Cuando visitamos algún complejo o gran centro comercial en las grandes ciudades, además de la elevada acústica que soportamos, con el numeroso trasiego de clientes, a lo que hay que sumar los bien estudiados incentivos publicitarios y las ofertas “irresistibles” de los numerosos y variados establecimientos que allí están instalados, añadiendo la potente música ambiental que a veces tanto aturde y esa densa red de conversaciones en la que muchos elevan el volumen de voz, no hablando sino “gritando”, nos sentimos agobiados e inmersos en una atmósfera de elevado estrés que afecta a nuestro equilibrio emocional. Ya en la calle, la intensa circulación automovilística, con la subsiguiente contaminación atmosférica y también con el sonido de los motores y la rodadura sobre el asfalto, también “colabora” en la degradación de nuestro sosiego y esa necesaria tranquilidad que tanto reclamamos para el ánimo. Con estos “fundamentos” no es de extrañar que cada vez es más elevado el porcentaje de personas que padecen ese inamistoso y temible compañero nocturno, cual es el insomnio. Cuando preguntamos a familiares, amigos, compañeros o vecinos qué les ocurre, la respuesta que usualmente recibimos es “no me siento muy bien. Me parece que estoy estresado y cada vez duermo peor”. Lógicamente cada cual busca remedios paliativos a esos desequilibrios, especialmente nocturnos, ingiriendo diversas sustancias para recuperar la tranquilidad, cada una de ellas con sus pros y sus riesgos. Entre los remedios más usuales para ir a la cama después de cenar, citaremos el Valium, el Diazepam, el Lorazepam, la melatonina, la Serenia, las infusiones de tila y así un largo etc. En este inestable contexto se genera nuestra historia de esta semana.
La familia Calatrava – Armiño, integrada por TRINIDAD y AURORA, podría ubicarse sociológicamente entre la clase media acomodada. Efectivamente, don Trinidad Calatrava, 48, era un experto inversor, vinculado a un importante consorcio bancario, instalado especialmente en la capital malacitana y en las localidades de la Costa del Sol. Su esposa, Aurora Armiño, 45, estaba integrada profesionalmente y desde hace años a una empresa organizadora de eventos, celebraciones y cáterin (congresos, bodas, bautismos, comuniones, onomásticas, cumpleaños y rupturas matrimoniales).
Aunque el matrimonio se hallaba inserto en la “década de los cuarenta”, ambos sobrellevaban perfectamente esos años de “crisis” que proporciona la fugacidad de la juventud, camino hacia la plena madurez, entregándose con animosa diligencia en el desempeño de sus respectivas actividades laborales. Sus respectivos trabajos les exigían plena dedicación para “luchar” en un mundo tensionado por la continua y “cruel” competitividad. La consecuencia de esta dinámica era que pasaban muchos días sin almorzar juntos, incluso había noches en que las obligaciones profesionales también les impedían compartir la cena familiar. También su hijo VALENTÍN, 16, finalizando la etapa formativa de la ESO, asumía que sus padres estaban plenamente ocupados, con la consecuencia de tener que pasar muchas horas del día fuera de casa. La explicación era obvia para los tres miembros familiares: era un sacrificio necesario a fin de poder sostener ese alto tren de vida que suponía un acomodado piso en la zona moderna del barrio universitario de Teatinos, en la zona oeste malacitana; dos coches, de estupenda u potente cilindrada; vacaciones en destino de lujo , con pensión completa en los hoteles; periódicos viajes al extranjero y el mantenimiento de un servicio de casa, entre lunes y viernes, de 10 a 15 horas (limpieza de la casa, lavado de ropa, planchado, cocina e incluso las compras normales de un hogar de elevado standing).
Pero durante esos fines de semana, en los que además de llevarse trabajo a casa se sacaba tiempo para pensar y reflexionar, uno y otro cónyuge llegaban a la conclusión de que esa supuesta felicidad no era tal. Mucha “materialidad”, pero con un coste de insatisfacción al final del día, cuando con los cuerpos un tanto agotados de tanto trajín y estrés se echaban al descanso tras la dureza de la jornada laboral. Lo peor no era esa supuesta frustración de naturaleza espiritual, sino ese desequilibrio estresante de naturaleza psicofísico. Todo ello les provocaba muy incómodos y agobiantes estados de insomnio, con la consecuencia penosa de reiniciar el día con el cuerpo bastante cansado.
El que peor llevaba esta situación era Trinidad, pues se despertaba por noches en varias ocasiones, renovando esas preocupaciones laborales que no había superado durante el día, siéndole cada vez más difícil conciliar el frágil sueño que había perdido. A pesar de los tranquilizantes naturales que tomaba y aquellos fármacos de elaboración química que podía adquirir, con receta o sin ella, en los correspondientes establecimientos farmacéuticos. El problema era que los resultados de estos tranquilizantes eran cada vez menos eficaces.
Por consejo de Aurora, quien lo llevaba algo mejor que su marido, éste tomó la decisión de acudir a un psicólogo. bastante acreditado en las redes sociales. Se llamaba EUSEBIO MANDALA, especializado en resolver o tratar situaciones de estrés y adicciones sustitutivas para sos estados de insatisfacción. Era un profesional que tenía establecida una “destacada” minuta por visita, en su consulta particular. Después de tres sesiones de pausado diálogo y explicación razonada de los comportamientos, el prestigioso y sagaz especialista, 32 años, de origen orensano, le habló con una diáfana claridad.
“Amigo Trinidad, tu problema no es totalmente personal, sino que está vinculado a nuestra cada vez más acelerada e insatisfactoria manera de organizar la vivencia. Nos sentimos atrapados en la vorágine de la ambición y de la competitividad. Cada vez queremos más “·materialidad” con el agravante de que esa acumulación de bienes, supuestos objetivos para la felicidad y el bienestar nos producen, a poco que los poseemos, una insatisfacción, que nos desequilibra y acaba entristeciéndonos, afectando a nuestro cuerpo y ánimo, con secuelas tales como las del insomnio, la bebida, el tabaquismo y la ingesta descontrolada de fármacos que a la postre resultan penosamente perjudiciales para el organismo. Lo grave es que no sabemos cómo salir de este marasmo. Ese estrés está alterando la buena convivencia entre los seres humanos.
Voy a proponerte un “divertido” ejercicio, que debes aplicar a tu vida, mimetizando positivamente algunos comportamientos. que te harían mucho bien. Hay tres ejemplos, entre muchos, de personas que no se sienten atrapados en esa maraña de estrés que la vida actual tan aviesamente nos propone. Por lo tanto, no lo sufren, como a ti sí que te ocurre. ¿Quiénes pueden ser? Ahí van tres ejemplos:
El PESCADOR, la mayoría de las veces solitario, de caña frente al mar.
El PASTOR que cuida a su rebaño, mientras éste pasta.
El JUBILADO, que soporta pacientemente el paso de las horas y los días, sentado en un jardín del parque o plaza pública
Trata de ponerles cara a estos tres prototipos de personas tranquilas y serenas. Ellos si que han conseguido controlar o vencer al estrés emocional. Pídeles que te narren su forma de vida y aplícate la enseñanza de su aparente paz, sosiego y aceptación de la realidad”.
Trinidad se preguntaba dónde buscar y encontrar a estos tres prototipos de personas, recomendadas por el imaginativo y convincente especialista.
Aquella mañana de sábado, muy temprano, Trinidad tuvo suerte para encontrar al primer ejemplo humano que buscaba. Realizó un largo paseo hasta el malecón de levante, en la zona portuaria y playera de la ciudad. Recordaba haber visto a numerosos pescadores con caña sentados sobre los grandes bloques de cemento allí depositados, como rompeolas y protectores de esta zona marítima, en la que atracan vistosos cruceros turísticos en el lateral donde está instalada la importante oficina portuaria.
Allí se encontró con un pescador de edad avanzada, que esperaba pacientemente obtener alguna captura de los peces costeros. Tras saludarlo, le comentó de forma franca y sincera que su médico le había recomendado que hiciera amistad con algún pescador de caña, con el fin de conocer de una forma directa sus motivaciones y satisfacciones, en esta serena actividad de naturaleza deportiva y recreativa.
“No se preocupe, amigo Trinidad. En modo alguno me molesta su presencia. Todo lo contrario, pues son muchos minutos de silencio los que mantengo aquí con mi caña de pascar frente al mar. Mi nombre es SIMÓN Lama. Desde pequeño me ha gustado todo lo relacionado con la grandiosidad del mar. Mis abuelos, tíos e incluso mi padre, se han ganado la vida “luchando” cada noche con las dificultades (oleajes, tormentas, frío, etc.) “de la mar”. De esta forma pudieron llevar el pan y lo necesario para criar y cuidar a sus familias. Pero en mi caso tuve en la adolescencia un problema pulmonar y de corazón, por lo que los médicos recomendaron que en el futuro me dedicara a una actividad profesional más tranquila, menos esforzada.
Así que durante mi vida laboral he sido dependiente en un colmado de ultramarinos, por el barrio de la Huelin, cerca de las playas de la zona oeste del litoral. Ese trabajo me ha dado para vivir, evitando los riesgos de estar subido en una barcaza, noche tras noche. Pero “te confieso” que “el gusanillo” del mar nunca ha desaparecido de mi vida. Todos los domingos, siempre que me era posible, me iba junto a la playa, ya fuese la zona de Huelin, la Térmica, la Misericordia y ahora vengo mucho a este morro de levante, que tiene unas vistas preciosas. Ah, también, voy por la zona de pescadería, donde aún quedan amigos de mi padre y un tío.
Ya ves, la sencillez de mi instrumental. Con esta larga caña de fibra de vidrio, el sedal correspondiente, la canastilla de mimbre conteniendo el cebo para las capturas, que ensarto en los distintos tipos de anzuelos. Y esta sillita de “tijera” que me compré en Decathlon y que me ha salido de gran calidad. En este arte de la pesca hay que saber esperar. Por ello permanezco largas horas sentado, vigilando el cimbreo de la caña y los tirones del sedal, avisándome de que alguna pieza he capturado o pescado. En ocasiones me levanto y me doy paseos, para agilizar el cuerpo y la mente.
¿Qué si me aburro? Todo lo contrario. Esta actividad me hace pensar, reflexionar, serenarme con las aguas plateadas del mar. Cuando hay oleaje, el espectáculo que tengo ante mis ojos es de gran belleza. Ese aroma a salubre, a brea, a frescor marino, me da la vida. Aquí no hay ni prisas ni ruidos molestos, sólo el sonido armonioso de las olas al romper con los bloques de cemento o en la orilla de la playa. Es un susurro agradable, para evitar quedarte dormido, aunque alguna vez a mí me ha pasado. Te aclaro, permíteme el ruteo, que no son pocos los días en que me desplazo caminando desde la zona del antiguo Bulto hasta la Térmica, pasando por la gran chimenea de la Torre Mónica, como así la llamamos por la bella historia de aquellos adolescentes enamorados. Es un ejercicio muy saludable. Me siento, a mi manera, razonablemente feliz, tranquilo, sosegado, sin esos nervios que dicen que no son buenos para la salud. Si no eres diestro en esto de la pesca, no te preocupes. Yo me encargo de ayudarte y enseñarte ¡Para eso ya somos buenos amigos!”.
Trinidad estaba como gratamente asombrado, “embelesado”, con tan cordial y sencilla exposición que le estaba haciendo ese nuevo amigo con el que en pocos minutos había intimado. Apenas le había preguntado, pero la llaneza del veterano Simón parecía haber averiguado la necesidad que ese paseante necesitaba. De ahí su larga y “emocionante” narración acerca de sencillez y ejemplaridad que albergaba en su existencia. Le agradeció efusivamente su amistad y ayuda, motivación que le iba a ser muy útil, en esta fase complicada de su vida.
El viejo pescador y sin duda buen tendero en su vida laboral le dio unas “sabias” indicaciones para cuando fuera a un establecimiento de productos deportivos, a fin de comprar el material adecuado para la pesca. “No, no me aburro, amigo Trinidad. Me gusta disfrutar con las “cabrillas”, los “pañolitos” 1ue forman las olas y ese aroma sin igual que el mar nos regala. Me da esa paz y tranquilidad que todos necesitamos. No te he dicho que mi abuelo y mi padre fallecieron en noches de tempestades. Pero así hay que aceptarlo, es el mar. Amigo y cruel al tiempo. Es la lucha de la necesidad del pescador, con la voracidad de las aguas bravías”.
El sábado siguiente, a las 9:00, los dos nuevos amigos estaban citados en la parada final de la línea 14, a dos pasos de la gran Farola. Ambos puntuales con la hora, se dirigieron hacia el espigón del morro de levante. Trinidad se había comprado una caña de pescar, con los aparejos necesarios. Una canastilla y una pequeña silla de “tijera” de las que utilizan los pescadores para descansar durante la espera. Y encima de uno de los voluminosos bloques de cemento, que había quedado bastante horizontal, se sentaron con sus gorrillas y gafas de sol a comentar sobre sus vidas, esperando y confiando en que algún pez hambriento se acercara al anzuelo de sus sedales. Pasaron una grata mañana, compartiendo con el avance de las horas un sabroso y gran bocadillo, de media telera, que Aurora les había preparado con jamón, queso y hojas de lechuga.
La sencilla vida de Simón interesaba mucho a Trinidad, pues quería aprender de la tranquilidad que su amigo mostraba casi de forma permanente. En correspondencia, también le explicaba al buen pescador acerca de su trajinar en el mundo bancario, información que hacía sonreír y mover la cabeza a Simón, que sólo acertaba a decir ¡qué mundo este, siempre pensando en los dineros y las ganancias, con lo hermoso y saludable que resulta la tranquilidad y la belleza del mar!
Las capturas de ese sábado no fueron especialmente significativas. Las iban echando en una gran bolsa impermeable, llena con agua del mar. A eso de las 14 horas, los dos amigos decidieron poner fin a su experiencia pesquera, con esos largos diálogos que tanto reconfortan. “Por ser nuestro primer día de pesca compartida, te invito a almorzar”. Simón, viudo y solitario, agradeció sobre manera el gesto de su amigo “el banquero” como con simpatía lo llamaba. En un chiringuito cercano, en la playa de la Malagueta. Compartieron espetos de sardinas asadas, arroz caldoso de marisco y pudin de vainilla, acompañados de sendos cafés.
“El sábado que viene nos vamos a ir a pescar al Peñón del Cuervo. El paisaje que desde allí se divisa es excepcional y podemos pescar desde el propio gran roquedo. Pasaremos una buena mañana”.
La terapia pesquera ya estaba haciendo sus buenos efectos en el cada vez más sosegado Trinidad, que apreciaba y valoraba esa buena “medicina” como era el probar otros tipos o formas de construir la existencia, que para él resultaban novedosos. Cuando a la semana siguiente volvió a la consulta del psicólogo Eusebio Mandana, con gran ilusión le narró la positiva terapia del pescador.
“Yo que me sentía atrapado en el mundo de los fondos de inversión, de los petrodólares, los bitcoins, los intereses obtenidos en cualquier operación financiera, la rentabilidad acumulada …ahora me preocupo por los tipos de anzuelo, la naturaleza del sedal, los bancos pesqueros, valorando la tranquilidad gozosa de la espera, la autoconfianza en el poder terapéutico de la paciencia y, sobre todo, la entrañable amistad que comparto con un sencillo dependiente de ultramarinos, ahora un admirable pescador”.
La vida de Trinidad Calatrava había comenzado a cambiar de manera muy positiva, con el ejemplo de esas “pequeñas cosas” que se convierten en grandes valores para buena salud del ánimo espiritual. Aurora, viendo los interesantes efectos que estaba produciendo en su marido esa noble afición de la pesca, sopesaba con simpatía la posibilidad de unirse a Trinidad y a su amigo Simón, en uno de esos sábados pesqueros. Su hijo Valentín comentaba bien divertido que “en esta casa se va a comer mucho más pescado, en los almuerzos y cenas futuras”. –
LA TERAPIA DEL
PESCADOR
José L. Casado Toro
Antiguo Profesor del I.E.S. Ntra. Sra. de la Victoria. Málaga
Viernes 04 octubre 2024
Dirección electrónica: jlcasadot@yahoo.es
Blog personal: http://www.jlcasadot.blogspot.com/