viernes, 30 de abril de 2021

LA FIDELIDAD LECTORA DE OLIVIA.

Como cada uno de los días laborables, desde hace casi tres lustros, Máximo acude con bastante antelación a la biblioteca pública en la que trabaja, cumpliendo horarios alternos de mañana o de tarde, según el discurrir de las semanas. Esa extrema puntualidad en la hora de llegada al recinto (alrededor de las 8:30, cuando la apertura al público es media hora más tarde, a las 9:00) obedece a su estricta profesionalidad por querer tenerlo todo bien organizado, para la atención de un público fiel que, en su sensata y responsable opinión, merece el mejor de los servicios.

A sus 44 años de calendario vive solo en el domicilio de su propiedad, pues la compañera con la que se unió, Irina, siendo ambos muy jóvenes, decidió un día romper el artificio que mantenían, expresándole abiertamente su deseo de cambiar a un tipo de vida diferente, más contracultural, experimental y arriesgado para la ilusión. El carácter de su compañera era, desde siempre, abierto al riesgo y a la aventura, dando muestras de su tendencia a los cambios, mientras que Máximo, por el contrario, mostraba una naturaleza más sosegada, tranquila y conservadora. Se dieron un adiós civilizado y cariñoso, comportamiento que siguen manteniendo pues, con periodicidad, contactan telefónicamente, especialmente Irina a quien gusta narrar sus últimas experiencias, en ocasiones arriesgadas, en las que se halla juvenilmente inmersa.

Este activo y cumplidor funcionario municipal se encuentra adscrito a la concejalía de Cultura, Fiestas y Deportes, en el Ayuntamiento de la capital malacitana. Antes de que llegue el público lector, a las instalaciones de la biblioteca, suele controlar el trabajo de las personas que realizan la limpieza o la organización diaria, repasando los estantes de las cuatro salas que componen la unidad, colocando en su lugar correspondiente algunos de los libros devueltos y que no han sido llevados al sitio que deben ocupar. También se preocupa de encender los ordenadores ubicados en la sala de informática, sección muy demandada por los usuarios de la biblioteca (es frecuente la impartición semanal de horas de clase a pequeños grupos de interesados, a fin de explicarles y adiestrarles en el funcionamiento de las aplicaciones más comunes para el manejo de los ordenadores allí disponibles).

Los usuarios comienzan a llegar a partir de las 9 de la mañana, pudiendo permanecer en las salas hasta la hora del cierre, fijado para las 20:45 (aunque, desde quince minutos antes, se van dando algunos avisos indicando de que los lectores deben ir guardando sus pertenencias). La mayoría de los que acuden a la biblioteca lo hacen para el estudio, la realización de sus ejercicios y la consulta de volúmenes: son alumnos de la ESO, bachillerato y numerosos universitarios. Tanto por las mañanas como por las tardes, llegan al recinto numerosas personas mayores, normalmente ciudadanos jubilados, quienes desean entretenerse e informarse leyendo los diversos periódicos del día. No faltan aquellos usuarios que también se desplazan a la instalación cultural para devolver o solicitar libros en préstamo, volúmenes que pueden tener en casa por periodos renovables de quince días. Hay una cierta competencia entre estos usuarios, por conseguir las últimas novedades editoriales ingresadas en los fondos de la biblioteca, siendo especialmente demandadas las novelas best-selles de prestigiosos autores, que enriquecen los escaparates y estantes de las diversas librerías.

El personal adscrito para la atención de la biblioteca lo componen hasta cuatro compañeros: además de Máximo, está Telesforo, Miranda y una joven becaria llamada Higinia. Todos ellos se reparten el amplio horario continuado de 12 horas de apertura para el servicio. En cuanto a los lectores y estudiantes, hay entre ellos diversas tipologías y comportamientos cuando acuden a las instalaciones: están aquellos que “luchan” por mantener el sitio que les gusta para la lectura o el estudio; aquellos otros que repiten, con repetitiva constancia, la misma consulta; los que se suelen enfadar, cuando no pueden conseguir la obra o novela del autor afamado, recientemente adquirida por el servicio de cultura y, por supuesto, aquel usuario que se suele “resistir” en el incumplimiento de abandonar el recinto, cuando ya han dado el aviso de los últimos cinco minutos.  En general, el orden interno es bueno y los responsables de la biblioteca sólo tienen que llamar la atención de algunos chicos jóvenes, que vienen por las tardes para el estudio o realizar sus tareas de clase, a fin de que respeten el debido silencio que necesitan aquéllos otros usuarios que necesitan concentrarse en sus lecturas y preparación de los diferentes trabajos. 

Desde que llegó la estación otoñal, a las hojas temporales de los calendarios, hay una usuaria que admirablemente no suele faltar en su visita diaria al recinto bibliográfico.  Su nombre es Olivia, información que facilitó a Máximo cuando éste le estaba realizando el carnet de lectora. En cuanto a los demás datos, tuvo que complementarlos unos días después, cuando al fin pudo mostrar el DNI, documento que por cierto se encontraba caducado. Se trata de una señora de 74 años que muestra su cabello encanecido y recogido, al modo antiguo, en un moño que luce en la parte trasera de su no voluminosa cabeza. Tiene los ojos de color castaño y cansados, con un nivel de visión más bien bajo. El tostado color de su piel tal vez refleja que ha tenido que estar excesivas horas expuesta a la influencia solar, lo que ha provocado una epidermis surcada por numerosas arrugas, confirmando también su avanzada edad. Camina de forma más bien lenta e insegura, mostrando el sobrepeso evidente en las piernas, aunque nunca se le ha visto ayudarse con algún bastón para el equilibrio. En cuanto a su atuendo, viste con una patente modestia. A todas luces, no puede ocultar una disponibilidad económica bastante precaria.

Esta lectora “empedernida” es una de las primeras personas que accede a la biblioteca por las mañanas, ya que incluso son muchos los días en que espera pacientemente a que el funcionario de turno abra la puerta para la entrada del público. Suele ocupar uno de los asientos próximos a los grandes ventanales, que suman la entrada de luz solar a la emitida por los focos eléctricos situados en los techos del recinto. Una vez que deja alguna de sus prendas, para que no le “quiten” el puesto elegido, se desplaza caminando lentamente hacia uno de los estantes, en donde reposa la muy amplia bibliografía disponible en la biblioteca dedicada al mundo del cine.      

Pasa las horas permaneciendo allí sentada durante el resto de la mañana, levantándose de su puesto lector sobre las 13:15 o 13:30. A esa hora abandona la biblioteca, pues se acerca el tiempo del almuerzo. A eso de las tres de la tarde, vuelve de nuevo al recinto bibliográfico, repitiendo el mismo protocolo desarrollado durante las horas matinales. Sigue manteniendo su presencia en ese mismo u otro asiento, hasta que suena el primer aviso para que los lectores vayan guardando sus enseres, devolviendo los libros que hayan consultado y abandonen el recinto, pues es inminente la hora de cerrar. Olivia es una de las últimas usuarias en levantarse de la mesa, caminando lentamente hacia la puerta de salida. Y así es la presencia de esta señora mayor, un día tras otro.

No suele merendar a media tarde, como la mayoría de los usuarios hacen, saliendo a tomar un café o a consumir alguna chuchería en los jardines anejos a la biblioteca.  Pero en algunas ocasiones, la tenaz observadora de páginas se levanta de su silla para ir al servicio, llevando en su mano un pequeño envoltorio, bolsita de plástico que ha extraído previamente de su muy ajado y gastado bolso. Máximo, que la observa con curiosidad y discreción, deduce que porta en la mano algo para consumir, como algunas galletas, fruta o tal vez una onza de chocolate. Aunque las normas de la biblioteca no lo permiten, él hace como si no la hubiera visto, pues entiende que la señora algo tendrá que merendar, tras permanecer tantas horas delante de ese su libro elegido.

De vez en cuando, Máximo da cortos paseos por los pasillos de las salas. Siempre que pasa junto a la mesa ocupada por Olivia, observa que esta lectora suele elegir el mismo libro en la sucesión de los días, grueso volumen que una vez abierto permanece por la misma página durante largos y prolongados minutos. La ve mirando y remirando esas grandes fotos que aparecen impresas en blanco y negro o a todo color en las páginas del volumen. Aunque ya conoce el libro que elige la voluntariosa y animosa lectora, GRANDES ACTORES EN EL MEJOR HOLLYWOOD, una mañana antes de abrir la biblioteca dedicó unos minutos a ojear el índice y el contenido del muy grueso ejemplar. Los numerosos capítulos reflejados en el índice hacían alusión a muy elaboradas y sintéticas biografías de los míticos actores y actrices, preferentemente pertenecientes al cine clásico.

En esa observación que Máximo realizaba sobre la tenaz lectora, percibió que, en la mayoría de las ocasiones, las páginas del libro estaban abiertas por personajes masculinos. Las biografías que Olivia miraba “extasiada” eran mayoritariamente de actores, sobre las actrices:  Gary Cooper, Clark Gable, Cary Grant, Robert Taylor, Charlton Heston, James Dean, Frank Sinatra, Laurence Olivier, David Niven, Montgomery Clift, Michael Caine, Gregory Peck, Marlon Brando, Alec Guinness, Paul Newman, James Stewart, etc. Aprovechando un día en el que el frío “apretaba”, mezclado con una fina llovizna, siendo las seis de la tarde, se acercó a la señora manifestándole con delicado respeto las siguientes y generosas palabras:

“Doña Olivia ¿le apetecería ir a merendar? Si me lo permite, sería un verdadero placer poder invitarla. La tarde se ha puesto con un tiempo incómodamente desapacible. Hay una cafetería aquí muy cerca, a dos puertas de la biblioteca. Y no se preocupe por el “chirimiri” que ha comenzado a caer, que no será una larga caminata. Por previsión, tengo aquí bien guardados en mi despacho una colección de paraguas, adornados con los más variados motivos o dibujos. Este valioso material es muy oportuno para protegernos durante los días de lluvia. Aunque le resulte increíble, lo he ido formando pacientemente con los paraguas que se han ido dejando u olvidando los usuarios en los servicios o zonas de la biblioteca y que posteriormente no han reclamado”.

La señora aceptó encantada la gentil, divertida y generosa invitación que le ofrecía el encargado de la biblioteca. Una taza de café con leche, bien caliente, templaría sin duda un cuerpo que necesitaba, obviamente, algún alimento. Además de la reconfortante infusión, Olivia mostró su buen apetito consumiendo unos sabrosos bizcochos que, con el mayor agrado, mojaba en la muy aromática taza. No sería esa la única tarde en que el encargado y la veterana lectora compartieron esos gratos minutos para la merienda y la conversación. Era más que evidente que la anciana carecía de medios económicos, pero sobre todo se la veía profundamente agradecida por ese ratito de compañía que le regalaba el bondadoso funcionario de la biblioteca pública.

La historia de la septuagenaria doña Olivia Pinal Alara, estaba llena de sencillez, hermosura, otoños y primaveras con encantos, para el deleite de aquellos que quieren y tienen la suerte de saber escuchar. La suya había sido una vida entregada al esfuerzo del trabajo diario, como operaria eventual en una fábrica de conservas de pescados. Prácticamente huérfana de ambos padres, en los complicados años de la adolescencia, fue criada por una cariñosa tía abuela que que por ley generacional la dejó en profunda soledad familiar, cuando Olivia se encontraba iniciando su tercera década existencial. Siempre fue habilidosa en las tareas artesanales, aunque por esos azares del destino, en los años de la posguerra de la anterior centuria, apenas recibió adiestramiento escolar. Su cultura era de origen visual y costumbrista o dicho de otra forma, sufrió durante toda su vida un profundo analfabetismo, que ella solía “paliar” con ese aprendizaje mímico de saber cumplir sus obligaciones laborales, mientras seguía viviendo en ese erial intelectivo, en el que las palabras escritas siguen sin entenderse, aunque la memorización y aplicación de los vocablos orales permiten la subsistencia para caminar por la complicada “selva” de lo social.  

Una mañana de invierno Olivia no estaba esperando a esa hora temprana ante la puerta de la biblioteca, para ocupar su habitual puesto lector. A Máximo le extrañó su ausencia, aunque entendió que, con el frio que hacía en la calle, la buena señora habría decidido quedarse en casa o incorporarse al recinto cultural algo más tarde. De todas formas, no apareció durante ese día, ni en aquellos otros que vinieron después. Ante ese “anormal” comportamiento, en una persona tan repetitiva en sus hábitos, pensó que tal vez se encontrara enferma. El carácter de este encargado bibliotecario le hizo buscar una explicación que aportara luz a una ausencia que aún sin incumbirle, provocaba sus dudas, temores y preocupación. A través del fichero de usuarios registrados, localizó fácilmente la dirección que buscaba y en esa tarde que tenía libre, por turno rotatorio, se encaminó hacia la barriada en donde los datos indicaban el domicilio de la veterana lectora.

Era una zona urbana de sociología mayoritariamente humilde y modesta, concepción que Máximo pudo fácilmente contrastar cuando entró en una antigua corrala, habitada por numerosas familias, en la que se percibía un patente hacinamiento y una pobreza manifiesta. Hizo algunas preguntas, a las personas que en el gran patio encontró y pronto estaba ante la señora Olivia, que permanecía postrada y enferma en la cama. Ocupaba una pequeña habitación, en un piso que habitaban dos hermanas mayores y solteras, propietarias del inmueble, alquiler por el que tenía que pagar una módica cantidad mensual. La humedad era elevada en esa planta baja de la puerta nº 9. Había que estar bien abrigado, ante la carencia de cualquier elemento eléctrico con el que combatir el frio reinante en un habitáculo que rebosaba descuido en la limpieza. Además, observó la ausencia de elementos que aportaran un cierto confort a sus inquilinos.

Amanda y Roberta, las dueñas de aquel “tugurio” explicaron al asombrado y preocupado visitante sobre las fiebres que sufría “la Olivia” y las medicinas que el médico había enviado, tras la visita de urgencia que hizo a la paciente, una noche en que su estado febril la hacía delirar. Por fortuna aquella tarde de enero, postrada en su inhóspito aposento, Olivia se sentía un poco mejor y, con emoción manifiesta, agradeció a su amigo Máximo que la hubiera localizado y visitado, para compartir un ratito de conversación. El generoso funcionario municipal había tenido el feliz acierto de llevar consigo el libro habitual que elegía la señora, en sus visitas diarias a la biblioteca. Cuando se lo entregó a su interlocutora, para que lo pudiera tener en casa el tiempo que necesitara, ésta le respondió con una sonrisa agradecida, revelándole un secreto que el sagaz encargado sospechaba, dado el comportamiento diario de la fiel y constante lectora.  

“Querido Máximo, tengo que confesarte que las duras circunstancias que tuve que soportar en mi ya muy lejana infancia, impidieron que aprendiera a leer o a escribir. Soy de esas analfabetas que por la práctica diaria, entienden lo que otros dicen y pueden expresar lo que quieren decir, Ciertamente con imperfección, pero con la mejor voluntad. Yo lo que aprendí fue a “leer” y entender las imágenes de las películas, mi única gran afición de toda la vida. Por eso ahora disfruto viendo las fotos de mis héroes favoritos en la pantalla, distrayéndome con las láminas de ese gran libro que has tenido la caridad de traerme, en el que vienen también otras muchas fotos de las películas que hicieron y que yo recuerdo con admiración y cariño. Además de disfrutar con esos recuerdos de las películas y los actores, el calorcito de la biblioteca me sienta muy bien. Allí no paso frío, estoy segura de otros peligros que pasan en las calles y paso las horas también viendo lo que hacen unas y otras personas que ocupan los asientos disponibles en las salas”.

Fue una tarde en sumo interesante y reveladora, que Máximo no olvidará. Tras despedirse de su veterana amiga, le prometió que volvería algunas tardes, en los próximos días, para leerle párrafos interesantes correspondientes a las biografías de esos grandes actores que tanto emocionaban los recuerdos de la anciana señora. Antes de salir de la vivienda, habló con las dos hermanas y les entregó alguna cantidad, rogándoles atendieran en lo posible a la señora mayor que tenían en su piso. Les aclaró que iba a realizar gestiones, a fin de que los servicios sociales del Ayuntamiento facilitaran alguna ayuda para la atención que esta persona, sin familia conocida, y carente de medios.

Mientras caminaba hacia su domicilio, aprovechando la tímida e intermitente protección de algunos balcones y las viseras protectoras para sol y la lluvia (que había comenzado a caer) reflexionaba sobre esas vidas que laten con dificultad a nuestro alrededor, como era el caso entrañable y necesitado de Olivia. Son personas para quienes la vida, el destino, la suerte y las circunstancias no han sido especialmente generosas para depararles, en esas postreras edades difíciles, el bienestar, compañía y el “calor” afectivo necesario que, sin duda, se han merecido. Y todo ello después de una trayectoria humilde, modesta pero también plena de honradez y esfuerzo en el desempeño laboral. “Mientras que de mi dependa, Olivia tendrá ese cobijo material y el apoyo afectivo, tanto en la casa de los libros, como en la realidad íntima de su andadura existencial”. Las finas gotas de lluvia, a modo de agujas benefactoras, seguían humedeciendo y cubriendo las losetas gastadas de las aceras y el árido asfalto de las calles. Máximo continuaba un itinerario cada vez más desierto de público viandante, almas taciturnas que se desplazan presurosas hacía la realidad íntima de unas vidas en familia. –

 

LA FIDELIDAD LECTORA

DE OLIVIA

 

 

José Luis Casado Toro

Antiguo Profesor del I.E.S. Ntra. Sra. de la Victoria. Málaga

30 ABRIL 2021

Dirección electrónica: jlcasadot@yahoo.es           

Blog personal: http://www.jlcasadot.blogspot.com/

 




 

viernes, 23 de abril de 2021

POLIVALENTES SERVICIOS CONTRA LA SOLEDAD.


Hay tardes en las que pasamos un buen rato recorriendo las incentivadas ofertas que realiza algún gran centro comercial. También dedicamos muchas horas de la semana a ponernos delante del ordenador, visitando y consultando numerosas páginas web, siempre contando con la valiosa ayuda del buscador Google. Los medios de comunicación también reclaman nuestra atención diaria, ya sea la radio, la televisión o la prensa escrita. Obviamente, las ofertas culturales motivan y enriquecen nuestra necesidad, animándonos a acudir a los cines, a los teatros, a los museos y a los auditorios musicales. Cuando entramos en cualquier comercio, observamos con atención y curiosidad todo aquello que ofrecen en sus escaparates y expositores. En todas éstas y más oportunidades, hay casi siempre un elemento común que trabaja con hábil psicología nuestra expectativas y deseos: la dinamización publicitaria. A través de la plétora de anuncios que inundan o “bombardean” nuestra existencia y de la propia experiencia que vamos acumulando, a estas alturas de la Historia tenemos que reconocer que todo, o casi todo parece está ya inventado. La imaginación e iniciativa empresarial facilita que la menor necesidad, ilusión o servicio que anide en nuestra mente se pueda comprar, siempre y cuando se posean medios económicos para hacerlo y la propia ciencia investigativa lo haya hecho posible. Pero ¿de verdad está ya todo inventado? se preguntaban una tarde Herma y Darío. Veamos un poco más detenidamente este muy común interrogante.

Herminia Rogado y Darío Villareda eran dos jóvenes postgraduados que trataban de abrirse paso en la vida, ejerciendo aquello para lo que habían sido formados, aplicando a este fin un continuado sacrificio y tesón. Pero la suerte o la oportunidad les estaba siendo esquiva, en tiempos castigados por la contracción económica.

Se conocieron e intimaron desde el primer año universitario en Psicología, facultad en la que ambos estudiaban. Decidieron, de mutuo acuerdo y apoyándose en sus modestas familias, afrontar la experiencia de ponerse a convivir en pareja, ya desde el tercer curso de carrera. Durante esa etapa final de la universidad y en los primeros años posteriores a su graduación, intentaron trabajar en este ámbito de la psicología, visitando y enviando por doquier sus bien conformados currículos académicos. Fueron múltiples las puertas a las llamaron con entusiasmo y convicción, pero sin encontrar receptividad en los destinos elegidos. La ayuda de sus respectivas familias no era suficiente para sostener sus necesidades básicas, por lo que tuvieron que aceptar trabajos, todos eventuales o temporales, en las más diversas e ingeniosas actividades. El objetivo era seguir subsistiendo, hasta hallar una actividad, más o menos estable, que estuviera vinculada a su preparación académica.

Tanto por su tesón, como por los designios de la suerte y la oportunidad, fueron encontrando algunos “balones de oxígeno” que les proporcionaban esos euros tan necesarios para su mantenimiento en el día a día. Afrontaron sin escrúpulos trabajos de “canguros” ocasionales, jornadas de sustitución sirviendo pizzas en las mesas o llevando pedidos a los correspondientes y “hambrientos” domicilios, también reponiendo mercancías en las estanterías y expositores de los supermercados o repartiendo publicidad variada, por esos buzones “aburridos” que no abandonan la esperanza de recibir, alguna vez, una carta amable y afectiva.

Pero ambos jóvenes se sentían cansados y un tanto desanimados por ir “mendigando“ unas horas de trabajo que carecían no sólo de la necesaria continuidad, sino que además no les compensaban para desarrollar esa creatividad profesional que el objetivo de sus voluntades y preparación demandaba. Una tarde, en la que ninguno de ellos tenía trabajo alguno programado, decidieron dar un constructivo paseo. En su transcurso, tomaron asiento en unos jardines, no lejos del puerto malacitano y, tras unos minutos de silencio, entrecruzaron sus miradas, prometiéndose “estrujar” la imaginación para organizar y ofrecer algún un servicio a la ciudadanía que tuviera el motivador plus de la novedad y que de camino ofreciera cierta continuidad a su esfuerzo laboral.  Hablaron largamente sobre varias posibilidades. Tras ir repasando las distintas opciones, se detuvieron en una realidad social y personal que habían detectado con sus innatos hábitos observadores

“Hay personas a quienes no les agrada tener de comer en la soledad de una mesa. Esta necesidad se agudiza en aquellos que han de realizar continuos viajes de negocios, como son los representantes de productos o los ejecutivos empresariales. No olvidemos tampoco a todas aquellas personas que están atravesando un momento difícil en sus vidas, debido a múltiples factores. Tampoco podemos pasar por alto a los hombres y mujeres que no han podido formar una familia estándar ¡Como olvidar a todos aquellos que necesitan hablar y no tienen con quién hacerlo!”

A partir de esta idea nuclear, durante las siguientes horas y días fueron organizando el esquema de un interesante y atractivo servicio, especialmente sugestivo e imaginativo y con un plus de novedad, que podía ser muy bien recogido por aquella parte de la sociedad que soportaba momentos puntuales o prolongados de sufrimiento con el trauma de la soledad. A ese servicio, que en su momento ofertarían a través de las páginas de Internet o en publicidad callejera, lo titularon en principio con la siguiente y motivadora frase:

 

PODEMOS FÁCILMENTE AYUDARLE, PARA QUE NO SE SIENTA SOLO. 

Le acompañamos. Le hablamos. Le escuchamos

Y a continuación explicaban someramente la potencialidad de su innovador y dinámico servicio. Estarían junto a la persona que contratara la prestación, en las más variadas actividades o circunstancias: realizando un viaje; asistiendo a una sesión de cine, teatro o concierto; visitando a un familiar; paseando por la ciudad o llevando a cabo una caminata senderista por el campo; comprando en cualquier establecimiento; asistiendo a una consulta médica; realizando el almuerzo o la cena, tanto en casa como en un establecimiento de restauración elegido al efecto; tomando una copa o similar en un bar o terraza pública; asistiendo a onomásticas, cumpleaños, fiestas de Nochebuena, Navidad, Fin de Año u otros eventos diversos. Y así, ofrecían un largo listado de disponibilidades.

La cuota por la prestación del servicio estaría en función de los minutos aportados por la compañía, con unas escalas variables en los precios. Se partiría de un mínimo fijo de 1 hora, por valor de 7 €. Las dos horas de compañía supondrían 11 € de coste. Las 3 horas alcanzarían los 14 €. No eran precios elevados, pues el acompañante ayudaría en lo posible al cliente, hablándole, animándole, escuchando sus objetivo o propósitos, sus problemas, sus necesidades, sus ilusiones. Las compañías superiores a las tres horas, por deseo o imprevistos ocasionales, ya serían negociadas en cada uno de los casos.

En principio, el cliente solo se comprometía a invitar a la persona que le acompañaba a una consumición de café, té o bebida refrescante, aunque el desarrollo de la actividad ofreció ejemplos muy diversos, desde aquellos que deseaban compartir el almuerzo o la cena, hasta aquellos clientes que pagaban los billetes de avión o tren y por supuesto las entradas en los espectáculos a los que asistían.

Para la difusión de estos servicios, crearon una página web en Internet que pronto fue muy visitada y enriquecida con numerosas preguntas, supuestos y las necesarias aclaraciones. No se limitaron a publicitarse por la gran Red de Redes, sino que también repartieron una buena cantidad de hojas informativas, por los tablones de anuncios de las facultades universitarias, centros comerciales y organismos públicos y privados que autorizasen su difusión gratuita. Obviamente, en todas estas hojas informativas y en la página oficial del servicio se anotaban dos números telefónicos, una dirección de whatsapp y un correo electrónico, en donde poder contactar para aclarar o ampliar la información y, en los casos afirmativos realizar la contratación del servicio, fijando las horas y los lugares correspondientes para los encuentros.

El eco de su cuidada difusión comenzó a generar positivos resultados. Desde las primeras experiencias, fueron tomando conciencia de lo útil que les iban a resultar sus académicos conocimientos en psicología, para saber tratar, de la mejor forma, a estas personas que sufrían, en diversos grados y matices, el ingrato trauma de la soledad. En alguna ocasión, hubo clientes que solicitaban que fuera la pareja de Herma y Darío, pues se sentían mejor con un diálogo a tres sobre dos. También se encontraron con clientes que se mostraron especialmente generosos, no sólo en el plano económico, sino también en el afecto y la amistad que deseaban y necesitaban cultivar. En correspondencia a este innovador servicio, la pareja de psicólogos pronto acumuló unos interesantes ahorros que “oxigenaban” con esperanza y futuro su más que precaria economía.

En un relato de esta naturaleza sería narrativamente imposible abordar el listado de los encargos que fueron recibiendo. Sin embargo, nos vamos a detener en dos casos, seleccionados entre los más significativos y que más impacto y experiencia les produjeron.

Una de sus primeras experiencias fue con Adeodato, un modesto ciudadano que trabajaba como auxiliar administrativo en una empresa consignataria para el transporte naval y agencia de aduanas, ubicada en el puerto malacitano. Cierto aciago día, cuando volvía de celebrar una cena colectiva en honor de un compañero que se jubilaba, conduciendo con algunas, bastantes copas de más, fue protagonista de un desafortunado accidente de tráfico, con resultado fatal para la persona a la atropelló en un paso de cebra. Para colmo, este ciudadano había tenido algunos problemas previos con infracciones de tráfico, lo que conllevó la generación de un procesamiento penal, acusado de un delito de imprudencia temeraria, conducción con un grado elevado de alcohol en el cuerpo, todo ello con resultado de fallecimiento.  

La sentencia de culpabilidad manifiesta conllevó la pena de cuatro años y un día de prisión, además de una fuerte indemnización de la que se tuvo que encargar para el abono penal el seguro de coches que, necesariamente, tenía contratado. Los tres años que hubo de permanecer en prisión no sólo afectó a la pérdida de su puesto de trabajo, sino que a nivel familiar su propia mujer no supo o quiso esperarle, rompiendo el vínculo matrimonial que habían mantenido durante diecisiete años, rehaciendo su vida con otra persona. La única hija que tenía en su matrimonio, tratando de superar el trauma que había afectado a la familia, se trasladó para trabajar a Inglaterra, en donde también formó su propia familia, sin preocuparse en modo alguno de la situación penal y afectiva que tenía que afrontar su progenitor.

Ya en libertad, Adeodato, que en ese momento sumaba los 45 años de vida, tras grandes esfuerzos pudo encontrar hueco como vigilante nocturno en una de las naves filiales de su antigua empresa, degradación profesional que se avino a aceptar, con el fin de disponer de un puesto de trabajo que le permitiera vivir dignamente con lo imprescindible. Su degradado ánimo se vio muy afectado por la soledad, debilidad psicológica que no sabía bien como reconducir y superar.

Fue uno de los primeros clientes que tuvo Herma, para acompañarle en la comida dominical del medio día, que realizaba en un popular y barato restaurante de la zona del Barrio de la Luz, no lejos de la vivienda/apartamento que tenía alquilado por la zona. La dinámica psicóloga supo actuar con diestra profesionalidad y generosidad, en los domingos sucesivos en que acompañó a Adeodato durante su almuerzo del mediodía. El ahora vigilante de muelles aprendió, con esas gratas y profesionales horas de compañía, a recuperar sus fugadas y añoradas sonrisas.

Otro de los servicios más extraños y difíciles, que guarda en su memoria Dario, fue el de Elisardo, un jesuita secularizado, quien a sus cincuenta y dos años se había enamorado. El objetivo de su febril y apasionada atracción era una bella y frágil jovencita de pueblo, llamada Laria.  La conoció tras unos días de acción misional, desarrollada en la localidad donde la chica residía, trabajando como expendedora en una confitería – panadería del lugar. Después del “flechazo” que parece había sido recíproco, la relación sexual entre ambos la mantuvieron en celoso secreto, utilizando todo tipo de hábiles artilugios para el social disimulo. En poco más de unas semanas de afectivos contactos, el jesuita ya tenía decida, con la mayor convicción y firmeza, que abandonaba la nave clerical.

Aunque el superior de la Compañía, conociendo los hechos, intentó enviarlo durante algún tiempo a tierras de Sudamérica, a fin de que recuperara la sensatez, el padre Elisardo se mantuvo en sus trece y aplicó acción acelerada al proceso administrativo de su desvinculación clerical o secularización. Concedida en capítulo urgente la licencia correspondiente, a fin de evitar el escándalo social, el ya antiguo religioso se propuso normalizar la situación, entablando contacto con la familia de la chica, personas de extrema mentalidad conservadora, que sin duda iban a reaccionar de manera visceral cuando tuvieran conocimiento de que su Laria, hija única de 26 años, estaba siendo pretendida por un señor “mayor” para desposarla. Los dos enamorados habían decidido ocultar, por todos los medios, el origen “profesional” de Elisardo, explicando que se ganaba la vida como profesor de latín, impartiendo clase en diversos centros privados. Lo cierto es que el ex - jesuita sólo tenía parientes lejanos, que residían en el norte peninsular. Por ello, cuando habló con Dario y le narró detalladamente la situación, le pidió que le acompañara en el delicado momento de presentarse ante Palmiro y Catalina, los padres de su amada, conocidos cabreros del municipio rural. Tras difícil negociación, al fin Darío aceptó acompañarle en ese difícil e incierto trance. El asunto era que sería presentado como un hijo adoptado de don Elisardo, ante de “enviudar” de su primera mujer y que había venido de tierras argentinas, donde trabajaba vinculado a una ONG, para estar presente en la aludida y complicada “ceremonia” de presentación. Tras la cómica, pero sofocante, escenificación, Dario se prometió que no volvería a ceder en estos ingeniosos artilugios, que fueron bien retribuidos por el “nuevo” profesor de cultura clásica.

La empresa de Herma y Dario continúa funcionando en la actualidad bastante bien, generando constantes ingresos que prudentemente guardan o ahorran la pareja. Entre sus proyectos, a medio plazo, quieren organizar una empresa de asesoramiento y consultas de psicología, aunque por el momento no piensan abandonar sus obligaciones en PODEMOS FÁCILMENTE AYUDARLE, PARA QUE NO SE SIENTA SOLO”.

Lo cierto de esta curiosa historia es que, efectivamente, no todo “está ya inventado”. Siempre quedan resquicios, en el amplio mundo de los servicios, que permiten abrir caminos a las mentes y voluntades emprendedoras, en esta difícil época para la normalidad laboral.

Parece también una evidencia que, hoy en día, hay que pagar por casi todo. Cualquier servicio bancario lo confirma. Hasta por tener una cuenta bancaria te cobran los gastos de mantenimiento. En el ámbito de la medicina privada, el copago está ya bien establecido y asumido. En la información mediática por Internet, la mayoría de las cadenas periodística te exigen la cuota anual o mensual, para que puedas leer, además de los titulares, el desarrollo narrativo de los artículos y noticias que publican. La lista de los tributos y pagos, por los más insospechados servicios, sería para empezar y no acabar. Y el ciudadano va cediendo y asumiendo esas imposiciones, que llenan las arcas de los más poderosos e ingeniosos. Pero resulta significativo y motivo de honda reflexión, que el estar acompañado tenga la contraprestación de unas cuotas, vinculadas a las horas y minutos de nuestras vidas. La pareja formada por Herma y Darío tuvo la imaginación y clarividencia necesaria, para utilizar uno de esos escasos resquicios que todavía van quedando, en el densificado y polivalente mundo de los servicios terciarios, aquéllos que bien dinamizan la estructura económica que articula el funcionamiento de nuestra sociedad. -

 


POLIVALENTES SERVICIOS CONTRA LA SOLEDAD

 

José Luis Casado Toro

Antiguo Profesor del I.E.S. Ntra. Sra. de la Victoria. Málaga

23 ABRIL 2021

Dirección electrónica: jlcasadot@yahoo.es           

Blog personal: http://www.jlcasadot.blogspot.com/