viernes, 5 de agosto de 2011

SEMBRAR.

Desde siempre, he admirado la profesión, el admirable trabajo que, con tanta fe y constancia, ejerce el agricultor. Muy cercana a esta necesaria y noble actividad, se encuentra, también, el lúdico y hermoso oficio de la jardinería. Pero ¿cuáles son las actividades principales que hay que aplicar en su creativo proceso? Básicamente, arar y remover la tierra, para facilitar su química oxigenación; sembrar, en ella, simientes de buena calidad; aportarle la humedad conveniente que sirva para compensar su sed; facilitarle los nutrientes imprescindibles, a fin de vitalizar su potencial generativo; y recoger, con actitud ilusionada, el fruto conseguido, tras una paciente espera para su desarrollo. Todas estas fases, pueden ser simplificadas con una mágica fórmula cuyos componentes factoriales para el “milagro” rural son: tierra, semillas, nutrientes, agua y sol. Habría que añadir a estos cinco elementos, imprescindibles para su nutriente labor, la dedicación y el trabajo de aquél que ama la tierra, con el esfuerzo de sus manos y con la ayuda de unos aperos o instrumental mecánico al efecto. Los animales también colaboran en ese objetivo que nos ha de fructificar para ese alimento que todos, absolutamente todos, necesitamos.

Viene esta reflexión, en tiempos de estío, como oportuna metáfora en su aplicación para nuestras vidas. No podemos, no debemos, dejar de sembrar. Hay que hacerlo, con esa fe tan necesaria y vital en el dinamismo de la naturaleza. Tanto en el plano estrictamente material, como en aquél referido al trascendente muestrario de los valores para el espíritu. La racionalidad, y la experiencia de los años, nos aconseja actuar de esta forma en lo positivo. Vienen ahora a mis recuerdos algunas espontáneas preguntas de aquéllos que han sido mis queridos alumnos en Secundaria. Planteaban, a su Profe, esa frase que ya se me hacía “cariñosamente” familiar, por lo repetitivo del caso. ¿Sirve para algo esto que tenemos que estudiar y, después, examinarnos? Les explicaba que, más pronto o tarde, ese conocimiento, que hoy debían integrar en sus mentes, les iba a ser útil, rentable, para la vida En algún caso, en no pocos casos, hablando en confianza con alumnos que finalizaban su bachillerato, me confiaban la decisión de no presentarse a las Pruebas de Acceso a la Universidad. “Voy a hacer un Ciclo superior, para el que no se necesita la Selectividad”. Les argumentaba acerca del error en el que estaban incurriendo. Algún día podrían valorar disponer de ese “salvoconducto” para la Enseñanza Superior. En todo caso, sería un documento o aval más para enriquecer y completar el listado de su currículo, cosa hoy día tan necesaria a la hora de competir en el densificado mundo de la oportunidad laboral. Al igual que hablamos de esa Prueba administrativa, en el ámbito de lo escolar, podríamos aludir a otras enseñanzas o actividades que repercuten, de manera interesante, en la formación integral de esos escolares: el útil aprendizaje en las Escuelas Oficiales de Idiomas: la obtención del Carnet de conducir (en función de la cronología legal establecida); la destreza en el campo de lo informático; las experiencias y prácticas deportivas; la asistencia a conferencias, museos y exposiciones puntuales. Y, por supuesto, las experiencias derivadas de la realización de viajes y visitas, dentro y fuera de su habitual lugar de residencia.

Pasando al plano de la sociedad extraescolar, yendo al microcosmos de nuestras vidas, vemos que, en el transcurso de los días, podemos hacer, aportar, participar. O permanecer pasivos, ausentes, ante la voluntad de esas acciones. Me refiero a esas pequeñas o grandes cosas que, a la hora de la opción para su desarrollo, parecen superfluas en nuestro interés. Daría igual hacerlas o no. Para lo que van a servir..... Pero eso, obviamente, no es así. Sustenta este posicionamiento un planteamiento lastimosamente equivocado. Desaprovechado. Por el contrario, con la limpia mentalidad de agricultor, es necesario ir sembrando en el recorrido existencial para, en fecha posterior, recoger el fruto de nuestro esfuerzo o dedicación. Es entonces, cuando solemos encontrar justificación o virtud a mucho de aquello para lo que no hallábamos argumentos consolidados que sustentaran su puesta en acción. Y nos alegra haber evitado el equívoco de perder la oportunidad inteligente de su acertada acción. Haberlo hecho, haber “sembrado”, con la serenidad y confianza de su bondad.

A lo largo de los días, de los meses y las circunstancias, son numerosísimos los gestos y respuestas que nos sitúan en la coyuntura del hacer o en la pasividad del renunciar. Habría que ir por la senda abierta del sí, más que por el bosque tenebroso de la inacción o la negatividad. Tanto en las grandes opciones, como en aquellas que parecen poseer una menor significación o relevancia vital. Veamos algunos ejemplos, elegidos al azar.

Pensando en la formativa, y trascendente, acción educativa, hay que saber encontrar más tiempo para dedicarlo a dialogar con aquellos que están en su edad escolar. Es cierto que, cada día más, aumentan las responsabilidades que afectan al Profesor. Llega un momento en que, si cumples puntualmente las obligaciones que te impone la Administración educativa, apenas te queda tiempo libre para atender con desahogo a tu propia privacidad. Sin embargo, el supuesto sacrificio que supone dedicar minutos del recreo, u horas fuera de la estructura escolar, para hablar con aquellos que están bajo tu responsabilidad educativa, verás que lo rentabilizas a fin de obtener un preciado fruto: conocer, entender, ayudar y enriquecer a esos jóvenes que tanto, tanto necesitan de ti. En no pocas ocasiones, ellos encuentran en tus consejos o sugerencias mucha de la ayuda de la que carecen en el ámbito estricto de la comunidad familiar. El simple hecho de hablar, de dialogar con ellos, de forma directa o, incluso, a través de la comunicación electrónica, supone un alivio en esa orfandad no explícita, o manifiesta, que algunos sufren en su intima privacidad. Dedicas, inviertes, tiempo y esfuerzo. Pero te compensa comprobar sus gestos y respuestas. Son referentes que denotan y reflejan algo valioso: que la ayuda que estás aportando no cae en el saco roto de la vaciedad. Es mucho más importante para ellos de lo que uno mismo puede llegar a suponer o detectar. Es una de las más hermosas formas que justifican el placer de nuestro sembrar.

En otros muchos órdenes de la vida, existen innumerables oportunidades para ir dejando caer en la fértil tierra de las vivencias otra mucha sembradura que, algún día, pueda generar el fruto de esos valores que aguardan en la órbita de nuestros anhelos. Hoy le he escrito unas líneas a un antiguo amigo que, a buen seguro, no las espera. No tengo certeza acerca de cómo le vaya afectar su contenido. Sin embargo, pienso que esta decisión para la comunicación puede tener efectos positivos de manera recíproca. Especialmente, para el destinatario. Pero, también, para el remitente. He compartido una sonrisa, unas palabras amables o una disposición para la ayuda. Y ese paseo en bicicleta, ese rato de nado en el agua, salada o dulce de nuestro ejercicio, o ese caminar cíclico de todas las tardes o mañanas, son respuestas a necesidades orgánicas que facilitan mejorías dinamizadoras para la salud. Nos sentimos mucho mejor. De eso no cabe la menor duda.

En casi todos los cursos, siempre dediqué alguna de las horas de acción tutorial en recomendar, a todos aquellos que compartían mi trabajo, saber poner un poco de orden en nuestras cosas. Fuesen los apuntes, los estantes de nuestra habitación o la agenda de las amistades. El desorden siempre abruma, desconcierta y desanima. Y claro que exige tiempo, y esfuerzo, dedicar unas horas de la tarde, o en el alba de la mañana, a eliminar lo superfluo (en el terreno material) y a reubicar lo valioso (de ese otro espacio que se manifiesta en valores). Todo es “ponerse”. Cuando llevas un buen rato, compruebas con agrado que una composición ordenada es más versátil y eficaz para funcionar, acústica y visualmente, en los compases y acordes rítmicos del tiempo escénico.

Cada uno de nosotros debe saber practicar esa inteligente jardinería que posibilita milagros desde la tierra. Y la magia, espiritual o material, que genera esa tierra fértil para nuestro asombro, justifica y avala una decisión bien adoptada. Cualquier día, en cualquier esquina de la andadura, va a nacer una flor, una respuesta, una mirada o una sonrisa, que nos hace avanzar en humildad, en equilibrio y en humanidad. Es bueno sembrar, a fin de poder recoger, en una estación propicia para la siega, el grano alimenticio de nuestra noble intención. No siempre la respuesta de la tierra o las voluntades es rápida, manifiesta o, supuestamente, compensadora. Hay que saber esperar, pero es necesario sembrar. Aunque la tierra parezca mostrarse sorda a nuestro requerimiento, algún día ofrecerá su respuesta generosa a la noble intencionalidad de nuestro deseo.-

José L. Casado Toro (viernes 5 agosto 2011)

Profesor

http://www.jlcasadot.blogspot.com/

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