sábado, 11 de mayo de 2024

EN EL ILUSIONADO JARDÍN DE JULIETA.


La magia narrativa nos conduce a un matrimonio gris y aburrido, como tantos otros en tiempos avanzados de la madurez. El cansancio convivencial y las rutinas sin brillo, en el quehacer de cada día, hacía cansinas la sucesión de todas esas fechas marcadas por el rígido calendario. Tal vez lo más preocupante de esta situación no era sólo la “pereza” relacional entre ambos cónyuges, sino también las ocres expectativas que se cernían sobre el futuro de un matrimonio “modélico”, estable y ejemplar y de acendrado catolicismo, siempre de cara a la galería. Habían tenido tres hijos, ya independizados, Elisa, Nando y Marcelo, que sumaban 5 nietos, hasta el momento, todos de corta edad, a los que atendía en distintos momentos y oportunidades la abuela Clementina.

OLEGARIO Pascual Vicente, (54) diplomado en Ciencias empresariales, trabajaba como cajero en una prestigiosa entidad bancaria, del grupo Santander, desde hacía ya 26 años. Era una persona de extremada rectitud y seriedad, que cubría sus ratos de ocio como un aburrido coleccionista de sellos de franqueo ordinario. Aficionado a presencial los partidos de fútbol, asistía al estadio de la Rosaleda los domingos, cuando jugaba el Málaga F.C. Los días de fiesta de guardar nunca faltaba a misa de doce en la Catedral malacitana, acompañado de su mujer, oficio religioso que presidía en ese día y hora el Rvdo. Sr. Prelado de la diócesis, acompañado del cuerpo de diáconos. Aunque este ejemplar padre de familia no acostumbraba a beber, ni tenía dependencia del tabaco, a la salida del magno templo catedralicio, compraba el diario deportivo Marca e iba caminando ju8nto a su señora esposa hasta el establecimiento de La Cueva, en calle Martínez, a dos pasos de Larios, con el objeto de tomar el aperitivo dominguero: refrescos y alguna tapa de butifarra, chorizo o queso.

Por su parte, CLEMENTINA Navas Portal, (52) sus labores en el hogar, era una mujer apasionada de las rebajas y de la ropa de “buen poner”. Un par de veces en la semana asistía, con sus amigas Cloti, experta en informática y Bibita, restauradora de muebles antiguos, a la Peña La Palangana, sociedad recreativa ubicada en la zona del antiguo Perchel norte, en donde gustaban tomar chocolate caliente con churros, hablar de sus cosas y hacer proyectos que, en la mayoría de los casos, nunca eran llevados a efecto. Clemen (como se la llamaba familiarmente, manifestaba un notable sobrepeso en el trasero que hacía difícil disimular su más que generoso volumen. Esta mujer “dominaba” o controlaba su vivo y muy aletargado fulgor sexual, con los frecuentes minutos de confesionario, previa a la frecuente y fraternal comunión. Pero Olegario, que se veía ya “muy mayor” no estaba “por la labor” y siempre aducía su cansancio o esa desalentadora frase de “mujer, que ya no somos unos tórtolos”. Ciertamente, la comunicación entre los dos esposos era harto silenciosa. Cada vez hablaban menos, con la fortuna de ser ayudados por esa pantalla parlante de las múltiples cadenas televisivas. El aburrimiento relacional era patente entre estos “modélicos esposos, para la acomodada vecindad del bloque que habitaban, en el núcleo intermodal de la Explanada de la estación.

Así andaban las cosas, como ocurre en tantos matrimonios desvitalizados, con los hijos ya integrados en sus respectivas familias, que mantenían ese fervor filial, un tanto interesado, por el servicio que recibían al tener a sus hijos bien cuidados por sus abuelos, en el respiro de sus frecuentes ratos de asueto y esparcimiento para el divertimento. Olegario y Clementina tenían plena confianza en la fidelidad recíproca ¡a su edad, no podía ser de otra forma! 

Ella veía a su marido entregado a su trabajo bancario o en ese mirar “embelesado” a la colección de los sellos, esforzadamente organizada, tras largos años de búsqueda y compra en filatelias. O también, con ese divertimento del fútbol del fin de semana, que le distraía de su estrés cotidiano ante la ventanilla del banco, tal vez desplazándose a la Rosaleda o estando pegado a la radio, saboreando los goles de su equipo favorito, el “colchonero” Atlético de Madrid.

Olegario “pasaba” ampliamente de Clemen, conociendo que ella estaría ocupada en sus asuntos: la cocina, las compras de ropa, con esas rebajas que francamente la enloquecían, tendiendo además el desahogo salvador de esas amigas colegiales, con las que pasaba sus ratos de ocio en la ruidosa Palangana (peña que él se excusaba, una y otra vez, de visitar) merendando el habitual descafeinado con leche o chocolate caliente y ese pastel de hojaldre con cabello de ángel (pastelería Aparicio) que tanto le deleitaba.

Pero los deseos sexuales estaban ahí, latentes, adormecidos, controlados, pero no desaparecidos. Pero en ocasiones ocurren hechos curiosos, inesperados, incluso inexplicables, pero que revitalizan y despiertan del sopor agreste del aburrimiento,

Era fin de semana, un sábado tarde. Olegario se distraía trasteando y remirando su colección de sellos, primorosamente pegados y rotulados en esas páginas acartonadas y amarillentas, por el paso del tiempo. En un momento de sopor, cerró los dos grandes álbumes, y se dispuso a “navegar” con su portátil MAC. El día seguía nublado y ventoso. La tarde prometía ser “larga” en la monótona rutina. Fue recorriendo diversas páginas web, dando sorbos intermitentes a esa taza de té moruno que se había preparado. Una cardiaca motivación le sobrevino, cuando se topó con una página de CITA A CIEGAS PARA EL AMOR. Se animó a entrar en ese juego de aquellos solitarios que buscan una pareja con la que compartir sus realidades vitales. Se le pedía que, con un seudónimo, hiciera una breve descripción personal, aportando datos básicos sobre su edad, actividad, aficiones y datos físicos y de carácter de la pareja con la que agradaría “congeniar”. Pensaba en esa compañera “ideal” con la que le gustaría hacer amistad y generar esa ilusión que tanto faltaba en su vida. Una vez completados los datos y después de pensarlo durante unos segundos, se atrevió a pulsar el botón de “enviar”.

Ahora “tocaba” esperar a ver si llegaba alguna respuesta a medio plazo. La realidad es que, como tantos otros, “incautos o listos” había falseado algunos de sus datos (edad, caracteres físicos y ocupación laboral básica). Había enviado la opción de una persona que, obviamente, sólo existía en su imaginación. Lo cierto era que sólo pensaba en distraerse o divertirse, tratando de pasar ese sábado tristón otoñal que tan escasos incentivos le reportaba. El programa garantizaba una respuesta en menos de una hora, dada la amplia oferta de que disponía en su copiosa base de datos. No se equivocaba el aburrido cajero de banco, pues transcurridos unos 30 minutos, OCTAVIO (nombre supuesto) recibió una comunicación de una tal IRINA, mensaje henchido de amor, cariño y sensuales palabras. Durante el resto del sábado recibió no menos que cinco “incitaciones” para proseguir ese proceso de acercamiento para el amor. Olegario se sentía abrumado y nervioso emocionalmente.

Al fin se decidió a enviar respuesta, en la que “matizaba” algunos de los datos que previamente había escrito, en la línea de acercarse a su verdadera personalidad. Lejos de encontrar una respuesta desabrida, Irina, también recondujo los suyos, en un intento de acercamiento y de recíproca confianza.

Se despertó en varias ocasiones durante la noche, pensando, una y otra vez en Irina. Gran parte del domingo la pasó sumido en la inquietud, cerca del ordenador, por si encontraba algún correo o mensaje de ese “amor” que iba tomando cuerpo en la estructura de su solitario corazón. Le dio un nuevo “vuelco” la pulsación cardiaca, cuando el domingo atardecía, al sonar un pitido indicándole que un correo o e-mail había llegado a su buzón. Para su inmensa suerte era Irina. Se disculpaba de la tardanza en la comunicación. Pero ahora, lisa y llanamente, le comentaba que había llegado la hora de intercambiar algunas imágenes de sus respectivas personas. Era previsible: ambos “tortolitos” intercambiaron fotos que no eran reales o actuales. Olegario envió una foto suya, de cuando tenía unos quince años menos.

Y así fueron pasando los días. Un hombre más animado y vitalizado en su existencia que prácticamente a diario enviaba palabras cálidas, henchidas de carriño y necesidad hacia esa Irina que el destino le había regalado para “endulzar” esa complicada media vida a los cincuenta avanzados. Su trastorno era más que evidente. Había perdido el apetito (lo cual bien le venía, para “limar” algunas de esas grasas sobrantes que se repartían alocadas por su epidermis corporal. El despertarse, durante esas madrugadas para el descanso, era un hábito que se repetía cada vez con más frecuencia. Entonces pensaba en ella, nada más que ella.

Prácticamente, desde los primeros momentos, Clementina se había dado cuenta de que a su marido le pasaba algo. Observaba divertida la situación, y de inmediato tuvo una larga charla con su amiga Cloti, para que la asesorada en el terreno informático. Aducía que quería conocer toda la información  posible de las “andanzas” de Olegario con el portátil y con su móvil telefónico. “Es que está como un chiquillo adolescente que ha descubierto el amor a los 12 años”. Cloti la asesoró convenientemente y ella se dispuso a actuar.

Y como ocurre en todas estas páginas del juego del amor, llegó el día ansiadamente esperado por ambos (según sus comunicaciones, cada vez más cálidas uy sensuales) del encuentro: LA CITA A “CIEGAS” que se hacía realidad al estar presentes el uno frente al otro. Fijaron de mutuo acuerdo un lugar y una hora del fin de semana, para darse a conocer. La emoción era inenarrable, para este veterano personaje que hacía años, décadas, que había perdido el fulgor del amor, el ritmo cardiaco de la atracción y materialización sexual. “Mi amorcito Irina, Iré vestido de una manera juvenil, pues percibo que eres un tanto menor que yo. Tu juventud es como una fresca fuente vitalizante que mana alegría, actividad, ilusión y encantos de continuo (habían dado datos “pulidos” de su cronología vital). Suéter de cuello alto azul. Chaqueta vaquera celeste. Blue jeans. Con deportivas blancas Nike” En sus conversaciones con la enigmática y “melosa” jovencita le había comentado su quehacer deportivo, siempre que podía, tras sus obligaciones laborales en la entidad bancaria.

También Irina le había descrito su vestimenta para ese trascendental encuentro. Camisa tonalidad rosada, con una rebeca beige. Pantalones vaqueros y deportivas treking, marca Quechua. El punto de encuentro había también quedado fijado en la romántica cafetería LA BELLA JULIETA, en la zona céntrica de Puerta del Mar, a dos pasos de la Alameda Principal. La hora puntual sería las 7 de la tarde, del sábado.

Olegario tenía un cierto miedo a la actitud de Irina cuando lo viese, muy diferente de esa fotografía que le había enviado y en la que aparecía con treinta y tantos años. En la noche del viernes le había enviado un nuevo e-mal, tratando de prepararla y minimizar el impacto visual que iba a ofrecerle.

“Mi lucecita querida, me tendrás que perdonar porque algunos datos no son del todo exactos- Lo hice por temor a perder ese milagro que el destino y la divinidad ha puesto en mi vida, en nuestra vida. Te vas a encontrar a un buen hombre, con esa madurez que con fortuna va a equilibrar esa juventud que rebosas a través de tus sensuales palabras. Mi corazón “arde de ilusión y esperanza, y los segundos se me hacen horas, hasta que pueda estar junto a ti, un mágico santuario que me hará renacer. Entonces los latidos del alma resonarán como campanas al viento que llaman a la ilusión celestial desbordante. Eres mi Paraíso, mi razón de ser y existir”.

La respuesta de Irina también fue sincera. Reconoció que la foto que le había enviado no era la de ella, sino la de una amiga con un cierto parecido físico a su persona. Pero que ella era también una mujer buena y cariñosa, dispuesta a darle todo ese amor que carencialmente tanto le abrumaba y desalentaba. “El mejor valor que poseo es el cariño que transmito a las personas queridas. Y te aseguro que tu potencialidad sexual la vas a recuperar, con lo que te vas a sentir el hombre más feliz y satisfecho del mundo. Vamos, en lo posible, a compartir ese mundo que anhelas y que ahora lo sufres vacío, con esa aridez que genera la carencia de amor y sexualidad”.

Al llegar la hora del tan esperado encuentro, a esa hora mágica de las siete, cuando el sol comenzaba ya su retirada, dejando el paso a las estrellas y luceros, Octavio / Olegario se presentó con proverbial puntualidad en el Julieta Coffy o El Jardín de Julieta. A los pocos minutos llegó la tal Irina, que venía vestida tal y como le había descrito en el último mensaje identificador. Previamente Olegario había comprado un bello ramo de flores, en uno de los puestos jardineros de la Alameda principal. Ese ramo de flores cayó de bruces al suelo, cuando el cajero bancario, vio a la persona que vestía esas prendas bien señaladas. Estuvo a punto de darle “un flato”, como antiguamente se decía. ¡Maldición!

TENÍA DELANTE A IRINA ¡EN LA PERSONA DE CLEMENTINA!

El sorprendente impacto psicológico fue tan fuerte que incluso sufrió un desvanecimiento, teniendo que ser auxiliado por el solícito camarero Rodolfo, que de inmediato ordenó a la barra que preparase una tila. Clementina sonreía y gozaba de haberle dado una buena lección al “pavilucio” (expresión muy malagueña) de su marido.  

¿Pero qué había ocurrido?

Clementina había seguido toda la trama desde la primera noche, cuando vio que su marido se había dejado encendido el portátil. Con la ayuda técnica de su amiga Cloti, fue suplantando a la tal Irina, enviándoles los mensajes que tanto ilusionaban a su “necesitado” marido. Quería darle una buena lección y en el mundo de la cibernética, los buenos especialistas, como su amiga, pueden conseguir unas simulaciones, que dejarían asombrado al más crédulo de los internautas. Obviamente la “pobre” relación de estos rutinarios cónyuges acabó de romperse sin posible solución.

Han pasado unos meses desde este impactante episodio. Ambos veteranos esposos hacen vida separada, aunque siguen compartiendo el mismo piso, por dos fundamentales motivos: tratan de evitar el disgusto que podrían provocar a sus hijos y nietos y, sobre todo, por “el qué dirán” sus amistades de ese elitista microcosmos social en el que se hallan inmersos.

En el árido caminar de muchos hombres, siempre hay una ilusión con el nombre de Irina, a modo de sirena providencial, en la que centran todas esas sus esperanzas perdidas o degradadas por la prolongada convivencia conyugal. Es la ocre realidad, tensionada por la sucesión innegociable de las hojas del almanaque, que degrada las epidermis, nubla los sentimientos y el sentido o necesidad de las propias palabras. Lógicamente esta situación se repite, como no podía ser de otra forma, en el caso de las mujeres, quienes a modo de Penélopes pacientes, esperan la llegada a sus vidas de Ulises, Aquiles o Apolo, en esa huida paralela o insatisfacción continua con la edad. Es la eterna paradoja. Los niños quieren, anhelan, llegar a ser mayores. Los mayores añoran los frutos e incentivos de la juventud. La serena vivencia de cada día, la lúcida integración imaginativa del ser, no es entendida, no es aceptada por muchos, como sencilla solución, inteligente y eficaz. -

 

 

EN EL ILUSIONADO

JARDÍN DE JULIETA

 

 

 

 

 

José L. Casado Toro

Antiguo Profesor del I.E.S. Ntra. Sra. de la Victoria. Málaga

Viernes 10 mayo 202

 

Dirección electrónica: jlcasadot@yahoo.es           

                                                                                     Blog personal: http://www.jlcasadot.blogspot.com/



 

jueves, 2 de mayo de 2024

MIRANDA. LA FUERZA DE LA CONVICCIÓN.

Es bastante usual que, en todos los centros de enseñanza y de manera especial en los niveles de secundaria obligatoria, bachillerato y facultades universitarias, los alumnos distingan y señalen a determinados profesores, debido a la dureza y rigidez que éstos aplican a sus correcciones, durante las diferentes pruebas y exámenes que se realizan a lo largo del periodo escolar. Entre los propios estudiantes, e incluso fuera de las paredes escolares, se generan ciertas “leyendas”, avaladas con más o menos precisión por los ejemplos cotidianos, acerca de lo difícil o “casi imposible” que resulta poder aprobar la materia impartida por este o aquel profesor.

Lo más curioso de esta realidad educativa es la existencia de una curiosa percepción, por la que determinados docentes “se sienten más importantes” o potenciados en sus egos y fama social, mientras más exigencia aplican a sus criterios para valorar el trabajo de sus alumnos y, por supuesto, cuando llegan las temidas épocas de exámenes. Incluso en el ambiente social de las salas de profesores, durante las conversaciones que intercambian los profesionales de la enseñanza, algunos se ufanan manifestando los escuálidos porcentajes de alumnos aprobados en sus materias y, por correlación, las cifras exageradas de suspensos que “atesoran” en sus listas. “A mi sólo me han aprobado siete de 35”. Estas penosas manifestaciones parece que está potenciando la aureola del docente que se vanagloria en hacerla pública. En realidad, ese arrogante profesional, que “suspende” a diestro y siniestro, no debería estar orgulloso precisamente de la imagen que ofrece ante sus compañeros, alumnos y padres, sino que, por el contrario, debería estar profundamente avergonzado de lo mal que enseña y sobre todo de la desmotivación que provoca entre sus alumnos a la hora de trabajar la materia en la que está especializado.

El miedo y el temor sólo refleja la penosa incapacidad para hacer que los alumnos aprendan, estudien, se esfuercen y superen la materia correspondiente. Adquirir fama de “ogro” no ennoblece, sino que por el contrario degrada y empequeñece la imagen profesional de quien ha elegido la sugestiva y compleja vocación educativa, para desarrollar su trabajo, en institutos, colegios y facultades.

Es preciso aclarar que estos “pretensiosos y soberbios personajes” los podemos encontrar tanto en la enseñanza pública, concertada o totalmente “privada”, aunque en esta última titularidad los profesionales que prestan sus servicios se ven obligados a actuar con la necesaria cautela, ya que el centro o la institución se financia y mantiene con las elevadas minutas que han de abonar los padres, a fin de que sus hijos estudien en esos centros tan señalados y privilegiados en el comentario o fama social. Los profesores “hiperduros” deberán aquí, en consecuencia, atemperar o moderar los regímenes de dureza que imponen en sus materias y, de manera especial, las calificaciones y resultados numéricos al final del curso, pues en caso contrario muchos padres “pudientes” buscarán una alternativa educativa para sus hijos en instituciones escolares más benévolas para los resultados finales de junio. En definitiva, decidirán matricular en la “competencia” a esos hijos “maltratados” en sus notas y valoraciones con respecto al trabajo que realizan en las aulas escolares.

Este es el contexto temático en el que insertamos la historia del presente relato. El objetivo visual nos acerca a un centro público de Educación secundaria, en un aula grupal de bachillerato. En el equipo de profesores que imparte docencia a este colectivo de 39 alumnos, hay uno en concreto que mantiene entre los adolescentes que allí estudian el “prestigioso” título o fama de ser un “hueso” tanto en el trato personal, como a la hora de valorar y calificar el trabajo y respuestas de los alumnos que tiene a su cargo. Curiosamente no se trata del profesor de Matemáticas, Física y Química, latin o idioma, sino aquel que imparte la asignatura de Lengua y literatura española. Dicho profesional se llama doña CLOTILDE Valbuena, aunque sus alumnos no están de acuerdo con esa parte de su apellido, ya que su carácter y comportamiento es todo lo contrario con respecto al trato que reciben durante el horario de su materia humanística. 

Aquellos compañeros y amigos, que conocen algo de la privacidad de su vida, pueden comentar que doña Clotilde (49 años) estuvo casada con un joven bien parecido, llamado Armando, que se ganaba la vida conduciendo un taxi, vehículo que no era de su propiedad, mientras que ella trabajada contratada en un centro privado con vinculación religiosa. Eran vecinos del bloque en el que ambos residían. Fue una muy intensa atracción afectiva, quedando ella embarazada tras el fulgor del amor que ambos mantenían. En consecuencia, decidieron realizar un acelerado matrimonio, cuando el conocimiento entre ellos no era lo suficientemente profundo, con respecto a la base real de sus caracteres y aspectos cotidianos de su forma de ser.

Nación una preciosa niña, a la que llamaron Ariana, nombre que le gustaba de manera especial a su feliz madre. Pero no habían pasado muchos meses, desde el nacimiento de la pequeña, cuando el matrimonio de ambos cónyuges comenzó a “hacer agua”, a modo de frágil nave que poco a poco se va hundiendo entre el potente y frío oleaje. En el fracaso de este acelerado matrimonio había influido no solo la diferencia en sus respectivos caracteres, sino también en la atracción que el inmaduro Armando comenzó a sentir hacia la hija del propietario de la cadena de taxis para quien trabajaba, sentimiento también compartido por Herminia, la hija única del jefe, joven muy centrada en el mantenimiento y lucimiento de su atractivo cuerpo, objetivo al que se entregaba gran parte de las horas del día. Las infidelidades de Armando eran manifiestas y poco disimuladas, por lo que el matrimonio acabó “como el rosario de la aurora, con discusiones, acusaciones y desagradable guerra “psicológica” entre dos seres que se preguntaban, una y otra vez qué hacían el uno junto al otro. El golpe definitivo a esos pilares de cristal del ficticio edificio que aún mantenían provino del anuncio (previsible, dadas las características sensuales del joven taxista) de que la hija del jefe estaba embarazada

Despechada y humillada, Cloti, que desde luego tenía otros valores, aunque carecía el de la belleza externa (era peculiar su forma de caminar, haciéndolo a grandes “zancadas”) decidieron hacer una acelerada separación, poniéndose en manos de un bufete de abogados especializados en esta faceta que, con acrisolada destreza, trabajaban en la modalidad de exprés. A partir de ese momento Clotilde centró sus esfuerzos en la educación de su niña y en dedicar sacrificadas horas de estudio para sacar plaza de agregaduría de instituto de enseñanza media. Logró dicho objetivo, tras unas reñidas oposiciones, realizando sus prácticas en la cordobesa localidad de Montilla. Allí marchó, junto a su hija Ariana, quien por entonces había cumplido sus tres primeros años de vida. Pero al correr del calendario, Cloti consiguió plaza en su ciudad natal, Málaga, tras pasar por otras localidades andaluzas. El logro profesional que más la enorgulleció fue cuando obtuvo felizmente plaza de catedrática de Lengua y literatura española, tras superar brillantemente las oposiciones y el concurso de méritos correspondiente.  

La profesora doña Clotilde no volvió a tener suerte en los amores, aunque a decir verdad tampoco los buscaba, centrando todo su esfuerzo en el ejercicio de la profesión docente y literaria, además de hacer crecer a su hija Ariana, educándola con unos moldes formativos sustentados en una disciplina estricta y en la asunción de responsabilidad. La relación con Armando prácticamente desapareció, aunque éste mantenía, de tarde en tarde, contactos con su hija. Sus compensaciones lúdicas y profesionales impulsaban a Cloti a escribir (levaba ya muchas páginas redactadas de una novela centrada en una historia de amor imposible, basada en determinados aspectos de su propia existencia). También viajaba siempre que podía y mantenía una vida independiente y plenamente autónoma, frente al contexto social cercano. Sin embargo, con el paso del tiempo, su carácter fue progresivamente agriándose, lo que de alguna forma derivaba en crecientes exigencias y rigideces, fuera de lugar, con respecto a sus maltratados alumnos. Se había convertido en una profesora temible. Trataba a sus alumnos con extrema dureza y despecho, con la subsiguiente respuesta de la muchachada que creó para ella el apelativo de “LA TIGRESA” para nombrarla y que circulaba por todos los rincones del instituto, dada su forma peculiar de caminar y el trato altanero y despectivo que “regalaba” en sus horas de aula. Sin duda, la soledad afectiva le afectaba con cruel intensidad. Cada día más, Ariana organizaba su propia vida, alejándose de una madre muy responsable con respecto la educación que le había dado, pero al tiempo demasiado rígida y represora ante cualquier error o falta que observara a su alrededor.

El trato humillante que deparaba a sus alumnos llevó al propio director del centro educativo, don CIPRIANO Palanca a intervenir. Sugirió a su compañera, con el mayor tacto, la conveniencia de atemperar la imagen de dureza que ofrecía ante los escolares, a los que humillaba de continuo. Le reiteraba que, en todas las edades, pero más en la difícil etapa evolutiva de la adolescencia, hay gestos y palabras que, cuando se reciben, no sólo duelen, sino que a veces es casi imposible olvidarlos de por vida.

“Compréndelo, Cloti, en modo alguno me agrada intervenir en esta situación, pero como director del centro tengo la obligación de hacerlo. Puedes hacer infelices a muchos críos que están en una etapa de su crecimiento bastante complicada. Me están llegando protestas de la Asociación de Padres, que tratan de evitar un escándalo, pero que incluso me han dejado caer que están dispuestos a llegar hasta la inspección educativa. Y en realidad, con esa actitud de imagen autoritaria que ofreces en las aulas, tampoco tu te sentirás bien, Los escolares verdaderamente se sienten atemorizados y han venido, en varias ocasiones, a decírmelo. Debes intentar ser más comprensiva y agradable con aquellos que están en la edad de su aprendizaje. Así trabajarás mejor, cambiando la tensión y el temor por el respecto y el afecto de los chicos”.

El Sr. director del Instituto no volvió a intentarlo, de manera directa. Su compañera Cloti lo mandó literalmente “a paseo”, esgrimiendo la libertad de cátedra que ostentaba. Pero era penoso ver a una persona indudablemente amargada, que se escudaba en sus indudables conocimientos y capacidad expresiva para caminar por la senda literaria. Así, cuando llegaban los períodos de evaluación trimestral, los porcentajes de suspensos o insuficientes en su materia superaba en ocasiones el 50 % entre sus alumnos. Cipriano, apoyándose en las normas de funcionamiento establecidas por la administración educativa, impuso la obligatoriedad de que el claustro de profesores atendiese explicativa y suficientemente a los escolares, cuando estos reclamasen revisión o aclaración de sus ejercicios y, en caso de conflicto, se establecería un tribunal mediador que arbitrara el acercamiento entre las dos opiniones contrapuestas. Pero Cloti no se amilanó con esta orden que no hacía sino puntualizar normas que ya estaban establecidas. Por supuesto que atendía la protesta o reclamación de los escolares, pero aprovechaba el momento para seguir humillándoles y avergonzándoles, sacándoles los “colores” cuando estos “se atrevían” a pedirle explicación aclaratoria de las correcciones y calificaciones que habían recibido en las pruebas o el trato diario de clase. Y aquí. Aparece la segunda gran protagonista de esta historia, una alumna de 2º bachillerato, llamada …

MIRANDA. Pertenecía a una familia humilde, en lo sociológico. Desde pequeña había asumido el valor del trabajo, como garantía para seguir avanzando en un mundo lastrado por la extrema competitividad. En su grupo de bachillerato era muy apreciada por los compañeros, dados sus valores en el trato con los demás y con respecto a sus obligaciones de estudio. La chica, de diecisiete años, dedicaba un importante número de horas al estudio, pero su profesora de Historia de la literatura no reconocía el esfuerzo que la chica desarrollaba en el día a día. Aunque no podía suspenderla, reducía de forma drástica sus calificaciones en trabajos, prueba y exámenes, aduciendo errores nimios y discutibles en el contexto de todo un esfuerzo y entrega de gran mérito y calidad. Unas veces eran las comas aplicadas en los escritos. En otras ocasiones, los motivos para restringir las notas que Miranda recibía eran los nombres extranjeros, el tipo de caligrafía, la oportunidad de algunas abreviaturas, las elipsis, las reiteraciones, la pobreza léxica o de vocabulario, las hipérboles… etc.

El conflicto surgió cuando en la prueba escrita, realizada para la evaluación final de junio, Doña Clotilde calificó el ejercicio de Miranda con un escuálido 5, haciendo muy difícil que esta brillante alumna pudiera llegar al menos al notable de nota, cuando en el resto de las materias curriculares la chica tenía asegurado el sobresaliente en cada una de las mismas. Miranda veía que ello iba a perjudicar su objetivo de poder conseguir esa matrícula gratuita que tanto necesitaba para iniciar (tras los ejercicios de las pruebas de acceso o selectividad) los estudios universitarios. Por ello se atrevió a pedir revisión de examen, con las consecuencias que ello podría tener dado el carácter muy especial de la catedrática. La entrevista entre la profesora y la alumna fue en principio muy desagradable, ya que después de “soltarle” una perorata acerca de la calidad en el trabajo, comenzó la fase de la humillación por el tono y el fondo de la argumentación que le ofrecía.

“Te he bajado, porque …; te he bajado, porque...; no te subo, porque … Debes dar gracias a que te haya calificado con un cinco. Y no te voy a subir ni una décima más” (Además de la tigresa, otros apelativos que utilizaban los alumnos para referirse a Doña Cloti era “el ascensor” o también “la escalera”). En un momento concreto, Miranda se armó de valor y tomó la palabra, como arma para la respuesta.

“Profesora, le pregunto … si en su opinión he hecho algo bien. No solo en este examen final, sino a lo largo de todo el curso. Vd. cuando corrige sólo busca el error, no los aciertos. Parece que goza degradando el esfuerzo de sus alumnos. Vd. sólo califica por los errores. Los aciertos parecen no existir en sus valoraciones. Considero que esta forma de calificar es desacertada y errónea. Vd. no motiva, sino todo lo contrario, desanima y abruma a los alumnos con sus comentarios que, desde luego, en gran número de casos son, en mi opinión, profundamente desacertados. Así no se debe evaluar. Así no se debe tratar a los alumnos.  Y le digo con toda la franqueza, sin faltarle el respeto, que si me quiere suspender, hágalo. Así se sentirá feliz, sumida en su tristeza y amargor. No es Vd. una buena profesora, por mucha cátedra que tenga colgada en las paredes de su domicilio. Y ahora me retiro de esta “farsa” que Vd. suele montar con las revisiones de notas y ejercicios. No la molesto más. Perdóneme. Buenas tardes”.

La reacción de la catedrática resultó insólitamente novedosa.

Doña Clotilde quedó como “petrificada” y sin articular palabra alguna, ante la valentía y fuerza argumental de una buena alumna, que se había atrevido a decirle lo que ella y muchos de sus compañeros de grupo pensaban. ¡Cómo una alumna se había atrevido a hablar así a su catedrática!  Desde luego que la chica había tenido un gran valor porque, repasando objetivamente las expresiones utilizadas, Miranda se había limitado a decirle lo que tantos pensaban, pero sin recurrir al insulto o a las malas formas en el trato. Eran verdades, dolorosas, muy dolorosas, pero verdades puestas en boca de una joven de 17 años. Aquella noche apenas pudo cenar y se desveló varias veces a lo largo de la madrugada. Se sentía profundamente frustrada y fracasada. Así no podía seguir. Necesitaba cambiar y aplicar con urgencia, a su vida profesional y privada, el bálsamo de la humildad, la generosidad y la racionalidad. Así podría vislumbrar la esperanza de conseguir ese amor interior, con mayúsculas, que tanto faltaba en su “vacía” inhóspita y triste existencia.

Cuando a la mañana siguiente desayunaba, Cloti ya había localizado el número de teléfono de la alumna Miranda. Antes de salir de casa, camino del instituto, marcó el número del móvil de esta joven, quien en la tarde anterior le había dado una hermosa y gran lección que, con la lúcida valentía de la rectificación, en modo alguno estaba dispuesta a desaprovechar. –

 

MIRANDA. LA FUERZA

DE LA CONVICCIÓN

 

 

 

 

 

José L. Casado Toro

Antiguo Profesor del I.E.S. Ntra. Sra. de la Victoria. Málaga

Viernes 03 mayo 2024

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