sábado, 10 de julio de 2021

DOS MUJERES, ANTE LOS MISTERIOS DE LA CATEDRAL.

Herminia ha ejercido ejemplarmente como maestra nacional, durante el prolongado período de casi cuatro décadas. Durante gran parte de ese admirable servicio a la comunidad lo ha desarrollado en distintas localidades de la Andalucía rural, pues siempre le ha agradado la proximidad de la naturaleza y el contacto con la forma de ser de las personas que viven en esos sosegados pueblos blancos, de agricultura y ganadería, en donde consideraba que las relaciones eran más entrañables y fructíferas para la proximidad y la amistad. Sin embargo, en la última fase de su proverbial vocación, decidió solicitar traslado a la capital malagueña, su localidad natal, a fin de convivir con su madre Florencia, como única hija de la muy veterana señora, cuando esta hubo de afrontar el amargo pero natural trance de la viudedad.

La “complicada” alegría (para una profesional mentalizada en el firme sentimiento vocacional) derivada de su muy merecida jubilación, al cumplir la séptima década de vida, quedó duramente ensombrecida cuando a poco su querida madre Florencia se le fue al reino de las estrellas (como ella pacientemente manifestaba) en un infausto y lluvioso otoño para el recuerdo. Un problema coronario fue la fría explicación médica.

Pero Herminia se sentía aún “joven” de espíritu y siempre vitalista en sus ideales e ilusiones. Ferviente amante de la lectura (prácticamente a novela por semana) dedicaba largas y gozosas horas para descubrir historias a través de las páginas amigas de los libros. La “creatividad culinaria” era otra cualificada habilidad que practicaba con dedicación y esmero. Sus dos grandes especialidades eran los guisos o platos de cuchara y los dulces de “monjas”. Es esta suculenta destreza, era frecuente sus visitas a los conventos, fuesen o no de clausura, en donde las religiosas se veían convencidas y divertidas ante su persuasiva petición de enseñanza para las dulces recetas de esos “santos” pasteles que son ofrecidos y demandados en la venta, a través de las pequeñas ventanas giratorias del torno conventual. La señora maestra, doña Herminia, había aprendido a elaborar deliciosas mantecadas, buñuelos escarchados, roscadas de san Antonio, piñonates de mazapán y cabello de ángel, tortas aceitosas con almendras y plantas aromáticas mediterráneas, nevaditos con gratinados de cereales, las estrellas hojaldradas de san Florián y, de manera especial para los grandes acontecimientos, la gran tarta imperial de chocolate, crema tostada y mermelada de arándanos, siempre con un bizcocho casero bañado en anís. Esas bien elaboradas delicias, las llevaba a las cafeterías y pastelerías, establecimientos que de inmediato las compraban y pagaban, utilizando las ganancias obtenidas para donarlas al cura párroco del lugar, con el fin de aliviar las carencias económicas de las familias necesitadas. Completaba este plausible panel de actividades para la distracción y las obras sociales, con su muy útil tiempo dedicado a las labores con el ganchillo y el tricotar de la lana, cuyas rebecas, jerseys, guantes y calcetas, despertaban sonrisas y palabras de agradecimiento en las instituciones benéficas para personas mayores de la tercera edad, allí hospitalariamente acogidas.

La “señá” maestra (como cariñosamente le llamaban los lugareños y sus hijos) tuvo una cierta dificultad para adaptarse a la revolución informática. Herminia siempre manifestaba que ella era de la generación del bolígrafo BIC, el lápiz, la goma y la tiza para el encerado. Sin embargo, con la ayuda de don Evelio, el boticario del último pueblo donde estuvo residiendo, antes de su vuelta a Málaga, fue entrando en la dinámica internauta, en la que logró buenos avances para una usuaria básica, extremada y deliciosamente elemental. Así que, por las noches, después de la cena, gustaba dedicar un ratito a esas divertidas navegaciones por el mundo de la electrónica digital e incluso a realizar sus pinitos por el abigarrado mundo de las redes sociales.

A pesar de todas estas actividades, la soledad sobrevenida ante la ausencia afectiva y física de su madre era una dolorosa y muy pesada carga, que cada día se le hacía más difícil sobrellevar. Así que una noche tuvo la ocurrencia de poner un anuncio, muy escueto y particular, en una plataforma abierta a solventar dificultades y peticiones de la más variada naturaleza.  

“Deseo compartir la amistad y compañía con una persona joven, mujer, ofreciéndole una habitación en la vivienda de mi propiedad, por el módico precio de 175 euros mensuales para gastos de electricidad y otros imprevistos. Tendría derecho a usar la cocina y un baño para ella. No tendría otras obligaciones, salvo un buen y racional comportamiento y la necesaria amistad contra la soledad. Es imprescindible que a la persona solicitante le agrade practicar la lectura y el diálogo. Adjunto la dirección de mi correo electrónico para concertar las correspondientes entrevistas, entre las solicitudes seleccionadas. Herminia. Maestra nacional jubilada.”

Recibió decenas de correos, algunos con las fotos de las peticionarias, explicándole sintéticamente las necesidades de habitación de las remitentes. Entre todas ellas, seleccionó una decena de solicitudes, manteniendo con las mismas las correspondientes entrevistas, acompañadas de pastas y cafés para la mejor atmósfera. A pesar de las fotos, entendía que la percepción directa y el intercambio de las palabras era condición necesaria y previa, a fin de tomar la mejor decisión al respecto.

Antes incluso de realizar las entrevistas personales, había una solicitante, llamada CLAMIA, cuyo correo electrónico de hizo pensar seriamente que esa chica sería la elegida. El contenido de dicho texto no era largo, pero si con los suficientes incentivos para convencer a la veterana maestra jubilada.

“Querida Herminia. Aun sin conocerte, permíteme que utilice el tuteo, a fin de conseguir una mayor familiaridad. Te envío estas letras para decirte que sueño con ser la elegida. Sueño y realidad. Aquél es alegre, gozoso. Creativo. Ésta se ve ausente de sonrisas y sumido en la roma rutina de la materialidad. Quiero y necesito ser escritora. ¿Con qué objetivo? Para ayuda a los demás a construir esos sueños, que aporten color, aroma y sentido a la vida que vamos construyendo en el discurrir de los días. Aplicando, por consiguiente, la mirada, el pensamiento, el corazón y la fuerza de la voluntad, para conseguir un mundo donde al fin reine la verdad. Tan sólo tengo 23 años. Aunque te asombre, he vivido muchas aventuras. Muchas de ellas carentes del sol, las brisas, las olas teñidas de blanco, bajo ese azul del firmamento que tantas veces nos obstinamos en desconocer. Yo puedo compartirte mi juventud y el calor de la amistad. Yo necesito del equilibrio de tu madurez, para sentirme persona, mujer, amiga y compañera, con algunos recuerdos familiares prestos para olvidar. Trabajo en una librería, muy conocida y popular, de nuestra ciudad, en la temática exotérica. Atiendo a la clientela y procuro tener bien presentados lo más hermoso que he visto en la vida, junto a las flores: los libros. Llámame, por favor. Allí estaré. Un beso. Clamia”.

P.D. Se me olvidaba añadir. Resido en la actualidad en un pequeño apartamento, en régimen de alquiler. Es interior y sus dos únicas ventanas dan a un ojo de patio, de un bloque con ocho plantas. La mía es la primera. Pago cada mes 500 euros, más la electricidad y el agua. La relación con mi madre es difícil. Con mi padre, imposible”. 

Esta chica malagueña, graduada universitaria en Teoría y práctica de la construcción literaria, pertenecía a una familia “bien” por su acomodada situación económica en el contexto social. Hija única de unos padres centrados en sus egos y obligaciones sociales. Un día, durante la adolescencia avanzada, descubrió el cruel engaño afectivo que su padre hacía a su madre. Desde entonces las relaciones entre padre e hija se complicaron, hasta hacer imposible el acuerdo comprensivo recíproco. Con su madre, Amanda, la mutua armonía también se fue enturbiando. El carácter soñador, idealista y valiente de la chica, no se acomodaba bien a los rígidos parámetros sociales establecidos por los apellidos de la autoridad familiar. Ya en la mayoría de edad, Clamia adoptó la firme decisión de independizar su vida, bien arropada por algunas amigas en esos difíciles momentos de ir protagonizando la autonomía personal.

Pronto se estableció una muy positiva concordancia entre la jubilación solitaria de una veterana maestra y el desorden afectivo de una joven idealista, a modo de abuela y nieta. Ambas mujeres, distanciadas por una importante brecha generacional, pero cercanas por la mutua necesidad personal, supieron ir tejiendo una fructífera y cálida convivencia en la evolución de los días. Clamia cumplía con sus obligaciones laborales en la librería y mantenía la relación con su tradicional círculo de amigas. Herminia se distraía practicando esa maravillosa adicción a la lectura, completándola con habilidades artesanas hogareñas de dulces y labores de tricotar, realizando al unísono una valiosa obra social que la satisfacía plenamente. Pero una y otra complementaban sus carencias de soledad y comunicación con una fértil convivencia en muchas de las horas del día y, de manera especial, durante los fines de semana.

Muchos sábados y domingos, ya fuese tomando los autobuses de línea suburbanos, las líneas de trenes oportunas o utilizando el viejo utilitario de Clamia, las dos singulares amigas proyectaban visitas a diferentes destinos rurales de la provincia. Disfrutaban visitando esos pueblos, tantas veces citados y tan pocos conocidos, de nuestra más próxima o distanciada geografía. Lo pasaban bastante bien, pues tomaban directo contacto con sus costumbres, sus gentes, sus fundamentos económicos y monumentales, todo ello completado con la grata degustación de sus platos típicos y la compra de algún recuerdo turístico de las localidades visitadas.

La interacción formativa en ambas mujeres no cesaba. Clamia explicó y convenció a Herminia acerca de las ventajas físicas, lúdicas y anímicas que podría alcanzar (como ella hacía desde la adolescencia) apuntándose a un gimnasio, en el que practicara ejercicios controlados de mantenimiento y desarrollo para la estructura corporal. Por su parte, la antigua maestra no tuvo dificultad alguna para enseñar a su joven y activa amiga a elaborar pasteles y apetitosas y artísticas tartas (pastelas, las llamaba), durante muchos de los fines de semana en que no viajaban. Herminia llevaba algunos de estos lustrosos postres a una tetería que había no lejos de su domicilio, en donde eran muy bien aceptados y valorados, pagándoselos con generosidad. Los réditos económicos eran repartidos entre las dos, aunque lo verdaderamente importante era que una joven, que apenas había practicado la cocina, iba conociendo los secretos y habilidades necesarias para preparar platos, guisos y creatividades culinarias muy enriquecedoras para el futuro de su desarrollo vivencial.

Una costumbre que les distraía y confortaba, después de cenar y tras haber organizado la cocina, era sentarse junto al gran balcón del salón estar, con las cristaleras abiertas, para disfrutar de la brisa húmeda y templada que les llegaba en esas noches luminosamente estrelladas desde el cielo malagueño. “Vamos a tomar el fresquito de la noche”. Delante de su visión tenían el gran y primer monumento religioso de la ciudad: la Catedral, con su elegante estilo renacentista y barroco que adorna solemnemente la imagen urbana. Ningún otro edificio interrumpía la focalización de sus miradas, pues entre la fachada de su bloque y el gran ábside catedralicio solo gozaban de la presencia de unos bellos jardines, con setos de flores, los típicos y mediterráneos naranjos y unas fuentecillas de mármol de las que siempre mana la acústica alegre e inmaculada del agua. Y por supuesto, ante ellas, la gran y única torre encastrada en la portada principal correspondiente al templo episcopal.

En un principio, Herminia solía narrar a su afecta compañera algunas curiosas e interesantes historias, leyendas y dichos populares, vinculados a la gran mole arquitectónica. Pero con el paso de las noches, allí sentadas para defenderse del cálido viento de terral que habían soportado durante la jornada, las dos mujeres comenzaron a “imaginar” la creatividad de nuevas historias, envueltas en misterios, intrigas e inverosímiles aventuras, presencias fantasmagóricas, todas ellas ambientadas y sustentadas por los “pasillos y galerías” secretas y subterráneas de tan notable monumento para las creencias y la valoración artística. Una y otra descubrieron para su asombro la fuerza y potencialidad que poseían en su capacidad para la imaginación. No solo se divertían y distraían, sino que Clamia comenzó a tomar notas de esas historias y leyendas, reales o ficticias, que su conocimiento o creatividad iban conformando. Con el ánimo y estímulo de Herminia, la joven vendedora de libros, pero con vocación de escritora, comenzó a plasmar por escrito esos relatos de “miedo” en el bien repleto Mac informático, en donde guardaba los materiales más diversos para su conservación y uso. En esas narrativas aparecían, para dar un mayor colorido y “pánico” escénico figuras informes, fantasmagóricas, irreales, deformes y diabólicas, dotadas con poderes ocultos y misteriosos, sin duda inspirados y sustentados en la acción maligna y desesperada, tantas veces fracasada ante el Creador Supremo. Se fueron inventando una historia tras otra, cuya acción tenía por marco preferente la torre de la catedral, en donde habitaban las ánimas de muchos obispos y diáconos, todos ellos vinculados con la historia del gran recinto catedralicio.

Una tarde, mientras Herminia limpiaba la cristalera donde guardada una elegante vajilla de loza italiana, regalo de su padre Abilio a su esposa Florencia, con motivo de sus bodas de plata, sonó el timbre de la puerta. Enfrente suya tenía a una señora muy encopetada en sus elegantes y costosas prendas de vestir, que trataba de disimular su agrietada epidermis con varias capas de crema facial. Se presentó, con cierta altanería, como Amanda Carrillosa. Era la madre de su amiga, compañera e inquilina Clamia. Fueron casi unos 45 minutos de “monólogo” por parte de una madre frustrada y resentida, que deseaba ponerla sobre aviso acerca de algunos datos y comportamientos de la persona que había admitido en su vivienda como residente.

“Vuelvo a decirle que tenga Vd. especial cuidado con mi hija, pues Clamia sufre una doble personalidad, por más que con habilidad lo disimule. Puede, en el momento menos pensado, darle un buen susto, porque sus reacciones son, desde su infancia, dignas de preocupación y prevención. La llevamos a los mejores especialistas en psiquiatría, pero, una y otra vez, dejaba de tomar la medicación que los facultativos le habían prescrito. En cuanto a nosotros, no es la primera vez que se ha marchado de casa, a vivir su vida, más que dudosa vida. En ocasiones trata de recuperar sus raíces afectivas, pero más pronto que tarde vuelve a las andadas. Es de un carácter en extremo complicado”.

Herminia, con manifiesta habilidad, agradeció a la señora Amanda la información que le facilitaba, pero en el fondo de su ser no creía en la imagen que esta madre le había hecho acerca de su propia hija. Prefirió dejar el tiempo correr y no informar a Clamia acerca de la sorprendente visita que había recibido aquella tarde. Sin embargo, la información que había recibido de Amanda tenía algún punto de verdad. Pues, un par de meses después, la joven y afecta compañera no volvió de su trabajo. Apenas pudo dormir aquella noche, pensando que algo grave le podría haber ocurrido a su amiga e inquilina. Estuvo tentada en llamar a la policía, pero a la mañana siguiente, un operario de una empresa de mensajería y transporte le sacó de dudas. Le mostró un documento a través del cual venía a retirar los enseres personales de la Srta. Clamia, por encargo firmado de ésta. En realidad, la mañana anterior, personalmente la chica se había llevado una maleta bien repleta con sus pertenencias, aprovechando que Herminia aún dormía. Fueron unos días difíciles en lo anímico, especialmente porque el comportamiento de Clamia había sido sorpresivo y sin dar explicación o motivación alguna de su extraño proceder. Aún así, se desplazó una tarde a la extraña librería, esperando poder hablar con ella. Pero el dueño del establecimiento, Afranio, un hombre con profundo estrabismo y una larga trenza teñida de rojo que le colgaba desde la coronilla, le informó que hacía ya varias semanas que la chica se había despedido “porque tenía otras expectativas laborales”. Se preguntaba, en consecuencia ¿a dónde iba esta joven cuando salía de casa tan temprano, en esos días previos a su “desaparición”?

Otras chicas, posteriormente, han estado residiendo en el domicilio de Herminia, por breves o más amplios períodos. Pero con ninguna de ellas ha logrado tener la connivencia, proximidad y confianza que había logrado y gozado alcanzar con Clamia. En lo más íntimo de su ser, Herminia continúa esperando ese anhelado día en verla aparecer por la puerta, de vuelta a casa, como si fuese esa nieta (o hija) que nunca había podido tener. Piensa que, si ese momento se hiciese realidad, en modo alguno se le ocurriría preguntarle el por qué o el cómo. Solo le diría” bienvenida a tu hogar. Me siento feliz que de nuevo estés aquí”.

Aproximadamente un año después de estos acontecimientos, cierta mañana sonó el timbre de la puerta. Preguntó quién era, respondiéndole desde el exterior la voz de un mensajero, que traía un envío para ella. Abrió extrañada el pequeño paquete y en su interior venía un libro de unas ciento veintitantas páginas. El título de esta colección de relatos era MISTERIOS EN LAS NOCHES DE LA CATEDRAL. Lo firmaba como autora Clamia Ariaga. “Temblándole” las manos abrió las primeras hojas y se fijó en la cariñosa dedicatoria, impresa en la edición: A Herminia, esa querida madre o abuela afectiva que nunca olvidaré. 

En la actualidad, Herminia ha vuelto a tener en casa a su “nieta” Clamia quien, más madura en su experiencia y bajo un necesario control médico, se ha entregado totalmente al ejercicio de la narrativa, colaborando al tiempo en uno de los principales diarios locales, en el que escribe una muy valorada por los lectores columna semanal. Admirable y responsablemente cuida de su “tata” Herminia. Y son muchas las noches, cuando la templanza térmica lo permite, en las que ambas mujeres se sientan entre las cuidadas macetas del balcón, para contemplar, disfrutar y seguir imaginando nuevas historias, dibujadas entre el miedo, las exageraciones y las sonrisas, que van teniendo lugar por los pasadizos secretos y subterráneos del pétreo y santo monumento. -   

 

 


DOS MUJERES, ANTE LOS MISTERIOS 

DE LA CATEDRAL

 

 

José Luis Casado Toro

 Antiguo Profesor del I.E.S. Ntra. Sra. de la Victoria. Málaga

9 julio 2021

 Dirección electrónica: jlcasadot@yahoo.es          

Blog personal: http://www.jlcasadot.blogspot.com/

 




 

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