viernes, 20 de diciembre de 2019

TRADICIONES NAVIDEÑAS, EN LA MODESTA REALIDAD DE ALMUDENA.

Hay muchas personas que “temen” o recelan, ante la llegada de los numerosos y variados eventos de celebración anual. La cíclica celebración de estas fiestas provoca que se sientan aturdidas, deprimidas, nerviosas o superadas en su habitual equilibrio. Echando una hojeada al calendario que recorremos, comenzamos con el largo periplo de las fiestas de Navidad y Reyes, que ya desde el mismo noviembre comienza a dar señales de su protagonismo absorbente. Ese “festivo” calendario continúa con las rebajas comerciales de invierno, la estridencia escenificada del Carnaval, la “Semana Blanca” para los escolares y sus padres, los siete días de “dolor”, devoción o fiesta en que hemos convertido la Semana Santa, el segundo ciclo de las rebajas para el verano, la diáspora turística en los meses del estío y, entre todos estos grandes eventos para el disfrute, la gran feria anual (ahora dividida o multiplicada entre la del día y la de la noche), más toda una ingeniería de “puentes”, cada vez más largos o incluso kilométricos (el de Todos los Santos y el de la Inmaculada suelen ser los más emblemáticos en su prolongada construcción arquitectónica).

Ese tipo de personas, no suficientemente vacunadas en su resistencia para “resistir” tamaña movida, se ven inestabilizadas, física y psicológicamente, ya que estas conmemoraciones lúdicas las dejan sumidas en estados de estrés, ansiedad, nostalgia, tratando de abrirse paso o “blindarse” ante el consumismo exacerbado que la mayoría de aquéllas proporcionan. Existe en estas personas “diferentes” un sentimiento de pérdida de los valores originales y el verdadero sentido que esas mismas u otras celebraciones tuvieron antaño. Y sobre ese divertido calendario sobrevuela una exagerada y poco aconsejable ingesta alimenticia, que va sumando gramos, calorías y grasas a unos organismos que reclaman “en el desierto de la sensatez” un más adecuado equilibrio para la normalidad de nuestros “pesados” cuerpos. Si copiosas suelen ser las comidas hogareñas, qué decir de las celebraciones de empresa o los menús exagerados desarrollados en los almuerzos de hermandad.

Hay quienes intentan (y logran) “liberarse” de esta nube festiva, que envuelve y desvitaliza nuestras no siempre bien valoradas apreciables rutinas. Lo hacen “huyendo” como pueden de esa orgía lúdica que, cada vez con mayor intensidad, nos invade: por ejemplo, organizando algún corto viaje de vacaciones a zonas calidad o frías, según la estación y el deseo; recluyéndose en la segunda vivienda o apartamento alejado del lugar habitual de residencia; contratando algunos días de estancia en las hospederías de monasterios enclavados en el seno de la naturaleza, a donde no llega la vorágine festiva generalizada. Allí, en ese remanso de paz, tratan de entender y mimetizar el ritmo existencial que practican los monjes en clausura; también lo hacen negociando unos días de vacaciones en la alta montaña, residiendo en un rudo pero encantador albergue y evitando, por supuesto, el bajar a la ciudad, salvo para las compras alimenticias ineludibles.  

Almudena Felices Natalia desempeña un honrado trabajo, en una cafetería/pastelería ubicada en la Plaza de Santo Domingo, muy cerca del populoso núcleo urbano de Callao y la Gran Vía madrileña. A sus 37 años de edad, es la única hija del matrimonio formado por Venancio y Margara, conviviendo de manera ininterrumpida con ambos progenitores desde la fecha de su nacimiento, un 9 de Noviembre, festividad de la Virgen de la Almudena, patrona de la capital. Su labor cotidiana en el suculento establecimiento consiste en atender las peticiones de la clientela que tiene 12 mesas de consumición, aunque son muchas las ocasiones en que se sitúa detrás del mostrador preparando las tazas de café, té u otras infusiones, además de los pasteles elegidos por los clientes. También coloca los cubiertos, vasos y platos en el lavavajillas industrial para la rápida limpieza, tras su uso por los comensales. El horario de trabajo comienza cada uno de los días a las 7 de la mañana, permaneciendo en la cafetería hasta las tres de la tarde, aunque hay semanas en las que ha de atender el turno de tarde/noche, iniciando su horario a las 15 horas y finalizándolo ya de noche sobre las 23 horas.

Comenzó a trabajar en esta muy popular cafetería/confitería EL HOJALDRE siendo muy joven, cuando apenas había cumplido los veinte años de edad. La familia Nogueroles, dueña del negocio, mantiene un alto aprecio con respecto a esta camarera, que siempre ha sabido cumplir con diligencia y buen hacer sus obligaciones en esta empresa señera de restauración. La fama de este establecimiento está motivada por la calidad de sus infusiones, las porras de churros con chocolate caliente que deleita a la clientela, además de una cualificada bombonería y pastelería , destacando la especialidad estrella de la casa: los famosos hojaldres rellenos con cabello de ángel, verdaderamente deliciosos para el paladar más exigente. En el día y medio semanal que tiene de descanso, Almudena disfruta con ilusión “salir al campo” con su amiga de la infancia Anastasia (Ania) que es cuidadora asistente para la dependencia de personas mayores. El contacto con el medio natural las revitaliza anímica y físicamente, compensando  la “roma” rutina laboral de cada uno de los días.

Se acercan las, por algunos “temidas”, celebraciones navideñas. En el caso concreto de Almudena, desde hace semanas viene dándole vueltas a la cabeza acerca de cómo podría disfrutar un diciembre diferente, con respecto al vivido año tras año. La experiencia de la repetitiva estampa de la reunión familiar del 24 le parece cada vez menos atractiva, además de provocarle un estado sentimental a medio camino entre lo depresivo y la exaltación desequilibrada provocada por la bebida y la comida ingerida. Esa cena para la reunión familiar la vienen celebrando, durante los últimos años, en el domicilio de la tía Aurea, que como se encuentra bastante impedida por una desgraciada caída que sufrió hace ya tres años, no tiene mucha facilidad para trasladarse a otros domicilios, especialmente de noche y con el frío y la humedad que suele haber durante estas fechas.

A esa fiesta o reunión familiar, en la que no faltan algunas impertinencias, reproches y enfados, paralelos al consumo del alcohol, acuden un elevado número de personajes. Aparte de la tía Aurea, con sus continuos suspiros recordando a su Frasio (al que perdió hace más de una década) nunca falta el tío Ramiro, con su mujer Dorotea, personas sin modales educados, quienes lo primero que le regalan a su sobrina Almu es aquello de A ver, mocita, cuándo te echas novio, que te acercas a los cuarenta y te vas a convertir en una solterona sin remedio, sólo para “vestir santos”. Desde luego que te tenías que “haber metido” a monja, con lo mística que eres”. Los considera verdaderamente inaguantables y faltos de las mínimas habilidades sociales. Y qué decir del abuelo Cándido, que no se habla con su mujer Palmira, desde que se fue de casa cuando tenía ya en su ajado cuerpo los 78 calendarios. Ahora vive “felizmente” solo y “dándole” a la bebida (ese fue el principal motivo de la separación). El aguardiente y la ginebra mantienen al abuelo relativamente bien, a sus 83 años de edad. La escenificación que representan los dos abuelos es digna de sátira, pues utilizan en su continuo enfado intermediarios para transmitirse lo inevitable, aunque físicamente estén a no más de cinco centímetros de distancia. Y desde el comienzo hasta el final de la fiesta, Cándido se pone a cantar villancicos, uno tras otro, cada vez más desentonado y ebrio como una cuba.

Otros miembros del grupo familiar eran los primos Tania, Marco y Zoraida, los hijos de Ramiro y Dorotea, tres jóvenes inútiles que habían comenzado varias carreras, sin apenas pasar del primer curso. Perfectos “niñatos” arrogantes y más falsos que la hojalata, que nada más llegar toman sus maquinitas y se pasan toda la noche chateando con el whatsapp, recibiendo y enviando mensajes a sus amiguetes de la panda, presumiendo con banal ostentación ce cualquier colgante o trapo que lleven sobre el cuerpo. El padre de Almu, Venancio, trae invitado a su íntimo amigo Marcio, un electricista de ideología ácrata, revolucionario de mesa de café, que aprovecha cualquier oportunidad para soltar su mitin trotskista. Los dos amigos son cómplices y compañero de correrías falderas, públicas y notorias en todo el barrio. A la buena de Margara, cuando su hija le saca este humillante tema, solo se le ocurre decir: “Son cosas de hombres, querida Almu. Tu padre siempre ha sido así, muy suyo, desde que lo conocí. Pero a pesar de sus  líos y desahogos falderos, te aseguro que  nunca deja de cumplir conmigo en la cama y tampoco podemos acusarle de habernos faltado un plato de comida para llevarnos a la boca”. Almudena, cada vez que recuerda estas respuestas procedentes de su “sometida” y complaciente mamá, no puede evitar pronunciar la palabra “deprimente” para calificarlas.

Había cinco invitados más en la mesa. A la tía Aurea le asiste una vecina llamada Narcisa, a quien abona una cierta cantidad mensual para que le ayude en  su dependencia. La “Narsi” es mujer de mucho carácter y limitada cultura, que va de espontaneidad e impertinencia continua y que prácticamente se ha hecho dueña de la casa en donde trabaja. Su problema es que dice las cosas sin pasarlas por su cerebro y ofende, aunque ella no es consciente de estar haciendo nada mal. De su boca no suele surgir ninguna palabra amable habitualmente.  Ella es la que siempre prepara la copiosa comida fraternal de Nochebuena, ingerida por toda la “caterva” de gente participante. Para  la emblemática cena, en la que participa como comensal, la recia asistente viene acompañada de su marido Nemesio, un rudo y obeso carpintero, junto a sus tres hijos, Pedrín, Lolin y Carmelín, que tienen entre 8 y 10 años de edad. Estos críos son los que al menos menos “alegran” la velada con sus continuas travesuras y griterío.  

La cifra de diecisiete comensales hacía “temblar” a Almu, ante la llegada de esa “feliz noche familiar y fraternal”. Como en años anteriores, ella sería la encargada de llevar los turrones, mantecados, polvorones, mazapanes y alfajores, de la pastelería el Hojaldre, pues los Nogueroles permitían un precio especial a sus empleados, para que se abastecieran de toda  la dulcería necesaria.

Sin embargo nuestra inconformista pastelera pensaba y repensaba en su necesidad de hacer una Nochebuena y Navidad más atractiva, diferente, enriquecedora e ilusionante. Para ello habló con su íntima Anastasia, esa apreciada amiga que generalmente mostraba su gran sensatez para casi todo. No se equivocaba en su confianza, pues de ella recibió una gran y original idea.

“Almu, aunque tu no eres persona de templos y sacristías, quiero comentarte que en la parroquia ha llegado un cura nuevo, don Prudencio, muy joven y con ideas innovadoras. Ha organizado un programa social estupendo que a ti te vendría como un traje a medida. Esta hermosa acción solidaria ha sido titulada como ESTA NOCHE CENAMOS JUNTOS. Se trata de un listado de personas que voluntariamente se apuntan, para ofrecerse a pasar la Nochebuena en casa de aquéllos que se encuentran solos en la vida, por las circunstancias que sean. Compartirán juntos la cena, la compañía, la conversación, los villancicos, junto a ese calor humano para pasar un ratito feliz. Estos voluntarios se van a encargar también de llevar la comida preparada a esa casa, donde habita una persona en soledad. El coste no es gravoso, porque pueden escoger de la “alacena” parroquial aquellos alimentos que otros feligreses han donado para los ciudadanos necesitados. Normalmente este gesto caritativo o solidario va dirigido hacia las personas mayores que por los avatares de la vida se ven sin compañía, física y anímicamente, en la emblemática y sentimental noche del 24 de diciembre”.

Esta decidida y valiente mujer, decidida a experimentar una Nochebuena diferente y enriquecedora, tras disculparse con sus padres, que tampoco es que hicieran gran aspavientos con el peculiar comportamiento de su hija, fue a cenar al domicilio de Doña Fernanda Carriscosa, una señora bastante mayor, con ocho décadas “bien cumplidas” de existencia, que vivía completamente sola en una buhardilla de la calle Platerías. Ante ella tenía a una agradable y “maternal abuela”, olvidada por unos lejanos familiares con los que no había conectado desde hacía muchos años. Le contó que de joven había sido una atractiva corista y actriz de variedades, actuando en el Teatro Chino catalán durante los años felices de los cincuenta y sesenta del siglo pasado. Observando los álbumes de fotos y recuerdos que la apacible y dulce señora le mostraba, Almu comprobaba que su interlocutora sin duda había sido una escultural jovencita que escenificaba sus habilidades ante un público viciado por el fulgor de lo físico. Ahora, muy vapuleada por el paso del tiempo, sus piernas apenas podían desplazarse, su visión la tenía bastante limitada, pero conservaba esa sonrisa innata o provocada que hacía el deleite de todos aquellos que tenían la suerte de contemplarla. Vivía “recluida” en un viejo caserón, ayudada por algunas vecinas que le apoyaban en lo posible. Estaba a la espera, desde hacía dos años, de conseguir una plaza social en un centro residencial geriátrico dependiente de la Administración regional.

El menú, que Almudena había preparado con esmero, consistió en una sopa caliente vegetal, enriquecida con trocitos de pollo y pavo, aromatizada con hojas de hierbabuena y un platito de queso con lascas de jamón, como primero. El plato principal consistiría en un suculento lomo de bacalao guisado, acompañado con una guarnición de patatas caramelizadas y verduritas salteada. El apetitoso postre consistiría en un trozo de hojaldre relleno con cabello de ángel a la canela. Aunque apenas se consumió, dejó para la señora una “generosa” bolsa de dulces de Navidad, integrado por turroncitos, mantecados, mazapanes y bombones al licor. En las casi tres horas que permaneció en casa de doña Fernanda, las dos mujeres gozaron del don de las palabras, intercambiando vivencias, anécdotas y recuerdos, en un ambiente de fluido diálogo y fraterna amistad. Los álbumes con las fotos de esta antigua artista del espectáculo, impresionaron a la servicial camarera por lo ilustrativo de una vida y una época, precisamente en la que ella aún no había nacido. Almudena prometió a su nueva amiga que mantendrían contactos en el futuro y que se interesaría por la gestión que doña Fernanda estaba realizando para ingresar en esa anhelada residencia geriátrica.

La buena y cariñosa señora quiso hacerle un presente, como recuerdo Y afecto agradecimiento, a la voluntariosa joven que había compartido con ella una entrañable cena “familiar” de Nochebuena. Almu recibió como regalo una hermosa y confortable toquilla de lana, combinada de preciosos colores, que la señora había tejido con afecto y dedicación en sus largos ratos de asueto. Siempre la usaría y guardaría con amor en el recuerdo a doña Fernanda. Cuando volvió a su domicilio, alrededor de la 1 de la madrugada, aún no habían vuelto sus padres de la casa de tía Aurea. En el salón de celebración de esta señora, aún permanecía el abuelo Cándido que, etílico y somnoliento, reposaba recostado en un gran sofá con tapicería ajada y muy descuidada en su limpieza. Continuaba “desentonando” algún villancico, con la mirada comprensiva y filial de su hija. En la ya muy desordenada habitación seguía emitiendo un vetusto monitor de televisión, al que se había bajado el volumen y a cuya pantalla ninguno de los dos familiares prestaba atención alguna.-


TRADICIONES NAVIDEÑAS, EN LA MODESTA REALIDAD DE ALMUDENA


José Luis Casado Toro
Antiguo Profesor del I.E.S. Ntra. Sra. de la Victoria. Málaga
20 Diciembre 2019
Dirección electrónica: jlcasadot@yahoo.es            

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