viernes, 12 de noviembre de 2010

VOLUNTAD, ANTE LA DIFICULTAD

Todo Profesor, en el ejercicio de su trayectoria docente, conoce a un número muy importante de alumnos. Superados los treinta años de trabajo en las aulas, probablemente son más de cinco mil los escolares que han estado bajo su responsabilidad formativa. En tu caso, como en el mío, hay nombres, apellidos y rostros que han quedado indeleblemente grabados en nuestros recuerdos. De forma mayoritaria, son buenas sensaciones las que se hacen explícitas en los archivos de la memoria. Personalmente, he de afirmar la suerte que he tenido con las personas que se sentaban en las sillas de esas aulas que me han acogido durante más de la mitad de mi existencia. También he sentido cierta preocupación o inseguridad ante algún alumno especialmente conflictivo. Lo reconozco, con la franqueza de la naturalidad. Pero, afortunadamente, han sido muy escasos esos difíciles momentos. Incluso hoy día, con los autores de esas críticas vivencias, fluye una educada cordialidad cuando nos hemos saludado por las calles y plazas en la “selva” urbana de la ciudad que nos sustenta. Entre esos miles de estudiantes que han poblado mis libretas de calificaciones he tenido siempre una especial valoración para aquellos que, por sus circunstancias familiares, académicas o psicológicas, sufrían un patente retraso con respecto a la media grupal. Y sin embargo, sobreponiéndose a sus carencias formativas luchaban, con admirable encomio, a fin de superar sus profundos niveles deficitarios, acompañados de mayor o menos suerte en los resultados globales de tan noble objetivo.

Traigo a mi memoria un caso especialmente significativo, aunque los datos (no pertenecía a mi grupo tutorial) que poseía al respecto eran un tanto limitados. Se trataba de una joven asiática, I, de nacionalidad coreana, que apenas llevaba viviendo unos meses en Málaga. Durante las tres horas de clase en Ciencias Sociales, que explicaba en cuarto de la ESO, me asombraba la rapidez con que iba perfeccionando su dominio del castellano, además del inglés que era el idioma con el que solía expresarse fuera de su país. En su reducida mesa siempre utilizaba un pequeño diccionario, especialmente manoseado por su admirable interés, donde consultaba y anotaba palabras y frases que, a buen seguro, repetía y repetía en sus horas extraescolares de ocio. Morena de pelo, ojitos rasgados que reflejaban la transparencia y nobleza de su carácter, siempre, siempre con una sonrisa de agradecimiento por cualquier detalle afectivo hacia ella durante el aprendizaje, un cuerpo pequeño pero con la fuerza y dinamismo de su potencialidad personal, y una forma de vestir alegre, desenfadada y casi veraniega, incluso en los meses de invierno. Cuando leía los ejercicios o corregía su libreta de trabajo, era un verdadero placer leer la inocencia de los textos y expresiones, con ese castellano literal y forzado en muchos de los giros lingüísticos que aplicaba al escribir. Impactaba su necesidad y deseo por aprender. Transmitía esa necesidad del aprendizaje que trasluce un jardín sediento que mira esperanzado a las nubes. Reitero que no llevaba residiendo en España ni un año de su joven vida. Era un ejemplo de superación ante el reto que suponía moverse en una cultura y sociedad muy diferente con respecto a la que había vivido hasta entonces. Pude conocer que, entre sus cualidades, se encontraba la de ser ya una experta en el deporte del golf, con varios premios juveniles en su palmarés. Cierto día, practicando el senderismo por el Parque Natural de los Montes de Málaga, observo que un vehículo que iba con patente agilidad por esa carreterita de montaña, se detiene bruscamente a unos 200 metros del lugar donde me encontraba, caminando con mi mochila y recio bastón de trekking. No era ella quien conducía el coche, pero había gritado a su amigo al volante que se detuviese, pues me había reconocido. Ya pasaban unos cuantos años desde aquel último curso de la ESO pero, con alegría manifiesta, me saludó con gran respeto no exento de cariño. Estaba ya cursando el cuarto año de la licenciatura (ahora se dice grado) en la Facultad de Derecho. Por supuesto, se expresaba en un correctísimo castellano, siempre con un simpático y subyacente acento de la lengua británica. Admirable en su carácter, voluntad y fe en la lucha por llegar a las metas, nobles metas que había trazado para su destino. Su ejemplo no me abandonará nunca en el archivo ejemplar de imágenes y afectos.

El caso de A es profundamente diferente. Aunque no se me facilitaron (en el caso de que hubieran sido efectuados) datos técnicos concretos al respecto, como Profesor en su grupo de CC SS en 2º de la ESO, desde el primer momento detecté, era evidente, un cierto retraso o limitación intelectiva en su persona. Las repeticiones de curso, su forma complicada para expresarse, los desniveles de atención durante la explicación, el contenido limitadísimo de los ejercicios escritos (entregados a los escasos minutos de plantear las preguntas) avalaba, con claridad meridiana, la imposibilidad de que pudiese alcanzar el último curso de la Secundaria Obligatoria. La nobleza de su mirada, la bondad manifiesta en sus respuestas ante los demás, un comportamiento diacrónico con su edad cronológica, su cariño expresivo ante la menor atención del entorno hacia ella…. una infantil personalidad en un cuerpo de joven adolescente. Se le veía gozosa cuando realizaba la mejor capacidad de la que disponía: la práctica del dibujo. Las manualidades eran su mejor opción ante el aprendizaje. Hubiese necesitado una atención puntualmente individualizada y continua, en un grupo que sumaba cerca de treinta compañeros. Nunca tuvo un gesto incómodo y brusco por su parte ante la frustración de estar en una situación colectiva inapropiada. El tipo de adaptación curricular que hubiese necesitado habría tenido que realizarse ya en el ciclo de la formación primaria. Sin embargo, por su edad, había ido promocionando de manera automática y con gran benevolencia de sus Maestros. Aunque no ejercía de tutor en su grupo, siempre me buscaba en los tiempos de pasillo o recreo a fin de contarme, con una gran confianza y evidente necesidad de afecto, aspectos varios de su vida e ilusiones. Pasaron los años y en varias ocasiones me comentaron los compañeros de Secretaría y Conserjería que, al acudir al Instituto para solicitar algún documento administrativo, había preguntado por su Profesor de Sociales, trasladándome su grato recuerdo. En dos ocasiones tuve la suerte de encontrarme con ella por las calles malagueñas. Con satisfacción, me explicaba su aprendizaje en el arte de la peluquería y los avatares personales para caminar como autónoma en esta actividad de orden estético. Había pasado el tiempo, pero yo seguía viendo en ella la inocencia y la transparencia infantil de carácter. Es el ejemplo de una persona muy limitada en lo académico, pero con encomiables valores humanos que le impulsaban a buscar y encontrar el lugar idóneo en la sociedad para su proyecto de vida. Confío y deseo que la selva social no le haya hecho daños irreparables para su limpio y noble corazón.

He conocido a otros muchos alumnos admirables que tuvieron que luchar contra circunstancias personales o ambientales, especialmente adversas, a fin de avanzar en sus estudios y formación para la vida. Pienso en aquél que tenía que utilizar, hora tras hora, su inevitable sillita de ruedas. Casi siempre encontraba colaboración entre sus compañeros para ese desplazamiento que necesitaba en su afán de compartir actividades y experiencias formativas. También, aquéllos que durante el ciclo de la escolaridad tuvieron que asumir, de forma durísima, la orfandad en sus jóvenes existencias. Perder a una madre, o a un padre, es lo más terrible que te pueda suceder. Hacerlo cuando tienes trece, quince o menos años, es aún más duro de sobrellevar. Y qué decir de las rupturas familiares, cuando ves resquebrajarse los verdaderos pilares que sustentan a tu persona. Compartes con ellos las duras situaciones que han de asumir, ayudándoles en la medida de tus posibilidades, luchando para que no se degraden en sus obligaciones de estudio y en el equilibrio anímico básico para su adolescencia. Sobre todo, porque te llegan noticias de los duros mecanismos en los que se ha producido esa fractura paternal y maternal. He tenido en mis aulas a niñas, con edad aún de componer historias con muñecas, que habrían de prepararse para dibujar otras historias, más reales y comprometidas, en las que tendrían que ejercer de verdaderas mamás, a muy corto plazo… con sus propios hijos. Tal vez, lo más doloroso de estos recuerdos, sea traer a mi retina aquellas imágenes de personas muy jóvenes pero ya señaladas por enfermedades crueles, injustas, degradantes. Y allí estaban activos y voluntariosos con su aprendizaje, sus apuntes y sus juegos, interpretando esa normalidad relacional que no querían abandonar, reducir o perder. Cuando llegaba a tus oídos la dura noticia de su último viaje, sin retorno o destino concreto que habían tenido que emprender, era un verdadero mazazo que te hacía tambalear y hacerte esas preguntas para las que nunca existen respuestas convincentes desde el plano de la racionalidad o la lógica.

Algún lector, tal vez muchos, puedan ver en estas líneas, en todos los párrafos del artículo de esta semana, una o numerosas imágenes, en las que el 10 x 15 o el JPG queda virado en sepia otoñal para el sentimentalismo o el realismo vivencial que conlleva una cierta tristeza. Nada más equivocado. Con estas líneas, entresacadas de ese baúl que reposa en el trastero de nuestras historias, pretendo rendir homenaje a esas personas que, apenas recorriendo los umbrales de sus vidas, han sabido sobreponerse a graves problemas, a determinantes injustos o a circunstancias muy penosas, para recorrer caminos y trayectorias que la vida les ha señalado. Y han sabido hacerlo con una entereza impropia de aquéllos que aún se están asomando a la película de su biografía. Su sonrisa, su naturalidad, su ánimo era, doy fe de ello, verdaderamente ejemplarizante. Sabían aplicar la terapia de la voluntad frente al desánimo, la apatía o la violencia de carácter. Su imagen enseñaba al enseñante. ¡Que hermoso ejemplo de solidaridad para compartir recursos y nobles actitudes frente a los nubarrones del calendario! Voluntad, ante la dificultad. Como esa flor que, con la potencia de su fe natural, rompe la rígida incomprensión del hormigón o el cemento insolidario a fin de mostrar su belleza, aroma y alegría existencial. Voluntad, ante la enemistad. Es el más inteligente vademécum que no vas a encontrar en las farmacias. Lo puedes adquirir, sin coste alguno, en lo más profundo de tu semblanza. En ese tierno jardín que anida desde tu corazón.-

José L. Casado Toro (12 noviembre 2010)

Profesor

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