viernes, 7 de marzo de 2014

UNA PEQUEÑA AGENDA OLVIDADA, EN EL TEJIDO FALAZ DE UNA SONRISA.


Me encontraba asistiendo a un concierto de la Orquesta Filarmónica, que se celebraba en el Teatro Cervantes de la capital malagueña. Aquella noche la programación estaba dedicada a compositores clásicos españoles, tan conocidos e importantes como Isaac Albéniz, Enrique Granados, Joaquín Turina y Manuel de Falla. La orquesta sonaba con la maestría habitual, deleitando al muy numeroso público asistente que aplaudía, con fervor, las distintas piezas interpretadas por los profesores, con su muy cualificado instrumental. 

El espectáculo finalizó a muy escasos minutos de las 11 de la noche por lo que, tras los merecidos aplausos, la mayoría de los asistentes se apresuraron por alcanzar las escaleras hacia las puertas de salida de este magno “coliseo” donde late la cultura, concretada especialmente en la música clásica, los recitales y, de manera especial, el teatro. Me retrasé un poco en levantarme de mi butaca, pues tuve que corresponder a una llamada de móvil. Una vez ya en pie, observé que la persona que había estado sentada junto a mi localidad había dejado olvidada una pequeña agenda. Posiblemente habría caído al suelo, tras abatir el asiento correspondiente. Recogí la pequeña libretita, apresurándome a fin de poder aún localizar a esta joven que había presenciado el espectáculo junto a mí. Debo añadir que, al margen de un saludo educado cuando me ubiqué en el asiento, no hubo más intercambio de palabras con esta joven durante el transcurso de la actuación.

Se trataba de una chica, muy atrayente en lo físico, a la que no conocía hasta esta coincidencia  musical. Más bien alta, de estructura corporal delgada y luciendo una melena ondulada y corta, de intenso color moreno. Sin duda, buena aficionada a esta modalidad de interpretación musical  pues, a lo largo del concierto, tuvo gestos y expresiones que avalaban un experto conocimiento de las piezas orquestales. Sin embargo, por más que aceleré mi llegada a la puerta de salida, bajando desde el tercer piso del teatro, no logré localizar a la propietaria de la susodicha agenda, por cierto cuidadosamente encuadernada en un tono de trazos plateados muy elegante. La asistencia al concierto había sido especialmente populosa, ya que el programa ofrecía el jugoso incentivo acústico de disfrutar con piezas emblemáticas de prestigiosos compositores españoles, vinculados al género clásico. Por todo ello la densificación de personas, tanto en el interior  como en plaza exterior del recinto, dificultó la fácil localización de esta joven.

Aunque no descarté entregar la agenda en la consejería del teatro, pensé que facilitaría su devolución si encontraba algún dato concluyente en el interior de la misma, a fin de poder contactar telefónicamente con su propietaria. A primera vista comprobé que había pocos datos escritos en su interior, aunque en la contraportada sí estaba el nombre de Natividad, ocupando un lugar preferente, por lo que deduje que ese sería el nombre de la joven.

Ya en casa, repasé con más lentitud las páginas (teñidas con una tonalidad celeste) de la libretilla, tratando de encontrar un número o dato adecuado para contactar telefónicamente sin la mayor dilación. Entre las anotaciones de actividades por realizar, aparecían algunos números, de móvil y fijos, a los que podría llamar aunque, dada la hora (faltaban escasos minutos para la media noche) tendría que esperar a la mañana siguiente si quería tener éxito en la comunicación. Era la decisión más lógica.

Pero la “investigación” se complicaba pues, en una mañana de sábado, muchos de los destinos empresariales o particulares no iban a poder facilitar este necesario contacto. Marqué varios números sin éxito, remitiéndome en todo caso al contestador de llamadas. Sin embargo, al quinto o sexto intento, una chica me atiende la llamada. Bárbara, efectivamente conoce a Nati. Ambas son compañeras de trabajo en un centro internacional de inversiones, sede ubicada en la bella localidad de Marbella, aunque también poseen unas oficinas en Málaga capital. Mi interlocutora es una chica muy amable y simpática que no tiene inconveniente alguno en facilitarme el número que me va a poner en contacto con Nati, el objetivo principal de mi búsqueda. A los pocos segundos tengo a esta persona al otro lado de la línea. Desde un principio, utilizamos el tuteo de la proximidad.

“Alex, has sido muy amable e inteligente en mi localización. Te considero también muy buen aficionado a la música clásica. Estabas muy atento a la actuación de los profesores, durante todo el concierto. Resultó precioso ¿verdad? Después ya sabes… tenía prisa, pues me estaban esperando y me olvidé la agenda, a la que había consultado minutos antes. Su pérdida me hubiera supuesto algún que otro quebradero de cabeza, pues tengo anotados en ella una serie de contactos relacionados con mi trabajo en inversiones financieras. ¿Te parece bien mañana tarde (resido aquí, en la Málaga oeste) para quedar citados en algún sitio agradable y tomamos algo? Yo invito, pues has sido muy generoso en el esfuerzo para devolverme esa libretilla que consideraba ya perdida”.

Elegimos una terraza muy elegante, en la zona portuaria malacitana. La tarde acompañaba en el buen estado del tiempo. Hacía un día soleado, cálido y resplandeciente. A la hora fijada tenía ante mi a una joven que lucía con sencillez el atractivo de su juventud. Vestía y calzaba con desenvoltura unas prendas informales, pero elegidas con gusto y delicadeza. Junto a su atractiva apariencia, su voz era melodiosa, dulce y plena de encanto. Me agradó, desde el primer instante, su mirada traviesa y respetuosa al tiempo. Elegimos una merienda a base de té, con unos hojaldres, realmente suculentos. Y hablamos largamente, intercambiando palabras, anécdotas y proyectos, hasta que plácidamente la noche nos envolvió con su magia azulada en oscuro, salpicada de estrellas. La compañía de esta agradable e imaginativa mujer me aportaba ese regalo inesperado y sutil del que alguna vez tenemos la suerte de poder disfrutar.

La chica poseía titulación en Económicas, con algunos masters que adornaban un, al parecer, brillante currículo. Se le veía contenta, explicándome como funcionaba la mecánica de la acción inversora de capitales, procedentes desde los más contrastados lugares de la geografía que nos sustenta.

“Por supuesto, que en estas inversiones, con perspectivas seguras y rentables, admitimos y gestionamos grandes sumas pero también cantidades de ahorradores modestos que obtienen atractivos beneficios a la confianza que nos deparan”.

Me citó algunos ejemplos, muy detallados en su contenido, ejemplarizando la rentabilidad que muchos clientes estaban consiguiendo con su patrimonio económico. Se la veía disfrutar narrando detalles y más detalles acerca del funcionamiento de la profesión que con maestría ejercía. El pícaro brillo de sus ojos cautivaba y derribaba cualquier supuesta prevención para mi desconfianza.

Durante los días venideros, mantuvimos algunos contactos a través del móvil y el correo electrónico. Intercambiamos archivos musicales, en un contexto de abierta amistad y mutua simpatía. Quedamos para cenar el sábado próximo, pues la chica deseaba comentarme un producto muy interesante, obviamente en el ámbito inversor, que podía resultar de mi interés. Fui ilusionado a la cita, pues sabía de antemano que las cualidades de esta mujer no me iban a defraudar. Su palabra y mirada eran inexcusablemente cautivadoras y convincentes. En esta ocasión, elegimos un punto de encuentro en el casco antiguo de la historia de Málaga, en plena Plaza de la Merced. Recuerdo que el local estaba decorado como un lienzo del mejor romanticismo.

En el transcurso de nuestra velada, admitió que en algún momento habían trabajado con capitales de “dinero negro” pero que, una vez blanqueado, se transformaban en prácticas puntualmente respetuosas, en lo administrativo y fiscal, con las leyes y normativas vigentes. Sin embargo el grueso de los capitales invertidos tenían el carácter dual de la opulencia y la sencillez, en sus respectivos orígenes.
   
“Nati, yo, como todos los que tenemos un trabajo estable, hemos acumulado algún ahorro. Normalmente lo tenemos a plazo fijo en entidades bancarias que sólo nos rentan porcentajes muy escuálidos a nuestras modestas inversiones. La verdad es que escucharte la posibilidad de obtener hasta un seis u ocho por ciento, incluso más, cuando en mi banco sólo me conceden apenas el 2 %, me hace pensar en la posibilidad de probar suerte, en tu centro financiero, a fin de rentabilizar mejor mis ahorros”.

Todo parecía legal. La profusa documentación, las referencias a la normativa inversora, la dulzura y convicción de esta chica, a la que sentía y valoraba como un proyecto ilusionado de futuro…. todo ello hacía soslayar la prevención ante el riesgo que, sin duda, subyacía en estas prácticas de ingeniería financiera sobre el capital. Sin la prudencia necesaria, me vi embargado en las redes sensuales y afectivas que irradiaba una mujer plena de fuerza, sensibilidad e indescriptible dulzura. Me aconsejó probar con sólo una parte de mis ahorros, en principio. Treinta mil euros, a los que pronto añadí otros veinte mil más, dando que los intereses mensuales, al 7,5 % llegaban con una puntualidad castrense y mensual a mi número de cuenta bancaria. En un momento de euforia y amistad, invertí el 100% del esfuerzo ahorrativo correspondiente a dieciocho años de trabajo, como docente en nuestra Universidad. Para mayor incentivo, la relación afectiva con Nati, iba cada día a más.

Habían pasado ya dos meses y medio desde nuestro primer encuentro. Una noche me comentó por e-mail que iba a tener que desplazarse, durante unas semanas, al este europeo. Con motivo de su trabajo, habría de viajar a un par de países, recorrido que finalizaría en el propio Moscú. Me prometía que me traería un buen regalo, ahora que llegaba el fresco otoñal para el invierno. No le di más importancia al hecho cuando una mañana, a la salida de clase, un subinspector de policía me esperaba en el hall de la Facultad. Me indicaba, amablemente, la conveniencia de hablar con su superior en la jefatura de policía acerca de un asunto que me afectaba, en el ámbito económico. Muy intrigado le acompañé. Y allí, en el departamento de delitos monetarios, pasé a uno de los despachos donde me atendió el inspector Ferrán quien, tras un frío saludo, fue directo al grano nuclear de la situación.

“Mire, Rivera, me veo en la obligación de comunicarle que ha sido Vd. objeto de una planeada estafa. Ya han sido detenidos tres miembros de la banda, aquí en Marbella, Salamanca y Madrid, aunque al resto los estamos persiguiendo a través de la Interpol. En este momento tiene su cuenta bancaria bloqueada, a fin de afrontar las responsabilidades subsiguientes. La inversión que desde hace dos meses efectuó en esta organización, ha desaparecido. Debe asumir que la ha perdido. No es Vd el único estafado. Hay unas sesenta personas más afectadas, la mayoría en el sur pero también en el norte de España, Le aconsejamos también que solicite los servicios de un abogado, a fin que éste pueda ayudarle en esta incómoda situación”.

El impacto que me embargada había sido muy contundente. Me sentía abrumado y confuso. Cuando abandonaba ese inhóspito despacho, Ferrán, con una burlona sonrisa, me planteó una última pregunta:
“Por cierto ¿con Vd. se utilizó esa primera entrada o mecanismo de la agenda olvidada en el asiento o el de la caída en la calle , por un resbalón inoportuno? Hasta ahora son las dos artimañas de que tenemos conocimiento”.

Caminé un buen rato, sin dirección precisa, tratando de reordenar mis ideas y en un estado anímico un tanto vapuleado. El agradable sol primaveral ayudaba a templar la tensa confusión que me embargaba. Una vez más, la tela de araña había sido eficaz a fin de poder atraparte en la ambiciosa imprudencia de tu voluntad.-



José L. Casado Toro (viernes, 7 marzo, 2014)
Profesor

















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