jueves, 29 de julio de 2021

LAS 24 HORAS DE LIAM Y CHLOE EN MÁLAGA.


Cuando viajamos de manera particular, a una ciudad de la que poco o nada conocemos, al margen de que hayamos consultado previamente una guía de viajes o páginas web de Internet, nos agradaría mucho recibir algunos consejos o información concreta por parte de personas que sean naturales de esa localidad o que lleven algún tiempo viviendo allí como residentes. Seguro que los datos técnicos de cualquier publicación nos van a ser útiles. Sin embargo, la información que los aborígenes del lugar nos puedan facilitar resultará más directa, concreta y valiosa, siempre en función de aquello que más nos interese para nuestra necesidad.

Por citar un ejemplo, bastante frecuente. Nos encontramos en el centro o barriada de una ciudad y es la hora de almorzar o cenar. Después de haber recorrido muchos kilómetros conduciendo, nos apetece tomar una comida “casera” y caliente, que nos recupere del cansancio acumulado en nuestro organismo. Entonces nos animamos a preguntar a un lugareño qué establecimiento nos sugiere para encontrar la mejor calidad / precio de esa comida casera. Puede ser a un señor o señora que descansa en un banco del parque o aquella otra que se desplaza sin exteriorizar demasiada prisa, la persona elegida para preguntarle. Suele dar buen resultado cuando nuestro ruego lo hacemos al vendedor de un puesto de prensa o de regalos y chucherías. En general, la gente suele ser bastante amable y se afana en transmitirnos la mejor información que poseen en su conocimiento y experiencia.  Incluso muchos de estos ciudadanos anónimos consultados, no pueden ocultar la satisfacción que les produce sentirse útiles, a fin de ayudar a ese visitante foráneo, para que encuentre un buen lugar donde reponer fuerzas o para encontrar la ubicación de una calle, comercio, edificio oficial o lugar monumental. En este contexto se inserta el siguiente relato.

Cálida y soleada mañana, en la primera semana de julio. Entre las varias opciones posibles a desarrollar, durante ese martes veraniego, me apetecía dar un largo paseo a través de los jardines del Parque malacitano, pensando en que finalmente podría acercarme al puerto marítimo, con el objetivo de caminar hasta el morro de levante. En todo ese itinerario tenía ya pensado diversos puntos en los que podría encontrar esa agradable sombra junto al mar, espacios que me permitirían dedicar algunos rentables minutos para la gozosa tarea de escribir y, localizando panorámicas y motivos interesantes, tomar algunas fotos. Mi primera parada fue en las zonas ajardinadas junto al Palmeral de las Sorpresas. Allí comencé a conformar párrafos sobre las hojas del bloc, aportando algunas ideas que iban surgiendo desde la traviesa imaginación. Ante mis ojos tenía una bella panorámica marítima, con la bahía de Málaga como fondo, a su derecha el buque que realiza el transporte a la ciudad de Melilla y en la zona opuesta la erguida y elegante figura arquitectónica de la Farola, con todas las edificaciones y locales comerciales del muelle uno.

Mezclaba la caligrafía de los apuntes con esa gratificación visual que proporcionaba la presencia de un mar portuario, sereno y sin apenas oleaje. En un momento percibí que, entre los paseantes de la zona, una pareja de personas mayores, posiblemente sexagenarios, se iban acercando hasta donde yo me encontraba. Tras un saludo cordial, el hombre me pide si le puedo atender o dedicar unos minutos. Accedí de inmediato, pues su forma educada de presentarse obligaba a esa amable respuesta. Su compañera, podría ser su mujer, sonreía agradecida.

Se trataba de dos turistas canadienses. Liam, recién jubilado, había trabajado durante toda su vida laboral como técnico forestal en un centro de investigación biológica, ubicado en una localidad situada a pocos kilómetros de la capital canadiense. Chloe, efectivamente, era su esposa. Esta bella mujer tenía por dedicación el diseño de portadas bibliográficas y al ejercicio del dibujo para ilustrar publicaciones. Nunca habían visitado España y en este momento, en que se abría para ellos muchas posibilidades para disfrutar el tiempo libre, querían conocer diversas zonas de nuestro país. Chloe tenía unos parientes lejanos en la región levantina, a los que no veía desde hacía décadas. Habían volado desde Ottawa hasta Madrid, en donde permanecieron tres días. Tras pasar por Sevilla y Granada, se dirigían a Valencia, utilizando un vehículo de alquiler. Una inoportuna avería, que Liam detectaba en el motor, les había decidido parar veinticuatro horas en Málaga, en donde la empresa Avis les había facilitado la reparación del problema técnico (a coste de la marca). De esta forma podrían realizar un viaje más relajado hasta su inmediato destino en la ciudad de Alcira, en donde residían esos parientes a los que ansiaban abrazar. El español que utilizaba Liam era bastante aceptable. Durante su infancia y adolescencia, su familia tuvo que residir durante varios años y por motivos laborales en el sur de Argentina, experiencia o vivencia que siempre agradeció y no sólo por el conocimiento de una nueva lengua para su capacidad de expresión.

Toda esta información fue debida a la amistosa cordialidad que desde un principio aplicaron los dos turistas americanos. De hecho, insistieron en que los acompañara a desayunar, gesto al que no pude negarme. En realidad, querían pedirme algo de ayuda. Iban a permanecer todo ese martes en Málaga, pues el vehículo (ya en el taller) se lo entregarían a última hora del día o en la mañana siguiente. Consideraban, con racional sensatez, que un malagueño podría aconsejarles o sugerirles aquello más interesante o importante para conocer de Málaga, en apenas veinticuatro horas, tiempo que iba a durar la estancia del veterano matrimonio en esta ciudad.

Se me ocurrió preguntarles, siempre con la sonrisa en la boca, por qué me habían elegido para prestarles esa sencilla ayuda o sugerencias, a la que no me iba a negar, por supuesto (era todo un honor poder hacerlo). La respuesta estuvo en boca de Chloe, mezclando el inglés con no pocas palabras de español:

“Nos pareció una imagen muy sugestiva que a esta primera hora de la mañana y en un marco tan bello como el espacio portuario, una persona estuviera aquí sentada, en la zona ajardinada, escribiendo en una tradicional libreta y utilizando un simple bolígrafo. Era inevitable comparar esta tradicional estampa con el mundo tan digitalizado, protagonizado por los tablets, los portátiles y demás instrumentos electrónicos. Desde ese instante me dije que ese Sr. nos puede ayudar”. 

Les expliqué que reducir la estancia para visitar una ciudad a un tiempo real de sólo diez o doce horas significaba tener que sacrificar muchas opciones interesantes que toda localidad atesora. Tratándose de Málaga no podía ocultarles la dificultad de sintetizar en ese corto tiempo las más interesantes posibilidades de una ciudad con unos atractivos manifiestos. Que en una futura oportunidad tendrían que dedicar más tiempo a Málaga, cuya riqueza monumental y el carácter abierto y hospitalario de sus habitantes es resaltado por todos los visitantes que llegan a ella. Nos pusimos a “trabajar” sobre esa libreta que tan buena impresión había provocado en Chloe, a fin de hacer un esquema que optimizara el breve tiempo disponible.

El reloj aun no marcaba las 11 horas de un resplandeciente día. Podían subirse al bus turístico para que los llevara a una conocer una primera impresión de lugares emblemáticos de la capital. Les recomendé que hiciesen uso de los auriculares, en donde podrían tener una sencilla explicación de la significación de esos preciados lugares, eligiendo el idioma que deseasen. Dedicar un par de horas para ir recorriendo (e incluso bajarse del bus) esos puntos nucleares, era una decisión sin duda acertada. Podrían hacer uso de sus tickets durante toda la jornada e incluso subirse a una de las barcazas habilitadas al efecto, para hacer un recorrido por la bahía, teniendo una maravillosa vista de la ciudad desde el mar. Ese paseo por la bahía sería afortunado e inteligente dejarlo para el atardecer, con lo cual, la estampa plástica y romántica de la visión emocional experiencia estaría más consolidada, para ese sentimiento lúdico que siempre buscamos en nuestra alma e imaginación.

Eran extranjeros y el reloj mental lo suelen tener adelantado. A las doce y media o trece horas ya tendrían un buen apetito. Muchas posibilidades para “restaurar” fuerzas. Elegir una “bodega” tan típica y testimonial como El Pimpi poseía numerosas ventajas. Lugar céntrico, rodeado de un marco monumental indudable. Ambiente adecuado por la alegría, para la potenciación de la necesidad lúdica. Tapeo variado y de calidad. La novedad y calidad de su “pescaito frito” otro incentivo más. Y esas fotos, junto a los toneles y barricas con las firmas y dedicatorias de personas famosas, siempre se conservan con placer y alegría.

Les comenté que, a “dos pasos”, podrían tomar el café, té o inmejorable taza de chocolate, en alguna de las teterías que pueblan la zona, aunque también los zumos y batidos de frutas tenían un sabor optimo para refrescar la cálida temperatura de esas primeras horas de la tarde. Pero las horas siguientes deberían tener un indudable sabor monumental. Visitar la Catedral renacentista y barroca era un objetivo inexcusable. Muy cerca tenían a mano la fortaleza islámica de la Alcazaba y al pie de ésta los restos del Teatro Romano, a pocos metros de la Plaza de la Merced.  Optimizando el tiempo y la celeridad, podría haber un “hueco” para recorrer alguno de los museos que lucen en la ciudad. Tal vez el Picasso, el Centre Pompidou o el Museo de Málaga. El Thyssen, tampoco quedaba lejos. Les expliqué brevemente las características referenciales de estos interesantes museos, para que ellos libremente escogiesen. 

Antes del anochecer, habíamos quedado en esa visión frontal de la ciudad desde el mar. Había que dedicar una hora a ese placer del aroma marítimo, en continuo y cariñoso balanceo proporcionado por un mar en calma, recorriendo visualmente ese marco de ensueño de una ciudad con miles de luces que se van encendiendo a medida que el color anaranjado del sol se atenúa, consiguiendo un climax estético y emocional de indescriptible belleza.

Tras el paseo en la barcaza turística, había que potenciar el tiempo disponible hasta el descanso nocturno. Tomar un taxi, en la zona de la Plaza de la Marina, era una medida adecuada para subir a la mejor atalaya para visionar que posee la ciudad: la zona de Gibralfaro, junto al Castillo islámico. Allá arriba, un poco más cerca de las estrellas, que esa noche tendrían que brillar con alegre intensidad ¡porque sí! disfrutarían la cena, contemplando el progresivo intercambio de luces entre un sol en retirada y una ciudad que potencia y ama la luz, en un espectro cromático abierto a todos los gustos de las personas con sensibilidad y capacidad imaginativa.  Igual gozarían con los sonidos de alguna pequeña orquesta que por las noches suele alegrar los oídos de los comensales, en tan espectacular marco, para la mejor contemplación de una ciudad alegre y vitalista, que favorece la alegría y la amistad.

Nos habíamos intercambiado los números telefónicos, a fin de tener unos minutos en la mañana siguiente, que sería el miércoles de la despedida. Acudí temprano al hotel donde se alojaban y de nuevo insistieron que los acompañara en el desayuno. Aún habiéndolo hecho, disfruté un buen zumo frío de naranja, pero sobre todo de la amena conversación con una simpática y educada pareja que tenían especial interés en narrarme toda la aventura que juntos habíamos planificado en la mañana anterior. Liam, más comedido, dejaba hablar efusivamente a su alegre y vitalista compañera, que no quería dejar detalle alguno por compartir de sus divertidas “correrías” por esos núcleos malacitanos, descubriendo minuto a minuto una ciudad no incluida en su programa viajero. Ahora agradecían, con sonrisas y parabienes, que la inesperada avería del motor les hubiese posibilitado gozar de una ciudad que “atrapa” con sus encantos a todos aquellos que llaman sus puertas invisibles con ánimo de visitarla.  El mimetismo comprensivo entre las personas facilitaba que cada vez nos entendiéramos mejor, mezclando el castellano, palabras y frases en inglés y ese otro lenguaje expresivo de la mímica gestual, que tan útil resulta entre personas que intercambian generosamente su mejor voluntad.

El acopio de fotos, para la buena memoria, era manifiesto. Las memorias de las dos cámaras que utilizaban habían tenido que sustituirlas, pues ya las tenían bien cargadas de imágenes acumuladas y esas otras (miles, comentaban) que se llevaban, como espléndido tesoro de su recorrido por la ciudad. Les comenté que, para una nueva ocasión, con más horas para el sosiego, tendríamos oportunidad de visitar y recorrer ese espléndido paraíso del Jardín Botánico de La Concepción, cuya riqueza forestal interesaría especialmente a Liam, en función de su preparación y actividad profesional dedicada a la investigación de la biología vegetal.

El vehículo ya estaba reparado y dispuesto para la marcha, en el taller concertado con la empresa AVIS. Volvimos al Hotel Málaga Palacio para recoger el copioso equipaje de la pareja canadiense aventurera y me comentaban la suerte que tuvieron cuando, en la tarde previa visitaban la basílica catedralicia, el misterio acústico y solemne del órgano religioso comenzó a sonar. Parece ser que estaban preparando un concierto de música sacra y aprovecharon los minutos de visita del santo recinto para “levitar” su artística visión con las notas majestuosas de un “dios” que les hablaba, con ese lenguaje que sólo las personas henchidas de bondad y sensibilidad pueden captar e integrar como luces acústicas para sus vivencias.

En la entrañable despedida, más intercambios de direcciones, datos y sonrisas. Chloe insistió en entregarme un precioso llavero con un grabado urbano de la moderna capital canadiense. En mi caso, le había llevado una cadenita de plata, de la que colgaba la artística reproducción de una biznaga con sus alegres y sutiles jazmines. Con el agradecimiento propio, ambos reían porque en la noche anterior, Liam había comprado una aromática biznaga, que ofreció a su pareja como muestra de cariño y amor. El elegante biólogo había seguido bien ese consejo que le sugerí en un aparte, cuando planificábamos el día.

Los abrazos y beso afectivo para el adiós fueron recíprocamente emocional.  “Have to come back here, in Málaga. I will wait for you”. (Tienen que Volver aquí, en Málaga. Yo les esperaré). Prometieron hacerlo, con esas limpias sonrisas de satisfacción y afecto. También les comenté que nunca había visitado su país. Ese lindo proyecto quedaba abierto para realizar. Me “llenaron” la libreta de datos y números telefónicos, para que les avisara cuando esa posibilidad pudiera llevarla a efecto.

En esas esas horas inesperadas y divertidas, Liam y Chloe. habían sabido aprovechar los consejos y sugerencias de un nativo de la ciudad a la que habían llegado el día anterior y se marchaban visiblemente encantados. Un mecánico del taller concertado por AVIS les trajo el vehículo hasta las puertas del Hotel, situado junto al Parque de la ciudad. Desde aquí partieron hasta su destino próximo en Alcira, con ese adiós entrañable de amistad y valoración. Habían descubierto una ciudad con encanto.

Otros muchos días, cuando elijo para los paseos y la redacción de los escritos esos frescos y salinos parajes del puerto malacitano, siento que van a aparecer por entre los macizos de flores, las figuras amigas de Chloe y Liam, para indicarme que Málaga va a ser un punto nuclear y pasional en su recorrido por tierras hispanas. -

 

 

LAS 24 HORAS DE LIAM Y CHLOE

EN MÁLAGA

 

 

José Luis Casado Toro

 

Antiguo Profesor del I.E.S. Ntra. Sra. de la Victoria. Málaga

30 julio 2021

 

Dirección electrónica: jlcasadot@yahoo.es           

Blog personal: http://www.jlcasadot.blogspot.com/

 

 
 

viernes, 23 de julio de 2021

LA AUTOMOCIÓN, EN LA VIDA DE ANILIO.

Tener una o más aficiones resulta casi siempre positivo para todas las personas. Ha de entenderse este efecto beneficioso: siempre que esas actividades no sean nocivas para la salud. El planteamiento puede ser discutible cuando la práctica de esa afición absorbe, de manera exagerada, el tiempo, la economía y las obligaciones que todos hemos de asumir. Sin embargo, no es menos cierto que en muchos de los casos, una entrega más intensa a su desarrollo puede deparar, a medio o largo plazo, unos efectos interesantes o extraordinarios para el interés de quien la practica. Así pudo ocurrirle al protagonista de nuestro relato.

Esta es la historia de un hombre de 49 años llamado Anilio Petrarca. Desde pequeño le gustaba mucho todo lo concerniente al mundo de los coches. En su infancia simulaba conducir vehículos que los conformaba con sillas, cajones de madera o utilizando las grandes cajas de cartón que recubren o envuelven los electrodomésticos, cuando éstos llegan al hogar. Ya con algunos años de más, camino de la adolescencia, se construía sus propios “vehículos” aplicándole a un tablón de madera las cuatro ruedas de cojinetes.

Había nacido en un hogar de familia de economía modesta, por lo que sus padres iban dilatando, un año tras otro, la llegada de los Magos de Oriente, trayendo en sus alforjas  la correspondiente y anhelada bicicleta. Su padre le repetía en estas ocasiones, para ayudarle a salir de la frustración “el mejor vehículo para hacer ejercicio son tus propias piernas, que has de mantenerlas bien fuertes, pues ellas te llevarán hasta a donde quieras llegar”. Sin embargo, su afición por todo lo relativo a los coches le llevaba a coleccionar cromos, estampas, revistas, con los modelos de vehículos más corrientes y también los de alta gama, acumulando con fervor toda la información técnica y de diseño que fuera interesante por su vinculación con las cuatro o las dos ruedas.

Todo lo “despierto” que el adolescente Anilio era con las motos o los coches, lo perdía con las materias escolares a estudiar. Aun así, logró superar la primaria e incluso logró completar el bachillerato, pero sin la menor brillantez (teniendo incluso que repetir uno de los cursos). Su padre lo “colocó” en diversos trabajos de aprendiz, pero sin arraigar en las tiendas o empresas (de toda naturaleza) donde prestaba sus servicios, que acababan por despedirle con las más educadas palabras. Sin embargo, tuvo la suerte de encontrar acomodo laboral en una tienda especializada en la venta de repuestos y complementos para las motocicletas y los vehículos de cuatro ruedas, denominada REPUESTOS GRAN PRIX, sintiéndose muy a gusto para ejercer de vendedor de miles de piezas, con lo que su conocimiento técnico y afición “visceral” por los coches se vio progresivamente aumentada y cada día más documentada. Era ya todo un joven experto ante cualquier consulta, detalle, o solución, relativa al mundo del transporte motorizado.

Su solvencia y afición en el servicio le permitió echar raíces en este popular comercio durante un largo tiempo, entre los 27 y los 48 años, más de dos décadas durante las cuales pudo formar una familia, integrada por su mujer Eulalia, dedicada a las labores del hogar y su hija Eugenia, una chica muy voluntariosa en el estudio, lo que le permitió labrar un excelente expediente académico, puerta de entrada en la actualidad para cursar el grado de enfermería en la facultad de Ciencias de la Salud, en la Universidad de Málaga.

Anilio siempre mantuvo el soñado proyecto de poseer un coche de alta gama, como Audi, BMW, Mercedes Benz, Alfa Romeo, Ferrari, Porsche, etc, pero se tuvo que conformar con un Citröen Picasso de segunda mano, que compró a uno de los propietarios del negocio donde trabajaba. Este vehículo, en la actualidad, sigue guardando reposo en la calle, pues su propietario carecía de fondos disponibles para la compra de combustible, por los motivos que más adelante se aclararán. Sin embargo, esa ilusión para la adquisición de una primera marca nunca fue abandonada. La suerte, decía, algún día habría de permitirle poder conducir un vehículo de un potente y dinámico motor en sus prestaciones y amplias comodidades para los viajeros, al utilizarlo por las carreteras de España. Desde luego para él no había secretos en cuanto al funcionamiento de las piezas básicas de cualquier motor, por muy sofisticada y compleja que fuera la marca elegida.

Pero esa suerte, que tanto reclamaba, le fue una vez más esquiva, pues uno de esos vaivenes negativos de la evolución económica, produjo una fase de contracción económica y el negocio donde prestaba sus servicios, como primer encargado, entró en “números rojos” que derivó en suspensión de pagos y los despidos subsiguientes de los seis componentes operarios de la plantilla, entre ellos el propio Anilio Petrarca. El drama del paro laboral había llegado a su vida y al de su corta familia. El seguro de paro le cubrió a duras penas durante un año, pero después de esa prestación se tuvo que conformar con una compensación económica básica, de 400 euros mensuales, que apenas les daba para las necesidades alimenticias. Llamó a muchas puertas, pero todas estaban cerradas, tanto por la falta de actividad laboral, en un mundo globalizado, como por los casi cincuenta años que marcaba su DNI.

Así que decidió hacer “de tripas corazón” y se prestó a ejercer de ayudante de un cuñado, quien hacía chapuzas de albañilería. Colaboraba con este familiar, realizando tareas complementarias, como el transporte de materiales, pequeñas reparaciones y algo de pintura, actividad que no se le daba mal. Ello le permitía obtener algunos euros que le veían muy bien, como un pequeño balón de oxígeno en esa atmósfera viciada en lo carencial en la que se hallaba inmerso. Eugenía tenía que seguir estudiando y gracias a sus buenos expedientes académicos podía mantener una beca de ayuda, que renovaba anualmente. Pero esos trabajos complementarios eran naturalmente ocasionales, discontinuos, por lo que el tiempo libre se le multiplicaba al buen Anilio, generándole demasiado tiempo para pensar, lo cual no siempre es positivo en época de profunda crisis socioeconómica.

Se preguntaba cómo distraer las amplias horas del día, en las que tenía tan poco por hacer. Una mañana se respondió con curiosa y traviesa brillantez: aplicaría el tiempo para disfrutar la gran afición que siempre había sustentado su vida: el mundo de los coches y sus motores. Con valentía y sangre fría, pensó en dedicar algunos días de cada semana para visitar concesionarias de las marcas de automóviles. Utilizaría sus buenas formas expresivas y sus amplios conocimientos en la mecánica de vehículos a motor, para simular su interés en la adquisición del modelo por el que preguntaba. Y se puso manos a la obra.

Con una buena dosis de sangre fría, entraba con diligencia en el concesionario automovilístico elegido. Solicitaba la atención de algún vendedor, a quien planteaba sus dudas para la elección de un determinado vehículo, ya que pensaba cambiar el que actualmente disponía. Señalaba el modelo que en principio le agradaba y comenzaba a efectuar todo tipo de preguntas técnicas al comercial, que pronto se veía superado por la magnitud de conocimientos que poseía el “acaudalado” y arrogante comprador quien, por supuesto, se había decidido uno de los modelos más caros y sofisticados de toda la gama expuesta en el amplio salón expositor. 

Los interrogantes técnicos que preguntaba, mientras miraba una y otra vez al vehículo en cuestión, mostraban un conocimiento tan avanzado del mundo del automóvil que “deslumbraba” y desconcertaba al esforzado y abrumado vendedor que se veía superado en conocimientos por la persona a quien precisamente tenía que convencer para venderle el bien gravoso producto. Lo más gracioso de la escenificación era cuando Anilio, en el momento oportuno, solicitaba permiso para dar una vuelta comprobatoria con un vehículo de prueba. En muchas de las oportunidades su petición era de inmediato atendida, con lo cual se daba un paseo, conduciendo ese vehículo que siempre le habría gustado poseer. Finalmente, daba sus datos al nervioso vendedor, indicando que se tomaría unos días para adoptar la decisión correspondiente a la compra o no del material ofertado y puntillosamente analizado.

De esta curiosa y graciosa manera, recorría cada semana un par de concesionaria de diferentes marcas, entreteniéndose en aquello que tanto le gustaba, a fin de ocupar el amplio tiempo de que disponía, cuando no estaba ocupado ayudando a su cuñado con las chapuzas de albañilería y pintura. Por supuesto que llevaba siempre consigo un listado de las concesionarias de automóviles que había visitado, a fin de no erar equivocándose de entrar por segunda vez en un establecimiento que ya había visitado.

Una tarde entró en una muy bien montada y lujosa concesionaria, correspondiente a una prestigiosa y encarecida marca, la de los cuatro aros olímpicos. De inmediato se le acercó una persona de mediana edad, pulcramente vestido y con unos modales que rebosaban elegancia. Se presentó como Abraham Cebrián, con la disposición de ayudarle para todo aquello que necesitase consultar. En realidad, no parecía el vendedor típico, sino una persona muy cualificada de la dirección que, en aquel momento y circunstancialmente, estaba haciendo las veces de un comercial. 

Anilio, delante de dos modelos, valorados en 29.069€ y 41.229 € respectivamente, comenzó a expresar toda su “verborrea” técnica, demostrando de inmediato los profundos conocimientos que atesoraba. Teatralizaba sus dudas en cuanto a la opción más adecuada para elegir, ya que “su Volkswagen” ya tenía sus años y quería cambiar a una marca líder en prestaciones y lujo. Después de escuchar y responde a las documentadas e interesantes preguntas que planteaba el seguro y entendido comprador, durante treinta densos minutos, Cebrián le invitó a pasar a uno de los despachos, en cuya puerta había una plaquita que tenía impresa el nombre de este profesional y el cargo que ocupaba: “dirección”.

“Sr. Anilio, como habrá tenido oportunidad de conocer en la puerta de entrada a este despacho, soy el director de la concesionaria. A veces y por circunstancias diversas (en este caso la ausencia del vendedor titular) me agrada atender a los clientes. En realidad, mi primer puesto en la empresa fue el de comercial, hace ya bastantes años. Debo aclararle que en mi currículo figura, además de los estudios de ciencias empresariales, la titulación de psicología industrial. En este punto y sin ánimo de molestarle u ofenderle, tengo que manifestarle algo que Vd. ha puesto en evidencia, durante la buena preparación que sin duda posee para todo lo relativo al mundo automovilístico. Tengo la certeza de que Vd. no tiene la intención de adquirir vehículo alguno. No creo equivocarme, pues son muchos años de experiencia en este ámbito comercial. Reconozco que sus conocimientos de todo lo relativo a la locomoción es asombroso. Vive y se “agigante” cuando habla de los automóviles. Muy probablemente estará o habrá estado vinculado profesionalmente a este sector del transporte. Su “escenificación” vamos a llamarla así, pienso también que ya la ha practicado en otros establecimientos y oportunidades”.

Por momentos, el rostro de Anilio se iba enrojeciendo. Un psicólogo con bastante experiencia había descubierto la realidad de su situación. Emocionalmente se derrumbó y algunas lágrimas brotaron de sus ojos. Un poco más calmado, entendió que debía explicarle a su interlocutor la verdad de lo que hacía, en las concesionarias de automóviles. Esa puerilidad venía motivada por lo angustiosa de su situación, en lo laboral y por supuesto en el ámbito familiar. Sin embargo, Cebrián, una persona muy bien preparada para el cargo que ocupaba, tenía también la virtud generosa de la comprensión y del trato humanitario con respecto a todos los demás, pero de manera especial con aquellos que más sufren en sus penosas circunstancias.

“En modo alguno pretendo humillarle o sofocarle, Sr Petrarca. Entiendo perfectamente su precaria situación. En circunstancias normales le pediría que abandonara de inmediato el establecimiento y no me hiciese perder más el tiempo. Sin embargo, tengo que admitir que tiene Vd. madera de vendedor. Es convincente, educado en sus modales, dosifica el ritmo persuasivo de su expresividad y, por supuesto, sus conocimientos técnicos sobre este sector del mercado resultan verdaderamente asombrosos. Creo, sinceramente, que nos podría ayudar. Precisamente en estos momentos, tenemos de baja, por diferentes motivos a dos de nuestros vendedores. Desde hace unos días estamos buscando a la persona apropiada, a fin de que sustituya temporalmente a uno de los dos comerciales. ¿Está Vd. dispuesto a aceptar el reto que le propongo?”

El director Cebrián fue muy concreto respecto a las condiciones que le ofrecía. Durante ese fin de semana Anilio estudiaría un dossier para potenciar la destreza comercial de los vehículos que la marca ofertaba al mercado de la automoción. Le harían un contrato provisional por un mes de duración y tendría que desplazarse directamente al concesionario de Fuengirola, en donde se había producido la baja de uno de los dos comerciales con que contaba la filial. El reto era vender, al menos, diez vehículos de esta gama alta del mercado, durante ese mes. En caso de que llegara a alcanzar ese volumen de ventas, o lo superara, de manera automática le sería prorrogado el contrato por hasta tres meses, con perspectivas de alcanzar una mayor temporalidad. Por supuesto, y como incentivo, la comisión por venta que recibiría sería la usual en la marca, entre el 0,5 y el 1 %, emolumentos que añadía al sueldo base del sector. 

Como era previsible, Anilio no dudó un solo instante en aceptar la generosa propuesta que le hacía Abraham Cebrián. La suerte había llamado a su puerta y no la iba a hacer esperar. Se sentía contento, feliz e ilusionado con una oportunidad que en modo alguno iba a desaprovechar. Agradeció efusivamente la comprensión y el trato de Cebrián, prometiéndole que se entregaría en cuerpo y alma para no defraudar su confianza. Durante ese fin de semana se preparó mentalmente, leyendo una y otra vez el dietario de indicación es recibidas en la marca, denso dossier que tenía respuestas para casi todas las situaciones en que puede encontrarse un vendedor ante su cliente. Eulalia preparó el traje gris de las bodas y celebraciones, lavando y planchando los pantalones, mientras que Eugenia se divertía haciendo prácticas de simulación junto a su padre, poniéndole en diversos bretes y ocurrencias, con respecto a sus preferencias para un supuesto vehículo que deseaba adquirir.

El lunes, bien temprano para respetar la puntualidad, se desplazó a Fuengirola, utilizando el tren de la costa, presentándose al jefe de la concesionaria, Mr. James Spencer, quien ya estaba puesto sobre aviso de la llegada del nuevo operario, en situación administrativa de prueba. Tras darle unas orientaciones básicas acerca de la función que habría de realizar, le hizo una serie de preguntas, comprobando los fluidos conocimientos del nuevo empleado que se mostraba seguro y decidido para aprovechar la “oportunidad de su vida”.

En dos semanas, Anilio logrado vender cuatro vehículos, lo cual era una prometedora cifra, lograda en una época de recesión económica y al tratarse de vehículos de gama alta en el competitivo mercado del motor. A punto de cumplir su medio siglo de vida, se sentía feliz y realizado. Tenía un esperanzador trabajo, en una actividad que le llenaba y satisfacía ampliamente. Estaba haciendo realmente lo que le gustaba y el sentirse aún útil colmaba todas sus apetencias.

A final de la tercera semana, Mr. Spencer le llamó a su despacho. Tras felicitarle por sus buenos resultados, le dijo, utilizando el inglés, las siguientes palabras:

“My dear friend,  I am happy, for your ability and excellent results in your work. I think to propose that the central management increase three more months your employment relationship with us. I can assure you´re a very qualified salesman.” (Mi estimado amigo, me siento feliz por su habilidad y excelentes resultados en su trabajo. Pienso proponer que la dirección central incremente tres meses más su relaciona laboral con nosotros. Puedo asegurar que Vd. es un muy cualificado vendedor)

Anilio entendió el animoso mensaje que le transmitía su jefe. Su larga y anterior etapa laboral en el comercio de repuestos le había permitido tener un cierto dominio instrumental del inglés, pues los propietarios del negocio incentivaban económicamente a los empleados, a fin de que dedicasen algunas horas a la semana a estudiar y practicar el inglés instrumental, debido a los numerosos clientes que venían a la tienda y se expresaban para sus comprar y peticiones en dicho universal idioma.

Luces de esperanza habían llegado a la vida y familia de Anilio Petrarca. Su amor y conocimiento a la automoción, un tanto exagerada en opinión de muchos de sus amigos y familiares, había acabado haciéndole justicia, para permitirle, en esos tiempos azarosos y carenciales, vislumbrar un futuro más sosegado y feliz. Lo hacía trabajando precisamente en un sector que le motivaba y enriquecía anímicamente desde su ya lejana adolescencia. “Fíjate, mi querida Eugenia, aplica esta enseñanza para tu vida. Todo conocimiento, afición o titulación, a corto, medio o largo plazo nos proporciona frutos que, sin duda, nos van a resultar útiles y beneficiosos para nuestras circunstancias personales. No desaproveches lo que hoy o mañana puedas aprender. Obviamente, siempre que ese conocimiento o práctica esté situado, con permanencia, en el terreno de la honradez”.


 

LA AUTOMOCIÓN EN

LA VIDA DE ANILIO

 

 

José Luis Casado Toro

Antiguo Profesor del I.E.S. Ntra. Sra. de la Victoria. Málaga

 23 julio 2021 

Dirección electrónica: jlcasadot@yahoo.es           

Blog personal: http://www.jlcasadot.blogspot.com/