viernes, 14 de febrero de 2014

UN 14 DE FEBRERO, ENTRE LA CASUALIDAD Y LA SINCERIDAD.


Aquella mañana, en un “finde” presidido por San Valentín, Melanie fue, un día más, la primera en incorporarse de la cama. Quería tomar una buena ducha, antes de organizar ese desayuno que apenas suele aceptar su marido Oscar, siempre con prisas por los asuntos pendientes en la gestoría de su propiedad. Sus hijas Estrella y Alma, dos lindas jóvenes en el esplendor de su cronología, tienen clases de facultad en horario de tarde, por lo que pasan ampliamente del despertador en ese protagonismo del alba. Suelen estudiar y chatear hasta ese minutero donde se pierde o gana el control de la noche. Esta elegante mujer, que apenas ha traspasado la barrera de los cincuenta, lleva un modesto pero bien montado negocio de artículos para regalos, que comparte con su amiga de la infancia Julia, en un importante centro comercial de la zona sur malacitana. Melanie presume de que hoy va a ser un buen día para la venta pues, además de los artículos y complementos que oferta en sus bien diseñados expositores, tiene una coqueta sección de floristería que, en un fecha tan señalada para regalar recuerdos afectivos, van a tener una buena salida para la demanda comercial. El calendario marca, para esta significativa fecha en los corazones, los dígitos del 14 de febrero.

A eso del mediodía, Oscar le envió un Whatsapp, comentándole que hoy no comería en casa, ya que habría de atender a unos colegas de Jaén por el negocio de unas parcelas. Le añadía que esa noche llegaría tarde a casa, pues también habría de cenar con estos colegas. El asunto de esta gestión era bastante complejo en cuanto a la propiedad de las tierras. Como las niñas tenían también la tarde comprometida, Melanie pensó en volver a la tienda, ayudando a Julia, la copropietaria del establecimiento, a quien esta semana la correspondía atenderlo en ese medio horario vespertino.

Sobre las tres menos cuarto, llegó al portal de su casa. Tenía una nota en su buzón, indicándole que había una entrega para ella. Era de Juan, el portero del bloque quien, tras reincorporarse a su puesto, le subió un precioso ramo de flores, al que acompañaba una cajita primorosamente envuelta y un sobre teñido de tonos rosáceos. En el reverso del mismo, el nombre escrito de Oscar. Melania había terminado hacía pocos minutos su almuerzo. Básicamente había tomado ensalada y frutas, en función de una dieta prescrita por su endocrino, dado su descuido muy perceptible en los gramos de su anatomía. Estaba saboreando una tacita de té cuando recibió el atento regalo de su marido. Su rostro dibujaba una mezcla de alegría y extrañeza. Desde hacía ya un tiempo la relación entre ambos, aun siendo cordial y respetuosa, había perdido intensidad y proximidad. La dedicación al trabajo de estas dos personas, la rutina de los días, la progresiva falta de diálogo entre dos seres cada vez más ausentes, había acabado por enfriar esos sentimientos que hablan de necesidad, atracción y cariño. Las palabras entre ellos se habían tornado vacías y la reciprocidad de sus miradas caminaban hacia la opacidad de esos viejos espejos que han perdido el lustre de su definición.

Tras colocar las flores en un jarrón con algo de agua, se sentó en el balancín de su amplia terraza, abriendo intrigada el sobre. La tarjeta que contenía expresaba tiernas palabras de amor y necesidad, estilo que le recordaba al Oscar de aquellos años ya lejanos en el amor de juventud. Habían pasado muchos 14 de febreros en sus vidas, algunos más cálidos que otros pero ahora, ambos ya inmersos en el ecuador cronológico de la media centuria, la frialdad usual de su cónyuge le daba una grata sorpresa, tendiéndole la mano para recuperar muchas razones que ambos habían dejado perder en el olvido de la pereza afectiva. Verdaderamente era un texto breve, pero iluminado con palabras de amor. Al fin abrió esa cajita, grabada con el nombre de una prestigiosa joyería, cercana a Larios, que contenía unos lindos pendientes engarzados con perlas color verde esmeralda. No era el color de sus ojos pero, aún así, eran preciosos tanto por su valor como por el cariñoso gesto que trasladaban.

Un tanto nerviosa, cayó en la cuenta que ella no había buscado detalle alguno para este Día de los Enamorados. Marcó rápidamente en su móvil el número de su íntima Julia. Le contó, divertida, el gesto de Óscar y le pidió alguna sugerencia interesante para regalar a su marido. Conocía perfectamente el buen gusto y la imaginación de su amiga, a fin de recibir de la misma un buen consejo en cuanto al regalo más apropiado. Se despidió de Julia, quien le comentó no se preocupara por volver a la tienda, pues ella se estaba bastando para atender bien al público que visitaba el local, en esa tarde de viernes. Rápidamente se cambió de ropa y se dispuso a tomar el bus para dirigirse al centro de la ciudad. Iría a la Librería Luces o a la Casa del Libro. Buscaría algún ejemplar con significado apropiado para los gustos literarios de su casi siempre pluri-ocupado cónyuge.

Óscar llegó a casa pasadas las 11 y media de la noche. Un tanto cansado y malhumorado, le explicó a Melanie que había sido un día de esos que dejan el cuerpo agotado y la mente embotada. Todo a consecuencia de tanta conversación y negociación, con clientes muy hábiles y difíciles para el acuerdo. Apenas se fijó en las flores. El ramo reposaba en un artístico jarrón que adornaba la mesita situada junto al gran mueble aparador, donde se integra una gran pantalla de televisión y no pocos libros, que enriquecen decorativamente el marco frontal de una sala de estar muy funcional en todos sus enseres. Se mostró un tanto desconcertado ante las palabras de agradecimiento y afecto que recibió de su mujer quien lucía, presumidamente, esos caros pendientes con perlas de color esmeralda. Con habilidad supo reconducir su desconcierto y extrañeza inicial, salvando una situación sumamente embarazosa para él por lo inesperado del caso. Las niñas estudiaban en su cuarto, pues tenían que preparar exámenes cuatrimestrales para los próximos días.

Ya en la cama, ojeando sin interés su regalo “La ladrona de libros” de Markus Zusak , esperó a que Melanie quedase sumida en el sueño, hecho que esa noche fue un proceso algo más lento. Se la veía emocionada y nerviosa ante la galantería y afecto de que había sido objeto. Miró el reloj de la mesita de noche, que marcaba la una y veinte de la madrugada. Viendo que ya su mujer dormía plácidamente, se levantó de la cama, procurando hacer el menor ruido posible y, provisto de su teléfono móvil, se dirigió al cuarto de baño. Marcó un número que correspondía a la intimidad de su vida.

“Yela, soy Óscar. Te llamo a estas horas tan avanzadas, porque ha pasado algo muy raro a lo que no encuentro explicación. Tengo que hablar muy bajito, pues mis hijas están aún despiertas, estudiando no muy lejos del baño. Esta noche hemos estado cenado tu y yo, muy felices. Sabes que te comenté que mi regalo lo ibas a tener en casa, cuando llegases. Iba a ser una sorpresa, por lo que encargué a mi secretaria que hiciera la gestión correspondiente, con los datos que ya ella conoce. Le entregué un artículo de joyería que yo mismo había comprado y ella se ocuparía de las flores. Los dos regalos debían llegar juntos a tu domicilio, en el transcurso de la tarde. Me aseguraste que tu madre iba a estar en casa, por lo que no habría dificultad para la recepción del envío, desde la floristería. ¿Qué diablo ha podido pasar para que el ramo de flores y los pendientes lleguen a mi propia casa y se los entreguen a Melanie? Estoy hecho un mar de dudas. Ella descansa en este momento, plena de felicidad ante esos detalles que obviamente debían estar en tus manos. En el rostro y en el corazón de la persona a quien amo. Mañana tengo que resolver este lamentable entuerto y descubrir la mano equívoca que ha provocado esta confusión. Un beso, mi amor. Mañana encontraremos un espacio y tiempo para estar juntos”.

Pasó la noche despierto, casi todas las horas. Le daba vueltas y vueltas a la cabeza acerca de una situación cuya explicación no acertaba a encontrar. Apenas había amanecido, cuando salió muy temprano de casa. Melanie aún no se había despertado. Desayunó en la cafetería Foncal, muy próxima a las dependencias de su oficina, a donde también solía acudir Paula, su secretaria, antes de iniciar el horario de trabajo. Cuando la vio entrar le hizo una señal, invitándola a que tomase acomodo en su mesa. En pocos segundos le planteó la enojosa situación que estaba atravesando, con la gestión que le hizo la mañana anterior. Necesitaba una explicación puntual y convincente acerca del por qué llegaron a su domicilio unos regalos que tenían un destino bien distinto. Una vez conocida la respuesta que le transmitió su secretaria (la chica le había pedido el favor a otra compañera, empleada de la gestoría, pues ella había tenido que desplazarse urgentemente a casa, tras ser informada de que su padre había sufrido una caída por las escaleras del parking) el atribulado amante subió a su despacho desde donde, un rato después de reflexionar, marcó un número telefónico que bien conocía.
¿Quién estaba al otro lado de la línea?

“Suponía que me ibas a llamar, Oscar. Lo esperaba, desde que llegué a la tienda. Las circunstancias te han jugado una mala partida. Una joven eligió nuestra floristería, sin conocer la propiedad de la misma. Precisamente, la franquicia de flores y regalos de la que tu mujer Melanie, y yo misma, somos copropietarias. Yo no sabía nada acerca de tu historia con esa señorita Yela. Pero cuando conocí el nombre de quien hacia esos regalos y a quien se los dirigía, cambié, sencillamente, el destino de los mismos. Mi compañera y amiga Melanie estaba siendo engañada por su marido. Tú, el padre y esposo ejemplar, liado con alguna jovencita de turno. Menudo caradura. Eres un farsante. Te merecías que los presentes y cariños para tu amiguita llegasen a tu esposa legal y verdadera. A ver si alguna vez aprendías la lección y dejabas de engañarla. De sobra eres merecedor de esta respuesta. Por supuesto que no he dicho nada a Melanie. Debes ser tu quien se quite el disfraz y te sinceres con tu verdadera mujer. Ya está bien de ese doble juego de cinismo que, al parecer, tan bien sabes escenificar”.

Esta dura reflexión, en las palabras de Julia, dejaron aturdido a un Óscar que comprendía que su complicado juego matrimonial y extramatrimonial no podía continuar de manera indefinida. Había sido descubierto por esas casualidades que algunas veces se presentan en nuestras vidas. Tendría que hablar con su mujer, decirle la verdad, aun con la evidencia que ello echaría a pique la acomodada, pero frágil, estabilidad de su matrimonio. Realmente eso era lo que deseaba. En esos momentos de aturdimiento, al sentirse descubierto y burlado, sólo tenía una idea muy firme. Quería reconducir lo rutinario en su vida, yéndose a vivir con su verdadero amor, la joven Yela. San Valentín, el patrón de los enamorados, en un 14 de febrero, le había puesto en bandeja la necesidad de ser valiente y responsable  con su propia conciencia. Hizo una llamada a su esposa, Melanie. Con voz temblorosa, pidió a su mujer que hiciera el favor de desplazarse a unos jardines donde solían acudir para pasear durante algunos fines de semana, pues necesitaba hablar con ella acerca de un tema muy importante que iba a afectar al futuro de ambos. 
10:20 en la mañana del sábado. Melanie guarda el móvil en su bolso, tras atender la llamada de su marido. Entra en la trastienda, donde Julia está ordenando unas cajas.

“Me acaba de llamar Óscar. Necesita hablar urgentemente conmigo. No sé qué se traerá entre manos. Me dice que es algo muy importante para nuestro futuro. Pero no te preocupes, Julia. Yo nunca te voy a dejar, por nada en el mundo. Junto a ti he recuperado ese amor que perdí, tras los primeros años de mi matrimonio. Te necesito. Cada dí﷽﷽﷽﷽﷽﷽﷽﷽Middayía más. Es difícil compartir la convivencia y el corazón. Pero, tú yo lo hemos logrado. Contigo los días tienen sentido, esperanza y vida”.


José L. Casado Toro (viernes, 14 febrero, 2014)
Profesor

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