viernes, 27 de mayo de 2016

TERAPIAS INNOVADORAS CONTRA EL ABURRIMIENTO.

La bien reconocida clínica, situada en la quinta planta de un renovado bloque de pisos, próximo al entorno monumental de la Catedral, se encontraba a esa hora de la tarde con casi todos sus asientos de espera ocupados. La más afortunada publicidad suele ser aquella que se realiza o dinamiza con esa práctica cotidiana del “boca en boca”. Esta simple difusión popular ha permitido al titular que rige el establecimiento médico, el Dr. Fermín Plazuelos, un amplio y heterogéneo listado de pacientes. Número que se ve positivamente incrementado por las buenas referencias que unos y otros realizan acerca de los óptimos resultados obtenidos en ese espacio o taller para la ayuda psicológica.

Son muchas las personas que acuden al equipo que dirige este cualificado profesional en psicología y psiquiatría (muy próximo, en su edad, al medio siglo de vida) con el razonable objetivo de mejorar las dolencias anímicas que soportan. De manera especial, esas complicadas depresiones, sus ansiedades o esa atonía y pasividad ante las posibilidades y opciones en cada uno de los días. Precisamente uno de los módulos más demandados, por los pacientes a consulta, es aquel que lleva por título el mismo que preside los párrafos constitutivos de este relato: Terapia contra el aburrimiento.  Y es que, apelando a la base estadística, uno de los principales y repetitivos problemas expuestos por la heterogénea clientela de esta unidad médica tiene por base el no saber qué hacer o cómo mejor utilizar el tiempo disponible que cada uno, según sus circunstancias vitales, posee.

Como ha expuesto este afamado especialista, en numerosas entrevistas, publicaciones y artículos de prensa, resulta paradójico que en esta época tan avanzada para la tecnología digital, como es la que actualmente dispone y goza la Humanidad, uno de los grandes problemas que soportan cientos y miles de personas sea precisamente el de sentirse aburridos, en el proyecto diario para llenar, enriquecer o distraer sus vidas. Y este problema se plantea o genera en todas las edades, no sólo en las personas adultas o jubiladas. Cuántas veces hemos reflexionado acerca de los niños de ahora y los de antes. En otras épocas, los críos solían agudizar su imaginación enriqueciendo sus juegos, en la convivencia sociológica con otros niños en las calles y plazas. Usando materiales y elementos muy limitados en su valor, se llenaban y enriquecían muchas tardes y jornadas de vacación, compartiendo alegremente la distracción con la demás chiquillería del barrio o plazuela. Hoy día, en la soledad de su habitación y con esa tecnológica compañía de los súper avanzados equipos digitales, el niño  soporta su aburrimiento y el cansancio que le termina produciendo esa computarización que, probablemente mal usada, domina su aún corta existencia.

Y si esta realidad la trasladamos a las generaciones adultas, el problema se agudiza y potencia. No pocos de los problemas que decimos padecer, especialmente en el campo de lo anímico, si profundizamos racionalmente en su génesis y desarrollo, tienen un origen que tal vez nos cueste reconocer. La falta de iniciativa o de ilusión con la que enriquecer las horas de ocio que, cada vez más, tenemos a nuestra disposición en el discurrir del calendario. Las posibilidades son inmensas y diversificadas. Sin embargo, en la intimidad y sinceridad de nuestra conciencia, percibimos y soportamos ese sentimiento de rutina y letargo en las agendas de nuestras horas. Haciendo una frase simplificadora, podríamos decir aquello de que “mientras más tenemos, más nos aburrimos”. Volvamos, hora es ya, a la consulta médica, objetivo de nuestro relato.

En este momento, el Dr. Plazuelos atiende a una paciente de 48 años. Carmen, madre de dos jóvenes que cursan sus primeros años universitarios, acude a este prestigioso especialista con el ansiado objetivo de encontrar una salida a la situación de bloqueo existencial en el que siente sumida.

“Debo ser sincera, doctor. No es Vd. el primer especialista al que he acudido para pedir ayuda. Pero el proceso es más que repetitivo. Escuchan tus problemas y acaban por prescribirte una variada colección de fármacos que, en algún caso, pueden sentarte bien. Sin embargo, en mi caso y probablemente también en la de muchos, te “machacan” el estómago con pastillas que, al reducir o finalizar su ingesta, disimulan las causas y acaban por no resolver tu patética situación. No es éste mi peor momento pero, sigo sin sentirme bien.  En realidad veo que, cada día que pasa, retrocedo en mi salud mental.

Yo sé que mi marido, un funcionario que trabaja en la administración de prisiones, tiene alguna amiga para su intimidad. Siempre fue igual y, a estas alturas, seis años mayor que yo, él no va a cambiar. Queda lejos la época de los reproches y las ingratas discusiones. Ahora tenemos como una aceptación recíproca de nuestros comportamientos. La sociedad familiar, con habilidad y no menos paciencia se va manteniendo y sobrellevando. Nuestros hijos hacen también su vida de independencia, con sus estudios, amigas y parejas. Yo trabajo en el despacho de mi cuñado, que lleva una pequeña empresa de mensajería, sólo por las mañanas. De 10 a 14.30. Las tardes se me hacen interminables. Antes, me distraía algo con las compras. Ahora, incluso han dejado de motivarme. Y empiezas con algún comprimido que otro y entras en la dinámica de esa farmacia que te va sosteniendo y ayudándote en el autoengaño. Vi una referencia a su clínica, en Internet, y aquí me tiene. Tal vez no haya nada súper grave, pero cada día siento y sufro más mi estado de paulatino desánimo”.

El especialista, que ha ido escuchando con paciente atención las palabras de su interlocutora, anota en el expediente que tiene sobre su mesa diversos datos y observaciones. No es la primera vez, resulta obvio, que tiene conocimiento de una historia, más o menos, similar. Esta situación le ha sido planteada “miles” de veces. Personas que no saben motivar la peculiaridad de sus existencias y que entran en una dinámica depresiva, la cual comienza con el aburrimiento, la búsqueda errónea de sustitutivos y que se ven arrojadas, finalmente, a la ingesta exagerada de fármacos que sólo disimulan pero no actúan con eficacia sobre las verdaderas raíces del problema.

“Carmen, ante todo, debes evitar “perder” los nervios. Aunque no lo creas, por aquí pasan muchas personas que se sienten aburridas y desanimadas con la forma de vida en que han convertido sus respectivas existencias. No temas. Muy probablemente, cuando llegues a casa, no vas a llevar en tu bolso receta alguna para comprar fármacos. Vamos a practicar otra estrategia, que nos está ofreciendo óptimos resultados el casos similares al tuyo. Es un programa de acción para la ayuda compartida que denominamos (de manera coloquial) “No debe haber tiempo para el aburrimiento”.

Formamos grupos, normalmente de tres o cuatro personas, que tienen en principio cierta afinidad e interés por implicarse en una específica actividad. De manera individual y, al tiempo, colectiva, se entregan a una determinada afición o ejercicio lúdico, recibiendo y aportando ayuda por parte de los demás integrantes del grupo. Poco a poco, van cultivando y generando cierta amistad entre ellos, con ese vínculo que las une en la afición o práctica elegida.

Puede ocurrir que optes, en principio, por una actividad que a lo largo de su desarrollo te defraude o no compense tus expectativas. En dicho caso, pruebas suerte en otra parcela temática, con un grupo ya consolidado o de nueva creación. Das y recibe ayuda en el mismo. Las amistades que se van adquiriendo y la confianza en otras personas que padecen esa atonía vital, que tanto daño os hacían, permiten o hacen posible que, de manera paulatina, te vayas sintiendo mejor. La socialización grupal en una determinada actividad es la mejor medicina para vuestras dolencias. Por supuesto, hay un seguimiento y control  continuo, por parte de un especialista grupal. Aunque no lo creas, estas personas están disponibles dieciséis horas del día, mediante una sofisticada tecnología telemática”. 
  
A continuación, este convincente especialista mostró a Carmen un listado de los grupos que estaban funcionando, en esos momentos, bajo la supervisión clínica de expertos cualificados en las distintas opciones de trabajo.

JARDINERÍA Y HUERTOS URBANOS. MASCOTAS. MANUALIDADES DECORATIVAS. PINTURA ARTÍSTICA. PRACTICA SENDERISTA. PROGRAMACIÓN Y DESARROLLO DE VIAJES. ESCUELA DE TRADICIONAL Y NUEVA COCINA. OBRAS SOCIALES EN ONG. INTERPRETACIÓN TEATRAL. DISEÑO DECORATIVO EN EL MOBILIARIO DEL HOGAR. FOTOGRAFÍA CREATIVA. INSERCIÓN EN ASOCIACIONES GRUPALES.

Cuando volvía a casa, tras esta primera sesión de consulta psicológica, Carmen se mostraba confiada y agradecida a esas nuevas luces que se habían encendido en la oscuridad de su vapuleada voluntad. Estaba decidida a estudiar las distintas opciones que tenía por delante, a fin de colaborar grupalmente en algo que, en principio, no le desagradara y despertara un adormecido o nuevo interés. De todas formas, lo más sorprendente de la entrevista que había mantenido con el afamado psiquiatra y psicólogo, surgió en la parte final del diálogo.

“En cuanto a las relaciones extramaritales, que tu cónyuge suele realizar de forma habitual (según me has comentado), pienso debes posicionarte ante las mismas de una manera inteligente, valiente y compensatoria. Busca, tú también siempre que ello te motive, una buena e íntima amistad. No vas a ser menos que él. Tú llevas asumiendo su desleal comportamiento, desde hace años. ¿Por qué no vas a tener las mismas experiencias afectivas/sentimentales que él, con tan irresponsable naturalidad y prepotencia, suele practicar?”

Todavía esa noche, Carmen desconocía que un hombre, conyugalmente separado, inmerso en una vida un tanto estresada y, en la actualidad, integrante de un grupo que practica la INTERPRETACIÓN Y LA EXPRESIÓN MÍMICA, iba a suponer para ella un proceso decisivo de cambio en su rutinario recorrido existencial. Encontrar a esta persona le iba a permitir  recuperar autoestima, sensaciones afectivas e ilusiones rejuvenecedoras, en ese destino siempre incierto sobre las páginas aún no escritas de nuestro conocimiento.-

José L. Casado Toro (viernes, 27 Mayo 2016)
Antiguo profesor I.E.S. Ntra. Sra. de la Victoria. Málaga

viernes, 20 de mayo de 2016

EL INSÓLITO COLECCIONISTA DE SONRISAS.

Resulta bastante probable que, a lo largo de nuestro tiempo, hayamos tenido relación con personas entregadas a la práctica del coleccionismo. Podríamos citar, a poco de que busquemos en nuestra memoria, numerosos ejemplos de familiares, amigos y conocidos, aficionados a la entretenida práctica de ir juntando objetos de la más variada tipología. Esta curiosa actividad no se lleva a cabo sólo para distraer las horas sino que, en ocasiones, la extremamos y convertimos en un incentivo, tan profundo y visceral, que provoca el desequilibrio y, consecuentemente, el más que profundo desasosiego.

Unos y otros poseemos en el recuerdo aquellas imágenes afectivas de nuestra infancia. En esas tempranas edades, ya nos agradaba juntar lo que denominábamos “mis pequeños tesoros”. Normalmente coleccionábamos estampas y fotos, relativas a películas, modelos de coches, futbolistas, actores o artistas del cine o algunas historias relativas a nuestros grandes héroes de los tebeos. Todavía hoy, cuando percibo el aroma de una tableta de chocolate o las veo alineadas en los estantes comerciales, no puedo por menos que recordar la ilusión que sentía en aquellos lejanos años, no sólo por la dulzura del grato manjar, sino también por ese par de estampas que acompañaban al producto, ubicadas entre el envoltorio y el papel de aluminio que cubría la tableta. La tradicional y prestigiosa marca Nestlé facilitaba, al efecto, unos álbumes, donde había que pegar esas atractivas estampas a fin de ir completando la colección.

Por supuesto que nuestro esfuerzo no sólo se centraba en acceder a las apetitosas tabletas de chocolate sino que, una vez abiertas las mismas y, tras comprobar que ya teníamos alguna estampa repetida, había que proceder a la fase de intercambiarlas por aquellas otras que nos faltaban a fin de completar el álbum, tarea que podía resultar en ocasiones no exenta de dificultad. Siempre había alguna lámina o estampa que se introducía, en muy escasas unidades, dentro de las tabletas. Era, por consiguiente, la “joya” preciada por conseguir. El coste en el intercambio suponía dar varias estampas, a cambio de esa otra que nos faltaba o, incluso además, realizar algún mandato o capricho para el poseedor de tan preciada imagen. 
  
Ya de mayor, las personas también solemos ser aficionadas a coleccionar objetos de la más diversa naturaleza. Los ejemplos son muy heterogéneos. Las cucharillas, con los anagramas de muchas ciudades; los dedales de cerámica; las figuras de muchos animales, especialmente gatos y búhos; los más raros y sofisticados relojes; los preciados discos de vinilo; centenares objetos de vidrio; los artísticos cuadros de pintura; los interesantes sellos de correo, utilizados para el franqueo ordinario; las casitas de cerámica, alusivas a la arquitectura de muchas nacionalidades; monedas, joyas, incluso coches (para aquéllos que tienen posibilidades económicas de hacerlo) fotos y láminas antiguas, latas de refrescos vacías, utilizadas en diferentes países, muñecas de las más hermosas tipologías … y así un largo y heterogéneo etc.

En este contexto resumamos una bella historia, de la que fui partícipe hace ya unos cuantos años, relativa a esta curiosa afición.

Con esas prisas infundadas, con que banalmente nos vemos acelerados, realizaba una mañana el rutinario repaso de la prensa digital. Sueles centrarte en cuatro o cinco diarios, procurando un equilibrio entre las noticias locales y aquellas otras de ámbito nacional e incluso generadas más allá de nuestras fronteras. Normalmente, sólo lees los titulares que cada medio destacan como principales noticias de portada. En el caso de que algunos de esos reclamos te sean de especial interés, entras en la información y profundizas algo más en sus contenidos. Avanzando por las distintas secciones, me llamó la atención un pequeño titular publicitario que aludía al “coleccionista de sonrisas” frase, sin lugar a dudas, especialmente atractiva. Marqué ese aparente anuncio para, con más sosiego, avanzar durante la noche en su contenido.

Tras la jornada laboral, ya en casa, recordé el titular de esa mañana y leí con detenimiento la brevedad de lo que decía. Una persona, llamada Gregorio, solicitaba colaboración para enriquecer su afición en el coleccionismo de “sonrisas”. Poco más avanzaba esa escueta publicidad pagada, a no ser una dirección electrónica a través de la cual se podía contactar con el autor de tan peculiar y sana afición.

Es obvio que el coleccionismo resulta usual entre muchas personas. De manera especial, para con determinados objetos que, por muy diversas causas, les motivan en esa búsqueda que incrementa el valor numérico, sentimental o lo que fuere, con respecto al conjunto acumulado. Y, desde luego, estaba de acuerdo con ese dicho de que “en cuestión de gustos no hay nada escrito”.  Por esta razón comprendía que cada coleccionista se centrara en aquellos objetos cuya motivación sólo ellos conocerían. Pero no era menos cierto que provocara mi extrañeza (posiblemente también la de otros muchos lectores del anuncio) que este señor coleccionara algo tan positivamente ssvilloso como son las sonrisas. sas. a mi extrañeza (posiblemente la de otros muchos lectores del anundio) util, anímico y maravilloso como son las sonrisas. Me preguntaba ¿A qué se referiría exactamente?

Dejé pasar unos días, en los que le seguía dando algunas vueltas a las intenciones exactas de esta persona. Llegué a preguntarme si se trataría de alguna broma, la consecuencia de alguna excentricidad o un anuncio que encubriera algún mensaje oculto o secreto, de intencionalidad sólo comprensible para otra persona o grupo determinado. Al fin, una noche de viernes, tras comprobar que el texto publicitario aún permanecía en esa página de prensa, decidí probar suerte enviando un correo a la dirección electrónica, citada en el correspondiente anuncio publicitario. 

“Estimado Sr. Gregorio. Me ha hecho pensar bastante, su petición de ayuda o colaboración a fin de incrementar (creo entender) su colección de sonrisas. ¿De que forma podría colaborar en la misma? Tal vez pueda ayudarme a entender, algo mejor, este insólito anuncio donde viene adjunta su dirección. Atentamente”.

Transcurrieron, aproximadamente, un par de semanas sin que al buzón de mi correo llegase respuesta alguna con respecto a la comunicación enviada. En ese marco temporal, el insólito anuncio dejó ya de publicarse. No es que me olvidase del asunto, pero sí es cierto que, al paso de los días, el tema de las sonrisas fue perdiendo intensidad en los niveles de mi memoria. Cuando pensaba ya que todo era la consecuencia de alguna broma de origen indefinible, observo con sorpresa una respuesta a mi envío. Estaba firmada por alguien llamado Gregorio Luis. Con cierto nerviosismo, abrí ese correo sumido en interrogantes que necesitaban una respuesta más o menos convincente. El texto era ciertamente largo. Supongo que habría partes en el mismo utilizadas como plantilla para todas las respuestas y algún párrafo o datos específicos modificados para la personalización. Básicamente, transcribo el escrito que llegó a mi poder.

“Apreciado hermano. Muchas otras personas, como tú (permíteme el tuteo) has hecho, se han sentido motivadas en responder a mi “extraña” petición de colaboración. Ante todo quiero agradecer la nobleza de tu sana voluntad.

No es un secreto para nadie. El mundo actual sufre una dinámica de situaciones, regionalizadas pero, al tiempo, globalizadas, que provocan en nuestros espíritus el ánimo depresivo de la seriedad, el letargo de los mejores valores, la materialidad que nos envilece y ese dolor, que no siempre es de naturaleza física, que nos provoca el sin sentido de la tristeza. Pero, ante esta ingrata realidad hay que reaccionar. Debemos cada uno, con nuestra modesta pero dinámica gota de arena, conformar esa gran masa de voluntades que generen situaciones abiertas a las sonrisas. Este buen gesto, en nuestros rostros, será positivamente terapéutico, con ese afán esperanzado por conseguir un mundo menos hosco, menos violento y embrutecido, más verdadero y socializado, a fin de compartir todo aquello que la naturaleza y nuestro esfuerzo  germina para una mejor vida.
   
Sí, desde la sencillez y lejanía de mi celda, en este monasterio perdido entre montañas, yo quiero coleccionar no bienes materiales, a los que renuncié hace ya muchos años. Por el contrario, me esfuerzo en despertar muchas conciencias, para que todos recapacitemos en que el camino que recorremos nos lleva, cada vez más, por la senda errónea de un mundo que padece una preocupante ausencia de sonrisas y amor.

¿Y que puedes hacer tú? ¿Y aquél? ¿Y ese otro, en tan saludable empeño? Creo que, honestamente, mucho. Esfuérzate en dinamizar la fresca esperanza de la alegría, frente a la oscura pesadumbre por carecer de tan saludable valor. Hazlo cada día. Cada minuto. Cada latido de vida, en la limpieza de tu caminar. Mientras más seamos los que así actuemos, más alegría generaremos en un mundo que ansía y necesita cambiar. La sonrisa debe superar el letargo depresivo de la tristeza. No me cabe duda de que, tú también, eres capaz de coleccionar y enriquecer  este hermoso e ingrávido valor.

Cuando lo necesites, será una inmensa alegría recibir tus gratas noticias. Hermano Gregorio Luis”.

En algún recóndito paraje de nuestra contrastada geografía, cielo, agua, tierra y amor, un fraile, imaginativo y tenaz, se esforzaba en difundir el noble mensaje de la sonrisa. Su ilusión era construir un mundo más amable, solidario y vitalizado en bondad. ¿Por qué no comenzar, desde ahora mismo, en tan apasionada aventura?


José L. Casado Toro (viernes, 20 Mayo 2016)
Antiguo profesor I.E.S. Ntra. Sra. de la Victoria. Málaga

viernes, 13 de mayo de 2016

EN LA BÚSQUEDA ANSIADA DE UN LUGAR SIN DIRECCIÓN.

Hacía una tarde espléndida, con un sol de tonalidad áurea al que siempre agradecemos su templanza. También, ese aroma a primavera que nos permite sonreír sin preocuparnos exactamente por el cuándo o el por qué. Conducía mi vehículo, ajeno a las prisas del tiempo, camino del Jardín Botánico la Concepción, en Málaga. Me apetecía pasar unas horas, caminando por ese mágico entorno que conforman los árboles erguidos en su altura, las flores cromáticamente entremezcladas, las luces reflejadas en el agua y tantas sombras de aventura para la imaginación del viajero.

Poco antes de alcanzar la desviación del Parque de la Alegría, camino de la antigua carretera de Casabermeja, sentí un golpe seco en la parte trasera de mi vehículo. Un vetusto Citroën C3 de color blanco, en una falsa maniobra, me había alcanzado. El impacto en el parachoques no fue excesivamente fuerte. De hecho, cuando ambos conductores bajamos de nuestros vehículos, comprobamos que los daños producidos en las carrocerías respectivas habían sido afortunadamente leves.

La conductora del Citroën, una chica joven, aparentemente inmersa en los años de su veintena, se mostraba visiblemente nerviosa y alterada. Tras el necesario consejo, de que debía esforzarse en mantener la calma, le indiqué la conveniencia de que intercambiáramos los datos necesarios, a fin de dar parte a nuestras agencias aseguradoras de un siniestro que, en mi caso, sólo había abollado una pequeña parte del parachoques además de algunos arañazos. El nombre de la chica era Mayca y, para nuestra complicación, tuvo que reconocerme que viajaba con un seguro de coche caducado, con lo cual su agencia difícilmente se iba a hacer cargo de la responsabilidad que había tenido en la conducción. Le indiqué que, pese a todo, diera el parte correspondiente y que “negociara” con la agencia el pago atrasado. En todo caso, tendría que hacerse cargo del coste de la reparación que mi aseguradora le iba a exigir. Por cierto, su vehículo mostraba un abandono patente en todo el perímetro de la carrocería. El Citroën superaba la década en antigüedad.  

En este contexto observé que, frente al Parque donde nos encontrábamos, había un par de bares abiertos, donde la chica podría calmarse tomando alguna infusión relajante. A este fin, me permití invitarla, gesto que la conductora lógicamente agradeció. Aunque la temperatura ambiente aconsejaba saborear alguna copa o cucurucho de helado, pedí la misma consumición que mi interlocutora: una tila con manzanilla que, a uno y a otro, de forma “milagrosa” nos sentó bastante bien. Gracias a la necesidad de expresividad de Mayca, conocí algunos datos acerca de su vida. Efectivamente, según mi suposición, había cumplido los treinta, el mes anterior. Acumulaba años sin encontrar un puesto de trabajo estable, desde que terminó sus estudios en Trabajo Social. Una sustitución de treinta día, en una residencia de la tercera edad, por la zona este de la ciudad, era su actividad laboral más prolongada.

Entre palabras y palabras, al fin me mostró la documentación de su “castigado” vehículo. Para mayor complicación, ella no era la propietaria del mismo. Pertenecía a un hermano mayor, con el que convivía en casa de sus padres, y que se ganaba la vida haciendo también trabajos temporales, especialmente como reponedor en un hipermercado de la ciudad. Aquella tarde de junio, un tanto aburrida y desanimada por no saber qué hacer, había cogido las llaves que guardaba su hermano en el dormitorio y se había puesto a conducir, sin una dirección concreta para su destino.

“Sí, se me estaba haciendo el día muy largo, sin saber exactamente en qué ocupar el tiempo. Pensé en irme a la playa, pero como es algo que vengo haciendo día tras día, me dije ¿por qué no conducir un rato, sin una dirección concreta? Hacía tiempo que no venía por esta zona del norte de Málaga, donde sé que abunda la naturaleza y no está lejos del centro de la ciudad. Así podría distraerme un rato, cambiado de esa monotonía que me abruma tarde tras tarde (por las mañanas tengo que ayudar en casa). Iba como “atontada” al volante y no me di cuenta que me acercaba demasiado a tu vehículo. Por eso te golpeé, sin querer, el parachoques. Ahora después tendré que aguantar la “bronca” que me va a echar mi hermano, pero es noblote, de carácter y, al fin, se le pasará”.  

La estaba escuchando con suma atención, cuando pensé en mi intención de pasar un buen rato caminando por los parajes del complejo natural que tenía cerca, a poco más de un kilómetro de distancia. Viendo a una persona joven en tal estado de aturdimiento mental ¿por qué no sugerirle si le vendría bien dar un paseo por tan emblemático lugar. A pesar de haberme producido ese leve daño en la carrocería del vehículo y sin poseer un seguro activo para la conducción, a todos nos fluye, en algunos momentos agraciados del día, esa vena de generosidad que tanto nos conforta.

“Mi intención, antes de que me “alcanzaras” (sonrisas de uno y otro) era echar un buen rato por este gran jardín que tenemos a no mucha distancia de aquí. No sé si lo conoces. Observo que te encuentras es un estado de cierto bloqueo anímico que, con el golpe del coche, se ha podido incrementar. Tal vez te vendría bien pasear un poco por allí. Obviamente, es un lugar muy seguro y tranquilo. Si te apetece, me sigues en tu vehículo y yo me hago cargo de tu entrada en el recinto. Soy, desde hace años, “amigo del jardín” y conozco bien este maravilloso paraje. Tu dirás, si te decides. Ah, y por supuesto mañana, te pasas con tu hermano por la aseguradora y como sea ponéis en regla la vigencia del seguro. Ya tengo tus datos y los del coche, y cuando me arreglen el paragolpes trasero, hablaremos del coste. De todas formas, entiende que debo informar a mi aseguradora de lo que ha ocurrido”.

Y ahí me vi, conduciendo hasta el parking del Jardín, seguido a prudente distancia por Mayca, quien, mucho más serena (su rostro reflejaba la ilusión de la experiencia) no dudó ni un segundo en aceptar mi atractiva propuesta. Ya en el interior del recinto, ocupamos casi las dos horas que teníamos, antes del cierre horario establecido, en recorrer varias zonas, especialmente elegidas por mí, que agradaron de una forma explícita (por sus palabras y gestos) a mi inesperada compañera de ruta. Lógicamente, durante nuestro largo y explicativo paseo, tuve oportunidad de escuchar y profundizar el argumentario depresivo que afectaba a la joven. Éste razonamiento se puede resumir en las siguientes palabras.

“Es que llega un momento en que te sientes aburrida de casi todo. A pesar de mi no elevada edad, veo que pasan las horas y los días, sin conseguir una estabilidad vital que, por mis circunstancias, tiene que ser prioritariamente laboral. Te levantas de la cama, un día tras otro, soportando la indiferencia social a tus currículums, la “basura laboral” que apenas puedes conseguir (horas trabajadas y no pagadas, ocupaciones que no tienen nada que ver con aquello para lo que te has formado, despidos de la noche a la mañana, con un simple adiós –y a veces ni eso-) añadiendo esa dependencia absoluta para con tus padres o incluso los abuelos….) y encima soportando la falsa exposición de los gobernantes y empresarios, manipulando todo lo que hay que manipular, para no decir la verdad y vendiendo un  producto en el que ni ellos mismos creen. Mentiras y falacias sin fin, expresadas de la manera más impúdica.

Por todo eso, esta y otras tardes, te echas a la calle, buscando un destino cuya dirección ya ni conoces. Pero es que quedarte sentada en casa, es aún peor. Al menos por la calle y la naturaleza, respiras. Si te recluyes lamentándote, frente al ordenador o la tele, piensas que el techo que te cobija puede incluso fallar y sentirte aplastada por tus problemas. Ahora, paseando por todos estos maravillosos parajes, percibes tu situación de una manera diferente. Todavía nos quedan los árboles, las flores, la naturaleza y personas generosas … (me miraba con una sonrisa angelical) que, al menos, se prestan a escucharte”.


Seguimos caminando por entre los estanques y cascadas, con esa acústica rítmica del agua, los árboles centenarios, el espectacular  Mirador sobre la ciudad, el romántico Cenador de Glicinias, el Museo Loringiano, el Jardín de Suculentas… y Mayca entró en un estado de profundo silencio. Miraba y sonreía ante el bello y relajante entorno que nos rodeaba, continuando  nuestro lento caminar. En un momento concreto, cuando estábamos junto al estanque de la Ninfa, se detuvo y con gesto serio y preocupado, me indicó que tenía que realizar una llamada telefónica urgente. Me separé discretamente de su compañía, a fin de respetar la intimidad de la conversación que mantenía. Aunque hablaba, lógicamente en voz baja, percibí una cierta discusión con la persona que estaba al otro lado de la línea. Esa conversación duró no menos de cuatro o cinco minutos.

Tras la comunicación telefónica, su rostro había cambiado profundamente de semblante. La seriedad y la preocupación presidían el conjunto de su mirada. Al fin, tras caminar unos pocos metros, me indicó que tenía que marcharse. Le pregunté si algo imprevisto había sucedido. Movió negativamente su cabeza y me sugirió que volviéramos a nuestros vehículos. Un tanto desconcertado, le acompañé hasta la puerta de salida del recinto. Decidí yo también dar por finalizada mi visita y, al llegar a la explanada que sirve como parking general para los visitantes, expresó unas enigmáticas y largas palabras que motivaron en mí una profunda inquietud.

“Te voy a pedir un favor más. No me hagas preguntas acerca de lo que te voy a decir. Has sido conmigo extremadamente generoso y no mereces ser objeto de una situación que te iba a hacer sufrir. Olvídate de todo lo que has vivido esta tarde. Es lo mejor para ti. He tratado de parar un montaje, en el que tú eras la persona elegida. Entenderás que el golpe que has recibido en tu vehículo no era un accidente fortuito. Todo estaba muy planificado y controlado. Ahora mismo nos están vigilando, aunque no lo percibas. Móntate en tu coche y aléjate pronto de aquí. Y, sobre todo, olvida. Piensa que nada ha ocurrido esta tarde. Es como si no me hubieras conocido. Te estoy haciendo un profundo favor. Y no acudas a la policía. Es lo mejor para tu seguridad.  De nuevo tengo que agradecerte tu bondad”.

No dijo nada más. Tampoco yo pronuncié palabra alguna. Me regaló una última sonrisa forzada, subiendo rápidamente a su vehículo, con el que partió de allí con gran presteza. Yo hice lo mismo. sumido en un estado de gran confusión. Aquella noche, apenas pude conciliar el sueño. Me preguntaba, una y otra vez, qué había de verdad y de falso en una historia tan sorprendente, acaecida hacía escasas horas y de la que, según la chica, yo era el foco central como protagonista. ¿Qué pretendía, en caso de ser cierta la supuesta trama, esa presumible y sórdida banda de malhechores?

Siempre tuve la esperanza y, por qué no decirlo, la necesidad de volver a contactar con Mayca. Pero esa llamada explicativa, que tantos días esperé, no llegó a producirse. Mi seguro a todo riesgo resolvió, sin mayores problemas, las pequeñas “lesiones” sufridas en el paragolpes trasero del vehículo. Sea cual fuere la verdad de todo el escenificado entramado en el que estuve, como actor protagonista de alto riesgo, mantendré el afectivo recuerdo a una joven que tratfico.﷽﷽﷽﷽﷽inematogrriiller  o. Sea cual fuera la verdad, recordarMayca.  vez, quó de evitarme males y riesgos mayores, en una tarde de misterioso thriller cinematográfico., tras caminar unos metros, me indic-

José L. Casado Toro (viernes, 13 Mayo 2016)
Antiguo profesor I.E.S. Ntra. Sra. de la Victoria. Málaga

viernes, 6 de mayo de 2016

ENCUENTRO DE TRES IDENTIDADES, EN LA AVENTURA DE UN SÓLO NOMBRE.

Seguro que, unos y otros internautas, hemos caído alguna vez, poniendo algo de color al tiempo de ocio, en la pícara tentación de escribir nuestro nombre completo sobre el recuadro “sediento” de ese buscador universal, tan versátil para casi todo. Efectivamente, más que localizar alguna información sobre nosotros mismos en el Google nos preguntamos, con esta divertida acción, si hay alguien por esos mundos de Dios al que, el destino u otras circunstancias, le han adjudicado un nombre y apellidos idénticos al nuestro. También resulta atrayente la segunda parte de esa curiosa búsqueda o investigación. Consiste esta fase en pulsar el menú de imágenes, a fin de echarle la vista a ese otro yo que luce y responde a los datos de identidad que nos contemplan, en el Registro Civil de nuestra localidad.

Tampoco hay que extrañarse de que existan, en la amplia geografía nacional o incluso mundial, otras personas que también poseen nuestros mismos nombres y apellidos. Algo parecido ocurre con los topónimos geográficos. Un mismo término puede aparecer en espacios y culturas muy distanciadas o contrastadas. Pero no es lo mismo la coincidencia de un sólo término espacial para la localización, que los tres elementos usuales que componen el nombre completo de una persona. Y esta curiosa coincidencia ocurrió, en el contexto de la historia que vamos a resumir.

Era un cálido sábado de verano cuando Alejandro M.T. un policía local de una importante capital andaluza, se hallaba (a causa de los turnos organizados por la jefatura a la que pertenece) libre de servicio. Su antigüedad en el cuerpo de seguridad local no era muy elevada, ya que alcanzó dicho puesto por oposición cuando había cumplido los 25 años. En la actualidad tiene cuatro años más, está casado y es padre padre de una niña pequeña que ya ha gozado de dos primaveras.

Esa tarde, él y su mujer habían previsto salir. Necesitaban realizar unas compras en el centro comercial de la barriada donde residen pero, dado el intenso calor que aún soportaba la ciudad a esas horas del estío, decidieron esperar hasta después de las siete, cuando la temperatura fuera algo más benévola. Hasta el momento de cambiarse de ropa para la calle, se sentó un rato frente al ordenador. Navegando por entre las páginas webs, llegó hasta el portal de Google y fue entonces cuando se le ocurrió la idea de teclear su nombre completo, con la curiosidad de ver cuáles eran las entradas que le proporcionaba ese afamado buscador universal.

Para su sorpresa, además de un reportaje de prensa con fotos en la que él aparecía con los demás compañeros, el día en que les fue entregado el nombramiento de policías locales, había otras informaciones relativas a dos personas que también tenían sus mismos nombres y apellidos.
Todo aquel que posee experiencia en la “navegación” por las redes de Internet conoce que una página suele llevar a otras, como si fuera un sistema arbóreo de ramas enlazadas. Puede llegar el caso de que el tejido formado por esas redes informáticas sea verdaderamente muy extenso. A causa de ello, Alejandro dejó para la noche la investigación sobre esos otros dos compañeros que portaban la misma nomenclatura en su identidad. 

Tras la cena, mientras su compañera Basi se puso a ver la película que daban por la 2, él se acomodó frente a la pantalla del portátil, dispuesto a continuar la investigación que había iniciado unas horas antes. Aparecía en primer lugar un Alejandro M.T. que, a tenor de unas fotos y unas informaciones sindicales de la provincia castellana de Salamanca, era un transportista de mercancías. Deducía, por la naturaleza de las informaciones ofrecidas, que este profesional ocupaba algún cargo directivo en la estructura de un sindicato local o regional del sector. A tenor de las imágenes, en que se veía a esta persona delante de un enorme tráiler viajero, aparentaba alcanzar el medio siglo de vida, más o menos.

Otro Alejandro M.T. vestía en las fotos un elegante clergyman, sobre su generosa humanidad corporal. Persona mayor, aparentaba andar por las seis o siete décadas en su existencia. En las entradas de texto, había unas hojas parroquiales de catequesis, con textos firmados por este venerable sacerdote. Esos y otros datos indicaban una localización espacial aragonesa, no exactamente de Zaragoza capital sino de otro municipio de la región.
Alejandro, muy aficionado a la lectura y al disfrute con las películas en el cine, trató de imaginarse algunos rasgos acerca de los caracteres de sus otros dos compañeros de identidad. El salmantino ofrecía una imagen de persona resolutiva, activa, lógicamente viajera y con previsibles dotes de liderazgo. Tal vez, un tanto nerviosa o temperamental. Tenía la piel muy cobriza, bronceado consecuente de estar muchas horas en la sucesión de los días, viajando de un lugar para otro, desplazando las mercancías a su cargo. En cuanto el cura aragonés, su imagen sugería o aparentaba ser una persona tranquila, sosegada, bonachona, amante sin duda de la buena mesa, por la circunferencia que mostraba la horizontalidad de su cuerpo. Dada la hora avanzada de la noche, decidió irse a la cama para descansar. Al día siguiente, aunque era domingo, le correspondía prestar servicio durante una larga jornada. En concreto, una de esas actividades programadas era la de hacer guardia, junto a otros compañeros, en la celebración de una corrida de toros, espectáculo en el que no se sentía en absoluto a gusto. Nunca había sido seguidor de una fiesta popular que consideraba cruel  para con los animales.

Ya en la cama, antes de conciliar el sueño, estuvo elucubrando la mejor forma de ponerse en contacto con estas dos personas de su mismo nombre. Tal vez en Estadística o en el Registro Civil del Juzgado pudieran proporcionarle algún dato telefónico al respecto. De todas formas, se propuso rastrear mejor por las páginas de Internet,  a fin de buscar un correo electrónico o incluso entrar en los listados de Facebook. Se mostraba dispuesto a conocer, un poco más en lo posible, a estos dos compañeros de nomenclatura.

La constancia de este policía local fue dando sus frutos, aunque no de una forma rápida. Consultas en las redes sociales; visitas a la Delegación local de Estadística; también, correos a las de Zaragoza y Salamanca; entrevistas con responsables del Registro Civil; investigación a través del buscador Google; cartas a los departamentos de estadística de diversos ayuntamientos; llamadas telefónicas al obispado de Zaragoza; también, a la Asociación Nacional de Transportistas; contactos con varias compañías de telefonía móvil; etc.  Todo ello fue creando, de manera paulatina, una base de datos que permitió, finalmente, poner en comunicación a los tres Alejandros, que residían en Andalucía, en Aragón y en la Comunidad Autónoma de Castilla y León. Tras un par de meses en el proceso y un mes más, a fin de cuadrar fechas en las respectivas ocupaciones que los tres ciudadanos desempeñaban, acordaron reunirse en Madrid, punto más o menos equidistantes de sus ciudades de residencia, en un sábado de diciembre, estando muy próximas ya las fiestas navideñas.

Ese día, desde sus respectivos hoteles, las tres personas del mismo nombre acudieron a un céntrico restaurante, cercano a la muy concurrida Plaza Mayor de Madrid. Tras un cordial saludo inicial, dedicaron unos muchos segundos en escudriñarse recíprocamente, contrastando la imagen inicial que todos ya poseían (habían intercambiado unas fotos) con la realidad física que ahora tenían a muy pocos centímetros de su vista. Curiosamente, los tres Alejandros M.T. en un gesto nervioso, sacaron de sus carteras los D.N.I que cedieron amablemente para su comprobación a sus interlocutores. Tomaron una mesa y tras ojear la carta, que el camarero les había facilitado, pidieron un cocido madrileño. Mientras esperaban la suculenta comida, con sus copas de Rioja bien repletas, cada uno de ellos fue haciendo una breve presentación biográfica para el conocimientos de los demás.

“Me doy cuenta (habla el sacerdote, Alejandro M.T.) que pertenecemos, por nuestras edades, a tres generaciones distintas. Es evidente que, con mis 68 años, yo soy el mayor. Mi familia es muy reducida. Sólo tengo un hermano, bastante menor, que ¡es actor! y vive en el extranjero, hace ya muchos años. Desde que me hice sacerdote, he pasado por diversos destinos pastorales hasta fijar mi residencia de una manera más estable. En la actualidad soy párroco de un precioso municipio en el norte de Zaragoza. Aunque nunca me he puesto a investigar como tú, siempre he pensado que todos tenemos por ahí nuestro otro yo, tanto en los nombres como en el parecido físico. Sabéis que somos obra de Dios y de la naturaleza, verdades que, no pocas veces, se comportan de una manera traviesamente divertida y misteriosa. Lo que resulta curioso es que nuestros apellidos hayan coincidido en tres momentos del tiempo, separados por unos veinte años de diferencia. Y eso sin que nuestras familias hayan tenido contacto alguno. Pero así son estas casualidades, en estas nuestras primeras vidas”.

Todos sonreían, ante las “paternales” palabras del bondadoso sacerdote, un cura de almas, como antes se solía decir. A continuación tomó la palabra el transportista, Alejandro M.T. expresivamente una persona de modales menos cultivados o elegantes.

“La verdad, yo tengo que decir que todo esto me parece una historia de cine. Demasiado novelesca. Y tampoco hay que darle tanta importancia a que otra persona se llame igual que tú. Pues será una coincidencia. Esas cosas pasan. Pero este no es mi problema. Yo me gano la vida en la carretera, llevando de aquí para allá, todo tipo de mercancías. Desde electrodomésticos y comida, hasta animales vivos. Recuerdo una vez que tuve que transportar una camioneta llena de cochinos. Me tengo que ganar así la vida, Y el lunes, otra vez a la carretera. Llueva o haga sol. Entiendo la curiosidad del policía, que ha movido todo esto. Pero a mi, el estar aquí hoy, me ha costado mi buena pasta. Y los euros no te los regalan.. Pero nada, sigamos con la película”.

Finalmente, con la sopa inicial del menú, encima de la mesa, fue el andaluz, Alejandro M.T. quien expresó su planteamiento inicial.

“Efectivamente, he sido yo quien ha dinamizado esta posibilidad. Y os agradezco en el alma vuestra generosidad y esfuerzo, para que hoy pudiéramos estar aquí reunidos. Localizaros y acordar este punto de encuentro, os lo aseguro, no ha sido tarea de un día. Pero qué cosa resulta fácil en estos tiempos, en que todos estamos “atrapados” por nuestras ocupaciones y tentaciones materiales. Como decía Alejandro, de Aragón, en este caso yo sería el menor, como “el nieto” en esa generación que conforman nuestras edades. La razón de todo este entramado es que tenía curiosidad por conocer a esas otras personas que llevan exactamente mi nombre y apellidos. Sí, Alejandro, de Castilla, tal vez sea una tontería, pero no me negarás que resulta curioso el que sin tener vínculos familiares se dé también la coincidencia de los apellidos. Ya conocéis que trabajo en la seguridad, como policía local. A partir de hoy podré decir que tengo dos amigos más, o si queréis, algo así como un padre y un abuelo. Cosas de la vida”.

Poco a poco, la atmósfera relacional se fue relajando para la curiosidad y necesidad del afecto. Dieron las cinco de la tarde y aún continuaban con la sobremesa de los cafés, hablando y charlando sobre sus vidas y los avatares diarios de la profesión que los tres desempeñaban. Por sugerencia del sacerdote, acordaron reunirse una vez cada año, por estas fechas. Irían alternando los lugares del encuentro. Comenzaría este recorrido anual por Zaragoza, lugar de residencia del mayor de los Alejandros M.T. Al sentirse de alguna forma “hermanados” y con el fervor propio de la emoción, la buena mesa y la embriagadora bebida, se comprometieron a prestarse ayuda recíproca, no sólo en lo material, en caso de necesidad. Finalmente, intercambiaron algunos regalos que habían traído para la reunión. Un rosario de plata, con la Virgen del Pilar, una botella de tinto reserva de Toro y una artística jarra de cerámica granadina.

Ya en la mañana del domingo, volvieron a encontrarse en la estación cosmopolita  de Atocha. Con breves diferencias en el tiempo, los tres Alejandros partieron hacia sus lugares de origen. El sonido pautado de las ruedas, sobre los raíles de la distancia, alejaban y, al tiempo unían, a tres vidas, a tres generaciones y a un solo nombre.-


José L. Casado Toro (viernes, 6 Mayo 2016)
Antiguo profesor I.E.S. Ntra. Sra. de la Victoria. Málaga