viernes, 14 de abril de 2023

ILUSIONES PERMANENTES EN TIEMPOS POSTREROS.

Las tardes se hacían cansinamente alargadas, en el sosiego aletargado de una importante localidad de la Andalucía interior, especialmente para tres veteranos amigos que, en la sucesión de los días, se reunían con el noble objetivo de endulzar o disimular su vital aburrimiento, teñido de soledad. ¿Cuáles eran sus nombres?  TOBÍAS, un antiguo y ya menos fornido leñador, MAURICIO, toda una vida laboral ejerciendo como camarero de bar y, finalmente, ARSENIO, que había sido trabajador “de lo que saliera”, ya fuese la labranza, la albañilería o incluso la limpieza urbana de calles y plazas. Eran tres respetados vecinos del municipio accitano de Guadix, que acordaban encontrarse, a eso de las cinco o cinco y media en las tardes, bajo uno de los soportales municipales de la Plaza de la Constitución, no lejos de la grandiosa Catedral de la Encarnación. Tras el saludo respetuoso entre ellos, comenzaban de manera pausada y tranquila a caminar, eligiendo uno de los cuatro puntos cardinales para hacer tiempo hasta las seis y media, cuando se acercarían al bar “del Jenaro”. Allí compartirían el disfrute del café con leche (en los meses del frío) o la cerveza y el refresco (durante los días tórridos del verano) y siempre el grato valor de la palabra, el chascarrillo o ese silencio templado de los recuerdos de toda una vida.

A medida que avanzaban los minutos, la intensidad solar iba lentamente decreciendo, mientras el cromatismo anaranjado solar se incrementaba, camino de ese anochecer necesario para la cena y el descanso, si el insomnio lo permitía. Los tres septuagenarios, con los achaques propios de la edad, limitaciones que asumían y disimulaban con elegante resignación, compartían ese caudal de recuerdos y añoranzas, haciendo fáciles sus dudas y más complicadas unas agendas en blanco, vacías de contenido y proyectos. En todo caso siempre buscaban ese motivo que les distrajera de la árida rutina de los años tardíos. En esa tarde de un lunes en julio, mes que estaba cumpliendo con intensa largueza la sequedad propia del duro estío térmico en unas tierras alejadas del mar, uno de los tres (no importaba quien fuese) tuvo la ocurrencia de sugerir un “divertido e interesante” juego, que los liberase de la siempre recurrente partida de dominó, el tablero del parchís o de ese tabaco maligno, que los tres se esforzaban en abandonar con desigual suerte.

“Qué os parece si elegimos a ese amigo que desde siempre nos hubiera gustado tener, con el que hubiéramos podido aprender y disfrutar de su “interesante” y habilidosa profesión? Puede ser divertido que cada uno se sincere, comentando acerca del amigo que no ha tenido la suerte de tener y que, casi seguro, nunca lo vamos a poder disfrutar. Pero lo más importante es que además de compartir ese deseo. Apliquemos la razón a la confidencia que hagamos, explicando el por qué o los motivos que cada uno tiene para esa determinada elección u ocurrencia”.  

Tras un cómico (por la expresión de sus rostros) silencio de un par de minutos, dos de los presentes centraron o fijaron sus miradas en Mauricio, que había sido el autor de la ocurrente e ingeniosa idea o propuesta. El antiguo camarero no se amilanó, ante las miradas determinantes de sus amigos. “Bueno, ya que os empeñáis, os cuento uno de mis frustrados objetivos en la amistad”.

“Os confieso que yo siempre he envidiado a los pájaros. A cualquiera de las aves que vuelan. Eso de volar y no gastar motores ni gasolina es una pasada. Además, el poder ir a cualquier parte, sin problemas de carreteras o fronteras, es algo que desde siempre he admirado y “añorado”. Cuando veo el vuelo de los pájaros, me asombra la facilidad con la que ascienden en el aire, pareciendo como si no soportaran peso alguno u otras inconveniencias. Lo hacen incluso bajo la lluvia, con el ambiente gélido y tempestuoso, del invierno o con la templanza y la intensidad de los rayos solares, en los meses sosegados del estío.

A partir de esta explicación, os comento que me hubiese gustado tener un buen amigo que “volara” como los pájaros de la naturaleza. Es decir, un amigo aviador. No tengo la menor dura de que este profesional me habría invitado, en más de una ocasión, a disfrutar de sus vuelos, en unos de esos “paratos” que viajan por los cielos, como los pájaros de la naturaleza, abreviando las distancias para los destinos que hayan elegido. Os digo la verdad, nunca me he montado en uno de esos aviones que, vistos desde aquí abajo parecen gaviotas, vencejos, o águilas imperiales. Ese habría sido mi deseo. A pesar de mis muchos años de vida, sería estupendo disfrutar con ese buen amigo aviador que imita a las aves de la naturaleza”.

La “confesión” o idea propuesta por el antiguo camarero de bar, y su convincente explicación posterior, fue muy bien recibida y “aplaudida por sus dos compañeros y amigos de mesa. Les agradó mucho el razonamiento que Mauricio había aportado a sus palabras.

Y tú, Arsenio ¿Qué nos tienes que contar?

“Bueno, amigos míos, pues nací y he vivido larga vida en una tierra del interior. En muchos momentos he sentido en mi conciencia la falta del mar. Esa inmensidad de agua salada y con peces es para mí la aventura, la inmensidad, el frescor, la humedad. En una gran “carretera sin marcas” o un” gran cultivo” que alimenta a las nubes. El aroma de la marisma embriaga nuestros sentidos, las olas y el balanceo armónico de las aguas saladas acaricia la estabilidad de las embarcaciones, con sus remos, sus velas, los motores, el timón para mantener la trayectoria elegida. Y qué decir de las redes cargadas de peces para el alimento … y ese horizonte o superficies plateadas que nos marca las distancias.

Ya podéis imaginarlo. No os vais a equivocar. Me hubiera ilusionado sobremanera tener un amigo marino, capitán de barco mercante o simple percador por ocio o necesidad. Sin duda que me habría invitado a subirme a su barco y hubiéramos navegado hasta esas islas perdidas, en medio de los océanos. Igual yo habría encontrado, en ese viajar por los mares a una hermosa sirena, de ojos color turquesa, como el color de las aguas a través del espejo celestial. A buen seguro que me habría enamorado de ese su cuerpo tan sensual y sobre su lomo, limpio y fino como la pureza, habríamos visitado los reinos y paraísos infinitos de los mares. Creo que así hubiera sido más feliz, pero en cambio he tenido que soportar en mi existencia los caprichosos cambios de humor de mi Leonora, que en más de una ocasión me ha tirado los platos y las sartenes a la cabeza.

Volviendo al barco, al que yo habría puesto el nombre de Ulises o la Odisea, yo que sólo he estado un par de veces en mi vida junto al mar, me habría comprado una buena gorra de marino y manejando el timón habríamos podido llegar allende los mares”.

“No sabíamos que tenías tanto amor por los mares, amigo Arsenio. Aquí como no vayas a la piscina municipal, en los meses del verano, no hay otra forma de nadar a no ser que caminemos al río Verde, cuando el cauce venga crecido, aunque con aguas muy frías de la Sierra Nevada”.

El atardecer avanzaba, con ese anaranjado áureo que se reflejaba en las hojas verdes de los árboles, que servían de dóciles espejos para difundir mágicos y ya tardíos rayos solares que tanto y bien acompañan y confortan. Se había levantado una suave brisa que percutía con suavidad en la hojarasca forestal componiendo, con acierto y delicadeza, bellas melodías silvestres con el instrumental polifónico de la naturaleza, bien acompañadas por la sutil acústica coral de las alegres aves cantoras.

En este divertido ejercicio de compartir ilusiones frustradas o ya imposibles, sólo quedaban las confidencias de Tobías que pícaramente se iba haciendo el remolón, pero señalado al tiempo con las divertidas sonrisas de sus dos amigos de toda la vida.   

“Sí, ya sé que me toca y no me voy a hacer de rogar. Me he pasado media o más tiempo de mi vida entre los árboles de la naturaleza, que me han entregado con generosidad admirable esa leña necesaria para el horno, la construcción, los muebles y para negociar con el fuego el gélido frío invernal. Con confianza, yo también una ilusión oculta. Bien sabéis lo mucho que me gusta el cine. Cada semana, cuando está abierta la sala, no me pierdo la película que ponen en pantalla. Y por la tele disfruto con todo el cine que programan. Desde siempre he valorado mucho el trabajo de los que inventan y escriben historias para el cine. También aprecio mucho el trabajo de los actores y actrices. Pero lo que más me emociona y valoro por su difícil y mágico quehacer es el trabajo que realiza el director, que sabe organizar el movimiento de los actores en las sucesivas escenas.

Yo hubiera sido inmensamente feliz si hubiera tenido un director de películas amigo, quien me hubiera permitido estar presente en el rodaje de muchas de sus interesantes películas. Cuando sale el FIN o el The END en las pantallas, aparecen largas listas de nombres, que son los especialistas que han intervenido en el rodaje de la cinta. Me apasiona toda esa trastienda humana que hay detrás de cada rodaje. Cincuenta o cien personas obedeciendo las indicaciones de ese “director de orquesta” que no permite que nadie “desafine”. Claro que me hubiera ilusionado tener un amigo como el mago del suspense, el gran Alfred Hitchcock, o ese otro gran mago del oeste que fue John Ford. Y también, el genio de la vida que significó Billy Wilder con toda su gran e impresionante obra cinematográfica. No me olvido de Buñuel, Chaplin, Cukor, Allen, Kurosawa, de Sica, Kubrick, Coppola … 

Por cierto, asistiendo a esos rodajes a los que hubiera sido invitado, igual me habría enamorado de alguna belleza de Hollywood y nos habríamos felizmente casado”.

“Pero Tobías, tú tienes a la Braulia, que te aguanta cada día. La pobre es una santa mujer …”

Los tres veteranos amigos rieron sanamente, con esas ilusiones fallidas en sus vidas que se resistían en abandonar. Eran humildes hombres del campo, de piel bien curtida por la intensidad de la exposición solar, con unos cuerpos ya algo encorvados por la edad y por la dureza del trabajo con la tierra y sus cultivos, sirviendo mesas o cortando los fustes arbóreos. Gente noble, sencilla, supersticiosa, solidaria y, a su manera, feliz, pues sabían aceptar y gozar con lo muy poco que el destino les había proporcionado.

Y con esas añoradas ilusiones, que siempre han sabido mantener en sus corazones, ahora compartidas en la más sana amistad, ven como una vez más el día se despide, para dejar paso a esa noche de estrellas, luna y luceros que antecede a otro nuevo día que, para ellos, será muy parecido al de ayer. Y también al de mañana. Los tres buenos amigos abandonaron el café de Jenaro, con el educado “buenas noches, nos dé Dio y hasta la mañana”, caminando hermanados por las calles adoquinadas de su realidad vital con dirección a sus hogares. Allí serían recibidos con ese ¡hola! y el “te pongo enseguida la cena”. Venancia, Leonora y Braulia, tres sencillas y buenas mujeres, tres compañeras de unas vidas que también se atardecen, para recordar, sentir y soñar. Para sus maridos, la ilusión ha sido hoy el milagro del aire, el embrujo del mar y la magia del cine. Y, como siempre, el sublime alimento o “maná” de la amistad. –

 

 

ILUSIONES PERMANENTES EN

TIEMPOS POSTREROS

 

 

 

 

 

José L. Casado Toro

Antiguo Profesor del I.E.S. Ntra. Sra. de la Victoria. Málaga

Viernes 14 abril 2023

                                                                                Dirección electrónica: jlcasadot@yahoo.es           

                 Blog personal: http://www.jlcasadot.blogspot.com/



 

No hay comentarios:

Publicar un comentario