viernes, 4 de julio de 2025

UNA ESPERA EN EL CAMINO



PONCIANO Cabrales acudía cada tarde, entre lunes y sábados, a la parada del bus en carretera, procedente de Málaga y con destino final en la localidad de Ronda. Esa parada se hallaba situada a unos 150 metros del pequeño pueblo de la serranía rondeña, Olivar del Campo, 170 habitantes, lugar de residencia de este veterano lugareño.  A veces bajaba del autobús algún vecino que se había desplazado ese mismo día u otro cualquiera a la capital provincial. También podría subir algún residente en el pueblo que tuviera la intención de acudir a Ronda, pero lo normal es que el autobús no se detuviera. Pero quien estaba casi siempre en la parada era Ponciano a quien todos conocían. En todo caso, viendo que en bus no se iba a parar, el lugareño hacía una señal al conductor para que siguiera su marcha.

A los pocos minutos en los que el bus de línea desaparecía, tras iniciar una curva, el extraño vecino daba media vuelta y con dudosos o lentos pasos (producto de los achaques de la edad) encaminaba su dirección al pueblo donde tenía su domicilio, pensando que en la tarde del siguiente día volvería a la parada del autobús.  

A los dos conductores habituales, que hacían esta línea entre Ronda y MálagaGERARDO, 50, y AMÉRICO, 37, les impresionaba la presencia de este hombre mayor, que cada día estaba en ese lugar, esperando que bajara del bus algún viajero concreto. Pero ¿quién era ese extraño lugareño, que cada tarde esperaba inútilmente en la parada?

Ponciano había ejercido en su juventud de panadero, aunque a los pocos años había conseguido una plaza de jardinero municipal, profesión que mantuvo hasta su jubilación. Fue precisamente al dejar su vida laboral, cuando cada tarde acudía a ese punto de la carretera, dando la impresión de su esperanza en que alguien, que bien conocía, bajase del autobús. Cierto día, cuando el bus llegó a esa parada en carretera, el conductor Gerardo observó que Ponciano no estaba solo, sino acompañado de un sacerdote que hablaba animosamente con el parroquiano. Sólo subió al autobús el cura, un hombre joven llamado DIAMANTINO, que tomó asiento paralelamente al conductor. Esta oportunidad quiso aprovecharla el veterano conductor, para inquirir información acerca de esa extraña persona que veía cada tarde junto a la parada. El sacerdote, sonriendo, se dispuso a ofrecerle información acerca de su feligrés. 

“No tiene por qué preocuparse, amigo.  Se trata de un buen hombre, llamado Ponciano Cabrales. Ha ejercido durante décadas como jardinero titular de este pequeño municipio. Parece ser que cuando tenía una media edad, tuvo una intensa amistad con la sacristana de la parroquia, CANDIDA, que también trabajaba como peluquera. Entre ellos había una notable diferencia de edad, unos catorce años. Este hombre había perdido a su madre con la que había vivido desde siempre. Entonces buscó el calor y afecto humano en esta mujer quien, conociendo la bondad y la soledad del jardinero, quiso ser amable y cariñosa con él. Ella había tenido un fracaso amoroso con su novio de juventud, por lo que no desechó dar algunos paseos y tomar algunas meriendas, por los jardines del pueblo y en la única cafetería abierta en el pequeño municipio. Especialmente durante los fines de semana, se los veía paseando en animada charla. Desde luego era él quien estaba cada día más encariñado con esta compañera en la amistad, con un amor “necesitado e incluso febril”. Pero la peluquera tenía otros objetivos para su futuro. 

Cuando llegué destinado a la parroquia de este pequeño pero precioso pueblo, hace unos dos años, Ponciano ya había perdido a su compañera de los paseos. A Cándida, a través de una joven sobrina, le había salido un interesante puesto de trabajo en Málaga, una peluquería y salón de belleza, inserto en uno de los grandes centros comerciales de la capital. Lógicamente tenía que trasladar y fijar su residencia en Málaga. Me cuentan que la despedida de ambos fue muy “dolorosa” y emotiva para el jardinero. Viéndolo tan afligido, Cándida le prometió que “más adelante” volvería al pueblo y que entonces hablarían acerca de su futuro. Pero que en ese momento ella no podía dejar escapar una importante oportunidad laboral, en una localidad con tanto futuro como era la capital malagueña. Parece ser que la vida de Cándida, soltera y muy cualificada en su profesión, marchó por otros derroteros, alejados de la sencillez pueblerina de Olivar del Campo.  Borró lo más aprisa que pudo a Ponciano de su vida. Sin embargo, el pobre jardinero mantenía y conservaba su ilusión como el primer día en que “intimó” con esa mujer. Ahora, jubilado y sin familia, desde que su madre falleció, viene aquí cada tarde esperando la llegada de ese amor que su imaginación y la necesidad han creado. Algunos vecinos opinan que “ha perdido la cabeza”. Tal vez este humilde buen hombre eche de menos la amistad y el cariño que su mente creó. La primera persona quien, después de su madre, le había hecho caso en la intimidad de su vida. Así somos. Desde luego es de admirar esa constancia y fe en un cariño que probablemente sólo está en su imaginación”.

Gerardo, el veterano conductor que había recorrido miles de km al volante de diversos vehículos, una muy buena persona, sentía el dolor, la ansiedad y la esperanza de ese pobre jardinero, que creía haber encontrado el cariño y la compañía en la obsesión de su mente, ya en una fase avanzada de su existencia. Este hombre creía firmemente en la vuelta de Cándida, a la que esperaba ver bajar una tarde del autobús procedente de Málaga capital.

Un día, cuando procedente de Málaga se dirigía hacia Ronda, al pasar por Olivar del Campo, Gerardo detuvo el autocar y abriendo la puerta pidió a Ponciano que subiera. “Vente conmigo a Ronda. Te das un paseo y te invito a cenar. En casa tengo sitio para que descanses. Mañana te dejo de nuevo aquí en la parada”. Gerardo quería conocer de primera mano más datos de esa historia que él entendía como de un amor imposible. Quería ampliar la información del cura Diamantino, escuchando al propio interesado.  Ponciano se sintió animado para dar ese buen paseo a la localidad rondeña, agradeciendo al amable conductor su invitación.  

Al llegar a la Estación de autobuses, bajaron del vehículo y emprendieron un largo paseo por la zona ajardinada del Camino de los ingleses y el Tajo, hasta llegar una buena tasca, La Longaniza, en donde servían menús económicos, pero de una apreciable calidad.  Doña Palmira, la dueña del establecimiento ofrecía a sus clientes comida casera a muy buen precio. Un cuenco de caldo de cocido, ensalada de la casa y de postre fruta del tiempo o ese café con leche, bien cargado, que revitaliza dos cuerpos cansados. En todo este contexto relacional, la conversación entre los dos nuevos amigos era fluida y sincera. Lógicamente el tema de Casilda salió de inmediato. 

“Amigo Gerardo, con mi actitud no hago mal a nadie. Así entretengo mis muchos minutos de tiempo libre. Cándida, con la que estuve saliendo y disfrutando de su compañía, me dijo antes de irse que volvería al pueblo, ante mi insistencia para no perder su amistad. Estoy seguro de que algún día lo hará. Siempre he aprendido que la esperanza es lo último que se pierde”. Poco a por, el generoso conductor iba dibujando en su mente la figura de esa mujer que tanta ilusión había generado en el corazón de un hombre mayor, afectado de cruel soledad. Incluso el ilusionado jardinero se prestó a darle la fotocopia de una foto que ambos se habían hecho hacía tiempo, años, paseando por el parque del pueblo. Dedujo que la mujer ahora estaría por la cincuentena avanzada. 

En las semanas siguientes, cuando Gerardo llegaba a Málaga, hizo algunas gestiones por peluquerías de prestigio y centros de belleza, pero sus preguntas resultaron infructuosas. No había rastro de la tal Cándida Albaida. Probablemente esta mujer había encontrado pareja o habría cambiado de profesión. Era como buscar una aguja en un pajar. ¿Dónde estaría esta buena mujer? 

Continuaba viendo a Ponciano por las tardes en la parada, cada vez más desmejorado. Lo saludaba y animaba a seguir esperando. Se preocupó bastante cuando en varias tardes, dejó de ver al jardinero en la parada de Olivar. Como tenía el teléfono de la parroquia de Diamantino le hizo una llamada interesándose por la salud del amigo Ponciano. El antiguo jardinero se encontraba enfermo de los pulmones, pues había sido un gran fumador durante toda su vida. Ahora tenía dificultades para el desplazamiento. Sufría mucho por no poder ir cada tarde a la parada del bus. 

Entonces al imaginativo y generoso Gerardo se le ocurrió una “escénica” idea. Habló con una sobrina, que estudiaba arte dramático en Málaga, contándole la sorprendente y bella historia. Silvia, tras escuchar a su tío, se propuso ayudarle. En la Escuela de Artistas había algunas actrices veteranas. Una de ellas accedió a la insistente petición humanitaria que le planteaba la joven Silvia.  Se ofreció a interpretar ese papel “para pocos espectadores”, asumiendo el rol de la tal Cándida. Sólo tenían esa fotocopia que Gerardo les había facilitado. Contactaron con el cura Diamantino. Entre todos prepararon una representación, a fin de proporcionar unas horas de ilusión a un hombre mayor y severamente enfermo, que había mantenido durante años una fe inquebrantable, en la vuelta de una amiga que por misericordia le había prometido, antes de subir al autobús, que un día volvería. 


Un soleado viernes de junio, Ponciano había sido llevado a la parada, acompañado por el sacerdote del pueblo. Cuando Gerardo detuvo el autobús que conducía en la parada de Olivar del Campo, sólo bajo del vehículo una señora bien caracterizada, quien con su mano derecha hacía rodar un pequeño trolley, mientras en la izquierda portaba una bolsa, conteniendo una suculenta caja de pasteles, comprados en la Confitería Aparicio, obrador de gran prestigio en la capital malacitana. 

Ponciano se emocionó al verla bajar, pues el pelo, la pintura de la cara, el vestido y los zapatos eran iguales que los usados por la verdadera Cándida en la foto. El pobre jardinero, con las lágrimas en su rostro, no cesaba de repetir: “¡Sabía que algún día volverías!  Y no me importa de que puedas estar casada. ¡Yo siempre te querré y te amaré en la distancia!” Gerardo había pedido a su compañero Américo que lo acompañara para llevar el autobús a Ronda. Así que “Cándida”, Ponciano, Diamantino y Gerardo, compartieron una cena fraternal y cariñosa, todos haciendo la humanitaria interpretación para felicidad del pobre Ponciano que con la sonrisa en el rostro mostraba su felicidad por ver y estar, aunque fuera por última vez a su querida Cándida. Las campanas de la antigua iglesia de Olivar del Campo comenzaron a tocar a gloria aquella tarde feliz, en que el antiguo jardinero puso gozar durante unas horas de esa compañía que tanto buscó.

Diamantino y Gerardo nunca supieron si Ponciano también había aceptado, en las entrañas de su conciencia, interpretar el papel que le correspondía en esa humanitaria escenificación. Esa secreta respuesta se la llevó al paraíso celestial, pocas semanas después. - 

 

 

UNA ESPERA

EN EL CAMINO

 

 

 

 

 

José L. Casado Toro

Antiguo Profesor del I.E.S. Ntra. Sra. de la Victoria. Málaga

Viernes 04 julio 2025

                                                                                                                                                                                     Dirección electrónica: jlcasadot@yahoo.es          

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viernes, 27 de junio de 2025

EL MUNDO QUE YA NO ES


Una imagen que solemos ver, en narrativas e historias cinematográficas o escénicas, es el intento de la vuelta al pasado por parte del personaje central del guion. Nos referimos a esa persona de edad avanzada quien, tras un amplio período alejado de sus raíces, vuelve a su localidad o espacio natal, buscando el reencuentro con lejanos familiares, vecinos y conocidos de sus años de adolescencia y juventud. Si ese periodo de alejamiento es amplio, el reencuentro con el pasado suele ser complicado y difícil, pues los recuerdos condicionan su entronque con la nueva situación. En este nostálgico contexto se inserta la base temática de nuestro relato. 

Hace más de cinco décadas, las circunstancias que afectan a todas las personas hicieron que el protagonista de esta historia se alejara o mudara del núcleo urbano en el que había desarrollado su infancia y adolescencia. HIGINIO Carranza ha desarrollado una larga vida laboral de cuatro décadas como educador de un centro de reinserción social ubicado en la localidad costera del RINCÓN DE LA VICTORIA. Vino al mundo en el ecuador secular de la centuria pasada. Desarrolló su infancia y adolescencia en el centro antiguo de la capital malagueña, especialmente en un perímetro urbano que abarcaría la Plaza de la Merced, Álamos, Carretería, Alameda Principal y el Parque, Y dentro de este espacio central, la zona de Comedias, Plaza de los Mártires, Nosquera, Mosquera y la Plaza de Uncibay. Estas arterias viarias eran los referentes urbanos de una Málaga antigua, que iba abriéndose al incentivo turístico y al desarrollismo de los AÑOS 60 Y 70.

Había estudiado Magisterio, plan de 1950. Y a los 18 años ya era maestro nacional. Mientras preparaba oposiciones, tuvo conocimiento de una convocatoria del gobierno civil, para optar a plaza funcionarial de educador, en centros de integración social (lo que en aquellos tiempos pretéritos se denominaban en el argot popular “correccionales”, nombre bastante severo, pero acorde con la cultura del franquismo en su última etapa institucional. El temario no era especialmente difícil y ello unido a su buen expediente obtenido en la Escuela de Magisterio de El Ejido, le permitió obtener una de las primeras plazas, en una oposición realizada a nivel nacional.  Pudo elegir plaza en una ciudad cercana a Málaga, como era Córdoba. En un par de años, mediante concurso de traslado, pudo volver a Málaga, para alegría de sus padres, don FERNANDO, acomodador y portero del Málaga Cinema y doña GRACIA, dedicada a las tareas de la casa. El hogar familiar, era un piso alquilado en la Plaza de los Santos Mártires, esquina a Comedias. 

Como antes se ha citado, el centro educativo al que se trasladaba estaba en la costa oriental de la capital, en la localidad del Rincón de la Victoria. Para evitar los desplazamientos diarios, encontró acomodo residencial en la casa de una señora, doña Adelaida, que alquilaba habitaciones en su amplia vivienda. Con los años pudo dar la entrada. económica para comprar un piso de segunda mano, buscando más independencia y privacidad. Su unión matrimonial fue con una compañera administrativa del centro educador (para internos desde los 10 a los 20 años) llamada HERMI (Herminia) a la que profesaba un gran cariño. De ese matrimonio vino al mundo una hija ISA (Isadora) que fue su gran apoyo cuando un motorista temerario, “embistió” a la motocicleta que Hermi conducía, cayendo ambos conductores por un terraplén. Ese fatídico accidente, con dos bajas luctuosas, generó en Higinio una fuerza espiritual intensa para centrarse en su trabajo, ayudando a numerosos adolescentes y jóvenes que necesitaban los consejos y autoridad de un buen padre, que los avatares de la vida no les habían proporcionado. Su hija Isa tenía 20 años cuando ocurrió ese fatal accidente familiar.  

Las hojas del almanaque continuaban con su caminar inexorable. El día en que el educador Higinio Carranza cumplía su sexta década vital, el centro donde ejercía su función le “regaló” una emotiva fiesta de despedida, a la que asistieron muchos de los alumnos que él buen maestro había tutorizado, además de autoridades educativas de la Administración. Por supuesto que estaba presente en esa emotiva fiesta fraternal su hija Isa, junto a su marido Hernando (funcionario de prisiones) y los dos hijos del matrimonio. El día de su jubilación había llegado.

En la actualidad Higinio Carranza sigue viviendo en su piso familiar, acompañado de los recuerdos indelebles que han presidido su vida hasta el momento. Dado el amplio tiempo que ahora dispone, suele viajar algunos días de cada semana a Málaga capital, con el fin de asistir a las numerosas actividades culturales que programas organismo públicos y privados (conferencias, exposiciones, presentaciones de libros, exhibiciones cinematográficas y teatrales, debates abiertos, conciertos etc. aunque los jueves permanece en el Rincón de la Victoria, dedicando gran parte del día al ejercitarse en el polideportivo municipal, para el mantenimiento corporal físico y anímico. 

A pesar de sus frecuentes visitas a la ciudad donde había nacido y vivido, en su infancia y adolescencia, para distraerse y disfrutar con la cultura, no había dedicado un poco de tiempo para recuperar recuerdos de su niñez, visitando aquellos lugares y rincones en donde había crecido, jugado y donde se había educado en esos años fundamentales para la formación. De inmediato fluían a su memoria los recuerdos de sus amigos, vecinos, y todos esos comercios, tiendas y puestecillos que tanto aportaron a su crecimiento y divertimento hacia la adolescencia y la juventud.  

Un afortunado día, Higinio se propuso recuperar ese pasado que recordaba con precisión y detalle. Esta nostálgica pretensión suele ocurrir a los seres humanos con mucha frecuencia. Pasan los años y no incluimos en nuestros itinerarios habituales calles, plazas y jardines, que significaron mucho en nuestras vidas. Por las razones que fuere, pasan meses y años y no hemos vuelto a pasar por esos entrañables lugares. ¿Y cómo fue esa experiencia que este antiguo educador se propuso emprender, con mucha nostalgia, ilusión y también, por qué no decirlo, un cierto temor emocional? ¿Cómo recuperar aquellos años felices de la infancia y la juventud? 

Higinio poseía una excelente memoria, por lo que recordaba, con una asombrosa nitidez, aquellos establecimientos que poblaban comercialmente su barrio, las personas y vecinos que veía pasar, casi a diario, por delante del balcón de su casa o aquellas tiendas en donde hacía “los mandados” que le imponía la mama Gracia o el papá Nando. En principio pensaba hacer un recorrido entrando desde el sur en la Alameda, Nueva, Especerías, Compañía, plaza de los Sotos Mártires Ciriaco y Paula, Mosquera, Nosquera, Comedias, Carretería… Cuando llegó al templo de los Santos Mártires, con suma emoción entró en el interior del recinto religioso, ahora profundamente renovado y mejorado. Allí lo habían bautizado, recibió la confirmación y la primera comunión, aunque el enlace matrimonial tuvo lugar en la iglesia del Rincón. En este detenido recorrido, se esforzó en buscar y en no encontrar todo aquello que su memoria le proporcionaba. Decenas de pequeños negocios, con mucha vida mercantil en los años 50 y 60. Ahora, la inmensa mayoría de estos comercios se habían convertido en lugares de copas y restauración. 

En lo que había sido una tradicional carbonería, muy popular en aquellos años de la anterior centuria, ahora había sido transformada en un bohemio restaurante vinculado a la Semana Santa. Una gran y elegante edificación que albergó durante décadas un colegio privado, confesionalmente de ideario religioso, había sido “okupado” por grupos contraculturales o de cultura alternativa, defendida por jóvenes de ideas intensamente bohemias, radicales e innovadoras, enfrentados con la autoridad municipal.  Otro antiguo y popular colegio privado en la zona se había reconvertido en un gran bloque de viviendas, albergando en uno de sus extremos una gran casa hermandad de una conocida y antigua cofradía de Semana Santa. Un taller de relojería, paralelo a un estanco y un conocido comercio de ultramarinos, todos ellos reconvertidos en bares y cafeterías. También le impresionó a Higinio en su “histórico” recorrido, observar que una tradicional funeraria había dado paso a un bar de copas, con clientela bastante desenfadada. En una calle interior, con varios edificios dedicados al comercio carnal de la prostitución, hoy estaban aparecían varios bloques de viviendas de alto coste por su centralidad urbana. El local que ocupaba el fotógrafo del barrio hoy lucía como un pequeño taller para los arreglos de ropa. Un puesto de periódicos y revistas, ubicados en un portal, ahora se veía reconvertido en una tienda de productos exotéricos. El barrio también gozaba de una pequeña clínica, dirigida por un eficaz practicante. En su lugar nuevo bar de tapas, para la movida del fin de semana. Aquella tienda de electrodomésticos, en la que todo el barrio compraba (radios, planchas, televisores, lavadoras, neveras, etc.) hoy estaba poblada por las   numerosas mesas de un frecuentado Kebak de comida rápida. La muy visitada gran panadería, situada enfrente del templo de los Santos Mártires, ofrecía hoy servicios de sauna y masaje, utilizando para las piscinas pozos de aguas termales que se descubrieron en las profundidades del espacio. 

Pero lo que a Higinio más le impresionaba era, por el paso de los años y las nuevas generaciones de personas, la inevitable y comprensible ausencia de decenas de vecinos y profesionales, que él memorizaba desde la visión de su niñez. Recordaba casi todos sus nombres, pero esas personas ya habían cumplido su ciclo vital. Ya no estaban en este mundo. Pepe, el panadero. Julio, el carbonero. Aurelio o Antonio, los tenderos. Manolo el de la tienda. Andrés, otro carbonero. Don Luis, el practicante, Alberto, el funcionario de banca y representante de artistas. Paco, que trabajaba en el diario Sur. Paco, que vociferaba la prensa del día, desde su puesto de periódicos, revistas y tebeos. Angel y su mujer, que alquilaban tebeos a los niños de aquellos años. Pepe, el de las máquinas de coser Singer.  La Srta. Encarnación, la madre Maria Jesús, don Justo el cura y otras religiosas, en el colegio de la Presentación. Don Rafael, el rígido y humano párroco de la Iglesia del barrio. Justo, el guardia. Enrico, el de las radios y los electrodomésticos. Y aquel cúmulo de entrañables familias que habitaban en la “Casa Grande”, hoy desaparecida por el ensanche de la calle. 

Mientras paseaba, el educador recordaba a todas esas personas que sustentaron y acompañaron su infancia. No solo los hombres, sino también las decenas de madres y esposas, que en esas relaciones callejeras y de balcón al balcón tanto animaban y vitalizaban el barrio, con sus alegría y penas bien sobrellevadas. 

Eran tiempos en los que se jugaba mucho en la calle, al futbol (utilizando todo tipo de objetos como pelota o balón), el “pilla -pilla”, los policías y ladrones, el salto de la cuerda, el “piso”, las canicas de cerámica y de cristal, las tablas con ruedas de cojinetes y las patinetas (todavía no eléctricas). El centro de distracción de las casas y sus familias era la radio, con sus novelas radiadas, el informativo de las 14:30 y el de las 10 de la noche y el “ritual” de los discos dedicados. No olvidaba tampoco los concursos, que se hacían en los estudios de las emisoras, Radio Nacional de España y Radio Juventud, de la Cadena Azul de radiodifusión.  La radio fascinaba, emocionaba, informaba y distraía, sin interrumpir los quehaceres del hogar. Joselito y Marisol eran los ídolos de muchos niños, de rebanada de pan con chocolate, con las pipas de girasol en el bolsillo. 

Aquel barrio popular en el que había transcurrido la vida de Higinio ya no estaba. En su lugar había otra forma de organizar el comercio, la convivencia y el ocio, por supuesto con otros rostros, otras mentalidades y otros comportamientos de cara a la vida. El barrio donde había nacido, crecido, reído, llorado y jugado, había cambiado profundamente su vestimenta. Ahora vivía en un mundo que ya no es, aquél que aún seguía conservando en los anales nostálgicos y sentimentales de su memoria.


 

Encaminó lentamente sus pasos hacia la estación de autobuses para la zona este, en la Avda. Muelle de Heredia, subiendo a un Portillo que le devolvería una vez más a su lugar de residencia. El sentimiento que mantenía en ese viaje de vuelta al Rincón de la Victoria, tras las entrañables y emocionantes vivencias de aquella mañana y tarde por la barriada zonal de su infancia, era que SU MUNDO” YA NO EXISTÍA. La ley de las generaciones se cumplía inexorablemente en los ciclos de vida que el destino nos quiere conceder. La fugacidad de la vida genera otros escenarios, cambios y vivencias, mientras nos esforzamos por conservar los mejores recuerdos en los tesoros afectivos de la memoria. -

 

 

EL MUNDO

QUE YA NO ES

 

 

 

 

 

José L. Casado Toro

Antiguo Profesor del I.E.S. Ntra. Sra. de la Victoria. Málaga

Viernes 27 junio 2025

                                                                                                                                                                                     Dirección electrónica: jlcasadot@yahoo.es         

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viernes, 20 de junio de 2025

TRAYECTOS DE SENCILLEZ Y AMISTAD

En la mágica creatividad de los relatos, con frecuencia existe un desigual contenido porcentual, correspondiente al espejo de lo real y a lo imaginativo de la ficción. En general, los materiales de esta segunda fundamentación suelen prevalecer sobre aquellos que se generan o nacen desde la proximidad de nuestra experiencia. Sin embargo, esta semana vamos, por el contrario, a priorizar ese contenido que hemos vivido, sin perder de vista esa ficción que siempre resulta atrayente, fascinante, sutil y misteriosa. 

La acción transcurría en el interior de un autobús municipal, línea nº 7, que realiza un trayecto urbano muy extenso. Su recorrido comienza en la barriada de Carlinda, al norte del perímetro urbano malacitano, recorriendo o atravesando casi media ciudad, hasta alcanzar su parada final en el Palacio de Deportes, a pocos metros de la playa Térmica - Misericordia, al sur de la capital. Tan larga travesía permitía u obligaba al diestro conductor a realizar hasta 35 paradas, atendiendo la necesidad de los numerosos usuarios o viajeros que utilizan esta línea. 

Ese jueves primaveral, subí al bus de la línea 7, en la parada número 18 (Estación Málaga Maria Zambrano). Hasta llegar a mi destino, tenía que pasar por 9 paradas. Durante ese espacio de tiempo, el azar hizo que tomara asiento junto a una señora mayor, que sumaba más de seis décadas de vida, según pude conocer después. Su nombre pronto llegó a mi memoria, REMEDIOS. Durante el tiempo que permanecí en el bus, comprobé (a ratos sufrí) la intensa, apasionada, obsesiva necesidad expresiva de mi compañera de asiento. Su locuacidad era de tal calibre, que no tuvo reparo en confiarme, a modo de disculpa amable su “incapacidad para estar callada”. “Mire usted, mi marido, que trabaja en Limasa, me regaña, porque dice que hablo mucho, demasiado”. 

Cuando viajo en un medio de transporte, con un recorrido no demasiado largo, me agrada permanecer en silencio, observando las imágenes que se generan ante mi vista, dentro y fuera del vehículo que me transporta. Sin embargo, en esta ocasión, quise mostrarme amable y educado, atendiendo y escuchando a mi compañera de viaje por varios motivos. Se trataba de una señora mayor, que tenía, que sufría, una exagerada predisposición expresiva hacia los demás. Por naturaleza necesitaba hablar y comunicar. ¿Por qué no darle ese gusto? Bien que me lo agradeció cuando bajó del bus en la parada de Las Delicias. 

Todavía hoy me asombro cómo en el transcurso de nueve paradas, probablemente sumaron unos 15 minutos, fue capaz la buena y expresiva señora de compartirme tantos datos de su sencilla y ejemplar existencia. Me decía que había estado “toda su vida” trabajando en la limpieza. Una parte de ese tiempo lo había hecho trabajando a título particular. Pero desde hacía unos años, se había vinculado a una empresa de multiservicios, que limpiaban, mediante contrato en locales comerciales, oficinas, bloques de pisos y en instituciones oficiales de la Administración. Para poder ser contratada en la plantilla de LIMPIEZAS MALAGA, había tenido que aprender a leer, escribir y a saber operar con “las cuatro reglas”, aprendizaje que había realizado cuando ya superaba los cuarenta años de vida.  A pesar de la dificultad que había tenido para este básico aprendizaje, ahora agradecía y valoraba el esfuerzo que por necesidad había tenido que desarrollar. 

A pesar de su avanzada edad, se la veía en buena forma. La señora se preguntaba cuándo podría jubilarse, porque quería disfrutar al fin un poco de la vida, dedicando el tiempo necesario a su persona e intereses. Añadía que le habían comentado que no lo podría hacer hasta los 67. Quise ayudarla, aconsejándole que consultara con alguna agrupación sindical. “Ahí le informarían con exactitud y sin cobrarle nada por la consulta”. 

Pero doña Remedios quería hablar de sus dos únicos hijos. Se sentía verdaderamente orgullosa de MICAELA. Su hija mayor (le brillaban los ojos cuando me lo contaba) desde siempre había querido ser maestra de niños pequeños. Con el gran esfuerzo de sus modestos padres y la fuerza de su voluntad, alcanzó el título que tanto ansiaba. Fue contratada como maestra interina, teniendo que recorrer localidades diversas de nuestra geografía andaluza. Ahora se había acercado a Málaga capital, la ciudad donde había nacido, estando destinada este curso en la cercana y turística Fuengirola. Para alegría de sus padres, ya la tenían más cerca. Sin embargo, “la pobrecita no tuvo suerte con el amor. Se había unido a un hombre, apuesto pero infiel, con el que tuvo un hijo. Un mal día, a la vuelta de sus clases, se encontró a su pareja en los brazos de una joven búlgara “escultural”. A pesar de que perdonaba a su marido, éste se fue con la ciudadana o emigrante del Este europeo. Las habilidades amatorias de esta perversa mujer pudieron más que el amor y el buen hacer de una ejemplar maestra de niños pequeños. Así de injusta es la vida”.

“Mi hijo ISAAC, el menor de la casa, no ha sacado esa capacidad de trabajo que caracteriza a su hermana. No le gustaba estudiar. Pero se preparó para ser pintor de fachadas. También trabajó en la construcción, como albañil. Pero ahora está contratado en el almacén central de la empresa de productos cosméticos PRIMOR, organizando el paquetaje y los envíos a las distintas tiendas de esta popular y prestigiosa empresa de productos para la belleza: perfumes, cremas, pinturas de uñas, reflejos para los ojos, tintados para el pelo. Gracias a Dios que mi niño está ahora muy bien “colocado”. Además, con sus ahorros se ha comprado un terrenito por la zona alta de El Palo, en donde cultiva productos buenos del campo. ¡Si viera los tomates que me trae! Tienen el sabor de aquellos tomates antiguos. Con su moto va de aquí para allá, para bien ganarse la vida. 

Pero el pobre tampoco ha tenido suerte con el amor. Se le “pegó” una mujer de origen rumano ¡Vaya escasa la suerte que hemos tenido con estas personas que vienen aquí, a sacarnos el poco dinero que tenemos! Eso es lo que hacía con mi hijo. Un día tras otro le pedía dinero para comprar ropa y otras cosas, diciendo que tenía que enviarlas a sus familiares. Él se lo daba todo, porque la quería con locura. Pero un día se cansó de tanto darle para tantos gastos incontrolados y entonces ella, viendo que el “grifo” se le cortaba, lo abandonó. Seguro que buscaría a otro incauto, para sacarle sus buenos cuartos". 

Aunque la Sra. protagonizaba casi todo el diálogo, pude comentarle algún dato personal. “Entonces Vd. también ha sido maestro? Sí, señora, de alumnos un poco mayores, con los que trabaja su hija. Es una hermosa y muy vocacional profesión. Ha de gustarte, para que te sientas feliz ejerciéndola”.

Ya cuando nos íbamos acercando a la parada, en la que mi compañera de asiento doña remedios iba a bajarse, siguió hablando de su trabajo, indicando que ahora iba a limpiar unas oficinas de los seguros Mapfre de la barriada de las Delicias. Prácticamente la buena señora no había parado de hablar en todo el recorrido. Se despidió con cortesía y cariño, deseándonos de manera reciproca un buen día. 

Durante algunos minutos, hasta llegar a la siguiente parada, en donde tenía que apearme, me iba preguntando cómo en esos 15 minutos, mi locuaz compañera había podido transmitirme tanta información de su vida y familia. Verdaderamente Remedios me ofreció una visión de una persona “feliz”, asumiendo perfectamente su labor profesional y su situación familiar. Esta aceptación del rol que las circunstancias le habían hecho estar representando en la vida, sin duda tenían que proporcionarle esa serenidad vital que tanto ennoblece y gratifica. Con poco es mucho lo que se puede conseguir, en función de la propia ambición que cada persona posea. Desde luego su capacidad para compartir sus vivencias resultaba impresionante, admirable e inaudita, siempre y cuando su interlocutor en el diálogo acepte la muy abundante información que en ningún momento ha solicitado. A pesar de llevar tantos datos en la memoria, fui con buen ánimo a recibir mi clase del Aula de Mayores, UMA 55, en las instalaciones del Centro Cívico, perteneciente a la Diputación Provincial. 

Reconozco que, en las semanas siguientes, cuando tenía que tomar el mismo autobús para ir a las clases, tenía la premonición, interés, o curiosidad de poder volver a encontrarme con la Sra. Remedios. Me hacía preguntas de como marcharía su vida y la de los miembros familiares que tan bien había querido, con extrema generosidad, informarme. Deseaba, sinceramente, que lo más pronto posible, esta trabajadora, con muchos años de laboriosidad a sus espaldas, pudiera acceder a la jubilación, que bien merecida la tenía. Pensaba también en las horas acumuladas en la limpieza de suelos, escaleras, pisos, despachos, estantería, oficinas, etc. que esta señora había desarrollado, probablemente sin quejas o al menos con razonables lamentos.  Serían muchas las veces en que se sentiría cansada de ese trabajo de recoger y limpiar la basura de los demás, tan repetitivo y cada vez más esforzado, por el avance de la cronología en su cuerpo. 

Al paso de los días tenía la curiosidad y esperanza de volver a coincidir con Remedios. Pero el azar iba retrasando ese encuentro. Solo una mañana, también jueves, cuando habían pasado numerosas semanas de nuestro fortuito encuentro en el bus de la línea 7, hacía el recorrido habitual hacia mis clases, el “milagro” se produjo. El autobús iba bien lleno de usuarios. Observé como en la parte delantera del vehículo (iba sentado en la parte de la articulación trasera) entre la vorágine vitalista de muchos estudiantes que iban a su instituto de la zona, escuché una voz que me resultó familiar. Me volví (iba sentado de espalda a la dirección del autobús) y observé la silueta de Remedios quien, de espaldas a mí, dialogaba animadamente con una señora también de avanzada edad. Esta mujer, compañera de asiento, no cesaba de repetir “no me lo puedo creer, desde luego que no hay derecho, Tiene Vd. toda la razón, etc. etc.”, frases que iban en relación con lo que doña Remedios le estaba contando. Compartir sus vivencias era lo que bien necesitaba hacer. Nunca dudaría promover la comunicación.  Aunque dudé qué postura tomar, volví a sentarme de espaldas a la dirección, aunque me llegaba algo de la efusiva charla que desarrollaba, con el mayor protagonismo posible, mi bien conocida viajera, doña Remedios. 

Cuando llegamos a la parada de la barriada de Las Delicias, Remedios bajó, junto a otros usuarios, del vehículo municipal. Al pasar al lado de mi ventanilla, hizo el gesto de mirar al cristal de la ventana por el que pasaba. Nuestras miradas ahí se cruzaron. Creo que me reconoció pues, a mi saludo con la mano, ella respondió con una leve inclinación de su cabeza. Pareció esbozar una cariñosa sonrisa. El autobús continuó con su marcha destino a la zona de Los Guindos, Santa Paula, en donde yo tenía mi parada. De lo que estoy seguro es que, si me hubiese bajado una parada antes, doña Remedios tendría abundantes argumentos para seguir hablándome de su vida y familia. Son admirables y singulares estas personas que existen a nuestro alrededor, con las que tienes la suerte de poder cruzarte alguna que otra vez en la vida. Su fraternal sencillez y locuacidad son valores que enriquecen y motivan tu admiración y empatía. -  

 


  

TRAYECTOS DE

SENCILLEZ Y AMISTAD

 

 

 

 

 

José L. Casado Toro

Antiguo Profesor del I.E.S. Ntra. Sra. de la Victoria. Málaga

Viernes 20 junio 2025

                                                                                                                                                                                     Dirección electrónica: jlcasadot@yahoo.es          

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viernes, 13 de junio de 2025

CACAO, SOJA, CANELA Y CAFÉ


El estado del tiempo se había estropeado, lo que ya se adivinaba desde la media mañana. Cuando MELANIA salió de su domicilio, un edificio de pisos antiguos ubicados en la zona de la plaza de Montaño, muy cerca de dos edificios emblemático para la historia de Málaga: el IES Vicente Espinel (tantos años, “el femenino”) y la Iglesia de San Felipe Neri, con el Museo del Vidrio en la acera de enfrente) miró hacia la bóveda del cielo, ahora grisácea y amenazando lluvia. Apetecía un poco de sol, pero en esa tarde otoñal de septiembre, su natural deseo no iba a ser posible. El sol había renunciado a su protagonismo y la brisa marítima enfriaba los cuerpos y “atenazaba” los espíritus.

Esta maestra jubilada, promoción del 65 al 68, inició su paseo de todas las tardes, caminando por las calles del centro antiguo malacitano, sin un rumbo fijo especial. Su cuerpo le pedía localizar un por qué, para el hacer y el entretener. Ese lunes septembrino la señora vestía un ropaje de entre tiempo, pero ayudada con un chaquetón polar que le diera protección térmica. Llevaba pantalones oscuros y unos zapatos negros de cordones, que potenciaban su figura con un pequeño tacón elevador.  

Melania había dejado el ejercicio de la docencia cinco años antes. Físicamente se encontraba bien, aunque los problemas de memoria ensombrecían esos años avanzados para el sereno disfrute de los dones que la vida nos da. Su marido de tantos años, ALVARO, había sido llamado por las fuerzas del destino, dejando en ese hogar (sin hijos) un vacío insoportable, para su sosegada existencia. Era lógico que también echara en falta la alegría y vitalidad de esos “hijos escolares” que siempre mantenían, a modo de magia milagrosa, la misma edad de los 10, 11 o 12 años. Esas dos carencias la sumían en un acre abandono, para su utilidad como persona. Álvaro, empresario de una modesta agencia de viajes, había descapitalizado su patrimonio, sólo él sabía el por qué. Pero le había dado esa compañía, ese afecto y cariño que ahora tanto necesitaba. Como toda persona de edad avanzada, soportaba con paciencia y la ayuda médica y farmacéutica, el diario ritual de mantenimiento, los incómodos achaques y diversas fisuras en el “fuselaje” corporal y orgánico. Pero lo que más le molestaba era esa traviesa memoria, cuyos vacíos en el recuerdo temía no saber a donde podrían llegar. 

Aquella tarde no había renunciado a su largo paseo por los rincones de la gran ciudad, aunque la inclemencia atmosférica le había aconsejado entrar en una cafetería, cercana a la Catedral, establecimiento del que era una asidua clienta, para tomar esa merienda que tanto le reconfortaba. Allí, en la Cafetería Cister, se iba a proteger del viento, de la posible amenaza de lluvia, todo ello con la ventaja de sentirse acompañada o rodeada de otros muchos clientes, además de observar, a través del gran ventanal con cristalera, esas otras muchas vidas que paseaban por la calle. El camarero, al que ya bien conocía, atendía a otras muchas mesas ocupadas, lo que agradeció pues no se le ocurría qué tomar a esa hora temprana de la merienda. El reloj marcaba poco más de las 17:15 h.  Se distraía mirando el trasiego de la genta callejeando, una gran mayoría con apariencia de turistas, con sus movimientos de acá para allá, con sus búsquedas monumentales, sus compras de regalos para llevar y probablemente todos ellos con sus problemas y alegrías, que ponían luz y color en una tarde ventosa y profundamente nublada. 

Al fin se acercó a su mesa TOMÁS, a quien le gustaba llevar una plaquita con el nombre grabado, en la camisa de su uniforme. Era un joven con barbilla en el mentón, que tenía “pinta” de universitario. Posiblemente se pagaba sus estudios ganando esos euros necesarios para la manutención y los gastos diversos. Melania respondió a su pregunta, rogándole unos minutos más para concretar la “comanda”. ¿Qué le agradaría tomar para la merienda? Café, infusión, algún dulce, de los muchos que lucen su escanto detrás del cristal protector. En realidad, carecía de apetencia en ese momento. Sólo quería esperar un poco más y distraerse observando a su alrededor. Miraba y repasaba la carta, inserta en una carpeta plástica transparente, manoseada y algo sucia tras las muchas consultas “en realidad lo que yo deseo es estar aquí sentadita, contemplando el vivir de esas otras muchas gentes que pisan las losetas del suelo peatonal, que ya parece algo mojado. Seguro que están cayendo algunas gotitas de lluvia”. 

En esta situación se encontraba, cuando observó que en una mesa próxima se encontraba un hombre mayor,que tenía ante sí un gran vaso jarra. A través del cristal percibía que debía tratarse de chocolate caliente. Desde luego que emanaba (y llegaba a la mesa de Meli, como muchos solían llamarla) un aroma muy suculento. Durante unos segundos siguió observando a ese apuesto caballero, que a pesar de su veterana edad conservaba el cabello entrecano. La gabardina beige que usaba reposaba en la silla que tenía a su lado, abrigándose con una bufanda gris al cuello. Vestía chaleco celeste, unos vaqueros azul oscuros y calzaba unos zapatos de trekking azul oscuros, con muy buen acabado, parecían impermeables. El buen hombre, en silencio, movía con una larga cucharilla, el contenido de su vaso. 

Tomás le había dejado unos minutos para la decisión a tomar, De improviso, ese cliente de la mesa cercana se levantó de su asiento, acercándose a ella. Sin duda había estado atento a las palabras que se habían intercambiado el camarero y la indecisa clienta. Saludó y se disculpó al tiempo. 

“Yo tampoco sabía lo que pedir. Dado el frescor de la tarde, el camarero me aconsejó “un moka”. Como la leche no me suele sentar bien, me trajo esa combinación apetitosa y caliente de cacao, soja y café. Un poco de canela añadida lo hace verdaderamente delicioso. Y su aroma vitaliza, para tener una buena tarde. Me permito aconsejarlo, pues ya he consumido casi medio vaso del contenido”.

Melania, gratamente sorprendida, sonrió afirmativamente. Entonces el caballero, que se había presentado como RUBÉN, hizo una señal a Tomás. “Lo mismo para la señora. Permítame que la invite”. 

A través de la gran cristalera, los viandantes habían abierto sus paraguas. Una brisa racheada iba llenando el gran cristal de “lagrimas viajeras”. El espectáculo de la gente, caminando cada vez con más prisa, era divertido y otoñal. “Ya que ha sido tan amable, permítame que yo le invite a sentarse en mi mesa, si así lo desea, pues desde aquí se tiene una mejor visión de la vida callejera, con esa fina lluvia que tiñe de color una tarde romántica”. Rubén, agradecido, aceptó la “hospitalidad” que le ofrecía la agradable y bien conservada señora. 

El interior de esta céntrica cafetería, muy próxima a la monumentalidad de la gran Catedral, se iba poblando de clientes necesitados de una buena merienda, que sustentara la tarde metida en lluvia, de la cual deseaban también protegerse. Un hombre y una mujer (podrían ser coetáneos) en esa mesa de ubicación privilegiada, cruzaron sus miradas, sus nerviosas sonrisas y por supuesto sus nombres. Ambos se sentían mejor con el calor de la compañía, como “hermanados, sintiendo el importante valor de la fraternidad.  Rubén mostraba unas formas de educación exquisita, sonrisa algo entristecida y ojos cansados, que reflejaban, tras sus lentes, muchas horas de lectura. De inmediato Tomás trajo en su bandeja otro gran vaso/jarra de Moka, que emanaba aromas golosos en aquella gélida tarde que dominaba la ciudad. Tras romas unos sorbos, sólo acertó a decir, “está delicioso”. 

Los minutos iban “lentamente” pasando, entre los dos comensales que no dejaban de intercambiar sonrisas. Fue Rubén quien supo con habilidad romper ese hielo nervioso que los envolvía. “Si te parece (pronto avanzaron hacia el tuteo) vamos a realizar un pequeño juego.

 ¿Qué nos gustaría ser, si el destino nos hiciese partícipe de una nueva oportunidad en la vida? Empiezo yo, que soy el autor de la propuesta. Entonces Rubén hizo un movimiento con sus manos, como si estuviese tocando las teclas de un piano. “Sería fascinante que toda una gran sala te estuviera esperando, con un ilusionado nerviosismo, para en momentos poder gratificar a ese respetable auditorio con preciosas piezas musicales al piano, haciendo que los espectadores se emocionasen, soñasen, se sintieran felices, con esa acústica mágica que genera la percusión de un teclado, “acariciado” con manos expertas”. ¿Y por qué no has sido ese gran concertista de piano que te hubiese gustado representar”? “Bueno, mis padres no eran grandes aficionados a la gran música. MI profesión ha transcurrido en los severos espacios de una entidad bancaria”.  “Y ahora, me gustaría conocer esa segunda oportunidad que, a buen seguro, tú sabrías aprovechar”. 

“Bueno, te vas a reír. Me hubiera hecho gran ilusión ser piloto aéreo. De esta forma podría sobrevolar por las cordilleras y los valles, por el mar y por la frondosidad de la selva vegetal. Habría podido gozar de la compañía de esas aves del cielo, que viajan a través de las nubes, las ciudades, los mares y los océanos inmensos, además de los riscos escarpados y los valles frondosos de la orografía mundial. Durante mi vida laboral he sido, felizmente, maestra de niños, con los que hemos podido dar rienda suelta a nuestra imaginación sobrevolando con la cultura que atesoran los libros, producto de la investigación y las respuestas humanas a tantos interrogantes como la vida nos plantea”. 

“¿Y si ahora practicamos el juego de las palabras? Aportó la señora Melania. Es muy fácil y divertido. Yo escribo una letra en este papel y tu dices una palabra que empiece por esa letra. Entonces escogemos las dos primeras letras de tu palabra y yo tengo que escribir una nueva palabra que comiencen por esas dos letras. Después tu tendrás que escribir otra palabra que comience por esas tres letras, y así. Sucesivamente”. La habilidad de Rubén y Melania, para la formación de palabras era fascinante. SE distraían como dos niños pequeños convertidos en mayores. 

Y tic tac de los relojes no se detenía. Fue Rubén quien miró el reloj de su muñeca y sonrió. Eran casi las ocho de una noche que avanzaba con su húmedo (en esta ocasión) protagonismo. Continuaba al otro lado de la cristalera la fina lluvia, a veces un tanto racheada por golpes eólicos del viento.  “¿Te tiernes que marchar ¿verdad? Si, ya va llegando la hora de volver al hogar”. Ambos longevos personajes se despidieron con el afecto cálido de la amistad. Había siso una tarde sencilla, divertida y afectiva. Pero al ser la primera vez que se conocían, evitaron intercambiar datos de comunicación. El tiempo decidiría lo mejor en esa nueva amistad.  “Seguro que nos volveremos a encontrar, cualquier día en cualquier oportunidad, como decía aquella romántica película”. La maestra de niños y el profesional de la banca tomaron direcciones opuestas en su caminar, hacia el oeste y hacia el norte de la gran ciudad. 

En la tarde del día siguiente, Melania encaminó sus pasos hacia la entrañable cafetería que miraba a la inmensa Catedral. Obviamente iba con la intención ilusionada de volver a encontrarse con el amigo Rubén. Calculó bien la hora y a poco más de las17:30 ya ocupaba su sitio preferido, que se lo habían cedido una pareja de jóvenes universitarios, precia petición o ruego de la antigua maestra. Esperó que se acercara el camarero Tomás para tomar nota de la petición. “Por favor, tráeme un moka como el de ayer, que bien me recomendó ese cliente tan amable llamado Rubén. Por cierto, ¿no ha llegado todavía? Me refiero al caballero que estuvo sentada en mi mesa acompañándome casi toda la tarde”. Tomás puso un rostro de extrañeza y con sumo cuidado, pues no quería herir a una fiel, educada clienta de bastante edad, le respondió: 

“Señora Melania, quien le recomendó el Moka, por la fría tarde de ayer, fui yo. Estuvo Vd. sola en la mesa, distrayéndose con el ambiente callejero y con la fina lluvia que caía. Igual ha tenido algún buen sueño esta noche. Enseguida le preparo el Moka, muy calentito para que se lo tome con gusto”.

Melania sonrió al amable camarero. Esperando el servicio solicitado, tomó una vez más conciencia de la fragilidad de su memoria. Su mente se encontraba cada vez más cansada. “Debo pedir cita en el ambulatorio y consultarle a don Enrique. Seguro que él me podrá ayudar”. 

Aunque la desmemoriada maestra volvió otras muchas tardes a la cafetería de la calle Cister, no volvió a coincidir con aquel elegante y amable caballero “imaginativo” y cordial que decía llamarse Rubén. Pero nunca perdió la ilusionada y anhelada esperanza del reencuentro. – 

 

 

CACAO, SOJA, 

CANELA Y CAFÉ.

 

 

 

 

 

José L. Casado Toro

Antiguo Profesor del I.E.S. Ntra. Sra. de la Victoria. Málaga

Viernes 13 junio 2025

                                                                                                                                                                                     Dirección electrónica: jlcasadot@yahoo.es          

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viernes, 6 de junio de 2025

EL DIARIO DE SÉPTIMO AMARO


Era una persona “normal”, como tantos otros miles de ciudadanos con los que nos cruzamos cada día, por el laberinto urbano de nuestras ciudades. Anónima, en su privacidad y en su microcosmos vital. AMARONestares, 45, permanecía soltero como consecuencia de la suerte, el azar o por esa voluntad intimista de no buscar vinculación conyugal a cualquier precio. En su intimidad, parecía una persona “rara” para el común de la ciudadanía. “Callejeaba” mucho a diario y no por placer, sino por obligación laboral, ya que con su moto de modesta cilindrada tenía que desplazarse a decenas de hogares para reparar, como perito industrial, electrodomésticos de la gama blanca (frigoríficos, lavadoras, lavavajillas, etc.) Desde hacía años estaba vinculado laboralmente a una gran empresa de multiservicios, que llevaba las reparaciones de las más importantes marcas del sector. 

Esta dinámica laboral distraía su tiempo y le permitía vivir con cierto desahogo para sus necesidades básicas. Pero como le ocurre a tantas personas que viven solas, tenía que arbitrar medios lúdicos variados, a fin de llenar las tardes (su horario de trabajo era de 8 a 15) y, por supuesto, los largos fines de semana, en los que lógicamente descansaba. Las programaciones televisivas y la “navegación” por Internet llegaban a cansarle, por la rutina repetitiva que estos medios representaban. La asistencia a salas de cine también le ayudaba a pasar muchas tardes sabatinas o domingueras. Le ilusionaban los paseos por los entornos rurales de la gran ciudad y también le entretenía su interés por el coleccionismo. En esta peculiar afición, había juntado una gran cantidad de candados curiosos, tradicionales y modernos, conseguidos en los rastros, mercadillos y visitando demoliciones o reformas de pisos antiguos, tras diálogo y negociaciones con los albañiles que desarrollaban su labor.  

Cuando una de esas tardes volvió a su piso, tras tomar el almuerzo y descansar unos minutos de siesta, se sentó un rato delante de su ordenador, antes de salir para dar el paseo ritual por los jardines o grandes superficies comerciales. Iba pasando por las diferentes páginas web, siempre ayudándose del buscador Google, según los temas buscados y relacionados. En un momento concreto, ese buscador lo envió a un blog personal cuyo autor era un gran aficionado al cine y a las artes escénicas. Esa noche, mientras cenaba, fue dándole vueltas a un problema que desde hacía tiempo le preocupaba: la rutina, el insomnio, el sentirse “un tanto vacío” con la vida que iba trazando en su diario caminar por la existencia. Recordó el consejo que el psicólogo de su ambulatorio le había dado: la utilidad de ir escribiendo un diario, aunque fuese con breves textos, antes de irse a la cama. En esas líneas reflexivas debía narrar lo mejor y lo peor de cada día, siempre en relación con su persona. También podría añadir alguna experiencia interesante de la que hubiese sido protagonista o simple espectador. De pequeño, como otros muchos niños hacían, había tenido su propio diario. De esta forma relacionó la elaboración de algún texto escrito cada noche, aprovechando la facilidad de tener un blog propio, un espacio en donde plasmar sus impresiones en cada uno de los días. Lo estuvo pensando y se animó a probar suerte. 

No le desagradaba la posibilidad cierta de que otras personas leyesen lo que él escribía, todo lo contrario. Como iba viendo en los blogs que el buscador Google le ofrecía, los lectores añadían comentarios, sugerencias e incluso intercambio de experiencias, con aportaciones muy interesantes en función de lo que habían leído sobre los escritos del autor. Ese mismo y universal buscador lo dirigió a Blogger escritorio, en donde encontró las pautas necesarias para organizar su propio blog. 

Para mantener en resguardo o secreto su identificación, eligió un nombre supuesto: SÉPTIMO Baltanás. Y esa misma noche comenzó a escribir su DIARIO al que tituló de forma no muy original: MIS VIVENCIAS DEL DIA. Ponía en boca de Séptimo aquello más significativo (anécdotas, éxitos, frustraciones, reflexiones, etc.) que había protagonizado o presenciado en el día que finalizaba.

Lo que había comenzado como un siempre juego, al paso de las noches se transformó en un poderoso e instructivo ejercicio introspectivo, con el que reflexionaba acerca de la “construcción” del día que había realizado. Por supuesto, todo ello puesto en boca de su alter ego, el irreal Séptimo. Y así una noche tras otra. 

El primer beneficio que Amaro fue notando era el irse a la cama gozando de una mayor tranquilidad anímica, consiguiendo un descanso más relajado. Otra ventaja alcanzada era la de localizar aquellos errores o aciertos que con sensatez debía rectificar o intensificar para el futuro. Si esa tarde había visionado una película, discutido con algún vecino o había realizado una compra afortunada, lo importante era recoger la enseñanza que tal vivencia le había supuesto. 

Amaro se imaginaba al tal Séptimo como una persona muy parecida a la suya, incluso ejerciendo su misma profesión. También aparecían en el relato personajes reales, como vecinos, amigo, compañeros, que él bien conocía. Cuando guardaba la reflexión o resumen del día, tenía la convicción de que se estaba haciendo un favor a sí mismo para la corrección y el enriquecimiento personal

No escribía textos excesivamente largos, pues trataba de sintetizar lo más relevante de la jornada, como anécdotas en relación con las reparaciones de lavadoras, frigoríficos y cocinas. Los problemas con los repuestos y sobre todo el trato diferencial, amable o en ocasiones descortés con los diferentes clientes. Comentaba esa película que había visionado en casa o en una sala de exhibición durante el fin de semana, recomendándola o disuadiendo a los lectores para ir o no ir a verla. Aprendió a insertar fotos, para ilustrar aquellos lugares interesantes o curiosos en donde hubiera estado. Sobre todo, hacía gran hincapié en los errores que no debería volver a protagonizar. 

Es de sobras conocido que los blogs son “libros abiertos” a los que todas las personas pueden acceder, para leer, consultar o incluso copiar (lo que no se puede hacer es alterar el contenido de lo escrito, potestad que sólo posee el bloguero autor). El acceso a sus contenidos es libre y universal, salvo que el autor limite la entrada en el mismo a las personas de edad inadecuada. Era obvio que muchos lectores entraban en el blog al tratarse de ¡un diario personal! Resultaba interesante, práctico, distraído, curioso e incluso fascinante, que un autor llamado Séptimo se “abriera en canal” hablando y resumiendo acerca de su vida cotidiana. No sólo los lectores aprendían y se enriquecían de las “andanzas” de Séptimo, sino que el propio autor trabajaba psicológicamente acerca de sus problemas, realizaciones y proyectos. 

“Séptimo” disfrutaba leyendo los comentarios, sugerencias y otras aportaciones que realizaban los internautas que seguían Mis Vivencias del Día. Al fin Amaro tomó la decisión de añadir una nueva dirección electrónica que se había creado, por si alguien deseaba mantener una comunicación privada con Séptimo, evitando el acceso general que el blog posibilitaba. La autoestima y el ánimo de Amaro iba in crescendo, con estas experiencias de “abrirse al mundo”. 

Una noche recibió un correo firmado por CLAUDIA Frías a quien en modo alguno conocía. Tras una breve presentación, esta mujer se declaraba profesionalmente como periodista y escritora. Básicamente le comunicaba su gran interés por conocerlo de manera directa. Confesaba que estaba escribiendo un guion cinematográfico y que esas historias que Séptimo presentaba y resumía cada noche podía introducirla en unos de los personajes que formaban parte del reparto de una futura película, enriqueciendo la trama argumental. De esta manera tan sencilla e inesperada, se entabló una comunicación entre la escritora y el propio Amaro, escudado bajo la persona de Séptimo.  La insistencia de Claudia por conocerlo era gratificante y misteriosa. Al fin el técnico de multiservicios accedió al encuentro, citándose en una cafetería bar de la romántica Plaza de la Merced malacitana. Era viernes, 25 abril, a las 18 horas. El estado del tiempo en esa tarde colaboraba con el ilusionado encuentro. 

Ambos fueron puntuales a la cita. Se saludaron y se presentaron como Séptimo y Claudia. Él, como técnico electrodoméstico de gama blanca y ella como periodista y profesional de las letras, que estaba vinculada a un nuevo periódico local digital, denominado LA TARDE, título tomado de un diario vespertino de la anterior centuria, vinculado a la prensa del Movimiento en Málaga, y que cerró su rotativa el 30 de septiembre de 1975. 

Hablaron, hasta que el Sol, tornado en naranja, desapareció por las sierras montañosas del oeste de la ciudad. “Sí, amigo Séptimo, curioso nombre el tuyo. La historia que tengo entre las teclas del ordenador y la mente creativa es la de un hombre mayor, jubilado y abandonado por su mujer. Había trabajado en una imprenta “de las de antes” con sus letras de plomo, los cilindros entintados y esas impresoras o prensas eléctricas que repetían la misma hoja decenas de veces. Un pobre hombre que, con este abandono familiar, trataba de auto estimularse y distraerse escribiendo cada noche, antes de irse a la cama, una serie de vivencias en el día que ya se despedía. Mezclaba realidad y ficción. Pero él se decía, ¿la realidad no tiene mucho de ficción? ¿La ficción no puede transformarse en realidad? Esta persona solitaria luchaba por no entrar en la tragedia de un bloqueo vital. Pero tengo que buscar un final de la historia con cierto impacto”.

Después de degustar un par de tazas de café, acompañados por unas galletas hojaldradas e integrales, procedentes de un obrador de Antequera, Séptimo se sintió en la necesidad de ser sincero con la apuesta y diligente periodista y también escritora de historias. Le contó la verdad del blog y la firma de Séptimo. 

“Soy Amaro, un trabajador en activo, un tanto cansado y aburrido de la rutina diaria. Precisamente el diario que voy redactando me ayuda a hacer una especie de auto terapia”. Claudia sonrió, ante el gesto sincero de su interlocutor. La periodista Claudia, 38, le explicó que vivía en pareja con un diseñador escaparatista, quien alternaba esta ocupación con actuaciones en un grupo de teatro aficionado denominado La Noria. “No te preocupes, que el personaje de mi guion se llamará Séptimo, nombre que me recuerda al día de la semana que se hizo para descansar. Tal vez fuera ese Creador que todos necesitamos, para tratar de explicarnos el cruel interrogante que supone la existencia vital”. 


Después de este significativo encuentro, las semanas fueron avanzando ya que al tiempo no hay nada que lo detenga. La relación entre el técnico de multiservicios y la periodista escritora se mantuvo en momentos puntuales y espaciados, cuando alguno de los dos amigos necesitaba intercambiar unas palabras para ese dialogo que siempre reconforta. Pero una noche de otoño, eran más de las once, sonó el timbre del móvil en casa de Amaro. Al otro lado de la línea se encontraba Claudia. Sollozaba. Había tenido una muy desagradable trifulca con el escaparatista y actor aficionado, cuyo nombre era SAULO. Se sentía muy triste y humillada. Le pedía a Amaro si le podía dar cobijo en aquella noche lluviosa. Su compañero la había echado de casa, en un contexto de alcohol y estupefacientes. En un gesto de grandeza y amistad, Amaro le facilitó su dirección. Veinte minutos después, al abrir la puerta, observó que Claudia traía algún moretón en la frente. Llegaba empapada de lluvia. “Gracias Séptimo por acogerme y darme esa hospitalidad que en este momento necesito” “Prefiero que me llames Amaro. Tú ya conoces la verdad en la historia del diario blog”. 

En estos momentos, Claudia y Amaro comparten serenamente la vida. Ella aprecia y valora la sencillez y humanidad del técnico electrónico. Amaro goza de la compañía de una mujer que además de saber escribir muy bien, le aporta afecto y cariño, sentimientos de los que ha carecido durante largo tiempo. Por supuesto que “Séptimo” cada noche continúa publicando en su blog trazos de sus experiencias y privacidad, hábito que tan buenos resultado le ha proporcionado para su equilibrio anímico y vivencial.  –

 

 

EL DIARIO DE

SÉPTIMO AMARO

 

 

 

 

 

José L. Casado Toro

Antiguo Profesor del I.E.S. Ntra. Sra. de la Victoria. Málaga

Viernes 06 junio 2025

                                                                                                                                                                                    



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