Cuando tomamos la lúcida decisión de salir al entorno natural, realizando una siempre grata jornada senderista, también cuando conducimos por alguna carretera boscosa, suele impresionarnos la presencia de esas pequeñas o más grandes casas rurales, que están diseminadas por laderas montañosas y valles más o menos agrestes, solitarias y aisladas de los entornos urbanos.
Al margen del estado de conservación de estas viviendas (en apariencia, un tanto “abandonadas” en su cuidado) nos fascina e impresiona la realidad de poder vivir en medio de la naturaleza, frecuentemente en el bosque, alejados de los incentivos culturales, comerciales, lúdicos, sanitarios, con una difícil comunicación respecto a los núcleos densificados de las ciudades.
Parece obvio que la impresión de estas casas “perdidas” y aisladas en el seno de la naturaleza no es la misma cuando las vemos en horas diurnas, en esas mañanas o tardes soleadas, con una cálida y agradable temperatura, que en los días nublados, lluviosos o tormentosos y sobre todo en las horas nocturnas. Pensamos en las dificultades sobrevenidas, cuando sus residentes tengan alguna dificultad o urgencia médica o de otra naturaleza. En este caso, la admiración por esos aislados lugares de residencia “campestre” cambia por completo. En ese contexto de la vida “aislada y natural” se inserta nuestro relato de esta semana.
La historia, objeto de esta narrativa, se genera en una muy “usada” y escasamente reparada casita de campo, ubicada en el entorno vegetativo de la SIERRA DE LAS NIEVES malagueña. Era una vivienda unifamiliar, de planta baja y un piso, cubierta con un gran tejado a dos aguas, protegido con tejas de cerámica andaluza y también con grandes lañas de oscura pizarra. La recia construcción había utilizado y mezclado el ladrillo, la piedra y la madera, con no muchos ventanales para la protección térmica en las estaciones invernales, dada su significativa altura sobre el nivel del mar. Tenía una amplia zona trasera dedicada para establo, en el que había un par de vacas, un caballo, un rebaño de cabras y esas gallinas, tan necesarias para la carne y los huevos.
Allí vivía una familia de cuatro miembros. Los padres, llamados ALONSO, 42, e ISABELA, 38, junto a dos hijos pequeños, VALENTÍN, 8, y LOURDES, 6 (como el abuelo paterno y la abuela materna). El padre, durante un tiempo, había trabajado en la albañilería, yendo cada día a poblaciones no demasiado alejadas, como Casarabonela, Carratraca e incluso a la localidad de Ardales. Para desplazarse cada día al “tajo” de trabajo utilizaba una furgoneta de “muchas manos) de poca potencia y poco gasto en combustible. Le servía de gran utilidad para salir de casa no más tarde de las 7 horas y estar puntual en su labor a las 8, con un horario continuo hasta las 16 horas, cuando emprendía el viaje de vuelta al hogar (con 45 m de descanso para atender al almuerzo que llevaba preparado desde casa. Al paso del tiempo, Alonso fue reduciendo, cada vez más, su trabajo en la construcción, por el sacrificio y dureza de esta labor. Fue dedicando cada vez más tiempo al cultivo, en pequeñas parcelas que iba preparando con ímprobo esfuerzo. Esa dedicación agraria la combinaba cuidando el no abundante ganado que poseía, pero que le proporcionaba beneficio alimenticio para su familia y para poder vender a comerciantes conocidos: carne, huevos, leche, piel, abono para la tierra, etc.
Isabela, mujer de fuerte tenacidad para el trabajo, cuidaba el crecimiento de los niños y aseaba la casa, la ropa, la plancha (de carbón, pues los cortes eléctricos eran más que frecuentes) recogía los huevos, cuidaba las plantas y las verduras. Esta polivalente mujer también preparaba las comidas, siempre atenta para que nada faltase. Alonso llevaba en su furgoneta a los niños para que asistiesen a la escuela de Casarabonela, unidad escolar en donde también almorzaban, volviendo con su padre a casa, a partir de las cinco de la tarde. Había tramos en las pequeñas y estrechas carreteras para los que había que aplicar una gran destreza, pero la experiencia para conducir de Alonso con su furgoneta Citröen era manifiesta, ya que había tramos en los que no había asfalto, sino caminos de tierra. En épocas de lluvias y tormentas, el barro que se formaba era abundante y peligroso, mientras que en las épocas estivales o de sequía, la lucha contra el polvo y la sequedad ambiental era continua, en una zona alejada de los aportes hídricos que humedecieran el ambiente y avenaran los cultivos
Sin embargo, la suerte de la “hidratación agraria” estaba en parte resuelta desde hacía largo tiempo. El abuelo Valentín había construido, además de la casa, un par de pozos que fueron mejorados por su hijo Alonso. Además, el destino les había sido generoso, pues no lejos del hogar había un nacimiento o fuente natural, de la que manaba agua en épocas del año como el otoño o la primavera. La llamaban la FUENTE DE LA FUENSANTA. como la patrona de Coín.
Cuando la electricidad no se “cortaba”, disfrutaban de una vetusta y “grandota” radio (de grandes lámparas) aunque en unos Reyes, alonso compró un transistor a pilas y un aparato de televisión, cuya imagen era harto deficiente, porque la proximidad de peñascos y montañas dificultaba la llegada de una buena señal. El sábado era el día en que toda la familia bajaba al pueblo en la furgoneta, para comprar determinados alimentos o ropa y vender a comerciantes conocidos el queso que elaboraban y también cestillos con huevos, pesetas ganadas que les venían muy bien para el sustento del hogar. También Alonso adquiría semillas e instrumental de trabajo para los cultivos que con mimo cuidaba. Isabela, que era muy devota, aprovechaba para asistir a la misa de doce, en la parroquia de SANTIAGO APÓSTOL de Casarabonela (antigua mezquita y posteriormente Colegiata).
Ahora, tras haber conocido el modo de vida de esta sencilla familia, cuyo hogar estaba encastrado en un entorno natural montañoso, vayamos a conocer el por qué su vivienda era llamada LA CASA ENCANTADA.
Este intrigante y curioso nombre derivaba de una tradición popular, que estaba convencida de que en ella habían tenido, en el decir de la gente, diversos episodios extraños o sobrenaturales. Estos hechos ocurrieron en tiempos del abuelo VALENTÍN, el padre de Alonso, antes de que emprendiera el postrer “viaje” al reino del infinito, tras una muy larga longevidad, por su buena naturaleza y su residencia en un entorno maravilloso de naturaleza, como era la sin par Sierra de las Nieves.
La casa fue construida por el abuelo Valentín, con todo el esfuerzo de sus manos y una rígida e impresionante voluntad. Fue una obra de “autoconstrucción”, posteriormente legalizada, en una zona relativamente aplanada o con pendiente de pocos grados, para ir colocando la cimentación, los pilares, los muros, las ventanas y el tejado protector. Dicen que un cabrero de la zona le ayudó, a cambio de alimento y cobijo, pues éste tenía problemas con la ley. Semana tras semana y año tras año, la casa se fue conformando, habitándola este hombre del bosque, que vivía con su mujer ENGRACIA, alejado de la vorágine urbana. Solo tuvieron un hijo en su no largo matrimonio. El transporte para las necesidades materiales y físicas lo hacían con un carro tirado de una mula. Vivían, y gozaban a su modo, la felicidad que proporciona el entorno “salvaje” y natural. Pero un mal día, era otoño, como el de las vidas, Engracia se fue a la eternidad. Su propio marido la enterró, en un lugar secreto que sólo él conocía. El pequeño Alonso, con nueve años, vivía muy unido a su padre, ayudándole en todo y aprendiendo de la naturaleza y el cuidado de los animales. Precisamente fue Valentín quien enseñó a su retoño las artes de la albañilería, “para que fuera un hombre de buen provecho”.
Pero Valentín nunca podía olvidar a su mujer. Llevaba mal su viudez. Alonso, en su adolescencia, se despertaba por las noches, cuando desde la cama veía las luces del fuego de la hoguera en la chimenea y escuchaba a su padre hablando con alguien. No comprendía con quien estaba comunicando a esas horas tan avanzadas de la madrugada. Lo más extraño era que, junto a la voz de Valentín, que lógicamente bien conocía, hablaba otra voz, más ronca, apenas perceptible, que parecía proceder desde la ultratumba. Una noche, el joven Alonso se despertó, una vez más, al escuchar palabras, a modo de conversación, desde el salón hogar de la chimenea. El reloj marcaba las tres. Con gran sigilo, se levantó del lecho y caminó de puntillas y descalzo desde la alcoba, asomándose, sin hacer ruido alguno, a los maderos de la escalera, desde donde divisaba gran parte del salón estar. Los leños de la hoguera ardían con una tonalidad anaranjada rojiza, a fin de compensar la frialdad exterior. Su padre estaba sentando en su sillón de culo de anea, mirando el chisporroteo que generaba la resina de la madera quemada en el ardiente hogar. Como otras noches, Valentín estaba hablando, muy pausadamente. Cuando se callaba, sonaba en la habitación una voz diferente, ronca pero melodiosa, que l respondía a los comentarios que el leñador y pastor le planteaban. Pudo escuchar con nitidez una frase que decía “Gracias, mi amor, por acordarte todas las noches de mi” frase que generó en el joven un miedo terrorífico. ¿Estaba su padre hablando con su madre muerta (hacía más de cuatro años) y ésta le respondía? ¿De dónde procedía esa voz algo dulce y ronca, si Valentín permanecía solo frente al fuego del hogar?
Cuando Valentín bajaba al pueblo y entraba en alguna taberna para tomar su vaso de vino, comentaba (a medida que el alcohol iba haciéndole sus efectos o delirios) que él había hablado recientemente con su difunta Engracia. Por ahí fue también fue comenzando la leyenda de la Casa encantada.
Alonso era consciente de los numerosos ruidos y “misterios” que se escuchaban en la estructura de la vivienda: crujidos de las vigas de madera, grietas en el suelo, sonidos hídricos “impetuosos” que se escuchan en el subsuelo, ventanas cerradas que, de manera insólita, se abrían, cacerolas que se caían al suelo desde el platero, sin que nadie las hubiese impulsado, fuegos en los leños que permanecían ardientes durante toda la noche y que a la mañana siguiente no se habían consumido … Cierto día, cuando Alonso llegaba con su furgoneta a la casa, observó que salía un poco de humo blanco por la chimenea exterior. Cuando aparcó y entró en la vivienda, observó con preocupación que el fuego del hogar estaba apagado, aunque el olor a leño quemado estaba presente en el ambiente.
En otra ocasión, Alonso tomaba un ardiente café en un bar de Casarabonela, acompañado de POLICARPO, amigo escolar desde la infancia, quien trabajaba como panadero en el obrador de una confitería. Había bajado al pueblo y mientras esperaba para recoger a los niños de la escuela, comentaba con su amigo aspectos de “la casa encantada”. Poli, una persona ruda, pero bastante sensata, le decía: “estas cosas suelen ocurrir cuando las personas viven aisladas en medio de la Naturaleza. La falta de proximidad con otras viviendas y familias hace que “veamos y escuchemos” lo qye parecen fenómenos ocultos. La mayoría de esos ruidos o hechos inexplicables están sólo en nuestra imaginación. Esos ruidos o sonidos misteriosos derivan de razones físicas: las diferencias de temperaturas, la acomodación de los cimientos, los mantos de agua subterráneos (que llaman “freáticos) o también, por qué no decirlo, de consecuencias sonámbulas, que hace que encendamos o apaguemos el fuego por alguna ensoñación.
Como ocurre en muchas localidades rurales, apartadas de la densa urbanización o de la vorágine turística, los vecinos disponen de mucho tiempo libre para inventar y exagerar, acerca de los hechos cotidianos de la existencia. De esta manera nació y se difundió, de boca en boca, esos comentarios, chascarrillos o leyendas, acerca de esa casa “perdida entre los escarpes boscosos de la naturaleza. El propio Valentín, con la mayor naturalidad del mundo, le decía a su hijo “anoche hablé con tu madre. Me dijo que te aconsejara que cuidaras mejor a las gallinas, pues sus huevos son un buen alimento y que además se pueden vender muy bien en los colmados de los pueblos próximos. Ella era muy sabia, y me recordó que las rozaduras de los brazos y piernas se curan rápidamente untándote boñiga de caballo o de mula, que cicatrizan muy bien las heridas”.
Poco antes de fallecer, cuándo Valentín deliraba febrilmente en el lecho, su hijo Alonso entró en su habitación porque había escuchado voces desde afuera. Obviamente en la habitación solo se encontraba su padre, que hablaba o deliraba. Lo más importante del hecho es por momentos Valentín modificaba su voz, escuchándose esa pronunciación ronca y melodiosa que su hijo escuchaba cuando escondido entre los maderos de la escalera oía voces en la madrugada y su padre dormitaba junto al fuego. Hablaba y se respondía cambiando la voz. Los “misterios” de la casa encantada se iban desbrozando.
En las noches de intensa tormenta, con aparato eléctrico de gran luminosidad y acústica estruendosa, era muy frecuente que el fluido eléctrico se “cortara” y entonces Alonso, bien resguardado en su pelliza, tenía que salir para poner en marcha el generador de gasolina, a fin de mantener la luz y el calor.
Pero no todo iban a ser misterios y soledades. Cuando llegaba la primavera y el sol radiante se iba introduciendo entre el ramaje vegetal del arbolado, la vivencia en ese entorno natural suponía una delicia emocionante. La generosidad del paisaje, la intensa oxigenación, el dulce aroma de las plantas y las flores, la compañía de esos animales que daban alimento, fuerza y compañía, los florecientes cultivos para la subsistencia, todo ello (y no era poco) gratificaba un ambiente henchido de naturaleza.
Sin embargo, aún hoy, cuando algunos senderistas preguntan en el pueblo, cuál era el mejor camino para tomar, con el objetivo de llegar a un determinado lugar, siempre hay algún lugareño que, con la naturalidad de la tradición y la leyenda, aconseja “sigue por ese sendero y al llegar a la zona más boscosa te encontrarás con la Casa Encantada, en donde Alonso e Isabela te atenderán con amistad y generosidad. -
LA LEYENDA DE
LA CASA ENCANTADA
José L. Casado Toro
Antiguo Profesor del I.E.S. Ntra. Sra. de la Victoria. Málaga
Viernes 14 MARZO 2025
Dirección electrónica: jlcasadot@yahoo.es
Blog personal: http://www.jlcasadot.blogspot.com/
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