viernes, 20 de febrero de 2015

OCHO MOTIVOS, EN LA DESAFECCIÓN POLÍTICA DE LA CIUDADANÍA.


Durante los próximos meses, los ciudadanos españoles vamos a tener la oportunidad de manifestar nuestra opinión a través de las urnas. Al margen de que pueda ser más o menos útil esa papeleta que hemos elegido, a fin de señalar a todos aquellos que han de tomar importantes decisiones que de una forma u otra nos afectarán, objetivamente no debería ser motivo de enfado el que te inviten a participar en el democrático evento. Ciertamente, la pregunta sobre quién debe gobernar nos llega con la temporalidad cíclica de cuatro años. O tal vez menos, en alguna ocasión. Además, te impiden señalar a personas concretas. Salvo en la cámara senatorial, has de votar a la globalidad del grupo político. Es lo que se llama listas cerradas, en oposición a lo que sería más saludable, en el caso opuesto de las listas abiertas. Pero, al menos, la escenografía electoral te ofrece la posibilidad de dar tu opinión de una manera democrática. Otra cosa bien distinta es el tema o cuestión, decisivamente importante, acerca de la credibilidad que nos merece el conjunto de la clase política. Probablemente, esa credibilidad en quienes nos gobiernan está bajo mínimos. Los políticos, con su lamentable y desacertado comportamiento, se han ido ganando a pulso nuestra profunda falta de fe en todo aquello que bien o mejor habrían de representar.

En estos futuros comicios, las ofertas electorales son ideológicamente contrastadas. Entre todas ellas, tenemos a nuestra disposición, una primera opción. La decisión de no acercarse a votar. Discutible, pero legítima. Dedicar esos domingos a visitar y gozar de la naturaleza, por ejemplo. Sería una forma de decirles, a esos que dicen representar a la cosa pública, lo desafortunado de su acción global. Una abstención de muchos millones de votantes, sería un nítido mensaje reprobatorio de la ciudadanía. En esta misma línea, igual de legítimo pero más democrático, tenemos una segunda opción. Acudir a ejercer el derecho al voto, pero hacerlo con el sobre vacío. Es lo que se denomina votar en blanco. Millones de votos en blanco, a no dudar, señalaría claramente nuestro descontento por la forma de ejercer el gobierno y la acción política que, en general, la ciudadanía padece con encomiable resignación. Y, en tercer lugar, puedes votar por el grupo político que menos rechazo te produzca. Y se utiliza esta dura expresión porque, salvo los fanáticos y sectarios de siempre, pertenecientes a todo el espectro ideológico, para la gente más sensata y sosegada es complicado, muy complicado, optar con entusiasmo por un grupo político en las actuales circunstancias. Decía un amigo: “yo voy a votar en contra de los que están en el poder. Sin embargo, debo aclararte, que llevo una pinza de la ropa en mi bolsillo. Tal vez tenga que utilizarla cuando elija una papeleta determinada, pues no me gusta votar en blanco”. Creo que la frase no tiene desperdicio.

En este contexto, cabe preguntarse, con serena inteligencia, acerca de las causas que han ido provocando esta desafección de la ciudadanía, con respecto de aquellos que dicen trabajar por la cosa pública, por el bien general. Para ello, un viejo lobo del periodismo va a salir a la selva sociológica, a fin de preguntar el porqué, las causas y los motivos de esta dura percepción que tantas personas mantienen. Sintetizará y resumirá las más repetidas, entre todas las respuestas aportadas.

CONSTANTE ENFRENTAMIENTO entre aquellos que debieran dar el mejor ejemplo para una cívica concordia. La ciudadanía asiste, estupefacta y cansada, a esa palabrería barriobajera que se arrojan los unos a los otros, descalificando todo lo que hace el contrario sin el menor atisbo de aplauso para las decisiones que han sido buenas y positivas. Lo más burdo del caso es que muchos de esos desagradables enfrentamientos forman parte de una teatralizada puesta en escena de los políticos, pues hay que dar carnaza a los fanáticos que les sirven de sustento. Ese “Y tú mas” hace que la imagen corralera que asumen sea más que manifiesta y desagradable. Una cosa es discrepar, discutir y contrastar. Ello está en la naturaleza del debate. Y otra, bien distinta, la reprobable y acústica descalificación hacia todo aquél que no piense como yo y mi grupo.

INEFICACIA para solucionar los problemas. El ciudadano desea que sus necesidades diarias, primarias y directas, sean resueltas, mejoradas o agilizadas con la mayor diligencia. Sufrir que una importante arteria viaria en tu ciudad esté cerrada al tráfico por obras, durante más de tres años, es insoportable y muy difícil de comprender. Comprobar que las aguas que bañan tus playas sigan sucias, verano tras verano, demuestra esa ineficacia e incompetencia de que hacen gala los políticos. Ver que en el espacio donde se va a construir un auditorio para la música sólo exista un viejo cartelón anunciador, con casi una década de antigüedad, nos desalienta e indigna. Tampoco se explica que sólo determinadas calles de tu ciudad sean limpiadas cada día y tenga presencia en ellas la seguridad pública, mientras que la mayoría urbana permanece en el mayor abandono de su gestión. Y si te pones enfermo, habrás de enfrentarte con listas de esperas de muchos meses, a fin de que tu problema de salud sea adecuadamente tratado por los especialistas. Esta serie de ejemplos podría hacerse interminable, como penosa muestra de la ineficacia y desidia de nuestros gestores.

COMPORTAMIENTO DESHONESTO, especialmente, con el uso de los caudales públicos, el dinero de todos. Caudales que proceden del sacrificio tributario que la mayoría de la ciudadanía afronta, con esfuerzo y responsabilidad. Ver como te están “robando” tan ilustres prebostes, con la mayor impudicia, hace que pierdas la fe, cuando no el rechazo, en el sistema que gestiona nuestros intereses colectivos. Efectivamente los tribunales de justicia se esfuerzan por corregir esos comportamientos delictivos de los dirigentes públicos. Pero lo hacen con tal lentitud y, a veces, con penalizaciones tan nimias, que tu propia confianza en esos tribunales se va debilitando de manera paulatina. Y lo más insoportable es percibir como esos cualificados dirigentes, que utilizan en beneficio propio el dinero de todos, parece como si se estuvieran riendo del modesto contribuyente. 

PRIORIDAD EN LOS INTERESES DEL PARTIDO. Por mucho que se les llene la boca de palabras bonitas, te das cuenta que para ellos el partido, su partido político, tiene que estar por encima de cualquier otra consideración. Para ellos, lo primero son las siglas de la organización a que pertenecen. Todo lo demás es secundario. Vemos a dirigentes deshonestos que, incluso después de haber sido penalizados por la justicia, son protegidos, justificados, apoyados y mantenidos, porque ….. tienen el carnet del partido. A veces, incluso utilizando los argumentos más inverosímiles y absurdos. Muchos piensan que actúan como si fuesen una secta, por encima del bien y del mal. Probablemente, no andan equivocados en tal apreciación.

FALTAR SISTEMÁTICAMENTE A LA VERDAD. Ya no es que exista, o se tolere, la legítima controversia ante determinados asuntos o el posicionamiento de cada cual ante los mismos.  Aquí el problema es que se miente con el mayor descaro. La manipulación de los datos, la tergiversación de la información, el decir un día una cosa y al siguiente mantener todo lo contrario, los increíbles argumentos expuestos a la ciudadanía a la que parecen considerar como imbécil o analfabeta, son practicas más que habituales en el quehacer de esos voceros o fontaneros de la política. Tal vez ellos sí se crean o piensen la paradoja de que sus mentiras son verdades. Los unos y los otros.

USO INADECUADO DE NUESTROS IMPUESTOS. Soportamos y sufrimos ver cómo nuestro dinero se “tira” en la construcción de obras faraónicas, para la mayor gloria del preboste de turno. Paralelamente, la atención sanitaria se empobrece. Los servicios educativos se degradan. La atención a la tercera edad o a la dependencia, se posterga. La patética imagen de esas largas colas, por conseguir un bocadillo o un poco de comida para la subsistencia, ante las instituciones benéficas, avala perfectamente el inapropiado uso de nuestro esfuerzo tributario. Se gastan millones y millones en museos, cuando el principal existente en la ciudad permanece cerrado. Se pagan costosos alquileres, cuando yacen en el abandono numerosos edificios públicos. Se construyen aeropuertos en los que no aterrizan aviones. Y así una larga lista de desafueros absurdos.

EL SERVILISMO A LAS INSTITUCIONES BANCARIAS Y FINANCIERAS. Se derivan millones y millones de euros, extraídos de los fondos públicos, para sanear un sistema financiero puesto al entero servicio de uno pocos  (los de siempre).  Precisamente son esas instituciones financieras privadas las que, con su egoísta y demencial política, han sumido al mundo en una crisis económica de tal gravedad que nunca se borrará de los libros de Historia. La percepción de que nuestros gobernantes están al servicio de las empresas bancarias y financieras privadas, es una imagen que descalifica y degrada nuestra fe en un sistema sometido “religiosamente” al capital.

Y ¿DÓNDE HALLAMOS EL SENTIDO DE ESTADO? Un buen político debe poseer y aplicar, entre su ideario conceptual de valores y en un lugar preferente, ese criterio de Estado ante los grandes asuntos que afectan a los ciudadanos, objetivo básico de la administración y la gestión política. Esos asuntos prioritarios, por encima de los intereses partidistas, son fáciles de concretar: la sanidad; la educación; el sistema tributario; la justicia; el empleo; la seguridad, la tercera edad. Habría otros temas, también muy importantes. Pero los aquí citados son, por su naturaleza básica, prioritarios. Los partidos y sus dirigentes deben hallar formulas de diálogo para pensar juntos, facilitando que esas modalidades que sustentan nuestra convivencia encuentren puntos de encuentro para el beneficio lógico de la mayoría ciudadana. La sanidad o la educación no deben ser nunca “proyectiles bélicos” en la lucha por el voto electoral. Pero la realidad del día a día, nos muestra que hacen todo lo contrario.

Probablemente, si aquellos que se dedican a la actividad política atendieran con generosidad a todas o a algunas de las consideraciones expuestas, la actitud de rechazo por parte de la ciudadanía cambiaria. No va a resultar un proceso fácil, pues la consolidación en los partidos políticos, durante décadas, con sus comportamientos inadecuados o reprobables, ha creado un blindaje de incredulidad en la masa social gobernada. Pero todos los edificios deben ser cimentados si pretendemos que no se derrumben. Y ese cambio de percepción o desafección debería ser trabajado desde unos pilares éticos que, en en definitiva, son valores. Valores en el grupo y, como consecuencia, en las personas que los integran. Pero ¿tenemos un mundo, una sociedad, donde prevalezcan los mejores valores?

A pesar de todo lo expuesto, el ciudadano goza de la facultad en poder elegir la papeleta electoral que estime más conveniente. O no hacerlo. Desde luego va a ser un año muy propicio para templar voluntades, conciencias y, especialmente, el recto sentido de la inteligencia.-


José L. Casado Toro (viernes, 20 febrero, 2015)
Profesor

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