viernes, 15 de junio de 2012

UN PEN-DRIVE, CON EL DULCE SENTIMIENTO DE LA INTIMIDAD.


Hubo un tiempo, allá en las décadas finales de la anterior centuria (suena muy lejos ¿verdad?) en que  se discutió el valor prioritario de la memoria. Fue en el ámbito escolar. Años ochenta y noventa, en plena vorágine de cambios para el sistema educativo en España. En la aplicación de las sucesivas normativas, que los Ejecutivos programaban, y el Parlamento legislaba, para los colegios e institutos, se ponían en tela de juicio determinados criterios y estrategias. Eran valores que, hasta ese momento, estaban considerados o marcados con la categoría del indiscutible reconocimiento y la aceptación subsiguiente. Sí, fueron muchos los cambios, a tenor de los vaivenes electorales, que tuvieron como punto de focalización las comunidades educativas. Siglas, conformadas generalmente con tres letras, que hablaban de modificaciones sustanciales en el “qué enseñar” “cómo enseñar” “cómo aprender” y “cómo educar”

Con todas sus variables, se mantiene hoy el espíritu y la letra de la LOGSE, como guía o libro de ruta en el periplo educativo intergeneracional. Efectivamente, la capacidad de la memoria fue muy discutida y vilipendiada entre la “clase avanzada” de las reformas. Aquellas vanguardias para el cambio, santificaron otros preceptos, habilidades o categorías, en lugar del esfuerzo, el sacrificio, la responsabilidad, la autoridad, la competitividad, el respeto y el reconocimiento al docente. También, la memoria. Si analizamos hoy, cómo acceden a los estudios de Secundaria, no pocos alumnos procedentes de la Educación Primaria; si consideramos el bagaje de conocimientos y destrezas con el que muchos alumnos de Bachillerato acceden a la Universidad,; si contrastamos estadísticas y baremos internacionales, para nuestros escolares, podremos reflexionar, con serenidad, acerca de los aciertos que trajeron aquellas reformas pero, al tiempo, lamentarnos de los profundos errores que alocadamente se perpetraron  en la formación de las sucesivas generaciones. Sí, por supuesto, la capacidad de la memoria es importantísima e insustituible entre los recursos mentales de toda persona. Y hubo un tiempo desacertado, en el que necia y torpemente fue denostada, arrinconada e incluso despreciada. Nadie duda que son insustituibles las capacidades de comprensión, argumentación y análisis interpretativo. La racionalidad, como guía, eje y pilar de nuestra inteligencia. Pero “demonizar” a la memoria fue una penosa imagen de irracionalidad.

Pero no es de la memoria humana de lo que se va a hablar en este relato. Va a ser de otro tipo o clase de memoria. La informática. Y en concreto, de los periféricos que soportan y conservan millones y millones de datos, generados a través de las redes a las que accedemos, en el día a día, desde nuestro ordenador. Esta pequeña historia se va a nuclear en la persona de Tony. 42 años, casado con Lourdes, cinco años menor. Tienen dos hijas, Estrella y Luz María, ambas estudiantes en un centro de titularidad religiosa, que cursan el primero de la ESO y él último de la Educación Primaria, respectivamente. El matrimonio trabaja en un bufete de abogados, cuya sede se halla ubicada en el área universitaria de Málaga, zona oeste de Teatinos. Se conocieron en la Facultad de Derecho y, en la actualidad su matrimonio navega por las aguas de la acomodación rutinaria, sin especiales incentivos afectivos.

En cualquier centro de trabajo es usual hoy día que, entre los compañeros, se intercambien materiales informáticos. Entre éstos, destacan aquéllos que por su peso en megas no pueden ser enviados, con facilidad, por correo electrónico. Los servidores de Internet más generosos establecen un tope al “grosor” o volumen de estos archivos. Aunque hay algunos procedimientos para superarlos, son 25 megas el límite máximo que puede ser enviado vía e-mail. Reitero, en los servidores más generosos del mercado. A causa de esta limitación, los compañeros y amigos se pasan estos materiales más voluminosos mediante los discos (procedimiento y soporte en vías de extinción) y, de forma hoy día mayoritaria, utilizando los “lápices electrónicos” denominados en el argot informático “pen-drives”. Estos pequeños soportes, de muy fácil manipulación, tienen un precio realmente asequible. Los que pueden albergar archivos para cuatro u ocho gigas, son especialmente baratos. Ya, para los de 16 o 32 gigas, resulta más gravosa su compra. Para hacernos una idea, en uno de 8 gigas pueden caber entre cinco y siete películas de aquellas que se descargan (con un tamaño estándar) en la red multimedia. En este despacho de abogados, como en tantas y tantas empresas, es más que frecuente que cada mañana, el compañero o amigo de trabajo te deje un pen electrónico con unas películas o archivos musicales, gesto que tu vas a compensar con otros materiales interesantes para compartir.

Aquella mañana del lunes, fue muy densa para el trabajo. Ese primer día de la semana hacíamos una jornada intensiva, hasta las cinco de la tarde, con un descanso, cercano a la hora, para tomar algo suculento en un restaurante cercano. Estuve almorzando con mi compañero Juan (fuimos juntos al Instituto y compartimos también la vida universitaria) y con Selena, joven bien parecida y muy agradable, que llevaba poco más de un año colaborando en nuestro bufete. Era una muy hábil especialista en lo penal. Cercana a la treintena, creo que había tenido una larga relación con un médico pero que el vínculo no llegó a sustentarse. Conocía de mi afición por el cine y, al ser gustos comunes, solíamos intercambiar películas descargadas en los portales o redes cinematográficas. Ese día me dejó, en un pen drive de cuatro gigas, dos películas proyectadas aún en cartelera. “Tienen muy buena imagen y el sonido es bastante aceptable para ser grabaciones screener. Te van a gustar”. Ya en casa, aquella noche me dispuse a descargar, del pen, los dos films en mi ordenador, a fin de devolverle su lápiz electrónico, con algún material propio de películas románticas, género que le apasionaba. Efectivamente, ahí se encontraban los dos jugosos archivos cinematográficos, junto a un archivo de texto Word, cuyo título era un tanto enigmático: “Es mejor, decírtelo así”. Pensé que sería una nueva broma de Selene, dada a ocurrencias graciosas que a todos nos hacían reír, en los momentos de tensión profesional.  

Tras la copia de las películas, sentí curiosidad por conocer el contenido de ese archivo que las acompañaba. No era excesivamente largo de texto, pero muy denso en su significado. La verdad es que quedé asombrado pues, en sus palabras había sinceridad, sentimiento, sufrimiento y mucho amor. Era, ni más ni menos, una franca y confidencial declaración de afectos hacia una persona que no era nombrada. El pronombre tu, junto al yo, poblaban amplios espacios de unas confidencias profundas, íntimas, anhelantes, que me dejaron bastante sorprendido. Pronto cambié mi primera apreciación. No era una broma, ni mucho menos. Era un texto que vinculaba a dos personas, una de las cuales era mi compañera de trabajo. Parecía lógico que Selene le había enviado ese archivo a alguien, con el que estaría manteniendo una relación afectiva muy intensa y, por algunas palabras, explícitas o subliminares, bastante tórrida. Aún asombrado, pensé cuál sería la decisión más afortunada con respecto al archivo amoroso, tiernamente sentimental. Pensé en dejarlo allí, como si no lo hubiera leído. También consideré en decírselo a mi joven compañera. Igual ella no se había dado cuenta de que algo muy íntimo, con su firma y sus palabras, estaba circulando, acurrucado en una esquina de su pen-drive. Desde luego, el destinatario de la declaración afectiva, tenía que ser una persona  muy afortunada. El cariño, el sentimiento de esta mujer era más que manifiesto. En algunos de los párrafos, desgarrador.

No le comenté este hecho a Lourdes. Estaba acostando a las niñas y, además, las vías comunicativas entre ambos, sin estar bloqueadas o interrumpidas, eran más que aburridas e insustanciales. Nuestra relación se veía afectada por el letargo de la monotonía y el vacío. Por otra parte, entre Selene y mi mujer, nunca hubo esa proximidad o connivencia que anida en dos personas cercanas, amigas o íntimas. Más bien todo lo contrario. Un rechazo de carácter recíproco llevado, eso si, con la más exquisita y cordial educación.

Así que a la mañana siguiente, cuando Selene se levantó de su mesa para ir a desayunar, aproveché la oportunidad para intercambiar unos minutos con ella, café y tostada de por medio. Hacía tiempo que Lourdes y yo desayunábamos con diferentes compañeros. “Te devuelvo tu memoria, tras haber copiado las dos películas. Deben ser interesantes, especialmente la española. Me gusta mucho como actúa Belén Rueda. Está en un punto de madurez interpretativa verdaderamente óptimo.” Mi interlocutora se mostraba, en esta oportunidad de la mañana, inusualmente silenciosa, eso sí, regalándome su sonrisa, un tanto angelical y picarona. Jugueteaba con una pequeña servilleta de papel, parcialmente arrugada. “Selene, he leído…… un tercer archivo, que venía en tu pen-drive. Posiblemente no te has dado cuenta de que iba junto a las dos películas. Es muy íntimo y te lo quería decir para que extremes la prudencia, cuando ofrezcas tu memoria electrónica a otra persona. Por supuesto, no dudes que voy a ser muy discreto. Además, creo que de manera afortunada, no venía en el texto el nombre del destinatario. Así todo es más íntimo entre vosotros…. aunque yo haya conocido el contenido de esa vía comunicativa.”

Siguió jugueteando con esa, ya muy arrugada y manoseada, servilleta de papel. Y, al fin, rompió su nervioso, pero sonriente mutismo. “Querrás decir….. entre nosotros o, al menos, en mi persona. Desde hace meses, es algo que siento. Muy difícil de evitar. Lo vas guardando hasta que…. Ayer me decidí a confiártelo. Los sentimientos no se pueden controlar tan fácilmente. Y en ese texto se refleja gran parte de lo que siento hacia ti”. “Pero, tu no comprendes, Selene, lo que me estás diciendo…. Lourdes……” “Pobre, pobre Tony. Eres como un niño y eso te hace aún más atractivo y sensual ante mí. Aún no te  has dado cuenta de lo que está pasando en tu vida. Como suele decirnos la experiencia, el marido es siempre el último en enterarse”.-

José L. Casado Toro (viernes 15 de Junio, 2012)
Profesor
http://www.jlcasadot.blogspot.com/

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