viernes, 13 de mayo de 2011

NO PODEMOS SER CÓMPLICES AUTISTAS, DE LA INDIGNIDAD.

Sí, parece que tenemos miedo o precaución a manifestar lo que reposa en el fondo de nuestra conciencia. Pero esa inmensa mayoría de ciudadanos, personas de bien, no deben callar cuando ven pasar, delante de su moral, una iniquidad de tal calibre como la que se nos ha regalado en fechas tan recientes. ¿Qué ha sido lo sucedido? Básicamente, una vulneración de las reglas más elementales de actuación política, por parte de la gran potencia que casi todo lo puede. Y claro que nos duele, por encima de mucho, el dolor de esas casi tres mil familias que perdieron a seres muy queridos, de una forma injusta, absurda y criminal. ¿Qué culpa tenían esos inocentes de la soberbia gubernamental de sus dirigentes con respecto a culturas e ideologías diferentes, atrasadas y sometidas al imperialismo capitalista, tácito o explícito, de la superpotencia mundial? Como tantas veces ocurre, el ciudadano de a pie es quien ha de pagar la ambición descontrolada de aquéllos que son sus gobernantes. Y de ahí provienen esas reacciones sangrientas, terriblemente radicales, criminales en suma, del terrorismo mundial, que golpea con saña y maldad contra los más inocentes. Sin culpa éstos, de la penosa dialéctica que mantienen determinados gobiernos y el tercermundismo. Pero, aun aceptando el desprecio visceral que la racionalidad moral nos provoca, ante los zarpazos sangrientos de esa respuesta integrista y fanática, no podemos hacernos cómplices de la vulneración sistemática de reglas básicas que rigen la ética de lo jurídico y las leyes internacionales. Y se ha hecho, sin el menos pudor o prevención, ante la ciudadanía mundial.

Lo que sabemos. En política, y en tantos hechos de la vida, dicho conocimiento resulta ser siempre “la mitad de la mitad” lo cual resulta lamentable en lo limitativo. Ese ciudadano, amante y defensor de la paz y la justicia, lee, escucha y contempla, en los órganos de la comunicación mediática, cómo los dirigentes de ese super país aceptan haber obtenido, mediante torturas, información sobre la ubicación geográfica de un líder terrorista. Precisamente, el mismo que, hace unos años, 2001, humilló con un gran baño de sangre su prestigio y prepotencia. Una vez conocido su cómodo escondite, envían a tropas de élite para que actúen, ilegalmente, en un país extranjero. Ni solicitan autorización, ni ofrecen información básica de lo que piensan hacer, a los dirigentes de ese país que no es el suyo. Algo así como un “allanamiento de morada”, pero a lo grande. La “bota de las cincuenta estrellas” piensa que está legitimada para saltar todo tipo de obstáculos, a fin de conseguir sus fines. Con todo lo discutible y opinables que puedan parecer éstos. Una vez realizada esta entrada o invasión ilegal, según las más aceptadas leyes del derecho internacional, cercan la residencia donde, cómodamente, se esconde ese líder terrorista, enemigo público número uno de la superpotencia humillada. Es evidente que llevan la orden de “acabar” con él. Hay que aliviar gastos, costes e imagen de una justicia pública cuya operatividad no les interesa o importa. Asesinan a ese asesino fanático y odiado, así como a varios de sus colaboradores que sí portaban armas de fuego. No así su líder, según han revelado los propios soldados que hicieron la “operación”. Y para evitar las incómodas y molestas peregrinaciones futuras de los “acólitos”, a la tumba del personaje, “entierran” su cuerpo en un inmenso mar, a donde no es fácil desplazarse por el secreto de su ubicación puntual. Una vez realizada la venganza de tantas víctimas inocentes, y de su propia egolatría como gobierno, se informa con altanería a los dirigentes políticos de ese país violado en su más elemental soberanía y privacidad. ¿Conocían y consentían, los dirigentes de ese país, la estancia en su territorio del jefe terrorista? No lo sabemos con certeza. Ellos lo niegan. Pero aunque no sea cierta su respuesta, se han vulnerado leyes básicas del derecho internacional. Y tratándose de quien se trata, hay que callarse, aceptar sus explicaciones y no incomodarse con aquel que cree ser un semidiós terrenal, en el discurrir de los días.

Puede entenderse, en lo humano, la fiesta y el jolgorio público de esos ciudadanos, otra hora golpeados y humillados por el vil terrorismo. Puede comprenderse que muchas personas profesen, en ese momento, las leyes mesopotámicas del Código de Hammurabi (en pocas palabras, el ojo por ojo, diente por diente) sobre el derecho griego, romano o el de la democracia internacional. Normas y leyes consensuadas, que subyace en los organismos supranacionales, y que rigen o deben regir un mundo que se llama adulto y responsable. Pero aunque, en lo humano, se entienda o acepte, no puede tolerarse que sus gobiernos se olviden de la justicia, de los tribunales y del respeto a las leyes y normas que se han establecido en los foros y organismos legitimados para ello.

No matarás. Es un puntual precepto bíblico para los cristianos. Pero que también resulta válido para cualquier otra manifestación de religiosidad. Una persona no le debe quitar la vida a otra persona. Sólo la enfermedad, las incógnitas de la naturaleza, los designios de la divinidad…… podrían ejercer ese drástico, definitivo e inexplicable proceder. Especialmente, cuando se trata de vidas con no muchos números en su cronología. Pero un Estado nunca, nunca se debe poner a la altura repugnante de quien así procede, cruel e inhumanamente, para con los demás. Ya no es que sea una ley de Dios. Además de ser un mandato religioso, es una norma, moral y ética, de lo que siempre hemos entendido como derecho natural. Es incuestionable que así no se debe proceder. Claro que, para ellos, los prepotentes Estados de 1776, la pena de muerte es otra cosa. Aún tienen Estados, en su gran Nación, federal en lo político, que no han abolido el recurso de matar al delincuente.

En nuestro país hemos padecido ejemplos, relativamente cercanos en el tiempo, de comportamientos, gubernamentales y policiales, calificados como de crímenes de Estado. Recordamos esa tenebrosa sigla del GAL. Y tampoco se nos olvida el secuestro de un ciudadano, por error policial, creyéndole vinculado a una banda terrorista. El Director General de Seguridad y el propio Ministro del Interior, tuvieron que responder ante la Justicia acerca del proceder de varios de sus subordinados. Se vieron obligados a sufrir la condena jurídica y el castigo de la privación de su libertad, con la estancia en prisión. Grupos políticos de distinto signo, e ideologías interesadas, extremaron su purismo democrático y de ortodoxia jurídica, condenando determinadas actitudes en la lucha antiterrorista en España. Esa rancia derecha, inquisidora al extremo en aquellos duros momentos, guarda ahora un cínico silencio ante esos métodos que “el país amigo” utiliza contra la amenaza de los violentos. Y el propio Gobierno, supuesta “izquierda” ideológica, a lo más que ha llegado ha sido a manifestar su deseo o gusto de que ese terrorista, acribillado a balazos, hubiera comparecido ante los tribunales de justicia, a fin de hacer frente a los execrables crímenes que le señalan como autor. Palabras de tono bajo, que eviten molestar, en demasía, al amigo que cierra el Atlántico por el oeste, en este gran océano intercontinental.

¿Y para qué está la justicia? ¿Cuál debe ser el proceder de los tribunales que juzgan los supuestos delitos perpetrados por los ciudadanos? Para escuchar, atender y juzgar, los diversos planteamientos y pruebas de abogados y fiscales. Finalmente, para aplicar la ley al reo, autor del delito. Y uno de los castigos más severos, que pueden aplicarse a los delincuentes, es la privación de su libertad. Pasar de ahí sería trasladarnos, de manera penosamente regresiva, a otras épocas, culturas, sociedades y métodos que tuvieron su momento en la Historia pero que hoy, en el mundo de la moralidad, de la técnica y de la sensatez, no deben tener, afortunadamente ya lugar. Hammurabi, Autos de Fé, linchamientos populares, garrote vil o sillas eléctricas, etc. son páginas tenebrosas que veneran la irracionalidad y el fanatismo cruel. No tendrían ya lugar en esta época. Y los crímenes, y el terrorismo de Estado, obviamente que tampoco.

Volviendo al principio de esta reflexión para la sensatez, no puede, ni debe, haber silencios cómplices ante países, personajes o circunstancias interesadas. Los errores, las ambiciones o los procedimientos inconfesables están ahí, deben ser denunciados y no pecar de complicidad con la ejecución de los mismos. En cierta ocasión, un alumno del último Curso de la Secundaria, le preguntó a su Profesor de Historia si, en verdad, eran muy diferentes los dos grandes partidos en esa gran nación norteamericana. A nivel interno, para los asuntos del día a día, especialmente en la política social, seguro que sí. Pero en los criterios de la política exterior, sus pautas de actuación no son muy distanciadas. Ciertamente que no todos, los que detentan la Presidencia de ese súper Estado, reflejan el mismo carácter. El mismo estilo personal ante los problemas y las decisiones. Pero, cuando se trata de los intereses neo-imperialistas de su país y de la debilidad ante el voto en las urnas, éticas, moralidades, racionalismos, junto al respeto a las normas internacionales, resultan volatizados en el laboratorio del egoísmo o en los referentes patrióticos que, siempre, suelen vender bien.-

José L. Casado Toro (viernes, 13 de mayo, 2011).

Profesor.

http://www.jlcasadot.blogspot.com/

No hay comentarios:

Publicar un comentario