viernes, 28 de marzo de 2014

UNA SENCILLA HISTORIA, EN ESA PRIMAVERA DUAL.


Muchos son los que piensan que la estacionalidad meteorológica influye, de manera importante, en el estado anímico de nuestras vidas. Tal vez a unas personas les afecte más o menos el estado del tiempo, pero lo que parece evidente es que la situación cambiante de la atmósfera nos condiciona. De una forma u otra. Los nublados, la humedad, las precipitaciones, la sequedad ambiental, la insolación, la longitud de los días y de las noches…. tiene repercusiones en la naturaleza vegetal. También, como no podía ser menos, en el comportamiento y respuestas de las personas. Y esa variabilidad atmosférica deriva en situaciones medioambientales que a unos agrada más, con respecto al recelo de otros gustos y apetencias.

Lógicamente tiene que haber fieles seguidores para las diversas estaciones del tiempo. El verano está claramente vinculado al sentido lúdico de la vida, donde lo vacacional y la aventura por descubrir nuevos parajes, se alía con ese sol que brilla y fortalece nuestra necesidad térmica. El otoño suele llevar aparejado la vuelta a la normalidad rutinaria, con la llegada de las lluvias, la cortedad de la iluminación solar diaria, la renovación vegetal, con la caída de la hoja y esa frecuente depresión anímica, romántica o nostálgica que a otros, por el contrario, agrada. El invierno habla de frío, abrigo y horas en casa, endulzado por esa tradición navideña que trae bondad y amistad, en lo fraterno. La cuesta de enero, para ese nuevo Año adornado de tantas expectativas, suele ser complicada, no sólo para lo económico sino también para ilusionados proyectos de cambio que no pocas veces quedan sólo en la teoría  del deseo.

Y llega la renovación Primaveral, aquella estación que se adorna con los más bellos ropajes para la esperanza. Hitos y muestras significativas son San José, el padre y, por supuesto, el día de la madre, junto a la vegetación que renace con esa vitalidad que nos gratifica la estética visual, el aroma de la flora y el avance incontenible de la luz. Cierto que se potencian, al tiempo, los condicionantes alérgicos, con su molesta incomodidad y con un hídrico equinoccio que favorece los potentes aguaceros, a veces de consecuencias complicadas. Pero, con su ansiada presencia, le damos un buen repaso al contenido de nuestro armario y buscamos colores más alegres y relajantes para nivel térmico corporal, en esa búsqueda de la alegría también en el vestir. La longitud de los días hace que estemos más en la calle, en la naturaleza, en medio de la gente, compartiendo el misterio anímico que nos hace priorizar la sonrisa por encima de tantos nublados y letargos. Nuestro talante se torna más receptivo para la sociabilidad y el diálogo, tratando de encontrarnos a nosotros mismos a través de la amistad y la cooperación. Sí, es una preciada estación que habla y transmite la fuerza que nos impulsa a caminar con diligencia, en el asombroso despertar de cada uno de los días. De manera afortunada, se renueva en cada anualidad esa imagen de hermanados colores, verdes y azulados, malvas y anaranjados, para entender y sustentar la esperanza. Y, en este ilusionado contexto, nos fijamos en una de tantas historias presidida por la sencillez y la dificultad que conlleva la vida.

La actividad que lleva a cabo el taller donde Claudia trabaja es cada día más intensa. Esta aún joven mujer, y dos compañeras más, se ocupan de arreglar las prendas de ropa que necesitan el retoque de la talla o la reparación por descuidos accidentales. Sea el algodón, el poliéster o la piel, son numerosísimas las personas que acuden para resolver, con las prisas que todos banalmente soportamos, ese bajo del pantalón, estas mangas del abrigo, aquella cremallera que se ha bloqueado o ese roto en un vestido o chaqueta de cierto valor material o, también, sentimental.

El perfil sociológico de las personas que acuden a esta tienda de ARREGLOS es muy heterogéneo. Predominan los hombres de mediana edad que carecen de la habilidad, o el conocimiento, para poder resolver esa dificultad en las prendas de su vestuario. Probablemente, son personas separadas, también solteros, que viven la realidad de su soledad. También visitan el pequeño local señoras que demandan esa “reparación” en su ropa y que no tienen el tiempo, o las ganas suficientes, para ponerse con la tijera, el hilo o la aguja, a fin de remediar su puntual problema.

Nuestra relato comienza una soleada tarde, a comienzos de un abril muy agradable en lo primaveral. Claudia está atendiendo la petición de una chica joven para arreglar un traje de boda. Su compañera Eugenia está ocupada en reducir la talla de una valiosa chaqueta de ante. En ese momento entra en el reducido establecimiento, sito en un populoso centro comercial,  un hombre metido en la cuarentena. Se le nota algo incómodo, ante una situación que debe ser novedosa para él. Una vez que la chica del traje de boda abandona el mostrador, este señor plantea su necesidad. Trae dos pantalones vaqueros, de marca, recién comprados y explica que le están excesivamente largos. “Es un trabajo bastante fácil de resolver” responde con una sonrisa la mujer al ya más tranquilo cliente.

La experiencia de Claudia con la costura viene ya de varios años de aprendizaje con su madre, dedicada a esta habilidosa tarea en una empresa textil. Es una mujer muy normalizada en lo físico, bastante delgada y tímida en su carácter. A sus treinta y nueve años, continúa conviviendo con su madre, ahora ya jubilada. Tiene una hija adolescente, fruto de una relación frustrada con un viejo amigo que, de forma inesperada, rechazó todo tipo de responsabilidad con su paternidad manifiesta.

Claudia ha carecido de suerte en sus relaciones afectivas. Sin embargo, acepta el tipo de vida que la vida le está deparando. Hace seis años que emprendió este negocio con su amiga Eugenia y tienen contratada a otra señora, mayor que ellas, muy habilidosa con el arte de la costura. El rendimiento del trabajo diario les permite pagar el alquiler del pequeño local, los impuestos subsiguientes y vivir de una forma modesta, aunque desahogada. Hoy atiende a este caballero, tratando en todo momento de que no se sienta incómodo ante una situación que a las claras es muy nueva para él. Marcos agradece expresivamente la atención que ha recibido, manifestándole que le volverá a traer nuevos trabajos vinculados a su ropa.

Al lunes siguiente Claudia ve presentarse de nuevo a este hombre quien, tras retirar el encargo, le ruega acepte una caja de bombones con el que quiere manifestar y valorar el buen trato que le ha sido dispensado. Lucio volverá a este taller en distintas oportunidades, durante las semanas siguientes. Idea encargos diversos de arreglos, a fin de dialogar con la joven,  En una de estas ocasiones, antes de despedirse de Claudia (quien siempre se ocupa en atenderle, con especial afecto) le entrega un sobre en cuyo interior reposa una carta que le ruega lea, cuando ella lo considere oportuno.

“Permíteme que te tutee, admirada Claudia, pero así percibo mejor una proximidad hacia ti. Ese trabajo que tan bien realizas ha hecho posible que no sólo te conozca, en lo profesional, sino que también me ha hecho valorarte positivamente en lo humano. Nada querría más que luchar por ti en este momento en que veo luz en mi vida, cuando hasta hace unos meses sólo percibía las sombras de la soledad. Mi historia es azarosa y complicada, pues cuando alguien en quien confías te engaña y acaba riéndose de tu inocencia, acabas sintiéndote desvalido y en la orfandad más absoluta. Yo tenía un matrimonio que no lo era y ahora confío en una amistad que lo ha de poder ser todo. Dame una oportunidad para hablarte y explicarte lo que ha sido mi pasado. Pero contigo sólo querría contemplar el futuro. ¿Quieres que nos veamos un ratito este fin de semana, a fin de que nos podamos acercar en el conocimiento y en la amistad? Seguro que elegiremos un buen lugar para dialogar y compartir. Con todo el respeto. Marcos.”

Al final de la misiva iba anotado un número de móvil, junto a la dirección electrónica de su autor.

La de ese domingo en la tarde fue una preciosa oportunidad para dos seres que necesitaban, con la alianza estacional de la naturaleza, esa autoestima tan necesaria contra la soledad. Hablaron largamente, intercambiando no sólo palabras sino también, y más importante, los sentimientos, la comprensión y ese calor tan valioso de la atención para el conocimiento de sus respectivas realidades. Aquel “tren” que siempre tememos perder, por una vez quiso ser generoso para llegar a la hora prevista y no dejar a nadie en la vacía frialdad del andén.

Marcos trabaja como oficial administrativo en un organismo municipal (Área de Urbanismo) del Ayuntamiento malacitano. Posee la titulación de aparejador y su estabilidad económica se ve condicionada por la pensión alimenticia que ha de pagar a su ex mujer, la cual ha ido libando de flor en flor, sin reparar en tantos sentimientos frustrados. Desde su relación con Claudia se cuida más, especialmente en lo relativo a esa tendencia a los gramos que tanto traicionan los perfiles y las siluetas. Se ha habituado a practicar algo de deporte por las mañanas, antes de acudir a su puesto laboral. Pero lo que más le fortalece es esa amistad con una buena mujer, que parece haber encontrado también el consuelo de la estabilidad afectiva.

Al llegar Claudia  una mañana a su taller en el Centro Comercial, observa que otra mujer la está esperando. Piensa que es una cliente que tendrá urgencia para dejar su prenda para arreglar. Sin embargo no es un asunto de ropa lo que esta señora desea plantear. “Mi nombre es Irene. Soy la ex de Marcos. ¿Puedo hablar con Vd unos minutos? O si lo prefiere, puedo volver a la hora que mejor le convenga”. Un tanto nerviosa, entendió que lo mejor era atender lo que la ex mujer de su gran amigo le quisiera transmitir. Eugenia, atenta a la situación, indicó a su amiga que ella se hacia cargo de atender a los posibles clientes. “Tómate todo el tiempo que necesites”, le dijo amablemente.

Principalmente fue Irene quien habló, durante esa hora en la que ambas estuvieron sentadas ante dos tazas de café.  Fue un largo monólogo, de duro contenido, la exposición que Claudia tuvo que escuchar de la boca de una mujer que, a luces vista, estaba henchida de un profundo rencor. Le agradeció de una manera educada toda su confidencia, indicándole que tendría que reflexionar con serenidad acerca del contenido de la misma.

Y es que en Primavera hay luz, calor, naturaleza y emoción. Pero esa ilusionada parcela, que en tantos y tantos almanaques aparece, trae consigo también otros nublados, otras pesadumbres y el precio cruel de la realidad. Aquella noche Claudia, apesadumbrada, se planteaba una pregunta que bullía en su conciencia desde la mañana. ¿A quién creer? ¿En quién poder confiar? Como en otras tantas ocasiones, para lo humano, el valor de la verdad se impondría a una confusa situación, provocada entre dos seres enfrentados. Claudia estaba dispuesta a luchar por ese futuro en el que había depositado tantas ilusiones. La conversación que mantuvo con Marcos, en la noche del día siguiente, facilitó el gozoso objetivo de llegar a tiempo para no perder un tren en el que ambos necesitaban, ansiosamente, viajar.-


José L. Casado Toro (viernes, 28 marzo, 2014)
Profesor
http://www.jlcasadot.blogspot.com
jlcasadot@yahoo.es

viernes, 21 de marzo de 2014

IRINA Y SU MÁGICO ESPEJO DEL ZOCO.


Irina y Neyla son dos jóvenes amigas, compañeras de trabajo en una empresa de servicios para la limpieza. Ambas comienzan su labor de cada día, desde horas muy tempranas de la mañana, en un organismo público de la Administración Autonómica. Cuando finalizan su tarea, a eso de las dos en la tarde, vuelven a sus domicilios donde residen junto a sus padres y hermanos. Algunos días, suelen citarse para merendar y dar una vuelta juntas. Durante los fines de semana, acuden a alguna sesión de cine y, cuando se presenta la oportunidad, participan en fiestas y celebraciones a las que son invitadas por otros amigos comunes.

Desde hace meses están preparando, con esa ilusión que estimula y alegra las horas laborales y de asueto, sus próximas vacaciones de verano.  Han centrado su destino, para ese atrayente y ansiado agosto, en Marruecos, un país del que le han narrado experiencias muy interesantes otras compañeras que ya lo han visitado. Esos nueve días de aventura, en la zona norte de áfrica, motiva la desbordada ilusión de estas dos jovencitas que, a pesar del interés mostrado por sus respectivas familias, nunca se han significado por su esfuerzo e interés para rendir en los estudios. Se muestran satisfechas con tener un trabajo relativamente estable, que cubre con un básico desahogo las necesidades que ambas, en este momento, poseen.

Tras meses de ahorro, preparativos e información de aquí y de allá, un cuatro de agosto inician su periplo viajero por varias ciudades del atrayente país marroquí: Rabat, Chauen, Tánger y Casablanca. En los hoteles concertados les ofrecen una serie de excursiones y actividades que, con sus esforzados ahorros, ambas contratan a fin de disfrutar, de la mejor forma posible, esa semana para descubrir paisajes, personajes y otras vivencias que sus juveniles expectativas siempre están dispuestas a experimentar. Las vacaciones están resultando muy agradables, aunque extrañan un poco el tipo de comida que les ofrecen en los distintos lugares que visitan (sólo tiene concertado el desayuno, en los tres hoteles de su programación). Algo que les impresiona, un día tras otro, es la belleza de los atardeceres, en la cálida estación del estío. Ese color cromado y majestuoso de un sol despidiéndose para el anochecer, sobre las faldas agrestes del Atlas, lo inmortalizan con sus cámaras fotográficas y en la retina asombrada y romántica de su  exaltada imaginación.

Les recomendaron, por parte de la recepción del hotel, la conveniencia de que asistieran a los diferentes zocos y mercados que, de forma periódica, desarrollan su actividad, con decenas de puestos y tenderetes para la venta de los más insospechados artículos y mercancías. En uno de ellos, montado en la ciudad de Chauen, pasaron casi toda una mañana. Teniendo en cuenta que las vacaciones iban llegando a su fin, fue Irina la que se esforzó por encontrar un regalo atrayente que le permitiera recordar, durante mucho tiempo, esta singular experiencia en este singular país. Vieron muchos artículos de cuero (carteras, bolsos, correas, chaquetas, sandalias y babuchas), tejidos lujosamente ornamentados, lámparas y apliques para la más exquisita decoración, perfumes e inciensos embriagadores, joyas y bisutería de distinta calidad y presentación, etc. Todos ellos materiales atractivos para practicar el regateo y su posible y posterior adquisición.

“Hola Sr. Dentro de tres días, mi amiga y yo volvemos para España. Me ha gustado mucho este país. Y ahora ya que pronto tomaremos el avión, quisiera llevarme un recuerdo que fuera especial e inolvidable. Algo que sea muy diferente, de todo lo que vemos expuesto en estas tiendas que forman el zoco. Pienso en algún objeto que tuviera una cierta magia y que me hiciera recordar a Marruecos con admiración, misterio y asombro. ¿Qué me puede Vd. ofrecer…? ¡Y siempre que no tenga un precio exagerado!”

El anciano musulmán, dueño de este tenderete, ampliado con una gran jaima en la parte trasera del mismo, espacio donde expone otras muchas mercancías, observa con ojos labradamente cansados a Irina, la cliente que, minutos antes, le ha hecho una enigmática e interesante petición. Da media vuelta y penetra lentamente en la jaima. Tarda unos minutos, tiempo que es aprovechado por una mujer que le acompaña en el puesto para ofrecer a los clientes y paseantes una modesta degustación de sabrosos dátiles para la merienda. Irina y Neyla se entretienen observando el bello colorido de todos los regalos expuestos en unas destartaladas mesas, mientras esperan al veterano comerciante, que guarece su cabeza con un fez o tarbush rojo intenso, cubriendo su cuerpo con una no bien aseada túnica de color blanco. El calor que hace, en esta tarde de agosto, es verdaderamente sofocante. Ambas amigas visten con muy escasa ropa, habiendo cambiado sus zapatillas por unas cómodas sandalias morunas de piel que habían comprado, con una excelente precio, en un puestecillo anterior. El ruido ambiental es ensordecedor, aunque especialmente motivador para el ánimo, dada la densidad de público de muy diferentes nacionalidades que visita esa tarde veraniega el zoco comercial. Al fin vuelve el comerciante con una cajita de madera, pintada toscamente de colores verde, naranja y azul.

“Puedes tú llevar este regalo. Yo no querer vender a nadie antes, por su valor. Tener un inmenso valor”.

Lentamente abre la tapa de la cajita y dentro de la misma se ve un espejito con mango, enmarcado en una armadura de latón labrado y dorado. Se adorna con unas incrustaciones de florecitas de diversos colores, intercaladas con pequeños rombos de espejo que le dan una apariencia en sumo atractiva.

“Yo explicar el misterio y lo importante en espejo. Cuando tú sufrir grave problema, tu asomar a él. Verás como él decir solución y ayudar resolver problema. Pero solo mirar él cuando tener gravedad. Él saber ayudar y conocer desgracia tuya. Yo sólo cobrar 500 dirhams. Ser joya muy valiosa. Yo no vender nadie antes tu. Tú ser bella joven y tener bondad”.

Irina repasa mentalmente lo que le está pidiendo el comerciante por ese coqueto espejito. Al cambio, casi cincuenta euros. Se muestra muy interesada en la adquisición, tras la curiosa historia que le ha narrado el vendedor en orden a su mágica utilidad. Después de mucho regatear, lo obtiene por un precio de 260 dirhams, poco más de veinte euros. Se lleva el espejito misterioso y un pañuelo largo de seda azul clara para el cuello que le regala el musulmán de ojos cansados, piel morena muy curtida y un paternal semblante que transmite sosiego.

Ya en España, la chica reparte algunos regalos entre su familia y amigos. Guarda la cajita del espejito en su dormitorio, pues está dispuesta a seguir esas indicaciones que le confió su vendedor. Solo acudirá a él cuando tenga algún importante o grave cuestión para consultar. Y así van pasando los días, las semanas y los meses, con esa rutina placentera que ofrece la vida, con sus alzas y bajas anímicas. En alguna ocasión, abrió la caja del misterioso regalo, mirándose en el espejo, pero sólo con la curiosidad de recordar los días de aventura en el atrayente país del Magreb.

Y como es usual que ocurra, en la vida de todos, llegaron problemas y dificultades, de muy diversa naturaleza, también para Irina. Tal vez el más importante fue el de una reconversión laboral en su empresa de limpieza. El trabajo que había sería repartido por semanas para aquellos que no quisieran aceptar el despido, en esos momentos de dificultades económicas que afectan especialmente a los más humildes. Estuvo trabajando una semana y después habría de esperar otras seis para que la volvieran a llamar. En este primer paro, con las repercusiones económicas subsiguientes, se sintió profundamente desanimada. Incluso tuvo que tomar alguna ayuda farmacéutica, para afrontar esas bajas anímicas.

Una noche se acordó, sensatamente, del espejito. Atribulada y en un mar de confusiones, lo sacó de la cajita y, con lágrimas en los ojos, comenzó a explicarle el desconsuelo que padecía por su situación laboral. Parecía una niña pequeña contando sus penas a ese alguien en quien confías puede ayudarte. Pero, aunque estuvo minutos y minutos, mirándose en el espejo, de éste no salió palabra alguna.  No se produjo ese milagro, a modo de consejo o solución, del que hablaba el anciano comerciante llamado Mustafá. Ahora sí había podido recordar su nombre. Con racionalidad, supo reaccionar. Pensó que la solución de los problemas no podía venir de un espejo. Reflexionó y se dispuso aprovechar ese tiempo libre que habría de afrontar. Recordó la sugerencia de una amiga, que estaba aprendiendo el inglés, en un departamento de la Junta de distrito municipal. Eran seis horas a la semana, con un coste prácticamente testimonial. También haría algo de gimnasia. Por las mañanas iría a caminar y practicaría ejercicios en un parque cercano a las playas de la Misericordia, donde habían instalado un instrumental de uso público para el mantenimiento corporal. Pasaron así las semanas y, aplicando la paciencia, también a ella le correspondió poder volver a trabajar durante un mes más. La vida seguía su destino inescrutable.

Hubo otros problemas, de diversa índole, en los que Irina también utilizó el recurso del espejo. Pero en todos y en cada uno de los mismos, la respuesta de la superficie de cristal fogueado era la misma. No había palabras desde el espejo. Sólo veía su propia imagen, presa del problema que le afectaba.

Dos veranos más tarde, su amiga Neyla la convenció para volver a disfrutar de sus vacaciones en ese país que tanto les había encantado. Volvieron a Marruecos, a sus ciudades, a sus paisajes de economía contrastada, a sus atardeceres, a su gentío multicolor y, por supuesto, a esos zocos atrayentes y ensordecedores. Cuando llegaron a Xauen ambas chicas recordaron la compra del misterioso regalo, en aquel puesto de Mustafá. Se dispusieron a visitar de nuevo tan atractivo entorno comercial. Curiosamente, allí permanecía el puesto del recordado comerciante.

“Hola, Sr. no sé si nos recordará. Estuvimos aquí, en su tienda, hace ya dos años. Me vendió un regalo, según Vd. muy valioso. Me aseguró que podría ayudarme en los momentos de dificultad. Pero es simplemente un espejo. Mire, aquí lo traigo. No me dice nada. Sólo veo en él mi figura. Y pagué un elevado precio por él. Pero no me responde, cuando me siento atribulada y le cuento mis problemas”.

El muy anciano vendedor se quedó pensativo, entornando sus ojos cansados, durante unos minutos. Después, esbozando una agradable sonrisa, miró a la chica y le respondió, de forma pausada, lo siguiente.

“Cierto. Yo recordar, linda señorita. Pero espejo…. tener magia. Mucha magia. Yo asegurar. Tu no dar cuenta, pero él saber ayudar tu desgracia. Espejo ser reflejo en tu conciencia. Espejo decir que ser tú quien resolver problema. Seguro que tú resolver problema. Cuando tu mirarlo, tu ver quien ayudar. Ser tu quien ayudar a ti. Ser, tu conciencia donde encontrar solución problema. Ayuda siempre está por nosotros mismos. Espejo decir ayuda: ser tu misma”.

Sonriendo, Irina comprendió la sensata sabiduría del mensaje. Las mejores respuestas suelen estar siempre en la intima racionalidad de nuestra propia conciencia. Compró unos regalos a Mustafá y le pidió hacerse un par de fotos junto él. Las fotos, y el preciado espejo mágico, se prometió  conservarlas con la ilusión de un recuerdo muy grato, pero sobre todo inteligente. Esa magistral lección para su vida nunca, en modo alguno, la iba a olvidar.-


José L. Casado Toro (viernes, 21 marzo, 2014)
Profesor
jlcasadot@yahoo.es























viernes, 14 de marzo de 2014

EL CROMÁTICO ESPECTÁCULO CAMBIANTE, EN LA URBANÍSTICA COMERCIAL.


Suele ocurrir en los grandes complejos comerciales. Pero también lo estamos observando en ese comercio abierto, que puebla el plano urbano de nuestras calles y plazas. Cada vez es más frecuente que esas tiendas que sustentan la memoria histórica, incluso desde los lejanos años de nuestra infancia, vayan desapareciendo con una inmediatez o rapidez que suponías imprevisible. El dibujo que tienes grabado en tu retina, correspondiente a los bajos de emblemáticos edificios que pueblan la ciudad, se va transformando en otro lienzo mercantil, tanto en sus trazos y objetivos como también en su propia naturaleza.

Ya en otra ocasión se ha comentado en estos artículos cómo se puede descubrir una ciudad diferente, con el simple ejercicio de visionar las calles y edificaciones a partir de la primera o segunda planta de los bloques de viviendas que la conforman. Dicho de una forma coloquial, observa, mira y analiza las partes superiores de la arquitectura urbana. Usualmente la perpendicular de nuestra visión se centra en el suelo y en la plantas bajas de las casas. Si elevamos la vista, descubriremos otra ciudad, a través de esos balcones, cierros, ventanas, terrazas, fachadas y cubiertas que, estando ahí de forma más o menos permanente, son escasamente atendidas por nuestra visión e interés.

Pero de lo que se trata de analizar, en esta oportunidad, es esa planta basal que, normalmente, está dedicada a diferentes modalidades del pequeño o el gran comercio. Para determinadas calles o arterias urbanas, contrastemos una foto que hubiéramos tomado hace treinta o cuarenta años, con otra instantánea de la misma vía, grabada en nuestra cámara hace tan sólo unos minutos. Difícilmente la reconoceríamos. Y hablamos de unas décadas de diferencias, entre ambas fotografías. Si este contraste es comprensible con el paso amplio del tiempo, lo que sucede hoy día nos resulta aceleradamente desestabilizador para nuestra sorpresa. Hay comercios que duran sólo semanas ya que, tras su apertura, pronto echan el cierre, siendo sustituidos por otros que llevan a cabo, probablemente, un comercio totalmente diferente del anterior. Repito, esto puede ser perfectamente comprensible debido a distintas motivaciones. Lo que resulta más estresante en la rapidez con la que esto sucede en los tiempos que vivimos.

Nadie duda que en tiempos de crisis, con los ciclos inestables de la economía que otros nos imponen, este fenómeno se agudiza para el asombro de nuestras retinas. Empresarios que ven fracasar sus negocios, a las pocas semanas o meses desde su apertura. Se ven obligados cerrar sus “tiendas” porque la contabilidad mensual impide seguir manteniendo abiertos esos proyectos, tal vez no bien estudiados, planificados y diseñados. El mercado dicta su ley. Si no has hecho un buen análisis de marketing, te puedes dar el gran “batacazo” en tus ilusiones, que también afectarán, muy dolorosamente, a los empleados que hayas contratado para atender a su funcionamiento.

Y no sólo son los numerosos locales que van cambiando de imagen, con el gravoso capital invertido en obras sucesivas para su mejor adecuación.  El problema se agudiza con esos tantos otros cientos de locales que permanecen vacíos, con el ya familiar cartel del “se vende” o “se alquila” ante la indiferencia, desinterés o incapacidad económica para los nuevos emprededores. En los grandes centros comerciales esta imagen de los espacios vacíos, a la espera de una nueva oportunidad, no es tan frecuente, pues de forma rápida son ocupados por nuevas franquicias o proyectos individuales. Sin embargo en el laberinto urbano, las zonas periféricas o menos transitadas en la focalización mercantil padecen esta aridez de los espacios o locales “inhabitados”.

Sí, son tiempos de crisis, de prisas, de irreflexión donde, en demasiadas ocasiones, se prioriza la envoltura superficial sin prestar la necesaria atención al contenido estructural u orgánico del proyecto. O, tal vez, a la realidad de la vida. También, por supuesto, hay que contar con la suerte, la oportunidad y la moda, en nuestras apetencias o necesidades sociológicas. Comparemos las librerías o centros culturales, con los lugares de copas o restauración que pueblan hoy día la ciudad que habitamos. El contraste resulta demoledor. ¿Dónde encontrar una papelería de aquéllas como las de antes? Lo más rápido hoy día sería acudir a la sección correspondiente de uno de estos macro espacios comerciales, en cuyo poliedro orgánico “casi todo” se puede adquirir.

En esta reflexión, hay un elemento que afecta a estos cambios vertiginosos para la oferta comercial sobre el que merece la pena detenerse, por la importancia que el mismo conlleva. Concretamente hablamos de la atención que recibe el cliente que demanda un determinado producto. Relatemos, a modo de significativo ejemplo, la escenificación de este ejemplo tomado al azar.

Nos situamos en un día navideño, con la ciudadanía recorriendo presurosa las arterias geométricas que conforman el laberinto o poliedro urbano. El tiempo atmosférico se muestra complaciente y nos ofrece una mañana tibia y luminosa, en pleno final de diciembre. El ambiente orquestal, en el macro de la estación ferroviaria, está compuesto por el murmullo cada vez más intenso de los viandantes o paseantes, la sonoridad ambiental con sabor a villancicos, los avisos indicativos emitidos por los altavoces correspondientes y ese trajinar de luces, cartelería y pisadas que contribuyen alícuotamente a la densificación acústica. Física y, también, anímica. Entro en una de las numerosas tiendas de zapatería que pueblan el recinto. En este caso corresponde a una franquicia de artículos deportivos.  Me centro en unas deportivas, cuyo precio es atrayente, en función de los gustos de cada cual.  La joven que me atiende, tras mirar en el almacén de la trastienda me indica que no poseen el número que le he solicitado. Le doy las gracias y abandono lentamente el interior del establecimiento, sin que la dependiente me ofertara otro producto para mi interés.

Una semana después, al pasar por delante de este mismo comercio, pruebo de nuevo suerte, pues observo que no se halla allí la dependiente que me atendió en la ocasión anterior. Se repite la misma escena que ya conocemos pero, en esta ocasión, con un elemento añadido que va a cambiar el resultado del mismo. Al volver de ese almacén interior, el contenido del mensaje es diferente. Me reitera que no poseen el número que le solicito. Pero añade, de inmediato y si yo hacerle una sugerencia al efecto, “se lo podemos pedir”. Me aclara que tienen otra tienda en Almería y que va a consultar en el ordenador si ese modelo y talla está disponible a todos esos kilómetros de distancia, desde Málaga. Me enseña la pantalla del ordenador, explicándome los pares disponibles. Efectivamente poseen ese modelo y talla que necesito. Me solicita un número telefónico para avisarme “posiblemente, estará aquí en cinco o seis días”. Le agradezco su eficiencia, todo ello hecho con una sonrisa amable y dispuesta para favorecer al cliente. Estoy en la misma tienda. Solicito el mismo producto. Pero, en esta ocasión, es diferente el comercial que me atiende. Por cierto, la edad de ambas jóvenes era prácticamente similar. Debo aclarar que, en ambas ocasiones, desarrolladas en el mismo horario de la mañana, el número de clientes que poblaban el interior del establecimiento no superaba las tres o cuatro personas.

Es obvio que la dedicación e interés con que se te atiende puede favorecer que compres el artículo o que no te sientas animado por volver a entrar en esa determinada tienda. Y la competencia en el sector mercantil es abrumadora. Efectivamente, los ejemplos y anécdotas podrían ser casi infinitas.

Recuerdo aquél sábado, en una afamada librería, en la que no pude comprar el libro que tenía en mis manos, porque se había estropeado el ordenador. A pesar de todos mis intentos, tuve que esperar hasta el lunes El precio del ejemplar sólo podía ser dictado por la memoria informática. O lo ocurrido en aquél otro comercio, cuando el encargado de la sección me indicó con firmeza que no tenía el artículo que yo estaba buscando. Le indiqué, con la mayor delicadeza, que había varias unidades en un determinado ángulo del expositor. Son imágenes, absolutamente verídicas y curiosas, que permanecen en la memoria.

Volviendo a ese “espectáculo visual” y cambiante, que percibimos en los bajos de los edificios con más o menos historia, hay un elemento que también se debe comentar y analizar. Ya no es sólo el consabido cartel indicando el SE VENDE o SE ALQUILA, sino que la dejadez y falta de limpieza con que se dota a esos espacios vacíos es lamentable y digna de reflexión. La suciedad “ornamental” tanto en el exterior como en el interior, demuestra el descuido y la desatención por parte del actual propietario. En cuanto a las pintadas, grafitis, pegatinas, carteles y más aditamentos, es un triste canto a la incuria, al incivismo y a la carencia de respeto, verdaderamente significativa y lamentable en cualquier ciudad. Pero más, en aquellos entornos que viven para y por el turismo. La Administración local o autonómica debería estar muy atenta a estas imágenes que no favorecen, precisamente, la mejor publicidad que la ciudad se afana en vender para la atracción turística procedentes de otras latitudes.

Mañana, pasado, cualquier día, cuando pases por ese edificio que conoces desde los años de tu infancia, podrás recuperar de tu memoria aquel entrañable cine que tantas tardes y fines de semana dio cobijo y distracción a tu imaginación y creatividad; o aquel gran comercio de ropa que nucleaba la atención y visita de (en este caso) casi todos los malagueños, a fin de reponer el vestuario en las distintas estaciones meteorológicas o en aquellos eventos significativos para la festividad; o aquella ferretería, droguería, ultramarinos, confitería o papelería que ya sólo se halla en los anales lejanos de tu recuerdo. Para los que residen en Málaga ¿han olvidado algunos nombres emblemático en la multi oferta comercial de otras épocas?

Librería - papelería Denis. Confitería La Imperial. El Málaga Cinema. Galerías Álvarez Fonseca. Holanda Radio-Luz. Zapatería y lotería El Gato Negro. La Costa Azul. Colegio Sagrado Corazón de Jesús. Casa Blas. Calzados Segarra, Colegio San Pedro y San Rafael. Félix Sáenz. Los Baños del Carmen. Bar El Pombo. Almacenes Mérida. Ferretería Temboury. Ultramarinos Casa Cano. La Cosmópolis. Cine Avenida….. y un largo, muy extenso, etc.

Son entrañables palabras y frases que hablan de aquel inolvidable nuestro pequeño mundo, en el que compartimos, generacionalmente, los añorados e inolvidables años de la infancia. Por cierto, ¿Te has fijado en ese texto, cada día más frecuente, colocado por los escaparates de algunas tiendas tradicionales? CIERRE POR JUBILACIÓN. GRACIAS A TODOS. Es una forma, respetuosa, entrañable y lúdicamente sentimental, para decir……. adiós.-


José L. Casado Toro (viernes, 14 marzo, 2014)
Profesor
jlcasadot@yahoo.es