jueves, 24 de marzo de 2016

DOS ENTRADAS, PARA UN ATRACTIVO ESPECTÁCULO MUSICAL.

Una tarde, mientras volvía de mis clases en la UMA, vi el cartel anunciador de un importante espectáculo musical en la fachada del Teatro Cervantes. Dado el interés que sin duda iba a suscitar esa actuación en Málaga, me acerqué a la taquilla para comprar un par de entradas, a pesar de que la fecha del espectáculo estaba fijada para un mes y medio más tarde. Anticiparse en la adquisición de localidades siempre es positivo, pues así te aseguras una buena butaca, en la ubicación o zona que hayas elegido, permitiéndote mejorar la visión del escenario. Además hay determinadas localidades con precios especiales para colectivos, como son los jóvenes o las personas mayores, que pronto quedan agotadas en su oferta desde que son puestas a la venta. Aquel día guardé las entradas en la billetera, aunque casi siempre lo suelo hacer en otra cartera donde tengo las tarjetas bancarias, y otros documentos de plástico, como son los bono buses, DNI, carnet de conducir, etc.



Normalmente, al llegar a casa, pongo las localidades anticipadas en una carpeta archivadora, no sin antes anotar en la agenda la fecha y hora de ese concreto espectáculo. Sin embargo, en esta ocasión, no lo hice así. Efectivamente escribí los datos de la atractiva actuación en la agenda pero, por alguna razón que no recuerdo, dejé las dos entradas en la aludida billetera. Y allí permanecieron al paso de las horas. 

Unos días más tarde, fuimos a ver una película en el único cine que queda en el centro antiguo de la ciudad. Asistimos a la sesión de las 20:30 y a la salida de la sala decidimos tomar algo de cena en un restaurante italiano cercano. Ya era tarde para esperar a un autobús pues, a esas horas de la noche, la frecuencia de paso en los mismos se hace mucho más dilatada. Por ello tomamos un taxi para la vuelta a casa. Tras pagarle al conductor su servicio, subimos a nuestro domicilio. Al abrir la puerta, reparé en que la billetera no estaba en el bolsillo trasero de mi jeans. Lo más probable es que, tras guardar la vuelta monetaria entregada por el taxista, se me hubiese caído al asiento o al suelo del vehículo utilizado. Y fue precisamente en aquel momento cuando recordé que, además de una cantidad de dinero (no especialmente elevada) también había dejado guardadas en la billetera aquellas entradas adquiridas unos días antes.

Tras el natural nerviosismo de incomodidad y enfado, ante el error en la pérdida, había que poner en marcha los medios adecuados a fin de poder recuperar mi pertenencia. Al margen de la cantidad monetaria que hubiera en la cartera, lamentaba las buenas localidades para el teatro que, en ese momento, ya no se encontraban en mi poder. Realicé sendas llamadas telefónicas a las dos empresas más importantes de los radio-taxis, desde donde difundieron los datos que les aporté por toda la cadena de vehículos conectados a las dos dinámicas centrales para la movilidad de la ciudadanía. Me indicaron que si en las próximas horas no recibía alguna llamada por parte de los taxistas, lo más conveniente sería acudir al Servicio de Objetos Perdidos, dependiente el Ayuntamiento malacitano. Después de dejar pasar un tiempo prudencial, me fui a la cama dejando el móvil encima de la mesita, junto al despertador. Pero el teléfono no sonó en toda la noche.

Dejé pasar unos días y entonces decidí desplazarme a la Oficina Municipal de Objetos Perdidos. Allí fui atendido con amabilidad. Me mostraron unas cajas con carteras y billeteras, pero ninguna era la mía. El funcionario municipal me explicó que la recuperación de objetos solía ser bastante lenta. Que había personas que al encontrarse alguna cartera o documentos solían echarlos en los buzones de correos. Otros, sin embargo, los entregaban a algún efectivo de la policía local o nacional. Ciertamente también había ciudadanos que llevaban directamente ese valor encontrado a la propia oficina, donde en aquel momento me hallaba. Y, por supuesto, los más incívicos, se quedaban con el valor encontrado o echaban al contenedor de residuos aquello que nos les interesaba. Pero lo más sensato era esperar. No sin antes aconsejarme que siempre era conveniente adjuntar algunos datos en el interior de las carteras o billeteras, confiando en la mejor voluntad de aquellos quiénes las encontrasen, para su mejor recuperación.

Las hojas del calendario continuaron su inexorable viaje por las sendas inesperadas del tiempo. Aun sin mucha fe en mi búsqueda, pregunté en las taquillas del teatro si alguien había devuelto esas entradas. Obviamente era una ilusión un tanto infantil, pero quise explorar todas las posibilidades. Una vez allí, ante la previsible respuesta por parte de la Srta. que atendía el servicio de venta, opté por comprar un par de nuevas localidades, pues no quería perderme la asistencia a ese gran espectáculo. Tuve que optar por dos asientos que se hallaban cinco filas más atrás y ya no junto al pasillo central. Me preguntaba si el día de la representación esas dos estupendas localidades perdidas estarían ocupadas. No lo sabría hasta tres semanas más tarde, fecha en la que todos los asistentes disfrutaríamos de la calidad del concierto.

He de aclarar que volví a pasarme, en un par de ocasiones, por la oficina municipal de objetos  perdidos, sin resultado alguno para mi búsqueda. Francamente, las posibilidades de la recuperación ya las asumía como muy remotas. Por cierto, me impresionó comprobar la cantidad de llaveros de viviendas y vehículos, teléfonos móviles, gafas, relojes, paraguas y monederos que allí aguardaban, debidamente clasificados en unas grandes bandejas de plástico. También había algunas máquinas informáticas, como tabletas e iPods. Son muchos los objetos que dejamos olvidados en los autobuses, centros comerciales, cines, parques y otros lugares de la más variada naturaleza. Lo más curioso es que sus propietarios no se esfuerzan en acudir a este centro de atención a la ciudadanía, servicio que es naturalmente gratuito para aquel que solicita la atención correspondiente.

Y un viernes de Enero, llegó el día fijado para la celebración del anhelado concierto. Como era más que previsible, el teatro se hallaba como en sus mejores galas. El recinto estaba completamente atestado de espectadores, pertenecientes a todas las edades aunque con una preeminencia del público juvenil. Una media hora antes del inicio, ocupamos nuestros asientos. Yo sabía perfectamente los números de mis dos primeros asientos, cinco filas más adelante que la que estaba ocupando en ese momento. Transcurrían los minutos y no eran ocupados por nadie. Poco antes de que sonaran los tres avisos para el comienzo del espectáculo, un chico y una chica, de veintipocos años ambos, se acomodaron en esas dos butacas objeto de mi control. Su desenfadada forma de vestir y su look aparencial me hacía identificarlos como dos jóvenes, posiblemente universitarios, amantes de ese tipo de música que los asistentes íbamos a disfrutar.

Dejé transcurrir la primera parte del concierto (aproximadamente unos cincuenta minutos) y al llegar el tiempo del descanso, me aproximé con presteza a ambas personas, las cuales se estaban levantando de sus asientos en ese preciso momento.

“Perdonad que os moleste. Pero os quería hacer una pregunta, si me concedéis unos minutos”. Ambos jóvenes mostraron su extrañeza, pero con una sonrisa en sus rostros me respondieron que no tenían inconveniente alguno. Los tres salimos juntos a la antesala del teatro. 

“Veréis, yo había comprado las dos localidades que estáis ocupando, hace ya casi un mes y medio. Esas dos entradas, las guardé en una billetera que perdí, una semana después. Además en la cartera iba una pequeña cantidad de dinero. Pero lo que me interesa, en este momento, son las entradas. Evidentemente, esas localidades que estáis ocupando no las habéis adquirido en taquilla. Entonces me gustaría conocer, si no os importa y por supuesto sin acritud por mi parte, cómo han llegado estas dos entradas a vuestro poder…”

Pablo (después conocí su nombre) de contextura delgada, con gafas y corte de pelo prácticamente al cero, dada su evidente alopecia, desde el primer momento se mostró dispuesto a colaborar en la explicación. Sin embargo Ana, con unos apliques en sus orejas y un cabello teñido de intenso color morado, calzando ambos las típicas zapatillas Converse blancas, me observaba con una indisimulable extrañeza en el rostro, junto a una expresión de profunda incomodidad ante mi presencia. Fue él, un tanto “nervioso” quien me respondió.

“Bueno, le explico la realidad. Y le pido que no se moleste, por lo que le voy a decir. Yo he comprado las dos entradas por Internet. Además de las páginas web especializadas, que todos conocemos, hay otros “portales” de compra venta para todo tipo de cosas, en las que puedes encontrar los objetos más raros o diversos que busques, siempre a unos precios verdaderamente agresivos por su competitividad. En este caso cada una de las entradas, cuyo coste en taquilla es de 62 euros, me han salido sólo por veinticinco. Tras el pago correspondiente, las he recibido por correo. Le puedo asegurar que no sé quien me las ha vendido. Tampoco es fácil averiguarlo, pues los datos de la página son muy escasos y están bien encriptados. Estas cosas funcionan así. Evidentemente las entradas no llevan la propiedad de nadie, sólo los datos del numero de asiento y fila. Si es verdad todo lo que me cuenta, y no tengo por qué dudarlo, sólo me queda pedirle disculpas. Pero le repito que, en este mundo de lo digital, existe otro comercio  y con una potencialidad que aumenta día tras día”.

Ya estaban sonando los timbres avisando que en pocos minutos comenzaría de la segunda parte del concierto. Comprendí básicamente la situación y evité prolongar una conversación que nos era ciertamente incómoda. Eso sí, antes de separarnos, le hice un breve comentario sobre mi punto de vista de este desafortunado asunto.

“Entiendo perfectamente cómo “funciona” este mercado. Pero os tenéis que poner en mi lugar, también. En esa billetera pudo haber, aparte del dinero y las entradas, alguna tarjeta o documento verdaderamente importante. Y cuando una persona se encuentra con algún objeto que pertenece a otra, debe dar una muestra de honradez y tratar, en lo posible, de hallar a su propietario. Hay una oficina municipal de objetos perdidos… La honradez siempre debe ser un valor por el que debemos luchar. Vosotros que sois muy jóvenes lo iréis comprobando en el día a día de vuestras vidas. Bueno, vamos a volver a este concierto que para mi ya siempre tendrá un significado muy especial”.

Observé que la pareja abandonaba sus asientos, unos minutos antes de finalizar la representación musical. Deduje que deseaban evitar encontrarse de nuevo conmigo. Tras los aplausos y vítores subsiguientes, todos los espectadores abandonando los asientos. La fuerte acústica de la noche, muy bien interpretada, me había hecho vibrar emocionalmente Salí muy satisfecho de haber presenciado una actuación memorable.

Y ya el martes, cuando salía de mi clase en la UMA, observé que alguien se dirigía hacía mi. Reconocí de inmediato a la joven Ana, que venía sola sin su pareja Pablo. Con un escueto “hola” me entregó un sobre blanco en la mano. “Hemos estado pensando en lo que nos dijo y por eso le traigo este sobre. Decirle que sentimos, una vez más, lo que ha pasado”. Tras lo dicho, dio media vuelta y se confundió entre las personas que se dirigían hacia la zona de Ciencias Económicas. Abrí de inmediato el sobre y en su interior estaba mi billetera. Además del dinero, en uno de sus departamentos se hallaba la tarjeta universitaria, con mis datos personales y fotografía.-


José L. Casado Toro (viernes, 25 Marzo 2016)
Antiguo profesor I.E.S. Ntra. Sra. de la Victoria. Málaga

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