Lo que más gustaba a este
niño, poco dado a integrarse en las numerosas pandillas del barrio, era la
práctica de la lectura. Las horas que pesaba en la biblioteca pública, dirigida
por la Sra. Engracia, leyendo tebeos, revistas y los libros permitidos por su
edad, eran los momentos más gratos que disfrutaba este pequeño o adolescente,
escasamente abierto a la sociabilidad callejera. Sus calificaciones escolares
no eran sin embargo brillantes, aunque en las materias humanísticas los
resultados eran mejores con respecto a las asignaturas consideradas de
naturaleza técnica o matemática. En algún momento, el rudo zapatero llegó a
hablar con don Evelio, el cura parroquial, por
si éste veía a su chico con posibilidad de vestir sotana y llevar coronilla.
Pero el orondo sacerdote le explicaba que a un chico “tan raro” no lo vería metido
en la clerecía. Después de terminar la primaria, se bloqueó con los números y
las ciencias del bachillerato, por lo que fue probando diversos aprendizajes,
pero en ninguno de los mismos lograba echar raíces. Ni a él le “llenaban” los
oficios que iba recorriendo, ni sus jefes se sentían tampoco a gusto con una
persona que solía darle muchas vueltas a todo lo que barruntaba en su
complicada cabeza.
En cuanto al trato con
las chicas, fue Dorilla, la hija de Doroteo y Dorotea,
artesanos que regían una pequeña panadería y confitería, denominada El Dorado,
la única a quien le hacía gracia los aires del saber que se daba este
desgarbado y flacucho compañero de edad. La muy bien dotada, en humanidad
física, hija de los panaderos del lugar, se esforzaba en servir a Poli cuando
este iba a comprar el “civil” o la “telera” de pan, en cada una de las mañanas,
pues así podía echar un ratito de conversación con el “talento” del barrio. Se
hicieron pareja y cuando paseaban por la Alameda del Tajo o por el Paseo de los
Ingleses, él le iba explicando sus teorías, mientras que ella, movía
afirmativamente la cabeza sin entender apenas nada, aunque seguía consumiendo
con gozo irrefrenable del “papelito de dulces” que se había traído del obrador
familiar.
Como la pareja quería
formalizar su relación y pasar por el altar ceremonial, Doroteo y Armenio se
reunieron una tarde en la cafetería El Bandolero, a fin de acordar las
condiciones que permitieran la unión de los dos “chiquillos” engatusados por el
amor. Tras beberse dos jarras de clarete, decidieron que el “polluelo” no tenía
lo “suficiente” para meterse en el obrador de los panes y los pasteles, así que
el confitero comenzó a mover los hilos de los amigos y conocidos, tratando de
encontrar un puesto de trabajo para el joven filósofo, a quien llamaba
realmente el “Filomeno”. Tras muchos movimientos, la notaría de don Gumersindo aceptó, para compensar viejos favores,
que el chico pasara a formar parte de la plantilla, como auxiliar
administrativo, De esta forma, la boda entre Poli y Dorilla podría celebrarse,
sin que las malas lenguas del pueblo pudieran difundir la bilis correspondiente
de que el niño del zapatero había dado un buen “braguetazo” en casa del
repostero.
Tras
la espectacular celebración de los esponsales, en la finca El Trabuco, la
convivencia entre los enamorados esposos inició un recorrido en el que pronto
surgieron las previsibles averías. Poli cada vez estaba más delgado, pues
sufría una situación de forzada teatralización: el no era el marido adecuado para
sentirse feliz con una cónyuge que compensaba las desventuras del desamor con
una ingesta de pasteles que aumentaban sin cesar los gramos de un organismo
cada vez más obeso y grasiento. Esta compleja situación comenzó a provocar
también en Poli alteraciones psicosomáticas: además de su profunda delgadez, la
alteración en los ritmos y los ciclos del sueño era cada vez más preocupante.
Con racional sensatez, Poli comenzó a poner en práctica diversos métodos
paliativos para enfrentarse al profundo insomnio
que padecía. Pero los resultados que obtenía, con la toma de diversas pastillas
y otros preparados farmacéuticos y de herboristerías, no eran especialmente
significativos. Además, temía caer en la vorágine de la dependencia o de la
adicción.
Como los incómodos
desvelos continuaban y el insomnio le hacia ir a la notaría un tanto adormilado
para su trabajo, decidió seguir el consejo de su suegro Doroteo y acudir a un
especialista que aquél pagaría. El doctor Serafín
Cantalapiedra, prestigioso facultativo en psicología y psiquiatría, tras
escucharle pacientemente, le prescribió unos tranquilizantes y le dio el
siguiente consejo:
“Cuando se despierte,
procure controlar la ansiedad. Levántese de la cama y cambie de habitación.
Puede beber agua o medio vaso de leche, zumo o soja. Siéntese ante la mesa y en
una libreta escriba alguna corta historia que se le ocurra, a modo de cuento o
simple narración. Dedique a la narración, inventada o recordada, unos quince o
veinte minutos. Tras el ejercicio caligráfico y creativo, vuelva al lecho,
cierre los ojos y piense serenamente en el contenido de esas breves líneas que
acaba de escribir. Pronto volverá a caer dormido, gozando de un sueño
placentero. Se lo puedo asegurar”.
Así lo hacía cada una de
las noches (numerosas durante la semana) en que se despertaba y los resultados
eran óptimos para sus deseos. Sin embargo y para su sorpresa, cuando se
levantaba por las mañanas y repasaba el breve relato que había escrito durante
la noche en el ordenador, comprobaba, profundamente asombrado que, en la
mayoría de los casos, el final de esas cortas historias que escribía en las
madrugadas estaba rectificado, con respecto a como las recordaba en su memoria.
Sus relatos solían acabar “mal” con lamentos y desesperanzas. Pero cuando las
volvía a leer en la pantalla, por las mañanas, finalizaban de una manera más
esperanzadora, positiva y alegre, respecto a su redacción inicial.
Se sentía confuso ante
esta curiosa y extraña realidad. Entonces volvió de nuevo a la consulta del
galeno, a fin de contarle estos hechos que le preocupaban bastante, dado su
carácter obsesivo para todo lo relacionado con la mente. El profesional médico
comenzó a estudiar su caso. Mantenían sesiones de terapia individual, una vez a
la semana. Incluso este estudioso doctor del cerebro aplicó en esas sesiones
con su paciente fases de hipnosis y procesos de inmersión psicoanalítica. Tras
un período de cinco semanas (a 160 € cada consulta) el especialista neurológico
explicó a su interesado paciente el origen y las causas de esas distorsiones y
cambios, con respecto a lo que Poli recordaba haber escrito cuando se
despertaba y levantaba de madrugada.
“Durante su infancia y
adolescencia, Sr, Carvada, hijo único de una supuesta “estable familia” tuvo
momentos, especialmente durante las noches, de intenso sufrimiento, cuando sus
padres discutían y se enfrentaban con violencia verbal e incluso física. Lo
hacían “disimuladamente” cuando suponían o entendían que su hijo no los
escuchaba, porque dormitaba plácidamente. Pero ese no era el caso. Estaban
sumidos en un craso error. Su niño se despertaba, mientras a sus oídos llegaban
las duras palabras y reproches que se cruzaban sus padres, muy duros enfrentamientos
por la pertinaz infidelidad de Armenio, su padre, con humillantes y continuados
líos de faldas para doña Áurea, su madre. Esas violentas disputas eran
protagonizadas por un matrimonio en el que no anidaba el amor, la comprensión
y, por supuesto, la responsabilidad. El niño, Vd. mismo, metía la cabeza debajo
de la almohada, tratando de huir de una realidad que le angustiaba y le hacía
temblar, pero que pensaba sólo ocurría en los sueños, Durante las horas del día, sus padres escenificaban una cordialidad que
no era tal, sino puramente aparencial, disimulando el desprecio y el profundo
rencor que los embargaba en su muy inestable relación conyugal”.
Poli escuchaba con
atención, asombro y respeto, el completo análisis que el análisis estaba
realizando, acerca de la compleja situación que le abrumaba y que le hacía
infeliz, sin encontrar en su compañera ese difícil apoyo que él necesitaba.
“Han pasado los años y
aquellas vivencias del desamor conyugal, que tanto le hacían sufrir, no ha
logrado integrarlas y superarlas. Cuando se despierta por las noches y escribe
(he leído muchos de esos cortos relatos) en la mayoría de los casos las
historias acaban mal. Tengo un programa que recupera los escritos iniciales,
antes de ser rectificados. Pero amigo Poli, Vd. sufre procesos de
comportamiento onírico, o diciéndolo con otras palabras, para la comprensión
coloquial, de sonambulismo. Vuelve realmente a la cama, pero se levanta de
nuevo, sin ser consciente de ese comportamiento que protagoniza y lo hace
“viviendo” otra forma de ser, para rectificar los escritos, aportándoles un
final feliz o al menos más sabiamente esperanzador. Ese escrito modificado es
el que Vd lee por las mañanas, sin ser consciente del proceso onírico que ha
sufrido. Hay en su persona dos personalidades contrapuestas: aquella que
conscientemente ve y padece el pesimismo y dolor, derivado de una realidad que
arrastra desde hace muchos años, y aquella otra que actúa durante el estado de
sonambulismo onírico, que trata de cambiar ese mundo sufriente que le infiere o
provoca un profundo dolor. Algo parecido a lo que hacía durante su infancia,
cuando ocultaba su cabeza debajo de la mullida almohada”.
Con tan puntual
explicación, Poli se mostró dispuesto a continuar con las terapias, las
medicinas y los consejos del tan afamado especialista.
Es bien conocido que los problemas que se han sufrido durante la infancia,
incluso también en la etapa evolutiva de la adolescencia, y que no han sido
bien resueltos en la estructura cognitiva de la persona, permanecen
aletargados, agazapados, atrincherados en nuestra mente, pudiendo recuperar
protagonismo en el momento menos pensado de la evolución psico/física de quien
los ha padecido. El hijo del zapatero, a sus veintinueve años, seguía siendo
una víctima psicológica de un padre trabajador, pero primario, desleal y
visceral en sus instintos sexuales, de una madre sometida e irresoluta, que no
supo o pudo adoptar posturas de autoafirmación personal, frente a las continuas
humillaciones que le deparaba el comportamiento de violencia de género de un
marido denunciable, tanto por su irresponsabilidad familiar, como por su
egocentrismo en la acción. En este complicado contexto, el matrimonio con la
hija de los reposteros no había solucionado o superado el problema. Dori, la
bulímica consumidora de pasteles, seguía viendo en su introvertido y cerebral
esposo a una persona de gran cultura y profundo indescifrable pensamiento, que
trabajaba (aunque fuese de auxiliar administrativo) en el despacho del Sr.
notario, don Gumersindo, siendo incapaz de despertarse y ayudarle cuando Poli
entraba en delirios oníricos durante las madrugadas. Era necesario dar un golpe
de timón, que enderezara una ruta mal iniciada, erróneamente mantenida y
obtusamente clarificadora y superadora de problemas pretéritos, profundamente
anclados en la lejanía de los tiempos.
La dirección médica del Dr. Cantalapiedra sobre Apolinar Carvada continuó,
a ritmo semanal y con una mínima rebaja en la consulta (ahora serían 150 €). La
medicación, los doctos consejos y la receptividad en su cumplimiento por parte
de Poli fueron mejorando la estructura descompensada de una mente gravemente
distorsionada. El zapatero Armenio ya no
vive con Aúrea. Pasa a ésta una pensión
mensual, mientras que él sigue buscando acomodo en esas “flores· refulgentes
que busca por doquier, antes que el cansancio marchito de su trato le aconseje
la variedad de una nueva experiencia que supere la rutina y la pérdida de vigor
relacional. Poli ha dejado sus quehaceres
administrativos en la notaría. Se ha avenido a ser enseñando por Doroteo en las artes de la harina, el azúcar, los
huevos y los demás componentes de las recetas pasteleras, actividad no sólo
suculenta, sino también facilitadora de la mejor creatividad en el arte de la
confitura. Una forma muy honrada y lucrativa para ganarse la vida. Sabe que el
negocio pastelero de El Dorado, más pronto que tarde, pasará notarialmente a
ser una propiedad compartida de gananciales, que el mantendrá con Dori. En cuanto a esta joven y rolliza esposa, se
ha puesto bajo la dirección médica de una clínica dietética, que poco a poco va
consiguiendo no sólo reducir el sobrepeso de esta paciente, sino también
reconducir con acierto la estructura metabólica de su desordenada estructura
orgánica. Ella sigue admirando a su “filósofo” esposo, mientras que éste
entiende, con sensatez y responsabilidad, que la permanencia junto a Dori es,
por ahora, la mejor solución para todas las partes. Los aires de sosiego y
esperanza templan las velas direccionales de todas estas vidas. -
SUEÑOS INESTABLES, EN LA PROFUNDIDAD DE LAS NOCHES
José
Luis Casado Toro
06
agosto 2021
Dirección electrónica: jlcasadot@yahoo.es
Blog personal: http://www.jlcasadot.blogspot.com/
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