Tener una o más aficiones resulta casi
siempre positivo para todas las personas. Ha de entenderse este efecto
beneficioso: siempre que esas actividades no sean nocivas para la salud. El
planteamiento puede ser discutible cuando la práctica de esa afición absorbe,
de manera exagerada, el tiempo, la economía y las obligaciones que todos hemos
de asumir. Sin embargo, no es menos cierto que en muchos de los casos, una
entrega más intensa a su desarrollo puede deparar, a medio o largo plazo, unos
efectos interesantes o extraordinarios para el interés de quien la practica.
Así pudo ocurrirle al protagonista de nuestro relato.
Esta es la historia de un hombre de 49
años llamado Anilio Petrarca. Desde pequeño
le gustaba mucho todo lo concerniente al mundo de los coches. En su infancia
simulaba conducir vehículos que los conformaba con sillas, cajones de madera o
utilizando las grandes cajas de cartón que recubren o envuelven los
electrodomésticos, cuando éstos llegan al hogar. Ya con algunos años de más,
camino de la adolescencia, se construía sus propios “vehículos” aplicándole a
un tablón de madera las cuatro ruedas de cojinetes.
Había nacido en un hogar de familia de
economía modesta, por lo que sus padres iban dilatando, un año tras otro, la
llegada de los Magos de Oriente, trayendo en sus alforjas la correspondiente y anhelada bicicleta. Su
padre le repetía en estas ocasiones, para ayudarle a salir de la frustración
“el mejor vehículo para hacer ejercicio son tus propias piernas, que has de
mantenerlas bien fuertes, pues ellas te llevarán hasta a donde quieras llegar”.
Sin embargo, su afición por todo lo relativo a los coches le llevaba a
coleccionar cromos, estampas, revistas, con los modelos de vehículos más
corrientes y también los de alta gama, acumulando con fervor toda la
información técnica y de diseño que fuera interesante por su vinculación con
las cuatro o las dos ruedas.
Todo lo “despierto” que el adolescente
Anilio era con las motos o los coches, lo perdía con las materias escolares a
estudiar. Aun así, logró superar la primaria e incluso logró completar el
bachillerato, pero sin la menor brillantez (teniendo incluso que repetir uno de
los cursos). Su padre lo “colocó” en diversos trabajos de aprendiz, pero sin
arraigar en las tiendas o empresas (de toda naturaleza) donde prestaba sus
servicios, que acababan por despedirle con las más educadas palabras. Sin
embargo, tuvo la suerte de encontrar acomodo laboral en una tienda
especializada en la venta de repuestos y complementos para las motocicletas y los
vehículos de cuatro ruedas, denominada REPUESTOS GRAN PRIX, sintiéndose muy a
gusto para ejercer de vendedor de miles de piezas, con lo que su conocimiento
técnico y afición “visceral” por los coches se vio progresivamente aumentada y
cada día más documentada. Era ya todo un joven experto ante cualquier consulta,
detalle, o solución, relativa al mundo del transporte motorizado.
Su solvencia y afición en el servicio
le permitió echar raíces en este popular comercio durante un largo tiempo,
entre los 27 y los 48 años, más de dos décadas durante las cuales pudo formar
una familia, integrada por su mujer Eulalia, dedicada a las labores del hogar y
su hija Eugenia, una chica muy voluntariosa en el estudio, lo que le permitió
labrar un excelente expediente académico, puerta de entrada en la actualidad
para cursar el grado de enfermería en la facultad de Ciencias de la Salud, en
la Universidad de Málaga.
Anilio siempre mantuvo el soñado proyecto de
poseer un coche de alta gama, como Audi, BMW, Mercedes Benz, Alfa Romeo,
Ferrari, Porsche, etc, pero se tuvo que conformar con un Citröen Picasso de
segunda mano, que compró a uno de los propietarios del negocio donde trabajaba.
Este vehículo, en la actualidad, sigue guardando reposo en la calle, pues su
propietario carecía de fondos disponibles para la compra de combustible, por
los motivos que más adelante se aclararán. Sin embargo, esa ilusión para la
adquisición de una primera marca nunca fue abandonada. La suerte, decía, algún
día habría de permitirle poder conducir un vehículo de un potente y dinámico
motor en sus prestaciones y amplias comodidades para los viajeros, al
utilizarlo por las carreteras de España. Desde luego para él no había secretos
en cuanto al funcionamiento de las piezas básicas de cualquier motor, por muy
sofisticada y compleja que fuera la marca elegida.
Pero esa suerte, que tanto reclamaba,
le fue una vez más esquiva, pues uno de esos vaivenes negativos de la evolución
económica, produjo una fase de contracción económica y el negocio donde prestaba
sus servicios, como primer encargado, entró en “números rojos” que derivó en
suspensión de pagos y los despidos subsiguientes de los seis componentes
operarios de la plantilla, entre ellos el propio Anilio Petrarca. El drama del
paro laboral había llegado a su vida y al de su corta familia. El seguro de
paro le cubrió a duras penas durante un año, pero después de esa prestación se
tuvo que conformar con una compensación económica básica, de 400 euros
mensuales, que apenas les daba para las necesidades alimenticias. Llamó a
muchas puertas, pero todas estaban cerradas, tanto por la falta de actividad
laboral, en un mundo globalizado, como por los casi cincuenta años que marcaba
su DNI.
Así que decidió hacer “de tripas
corazón” y se prestó a ejercer de ayudante de un cuñado, quien hacía chapuzas
de albañilería. Colaboraba con este familiar, realizando tareas
complementarias, como el transporte de materiales, pequeñas reparaciones y algo
de pintura, actividad que no se le daba mal. Ello le permitía obtener algunos
euros que le veían muy bien, como un pequeño balón de oxígeno en esa atmósfera
viciada en lo carencial en la que se hallaba inmerso. Eugenía tenía que seguir
estudiando y gracias a sus buenos expedientes académicos podía mantener una
beca de ayuda, que renovaba anualmente. Pero esos trabajos complementarios eran
naturalmente ocasionales, discontinuos, por lo que el tiempo libre se le
multiplicaba al buen Anilio, generándole demasiado tiempo para pensar, lo cual
no siempre es positivo en época de profunda crisis socioeconómica.
Se preguntaba cómo distraer las amplias
horas del día, en las que tenía tan poco por hacer. Una mañana se respondió con
curiosa y traviesa brillantez: aplicaría el tiempo para disfrutar la gran
afición que siempre había sustentado su vida: el mundo de los coches y sus
motores. Con valentía y sangre fría, pensó en dedicar algunos días de cada
semana para visitar concesionarias de las marcas de automóviles. Utilizaría sus
buenas formas expresivas y sus amplios conocimientos en la mecánica de
vehículos a motor, para simular su interés en la adquisición del modelo por el
que preguntaba. Y se puso manos a la obra.
Con una buena dosis de sangre fría,
entraba con diligencia en el concesionario automovilístico elegido. Solicitaba
la atención de algún vendedor, a quien planteaba sus dudas para la elección de
un determinado vehículo, ya que pensaba cambiar el que actualmente disponía.
Señalaba el modelo que en principio le agradaba y comenzaba a efectuar todo
tipo de preguntas técnicas al comercial, que pronto se veía superado por la
magnitud de conocimientos que poseía el “acaudalado” y arrogante comprador
quien, por supuesto, se había decidido uno de los modelos más caros y
sofisticados de toda la gama expuesta en el amplio salón expositor.
Los interrogantes técnicos que
preguntaba, mientras miraba una y otra vez al vehículo en cuestión, mostraban
un conocimiento tan avanzado del mundo del automóvil que “deslumbraba” y
desconcertaba al esforzado y abrumado vendedor que se veía superado en conocimientos
por la persona a quien precisamente tenía que convencer para venderle el bien
gravoso producto. Lo más gracioso de la escenificación era cuando Anilio, en el
momento oportuno, solicitaba permiso para dar una vuelta comprobatoria con un
vehículo de prueba. En muchas de las oportunidades su petición era de inmediato
atendida, con lo cual se daba un paseo, conduciendo ese vehículo que siempre le
habría gustado poseer. Finalmente, daba sus datos al nervioso vendedor,
indicando que se tomaría unos días para adoptar la decisión correspondiente a
la compra o no del material ofertado y puntillosamente analizado.
De esta curiosa y graciosa manera,
recorría cada semana un par de concesionaria de diferentes marcas,
entreteniéndose en aquello que tanto le gustaba, a fin de ocupar el amplio
tiempo de que disponía, cuando no estaba ocupado ayudando a su cuñado con las
chapuzas de albañilería y pintura. Por supuesto que llevaba siempre consigo un
listado de las concesionarias de automóviles que había visitado, a fin de no
erar equivocándose de entrar por segunda vez en un establecimiento que ya había
visitado.
Una tarde entró en una muy bien montada
y lujosa concesionaria, correspondiente a una prestigiosa y encarecida marca,
la de los cuatro aros olímpicos. De inmediato se le acercó una persona de
mediana edad, pulcramente vestido y con unos modales que rebosaban elegancia.
Se presentó como Abraham Cebrián, con la
disposición de ayudarle para todo aquello que necesitase consultar. En
realidad, no parecía el vendedor típico, sino una persona muy cualificada de la
dirección que, en aquel momento y circunstancialmente, estaba haciendo las
veces de un comercial.
Anilio, delante de dos modelos,
valorados en 29.069€ y 41.229 € respectivamente, comenzó a expresar toda su
“verborrea” técnica, demostrando de inmediato los profundos conocimientos que
atesoraba. Teatralizaba sus dudas en cuanto a la opción más adecuada para
elegir, ya que “su Volkswagen” ya tenía sus años y quería cambiar a una marca
líder en prestaciones y lujo. Después de escuchar y responde a las documentadas
e interesantes preguntas que planteaba el seguro y entendido comprador, durante
treinta densos minutos, Cebrián le invitó a pasar a uno de los despachos, en
cuya puerta había una plaquita que tenía impresa el nombre de este profesional
y el cargo que ocupaba: “dirección”.
“Sr. Anilio, como habrá tenido
oportunidad de conocer en la puerta de entrada a este despacho, soy el director
de la concesionaria. A veces y por circunstancias diversas (en este caso la
ausencia del vendedor titular) me agrada atender a los clientes. En realidad,
mi primer puesto en la empresa fue el de comercial, hace ya bastantes años.
Debo aclararle que en mi currículo figura, además de los estudios de ciencias
empresariales, la titulación de psicología industrial. En este punto y sin
ánimo de molestarle u ofenderle, tengo que manifestarle algo que Vd. ha puesto
en evidencia, durante la buena preparación que sin duda posee para todo lo
relativo al mundo automovilístico. Tengo la certeza de que Vd. no tiene la
intención de adquirir vehículo alguno. No creo equivocarme, pues son muchos
años de experiencia en este ámbito comercial. Reconozco que sus conocimientos
de todo lo relativo a la locomoción es asombroso. Vive y se “agigante” cuando
habla de los automóviles. Muy probablemente estará o habrá estado vinculado
profesionalmente a este sector del transporte. Su “escenificación” vamos a
llamarla así, pienso también que ya la ha practicado en otros establecimientos
y oportunidades”.
Por
momentos, el rostro de Anilio se iba enrojeciendo. Un psicólogo con bastante
experiencia había descubierto la realidad de su situación. Emocionalmente se
derrumbó y algunas lágrimas brotaron de sus ojos. Un poco más calmado, entendió
que debía explicarle a su interlocutor la verdad de lo que hacía, en las
concesionarias de automóviles. Esa puerilidad venía motivada por lo angustiosa
de su situación, en lo laboral y por supuesto en el ámbito familiar. Sin
embargo, Cebrián, una persona muy bien preparada para el cargo que ocupaba,
tenía también la virtud generosa de la comprensión y del trato humanitario con
respecto a todos los demás, pero de manera especial con aquellos que más sufren
en sus penosas circunstancias.
“En
modo alguno pretendo humillarle o sofocarle, Sr Petrarca. Entiendo perfectamente
su precaria situación. En circunstancias normales le pediría que abandonara de
inmediato el establecimiento y no me hiciese perder más el tiempo. Sin embargo,
tengo que admitir que tiene Vd. madera de vendedor. Es convincente, educado en
sus modales, dosifica el ritmo persuasivo de su expresividad y, por supuesto,
sus conocimientos técnicos sobre este sector del mercado resultan
verdaderamente asombrosos. Creo, sinceramente, que nos podría ayudar.
Precisamente en estos momentos, tenemos de baja, por diferentes motivos a dos
de nuestros vendedores. Desde hace unos días estamos buscando a la persona
apropiada, a fin de que sustituya temporalmente a uno de los dos comerciales.
¿Está Vd. dispuesto a aceptar el reto que le propongo?”
El
director Cebrián fue muy concreto respecto a las condiciones que le ofrecía.
Durante ese fin de semana Anilio estudiaría un dossier para potenciar la
destreza comercial de los vehículos que la marca ofertaba al mercado de la
automoción. Le harían un contrato provisional por un mes de duración y tendría
que desplazarse directamente al concesionario de Fuengirola, en donde se había
producido la baja de uno de los dos comerciales con que contaba la filial. El
reto era vender, al menos, diez vehículos de esta gama alta del mercado,
durante ese mes. En caso de que llegara a alcanzar ese volumen de ventas, o lo
superara, de manera automática le sería prorrogado el contrato por hasta tres
meses, con perspectivas de alcanzar una mayor temporalidad. Por supuesto, y
como incentivo, la comisión por venta que recibiría sería la usual en la marca,
entre el 0,5 y el 1 %, emolumentos que añadía al sueldo base del sector.
Como
era previsible, Anilio no dudó un solo instante en aceptar la generosa
propuesta que le hacía Abraham Cebrián. La suerte había llamado a su puerta y
no la iba a hacer esperar. Se sentía contento, feliz e ilusionado con una
oportunidad que en modo alguno iba a desaprovechar. Agradeció efusivamente la
comprensión y el trato de Cebrián, prometiéndole que se entregaría en cuerpo y
alma para no defraudar su confianza. Durante ese fin de semana se preparó
mentalmente, leyendo una y otra vez el dietario de indicación es recibidas en
la marca, denso dossier que tenía respuestas para casi todas las situaciones en
que puede encontrarse un vendedor ante su cliente. Eulalia preparó el traje
gris de las bodas y celebraciones, lavando y planchando los pantalones,
mientras que Eugenia se divertía haciendo prácticas de simulación junto a su
padre, poniéndole en diversos bretes y ocurrencias, con respecto a sus
preferencias para un supuesto vehículo que deseaba adquirir.
El
lunes, bien temprano para respetar la puntualidad, se desplazó a Fuengirola,
utilizando el tren de la costa, presentándose al jefe de la concesionaria, Mr. James Spencer, quien ya estaba puesto sobre
aviso de la llegada del nuevo operario, en situación administrativa de prueba.
Tras darle unas orientaciones básicas acerca de la función que habría de
realizar, le hizo una serie de preguntas, comprobando los fluidos conocimientos
del nuevo empleado que se mostraba seguro y decidido para aprovechar la
“oportunidad de su vida”.
En
dos semanas, Anilio logrado vender cuatro vehículos, lo cual era una
prometedora cifra, lograda en una época de recesión económica y al tratarse de
vehículos de gama alta en el competitivo mercado del motor. A punto de cumplir
su medio siglo de vida, se sentía feliz y realizado. Tenía un esperanzador
trabajo, en una actividad que le llenaba y satisfacía ampliamente. Estaba
haciendo realmente lo que le gustaba y el sentirse aún útil colmaba todas sus
apetencias.
A
final de la tercera semana, Mr. Spencer le llamó a su despacho. Tras
felicitarle por sus buenos resultados, le dijo, utilizando el inglés, las
siguientes palabras:
“My dear friend,
I am happy, for your ability and excellent results in your work. I think
to propose that the central management increase three more months your
employment relationship with us. I can assure
you´re a very qualified salesman.” (Mi estimado amigo, me siento feliz por su
habilidad y excelentes resultados en su trabajo. Pienso proponer que la
dirección central incremente tres meses más su relaciona laboral con nosotros.
Puedo asegurar que Vd. es un muy cualificado vendedor)
Anilio
entendió el animoso mensaje que le transmitía su jefe. Su larga y anterior
etapa laboral en el comercio de repuestos le había permitido tener un cierto
dominio instrumental del inglés, pues los propietarios del negocio incentivaban
económicamente a los empleados, a fin de que dedicasen algunas horas a la
semana a estudiar y practicar el inglés instrumental, debido a los numerosos
clientes que venían a la tienda y se expresaban para sus comprar y peticiones
en dicho universal idioma.
Luces de esperanza habían llegado a la vida y familia de Anilio Petrarca. Su amor y conocimiento a la automoción, un tanto exagerada en opinión de muchos de sus amigos y familiares, había acabado haciéndole justicia, para permitirle, en esos tiempos azarosos y carenciales, vislumbrar un futuro más sosegado y feliz. Lo hacía trabajando precisamente en un sector que le motivaba y enriquecía anímicamente desde su ya lejana adolescencia. “Fíjate, mi querida Eugenia, aplica esta enseñanza para tu vida. Todo conocimiento, afición o titulación, a corto, medio o largo plazo nos proporciona frutos que, sin duda, nos van a resultar útiles y beneficiosos para nuestras circunstancias personales. No desaproveches lo que hoy o mañana puedas aprender. Obviamente, siempre que ese conocimiento o práctica esté situado, con permanencia, en el terreno de la honradez”.
LA AUTOMOCIÓN EN
LA VIDA DE ANILIO
José
Luis Casado Toro
Antiguo
Profesor del I.E.S. Ntra. Sra. de la Victoria. Málaga
23 julio 2021
Dirección electrónica: jlcasadot@yahoo.es
Blog personal: http://www.jlcasadot.blogspot.com/
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