viernes, 29 de julio de 2022

EL DULCE ENCANTO DE LA JUVENTUD.


Cada una de las etapas, en la vida de las personas, tiene sus caracteres, sus incentivos y, también, sus limitaciones. Expresándolo de una forma coloquial, cada una de esas fases temporales contiene elementos positivos y otros que los percibimos como indeseados. Todo ello va en correlación, lógicamente, con la evolución cronológica y física de las personas. Cuando en una fase se alcanzan elementos positivos, se pierden otros vinculados especialmente a la etapa anterior. Por ejemplo, se incrementa la experiencia y tal vez se acumulan un mayor número de bienes materiales, pero se van reduciendo cotas de potencialidad física. Otra característica representativa de esas fases existenciales consiste en que muchas personas suelen estar insatisfechos con los caracteres propio de la etapa en que viven. Estos humanos añoran o “envidian” los valores propios de otras generaciones: el niño quiere hacerse mayor, pero al adulto le gustaría mantener esa juventud que paulatinamente va perdiendo al cumplir años. Obviamente es más fácil mirar hacia adelante, como hace el niño, que añorar el pasado perdido, en los sentimientos de los ancianos. Ese niño conseguirá “ser mayor”, pero el adulto no podrá volver a ser niño, al menos físicamente.

Vamos pues a conocer una historia, cuya realidad no es infrecuente. Los protagonistas de este episodio son dos seres, diferenciados notablemente en sus respectivas edades.

Un hombre inmerso cronológicamente en el grupo social de la “tercera edad” caminaba tranquilamente por la acera de una arteria vial malagueña. Concretamente, lo hacía por el paseo marítimo del Este, también denominado Antonio Machado. Como ocurre en la mayoría de las ciudades del territorio español, hay carriles dentro de las aceras peatonales señalados para que circulen por ellos bicicletas y patinetes eléctricos. La mayoría de estos carriles “bici” están debidamente marcados y tintados en el pavimento. Pero hay calles y zonas en esas ciudades en los que esos carriles para ciclistas no están debidamente dibujados, ya sea por la rapidez de su establecimiento o por el ahorro económico de su señalización. En el caso de esta historia, el carril para bicicletas y patinetes sólo estaba marcado por unas pequeñas pegatinas circulares en el suelo, intermitentes y pequeñas, separadas en su recorrido por aproximadamente un metro de distancia entre una y otra. La visión de esta señalización no era muy “llamativa” para motivar precisamente la atención de su existencia. Cuando paseas frecuentemente por esos lugares, ya es fácil memorizarlas, cosa que no ocurre cuando el tránsito por la zona es dilatado en la frecuencia. Es cierto que hay peatones que invaden esos carriles, pero es más frecuente que sean los propios ciclistas quienes circulen por la parte de la acera que más les convenga o guste.

La situación del caminante o peatón es cada vez más incómoda, pues aparte de esa profusión de carriles para ciclistas y usuarios de patinetes eléctricos (algunos circulando a gran velocidad) están los espacios ocupados por las mesas de las cafeterías, bares y restaurantes, precisamente situados sobre esas zonas peatonales. Hay calles y zonas de las ciudades en las que caminar por las aceras resulta un ejercicio incómodo, intranquilo e incluso peligroso.

Una tarde de verano, Mauro Cervilla, antiguo mecánico de vehículos caminaba con lentitud y sosiego por el Paseo Marítimo, situado en el litoral este de la capital. Acumulando más de siete décadas en su organismo, disfrutaba con la salina y fresca brisa procedente del mar. El trozo de acera que quedaba, entre el carril bici (señalizado con las aludidas pegatinas) y el muro de contención del paseo era más bien estrecha, por lo que muchos viandantes se introducían en la zona reservada para las bicicletas y los ciclistas penetraban también, con manifiesto desenfado, en la zona estrictamente peatonal. A esa hora de la tarde (el reloj se acercaba a las 19 horas del día) el público en la zona era bastante numeroso, densificando el espacio útil disponible.

En un momento concreto, un ciclista que circulaba con notable velocidad por la zona salió del carril bici, con la mala fortuna de darle un fuerte golpe al propio Mauro, que iba pisando la línea imaginaria de las pegatinas en el suelo. El golpe le hizo caer al suelo. Un par de transeúntes se acercaron al aturdido peatón, ayudándole a levantarse y a sacudirse el polvo de la calzada. El ciclista, causante del impacto, un joven que apenas tendría dos décadas de vida, viendo las consecuencias de la velocidad inadecuada que había aplicado y que había invadido claramente la zona peatonal, además de la actitud de los transeúntes presentes que le decían a gritos que se detuviese, se bajó al fin de su bicicleta. Cuando todos los presentes y el propio Mauro esperaban que se disculpara y que se prestara al auxilio de una persona mayor, aún aturdida y magullada, se encontraron, para su sorpresa, con una actitud zafia y violenta por parte del joven causante del altercado, el cual gritaba a viva voz que él iba por su carril y que “el viejales” se le había metido en “su” terreno.

Todo ello originó un griterío de elevada acústica, verdaderamente desagradable. Unos pedían que se llamase a la policía, otros reclamaban una ambulancia, los más hablaban y comentaban, pero sin resolver o darle solución a la incómoda situación. El joven ciclista gesticulaba, mezclando los gritos y el comportamiento soberbio. Se le veía cada vez más excitado. Por el contrario, el protagonista lesionado del incidente, se le veía más dueño de sus nervios. Trataba de no perder el sosiego, mientras se seguía quitando el polvo de la calzada acumulado en su ropa. No creía tener lesión de gravedad en su cuerpo, pensaba que sólo había sido el susto y una “afortunada” caída, pues a pesar de sus años caminaba cada día varios kilómetros. Todo iba a ser cosa de algún que otro “cardenal” o moratón muscular. Viendo como estaban de caldeados los ánimos, aclaró a los presentes que no había sido una caída de gravedad. Entonces fue cuando se dirigió al ciclista, que se llamaba Braulio, indicándole su deseo de hablar serenamente con él, apartándose de ese griterío y murmullos que se había generado a su alrededor. “Ahora vamos a hablar tú y yo”.

Mezclando serenidad, prudencia y firmeza, con su actitud Mauro “desarmó” al joven Braulio, que asintió con su cabeza, sin pronunciar palabra alguna. Los dos implicados en el incidente, diferenciados generacionalmente y protagonistas básicos del incidente, caminaron unos metros y tomaron asiento en una cafetería cuya portada miraba al concurrido paseo junto al mar. Mauro pidió una infusión de tila, a fin de potenciar su calma, mientras que el chico al fin se inclinó por tomar una Coca Cola. Tras unos minutos, en el que ambos interlocutores se observaron detenidamente, Mauro tomó la iniciativa de las palabras.

“Vamos a ver, Braulio. Ambos somos ciudadanos, con los mismos derechos y deberes. Nos diferencia la edad que indican los DNI. He vivido más de setenta años y tú me dices que ya has cumplido los veinte. En definitiva, hemos venido a la vida en momentos diferentes. Y esa diferencia en los años, también repercute en nuestro estado físico. Por decirlo de alguna forma, estoy “más gastado” que tú. A estas alturas de mi vida, carezco de tu vitalidad, de tu fuerza y vigor, potencia que deriva de esa espléndida juventud que atesoras. Sin embargo, la vida también me ha ido dejando una experiencia que, lógicamente, tú no puedes tener todavía. Respeto la juventud de que gozas. La admiro y, por qué no decirlo, la envidio. Pero Braulio, también debes respetar mi madurez.

Ese golpe que me has dado, con la consiguiente caída al suelo, pienso que no te habría gustado que lo recibiera tu padre o tu abuelo ¿Me equivoco? No te culpo de intencionalidad, seguro que no has querido hacerme daño. Pero tu proceder, en la forma de conducir la bicicleta, puede provocar daños innecesarios a los demás, por equivocada imprudencia. Tienes que pedalear más despacio. Durante el día hay horas y minutos para hacer muchas cosas. Debes evitar salirte de tu carril”.

“Pero también vosotros, los peatones, entráis en nuestro camino. La calle es de todos” respondió Braulio, volviendo a gesticular con los brazos.

“Los peatones podemos cometer errores ¡qué duda cabe! Pero no vamos montados en ningún vehículo y la velocidad de nuestro desplazamiento apenas puede superar los cuatro km. por hora. Vosotros vais por las aceras a más de veinte e incluso treinta. Podemos pisar a algún viandante, pero nada más grave. Me has podido producir una fractura ósea, difícil de curar a mi edad”.

La tensión inicial entre ambos había prácticamente desaparecido. El ciclista se mostraba cada vez más dispuesto a narrarle algunos datos sobre su vida. Información que no era agradable, en modo alguno. Braulio no había conocido a su padre, quien abandonó a su madre, a pesar de estar embarazada. La oscura vida de esa mujer abandonada, que no había gozado del blindaje de la cultura ni tenía oficio “reconocido”, provocó que Braulio fuera criado por su abuela Germinia, quien aún a sus muchos años continúa lavándole la ropa y poniéndole un plato de comida en la mesa en la sucesión de los días. Respeta mucho a esta anciana mujer, que ha sabido criarle y que considera como su verdadera madre. De su madre genética también hace años que nada conocen. Con humildad y sonrisa en su boca, el joven reconocía que nunca había destacado en los estudios, abandonándolos prácticamente al finalizar la etapa primaria, Sin embargo, manifestaba su destreza y afición para el trabajo con la madera, tarea para la que se consideraba un “manitas”. Comentaba que en las tardes de aburrimiento y “malos pensamientos”, se sentía animado e incluso feliz, acudiendo a una carpintería del barrio donde reside, observando el trabajo del buen Aniceto, ya con muchos años en su vida, que hace y repara muebles. Este buen artesano le deja hacer pequeños trabajos con la madera y para quien a veces realiza servicios de entrega, recibiendo a cambio algunas monedas, que “siempre vienen bien”.  

“Se me ocurre, Braulio, el por qué no vamos a algún centro de Formación Profesional para preguntar cómo te puedes matricular en un ciclo de carpintería y muebles. En el barrio donde vivo hay un centro del que tengo buenas referencias. Precisamente conozco al conserje, porque vive en mi bloque. Si te animas nos podemos ver el lunes por la mañana y nos acercamos a ver cómo está la cosa”.

Braulio asentía, como un “niño pequeño”, recibiendo la ayuda y el consejo de un buen hombre, al que había atropellado, lleno de experiencia y sabiduría. El azar del destino había unido a dos generaciones muy contrastadas en edad (podían representar las imágenes de un abuelo con su nieto). Dialogaba la madurez con la juventud. La fuerza vital, con el sosiego de la experiencia.

A partir de aquella tarde, gracias a la sensatez de Mauro, la amistad se fue gestando entre esos dos seres tan diferentes y necesitados. El intercambio entre sus capacidades fue fructífero y benefactor, especialmente para Braulio, pero también para el veterano Mauro, que necesitaba esa alegría y entusiasmo de un joven que se estaba “abriendo” a la vida.

Y al fin llegó la necesaria disculpa. Fue noble y espontánea, mostrando esos fundamentos positivos que todas las personas atesoran.

“Señor Mauro, le quiero pedir perdón. Me he pasado de frenada y le he podido hacer un gran daño. Es Vd. un hombre cabal. Una muy buena persona”.

Esa forma de disculparse agradó al anciano mecánico quien con llaneza respondió al joven interlocutor:  

“Aunque has tardado en hacerlo, creo que tus palabras te salen del corazón. Tú también eres una buena persona, aunque las circunstancias y la vida no te lo han puesto fácil. Por cierto, no debes tener más de veintipocos años…” Señor Mauro. Nací con el siglo y encima un 14 de febrero ¿Qué le parece?” “Pues muy romántico. Me gusta ese día, aunque sea un tanto comercial. Todavía suelo llevarle a mi mujer y compañera en la vida algún ramito de flores, para mostrarle mi agradecimiento y cariño, por todos los años en que me ha “aguantado”. Se llama Adela y los dos andamos medio siglo más sobre tu edad. No, no hemos tenido hijos. Por eso me gusta tratar a la gente joven con delicadeza y cariño”.

El chico confesó a su compañero de mesa que tenía novia. Se llamada Estrella y que era muy buena chica. Que ambos tenían la ilusión de irse a vivir juntos, aunque él no quería dejar a su abuela sola, pues era bastante mayor y la consideraba como su propia madre.

Ahora lo primero que tienes que hacer es prepararte para trabajar en lo que te gusta y posees capacidad y aptitud para hacerlo bien. Después tendrás muchas décadas por delante para gozar de la vida con esa chica que, sin duda, debe ser muy linda” La respuesta de Braulio, con una amplia sonrisa, fue mostrarle en su móvil la foto de la chica.

La tarde siguió avanzando, hasta que el sol anaranjado se fue diluyendo en el celeste azulado del cielo y también en el perfil urbano de los edificios colindantes a la pareja de esa nueva amistad. Se despidieron con un abrazo, quedando citados a la puerta del IFP ubicado en la barriada de Las Flores, donde reside el reflexivo y antiguo mecánico.

“No me faltes el lunes a nuestra cita. Piensa que es por tu bien, por tu futuro. Puedes encontrar un buen trabajo en alguna empresa de muebles o que trabaje con la madera de las puertas y provea de materiales a la construcción”.

En la finalización del relato nos haremos una necesaria pregunta: “¿Acudió Braulio, ese lunes inmediato, al encuentro con un buen hombre dispuesto a prestarle la ayuda necesaria para su futuro profesional? Es más positivo, alegre y … esperanzador pensar que efectivamente ese encuentro se produjo, con la puntualidad del recíproco afecto. - 

 

EL DULCE ENCANTO DE

LA JUVENTUD

 

 

 

José L. Casado Toro

Antiguo Profesor del I.E.S. Ntra. Sra. de la Victoria. Málaga

29 julio 2022

Dirección electrónica: jlcasadot@yahoo.es           

Blog personal: http://www.jlcasadot.blogspot.com/



 



 

jueves, 21 de julio de 2022

HISTORIAS PARA EL SOSIEGO, EN LA INTRANQUILIDAD DE LA NOCHE.

Para muchas personas, la aventura, la seguridad y la placidez durante el día se torna en, intranquilidad, inquietud y desasosiego en las horas nocturnas. Esta situación se agudiza en aquellos ciudadanos que tienen dificultad para conciliar el sueño, mientras otros descansan con sosiego las horas necesarias para recuperar el nivel orgánico y mental que nuestro cuerpo diariamente necesita. Padecer insomnio es un factor preocupante para el desequilibrio orgánico y cada vez hay más personas que se quejan de este grave problema para su salud. Los médicos prescriben distintos fármacos para combatirlo, pero el insomne tiene el temor de que la ingesta de tanto barbitúrico puede traerle secuelas, en modo alguno positivas para el bienestar corporal. Las preocupaciones no resueltas, el estrés de una vida cada vez más acelerada, la carencia del necesario ejercicio físico durante la jornada, el desequilibrio anímico, la falta de buenos valores en la conciencia, etc. todo ello va perjudicando y dificultando el descanso y fomenta esas horas incómodas en que das una y otra vuelta en la cama, pero sin conseguir que ese sueño reparador acabe de llegar.

Dicen que las personas mayores duermen menos, que necesitan menos horas de sueño. Sea o no cierta esta afirmación, se asume que los problemas del insomnio aparecen a medida en que vamos cumpliendo años y que los niños o adolescentes carecen de este problema, lo cual puede ser bastante discutible, pues hay muchos críos que reconocen que no duermen bien, situación que confirman sus padres o personas allegadas. También los niños temen a la noche, por lo que muchos de ellos reclaman dejar luces encendidas que combatan ese miedo a la oscuridad que tanto les inquieta. En este contexto se inserta temáticamente nuestra historia.

La familia Cambra - Lebrant puede situarse, en una estructura sociológica, dentro de la clase media acomodada. Saúl, tiene en su expediente académico la titulación de aparejador, Trabaja en una afamada empresa constructora desde que tenía veintiocho años (en este momento suma catorce más). Recibe un buen sueldo mensual, ingreso al que hay que añadir determinados incentivos económicos, por su recocida habilidad para proporcionar nuevos clientes a su empresa (principalmente extranjeros) captados en la zona costera conocida como la “Milla de Oro”. Hace trece años, Georgette y él decidieron unirse en matrimonio, después de un breve noviazgo que apenas duró unos meses. Su mujer, aunque de origen francés (nació en tierras de Normandía) desde muy pequeña acompañó a sus padres que se trasladaron a España por motivos laborales, viviendo primero en Madrid, pero al poco tiempo fijaron su residencia en la localidad de Estepona. Tras el vínculo conyugal con Saúl, el matrimonio se instaló en Málaga. Tres años mayor que su esposo, trabaja como analista de sistemas en una empresa informática ubicada en el Parque Tecnológico.

El matrimonio tiene dos hijos: Marion, de doce años, es una niña imaginativa e inteligente, que ha iniciado sus estudios de la ESO en un colegio “francés” de titularidad privada en la capital. Su hermano Adrien, ocho años, es un niño que suele cobijarse en su hermana mayor, pues es un tanto sensible e inseguro en sus respuestas diarias. Aunque la chica posee la capacidad de integrar mejor la soterrada crispación que mantienen sus padres, el niño sufre con más intensidad y repercusión las diferencias relacionales que están incardinadas en el carácter de ambos progenitores.

El temperamento de Saúl siempre ha sido muy abierto hacia la sociabilidad y campechanía para con todos, aunque de manera especial, hacia las mujeres, especialmente aquellas que contrastan en su edad con la que él va incrementado al paso del calendario. Esta “debilidad” ante las chicas jóvenes, con las que ha mantenido alguna que otra “aventura”, la percibió Georgette a los pocos meses de estar casados, aunque durante años tenía la convicción de que su marido sentaría la cabeza y autocontrolaría sus instintos, con el ejercicio natural de la paternidad y sus obligaciones conyugales. Muy al contrario, con respecto a sus previsiones, el aparejador siguió con sus devaneos “juveniles” disimulando en lo posible su “infantil” comportamiento, aunque con algunos “errores” que provocaban la actitud indignada de su mujer, a la que solía convencer y sosegar con sus propósitos “incumplidos” de rectificación. Tras etapas de sosiego, el aparejador solía caer en sus viejos errores, con el enfado subsiguiente de su cónyuge. Estas incómodas situaciones, de discusión y reproches, trataban de evitarlas en la presencia de los pequeños. Pero en muchas de las noches, cuando creían que sus hijos dormían, éstos disimulaban, escuchaban y sufrían las desavenencias que, con diferentes acústicas y contenidos, sus padres generaban con sus respectivos y encontrados argumentos.

Esta complicada dinámica o dialéctica familiar, mejor llevada por la niña, fue afectando paulatina y negativamente el equilibrio y sosiego de un niño que temía la llegada de las noches, cuando sus padres aprovechaban para aclarar sus diferencias, pensando erróneamente que sus hijos permanecían dormidos. En un determinado momento, Marion tuvo una inteligente decisión que mostraba positivamente una madurez impropia de su edad. Una mañana en el colegio pidió a su tutora Odette, profesora de creatividad literaria, si podía dedicarle unos minutos de atención, durante la media hora del recreo, petición que la joven profesora atendió con la dulzura y comprensión que normalmente le caracterizaba.

Esa misma mañana, Odette y Marion estaban sentadas frente a frente en una sala dedicada para atender las visitas de los padres a los profesores.  Antes de entrar en detalles, rogó a su tutora que lo que iba a narrarle debía de quedar entre ellas dos. Así se lo hizo prometer. Confiando en la discreción de su tutora, expuso con valentía la situación que se vivía en casa desde hacía algún tiempo, aclarando que su preocupación estaba básicamente en su hermano menor, quien era el que peor lo estaba pasando debido a su corta edad. Le pedía consejo acerca de cuál podría ser el mejor camino para seguir, ya que le daba “corte” hablar del tema con su madre o con su padre, pues consideraba que era un tema muy delicado. Por su trabajo y forma de ser veía siempre a sus progenitores muy ocupados y poco receptivos para hablar de cosas que eran “de mayores” y en la que los niños no debían de entrar. En realidad, alguna vez lo había intentado, recibiendo por parte de su madre la puntual respuesta de que dejara a las personas adultas resolver sus problemas y diferencias. La tutora fue presta en responderle.

“Efectivamente, querida Marion, es un asunto bastante delicado. Como ya vas aprendiendo, la vida nos enseña que las personas adultas también tienen sus problemas. Los mayores deben aplicar todo su esfuerzo para superarlos y si se muestran incapaces, deben pedir ayuda a familiares o a personas amigas. Me dices que tu hermano lo lleva peor. Que tiene miedo por las noches y que le cuesta mucho trabajo conciliar el sueño. Al no descansar bien durante la noche, al día siguiente se sentirá cansado y sin ganas de jugar y estudiar.

Se me está ocurriendo una idea que puede ser interesante. Tú siempre has sido una persona muy imaginativa ¿Por qué no pruebas por las noches, cuando tu hermano se vaya a la cama, quedarte con él un rato y le narras alguna historia, algún cuento agradable que lo distraiga y relaje? Así no pensará en todas esas cosas o problemas familiares que le inquietan y le hacen sentirse mal. Tu eres capaz de inventarte cada noche alguna pequeña narración que a buen seguro va a aliviar el nerviosismo e intranquilidad de tu hermano, un niño de ocho años al que le cuesta mucho trabajo entender los enfados de sus padres. Al menos, debes intentarlo. Tenemos que ver cómo resulta tu noble y generoso esfuerzo”.

A Marion le gustó la idea que su profesora Odette le había propuesto. SE veía como una persona imaginativa y voluntariosa, así que se puso a la tarea de “aliviar” en lo posible la intranquilidad de su hermano, a fin de que pudiera descansar con más sosiego en las horas del sueño. Así, cada una de las tardes, cuando terminaba sus deberes del colegio, tomaba una libreta en la que trazaba un esquema o síntesis acerca de la nueva historia, cuento o relato que iba a narrarle a Adrien cuando éste se introdujera en la cama. Sobre todo, intentaba que el contenido de la trama llevara a la mente de su hermano la aventura y el interés suficiente que propiciara y dinamizara la imaginación del chico. También buscaba un final agradable para cada una de las historias. En alguna ocasión, cuando estaba más atareada por los estudios, se pasaba por la biblioteca pública del barrio en el que vivían a fin de “sacar” en préstamo algún librito de cuentos, cuyos contenidos escenificaba con sus palabras para el deleite y distracción de un niño de ocho años que, al fin, lograba conciliar ese sueño tan necesario para la recuperación orgánica.

Aunque obviamente las discusiones de sus padres no eran continuas, cuando éstas llegaban y eran más “agresivas”, Marion tenía preparados otros dos recursos, que le daban excelentes resultados para evitar el nerviosismo y desasosiego de Adrien. Utilizaba para ello bolitas de cera, de aquellas que solía tener para cuando iba a la piscina pública a nadar. Con ellas modelaba unos pequeños tapones que colocaba en los oídos de su hermano, con lo que mitigaba los sonidos que venían del salón estar o desde el dormitorio de sus padres. La voz de su padre Saúl era especialmente acústica y sonora, con lo que traspasaba los muros de la vivienda. Cuando los tapones de cera no eran suficientemente eficaces, echaba mano de los auriculares y de su I pod, probando con alguna música o canción agradable, de las muchas que tenía cargadas en la memoria del periférico. De esta manera conseguía mitigarle esas voces que llegaban cargadas con reproches y palabras henchidas de desamor. Incluso tal era el afán por ayudar al pequeño de la casa que asistió en varias ocasiones a los cuentacuentos que organizaba una librería, a fin de tener temas suficientes y mimetizar las formas narrativas aplicadas por los profesionales de la simulación y escenificación.

Su tutora Odette, con cierta frecuencia le preguntaba cómo le iba con esa labor protectora que tan eficazmente desarrollaba. Le animaba y aconsejaba, aunque con el mayor cuidado trataba de conocer la situación de estabilidad familiar por si llegado el caso tuviera que recabar ayuda de algún organismo público para la protección de los niños. Acerca de todo este asunto ya había informado a la directora y al psicólogo del centro. Afortunadamente la situación en las semanas siguientes no pasó a mayores, lo que hubiera aconsejado una intervención más drástica.

Siguiendo las estaciones del año, las hojas del calendario han hecho pasar ya un lustro desde todos estos hechos. ¿Cuál es la situación actual de los integrantes de la familia Cambra – Legrant?

Saúl, el padre, con su arraigado vitalismo y su despreocupada irresponsabilidad relacional en lo afectivo, continúa “libando de flor en flor”. Desde hace tres años reside en uno de los apartamentos cedido por sus jefes, por el que paga una cuota muy asequible para sus elevados ingresos, ubicada en una zona privilegiada de Benalmádena, en cuanto a las vistas y panorámicas que se dominan desde la terraza de la vivienda. Ha convivido con parejas temporales o aventuras de veinticuatro horas, pues es persona que necesita de continuo el cambio y la novedad de la variedad. En el plano profesional es un dinámico y excelente gestor, que con su proverbial esfuerzo siempre “suma” para la contabilidad de la empresa. Recientemente ha sido ascendido para presidir el departamento de Grandes Proyectos “Marazul”. A pesar de la sentencia judicial, la negociación privada con Georgette ha conllevado que dos fines de semana mensuales y una semana en las vacaciones de Navidad y de verano esté con sus hijos. De hecho, su excompañera no pone objeción a que Marion y Adrien acudan al domicilio de su progenitor cuando ellos deseen.

Georgette, la madre, ha reiniciado una nueva vida afectiva con un profesional de la radiodifusión. El “flechazo” se originó a partir de una interesante entrevista que el apuesto periodista le solicitó, para una serie de acercamiento al plano humano y personal de las mujeres investigadoras. Continúa residiendo junto a sus hijos, en el domicilio familiar de bienes gananciales, que la decisión judicial estableció para su permanencia, hasta que los hijos cumplieran 23 años. Sin embargo, ha llegado a una negociación con Saúl para irle abonando trimestralmente determinadas cantidades con las que comprar el 50 % del valor del inmueble. Ahora que sus hijos están creciendo, camino de su avanzada adolescencia, tiene una mayor libertad para su dedicación laboral. Siempre que puede, suele acompañar a su compañero Matías Senna en los viajes que éste realiza con motivo de su actividad periodística.

Adrien, ya alcanza los trece años. Se encuentra vitalmente en plena adolescencia. Desde que sus padres tomaron la difícil, pero acertada, decisión de “arreglar” las diferencias que les enfrentaban, mejoró y superó su preocupante situación de inseguridad, nerviosismo e incluso ese miedo que le sobrevenía en las horas nocturnas, impidiéndole descansar. La ayuda de su hermana resultó decisiva, para “blindarse” ante las constantes “trifulcas” que mantenían Saúl y Georgette. Además de la terapia narrativa, procedentes de esas historias que Marion le contaba, centró muchas de sus energías en la práctica del deporte, como el kárate, la natación y la marcha senderista. También asiste a las clases de la Escuela de Idiomas.  Su vinculación con un grupo juvenil municipal ha resultado muy efectiva para complementar la formación recibida en el centro escolar al que asiste.

Finalmente, la valiente e imaginativa Marion

está cursando el segundo de bachillerato, en la rama de Humanidades y Ciencias sociales. Aunque la decisión aún no es firme, sus ilusiones universitarias están centradas en el ámbito de las letras, para las que posee una prometedora aptitud. Desde hace meses asiste a un taller de creatividad literaria, pues quiere ir puliendo su estilo narrativo. Tiene acumulados en su ordenador muchos archivos con relatos de diversa extensión, alguno de los cuales puede convertirse en esa su primera novela que tiene como objetivo o meta conseguir en la tenacidad del esfuerzo. Ella y Adrien conviven con su madre, aunque respetan esos días o semanas en los que se desplazan al domicilio de su padre. La relación de su madre con Matías la asume con naturalidad, de manera especial porque entiende que cada persona debe trazar el itinerario vital que más le complace y por el que está dispuesta a luchar. El efecto protector sobre su hermano, tan eficaz hace unos años, hace tiempo que ya no lo considera prioritario, aunque tiene asumido que ella es su hermana mayor y como tal se siente muy satisfecha de poder ayudarle, con la discreción necesaria, en todo aquello que necesite. Aunque desde hace un tiempo Odette trasladó su residencia a Nantes, su ciudad natal, sigue manteniendo con su antigua tutora una cariñosa relación de amistad, valorando lo bien que supo ayudarle en aquellos momentos tan inestables vividos en el seno de la estructura familiar. En este verano próximo tiene el proyecto de realizar un viaje vacacional, con sus amigas más íntimas, en cuyo itinerario no faltará una parada en Nantes, para atender la invitación personal realizada por la profesora Odette.

Siete años más tarde, Marion Cambra Lebrant tuvo la satisfacción de poder ver su primera publicación editorial en los escaparates y expositores interiores de las librerías. Esta primera novela, cuyo título era Un niño asustado, en la tempestad del desamor, había obtenido el primer premio, en el certamen para jóvenes valores de la literatura, convocado por Adiette ediciones.-

 

HISTORIAS PARA EL SOSIEGO

EN LA INTRANQUILIDAD DE LA NOCHE

 

José L. Casado Toro

Antiguo Profesor del I.E.S. Ntra. Sra. de la Victoria. Málaga

22 julio 2022

Dirección electrónica: jlcasadot@yahoo.es           

Blog personal: http://www.jlcasadot.blogspot.com/

 




 

viernes, 15 de julio de 2022

UN BONDADOSO HOMBRE DEL CAMPO.

Desde los tiempos de nuestra infancia hemos ido escuchando una frase que se nos ha quedado grabada en nuestra memoria, especialmente para aquellos que residimos en la ciudad. Esa valoración u opinión, que en distintos momentos hemos también podido confirmar con la experiencia, destaca y aplaude la especial y culta sabiduría que atesoran aquellas personas que viven en contacto directo con el medio natural, en los ámbitos plenamente rurales.

Ya sean labriegos, campesinos, criadores de animales o agricultores, supone un verdadero placer tener la oportunidad de charlar un buen rato con algunas de estas sencillas, modestas y agradables personas, de manera especial, para aquellos cuya vida se desarrolla básicamente sobre el asfalto y el cemento y bajo la contaminación atmosférica y acústica de nuestras áreas urbanas.

Muchos de estos hombres y mujeres del campo pueden explicarte un pronóstico certero del estado del tiempo, sin haber estudiado meteorología en los centros educativos. Igual te ofrecen un análisis inteligente sobre cualquier cultivo, sin haber dedicado horas al estudio de la ciencia agronómica. Algunos señalan, con un gran porcentaje de éxito, la posible existencia de bolsas subterráneas acuíferas y a qué distancia de profundidad pueden estar situadas. Ante las muchas plagas que atacan a los cultivos, tienen remedios naturales y artesanales para combatirlas y recuperar el vigor vegetal de las plantas. Y no sólo con los vegetales, sino que también conocen aquellas hierbas del campo con las que se pueden mejorar numerosas y variadas dolencias orgánicas. La herboristería en una versátil ciencia, con la que resuelves numerosos problemas corporales utilizando básicamente plantas y arbustos, recogidos libremente en la naturaleza.

Para estas personas del campo, el reloj, las prisas y el estrés anímico son “males” arraigados en el tipo de vida que se aplica en los ámbitos muy urbanizados. El principal reloj de los campesinos es el sol, con los amaneceres y atardeceres, además de ese cielo resaltado con la brillantez nocturna de las estrellas. En este natural contexto, aparecen los personajes protagonistas de nuestra historia.

VALENTÍN Reigal trabaja como interventor (también ha de hacer en ocasiones de cajero) en una muy importante entidad bancaria de la ciudad, empresa que se encuentra en proceso de reestructuración por haberse fusionado con otro banco, ya reconvertido por deficiencias en su gestión. Los asuntos laborales lo tienen sumido en una incómoda convulsión anímica, de la que trata de ir subsistiendo con la ingesta regular de fármacos prescritos por su médico del ambulatorio.   

En el hogar familiar tampoco encuentra el sosiego necesario para equilibrar su inestabilidad nerviosa. La única hija del matrimonio, Elena, a sus veinte años continúa “repitiendo” el primer curso de medicina, carrera universitaria cuya opción parece que no fue suficiente meditada. La chica, en estos momentos, se encuentra “entregada en amores” con Clamio, un enfermero del hospital clínico universitario, de ideas muy complejas, pues quiere formar parte de un centro de medicina alternativa y tratamientos novedosos, dirigidos a la comunidad extranjera de la costa. La pareja quiere iniciar una vida en común, para probar si sus caracteres son verdaderamente compatibles para un vínculo más prolongado. Esta cuestión también trae de la cabeza al abrumado gestor bancario.

En cuanto a su mujer, Amara, es una compradora compulsiva que entretiene su amplio tiempo libre acudiendo a los centros comerciales y tiendas con artículos de elevado coste, con el fin de adquirir objetos y ropa de la mayor diversidad. Aplica para ello la tarjeta crediticia del su “agobiado” esposo Valentín. Las discusiones entre los cónyuges son frecuentes por este motivo, aunque en los últimos tiempos la indiferencia recíproca que ambos mantienen es manifiesta, tratando de comunicar y molestar lo menos posible. El diálogo, más o menos brusco, lo han ido sustituyendo por esas miradas cargadas de desamor, que representan también un singular lenguaje relacional.

Pero no acaban ahí los factores que inciden en el desequilibrio psicológico de este ciudadano tensionado por las circunstancias. En el año en curso le ha correspondido, aplicando la rotación vecinal, llevar la presidencia del bloque en el que reside, con treinta y dos familias, una oficina de entreplanta (gestoría administrativa) y tres locales comerciales, en bajos, a los que atender. Los problemas vinculados al cargo no cesan de aparecer, sean cuales sean los días de la semana o incluso las horas del día.

Valentín se sentía nervioso, estresado, cansado de ese “sin vivir” tensional que le provocaba desazón, momentos de angustia y por las noches largas horas de insomnio.  Si durante la jornada tenía que echar mano de los calmantes, cuando se iba a la cama tenía que incrementar los potenciadores del sueño.

Al despertarse un sábado, después de una incómoda noche para el necesario descanso, se preguntó en qué podría emplear las horas libres de ese fin de semana, al menos un tiempo “oxigenante” en el que no tendría que acudir a la oficina bancaria. Tras un desayuno bien temprano, decidió coger su mochila de viaje, en la que introdujo un botellín de agua, su cámara compacta y las gafas protectoras para los rayos solares. Se puso la ropa deportiva adecuada, pues el día amenazaba intenso calor, dirigiéndose a continuación hasta la estación de autobuses, ya que no le apetecía tener que conducir. En la taquilla de viajeros compró un tícket cuyo autobús le conduciría a un pueblecito del interior provincial malacitano, en el que no recordaba haber estado durante muchos años. Tal vez no lo había visitado nunca. La idea era “construir” un día diferente, alejado de las rutinas a las que se sentía atado durante la semana.

Como compañero de asiento, le correspondió un hombre de apariencia modesta. A simple vista tenía cara de buena persona. Físicamente, este compañero de viaje soportaba un manifiesto sobrepeso. Cubría la alopecia de su cabeza con un sombrero de paja. Su vestimenta delataba que era un típico ciudadano rural. A las diez y un par de minutos el autobús suburbano partió de su hangar en la estación, momento en que su vecino de asiento se presentó cordialmente, incluso estrechándole la mano.

“Buenos días y mejor viaje. Me llaman ARIO, aunque mi nombre es Nazario. Soy “hombre de pueblo” y me gano la vida trabajando la tierra. Preparándola para el cultivo, sembrándola, dándole de “beber”, podando los árboles y quitando las “malas hierbas”, combatiendo las plagas para que no se coman o maten los frutos y, cuando llega la temporada, recolectando lo que la tierra nos da para nuestro necesario sustento. Le (bueno, nos podemos tutear, amigo) confieso que no tengo tierras propias. Me contratan y así gano unos duros para mantener a la parienta y ayuda en lo posible a una hija ya casada, que cría a dos retoños”.

Para Valentín las palabras de aquel hombre suponían una brisa de aire fresco, confortable y necesario, pues las percibía llenas de sinceridad y amistad. Esas palabras viajaban en la llaneza, sencillez y franqueza de un buen campesino, que volvía a su pueblo una vez que había visitado a una sobrina, residente en la capital provincial, trabajadora de la limpieza y que recientemente había dado a luz a su primera hija.

El viaje de los dos nuevos amigos no fue de excesiva duración. Apenas unos setenta minutos y ya estaban en un pueblecito de casitas y edificios con escasa altura edificada, todos ellos con los muros encalados o “blanqueados” que ofrecían un aspecto bello y sosegado. Era justo lo que Valentín necesitaba para combatir el estrés acumulado durante la semana.

“¿Qué te parece, amigo Valentín, el aspecto que ofrece este paisaje? No hay muchos habitantes en el pueblo, pero todos respetan ese color blanco que da claridad, limpieza y alegría. Además, es un buen protector para el calor que hace en estas tierras del sur, refrescando el interior de las casas, frescor que también se consigue aumentando el grosor de los muros. Incluso hay algunos vecinos, gente de pocos medios, que han excavado en la roca de la montaña, convirtiendo esas cuevas en pequeñas viviendas, modestas, aunque muy confortables”.

El sencillo campesino, una vez que habían bajado del bus y viendo a su compañero de viaje un tanto desorientado acerca de lo que iba a hacer aquella mañana del sábado, ni corto ni perezoso le ofreció algunas atractivas posibilidades.

“Amigo, tengo que ir a ordeñar a un cortijo cercano, propiedad de un cabrero y vaquero llamado Arsenio. Si te apetece, me acompañas y te distraes viendo como estos buenos animalitos nos dan esa leche tan necesaria para alimentarnos y que además nos permiten hacer los quesos y los yogures que venden en los súper y en las tiendas. En casa, mi mujer Eufrasia y yo hacemos no sólo queso, sino también mantequilla con la leche. No es que hagamos grandes cantidades para vender, sino para nuestro consumo, pues nos gusta comer sano. Además, con estas antiguas labores “matamos” el tiempo del aburrimiento y ahorramos muchas pesetas, que no nos sobran”.

Antes de ir al ordeño, pasaron por casa del campesino, momento que aprovechó Valentín para saludar a su mujer, Eufrasia. La buena señora, sin preguntar al respecto, preparó sendas rebanadas de pan cateto, rellenas con una buena tajada de cecina curada y queso de vaca, para que su marido y el amigo pasaran bien “la mañanada.”  

Con la espontánea insistencia de Ario, el oficinista bancario se animó incluso a probar el ordeño de una de las cabras, labor que mereció la aprobación de su amigo, contando con la paciencia sosegada del animal, que no se quejaba de los pellizcos que le daba el improvisado ordeñador en sus ubres. Desde luego que se sentía feliz y distraído, gozando de esa inesperada amistad que el número de su billete viajero había favorecido.

A eso de las 13 horas, el campesino le dijo que tenía que echar un ratito regando las hortalizas del tío Manuel, un vecino del pueblo con mucha edad en el cuerpo, al igual que su mujer Adela, La generosidad de los vecinos del pueblo era manifiesta con estos ancianos que carecían de las fuerzas necesarias para cuidar su humilde sustento. Como era previsible, Valentín se vio pronto con la manguera del agua en las manos, para regar el trocito de campo hortícola que Ario le indicaba.

“Desengáñate, Valentín. El olor de la tierra mojada, en las horas del sol, es uno de los mejores aromas que podemos encontrar para la respiración. En mejor que el que produce la colonia, que vale muchos cuartos en las perfumerías”.

El calor seguía apretando sobre las tierras del sur peninsular, por lo que la tarea del riego vitalizaba los cuerpos sudorosos de dos amigos conocidos ese mismo día, pero que parecían haber mantenido una amistad de por años. Ya cuando el reloj de la iglesia hizo sonar las tres campanadas, volvieron a la casa de Ario dando un largo paseo. Como no podía ser de otra forma, el matrimonio invitó al visitante a que compartiera mesa con ellos. Valentín se sentía profundamente afortunado, con ese trato tan generoso y hospitalario de personas amables y sencillas. El almuerzo fue muy sano y sabroso. Un buen tazón de caldo de cocido, sumando un plato posterior con “la pringá” (carne de gallina, jamón, garbanzos, patata, tocino y la verdura cocida). De postre dos tajadas de fresca, dulce y roja sandía, producto que, junto a melones, manzanas y peras, cultivaba el campesino en un terreno no muy grande que tenía en la parte trasera de su casa. Tras el sabroso ágape, descansaron un buen rato, bajo la sombra de un umbráculo construido artesanalmente con ramas del arbolado próximo. Precisamente ofrecieron a su invitado una confortable hamaca, atada precisamente a dos árboles situados en una dirección y distancia apropiada. El plácido balanceo de ese peculiar y cómodo lecho hizo dormir durante más de una hora al insomne oficinista, que se sentía feliz y relajado por el trato fraternal que estaba recibiendo. 

Habían pasado unos minutos de las cinco campanadas, cuando Valentín abrió los ojos y vio al matrimonio que lo miraban sonrientes, diciéndole con cierta guasa “Amigo, te hace falta un buen descansito y tomar la medicina del campo, ese aire sano de la naturaleza que no se tiene en la ciudad”.  De inmediato, Eufrasia preparó unos tazones de leche con cacao para la merienda, acompañados de unas galletas con manteca de cerdo y canela que ella bien elaboraba, para “mojar”. Cuando cayeron en la cuenta, el confiado viajero había perdido el autobús de vuelta para Málaga. En realidad, el matrimonio no había querido despertarlo de ese buen sueño que había mantenido.

“No te preocupes, hombre. Pasa aquí la noche y mañana coges el bus que sale a las 10. Ponle un mensaje a tu mujer para que no se intranquilice. Arriba en la buhardilla (lo llamamos el palomar) tenemos un buen camastro. Durante la noche entra por la ventana, si la dejas entreabierta, un buen fresquito, que a veces te tienes que echar una manta por encima. Es el clima de esta zona. Te “asas” y te “congelas”. El resto de la tarde la podemos dedicar a dar un buen paseo por los senderos que rodean al pueblo. Llegaremos a una loma y desde allá arriba tienes la mejor vista de este lugar. De camino te voy a ir recogiendo una serie de plantas y algunas hierbas, todas ellas sirven para la medicina. Unas te pueden quitar el dolor de barriga, otras te vendrán bien para cuando tengas colitis, también conozco algunas adormideras, para los sueños y las angustias”.

Ario era todo un gran maestro herboristero, que había aprendido en la “universidad” de la experiencia que dan los años. En esas divertidas y útiles tareas pasaron las horas siguientes, hasta que la fuerza del sol comenzó a declinar, iniciando su anaranjada y romántica retirada. Cenaron temprano, sobre las ocho campanadas. A la mesa vino una gran fuente de patatas fritas, con aceite de oliva y unas tiras de carne adobadas y asadas en las brasas del fuego. Además de la gran ensalada con productos de la tierra, el recio y amarillento pan cateto acompañaba al condumio, “hermanado” con una buena jarra de tinto que sabía a gloria bendita. De postre tomaron pastel hojaldrado de fruta, preparado también por las mágicas manos de la buena Eufrasia.

El matrimonio no tenía televisión, aunque si sonaban las noticias de las diez en una radio de las antiguas. Se fueron pronto a la cama, satisfechos, contentos y somnolientos. Valentín no se despertó en toda la madrugada, cosa inusual en él, desde hacía años. El canto de los gallos, desde el corral, era el “despertador” que se utilizaba en este paradisiaco y natural domicilio. Como en tantos otros de la zona. Una vez desayunados, Ario lo acompañó hasta la parada del bus, no sin antes despedirse de la buena Eufrasia, a quien Valentín abrazó diciéndole que no olvidaría las horas que había pasado en aquel “maravilloso” hogar. Tuvo que prometerle, más de una vez, que volvería a visitarla.

Antes de subir al bus, expresó a Nazario su profundo agradecimiento, el respeto y la admiración que sentía hacia su persona.

“Ario, buen amigo, me has tratado mejor que a un hermano. Te lo agradeceré de por vida. Este día que hemos compartido, junto a tu admirable mujer, ha sido para mí el más feliz y enriquecedor de una existencia que no iba por el buen camino. Me has enseñado tantas cosas… sobre todo que hay otra forma de buena vida, al margen del asfalto de la ciudad. Otra manera, muy bella e inteligente, de gozar la existencia. Cuando vayas por Málaga, ya tienes mi dirección. No dudes que serás recibido como un miembro, muy querido de la familia. Prácticamente, como ese hermano que la vida no me ha dado tenido. Gracias por todo. Eres una gran persona. TE admiro y aprecio de corazón”.

Mira, Valentín. Cada semana que puedas, el sábado o el domingo, te vienes por aquí. Tengo que enseñarte muchas más cosas. En casa también tú ya eres como de la familia. Dame un abrazo, amigo, hermano”.

Aquí finaliza un bello sueño, hermanado a una hermosa realidad, que nos hace creer en la sencillez y grandeza del género humano. A poco que mantengamos la creencia de que esta preciosa realidad es posible, nos sentiremos un poco mejor y más felices y esperanzados. Nuestro corazón generará esa sonrisa placentera que da sentido a todas esas preguntas, cuyas respuestas muchas veces buscamos y no siempre encontramos. Tal vez sea ello debido, precisamente, a su sorprendente simplicidad. No es tan difícil aplicar bondad, voluntad e imaginación, en el buen trato con los demás. -

 

UN BONDADOSO HOMBRE

DEL CAMPO

 

 

 

José L. Casado Toro

Antiguo Profesor del I.E.S. Ntra. Sra. de la Victoria. Málaga

15 julio 2022

                                                            Dirección electrónica: jlcasadot@yahoo.es           

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viernes, 8 de julio de 2022

DESCUBRIENDO LOS ENCANTOS DE LA GRAN CIUDAD

Es una obviedad que existen numerosas formas de ganarse el sustento de cada día. En ese noble e indeclinable objetivo intervienen muchos factores, que facilitan y hacen posible la identificación personal con una determinada actividad, trabajo que puede ser muy gratificante o penosamente incómodo. La formación escolar, la aptitud y “vocación” individual, el esfuerzo, la imaginación, la oportunidad, la suerte, la propia capacidad de cada uno, son elementos en sumo importantes para conseguir desempeñar una u otra profesión. Lógicamente, unas personas se sentirán más felices y realizadas con el trabajo que desempeñan cada día y otras sufrirán el desaliento que no sentirse realizadas con la labor que el destino les ha deparado. Y no hay que olvidarse de aquellas que no encuentran el acomodo laboral deseado, a pesar del brillante currículo que han atesorado durante el proceso de su formación.

La joven Eutimia Carrala (no alcanza la treintena en su DNI) desarrolló la infancia en un ambiente plenamente rural. Chica de pueblo, decidió un día venirse a vivir a la capital provincial. No le gustaba el tipo de vida relacional en esa localidad de la serranía rondeña, en donde el destino quiso que naciera, núcleo de población que no alcanza los cuatro centenares de habitantes. Tuvo la suerte de que un tío suyo, casado y cuyo matrimonio no había tenido hijos, que ejerce de cartero o repartidor de correspondencia, aceptara admitirla en su casa de la capital, a donde la chica llegó habiendo recién cumplido los trece años. Venancio y su mujer Aurelia pusieron de condición a su adolescente sobrina un comportamiento respetuoso con ellos y que ayudara en las tareas del hogar, obedeciendo los mandatos y peticiones de sus tíos. Estos familiares eran personas de ideas tradicionales, por lo que le advirtieron que si se portaba mal o hacía alguna “trastada” la castigarían como si fuera esa hija que ellos no habían podido tener en su matrimonio. Desde luego que el alimento y el cobijo familiar no le iba a faltar durante los 365 días del año.

Emia, como así la llamaban, no se caracterizaba por ser muy aplicada con los estudios. Por el contrario, era una joven muy abierta de carácter y con una memoria “esponja” para conservar todas las historias, anécdotas y chascarrillos que por acá o allá le contaban. Esta innata capacidad para conocer y recordar datos e informaciones, le iba a ser de gran utilidad para la futura actividad a la que se iba a dedicar. Con gran dificultad pudo al fin finalizar sus estudios de secundaria, por lo que desistió de matricularse en el bachillerato, haciéndolo por el contrario en un módulo de formación profesional con el título de Guía Turístico.

En el Instituto de F.P. Rosaleda, ubicado en una popular barriada de Málaga y vecino del principal estadio de futbol de la ciudad, recibió una cualificada enseñanza de materias propias a la especialidad que había elegido, entre ellas la Historia, la Geografía, los idiomas, la Literatura, el Arte. Pero la metodología que más “le enseñó” fueron las practicas que tuvo que cumplir acompañando a los guías profesionales en su diaria actividad, aprendizaje de contenidos que ella supo asimilar e integrar con proverbial destreza. Era tanta su afición a esa labor de informar y ayudar al turista que acude a una ciudad, que gustaba acercarse a los grupos de estos viajeros a fin de escuchar cómo lo hacían aquellos profesionales que narraban las riquezas monumentales daban lustre cultural y buena estética a la ciudad. Ya con diecisiete años se sentía con la fuerza y los conocimientos necesarios para ir protagonizando básicas explicaciones acerca de esta riqueza artística que deslumbra y agrada al viajero que llega ilusionado a una ciudad, con mayor o menor tiempo para recorrerla.

La relación con sus tíos seguía siendo buena, ya que éstos sabían mezclar autoridad y cariño en el trato con su sobrina. Con respecto a sus padres, la relación era más esporádica. Estos modestos labriegos de la comarca rondeña tenían que sacar adelante a una amplia prole de siete hermanos (cuatro varones y tres mujeres) con unos medios económicos en sumo limitados. Para ellos fue un alivio la decisión de su hija y la generosa disposición de los parientes que habitaban en la capital malacitana.

La motivación de Emia para protagonizar explicaciones acerca de los encantos monumentales de la ciudad era cada vez más intensa. Sin haber finalizado aún el módulo escolar que cursaba, al que se entregó con un tesón inusual ante los libros, contactó a través de Internet con una de las numerosas empresas que organizaban visitas guiadas en las zonas monumentales de las ciudades de forma prácticamente gratuitas, sólo “pidiendo la voluntad” al finalizar la explicación cultural. Del dinero recaudado, estos guías improvisados tenían que entregar a la empresa organizadora un 30%, cantidades que no debían ocultar si querían seguir recibiendo encargos turísticos. Los recorridos monumentales se organizaban de forma que tuvieran una duración de aproximadamente una hora. De esta forma, la joven fue ganando esos euros que le eran tan necesarios para cubrir los caprichos (ropa, zapatos, fines de semana…) propios de la edad y no tener que depender tanto de sus tíos, aunque éstos fueron siempre generosos con los gastos de su sobrina. Venancio tenía un suelo estable, con el trasiego diario de la correspondencia y el matrimonio no tenía que afrontar gastos extraordinarios, ya que mantenían una vida desahogada, pero evitando los grandes alardes en las compras.

Como una experta guía turística, Emia poseía grandes dotes para la improvisación, buscando de manera preferente esas anécdotas amables e interesantes para satisfacer y distraer a los oyentes, sorprendiéndoles con algún detalle explicativo para sustentar los conocimientos en la materia. Como repetía casi siempre los mismos itinerarios, fue adquiriendo experiencia, seguridad y una fraternal simpatía que agradaba a los más o menos receptivos oyentes. Había días que obtenía un rendimiento económico bastante importante para su economía, fueran 40, 50, 80 o más euros, trabajando por las mañanas o las tardes con grupos que nunca superaban las ocho o diez personas, la mayoría de ellas eran turistas españoles o incluso angloparlantes, idioma que se le daba muy bien para la comunicación. La destreza y juvenil simpatía de la vocacional guía le hizo sumar numerosa clientela, en una ciudad de grato clima y abundantes destinos monumentales para visitar y narrar.

La experiencia explicativa fue generando continuas anécdotas y vivencias que Emia fue grabando en el receptivo acerbo de su memoria. En cierta ocasión se unió al grupo un hombre ataviado con pinta lúdicamente bohemia. Su edad superaría el medio siglo de vida. Época veraniega, su informal vestimenta estaba compuesta por una camiseta blanca, con mensajes grabados en inglés en la que se leían palabras como libertad, sociabilidad e igualdad (freedom, sociability, equality), bermudas azules rudamente deshilachadas y sandalias de goma del mismo color que el gastado pantalón. De su hombro derecho colgaba un zurrón de cuero, del que sobresalía la parte superior de una botella de agua. Emia tenía la percepción de que a medida que iba exponiendo los datos del denso entorno monumental, integrado por el edificio neoclásico del Museo de la aduana, la fortaleza islámica de la Alcazaba, los restos del teatro Romano… el peculiar turista sonreía y en ocasiones movía un poco de cabeza, como estando algo disconforme con el mensaje que escuchaba. Al finalizar ese recorrido muy típico, ya en la Plaza de la Merced, dio las gracias por la atención de los oyentes y quitándose la gorrilla roja que cubría su cabeza la extendió levemente para recibir la voluntad generosa de las ocho personas que la habían acompañado en el recorrido. El hombre del zurrón quiso quedarse en último lugar, para entregar su dádiva económica a la joven guía. Manteniendo una pícara sonrisa, le comentó:

“Mi nombre es Arno. Agradezco tu esfuerzo, en el que has aplicado una gran amenidad explicativa, dosificando muy bien los datos y las curiosidades o anécdotas. Pero también he de decirte que algunos de esos datos expuestos son, en mi opinión, erróneos. Un oyente entendido te podría haber corregido. Yo he querido respetar, en todo momento, el trabajo que tan dignamente estabas realizando. Quiero sinceramente felicitarte, por tu juventud y entrega vocacional a lo que te gusta hacer. Con todo el tiempo que tienes por delante, llegarás a ser una gran experta en información turística. Si tienes unos minutos, me agradaría invitarte a compartir un café o refresco”.

A Emia le gustó la dulzura, no exenta de franqueza, que aplicaba este curioso personaje. No le cuadraba la forma de vestir (y de asearse) que ofrecía su interlocutor, con las formas expresivas y modales que aplicaba en su exquisito comportamiento. Aceptó gustosa la divertida experiencia y tomaron asiento en una de las numerosas cafeterías, bares y restaurantes que pueblan la muy visitada zona.

“Ahora soy yo quien tiene ganas de hablar ¿verdad? Llevo en mi cuerpo un muy largo medio siglo de vida, la cual ha sido compleja, convulsa. Yo diría que incluso cinematográfica. A pesar de la incredulidad que voy a percibir en tu juvenil rostro, te confieso que he sido profesor universitario, investigador, conferenciante, actor de teatro, cantautor. Añade a mi currículo que he estado durante meses en un monasterio, como hermano lego. Una intensa crisis familiar me hizo cambiar drásticamente de vida y ahora dedico mi tiempo para viajar de aquí para allá, disfrutando, en lo posible, de la vida que me haya sido concedida. MI geografía se ha vuelto infinita y pequeña, al tiempo. No, no pido limosna. En su momento, mejores tiempos en lo material, hice calculadas inversiones que son las que ahora me proporcionan algunas rentas con las que puedo atender a los gastos básicos. Es otra forma, la actual, de articular la existencia. Descubro personajes muy valiosos, integro en mi memoria insólitas experiencias, aplico en mis decisiones otras vivencias posibles. Mi proyecto inmediato es rellenar las páginas de un libro, en el que se recoja la nueva forma de caminar por la vida que estoy protagonizando, desde hace unos ocho años. “Otros necesarios caminos por recorrer”. Ese podría ser el título, aunque seguro que lo cambiaré. Así es mi carácter”.

La densa e interesante conversación continuó durante un alargado trozo de tiempo. Como era previsible, se intercambiaron sus direcciones electrónicas, asegurando “incrédulamente” que seguirían en contacto. Dos generaciones se habían encontrado, dialogaron con manifiesta confianza y trataron de entenderse. Una chica ilusionada por la vida, de 18 años, junto a un escéptico veterano de la existencia, con 59 primaveras a sus espaldas. Una malagueña de ojos azules, junto a un palermitano de ojos marrones y algo cansados, entre descuidadas legañas.

Las curiosas experiencias en el trabajo de Emia no cesaron de presentarse en el discurrir de los días. Otro extraño caso fue el de una joven, que parecía sudamericana, que repitió su presencia en la explicación que la guía realizaba por las mañanas entre las 10.30 y las 12:30. La chica no era de elevada estatura, tenía unos ojos grisáceos muy bellos, su piel era un tanto de color cobrizo y llevaba recogido en una coleta su largo cabello negro. Vestía una camiseta playera beige, bermudas azules y calzaba sandalias blancas de goma. Su edad andaría cercana a los treinta. Al igual que hizo en la primera explicación, mantenía una gran atención a las explicaciones que ofrecía la guía, en contraste con otros compañeros que miraban a uno y otro lugar e incluso se separaban unos metros del grupo para ir tomando fotos con sus móviles y cámaras. Tanto en el primer como en el segundo día entregó cinco euros al finalizar la explicación. Pero lo que más llamó la atención de Emia fue que la oyente la miraba con intensa fijeza, mostrando una expresión plena de afectividad y dulzura. Al terminar la exposición del segundo día, la guía se dirigió a ella a fin de conocer un poco más de la atenta cliente.

“Hola, suelo quedarme bastante bien con las caras de las personas y creo que es la segunda vez que asistes a esta explicación monumental, interés que te agradezco. La verdad es que no me había ocurrido hasta ahora que algún visitante repitiese. Deduzco que te agradan mucho estas “lecciones” sobre los monumentos de Málaga que cada día realizo ¿No es así?”

La respuesta de la chica, que se llamaba Gabriela la dejó impresionada.

“Gracias por tus palabras. Soy colombiana y me agrada mucho la forma como narras las anécdotas y los detalles en tus explicaciones. Es muy agradable escuchar el tono de tu voz, resaltando con ilusión todo aquello que nos muestras y explicas. Sin embargo, hay un motivo especial y personal que me ha hecho repetir en estas horas que tengo libres por las mañanas (mi labor consiste en el cuidado de personas mayores). La razón es que tienes un notable parecido con una persona muy vinculada a mi vida, que hace unos años desapareció sin dejar rastro alguno para poder localizarla. A pesar de todos los intentos que realizó la policía de mi país por encontrarla, no he podido volver a verla. Se trata de mi única hermana, cuyo nombre es Eliana, tres años menor que yo (tengo veintinueve). 

Estábamos muy unidas y entre nosotras no había secreto alguno que nos separara. Pero ella entró un día en amores con un joven leñador, llamado Ralio, quien solía unirse con grupos y personas de dudoso comportamiento. Este vínculo le fue apartando progresivamente de mí. Estaba como ensimismada con la poderosa fortaleza y belleza de ese musculoso joven. En un aciago día, ambos desaparecieron y nunca hemos vuelto a saber de ellos. Ya han pasado casi dos años de estos misteriosos hechos. Te voy a mostrar una foto de ella, para que puedas comprobar el extraordinario parecido físico que tiene contigo”.

Cuando Emia observó la un tanto ajada foto que Gabriela le mostraba, quedó impresionada del profundo parecido físico que tenía con la chica de la imagen. Muchos podrían afirmar que era realmente una fotocopia de ella misma, si no fuera por el entorno diferente en el que estaba tomada la foto. En la imagen también aparecía Ralio, joven muy bien parecido y de contextura hercúlea. Entendiendo las razones esgrimidas por la puntual turista, Emia le dijo que podía venir todos los días que quisiera a escucharla, sin que se sintiera obligada a darle cantidad alguna por su presencia.

Como ya había completado la 2ª sesión explicativa de la mañana, decidió tener el gesto amable de invitar a Gabriela a compartir unos refrescos, pues el día estaba sometido a un intenso calor. Las dos mujeres dialogaron durante largos minutos, intercambiando confidencias y puntos de vista. A pesar de haber entre ellas una diferencia notable de edad (once años) “conectaron” bastante bien y prometieron volver a verse. Emia esperaba que la nueva amiga colombiana volviera a presentarse en alguna de sus explicaciones matinales. Sin embargo, durante la siguiente semana, este reencuentro no tuvo lugar. Pensó que alguna circunstancia habría impedido la presencia de esa buena espectadora, entre sus grupos turísticos.

Una mañana recibió una llamada telefónica de su entidad bancaria. Le informaban que habían detectado, hacía escasos minutos, una operación sospechosa en su cuenta de ahorros. Alguien, con la clave correcta, había intentado hacer un reintegro de 650 euros, cantidad inusual entre sus operaciones frecuentes, por lo que habían bloqueado la operación hasta establecer ese inmediato contacto de consulta. Emia les manifestó que desde luego no había sido ella la autora de tal operación, por lo que la tarjeta quedó anulada de inmediato. La oficina iba a sustituirla por otra nueva. Emia les aclaró que la tarjeta anulada no la había perdido o sustraído, pues la llevaba consigo. Le indicaron que las técnicas actuales para hacerse con las claves “secretas” de las tarjetas eran cada vez más sofisticadas, aplicando asombrosos medios electrónicos para estos fines delictivos.

Un lunes tarde, día de la semana que Emia reservaba para ir al gimnasio durante un par de horas, caminaba por los jardines del Parque malacitano, con dirección a un centro deportivo situado en la zona de la Malagueta. Le gustaba pasear por la zona sur, paralela al Paseo de los Curas, recorriendo los vericuetos y caminos florales de esa joya vegetal que adorna la ciudad. Divisó a lo lejos, en uno de los bancos de dicho Paseo a una pareja, que le daban la espalda, pues estaban sentados mirando hacia el puerto de mar. Quiso concretar sus figuras, especialmente la de la mujer. Se acercó lentamente a ese lugar, reconociendo claramente el cuerpo de Gabriela. Observaba que los dos “enamorados” se hacían recíprocas carantoñas. En un momento concreto, el chico giró su cabeza y de nuevo la memoria fotográfica de la guía turística se activó: de manera indudable era el joven atlético que la colombiana le había mostrado en la foto. Obviamente era el “leñador” Ralio, que en la historia narrada por Gabriela había huido o desaparecido con su hermana Eliana. De inmediato comprendió que había víctima de una fabulación por parte de la supuesta colombiana. Se retiró prudentemente del lugar, preguntándose qué pretendía la “cuidadora de mayores” con toda esa historia que le contó y el sentido de esa fotografía en la que aparecía Ralio con Eliana, cuyo parecido con ella era tan asombroso.

Aquella noche le contó toda la curiosa historia a su tío Venancio, quien prometió darle una respuesta convincente, tras consultar con un amigo de la infancia que trabajaba como subinspector de policía. Cuando al día siguiente el tío “padre” de Emia llegó por la noche al domicilio, le explicó a su sobrina “hija” lo básico de su conversación con el amigo policía.

“Has sido objeto de una hábil trama para quitarte, poco a poco, el dinero de tus ahorros. Ahora me explico el tema de la tarjeta bancaria. Pero les ha fallado la diligencia de la entidad, en la seguridad de sus clientes. Utilizaron tu foto para hacer un montaje en el que aparecía esa chica llamada Eliana, con el joven, En realidad era tu foto, de ahí el enorme parecido entre ambas. Probablemente Eliana no existe, y Gabriela y Ralio, como dicen llamarse, son dos vulgares delincuentes. Esa “operación” delictiva no es la primera vez que la llevan a la práctica. Mi amigo Benigno, el policía, sonreía cuando yo le estaba narrando los hechos y él los completaba antes de que yo se los dijera. Me asegura que están a la “caza” de la peculiar pareja”. -

 

DESCUBRIENDO LOS ENCANTOS

DE LA GRAN CIUDAD

 

 


José L. Casado Toro

Antiguo Profesor del I.E.S. Ntra. Sra. de la Victoria. Málaga

08 julio 2022

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