Es una evidencia para la reflexión. El avance del tiempo va cambiando el comportamiento de las personas. Los hábitos de naturaleza lúdica, cultural, deportiva, relacional, formativa, comercial, alimenticia, etc. van evolucionando según las épocas, las modas, los adelantes de la ciencia y la misma forma de concebir la existencia. En estas concreciones de los comportamientos cambiantes, hay que hacer alusión también a todos aquellos relacionados con las creencias y actitudes religiosas.
A estas alturas del primer cuarto del siglo XXI, las prácticas religiosas, según la percepción general y los estudios de los que se hace eco la prensa, han disminuido, si los comparamos con épocas pretérista o simplemente con décadas vinculadas a nuestra memoria (recordamos los años del Nacional Catolicismo en España). La asistencia a los oficios religiosos, al margen de bautizos, comuniones, matrimonios y sepelios se ha reducido en el porcentaje popular. La misa diaria, las filas ante los confesionarios, la misa dominical, las novenas y los triduos, etc. ya no cuentan entre los hábitos religiosos de grandes masas ciudadanas. Y no sólo es importante y significativo este cambio de comportamiento, sino que también han disminuido drásticamente el número de vocaciones para el ejercicio sacerdotal, con respecto al siglo precedente o épocas anteriores. Esta carencia vocacional ha determinado que un sacerdote tenga que repartir sus esfuerzos o funciones pastorales por varias iglesias no templos, en ocasiones de diferentes localidades, generalmente de baja población. Faltan seminaristas, sacerdotes y religiosos. Son muchos los conventos que han de cerrar por falta de opciones para profesar. Y, paralelamente, disminuyen los fieles practicantes en el día a día. En este delicado contexto de la fe vocacional y práctica religiosa, se inserta nuestro relato de esta semana.
Nuestra historia se localiza en un pueblecito castellano de la denominada “España vacía”, ubicado en la mitad norte peninsular. Este núcleo de población tiene por nombre CASTELLAR DE LOS INFANTES. Este municipio tuvo un gran predicamento económico, militar y social, en los años de la España Moderna, siglos XV, XVI, XVII y XVIII. En esos años “gloriosos” la potencialidad de su población alcanzó cifras de varios miles de habitantes, que se dedicaban mayoritariamente a los trabajos agrarios, ganaderos y también al servicio de grandes familias nobiliarias. También era importante el ejercicio de la milicia.
En la actualidad, este pueblo alcanza apenas los 400 habitantes, con tendencia decreciente anualidad tras anualidad. Durante un par de décadas ha regido el monumental templo/catedral que sus habitantes poseen un venerable sacerdote, el párroco don CAMILO, quien a punto de cumplir las siete décadas y media de su vida y padecer diversos problemas de salud, tomó la decisión de “colgar” la sotana, vestimenta clerical que siempre ha llevado, para retirarse o jubilarse de su función pastoral. Su intención es hacerse capellán de un convento de monjas clarisas y entrar en una residencia para sacerdotes mayores, ubicado en la capital provincial, en donde pueda ser atendido de las necesidades derivadas de su ancianidad.
La actividad parroquial no sólo era atendida por el venerable sacerdote, sino que también era muy importante la colaboración de un adulto sacristán, llamado HIPÓLITO, padre de familia con cuatro hijos, que le había dado su mujer FLORA. Se ayudaba, para sacar su familia adelante, de trabajos temporales en la agricultura, además de desempeñar desde los 26 años el cargo de sacristán de la Iglesia Catedral de san Sebastián.
Al llegar la hora de la jubilación del sacerdote titular, éste indicó a su ayudante que lo recomendaría al nuevo párroco que el Sr. Obispo tuviera a bien enviar. La compensación económica que Hipólito recibía por su trabajo en el templo era bien modesta, aunque el fiel servidor de la iglesia la consideraba fundamental, para unirla a lo que ganaba por sus temporales trabajos agrarios. En este momento, con 52 años, tenía a cuatro hijos en esas edades de la adolescencia avanzada a los que había que alimentar, vestir y darles la necesaria formación reglada.
Una mañana de otoño, don Camilo recibió una carta oficial del Obispado de la diócesis palentina, en la que le comunicaba la aceptación de su renuncia, por causas de la avanzada edad y deteriorada salud que padecía. La misiva del Sr. Obispo añadía que, dada la escasa población de la localidad, unido a que otras poblaciones cercanas también tenían una población en progresivo descenso, Castellar iba a integrarse en el ámbito de la rotación itinerante que realizaba un sacerdote joven, don ROMUALDO. La diócesis le había ayudado económicamente para la compra de un 2 CV Citröen, que antes había pasado por varios conductores. De esta manera, este joven sacerdote viajaba por esos pueblos cercanos, dedicando cada día a desarrollar la función básica pastoral que el obispado podía ofrecer a esas tierras cada vez más despobladas. Eran cuatro municipios, más Castellar. Todos ellos en Palencia.
La realidad, como manifestaba el prelado en su carta, era una escasa asistencia a la iglesia de los pocos fieles que poblaban la localidad. Aun así, Hipólito se preocupaba de ejercer lo mejor posible las funciones de un responsable sacristán. Abría la iglesia por la tarde, a partir de las seis. Se esforzaba en ir barriendo el suelo del templo por zonas. También ordenaba y limpiaba la vestimenta eclesial del cura párroco. Tocaba las campanas para la misa de las siete de la tarde. Reparaba algunos desperfectos, especialmente aquellos relacionados con la electricidad, afición y destreza que mantenía desde la infancia. Ayudaba al celebrante don Camilo cuando éste oficiaba las misas y algunos matrimonios de tarde en tarde, que pronto buscaban acomodo en la capital provincial. Había pocos nacimientos, pero al igual que las defunciones, Hipólito colaboraba en lo necesario para su atención religiosa. Con esfuerzo, ilusión y constancia, al paso de los años había ido aprendiendo a tocar el órgano musical ubicado junto al coro, enfrente del presbiterio. Esta habilidad para la música sacra la centró en dos o tres piezas al comienzo de su trabajo, pero con los años fue sumando numerosas piezas al repertorio, que se sabía prácticamente de memoria, para el deleite de los pocos fieles asistentes a las ceremonias. Eran mayoritariamente “beatas” muy mayores, que acudían a la misa de tarde y a la del domingo, que se oficiaba a las 12 de la mañana.
Don Camilo y el nuevo sacerdote itinerante, don Romualdo, decidieron llamar a Hipólito para explicarle los cambios que iban a tener lugar en la parroquia a partir de la llegada del nuevo párroco. El templo permanecería cerrada durante los cinco primeros días de la semana, abriéndose sólo durante la tarde del sábado y en la mañana del domingo, días en los que don Romualdo pasaría con su Citröen por Castellar, para desarrollar su pastoral rotatoria: confesar, oficiar misa y realizar algún bautizo o matrimonio si los hubiere. Hipólito también abriría la iglesia el resto de los días y por la mañana, de 11 a 13 horas, siempre que hubiese grupos de turistas que deseasen visitar el interior del magno templo catedral, joya del arte gótico y renacentista. Cobraría por permitir la visita 2 euros por persona, fondo que el sacristán recibiría por su dedicación a las tareas de limpieza y cuidado del santo edificio y la ayuda al nuevo sacerdote en el fin de semana. Con estas condiciones. Hipólito debía seguir trabajando en las tierras de ATANASIO, cuidando también a sus ovejas, ya que mantener a la familia con lo que sacaba de las entradas al templo por los turistas no tenía para vivir. Su mujer Flora también echaba algunas horas en casas de las señoras mayores del pueblo, atendiendo a sus necesidades, a fin de sumar algunos euros al escaso dinero que ganaba su marido. En muchas ocasiones, esta mujer recibía pagos en especie de las señoras mayores a las que atendía, como huevos, manteca, harina, pan, o productos similares.
Así pasaron un par de semanas, cuando una tarde de sábado, el padre Romualdo llegó con su vetusto vehículo a Castellar. El sacristán lo estaba esperando en la puerta del templo parroquial. Quería hablarle con claridad, tras varias noches dándole vueltas a la precariedad económica de su vida.
“Mire Vd. don Romualdo. He servido a la iglesia durante unos veinte años. Ahora, con estos cambios, creo que mi función ya no es tan necesaria. Cada vez hay menos gente en el pueblo. El domingo pasado asistían a misa seis vecinos. Todas eran personas muy mayores. Durante esta semana no ha venido turista alguno que deseara le abriera la iglesia para visitar su interior. El pueblo está “adormecido, con estos casi 400 habitantes. Incluso muchos de ellos trabajan en localidades cercanas, o se desplazan a la capital para tratar de establecerse allí, con algún trabajo de albañilería, alguna portería o de mozos en los comercios. Y después de pensarlo mucho, es lo que mi familia y yo vamos a hacer. Nos vamos a trasladar a Santander. Un primo de mi mujer Flora se fue hace un par de años y está bien establecido. Tiene un “chiringuito” o merendero de playa, que funciona muy bien como restaurante. Me ha propuesto trabajo. De camarero. Flora se ocupará de la cocina y la limpieza. Los niños tendrán sus institutos e incluso si alguno sirve, buscaremos ayuda para que estudie en la universidad. Este primo, SABINO, me va a permitir que nos instalemos en un antiguo almacén trastero, en donde vamos a hacer unas obras (tiene bastante espacio) para poner un aseo y una cocina. Me cobrará una pequeña paga de 150 euros a descontar de mi sueldo mensual, por el alquiler y las obras. Padre, creo que Vd. me comprenderá. Este pueblo cada día tiene menos vida”.
El joven sacerdote comprendió, con toda humanidad, la realidad de este nuevo y modesto emigrante, fiel servidor de la iglesia durante ese par de décadas, quien también iba a emprender el duro camino de cambiar su residencia. Así que, a partir de ese día, el sacerdote itinerante sería el que abriría la iglesia los sábados por la tarde y los domingos por la mañana. Habló también con el alcalde don BENIGNO, que tenía una modesta panadería. El único edil del municipio tendría también las llaves del templo, para el caso de que algún grupo de viajeros desease visitar el interior del grandioso monumento, con sus importantes imágenes y reliquias de santos. Los fondos municipales estaban también muy “anémicos, por lo que Benigno sólo pudo comprometerse en que, para los fines de semana, uno de sus hijos, de 9 años, podría actuar de monaguillo, a fin de ayudar, principalmente, en la misa dominical.
Y esta historia, que podría trasladarse a otros muchos pequeños municipios de la recia y noble región castellana, añadiendo también otras comunidades regionales alejadas de la proximidad costera peninsular, refleja y pone de manifiesto que las instituciones o administraciones nacionales deberían arbitrar, con urgencia, medios para que la población rural permaneciera vinculada a las raíces agropecuarias de nuestra nación. Todo ello poniendo en práctica diversas líneas de acción. Por ejemplo, mejorando las infraestructuras para el desplazamiento, instalando servicios públicos sanitarios, educativos, comerciales y lúdico culturales, para que la juventud y sus familiares no tuviesen que desplazarse, de manera continua y preocupante, a la capital provincial o a la capitalidad regional. Esta emigración interna, hacia las zonas costeras, en donde la mayoría campesina cree que va a encontrar un mejor acomodo vivencial para sus humildes existencias, está provocando graves vacíos demográficos en extensas zonas del interior peninsular.
Es evidente que el rico patrimonio artístico, de muchos pueblos y localidades de la gran meseta y de otras regiones españolas, sólo puede salvarse de la destrucción y el deterioro realizando un hábil e inteligente marketing turístico, que promueva estancias rurales en los pueblos semivacíos que posean esa interesante monumentalidad arquitectónica, escultórica y pictórica. Son las diferentes concejalías de cultura las que deben agudizar su mente y esfuerzos, para atraer esas visitas y circuitos explicativos, para las personas a quienes agrada viajar y conocer in situ las raíces de nuestra interesante y contrastada Historia.
En relación con el mantenimiento de esta gran riqueza monumental eclesiástica, y la propia atención pastoral de la institución católica, con el grave problema de la carencia vocacional sacerdotal, exigiría también una profunda reforma de sus estatutos, en función de la sociedad que nos ha correspondido protagonizar. La cuestión del celibato, para los miembros de la clerecía, es un asunto que debiera ser reconsiderado por la jerarquía del Vaticano. Pues, probablemente, incentivaría muchas vocaciones. Si la gran masa popular se aleja de las prácticas religiosas (salvo momentos emblemáticos de la vida, como los bautizos, matrimonios y defunciones), a pesar de que nuestra constitución no establece un estado confesional, por algo será. Tiene que haber causas para ese comportamiento cada vez más laicista. El tipo de vida de nuestra sociedad, la ultra modernidad, Internet, el modelo de vida que la privacidad que cada uno elige, la información en la prensa de algunos comportamientos de sacerdotes y clérigos, etc. todo ello debiera ser estudiado, en profundidad y con generosidad por la jerarquía eclesiástica católica.
Mientras tanto se escucha el “clamor” de esa España vacía, en la que vemos calles sin apenas viandantes en horas propias del día, calles y plazas en las que no hay niños jugando, sino muy escasas personas mayores, que “dormitan” o transitan despacio bajo los soportales que descubren viviendas cerradas, comercios cerrados y ese silencio que nos hace preguntarnos ¿dónde está la gente de este pueblo, cuando vamos a visitar esa gran colegiata, ese magno templo catedral, esa ermita románica, gótica o renacentista que permanece cerrado y tiene que ser abierto ante la petición justificada de la agencia de viajes. El guía turístico nos explica en ocasiones la realidad de un gran convento, que fue de clausura y en el que ya no hay monjas, o ese bello claustro monacal, en el que apenas hay monjes que paseen, mediten y recen sus oraciones.
Hoy día, la familia Calatrava-Almansa, Hipólito y Flora, residen con la sencillez de la modestia en ese almacén reconvertido en vivienda, no lejos de la playa santanderina. Recuerdan con añoranza y nostalgia sus entrañables raíces familiares en la vieja Castilla. Como tantos otros, tuvieron que desarraigarse, teniendo que abandonar su tierra natal y vivencial, a fin de buscarse una nueva vida, “huyendo” de esa España vacía, que vive aletargada en sus carencias y nubladas perspectivas de futuro. Los gobernantes de las diferentes administraciones tendrían mucho que pensar, decir y hacer, en esta crisis sociológica y económica que se agudiza por años. -
EL LETARGO DE
LA ESPAÑA VACÍA
José L. Casado Toro
Antiguo Profesor del I.E.S. Ntra. Sra. de la Victoria. Málaga
Viernes 15 noviembre 2024
Dirección electrónica: jlcasadot@yahoo.es
Blog personal: http://www.jlcasadot.blogspot.com/
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