viernes, 31 de mayo de 2013

AMIA Y DEVA.


Quiero invitarte a conocer y compartir una bella pero, sin embargo, complicada y misteriosa historia de caracteres y respuestas. Entre los personajes que en ella interactúan, se articulan dudas y razones, luces y preguntas, destinos y secretos. Todo ello en el seno de unas vidas que protagonizan las palabras, expresadas en voz baja y, también, con esos silencios que afloran desde la transparencia de sus miradas. Deva es una chiquilla alegre y desenfadada, que alcanza ya los cinco años de edad. Vive en una pequeña aldea situada, entre el valle y la montaña, allá por las tierras verdes y escarpadas del norte peninsular. Atio y Cadia, sus pacientes y generosos abuelos, cuidan con mimo y responsabilidad el crecimiento de esta niña que, para ellos, es el mejor tesoro que el destino ha querido depararles, ya en el atardecer profundo de sus existencias.

Como cada mañana, la pequeña acude al colegio de su “seño” donde aprender a descubrir el sentido de las letras, los números y la suave bondad en los comportamientos. Además de sus compañeros de aula, en esta humilde escuela rural, que nuclea a los niños de las casitas dispersas por la zona, tiene otros muchos amigos.  Son los árboles y las nubes, el sol y el viento, los pájaros y los animales de la granja, junto al agua del torrente…. espacios y elementos de la naturaleza que enriquecen su conocimiento, asombro e imaginación, en la plasticidad receptiva de su inquieto carácter. Sabe esperar ilusionada la oportunidad de poder jugar con su primo Arquio, un año mayor que ella, cuando el tío Cosme acude a visitar a los abuelos. Estos familiares viven allá, en el otro valle, tras la montaña y, siempre que vienen, se acuerdan de traerle algún pequeño regalo que ella recibe y cuida con la emoción y atención que la novedad le depara. Son tardes traviesamente divertidas, en las que ambos primos corretean y disfrutan por el inmenso parque de una verde y húmeda naturaleza.

Para ella, en la normalidad de los días, Atio, junto a Cadia son los mejores padres, aunque esa palabra quede sustituida por la de abuelo o abuela, en la proximidad familiar del parentesco. A veces, la espontaneidad y naturalidad de sus preguntas ponen en apuros la prudencia de estas personas que quieren responder a su nieta en todo aquello que saben decir y explicar. Especialmente, cuando la niña quiere saber quién es su mamá o su papá. En esa tensa oportunidad, Atio habla del cielo y la distancia, mientras que Cadia entorna la mirada, esforzándose por regalar, desde su corazón para con todos, una tierna sonrisa. Y es que Deva apenas recuerda a su mami. Sólo tiene la imagen muy difusa de una linda mujer, que la acunaba y cuidaba con mucho cariño. No la reconoce en la única foto que le han mostrado, tras su insistencia. Cuando apenas tenía un año, su mamá dejó de estar en casa. Le dicen que su nombre era Amia y que tuvo que emprender un largo viaje. ¿Hacia qué destino? ¿Hacia ese cielo azul celeste, que cobija a las estrellas, o para otros lugares, aquí en la tierra, donde se borran las señas y las luces para la identidad?  Le aconsejan que ahora es tiempo para el juego, de aprender y disfrutar, pues la hora de las preguntas y respuestas seguro que a todos nos ha de llegar. Cuando ella sea mayor sabrá comprender, perdonar y aceptar.

Una tarde, mientras jugaba con su primo, el abuelo y el tío Cosme hablaban de sus cosas.  Los temas eran casi siempre los referidos a la granja, al mercado de la capital, donde solían llevar sus productos y comentarios acerca de la situación política que atravesaba el país, allá en la década de los ochenta. A Deva le resultaban incomprensibles y aburridos esos temas, por lo que dejaba a los mayores con sus cosas y ella se disponía a organizar alguna nueva aventura, divertida y traviesa para el entretenimiento. Ante la insistencia de Arquio, fue a su cuarto para traer su álbum de estampas, de esas que solían venir en las tabletas de chocolate, y enseñárselo una vez más a su primito. Pasó por delante del salón y escuchó unas frases que le dejaron intrigada.

“¿Sabes algo de mi hermana? Son ya muchos años para que todo siga igual…. Total,  por un grave error de juventud”.

“Cosme, para nosotros es como si hubiera desaparecido en la vida. Cuatro años ya y sólo alguna llamada por Navidad. A veces creo que va a sonar el teléfono y que mi hija va a estar al otro lado de la línea. Para decirme que se encuentra bien pero, sobre todo, para conocer algo de este regalo de persona que tuvo que dejarnos, en aquellos terribles momentos de miedo y tensión. Pero las amenazas y el temor tal vez expliquen estas difíciles actitudes y respuestas en las personas”.

Deva apenas entendía nada sobre el sentido de todas estas expresiones. Sólo una palabra le llevó a recordar el nombre de su madre. Y esto la entristeció porque, una vez más, quiso preguntarse por el lugar donde ella estaría. Y por qué tuvo que irse…. cuando tanto la necesitaba. Ya casi no se atrevía a preguntar más al abuelo por su mami pues, además de no darle una razón, que ella entendiera, lo veía como enfadado y nervioso. En modo alguno deseaba disgustar a esta gran persona a quien tanto quería. No volvería a preguntar más por esa cuestión, aunque pensaba que algún día el abuelo, quien a buen seguro poseía toda la verdad, tomaría la decisión de compartir con ella la solución a su angustia. Para su sosiego y necesaria  felicidad.

Y así pasaban los días y las páginas, en ese fluir aritmético y vital del calendario. Pero, vayamos a otro lugar marcado en la distancia.

Hoy es noche de sábado, con un cielo nublado que no deja ver las estrellas. Amenaza humedad, posiblemente llueva. Pero, aún así, la temperatura es soportable, para estos primeros días de un junio que hace aproximarse al verano. Dos mujeres están sentadas junto al gran ventanuco de la buhardilla donde residen. Observan el trasiego circulatorio de luces, prisas y personas por Broad Street, en la populosa city de Birmingham. Son compañeras de trabajo en una residencia para la tercera edad, ubicada al noroeste de esta importante urbe británica del Midlands. Comparten, desde hace año y medio, el alquiler de este pequeño habitáculo, soportable en su coste, que se halla muy bien situado con respecto a una línea de metro. Medio de transporte que las traslada, cada una de las mañanas, para atender a esas personas mayores, necesitadas de afecto y servicio. Evelyn escucha con manifiesta  atención las palabras en confidencia de Amia.

“Nos conocemos desde hace ya más de un año. Va para casi dos. Y siempre nos hemos llevado bastante bien. Has aceptado con generosidad la privacidad de mi historia y, en cambio, tu siempre has sido muy abierta para hablarme de aquellas cosas y personas que forman parte de tu vida. Te aseguro que tengo motivos para haber sido tan reservada. Tan escasamente comunicativa. Esta noche me siento con fuerzas y animada para ofrecerte algunas claves, que te pueden ayudar a comprender mejor tanto silencio acerca de mi pasado”

“Hace no muchos años, yo era una joven con ganas de aventura y experiencias, algo alocada e irreflexiva, que se trasladó desde un pequeño núcleo rural en el norte de mi país, en España, hasta la capital madrileña. Necesitaba el cambio y la aventura, alimento para casi una adolescente con la cabeza repleta de proyectos, castillos y destinos. El ritmo de aquellos meses de adolescencia y juventud fueron frenéticos y descontrolados. Hice muchas, muchas tonterías que, hoy día, me asombran por la insensatez y riesgo que entonces no supe o pude calibrar. Entre ellas, hubo una que ha marcado, de una forma cruel, la realidad de mi vida. No te puedo dar datos, por supuesto, pero sí algunas claves para tu mejor comprensión. Mi físico, mi carácter, eran muy atractivos en aquellos casi veinte años que yo tan bien sabía lucir. La casualidad hicieron que me relacionara y vinculara con una persona muy importante, en la significación del país. Importantísima. Nuestra relación, duró unos cuantos meses, todo ello en medio del secreto. Fui una más, en la novedad cotidiana de sus desahogos. Posiblemente, una de las que más duró en ese armario anónimo para el juego de su utilidad. Una insensatez, por mi parte, provocó lo que era más que previsible. Mantuve en secreto el embarazo, hasta cuando pude. Una vez hecho evidente, las alarmas se dispararon. Y llegó la locura desenfrenada de las ambiciones y la seguridad  de todos los que mandan y pueden.

“Te hablo de aquellos años finales de los setenta. La situación política era difícil e inestable. Cualquier dato, acerca de mi realidad y circunstancias, podía levantar truenos y tempestades. Lo más fácil para ellos era que yo desapareciera. Y llegaron las amenazas y los miedos. Sentí mucho temor e incluso pánico. Sólo me dejaron una salida. Abandonar el país y el sello pactado de mi silencio. Por la mentalidad del personaje, ese nuevo ser que yo gestaba se pudo salvar para la vida. Apenas un año, pude tener y criar a mi hija. Me sentía sin fuerzas, para luchar en el extranjero (era la única salida que me permitían y urgían) con una niña de tan corta edad. Cobardemente, hoy lo puedo decir, pensé que era preferible que mis padres se encargaran de la pequeña. Con ellos tendría una seguridad que yo no me veía capacitada para ofrecerle, en aquellos mis convulsos momentos. Me pusieron un billete de avión en la mano, advirtiéndome claramente que, por mi seguridad, tenía que olvidarme de una historia que resultaba peligrosa para no pocos intereses. Con mucho miedo, que aún no he perdido (las amenazas eran evidentes) me vine a vivir y trabajar aquí.”

“Va ya para cuatro años y no he vuelto a pisar el suelo de la tierra donde nací y viví hasta la juventud. ¿Mis padres? Apenas les llamo, porque es algo que también me prohibieron. Pero sé que algún día tendré el valor y la confianza de poder recuperar a mi hija. Y vivir junto a ella. Para darle esa madre que le ha sido arrebatada, por mi inconsciencia e inseguridad. A nadie, aparte de mi corta familia, le he narrado ese espacio de mi vida. Lo hago contigo porque te considero como una buena hermana. Tu equilibrio y cariño me han facilitado estabilidad, equilibrio y, esa autoestima, que todos necesitamos para caminar por esta selva donde el destino ha querido situarnos.”

Evelyn ha permanecido atenta a toda la confianza que Amia ha querido transmitirle. Ante las lágrimas de su amiga, toma sus manos entre las suyas y le regala una sonrisa para la serenidad. Y, a muchos kilómetros de esta entrañable buhardilla, una preciosa cría de cinco años, se entretiene junto a su abuela Cadia. Ambas están haciendo un trajecito para su muñeca preferida, Beba. Se acerca el verano y el calor hace necesario cambiar el vestuario.

“Abuela ¿los juguetes sienten como nosotros el calor o el frío? ¿ Y les gustan las chuches?” “Yo no lo sé seguro, hijita. Como siempre están tan callados……. De todas formas, vamos a seguir cosiendo este trajecito que a Beba mucho le va a gustar. El verano está ahí, detrás de la puerta y ni tu ni yo queremos que la pobrecita pase calor ¿verdad?”

Tras una noche de templanza térmica, el día ha amanecido resplandeciente, con un cielo limpio y pleno de sol. El bello paisaje de la montaña se engalana con sencillez de aroma, luz y color. Valles y laderas están casi todas ellas cubiertas con ese manto verde de naturaleza, que alegra y tonifica nuestros mejores sentimientos y esperanzas. Pero, una madre y su hija, entre las razones e intereses de un pasado inestable, sufren la separación. Mañana, o tal vez esa otra fecha para la sorpresa, el destino puede resolver el absurdo de tantos comportamientos en las respuestas. Hay que buscar, tiene que haber, un espacio que acomode y cultive el placer de la sonrisa.-

José L. Casado Toro (viernes, 31 mayo, 2013)
Profesor

viernes, 24 de mayo de 2013

CAMINANDO, POR LOS SENDEROS PRÓXIMOS DE LO NATURAL.


Son respuestas en lo personal que, a fuerza de ser repetitivas, sin embargo nunca llegan a explicarse del todo. O, por el contrario, aparecen tan evidentes en su contenido que hacen innecesario abundar en los planos íntimos de su motivación. Resulta que una mañana, o tal vez cuando avanzan las horas del día, la escala anímica de tu persona marca unos dígitos más bien bajos. Bajísimos, como para remontar de inmediato ese bloqueo. Y, casi sin saber el por qué. No te ocurre nada, realmente preocupante. La salud va bien, dentro de lo posible pero, eso sí, tu agenda se muestra abruptamente densificada para el respiro y, como guinda ambiental, el contexto mediático, social, económico y político se viste con unos ropajes que “saben” a desalentador. Ante esa atmósfera profundamente viciada, que ahonda en tu soledad, tienes la certera idea de buscar auxilio, oxígeno físico, pero también espiritual, en aquel entorno donde más suele abundar para su mejor estado de pureza. Y te vas…. a la compañía placentera del mar. Y, si no, un poco más allá, a las laderas naturales y limpias de la montaña. También otros, con desigual éxito en los resultados de la opción, eligen una película, un libro o una llamada telefónica a ese amor siempre idealizado, como mejor terapéutica. El caso es alejarte de un ambiente opresivo que no te gusta, en el que te sientes agobiado, triste y en los umbrales inquietos de lo depresivo.

Aún la Primavera jugaba con esos vaivenes traviesos del entretiempo, cuando decidí alejarme de esta locura sin sentido en el que, con frecuencia, nos vemos atrapados. Puse camino o destino hacia algún rincón natural, no muy alejado de la malla que conforma el estresante laberinto urbano. La arena de la playa iba a quedar para un poco más adelante en el calendario, por lo que, a poco de un ratito de caminar, me vi rodeado de árboles, matorrales, aromas y gratos silencios. También sonidos, modulados por el viento, las aves o la traviesa percepción que interpreta nuestra imaginación.

Fue curioso. A poco de estar allí, las escalas anímicas comenzaron a moverse hacia lo positivo y, con esa grandeza que trae la simplicidad, comencé a sentirme mejor. Bastante mejor. El milagro, para lo espiritual, consistía en que ahora las cosas las veía bajo un prisma más alegre. Tanto en el color, como en su trasparencia. Me sentía más liberado y, precisamente, acompañado. Con el azul del cielo, las ramas verdes de pino, el olor del tomillo y otros sensuales aromas mediterráneos, además de las hojas que cimbrea la brisa y ese oxígeno que respira y difunde limpieza y tranquilidad. Buenos, excelentes compañeros para recuperar los biorritmos y el diálogo con la terapéutica del optimismo. ¡Ah, olvidaba comentar la presencia de un elemento vital que, en modo alguno, podía faltar! El agua. Esa fuerza hídrica que manaba de no sabemos dónde pero que, con sus ritmos acústicos y la pureza de su caudal, transformaba la pesadumbre y lo opaco en atrayentes parcelas de serenidad y aventura. Todo ello colaboraba en ese sosiego para la sonrisa, que tanto me apetecía recuperar y compartir.

En un momento concreto de este mi senderismo light (son trayectos no muy extensos en las distancias) tuve el buen acierto de sacar desde mi zurrón ese u otro libro que casi siempre suele acompañarme. Estuve leyendo un buen rato, con ese diálogo íntimo que los buenos autores proporcionan. Con la atención del silencio, sólo alterado por el pentagrama sublime de lo natural. Pero, también, en voz alta, para la atención mágica de esos arboles que te observan y atienden respetuosos, con la infinita paciencia de lo intemporal. Parece como…. si quisieran hablar. En este caso, la narrativa elegida fue un pequeño conjunto de historias, escritas precisamente en una lengua que no es la propia, en lo personal. Las practicas de expresión o lectura oral por estos parajes suelen resultar divertidas y metodológicamente apropiadas para el aprendizaje. Y aquí, precisamente, surgió la segunda parte de esta bella historia que ahora trato de recordar.

Le vi acercarse desde lejos. Avanzaba con pasos lentos, recreándose en un escenario de personajes inmóviles, caminando en sentido contrario a mi marcha. A pocos segundos, nos encontrábamos frente a frente, con ese “buenas tardes” que, con educación solidaria, se transmite con todos en el campo. Era un hombre ya metido en años, pero muy bien llevados para su denso calendario en las horas. Piel curtida, por ese sol que tanto gratifica. También, probablemente, por la fuerza del viento, la lluvia y toda una vida para la memoria. Percibí, de inmediato, sus ganas de “echar un ratito”, hablando de esas intrascendencias que pronto se transforman en anécdotas, en leyendas o en grandes teorías para lo trascendente. Era también de mi agrado esa positiva facultad de comunicar. Practicando el senderismo. Primero con la naturaleza, A continuación, consigo mismo. Y, finalmente, con la grandiosa hermandad de lo humano. Nos sentamos en dos rudos “sillones” que unos bloques de piedra y roca pusieron a nuestra disposición y compartimos, con la franqueza de la sencillez, las palabras, los gestos y las miradas.

TANI (Estanislao), así me pidió que le llamara, lleva ya muchos años jubilado. Trabajó en la construcción, aprovechando los álgidos momentos del boom costero. Hoy vive con una modesta pensión pues el egoísmo e incivismo empresarial perjudicó, de manera notoria, la seguridad social de este buen hombre que debe estar no muy lejano de los ochenta en la edad. La empresa, en la que trabajó durante años, no cotizó por su persona, lo que ha perjudicado la prestación o pensión de jubilación para su sustento. El ejercicio de andar por el campo (su verdadera pasión), uno tras otro en los días, le permite disfrutar un buen estado físico. Yo aún mantenía, en una de mis manos, el pequeño libro, para prácticas y lecturas, escrito en inglés, mientras que él se veía satisfecho, asiendo en su brazo un gran manojo de espárragos trigueros o no cultivados. La recolección de hoy ha sido bastante buena, por lo que dejará en casa los suficientes para la tortilla. El resto de la “cosecha” se los dejará a su yerno Faly que se gana la vida por los mercadillos, vendiendo todo lo que puede “pa comé”. Me decía que sabía “chapurrear” muchas palabras y frases en inglés ya que, durante sus años de trabajar con el ladrillo en la costa, tuvo un buen compañero y amigo de nacionalidad inglesa. Poco a poco le fue enseñando algunos usos coloquiales del idioma británico, recurso que le vino bastante bien a fin de relacionarse con clientes que vivían por la zona.

Cuando dialogas con una persona de esta transparente naturaleza, con la nobleza y verdad de Tani, te sientes a gusto y reconfortado.

“Pues, hemos “echao” un ratillo ¿verdad? la verdad es me hacía falta el hablá. Se pasa mucho rato andando entre las matas del campo y sólo escuchas a los pájaros y al viento, cuando sopla. Los fines de semana hay por aquí más gente, que vienen al paseo dominguero. Ah, y los ciclistas, pero estos casi siempre van montaos y con prisa. Lo dicho. A la pa de dió y buena tardes”.

Y lo vi alejarse, con su paso seguro sobre la tierra tosca pero inmaculada del suelo, camino del San José y el Botánico. Fue una suerte, agradable e inesperada, el encuentro con esta persona cuya nobleza y proximidad sabe aportarte esa serenidad que, tan sencilla y gratamente, comparte con la belleza, agreste o aterciopelada, del entorno.

Ahora, en tiempos de Primavera, los días parecen más largos, simulando la extensión de la vida. Ese baño de luz, con un sol que se resiste a marcharse, hasta cerca de las nueve o más de la tarde, hace que te sientas más reconfortado para buscar razones, reales o imaginarias, que sustenten el alimento espiritual de la sonrisa. Este ejercicio, de caminar por los vericuetos y senderos del campo, obra el milagro de cansarte y recuperarte al tiempo. Los relojes adormecen sus manecillas, el ruido de los motores desaparece, la tramoya de tantas mentiras y falacias quedan aparcadas, la grandeza mediática de tantos personajes se empequeñece y numerosos problemas y sinsabores, de manera afortunada e inteligente, se relativizan. Nos alejamos de nuestra adición necesaria por la selva urbana y navegamos, con la firmeza rítmica de los pasos sinceros, a través de un entorno que facilita el reencuentro con nuestra ilusión y conciencia. La dimensión abrupta de los problemas se reduce ante la grandeza, limpia y solemne, de unos espacios que comunican con la fuerza inmensa de lo visual, la modulación acústica de lo natural y la sencillez íntima de otro tipo, afortunadamente, de humanidad y vida.-

José L. Casado Toro (viernes, 24 mayo, 2013)
Profesor

viernes, 17 de mayo de 2013

INTRIGA, EN UN FIN DE SEMANA.


La tarde se hallaba metida en agua. Los cielos entoldados y con algo de viento hacían presagiar que, más pronto o tarde, caería esa fina lluvia que, a pesar de paraguas y chubasqueros, te deja el cuerpo con la incomodidad de una intensa humedad. Al fin, en este sábado de Cuaresma, previo al inicio de los pasos procesionales, Dela decidió quedarse en casa, tras una semana de agotadora labor en las aulas. Ejerce como maestra en Primaria (va ya para un lustro, su dedicación docente) en un colegio concertado de la capital, precisamente allí donde estudió en sus años de infancia y adolescencia. Claudio, su pareja desde hace unos ocho meses, ha tenido este fin de semana que desplazarse a Córdoba a fin de asistir a un cursillo intensivo en redes informáticas, enviado por la empresa donde trabaja como especialista en marketing de comunicación. El programa de este curso, viernes a domingo, estaba muy concentrado, por lo que ella ha preferido no acompañarle y recuperar la tranquilidad del sosiego para este weekend que inicia la Primavera. Desea pasar una tarde tranquila, organizando el trabajo atrasado, hacer algunas compras para la cocina y, después de la cena, ver alguna película de las que tiene descargadas en el disco duro de su ordenador.

A eso de las seis, cuando se estaba preparando para bajar al Merca que tiene dos manzanas más arriba de su bloque, suena una llamada en el portátil de la entrada. Al otro lado de la línea, aparece una voz de mujer que se identifica como Itziar. Ambas mujeres mantienen un extraño y curioso diálogo. Dela desconoce a la persona que le está hablando, pero ésta sí posee datos concretos que le permiten hacer uso del nombre y número de teléfono de su interlocutora. Durante unos cuatro minutos de diálogo entrecortado, le indica la posibilidad de entrevistarse personalmente pues quiere conocerla y, al tiempo, hacerle partícipe de una información que puede resultar importante para su estabilidad. Le confiesa que el objeto de ese diálogo tendría como referencia a la persona de Claudio. Todo resulta un tanto misterioso, sin embargo Dela, sumida en la intriga de la duda, decide atender la sugerencia que se le ofrece. Acuerdan verse un par de horas más tarde, en una conocida cafetería, relativamente cercana a su domicilio. Itziar comenta acerca de cómo irá vestida, para su mejor identificación, en el encuentro que ambas van a mantener.

Todo esto le parece muy escénico o cinematográfico. Mientras se dirige al punto de encuentro, va haciéndose una serie de preguntas que potencian su incertidumbre. ¿Cómo conocía esta chica su identificación telefónica? ¿Cuál es su vinculación con Claudio? ¿Es casual que la haya llamado precisamente hoy, cuando la pareja con quien vive se encuentra de viaje? ¿Qué hay, en verdad, detrás de esta llamada? ¿Hace bien en aceptar este encuentro, o se está exponiendo a imprevisibles riesgos que escapan del control de su conocimiento? Éstos y otros interrogantes bullen por su cabeza, mientras camina despacio hacia ese punto de encuentro que puede despejar sus complicadas incertidumbres, mezcladas con la inquietud propia de caso. Ha comenzado a chispear. Era lo previsible, aunque la adelantada templanza de la Primavera hace que tenga una percepción incómoda de esas gotas que caen sobre la superficie de su paraguas, azulado y estampado con unas ondulaciones que asemejan el oleaje del mar.

Unos minutos sobre las ocho, en el anochecer. La cafetería/tetería “El Oasis” sita en los sótanos del Macrocentro Finay, se encuentra a esa hora bastante abarrotada, con un público variopinto y ruidoso. En la puerta una chica, algo más joven que nuestra protagonista, juguetea con la bolsa estampada que lleva colgada en su hombro. Viste un atractivo chándal azul celeste y unas botas deportivas Converse de color blanco, tal y como le orientó esa misma tarde a través del teléfono. Intercambian un saludo frío y presidido por la desconfianza recíproca. Itziar pide al camarero un té blanco, mientras Dela prefiere uno rojo Rooibós. Se siente bastante inquieta ante la situación, por lo que prefiere evitar la teína en la infusión. Atiende, con expectante atención las palabras que le transmite la joven del chándal azul.

“Sí, comprendo que todo esto te resultará muy raro o extraño. Pero mi conciencia me obliga a ser valiente, pues creo debes conocer algunos datos de la persona con la que estás vinculada en este momento. Seguro que él nunca te ha hablado de mí ¿Verdad? No, no le interesa. Pues yo sé bastante de su otra vida de la que tu eres ajena. Y te aseguro que, en este momento, solo me preocupa evitarte el drama que yo he tenido que pasar con este individuo. Por eso me he preocupado por indagar y conocer a la persona que me había sustituido, en la relación afectiva con Claudio…….”

Me esforzaba en no interrumpir su largo monólogo, expresado de manera pausada pero con una tensión fácilmente perceptible. Básicamente me relató que había estado saliendo con mi actual pareja, por espacio de un año y pico. Que al principio todo iba muy bien. Que, a pesar de tener caracteres diferentes, solían complementarse bastante bien y que llegaron a convivir con normalidad durante algunos meses. Posteriormente, a través de una serie de situaciones, fue comprobando la verdadera naturaleza de la persona con la que estaba compartiendo su vida. Que los rasgos de personalismo, egoísmo y exigencia, en el compañero, fueron cada vez más notorios, generándose discusiones, conflictos y escenas en sumo desagradables. Ya en la etapa final de su relación, tuvo que sufrir el comportamiento violento de un hombre, en su opinión, con un patente desequilibrio. Una mañana, cogió sus cosas y volvió a casa de sus padres, con un evidente temor con respecto a la respuesta que él pudiera adoptar ante su drástica decisión. Me confesó que sufrió mucho, al descubrir la verdadera personalidad de la pareja con la que había pasado todos esos meses de convivencia.

La escuchaba cada vez más asombrada, pues sus planteamientos parecían razonablemente convincentes para la credibilidad. Ante mi pregunta acerca de cómo me había localizado, acertó a explicarme que hacía unos diez días, haciendo unas compras en un centro comercial, estaba acompañada por una amiga del laboratorio donde trabaja. Que al verme junto a Claudio, no pudo evitar ponerse muy nerviosa. Su amiga me había reconocido, pues tiene a su hija estudiando en el colegio donde imparto clase. Precisamente, en el grupo de mi tutoría. Ante la  insistencia de Itziar, le facilitó mi nombre y dirección telefónica. Y que tras pensarlo durante algunos días, esta tarde había decidido marcar mi número de teléfono a fin de prevenirme de lo que me podría ocurrir si continuaba unida a Claudio.

“No sé si creerte. Me siento muy confusa y la verdad es que no tengo razones para pensar que existan dos personalidades en el hombre con el que estoy conviviendo. Incluso, aún no sé por qué te he prestado atención, viniendo a escuchar tus consejos. Me voy a marchar. Si crees que has hecho bien con avisarme, debo agradecértelo aunque, lo vuelvo a reiterar, me parece que todo lo que me has contado lo percibo como bastante inverosímil”.

Antes de despedirnos me rogó que, en modo alguno, le comentara a Claudio el contenido de nuestra conversación. Se sentía atemorizada de que él pudiera ser consciente de la información que se había atrevido a facilitarme.

Le estuve dando vueltas a la cabeza durante toda la noche del sábado y el mismo domingo. Me sentía navegando en un mar cenagoso de dudas y convicciones. Pero ¿qué hacer? Ya en el lunes, de vuelta a casa tras asistir a una consulta médica, comprobé que Claudio había regresado de su cursillo. No vino a comer. Me comentó por teléfono que tenía que hacer un informe sobre su presencia en la reunión de Córdoba y que prefería terminarlo en la empresa,  por lo que tomaría algo ligero en ese bar donde a veces desayuna. Esa tarde, me fui a dar un paseo por los jardines de la Concepción y allí, entre la soledad amistosa de tan bella naturaleza, fui repasando mentalmente todo el proceso de mi relación afectiva con una persona de la que, al margen de algunas discusiones, normales en la convivencia (nos habíamos metido en una hipoteca complicada) nunca había tenido serios motivos para quejarme. Era cierto, y ello era lo que principalmente me inquietaba, que él siempre trataba de evitar alusiones a la vida relacional que había mantenido antes de conocernos.

Llegó a nuestro domicilio unos minutos después de las diez. Se le veía muy cansado, tras el ajetreo del fin de semana con su viaje. El trabajo de hoy que, a tenor de su rostro, había tenido que ser un tanto agotador. Compartimos la cena y, posteriormente, nos sentamos (como hacíamos casi todas las noches) delante del televisor, a fin de ver alguna película o distraernos con lo emitido por alguna de las cadenas. Pero la cabeza me sentía aturdiendo, recordándome la extraña experiencia que había tenido en la tarde/noche del sábado. Estábamos “soportando” una película bastante aburrida cuando, por esos impulsos que a todos nos suelen aparecer en lo imprevisto de nuestro carácter, me levanté del sofá y, lentamente, me acerqué al monitor de televisión. Lo apagué. Claudio, que ojeaba el periódico del día, no le dio mayor importancia a mi gesto. Volví a sentarme junto a él y, con una irrazonada espontaneidad le dije. “Claudio, aunque sé que no es tema de tu agrado, me agradaría conocer algo acerca de las otras mujeres que, sin duda, ha tenido que haber en tu vida, antes de conocernos”. Tras sonreírme paternalmente, me preguntó la causa o el origen de mis palabras, precisamente esa noche en la que se sentía tan cansado. Añadí “es que he tenido la oportunidad de conocer a una persona con la que has estado emparejado durante algún tiempo. Y me gustaría saber el recuerdo que guardas de esa mujer”.

“Posiblemente sé a la personas a que te estás refiriendo. No merece la pena gastar tiempo hablando de esta penosa y terrible experiencia. Tuve la suerte de conocerte y esa es mi mejor alegría. Tú eres lo mejor que nunca he tenido. No sé lo que te hayan contado. Lo único que me importa eres tú. El más lindo tesoro que un hombre puede hallar y gozar en su vida. Ahora me voy a ir a la cama porque estoy que me derrumbo del cansancio. Mi querida Dela, ven hacia mi que quiero besar a lo que más quiero”.

Me sentí más tranquilizada y no quise hurgar en viejas heridas. Mi fe, en el que era mi compañero, se había acrecentado. Yo también necesitaba descansar del que había sido, también, un día ajetreado en el colegio. Ambos caímos en el sueño reparador más profundo. Pero, a eso de las dos menos cuarto de la madrugada, me desperté sobresaltada. Mi pareja no estaba en su lugar de la cama. Volví a mirar al despertador, cuando escuché palabras en el salón. Me levanté con cuidado de no hacer ruido y efectivamente comprobé que él estaba hablando por teléfono, bajando bastante la voz. Vi, a través de la puerta entreabierta, que permanecía de pie junto a la puerta de la terracita, por donde entraba la luz de una farola próxima a nuestra fachada. Agudizando el oído, puede captar la siguiente frase:

“Sí, lo has hecho muy bien, tal y como habíamos previsto. Deja pesar unos días y vuelve a llamarla. Le cuentas la segunda parte de la historia, con todos los detalles. Será más que definitivo. Vamos a ir con cautela y verás como todo nos va a salir bastante bien. Necesito que sea ella quien rompa el compromiso. Mañana, cuando salgamos a desayunar, seguimos hablando, cariño mío”

Me temblaban las piernas….. Estaba profundamente abrumada y asustada.-

José L. Casado Toro (viernes, 17 mayo, 2013)
Profesor