viernes, 24 de junio de 2011

RITUAL Y RIESGO, EN UNA NOCHE DE SAN JUAN.

¿Verdad que todas las noches de San Juan tienen un algo especial? Tierra y Cielo lucen el misterio de una transición a la renovación en la vida. Hogueras, tintadas de color rojo y anaranjado, flamean al delirio, entre el miedo y el asombro tentador para lo espectacular. Sonidos que tensan y crujen el silencio en una noche de ensueño, en que las estrellas iluminan el espejo de una tierra susurrada y acariciada por el mar. Atmósfera invadida de fuegos dantescos, conformando figuras crispadas, con un olor a pólvora purificadora, en el segundero de la emoción y el latido vital. Danzas rituales sobre la arena mojada, hermanadas a unas llamas temblorosas de aquello que arde para limpiar nuestra conciencia y pesar. Sí, cuando suenen esas doce campanadas, que avisan del sentimiento emocionado, en los suspiros y en las miradas, todos, todos sabremos que ha dado comienzo un verano de expectativas e ilusiones, para protagonizar y disfrutar. En lo meteorológico nos dicen que esas puertas del estío se abrieron, de oficio, hace ya dos jornadas (el martes 21, a las 19,16 h). ¡Qué más da, la ortodoxia científica de lo oficial! Para ti y para mi, para aquel y el de más allá, esta noche es diferente para lo igual. Es la del fuego exterminador y los “júas”, que ríen y gritan en las hogueras, la de marismas placenteras, entre luces del espectro y corazones que anhelan soñar. Es la magia hecha noche, en que el verano nos renueva, para acercarnos a un sentimiento irrefrenable de vida, misterio y sonrisas, en nuestro periplo viajero por lo temporal. Noche de aquelarres y conjuros, fuego de brujas y llamas al viento. Ya, ya es el onírico día para San Juan. Y el verano, con su templada e iluminada ilusión ahí, aquí cerca, en y para nuestra vida, llega. Está.

Conocí a Sonia en una suave tarde de abril, dedicada al estudio. Cuando visitaba una biblioteca cercana, de esas que, silenciosas y acogedoras, se reparten y pueblan la ciudad. Le había fallado el único bolígrafo que llevaba y, al darme cuenta, le ofrecí un Pilot Super Grip con tinta supuestamente enlutada, de buen precio y excelente prestación. Coincidimos otras muchas tardes, sentados próximos en aquella mesa esquinada, vecina de un erguido y repleto estante con manoseados libros biográficos que proclaman vidas ilustres. En los intervalos de estudio, frente a las hojas de apuntes, fuimos intercambiando comentarios y observaciones que fue haciendo posible el milagroso acercamiento a una simpática amistad. Opositora sin suerte, tras cuatro intentos frustrados para una plaza de magisterio especial, cumple ahora cinco horas de trabajo, por las mañanas, en la recepción de un centro de rehabilitación y fisioterapia, próximo a la zona portuaria en nuestra planimetría urbana. Es morena, con ojos entre el verde y el azul natural, y luce una complexión física que tiende a la delgadez. Siempre me llamó la atención una frase corta que tiene tatuada en uno de sus pies. Ante mi dificultad para entender el texto grabado en su epidermis, otro día le pedí que me aclarase el contenido del mismo. Le dio ese típico ataque para la risa y me quedé sin conocer el trasfondo de su misteriosa epigrafía corporal. Temperamentalmente pendular en su carácter, oscila entre el explosivo optimismo para las pequeñeces y el depresivo nublado ante la dificultad. No ha tenido suerte en las relaciones afectivas. Dos noviazgos frustrados con personas inmaduras, uno de ellos de carácter posesivo y egolátrico, mientras que el otro rendía un culto patológico, en lo exagerado, a la práctica deportiva. Ahora, con veintinueve anualidades para su vida, busca una relación estable con un compañero idealizado en su ilusión. Pero lo necesario se torna difícil, cuando median atracciones e intereses de esta complicada naturaleza. Algo sé de su historia y, un poco también, es lo que puedo contar.

Al margen de esas pequeñas charlas, vinculadas al núcleo relacional en la biblioteca, fue el correo, del punto com y el punto es, quien coordinó y posibilitó nuestro conocimiento recíproco. Aficionados ambos al cine, solíamos intercambiar chascarrillos e informaciones curiosas acerca del movimiento fílmico en cartelera. No sólo la comercial, sino también aquella otra señalada a las veinte horas y de coste gratuito para cinéfilos, en los diversos centros culturales de la oficialidad. Y en esto, va un día y me comenta en un e mail que se siente muy esperanzada. En eso de las redes sociales, para conocer parejas y amistades, ha encontrado respuesta en una persona que parece íntegra y de buen llevar. “Me dice que tiene seis años más que yo, y que hace ya cuatro fracasó en su matrimonio. Parece ser que su ex se metió en eso de la cosa política y cada día desatendía más sus obligaciones como madre de sus dos hijas. Llegaron las discusiones, los reproches y las escenas desagradables en el hogar. Total, que le comieron el coco a esta mujer en el partido y aquello acabó como el Rosario de la Aurora. Ahora él creo que vive en un pequeño apartamento de Torremolinos, pues allí trabaja en una empresa de montajes eléctricos. Se siente solo y busca una compañera para recuperar la estabilidad en su vida. ¿Qué te parece todo esto que te cuento?”

Lo cierto es que entre Sonia y yo se había generado una atmósfera de bastante respeto y no menos confianza. Ambos teníamos una profesión vinculada a la docencia. Aun vinculados a generaciones muy diferentes, la proximidad docente había hecho posible esta simpática relación, prácticamente en base digital, entre una todavía joven opositora y un veterano profesor, con muchas horas de vuelo y combate afectivo en las aulas. Le comenté, de una manera explícita y responsable, que tuviera precaución con estas amistades conseguidas a través de la red, en Internet. En una mayoría de casos, nunca responden a la verosimilitud de los datos que aportan unos y otros. Y en cualquier momento te puedes encontrar con situaciones muy desagradables e insospechadas, incluso de alto riesgo. Pero a mi impulsiva amiga se le había despertado ese fulgor o ansiedad por no perder el tren relacional. Me comentaba que, muy próxima a cumplir los treinta años, necesitaba vincularse a una persona que complementara su carácter y con la que pudiese trazar un proyecto de vida, para la segunda gran etapa de su existencia.

Tras mi prevención y consejo, nuestra comunicación digital se fue temporalmente espaciando. En su ánimo impetuoso no le agradó mi punto de vista receloso acerca de esa apasionada amistad. Relación conseguida en las redes inciertas de uno de los muchos programas de parejas que navegan, por un mar de soledades, en la telaraña comunicativa de Internet. Sin embargo, una noche de junio, Sonia me envía un nuevo y largo comunicado. “Estoy feliz y nerviosa al tiempo. Por fin, nos vamos a conocer. Ambos éramos un poco reacios a dar ese paso del cara a cara. No ha habido fotos de por medio. Sólo correos y palabras, cada vez más cariñosas y afectivas. Fran, ese parece ser que es su nombre, da una imagen de persona prudente y poco amiga de adelantar el tiempo de la oportunidad. Pero ayer me regaló un propósito que me entusiasma. Cree llegado el momento de que nos conozcamos de una forma directa. Y, de mutuo acuerdo, hemos elegido una noche mágica en el calendario. La de san Juan. Faltan sólo cinco días que, de verdad te lo aseguro, se me van a hacer interminables. La silueta personal, que uno y otro nos hemos dibujado en la imaginación, por fin se va a concretar, para nuestros deseos y necesidad”.

Habían previsto dar ese gran y primer paso en la noche de hogueras, cantos y rituales, junto al oleaje del mar. Ambos se reconocerían por una vestimenta previamente concretada. Camiseta de color fucsia, bermudas azules y playeras blancas, ella. Un polo celeste, vaqueros azul oscuro y playeras negras, él. Iba de romántico el encuentro. En sus manos llevarían una flor, como regalo y sorpresa, pues simbolizaría algún mensaje implícito, por su color y naturaleza vegetal. “¿Y qué flor has elegido, Sonia? No te lo puedo decir, a ti tampoco. Solamente lo sabrá Fran, cuando estemos al frente, uno del otro”.

Con no escaso nerviosismo, pero llena de ilusión, intriga y necesidad, Sonia llegó presurosa, puntual, a la cita. Al punto, las manecillas del reloj marcaban las once. El lugar de encuentro pactado era junto a la coqueta farola marinera del malacitano Parque Huelin. La amplia zona estaba repleta de una muchedumbre festiva. Era mucho el gentío de personas que acudía a buscar un buen sitio, a fin de ver la quema del “Júa” oficial en el municipio. Los chiringuitos de la zona, entre las numerosas barbacoas familiares sobre la arena, estaban a tope de comensales. Una orquestina, con vestimenta y sonidos pueblerinos, mezclaba canciones de moda con algún que otro pasodoble, a fin de animar la espera de un personal ansioso de fiesta y jolgorio. Las traviesas manecillas del reloj siguieron su rítmico curso, impasibles ante el desánimo progresivo de esta mujer al no identificar, entre las personas que por allí discurrían, la figura con vestimenta pactada de ese ansiado interlocutor llamado Fran. No supo contar las veces que, caminando despacio, e intercalando paradas, dio vueltas y vueltas a la plazoleta en cuyo punto central se halla una marinera farola blanca, que coquetea lustrosa con el lugar. Pues sabe adornar y embellecer, con hábil estética, ese gran espacio circular, próximo al lago artificial que se hermana a la playa. La música de la ruidosa orquesta dejó de sonar y el viento se llenó de otra música grabada, plena de sensualidad y misterio. Al pronto, unas palabras bien pronunciadas dieron paso al estallido del fuego, en la gran hoguera, y a otras luces espectaculares con sabor a pólvora que iluminaron y rasgaron, con pinceladas de color y cielo, la noche misteriosa y purificadora de San Juan.

Caminando de vuelta a casa y con los pies llenos de arena, pues al final quiso cumplir con el rito de “bañarse” acercándose a la orilla de la playa, se preguntaba una y otra vez, en silencio y profundamente triste y decepcionada, sobre los motivos para la incomparescencia a la cita de su Fran. Aquella misma madrugada, le escribió un correo con sólo dos palabras. ¿Por qué? Aun enfadada, esperó una respuesta junto al portátil que no llegó, ni esa noche ni en el resto de los siguientes días. “Olvida ya definitivamente esa historia” le dije. Pero, conociendo su carácter, era normal que no atendiera a mi sensata sugerencia.

Pasaron dos o tres semanas y una tarde Sonia fue a buscarme, algo alterada, a la biblioteca. Me había avisado la tarde anterior con un correo, pues algo importante quería contarme. Ya con una taza de té sobre la mesa, se sinceró narrándome el misterioso final de la historia. Le había enviado numerosos mensajes a Fran. No sabría decirme el número exacto de esos e mails, en los que, utilizando diversos argumentos, trataba de reanudar la comunicación con su misterioso interlocutor. Todos ellos baldíos, sin una respuesta para el sosiego. Al fin, hace dos días, vio en el escritorio de su ordenador un correo, cuyo título era “No debe responder a este contenido”. El remitente era un nombre de origen extranjero, posiblemente, de la Europa oriental. Aunque en algunas ocasión le comenté, en la prudencia, que no lo hiciera, abrió el mensaje. Había un texto corto e imperativo que le decía, básicamente, lo siguiente; “No moleste más con sus correos. Carece Vd del perfil que necesitamos. Por su bien, olvídese de la historia en la que ha estado inmersa”.

La ví realmente asustada. Le tranquilicé, aconsejándole que borrara toda esta historia de Fran en su memoria. Que si volvía a recibir otro correo al respecto, acudiera de inmediato a la policía. Me pregunto ahora si Sonia es consciente del peligro al que estuvo expuesta aquella noche, en ese inicio de san Juan. El viento de terral, junto a las flameantes hogueras, había elevado el nivel térmico de una noche sembrada de misterio, decepción y miedo.-

José L. Casado Toro (viernes, 24 de junio, 2011).

Profesor.

http://www.jlcasadot.blogspot.com/

1 comentario:

  1. Hola, José Luis:
    Verdaderamente tu relato merece ser argumento de un thriller.
    Primero de todo presentas a una chica que conoce a un muchacho en la biblioteca,que se convierte en su confidente. Aquí se intuye una admiración no correspondida y que genera el interrogante de si se llegará a corresponder a lo largo de la historia; después cuando la chica cuenta la historia paralela del hombre que ha conocido por internet, se puede notar la pena y la frustración del muchacho que pese a todo la escucha convirtiéndose en su "pagafantas" particular.
    El día de la cita: la noche de San Juan. Una buena elección, que envuelve de misterio el encuentro por un lado romántico, y por otro bastante inquietante pues ella no tiene ni una sola foto del tipo de internet que le haga vislumbrar si es o no una persona confiable.
    El plantón: provoca la conmiseración del lector con la protagonista y hace que se alberguen esperanzas para el chico de la biblioteca. Por último el mensaje que dice que no da con el perfil...
    Mmmmm. ¿Perfil económico o físico? Quizás es una red internacional de Ucrania o Bielorrusia que extorsiona a solteros españoles, o bien es una red de prostitución internacional que secuestra mujeres de todas las nacionalidades para llevarlas a sórdidos prostíbulos de europa del Este.
    El final queda abierto para que el pagafantas consuele en su pena a la muchacha desengañada y a otras cuestiones de índole de novela negra...
    ¡Felicidades! Me ha encantado :-)

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