con esmero el pedido que a los pocos minutos tiene el señor del periódico encima de su mesa. Giselle vuelve a sus quehaceres, tras la barra del bar, sin darle más importancia a la petición de ese cliente. Por experiencia conoce que a esa hora intermedia de la mañana, son muchas las personas jubiladas que ocupan su asiento en la terraza y no se mueven del mismo hasta esa hora conveniente para volver a casa a disfrutar del almuerzo diario. Algunos permanecen allí incluso algunas horas, ante una taza que ha quedado vacía a los pocos minutos. Otros lo hacen dialogando con esos dos o tres amigos que se citan cada día para hablar de los mismos temas, comentados y repetidos hasta la saciedad en la evolución de los días. De todas formas, aunque pasen los minutos y las horas, el criterio respetuoso de los propietarios del establecimiento es no molestar a los consumidores, aunque ya no consuman y sólo descansen cómodamente en sus asientos. También es verdad que una terraza repleta de sillas y mesas vacías no es una buena imagen para la publicidad y atractivo del establecimiento.

Han ido pasando los minutos y la camarera sale de nuevo al exterior, por si hay alguna nueva petición a la que prestar atención. Echa una visual sobre todas las mesas y repara que este señor continúa sólo. El nivel de su copa de vino ha bajado notablemente, mientras que la de tinto permanece sin consumir. Lo mismo ocurre con las tapas. Uno de los platillos no ha sido tocado mientras que en el situado junto a la copa de fino moriles ya no queda nada del trocito de pan ni del triángulo de queso. El hombre ha dejado de leer su diario y ahora permanece, lógicamente silencioso, observando el trasiego de las personas por esa plaza que se va animando de público a medida que avanza la mañana. La curiosidad en Giselle supera cualquier pertinencia, por lo que se acerca a Cosme, nombre que éste le confiará en el transcurso del diálogo que mantienen.

“Sr. parece que la persona que le iba a acompañar no se ha presentado. Estas cosas ocurren a veces. Lo que me pregunto es acerca del porqué ha pedido su consumición sin estar él o ella presente…… yo le habría servido de inmediato, en cuanto esta persona ocupara su asiento”.

El interlocutor de la camarera es una persona que debe haber superado las sietes décadas en su vida. Algo encorvado en su columna vertebral, mantiene un buen aspecto por su delgadez manifiesta. Escaso cabello en su oronda cabeza, ojos extremadamente cansados y, aunque trata de disimularla, es perceptible un rítmico temblor en sus manos, un tanto agrietadas. Aunque ofrece un cuerpo cuidado en su aseo, destaca la modestia de las ropas que cubren su cuerpo. Ante el comentario de la chica, Cosme baja con humildad su mirada y explica a su interlocutora la realidad de su situación.

“Verá, Srta. este mi comportamiento le puede resultar un tanto chocante. Pero hay que conocer la historia que está detrás del mismo. Mi nombre es Cosme. Yo tenía un amigo, Mauricio, de esos que conoces desde toda la vida, que nos veíamos al menos dos veces en semana para charlar de nuestras cosas. Prácticamente éramos como hermanos, ya que entre nosotros no había lugar para los secretos o la falta de confianza. Paseábamos, hablábamos, discutíamos, por supuesto pero, sobre todo, manteníamos esa costumbre de tomar el aperitivo los días en que nos veíamos. Hace un par de semanas, él viajó a ese lugar lejano del que nada conocemos. Es …. terrible. Su ausencia la sobrellevo muy mal. Me rebelo ante esta ausencia que ha hecho más dura la soledad de mi vida. Por eso hoy he querido pensar que él estaba una vez más junto a mi. De ahí la petición que le hice al llegar. Esa copa de Rioja y su tapita de queso es lo que más le agradaba. Siempre pedía lo mismo…..¡Lo echo tanto de menos!”

Una honda tristeza, abierta a la emoción, ofrecía el rostro de este hombre, cuya sencillez y carencias revelaban claramente su personalidad actual. Giselle quedó profundamente conmovida ante la confesión de este cliente mayor que sufría con dolor la insoportable soledad de su vejez. Brevemente explicó la situación al encargado del establecimiento. Tras un intercambio de impresiones, volvió a la mesa ocupada por Cosme con una indisimulable sonrisa en su boca.

“Cosme, he de confesarle que me ha conmovido intensamente la bella historia que ha compartido conmigo. Acabo de hablar con mi jefe. Pensamos que su amigo, desde allá arriba no querría verle entristecido. Esa copa de Rioja la va a tomar Vd. en honor a su amigo y camarada de paseos. Lo mismo le digo con respeto a la tapa de queso. Y le traigo la cuenta. Hoy, va a ser muy barata para Vd. que ha demostrado tener una gran bondad y creer en la amistad. Sólo le vamos a cobrar el precio simbólico de 1 euro. El resto del valor de ambas consumiciones corre a cuenta del establecimiento”.

Después de pagar su euro y dar repetidas veces las gracias, el anciano permaneció aún casi media hora sentado en esa esquina de la terraza, en donde el sol del otoño se hacía agradecer por su templanza. Era ya más de la una de la tarde, y el resto de las mesas y la misma barra de la cafetería/bar se habían llenado de jóvenes universitarios y de ejecutivos y profesionales, amantes de saborear ese aperitivo que tonifica, previo al almuerzo. Mientras, un hombre mayor, tras dejar libre su mesa, se alejaba de esa zona bulliciosa y alegre, donde personas mucho más jóvenes compartían las palabras, las copas de bebida y esas tapas que alimentaban nada más olerlas.

Tras doblar la esquina de la calle, extrajo una pequeña libreta que llevaba en el bolsillo de su raída chaqueta. A pesar del temblor en sus manos, anotó perfectamente el nombre del bar donde había pasado gran parte de la mañana. Debía de tener cuidado en no equivocarse. La ciudad es muy grande y el número de establecimientos para el tapeo también es numeroso. Pero repetir en el mismo bar la historia de su amigo Mauricio, sería un grave error que debía, a toda luces, evitar. Hoy también ha logrado, con la convicción de su historia, tomar un excelente aperitivo al precio de un euro. No siempre tiene tanta suerte. Pero, casi siempre, sabe sacar algún rédito a una historia que conmueve.-

José L. Casado Toro (viernes, 20 Noviembre 2015)
Antiguo profesor I.E.S. Ntra. Sra. de la Victoria. Málaga

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