Herminia ha ejercido ejemplarmente como maestra
nacional, durante el prolongado período de casi cuatro décadas. Durante gran
parte de ese admirable servicio a la comunidad lo ha desarrollado en distintas
localidades de la Andalucía rural, pues siempre le ha agradado la proximidad de
la naturaleza y el contacto con la forma de ser de las personas que viven en
esos sosegados pueblos blancos, de agricultura y ganadería, en donde
consideraba que las relaciones eran más entrañables y fructíferas para la
proximidad y la amistad. Sin embargo, en la última fase de su proverbial
vocación, decidió solicitar traslado a la capital malagueña, su localidad
natal, a fin de convivir con su madre Florencia,
como única hija de la muy veterana señora, cuando esta hubo de afrontar el
amargo pero natural trance de la viudedad.
La
“complicada” alegría (para una profesional mentalizada en el firme sentimiento
vocacional) derivada de su muy merecida jubilación, al cumplir la séptima
década de vida, quedó duramente ensombrecida cuando a poco su querida madre
Florencia se le fue al reino de las estrellas (como ella pacientemente
manifestaba) en un infausto y lluvioso otoño para el recuerdo. Un problema
coronario fue la fría explicación médica.
Pero Herminia
se sentía aún “joven” de espíritu y siempre vitalista en sus ideales e
ilusiones. Ferviente amante de la lectura (prácticamente a novela por semana)
dedicaba largas y gozosas horas para descubrir historias a través de las
páginas amigas de los libros. La “creatividad culinaria” era otra cualificada
habilidad que practicaba con dedicación y esmero. Sus dos grandes
especialidades eran los guisos o platos de cuchara y los dulces de “monjas”. Es
esta suculenta destreza, era frecuente sus visitas a los conventos, fuesen o no
de clausura, en donde las religiosas se veían convencidas y divertidas ante su
persuasiva petición de enseñanza para las dulces recetas de esos “santos”
pasteles que son ofrecidos y demandados en la venta, a través de las pequeñas
ventanas giratorias del torno conventual. La señora maestra, doña Herminia,
había aprendido a elaborar deliciosas mantecadas, buñuelos escarchados,
roscadas de san Antonio, piñonates de mazapán y cabello de ángel, tortas
aceitosas con almendras y plantas aromáticas mediterráneas, nevaditos con
gratinados de cereales, las estrellas hojaldradas de san Florián y, de manera
especial para los grandes acontecimientos, la gran tarta imperial de chocolate,
crema tostada y mermelada de arándanos, siempre con un bizcocho casero bañado
en anís. Esas bien elaboradas delicias, las llevaba a las cafeterías y
pastelerías, establecimientos que de inmediato las compraban y pagaban,
utilizando las ganancias obtenidas para donarlas al cura párroco del lugar, con
el fin de aliviar las carencias económicas de las familias necesitadas. Completaba
este plausible panel de actividades para la distracción y las obras sociales, con
su muy útil tiempo dedicado a las labores con el ganchillo y el tricotar de la
lana, cuyas rebecas, jerseys, guantes y calcetas, despertaban sonrisas y
palabras de agradecimiento en las instituciones benéficas para personas mayores
de la tercera edad, allí hospitalariamente acogidas.
La “señá”
maestra (como cariñosamente le llamaban los lugareños y sus hijos) tuvo una cierta
dificultad para adaptarse a la revolución informática. Herminia siempre
manifestaba que ella era de la generación del bolígrafo BIC, el lápiz, la goma
y la tiza para el encerado. Sin embargo, con la ayuda de don Evelio, el
boticario del último pueblo donde estuvo residiendo, antes de su vuelta a
Málaga, fue entrando en la dinámica internauta, en la que logró buenos avances
para una usuaria básica, extremada y deliciosamente elemental. Así que, por las
noches, después de la cena, gustaba dedicar un ratito a esas divertidas
navegaciones por el mundo de la electrónica digital e incluso a realizar sus
pinitos por el abigarrado mundo de las redes sociales.
A pesar de
todas estas actividades, la soledad sobrevenida ante la ausencia afectiva y
física de su madre era una dolorosa y muy pesada carga, que cada día se le
hacía más difícil sobrellevar. Así que una noche tuvo la ocurrencia de poner un
anuncio, muy escueto y particular, en una plataforma abierta a solventar
dificultades y peticiones de la más variada naturaleza.
“Deseo compartir la amistad y compañía con una persona
joven, mujer, ofreciéndole una habitación en la vivienda de mi propiedad, por
el módico precio de 175 euros mensuales para gastos de electricidad y otros
imprevistos. Tendría derecho a usar la cocina y un baño para ella. No tendría
otras obligaciones, salvo un buen y racional comportamiento y la necesaria
amistad contra la soledad. Es imprescindible que a la persona solicitante le
agrade practicar la lectura y el diálogo. Adjunto la dirección de mi correo
electrónico para concertar las correspondientes entrevistas, entre las
solicitudes seleccionadas. Herminia. Maestra nacional jubilada.”
Recibió decenas
de correos, algunos con las fotos de las peticionarias, explicándole
sintéticamente las necesidades de habitación de las remitentes. Entre todas ellas,
seleccionó una decena de solicitudes, manteniendo con las mismas las
correspondientes entrevistas, acompañadas de pastas y cafés para la mejor
atmósfera. A pesar de las fotos, entendía que la percepción directa y el
intercambio de las palabras era condición necesaria y previa, a fin de tomar la
mejor decisión al respecto.
Antes incluso
de realizar las entrevistas personales, había una solicitante, llamada CLAMIA, cuyo correo electrónico de hizo pensar
seriamente que esa chica sería la elegida. El contenido de dicho texto no era
largo, pero si con los suficientes incentivos para convencer a la veterana
maestra jubilada.
“Querida
Herminia. Aun sin conocerte, permíteme que utilice el tuteo, a fin de conseguir
una mayor familiaridad. Te envío estas letras para decirte que sueño con ser la
elegida. Sueño y realidad. Aquél es alegre, gozoso. Creativo. Ésta se ve
ausente de sonrisas y sumido en la roma rutina de la materialidad. Quiero y
necesito ser escritora. ¿Con qué objetivo? Para ayuda a los demás a construir
esos sueños, que aporten color, aroma y sentido a la vida que vamos construyendo
en el discurrir de los días. Aplicando, por consiguiente, la mirada, el
pensamiento, el corazón y la fuerza de la voluntad, para conseguir un mundo
donde al fin reine la verdad. Tan sólo tengo 23 años. Aunque te asombre, he
vivido muchas aventuras. Muchas de ellas carentes del sol, las brisas, las olas
teñidas de blanco, bajo ese azul del firmamento que tantas veces nos obstinamos
en desconocer. Yo puedo compartirte mi juventud y el calor de la amistad. Yo
necesito del equilibrio de tu madurez, para sentirme persona, mujer, amiga y
compañera, con algunos recuerdos familiares prestos para olvidar. Trabajo en
una librería, muy conocida y popular, de nuestra ciudad, en la temática
exotérica. Atiendo a la clientela y procuro tener bien presentados lo más
hermoso que he visto en la vida, junto a las flores: los libros. Llámame, por
favor. Allí estaré. Un beso. Clamia”.
P.D. Se me
olvidaba añadir. Resido en la actualidad en un pequeño apartamento, en régimen de
alquiler. Es interior y sus dos únicas ventanas dan a un ojo de patio, de un
bloque con ocho plantas. La mía es la primera. Pago cada mes 500 euros, más la
electricidad y el agua. La relación con mi madre es difícil. Con mi padre,
imposible”.
Esta chica
malagueña, graduada universitaria en Teoría y práctica de la construcción
literaria, pertenecía a una familia “bien” por su acomodada situación económica
en el contexto social. Hija única de unos padres centrados en sus egos y
obligaciones sociales. Un día, durante la adolescencia avanzada, descubrió el
cruel engaño afectivo que su padre hacía a su madre. Desde entonces las
relaciones entre padre e hija se complicaron, hasta hacer imposible el acuerdo
comprensivo recíproco. Con su madre, Amanda,
la mutua armonía también se fue enturbiando. El carácter soñador, idealista y
valiente de la chica, no se acomodaba bien a los rígidos parámetros sociales
establecidos por los apellidos de la autoridad familiar. Ya en la mayoría de
edad, Clamia adoptó la firme decisión de independizar su vida, bien arropada
por algunas amigas en esos difíciles momentos de ir protagonizando la autonomía
personal.
Pronto se
estableció una muy positiva concordancia entre la jubilación solitaria de una
veterana maestra y el desorden afectivo de una joven idealista, a modo de abuela
y nieta. Ambas mujeres, distanciadas por una importante brecha generacional,
pero cercanas por la mutua necesidad personal, supieron ir tejiendo una
fructífera y cálida convivencia en la evolución de los días. Clamia cumplía con
sus obligaciones laborales en la librería y mantenía la relación con su
tradicional círculo de amigas. Herminia se distraía practicando esa maravillosa
adicción a la lectura, completándola con habilidades artesanas hogareñas de
dulces y labores de tricotar, realizando al unísono una valiosa obra social que
la satisfacía plenamente. Pero una y otra complementaban sus carencias de
soledad y comunicación con una fértil convivencia en muchas de las horas del
día y, de manera especial, durante los fines de semana.
Muchos
sábados y domingos, ya fuese tomando los autobuses de línea suburbanos, las
líneas de trenes oportunas o utilizando el viejo utilitario de Clamia, las dos singulares
amigas proyectaban visitas a diferentes destinos
rurales de la provincia. Disfrutaban visitando esos pueblos, tantas veces
citados y tan pocos conocidos, de nuestra más próxima o distanciada geografía. Lo
pasaban bastante bien, pues tomaban directo contacto con sus costumbres, sus
gentes, sus fundamentos económicos y monumentales, todo ello completado con la
grata degustación de sus platos típicos y la compra de algún recuerdo turístico
de las localidades visitadas.
La
interacción formativa en ambas mujeres no cesaba. Clamia explicó y convenció a
Herminia acerca de las ventajas físicas, lúdicas y anímicas que podría alcanzar
(como ella hacía desde la adolescencia) apuntándose a un gimnasio, en el que practicara ejercicios
controlados de mantenimiento y desarrollo para la estructura corporal. Por su
parte, la antigua maestra no tuvo dificultad alguna para enseñar a su joven y
activa amiga a elaborar pasteles y
apetitosas y artísticas tartas (pastelas, las llamaba), durante muchos de los
fines de semana en que no viajaban. Herminia llevaba algunos de estos lustrosos
postres a una tetería que había no lejos de su domicilio, en donde eran muy
bien aceptados y valorados, pagándoselos con generosidad. Los réditos económicos
eran repartidos entre las dos, aunque lo verdaderamente importante era que una
joven, que apenas había practicado la cocina,
iba conociendo los secretos y habilidades necesarias para preparar platos,
guisos y creatividades culinarias muy enriquecedoras para el futuro de su desarrollo
vivencial.
Una costumbre
que les distraía y confortaba, después de cenar y tras haber organizado la
cocina, era sentarse junto al gran balcón del salón estar, con las cristaleras
abiertas, para disfrutar de la brisa húmeda y templada que les llegaba en esas
noches luminosamente estrelladas desde el cielo malagueño. “Vamos a tomar el
fresquito de la noche”. Delante de su visión tenían el gran y primer monumento
religioso de la ciudad: la Catedral, con su
elegante estilo renacentista y barroco que adorna solemnemente la imagen
urbana. Ningún otro edificio interrumpía la focalización de sus miradas, pues
entre la fachada de su bloque y el gran ábside catedralicio solo gozaban de la
presencia de unos bellos jardines, con setos de flores, los típicos y
mediterráneos naranjos y unas fuentecillas de mármol de las que siempre mana la
acústica alegre e inmaculada del agua. Y por supuesto, ante ellas, la gran y
única torre encastrada en la portada principal correspondiente al templo
episcopal.
En un
principio, Herminia solía narrar a su afecta compañera algunas curiosas e
interesantes historias, leyendas y dichos populares, vinculados a la gran mole
arquitectónica. Pero con el paso de las noches, allí sentadas para defenderse
del cálido viento de terral que habían soportado durante la jornada, las dos
mujeres comenzaron a “imaginar” la creatividad de nuevas historias, envueltas
en misterios, intrigas e inverosímiles aventuras, presencias fantasmagóricas,
todas ellas ambientadas y sustentadas por los “pasillos y galerías” secretas y
subterráneas de tan notable monumento para las creencias y la valoración
artística. Una y otra descubrieron para su asombro la fuerza y potencialidad
que poseían en su capacidad para la imaginación. No solo se divertían y
distraían, sino que Clamia comenzó a tomar notas de esas historias y leyendas, reales o ficticias, que su
conocimiento o creatividad iban conformando. Con el ánimo y estímulo de
Herminia, la joven vendedora de libros, pero con vocación de escritora, comenzó
a plasmar por escrito esos relatos de “miedo” en el bien repleto Mac informático,
en donde guardaba los materiales más diversos para su conservación y uso. En
esas narrativas aparecían, para dar un mayor colorido y “pánico” escénico
figuras informes, fantasmagóricas, irreales, deformes y diabólicas, dotadas con
poderes ocultos y misteriosos, sin duda inspirados y sustentados en la acción maligna
y desesperada, tantas veces fracasada ante el Creador Supremo. Se fueron
inventando una historia tras otra, cuya acción tenía por marco preferente la
torre de la catedral, en donde habitaban las ánimas de muchos obispos y
diáconos, todos ellos vinculados con la historia del gran recinto catedralicio.
Una tarde,
mientras Herminia limpiaba la cristalera donde guardada una elegante vajilla de
loza italiana, regalo de su padre Abilio a
su esposa Florencia, con motivo de sus bodas de plata, sonó el timbre de la
puerta. Enfrente suya tenía a una señora muy encopetada en sus elegantes y
costosas prendas de vestir, que trataba de disimular su agrietada epidermis con
varias capas de crema facial. Se presentó, con cierta altanería, como Amanda
Carrillosa. Era la madre de su amiga, compañera e inquilina Clamia. Fueron casi
unos 45 minutos de “monólogo” por parte de una madre frustrada y resentida, que
deseaba ponerla sobre aviso acerca de algunos datos y comportamientos de la
persona que había admitido en su vivienda como residente.
“Vuelvo a
decirle que tenga Vd. especial cuidado con mi hija, pues Clamia sufre una doble
personalidad, por más que con habilidad lo disimule. Puede, en el momento menos
pensado, darle un buen susto, porque sus reacciones son, desde su infancia,
dignas de preocupación y prevención. La llevamos a los mejores especialistas en
psiquiatría, pero, una y otra vez, dejaba de tomar la medicación que los
facultativos le habían prescrito. En cuanto a nosotros, no es la primera vez
que se ha marchado de casa, a vivir su vida, más que dudosa vida. En ocasiones
trata de recuperar sus raíces afectivas, pero más pronto que tarde vuelve a las
andadas. Es de un carácter en extremo complicado”.
Herminia, con
manifiesta habilidad, agradeció a la señora Amanda la información que le
facilitaba, pero en el fondo de su ser no creía en la imagen que esta madre le
había hecho acerca de su propia hija. Prefirió dejar el tiempo correr y no informar
a Clamia acerca de la sorprendente visita que había recibido aquella tarde. Sin
embargo, la información que había recibido de Amanda tenía algún punto de
verdad. Pues, un par de meses después, la joven y afecta compañera no volvió de su trabajo. Apenas pudo dormir
aquella noche, pensando que algo grave le podría haber ocurrido a su amiga e
inquilina. Estuvo tentada en llamar a la policía, pero a la mañana siguiente, un
operario de una empresa de mensajería y transporte le sacó de dudas. Le mostró
un documento a través del cual venía a retirar los enseres personales de la
Srta. Clamia, por encargo firmado de ésta. En realidad, la mañana anterior,
personalmente la chica se había llevado una maleta bien repleta con sus
pertenencias, aprovechando que Herminia aún dormía. Fueron unos días difíciles
en lo anímico, especialmente porque el comportamiento de Clamia había sido
sorpresivo y sin dar explicación o motivación alguna de su extraño proceder. Aún
así, se desplazó una tarde a la extraña librería, esperando poder hablar con
ella. Pero el dueño del establecimiento, Afranio, un hombre con profundo
estrabismo y una larga trenza teñida de rojo que le colgaba desde la coronilla,
le informó que hacía ya varias semanas que la chica se había despedido “porque
tenía otras expectativas laborales”. Se preguntaba, en consecuencia ¿a dónde
iba esta joven cuando salía de casa tan temprano, en esos días previos a su
“desaparición”?
Otras chicas, posteriormente, han estado
residiendo en el domicilio de Herminia, por breves o más amplios períodos. Pero
con ninguna de ellas ha logrado tener la connivencia, proximidad y confianza
que había logrado y gozado alcanzar con Clamia. En lo más íntimo de su ser,
Herminia continúa esperando ese anhelado día en verla aparecer por la puerta, de
vuelta a casa, como si fuese esa nieta (o hija) que nunca había podido tener. Piensa
que, si ese momento se hiciese realidad, en modo alguno se le ocurriría
preguntarle el por qué o el cómo. Solo le diría” bienvenida a tu hogar. Me
siento feliz que de nuevo estés aquí”.
En la
actualidad, Herminia ha vuelto a tener en casa a su “nieta” Clamia quien, más
madura en su experiencia y bajo un necesario control médico, se ha entregado
totalmente al ejercicio de la narrativa, colaborando al tiempo en uno de los
principales diarios locales, en el que escribe una muy valorada por los
lectores columna semanal. Admirable y responsablemente cuida de su “tata” Herminia.
Y son muchas las noches, cuando la templanza térmica lo permite, en las que
ambas mujeres se sientan entre las cuidadas macetas del balcón, para
contemplar, disfrutar y seguir imaginando nuevas historias, dibujadas entre el
miedo, las exageraciones y las sonrisas, que van teniendo lugar por los
pasadizos secretos y subterráneos del pétreo y santo monumento. -
DOS MUJERES, ANTE LOS MISTERIOS
DE LA CATEDRAL
José Luis Casado Toro
9 julio
2021
Blog personal: http://www.jlcasadot.blogspot.com/
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