viernes, 26 de diciembre de 2014

FIN DE AÑO INESPERADO, EN EL CAMINAR DE DOS VIDAS.


Ya anochece, cuando apenas pasan unos minutos desde las seis. Tomás observa pensativo, a través del amplio ventanal que da a la gran avenida de las tiendas, ese denso y acelerado trajinar de coches y personas que circulan y caminan por el heterogéneo tejido urbano. Se pregunta el por qué de esas alocadas y estresantes prisas que casi todos parecemos neciamente sufrir. Se multiplican esos bruscos acelerones por ganar unos minutos o segundos al tiempo que, al poco se pierden…. generando comportamientos irracionales en los automovilistas que se sienten importantes, como niños grandes, reinando en la pequeñez de sus habitáculos metálicos. Y también los de a pie, exhibiendo ese agitado caminar. en unos y en todos, con sus bolsas, historias y…. realidades, siempre condicionadas por el rigor implacable de unas manecillas horarias que estructuran, rígida y aritméticamente, nuestras vidas.

Tal vez no sea el mejor día para el sosiego y el andar relajado. Es la tarde-noche del último día de todo un año. Parece que todo el mundo se afana en ser puntual, para esa gran fiesta de los atuendos, la comida y las bebidas exageradas. No faltarán tampoco las danzas al son de la música y los confetis para el más ruidoso de los jolgorios, mientras la pantalla amiga en los hogares nos ofrecerá muchos productos enlatados que priorizan el imprescindible valor de las sonrisas. Otros viandantes poblarán las plazas principales de pueblos y ciudades, para el rito convivencial de las doce uvas al son de unas campanas, asombradas y divertidas, por esa cálida y densa compañía en las horas del frío y las estrellas. Fiestas en los hogares, en las plazas y en tantos y tantos recintos donde mucha gente, especialmente la juventud, baila, bebe y sueña despierta hasta la realidad de un nuevo y esperanzado amanecer. 

Este diplomado en Empresariales, sumando al currículum dos cursos de derecho, carrera que dejó inacabada, no se encuentra solo en las oficinas de la gestoría administrativa e inversiones donde trabaja. A Silvia y a él les ha correspondido hacer guardia, en este día 31, según el amistoso sorteo de los turnos de Navidad y fiestas. Suma ya 43 abriles, muy bien llevados en lo físico, aunque en el campo afectivo tiene sus bajones, especialmente señalados en determinadas fechas conmemorativas. El mazazo de conocer cómo su ex se encariñó, y marchó, con su fisioterapeuta de siempre, en uno de esos gestos alocados para el día a día, muy propio en ella, hizo no poca mella en su equilibrio anímico. Evitó volver a casa de sus padres, por lo que desde hace seis años habita un pequeño ático al principio del camino de los Montes, por la zona norte de la ciudad.

Su compañera de turno hasta las seis, cuando cerrarán el despacho, es hoy Silvia. Acaba de cumplir los veintinueve y lleva trabajando en la empresa casi dos. Mujer inteligente y de trato agradable, tal vez un tanto celosa de su intimidad pero muy generosa en la ayuda hacia las personas de su entorno relacional. Ella y Tomás han almorzado juntos, en un fast food de la calle Hilera, en esa hora autorizada para reponer fuerzas, a partir de las dos. Parece que hoy, final de año, se muestra un poco más comunicativa.

“¿Y como vas a pasar la noche, Tomás? Yo me voy a quedar en casa, pues no quiero dejar a mi tía sola. Está un poco delicada con eso de los huesos y no es persona para jolgorios y fiestas. Es que tenemos muy poca familia. La verdad es que nunca te lo he contado. Pero quedé huérfana siendo una cría. Ella me educó como si fuera su hija. En realidad ha sido como una verdadera madre para mi y yo nunca lo voy a olvidar. He comprado unas cosillas para la cena, que sé le agradarán y, aunque no somos de bebidas, una botella de sidra con la que no nos vamos a marear. Ya ves……. Tendremos le tele  y las uvas, con las que siempre me atraganto. Bueno, un día o una noche más aunque…… ciertamente un tanto especial”.

“No, no sabía esa circunstancia, sin duda dramática en tu vida. Agradezco mucho tu confianza. Me alegra escucharte diciendo que pudiste superar esas trágicas pérdidas con la ayuda maravillosa de ese familiar a la que consideras como una madre. Francamente, admirable. Bueno, yo iré a pasar la noche con mis padres. Estarán también mis dos hermanas, con sus maridos e hijas. ¿Sabes que tengo cuatro sobrinas? Son encantadoras, aunque traviesas y muy escandalosas. Pero me vendrá bien ese ritmo al que me “someten” con sus juegos, para sentirme un poco padre…. No tuve hijos en mi fallido matrimonio. Y esta palabra que he utilizado no quiero que la veas como un reproche o teñida de odio. Probablemente yo tampoco supe tratar a esta mujer y cuando un tercero se puso de por medio, pues se le fueron los ojos y otros sentidos tras el jovencito. ¡Menuda pinta tiene el caballero. Te lo aseguro! Pero allá ellos. Hoy día valoro mucho más la amistad y soy más cuidadoso con el trato que doy a los demás. Ah, por cierto, si me tengo que disfrazar de cotillón, cosa que me temo con mis sobrinillas, te enviaré la foto para que te rías un buen rato. Aunque me veas tan serio a veces, soy también un poquito cachondo….”

Tras abandonar ese mirador privilegiado a la vida ciudadana, Tomás recoge unos documentos que organiza en su maletín. Quiere hacer unas comprobaciones, pero ya desde la comodidad de su apartamento. Internet le facilita todo lo necesario para poder incluso trabajar desde casa, si ello fuese necesario. Espera unos minutos a Silvia y juntos abandonan el edificio, camino de una próxima parada de bus, utilizada por las líneas respectivas que ambos deben tomar. El lo hará hasta finales de Cristo de la Epidemia, mientras que ella tomará la línea número dos que la conducirá a las inmediaciones de Ciudad Jardín. Se despiden con una limpia sonrisa, deseándose una feliz noche y un mejor Año Nuevo. El bus de Silvia llega unos minutos antes que el de Tomás. Un beso sella el cariñoso saludo de dos buenos compañeros y, desde hoy, un poco más amigos.

Son las 10.35 minutos en el domicilio de los padres de Tomás. Allí, dentro de un piso más bien modesto, pero espacioso, todo es animación, risas y voces que alegran el ambiente. Están terminando la cena y las cuatro niñas se ocupan de alborotar, con esa maravillosa inocencia de la vitalidad, el sentimiento de sus abuelos, padres y del tito, que ya lleva un sombrero rojo en su cabeza y ese largo bigote del Capitán Garfio que hace las delicias de las cuatro pequeñuelas. Están en los postres. Hay fruta, dulces navideños y una tarta helada de chocolate que ha elaborado la tata María. En ese preciso instante suena el teléfono. En medio del estruendo, nadie sabe a ciencia cierta a quien pertenece. Al fin Tomás advierte que es su propio móvil el que reclama atención.

“Tomás, perdona que te llame a estas horas. Es que me encuentro muy….. terriblemente nerviosa. Estábamos cenando y a mi tía le ha dado un desvanecimiento. Volvía de la cocina y cayó como fulminada al suelo. Vi que respiraba y apenas pude marcar el numero del 061, donde me pidieron unos datos, asegurándome que a la mayor presteza desplazarían una ambulancia a nuestro domicilio. Pero dado el día que es, han pasado ya más de diez minutos y mi tía está muy mal. Parece que tiene unas convulsiones y su tez es pálida. No sé que hacer. No hago más que llorar …. Estoy desesperada…… no sé que hacer más ….”

“En la medida de lo posible, trata de no perder los nervios, Silvia. El control en estos casos es muy importante. Dame exactamente tu dirección. Voy a llamar yo otra vez a emergencias, explicándoles la situación. Tal como estoy, bajo a la calle y cojo mi coche. En no muchos minutos estoy en tu casa. Venga Silvia …… mantén la calma. Te han dicho que le pongas una almohada debajo de la cabeza. En muy escasos minutos verás como llegan los sanitarios. Bajo enseguida a la calle y me llego a echarte una mano. Todo se va a resolver para bien. Dejo la línea del móvil abierta por si tienes que volver a comunicar. Pronto llego a tu domicilio. Tranquilízate. Es necesario. Lo estás haciendo muy, muy bien”.
Con pocas palabras, explicó a sus padres y hermanos la situación que debía afrontar. Una persona amiga necesitaba su ayuda y en modo alguno la podía defraudar. Se disculpó como pudo, abandonando con rapidez esa cena que se encontraba en el grato momento de los postres. Conduciendo su vehículo cayó en la cuenta de que aún llevaba ese gran bigote cinematográfico que había hecho reír a todos sus familiares. Al fin divisó el domicilio de Silvia. Observó las luces anaranjadas de una ambulancia. Los sanitarios del 061 se encontraba ya en la puerta del edificio desplazando una camilla hacia el interior.

Faltan diez minutos para las doce campanadas. Los dos compañeros aguardan en una desangelada salita de espera, correspondiente a la unidad de cardiología del Hospital Clínico Universitario. Continúan las pruebas y el tratamiento de urgencia para la tía de Silvia. Todos los síntomas indican que el problema, al que se ha llegado a tiempo, corresponde a una insuficiencia cardiaca. En todo el complejo hospitalario se vive un ambiente especial. Una enfermera se les acerca para comentarles que se ha habilitado en el hall de la entrada un espacio con una pantalla grande de televisión. Aquellos familiares y personal sanitario que puedan acercarse a ese lugar pueden ver y escuchar las doce campanadas transmitidas desde la Puerta del Sol madrileña. La cafetería del centro ha preparado unas bolsitas con uvas, para aquellos que deseen tomarlas en ese momento en el que comienza un Nuevo Año. Silvia agradece la información de la enfermera, pero prefiere quedarse en esa antesala, esperando recibir noticias más concretas de la situación clínica de la persona que ha sido una ejemplar madre para ella. Cuando faltan apenas dos minutos para las doce, Tomás vuelve junto a su compañera. Ha pasado por el hall y allí le han facilitado dos bolsitas con las uvas de la Nochevieja. Silvia le sonríe, con una mirada de gran afecto.

“Vaya noche que te estoy dando. Seguro que nunca la vas a poder olvidar. Me sentía muy sola, pero tuve la confianza y el acierto de pensar en ti. Y ahora estás aquí, junto a mi. Siempre, siempre te lo agradeceré. No voy a olvidar este precioso gesto que has tenido conmigo”.

Intercambiándose las miradas, dos personas fueron tomando pausadamente las uvas, en la soledad física, que no afectiva, de una salita de espera hospitalaria. Ambos eran conscientes de que el destino les estaba ofreciendo una hermosa oportunidad para sus vidas. -


José L. Casado Toro (viernes, 26 diciembre, 2014)
Profesor
 


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