viernes, 24 de diciembre de 2010

FIESTAS Y HORAS DE OCIO. EL AUTOCONTROL NECESARIO PARA NUESTRA ALIMENTACIÓN.

Es una obviedad manifiesta la necesidad de tomar alimentos. Nuestro organismo necesita el aporte nutriente, al igual que los motores exigen ese combustible que les permite continuar funcionando. El problema aparece cuando sobrepasas la línea media conveniente y avanzas por esa otra dimensión que preside el riesgo de la sobrealimentación. Desde luego, en las sociedades occidentales, y de forma mayoritaria, ese peligro se halla explícito en los hábitos de nuestro comportamiento para con el organismo. El sobrepeso, la obesidad, el no sentirse bien, la derivación a variadas y complejas enfermedades, la degradación o postergación de otros muchos y atrayentes valores, etc son las duras consecuencias de ese hábito en el comer sin el necesario autocontrol. Pasemos a considerar algunas de las imágenes que protagonizamos de manera cotidiana, a fin de avalar este planteamiento que preconiza un mejor uso en los hábitos alimenticios.

Una tarde noche, en ese fin de semana que se nos va haciendo presente ya en el día jueves, alcanzando su clímax sociológico durante el viernes y sábado. Recorremos las viejas calles del centro urbano (en proceso de pétreo remozamiento y peatonalización) acompañados de la presencia anónima de numerosísimas personas. Unos vienen y otros marchan a destinos privativos, entre luces y sombras, voces y silencios, risas y gestos austeros. Coloquialmente manifestamos esa frase de “las calles están llenas de gente”. Y observamos una realidad que no soporta la menor controversia. ¿Qué hace la mayoría de las personas que nos acompañan en ese poblamiento “intramuros” a las horas en que cae la tarde y comienza el reinado de la noche? ¿Qué hacemos, durante las 21 y 23, e incluso antes o después de esas horas? Comer, comer y comer. Podríamos utilizar el vocablo “cenar” para ser más exactos. Cuando pasamos por delante de las terrazas improvisadas en la vía pública, en bares y restaurantes, de pié junto al mostrador, en altísimos en incómodos taburetes, alrededor de mesas improvisadas con toneles o botas vacías, apoyados en los escalones de algunas puertas….. cualquier sitio y modalidad es asumida. Cuando recorremos y protagonizamos esas realidades, la mayoría de las personas están comiendo y bebiendo. ¡Cuántas veces decimos esa frase de “cómo engulle la gente”. Vamos a salir, Iremos a tomar o “picar” algo. Seguimos y practicamos, con la mayor devoción, ese rito culinario de llenar y llenar el estómago, para la inquietud de nuestras cinturas y el peligro cierto en el descontrol orgánico. Beber y comer. No quiero exagerar mi percepción, pues los cines tienen su público. Al igual que los conciertos y las representaciones teatrales, entre otros espectáculos. Pero, primaria y mayoritariamente, la imagen que llevamos en nuestra retina, y también en el estómago, es la de gente comiendo y bebiendo. Y no me olvido de ese sector “enganchado” que nos envenena a todos con el humo insolidario y contaminante, procedente del tabaco. Jóvenes y mayores. Niños y ancianos. Creyentes y escépticos. Guapos y reales. Coléricos y sosegados. Austeros y dadivosos. Soberbios y sencillos. Egoístas y solidarios. Comienzas en el bar. Sigues en el restaurante. Y finalizas en la cafetería o tetería de rigor. Y en la disco, otra copa. Y si la noche se hace eterna bajo el manto oscurecido de estrellas y luceros, puedes finalizar la velada con ese chocolate, churros o bollería cuando el minutero canta los maitines al alba regada por el dulce rocío.

Vayamos a un segundo ejemplo, concordante con estas fechas cercanas al solsticio invernal. Se ha convertido ya en práctica generalizada el hábito de celebrar comidas de hermandad, entre los compañeros trabajadores de una determinada empresa. Especialmente almuerzos más que cenas, debido a las temperaturas de estas fechas que hacen un tanto más ingrato salir por la noche. La idea es, en sí misma, muy plausible, pues facilita la unión y los vínculos de amistad entre los compañeros, fuera del taller, fábrica u oficina, etc, donde se desarrollan cada día las diferentes profesiones laborales. Dado los precios que los hoteles y restaurantes establecen el menú (hoy día, alrededor de los cuarenta euros por cabeza) no cabe duda de que vas a ser partícipe de un verdadero banquete. De hecho lees el contenido del menú y tienes que plantear un ejercicio imaginativo al observas que la redacción que se hace sobre los diferentes platos es digna de un hábil profesional de la literatura. Ya en otra ocasión hemos aludido a ese barroquismo expresivo para referirse a los entremeses y ensaladas o, incluso, el postre. A veces te imaginas que vas a asistir más a una película que a un almuerzo con suculentos manjares. En estas celebraciones es importante elegir bien la ubicación en la/las mesa/s, si quieres tener una comida sosegada y confortable. Recuerdo alguna experiencia en la que me ví sentado en una generosa (lo digo por su diámetro) mesa de tabla redonda en la que mantener una mínima conversación con el comensal de enfrente era tarea más que imposible. El ruido ambiental y la distancia entre ambos provocaba que, al no entender lo que me decía, asintiera con la cabeza, sonrisas incluidas. Probablemente algunas de mis afirmaciones mímicas tuvieron que ser contraproducentes o erróneas dada algunas expresiones faciales de mi interlocutor. En estos menús dirigidos a la más sensual glotonería, la partida de entremeses es abundante y suculenta. De tal nivel que, al llegar el segundo plato (a veces es el tercero) dedicado al pescado o la carne, no queda ya capacidad en tu estómago para utilizar el cuchillo y tenedor. Menos mal que con los sorbetes (en este caso la nomenclatura no es especialmente afortunada) puedes ir digiriendo la copiosa ingestión de hidratos, azúcares, proteínas, lácteos, grasas, fibras y vitaminas. Suculentos aperitivos en grasa que ponen a prueba tu resistencia al colesterol que atesoran en su apetitoso sabor. La ingestión de alcohol es también importante, entre los blancos, tintos, rosados y el aúreo color achampanado en el climax final de la celebración. Un día es un día, para una gozosa jornada que ofrecería resultados inquietantes, tras el análisis dietético correspondiente de sus participantes. Siempre aparece, ya en los postres, esa voz que aporta sensatez y cordura con la conocida e insoslayable frase de “yo, esta noche, sólo una manzana o una pequeña ensalada”. Menos mal que, en el farmacéutico asistencial de la alacena o mueble de cocina, todas las familias poseen el tarro de sales de fruta, el comprimido o sobre de efervescente que trata de paliar el profundo desorden estomacal que ha sobrevenido con la tan insensata aventura “restauradora” en la que han participado. Desde luego, hay comidas de Navidad, o de otra celebración, en la que todos llevan algún manjar, de forma espontánea u organizada, comprado en el súper o elaborado en casa, que también resultan plenamente entrañables, agradables y suculentas. Obviamente, son más racionales. Tanto por el precio, como por el contenido de la oferta alimentaria a degustar. Otra posibilidad que también suele ofrecer un buen resultado es recoger una determinada cantidad entre los que se anotan al litado de participantes y, con lo recaudado, comprar lo más interesante en el Mercadona cercano, optimizando los fondos y los contenidos a degustar. Hacerlo en el mismo lugar donde se trabaja cada día no es un inconveniente, pues el condicionante escénico puede paliarse con una buena decoración y el acompañamiento de esos villancicos que los más preclaros en la voz suelen y se atreven a entonar.

También el 24 y el 31. Esos dos emblemáticos días del mes último en el año están presididos por sendas celebraciones, cuya fiesta queda concentrada en torno a una mesa. La primera fecha, es puntualmente familiar. También la segunda, aunque ésta se abre y amplía hacia el entorno de los amigos y conocidos. Hablaba de una mesa bien repleta, con todo tipo de alimentos suculentos. Entiendo que no pocas familias tendrán que reducir la cantidad y calidad de esas cenas por sus limitaciones económicas, coyunturales o de naturaleza estructural. Pero, en general, son dos noches en las que se abusa, exageradamente, en el consumo de alimentos sólidos y bebidas. Precisamente a unas horas del día en que la naturaleza corporal aconseja reducir la ingesta alimenticia. Al cuerpo no le viene bien comer tanto a horas tan avanzadas o tardías, y la propia ciencia médica corrobora con firmeza esta apreciación que cada uno de nosotros siente en su organismo cuando comete esos excesos nutritivos. Una vez más, comer y comer, beber y beber. La moderación desaparece en nuestros hábitos usuales y se escatiman esfuerzos de diferente naturaleza para que la mesa quede bien presentada, en su densidad y diversidad. Y en el 25 de diciembre, también en el 1 de enero, con el cuerpo ya bien vapuleado por los excesos de las noches previas, se aprovechan los restos ingentes de alimentos que, preparados con esmero, no fueron consumidos en la Nochebuena y en la Nochevieja. Bien trajeados para las dos fiestas, y ante un mantel que soporta mayor o menor esplendor en su oferta a los presentes, muchos de los celebrantes, en lo más profundo de su intimidad y necesidad, añoran una simple sopa caliente, una ensalada y una fruta. Pero hay que seguir el rito tradicional de agobiar nuestros estómagos, costumbre que tal vez derivaría de las carencias más que permanentes, en otras épocas pretéritas, durante el resto del año. En esas dos fechas tan significativas de la cultura cristiana había que llevar a cabo un comportamiento alimenticio muy diferente a lo que era usual para el resto de los días. Hoy día no existen razones objetivas para no consumir en cualquier fecha lo que se oferta para esas dos noches mágicas en el año. Y que no se nos diga que incrementamos nuestro nivel de felicidad engullendo y bebiendo hasta el exceso. No existe razón objetiva para mantener ese aserto, como no sea para temperamentos y caracteres de valores y objetivos más que degradados.

¿Podríamos seguir en la búsqueda de ejemplos? Por supuesto. pero la extensión de este artículo no lo aconsejaría. Simplemente recordemos otras celebraciones o eventos que potencian ese comer y ese beber. El santoral al que se vinculan los diferentes miembros que componen la familia, la fecha de los cumpleaños, los bautizos, las primeras comuniones, las bodas, separaciones y divorcios, la obtención de buenas calificaciones o la superación de las oposiciones, la obtención de premios en los sorteos, la vuelta de un viaje, la visita de un familiar, el día de la madre, el día del padre, algunas conmemoraciones sociopolíticas…. etc. Incluso, en algunas culturas, tras el fallecimiento de alguien entrañable. La tentación de un plato bien repleto, y de una copa generosamente llena, siempre la encontramos tras esas celebraciones que se han enumerado.

Es fácil disfrutar el goce de la compañía y diálogo de familiares, amigos y conocidos sin perjudicar el equilibrio racional de nuestro apetito. Potenciar el valor, sabor y disfrute de las ensaladas, las frutas, la carne y el pescado a la plancha, los yogures, las harinas integrales, la versatilidad del arroz, las confortables legumbres y la cerveza 00, entre un largo etc, para elegir. Pero sobre todo, en esta Nochebuena, al igual que en esa otra Noche de transición a un Nuevo Año, debemos ser “buenos” con nuestro cuerpo. Sin duda, él nos lo va a agradecer. La alegría del calendario no ha de estar reñida con la prudencia equilibrada en el comer, beber, sentir y actuar.

Brindo contigo (me vas a permitir que utilice una copita de sidra asturiana) en esta distancia que se hace inmediata por la magia y afecto de la amistad.

José L. Casado Toro (viernes 24 diciembre 2010)

Profesor



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