jueves, 29 de julio de 2021

LAS 24 HORAS DE LIAM Y CHLOE EN MÁLAGA.


Cuando viajamos de manera particular, a una ciudad de la que poco o nada conocemos, al margen de que hayamos consultado previamente una guía de viajes o páginas web de Internet, nos agradaría mucho recibir algunos consejos o información concreta por parte de personas que sean naturales de esa localidad o que lleven algún tiempo viviendo allí como residentes. Seguro que los datos técnicos de cualquier publicación nos van a ser útiles. Sin embargo, la información que los aborígenes del lugar nos puedan facilitar resultará más directa, concreta y valiosa, siempre en función de aquello que más nos interese para nuestra necesidad.

Por citar un ejemplo, bastante frecuente. Nos encontramos en el centro o barriada de una ciudad y es la hora de almorzar o cenar. Después de haber recorrido muchos kilómetros conduciendo, nos apetece tomar una comida “casera” y caliente, que nos recupere del cansancio acumulado en nuestro organismo. Entonces nos animamos a preguntar a un lugareño qué establecimiento nos sugiere para encontrar la mejor calidad / precio de esa comida casera. Puede ser a un señor o señora que descansa en un banco del parque o aquella otra que se desplaza sin exteriorizar demasiada prisa, la persona elegida para preguntarle. Suele dar buen resultado cuando nuestro ruego lo hacemos al vendedor de un puesto de prensa o de regalos y chucherías. En general, la gente suele ser bastante amable y se afana en transmitirnos la mejor información que poseen en su conocimiento y experiencia.  Incluso muchos de estos ciudadanos anónimos consultados, no pueden ocultar la satisfacción que les produce sentirse útiles, a fin de ayudar a ese visitante foráneo, para que encuentre un buen lugar donde reponer fuerzas o para encontrar la ubicación de una calle, comercio, edificio oficial o lugar monumental. En este contexto se inserta el siguiente relato.

Cálida y soleada mañana, en la primera semana de julio. Entre las varias opciones posibles a desarrollar, durante ese martes veraniego, me apetecía dar un largo paseo a través de los jardines del Parque malacitano, pensando en que finalmente podría acercarme al puerto marítimo, con el objetivo de caminar hasta el morro de levante. En todo ese itinerario tenía ya pensado diversos puntos en los que podría encontrar esa agradable sombra junto al mar, espacios que me permitirían dedicar algunos rentables minutos para la gozosa tarea de escribir y, localizando panorámicas y motivos interesantes, tomar algunas fotos. Mi primera parada fue en las zonas ajardinadas junto al Palmeral de las Sorpresas. Allí comencé a conformar párrafos sobre las hojas del bloc, aportando algunas ideas que iban surgiendo desde la traviesa imaginación. Ante mis ojos tenía una bella panorámica marítima, con la bahía de Málaga como fondo, a su derecha el buque que realiza el transporte a la ciudad de Melilla y en la zona opuesta la erguida y elegante figura arquitectónica de la Farola, con todas las edificaciones y locales comerciales del muelle uno.

Mezclaba la caligrafía de los apuntes con esa gratificación visual que proporcionaba la presencia de un mar portuario, sereno y sin apenas oleaje. En un momento percibí que, entre los paseantes de la zona, una pareja de personas mayores, posiblemente sexagenarios, se iban acercando hasta donde yo me encontraba. Tras un saludo cordial, el hombre me pide si le puedo atender o dedicar unos minutos. Accedí de inmediato, pues su forma educada de presentarse obligaba a esa amable respuesta. Su compañera, podría ser su mujer, sonreía agradecida.

Se trataba de dos turistas canadienses. Liam, recién jubilado, había trabajado durante toda su vida laboral como técnico forestal en un centro de investigación biológica, ubicado en una localidad situada a pocos kilómetros de la capital canadiense. Chloe, efectivamente, era su esposa. Esta bella mujer tenía por dedicación el diseño de portadas bibliográficas y al ejercicio del dibujo para ilustrar publicaciones. Nunca habían visitado España y en este momento, en que se abría para ellos muchas posibilidades para disfrutar el tiempo libre, querían conocer diversas zonas de nuestro país. Chloe tenía unos parientes lejanos en la región levantina, a los que no veía desde hacía décadas. Habían volado desde Ottawa hasta Madrid, en donde permanecieron tres días. Tras pasar por Sevilla y Granada, se dirigían a Valencia, utilizando un vehículo de alquiler. Una inoportuna avería, que Liam detectaba en el motor, les había decidido parar veinticuatro horas en Málaga, en donde la empresa Avis les había facilitado la reparación del problema técnico (a coste de la marca). De esta forma podrían realizar un viaje más relajado hasta su inmediato destino en la ciudad de Alcira, en donde residían esos parientes a los que ansiaban abrazar. El español que utilizaba Liam era bastante aceptable. Durante su infancia y adolescencia, su familia tuvo que residir durante varios años y por motivos laborales en el sur de Argentina, experiencia o vivencia que siempre agradeció y no sólo por el conocimiento de una nueva lengua para su capacidad de expresión.

Toda esta información fue debida a la amistosa cordialidad que desde un principio aplicaron los dos turistas americanos. De hecho, insistieron en que los acompañara a desayunar, gesto al que no pude negarme. En realidad, querían pedirme algo de ayuda. Iban a permanecer todo ese martes en Málaga, pues el vehículo (ya en el taller) se lo entregarían a última hora del día o en la mañana siguiente. Consideraban, con racional sensatez, que un malagueño podría aconsejarles o sugerirles aquello más interesante o importante para conocer de Málaga, en apenas veinticuatro horas, tiempo que iba a durar la estancia del veterano matrimonio en esta ciudad.

Se me ocurrió preguntarles, siempre con la sonrisa en la boca, por qué me habían elegido para prestarles esa sencilla ayuda o sugerencias, a la que no me iba a negar, por supuesto (era todo un honor poder hacerlo). La respuesta estuvo en boca de Chloe, mezclando el inglés con no pocas palabras de español:

“Nos pareció una imagen muy sugestiva que a esta primera hora de la mañana y en un marco tan bello como el espacio portuario, una persona estuviera aquí sentada, en la zona ajardinada, escribiendo en una tradicional libreta y utilizando un simple bolígrafo. Era inevitable comparar esta tradicional estampa con el mundo tan digitalizado, protagonizado por los tablets, los portátiles y demás instrumentos electrónicos. Desde ese instante me dije que ese Sr. nos puede ayudar”. 

Les expliqué que reducir la estancia para visitar una ciudad a un tiempo real de sólo diez o doce horas significaba tener que sacrificar muchas opciones interesantes que toda localidad atesora. Tratándose de Málaga no podía ocultarles la dificultad de sintetizar en ese corto tiempo las más interesantes posibilidades de una ciudad con unos atractivos manifiestos. Que en una futura oportunidad tendrían que dedicar más tiempo a Málaga, cuya riqueza monumental y el carácter abierto y hospitalario de sus habitantes es resaltado por todos los visitantes que llegan a ella. Nos pusimos a “trabajar” sobre esa libreta que tan buena impresión había provocado en Chloe, a fin de hacer un esquema que optimizara el breve tiempo disponible.

El reloj aun no marcaba las 11 horas de un resplandeciente día. Podían subirse al bus turístico para que los llevara a una conocer una primera impresión de lugares emblemáticos de la capital. Les recomendé que hiciesen uso de los auriculares, en donde podrían tener una sencilla explicación de la significación de esos preciados lugares, eligiendo el idioma que deseasen. Dedicar un par de horas para ir recorriendo (e incluso bajarse del bus) esos puntos nucleares, era una decisión sin duda acertada. Podrían hacer uso de sus tickets durante toda la jornada e incluso subirse a una de las barcazas habilitadas al efecto, para hacer un recorrido por la bahía, teniendo una maravillosa vista de la ciudad desde el mar. Ese paseo por la bahía sería afortunado e inteligente dejarlo para el atardecer, con lo cual, la estampa plástica y romántica de la visión emocional experiencia estaría más consolidada, para ese sentimiento lúdico que siempre buscamos en nuestra alma e imaginación.

Eran extranjeros y el reloj mental lo suelen tener adelantado. A las doce y media o trece horas ya tendrían un buen apetito. Muchas posibilidades para “restaurar” fuerzas. Elegir una “bodega” tan típica y testimonial como El Pimpi poseía numerosas ventajas. Lugar céntrico, rodeado de un marco monumental indudable. Ambiente adecuado por la alegría, para la potenciación de la necesidad lúdica. Tapeo variado y de calidad. La novedad y calidad de su “pescaito frito” otro incentivo más. Y esas fotos, junto a los toneles y barricas con las firmas y dedicatorias de personas famosas, siempre se conservan con placer y alegría.

Les comenté que, a “dos pasos”, podrían tomar el café, té o inmejorable taza de chocolate, en alguna de las teterías que pueblan la zona, aunque también los zumos y batidos de frutas tenían un sabor optimo para refrescar la cálida temperatura de esas primeras horas de la tarde. Pero las horas siguientes deberían tener un indudable sabor monumental. Visitar la Catedral renacentista y barroca era un objetivo inexcusable. Muy cerca tenían a mano la fortaleza islámica de la Alcazaba y al pie de ésta los restos del Teatro Romano, a pocos metros de la Plaza de la Merced.  Optimizando el tiempo y la celeridad, podría haber un “hueco” para recorrer alguno de los museos que lucen en la ciudad. Tal vez el Picasso, el Centre Pompidou o el Museo de Málaga. El Thyssen, tampoco quedaba lejos. Les expliqué brevemente las características referenciales de estos interesantes museos, para que ellos libremente escogiesen. 

Antes del anochecer, habíamos quedado en esa visión frontal de la ciudad desde el mar. Había que dedicar una hora a ese placer del aroma marítimo, en continuo y cariñoso balanceo proporcionado por un mar en calma, recorriendo visualmente ese marco de ensueño de una ciudad con miles de luces que se van encendiendo a medida que el color anaranjado del sol se atenúa, consiguiendo un climax estético y emocional de indescriptible belleza.

Tras el paseo en la barcaza turística, había que potenciar el tiempo disponible hasta el descanso nocturno. Tomar un taxi, en la zona de la Plaza de la Marina, era una medida adecuada para subir a la mejor atalaya para visionar que posee la ciudad: la zona de Gibralfaro, junto al Castillo islámico. Allá arriba, un poco más cerca de las estrellas, que esa noche tendrían que brillar con alegre intensidad ¡porque sí! disfrutarían la cena, contemplando el progresivo intercambio de luces entre un sol en retirada y una ciudad que potencia y ama la luz, en un espectro cromático abierto a todos los gustos de las personas con sensibilidad y capacidad imaginativa.  Igual gozarían con los sonidos de alguna pequeña orquesta que por las noches suele alegrar los oídos de los comensales, en tan espectacular marco, para la mejor contemplación de una ciudad alegre y vitalista, que favorece la alegría y la amistad.

Nos habíamos intercambiado los números telefónicos, a fin de tener unos minutos en la mañana siguiente, que sería el miércoles de la despedida. Acudí temprano al hotel donde se alojaban y de nuevo insistieron que los acompañara en el desayuno. Aún habiéndolo hecho, disfruté un buen zumo frío de naranja, pero sobre todo de la amena conversación con una simpática y educada pareja que tenían especial interés en narrarme toda la aventura que juntos habíamos planificado en la mañana anterior. Liam, más comedido, dejaba hablar efusivamente a su alegre y vitalista compañera, que no quería dejar detalle alguno por compartir de sus divertidas “correrías” por esos núcleos malacitanos, descubriendo minuto a minuto una ciudad no incluida en su programa viajero. Ahora agradecían, con sonrisas y parabienes, que la inesperada avería del motor les hubiese posibilitado gozar de una ciudad que “atrapa” con sus encantos a todos aquellos que llaman sus puertas invisibles con ánimo de visitarla.  El mimetismo comprensivo entre las personas facilitaba que cada vez nos entendiéramos mejor, mezclando el castellano, palabras y frases en inglés y ese otro lenguaje expresivo de la mímica gestual, que tan útil resulta entre personas que intercambian generosamente su mejor voluntad.

El acopio de fotos, para la buena memoria, era manifiesto. Las memorias de las dos cámaras que utilizaban habían tenido que sustituirlas, pues ya las tenían bien cargadas de imágenes acumuladas y esas otras (miles, comentaban) que se llevaban, como espléndido tesoro de su recorrido por la ciudad. Les comenté que, para una nueva ocasión, con más horas para el sosiego, tendríamos oportunidad de visitar y recorrer ese espléndido paraíso del Jardín Botánico de La Concepción, cuya riqueza forestal interesaría especialmente a Liam, en función de su preparación y actividad profesional dedicada a la investigación de la biología vegetal.

El vehículo ya estaba reparado y dispuesto para la marcha, en el taller concertado con la empresa AVIS. Volvimos al Hotel Málaga Palacio para recoger el copioso equipaje de la pareja canadiense aventurera y me comentaban la suerte que tuvieron cuando, en la tarde previa visitaban la basílica catedralicia, el misterio acústico y solemne del órgano religioso comenzó a sonar. Parece ser que estaban preparando un concierto de música sacra y aprovecharon los minutos de visita del santo recinto para “levitar” su artística visión con las notas majestuosas de un “dios” que les hablaba, con ese lenguaje que sólo las personas henchidas de bondad y sensibilidad pueden captar e integrar como luces acústicas para sus vivencias.

En la entrañable despedida, más intercambios de direcciones, datos y sonrisas. Chloe insistió en entregarme un precioso llavero con un grabado urbano de la moderna capital canadiense. En mi caso, le había llevado una cadenita de plata, de la que colgaba la artística reproducción de una biznaga con sus alegres y sutiles jazmines. Con el agradecimiento propio, ambos reían porque en la noche anterior, Liam había comprado una aromática biznaga, que ofreció a su pareja como muestra de cariño y amor. El elegante biólogo había seguido bien ese consejo que le sugerí en un aparte, cuando planificábamos el día.

Los abrazos y beso afectivo para el adiós fueron recíprocamente emocional.  “Have to come back here, in Málaga. I will wait for you”. (Tienen que Volver aquí, en Málaga. Yo les esperaré). Prometieron hacerlo, con esas limpias sonrisas de satisfacción y afecto. También les comenté que nunca había visitado su país. Ese lindo proyecto quedaba abierto para realizar. Me “llenaron” la libreta de datos y números telefónicos, para que les avisara cuando esa posibilidad pudiera llevarla a efecto.

En esas esas horas inesperadas y divertidas, Liam y Chloe. habían sabido aprovechar los consejos y sugerencias de un nativo de la ciudad a la que habían llegado el día anterior y se marchaban visiblemente encantados. Un mecánico del taller concertado por AVIS les trajo el vehículo hasta las puertas del Hotel, situado junto al Parque de la ciudad. Desde aquí partieron hasta su destino próximo en Alcira, con ese adiós entrañable de amistad y valoración. Habían descubierto una ciudad con encanto.

Otros muchos días, cuando elijo para los paseos y la redacción de los escritos esos frescos y salinos parajes del puerto malacitano, siento que van a aparecer por entre los macizos de flores, las figuras amigas de Chloe y Liam, para indicarme que Málaga va a ser un punto nuclear y pasional en su recorrido por tierras hispanas. -

 

 

LAS 24 HORAS DE LIAM Y CHLOE

EN MÁLAGA

 

 

José Luis Casado Toro

 

Antiguo Profesor del I.E.S. Ntra. Sra. de la Victoria. Málaga

30 julio 2021

 

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Blog personal: http://www.jlcasadot.blogspot.com/

 

 
 

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