viernes, 26 de noviembre de 2010

COMPENSACIONES Y VIVENCIAS, TRAS UN PAUSADO O ÁGIL CAMINAR.


En ese navegar de los sentimientos alternantes, que preside nuestras respuestas a los ciclos del tiempo, aparecen días teñidos por un intenso nublado. No meteorológico, precisamente, sino anímico, existencial. ¿Es que se ha vuelto todo en nuestra contra, pensamos? Desde el incómodo madrugón mañanero, hasta algunos desagradables avatares laborales. Sumemos a ello las actitudes hostiles del entorno, con esas personas que, en su variopinta actividad, intercambian la gratitud de la amabilidad por la incomodidad de la brusquedad. Esa gestión que no se resuelve; aquel arreglo que no se ejecuta; tus o sus palabras desafortunadas y aquellas miradas incoloras, decepcionantes, para tu persona. Te ves ante el plato de alimento, con el mismo sabor de ayer o de pasado mañana que poco, o nada, te dice; una tarde interminable donde reina la nobleza del aburrimiento y una llegada de la noche que, para colmo, no se dibuja del intenso anaranjado fuego sino por una densa neblina grisácea que difumina la creencia para la visión ilusionada. En pleno reino de las estrellas, el cielo se torna egoísta y no comparte sus luces plateadas con los que, desde aquí abajo, suspiran con sueños transparente, imposibles o reales. Debo matizar que, en no pocas ocasiones, solía comentarles a esos alumnos, con los que yo también aprendía en las aulas, algo así como “cuando llegue la noche, repasad las ilusiones, logros y aventuras que os ha deparado la jornada. Errores y aciertos. Luces y sombras. Sobre todo que, en ese día que fenece hayan nacido realidades por las que merezca el esforzado valor del caminar. Que no haya sido un día perdido, sino ganado, para vuestra persona. ¿Fue bueno el día de ayer? ¿Tuvo algún sentido para grabar en la memoria?” Como respuesta, esos ojos y gestos expresivos tras los que lees la rutina opaca que recuerda un ayer carente de profundidad y, tal vez, otro muy parecido de lo que van a protagonizar para mañana. Todo esto lo resumo en una frase más que significativa: lo mejor de este día es que haya pasado ya, presto para el olvido. Algo bueno debía de tener, entre esa selva de monótona somnolencia.

Por el contrario, hay otras fechas del calendario que merecen quedar grabadas con letras azules y verdes en el revelador diario de nuestros recuerdos. Las cosas parecen salir, de manera encadenada, con el precinto alegre de lo positivo. Hay más sonrisas, fluye el optimismo, observamos con el mejor semblante la suerte de las gratas oportunidades y somos generosos en compartir nuestro gozo con aquellos que pueblan el perímetro inmediato de nuestras vivencias. La atmósfera se torna luminosa en su transparencia, mientras los colores fuerzan la intensidad de un espectro esperanzador. Necesitamos creer, tener fe, en la bondad que nos rodea y el optimismo toma carta de naturaleza en el devenir del minutero que nos estimula. En la parcela laboral, la normalidad es un valor con el visado de la serenidad. Reparamos en gestos y detalles que nos hacen creer y agradecer la nobleza afectiva de los demás. Incluso nuestros alumnos, para los que trabajamos en el taller de la enseñanza, tienen ese día un comportamiento receptivo y colaborador. El intercambio que con ellos negociamos se vuelve enriquecedor para los objetivos que ellos y nosotros, sus profes, pretendemos. En casa, la amistad para la convivencia se reviste del afecto y la confianza imprescindible. No necesitamos elevar nuestra voz, pues los bajos decibelios contienen de sobra el ímpetu de lo verdaderamente solidario. Percibimos que el yo es insuficiente y egoísta. Es más agradable sentir, apreciar y considerar la presencia del tú y los demás. Nos preocupa, con un temor edulcorado, que ese día ponga punto final a su transcurso, pues esa cita en el almanaque, con tantos incentivos acumulados, nunca la podemos y debemos olvidar. Es el patrimonio inconcreto de la suerte. La bondad de haber sabido convivir, sentir el aroma de la naturaleza y el bullir estructurado y dinámico de la gran ciudad.

Sin embargo, hemos de reconocer que estas dos imágenes, opuestas en el día a día, no suelen aparecernos como compartimentos estancos y separados. Todo lo contrario. Lo más frecuente es que se nos den heterogéneamente mezcladas, pues así están escritas las páginas de la vida. Desde que nos levantamos, tras el descanso nocturno para la reestructuración fisiológica y anímica de nuestro cuerpo y espíritu, hemos de aceptar los cromatismos fríos y ocres que comparten su quehacer con otros que resultan cálidos y dinamizadores. En nuestro diario caminar, hay resultados para el bien y “cosas” que se han estropeado en su malestar. Es una contabilidad agridulce y variada porque así es la naturaleza de una existencia en el espacio contrastado de la humanidad. Por eso quería pensar y comunicar hoy esa fórmula en la que en no pocas veces nos apoyamos con necesitada humildad. Una equilibrada ley de las compensaciones, para hacer más digerible y confiado nuestra percepción de la realidad. Tal vez esta ley no aparezca en los archivos de la jurisprudencia. No la encontraremos en los manuales de física que reposan en los paneles de nuestras estanterías. Esa ley justiciera permanece, vibrante e insoslayable, en los huecos insondables de la conciencia. Comentemos, con la mayor simpleza, la fuerza incuestionable de su grandiosa realidad.

De forma inesperada, recibes hoy un correo que, en su breve contenido, se adorna de palabras y sentimientos amables. Para ti, ese agradable gesto supone un refuerzo terapéutico en ese ánimo, algo o mucho, degradado por la tosquedad del entorno. Sabes valorarlo en su importancia y logra arrancarte una dulce alegría. ¡Menos mal! Gracias, por tu llegada. Otro ejemplo, de los cientos a miles que se pueden aportar. Acudes un uno de los comercios que pueblan la populosa barriada de la urbana densidad. Eres atendido por una persona agradable que se esfuerza porque te encuentres bien en su trato más que familiar. Cuando te despides, con tu mercancía en mano que acabas de comprar, le miras a los ojos y con una sonrisa de agradecimiento le compensas con esas palabras de tonalidad suave que saben comunicar “es Vd muy amable. Me ha atendido muy bien” Y recuerdas a ese otro dependiente nervioso cuyo incómodo trato te esfuerzas en olvidar. Has sufrido la decepción de una amistad fallida, para la que tanta ilusión habías dedicado con tu mejor voluntad. En medio de un profundo dolor que afecta a tu privacidad, tienes la oportunidad de dar un largo paseo por ese camino que se hermana junto al mar. Te acompaña un rítmico oleaje, de olas blanquecinas y acústica embravecida que saben acariciarte los pies al caminar. La tarde se va haciendo noche, y el cielo eternidad, dibujando un espectro cromático de belleza no fácil de concretar. Y piensas, y meditas, ¡cómo compensa el alimento de esa naturaleza, ante la ingratitud de esa persona a quien entregaste confianza, afecto, lealtad y necesidad! No has tenido suerte en el examen. Unas preguntas rebuscadas que era impropio suponer que se iban a plantear. Temes que los resultados de tu escrito, por más folios rellenados, no convenza a quien tiene la potestad y responsabilidad de calificar. Efectivamente, fluyen los resultados que resultan aciagos para tus expectativas de aprobar para avanzar. Vuelves a casa desilusionada, caminando por el adoquinado de esas calles adustas, privadas de asfaltar. Y en un modesto escaparate reparas en un libro que te reclama para comunicar. Habla de una historia de relaciones, en las que el amor, esa necesariamente, no ha de faltar. Un autor consagrado y un título que apetece para combatir la ocre soledad. En realidad, está escrito a modo de memorias de una vida en la que el cine y el escenario han llenado la vida de un personaje conocido y envidiado en otros momentos, para el arte y la felicidad. Aceleras el paso por esas aceras pobladas y solitarias de siluetas y rostros que se cruzan al pasar. Comienzas a descubrir su contenido en la comodidad de tu cuarto y la noche se hace mágica olvidando ese mal resultado en la calificación que has de aceptar.

Y así otras muchas experiencias que contrastan luz y oscuridad, ilusión y desaliento, fuerza y debilidad. Hay personas, reconozco, que no asumen el valor de estos vaivenes que la vida te va deparando, de la forma más natural y lógica posible. Pero al menos te queda la convicción de que esos momentos desafortunados van a tener su compensación con otras experiencias más agradables que sustentarán esa esperanza tan necesaria en que situaciones y respuestas mejoren para tu suerte, esperanza y serenidad. En todo caso, esos cambios a lo positivo deben estar también determinados por nuestra propia acción personal. Si nos sentimos solos, en el ámbito de lo material o espiritual, no debemos cruzarnos de brazos y esperar que un maná salvador descienda del más arriba hacia el suelo físico que pisamos. Habrá que poner de nuestra parte esa cuota necesaria de interacción que favorezca o posibilite esa modificación en el aislamiento que degrada el ánimo y potencia la pasividad. Me acuerdo, en este momento, en esa frase impresa en la tradición popular que, con sabiduría, manifiesta el “no hay mal que cien años dure”. Salvando las distancias en el dicho tradicional (evidente, en su contenido, hay una plataforma de pura lógica) lo adecuo al sentido que este artículo trata de plantear. Por una elemental ley estadística, el ser humano, en las sociedades avanzadas, no se halla permanentemente vinculado a un azar en el que reine permanente el mal de la desgracia. Esos vaivenes y alternancias en los eventos nos permiten vivir y avanzar con la ilusión de mejorar en nuestro viaje, misterioso en su destino, de lo existencial.

Un paseo entre jardines; ese sensual atardecer junto a la marisma de la playa; descubrir y compartir la vida encerrada en unas páginas luminosas y mágicas; un regalo inesperado, que te hace feliz por su significación afectiva; aquella llamada oportuna, para el recordar; una agradable conversación con una merienda por disfrutar; la película que te reclama, para imaginar y soñar; la ansiada amistad que has recuperado, cuando nadie (ni tu mismo) lo hacía presagiar; ese arreglo hogareño que hacía tiempo necesitaba su realidad; una oración con tu conciencia, para vincularte con una anhelada paz; tener fe en las personas, para creer un poco más en tu propia realidad; disfrutar y valorar los minutos y segundos, ahora que se te ofrecen dadivosos para su mejor utilidad. Y…. unas niñas que juegan sin descanso, junto a unos mayores que saben disfrutar el sosiego, cruzando sus miradas, compartiendo el cariño que atesoran en su recuerdo y en la placidez de una trayectoria admirable para ejemplo de todos los demás. Una flor, una sonrisa, una mirada y unas palabras en voz baja. Ahí puedes hallar el grato valor de la amistad.-

José L. Casado Toro (viernes 26 noviembre 2010)

Profesor

miércoles, 24 de noviembre de 2010

VIOLENCIA CONTRA LA RACIONALIDAD.



El pasado viernes 19 de noviembre, un trabajador, que presta sus servicios en un Instituto de Málaga, recibió una dolorosa agresión física y psicológica en su persona. Otro trabajador, Secretario de este Centro educativo, también fue amenazado por la madre de un alumno que había sido sancionado con cuatro semanas de expulsión, tras haber incurrido en faltas disciplinarias graves, incursas en el Reglamento de Organización y Funcionamiento que rige esta Comunidad Educativa.

No conozco más detalles sobre este lamentable suceso que aquellos publicados hoy miércoles, en el Diario La Opinión de Málaga. Como ciudadano y como antiguo trabajador del IES. Ntra. Sra. de la Victoria, durante treinta y un cursos académicos de manera ininterrumpida, debo manifestar mi solidaridad a todos los compañeros que ahora ejercen en mi querido Instituto, porque asumo su indignación y desaliento en estos duros momentos.

Por supuesto, lo inmediato es presentar, ante la Comisaría Central de Policía, sendas denuncias a fin de que, en su momento, deseemos que sea lo antes posible, la autoridad judicial entienda y dictamine acerca de los presuntos delitos en que se halle incursa la persona agresora, según el Código Penal vigente. A tenor de la noticia publicada en prensa, ya se ha realizado la denuncia correspondiente.

Desde hace ya muchos años, en las memorias que elaboraba como Profesor tutor y como encargado de la Jefatura de mi Departamento, manifestaba, de forma explícita e inequívoca, la conveniencia de que este Instituto contara con un miembro contratado a una empresa de seguridad privada. Fundamentaba mi petición, o sugerencia, en las características específicas de la zona urbana, vinculada al área administrativa de este Centro educativo. La sociología de la zona hacía, y hace, presagiar que sucesos de esta naturaleza son dolorosamente más que previsibles. Y habría que actuar en consecuencia, con inteligencia y anticipación. Es evidente que las partidas económicas de que dispone la Consejería de Educación no podrían soportar la contratación de un agente de vigilancia para todos y cada uno de los Colegios e Institutos de la Comunidad andaluza. Pero no es menos cierto que hay centros específicos que por sus características de ubicación exigen, con razonable prioridad, realizar este esfuerzo económico, a cargo de los impuestos que todos los ciudadanos afrontamos con civismo y responsabilidad. Ni los conserjes, ni otros trabajadores de la administración y servicios, ni los propios profesores, están cualificados para ejercer las funciones de vigilancia y protección que corresponden a los agentes de seguridad, pública o privada.

Este Instituto, acoge a unos quinientos alumnos vinculados a otras tantas familias del entorno. Y entre ellas hay no pocas situaciones de ruptura, profundas dificultades económicas, carencia de valores básicos y una degradada sociología ambiental que mimetizan niños y adolescentes en su comportamiento cotidiano. He hablado con muchos de estos alumnos en el aula de convivencia y también he recibido puntual información por la naturaleza del cargo que básicamente he ejercido, el de Profesor-tutor. Con espontánea franqueza me confesaban muchos detalles acerca del ambiente, familiar y social, en el que vivían al abandonar las horas de formación reglada en el Instituto. Al conocer algo o mucho de ese trasfondo, puedo manifestar que he tenido bastante suerte en no vivir situaciones críticas derivadas de ese contexto sociológico. Por eso ahora me apena profundamente leer esos titulares en la comunicación mediática.

El Sr. Delegado de la Consejería de Educación conoce, de primera mano, lo que supone para un trabajador recibir estas violencias derivadas de la irracionalidad. Recuerde su propia biografía profesional. Debe actuar con energía y eficacia. Durante las siete horas de escolaridad, entre lunes y viernes, debe arbitrar los medios para que este Instituto tenga un vigilante de seguridad. El Sr. Inspector del Centro debe también priorizar su atención acerca de las necesidades de este Instituto. Entre sus funciones debe estar la de conocer y paliar las carencias que el Centro que tiene adjudicado padece. Y esto lo escribo porque el año pasado, su primer curso de inspección, yo todavía era profesor del IES. Ntra. Sra. de la Victoria.

Un Instituto es una comunidad de esfuerzos a fin de sembrar y potenciar los valores en la persona. Personas muy jóvenes, adolescentes. Educar, enseñar, formar. Noble, hermosa y difícil tarea vocacional a las que tantas personas se entregan, nos hemos entregado, con ilusión y la mejor voluntad. Los trabajadores de un Instituto no tienen por qué ejercer funciones que corresponden a las fuerzas de seguridad. Quieren cumplir, de la forma más honesta, con ese imprescindible servicio educativo, que la sociedad demanda y nos encarga. Pero quieren hacerlo sin sufrir la violencia física, verbal o psicológica, perpetrada por personas que padecen de valores muy degradados o inexistentes.

De nuevo mi solidaridad, afecto y comprensión hacia este compañero agredido. He gozado de su amistad durante muchos años de profesión. Le animo a que recupere su ánimo para que siga ejerciendo su buen hacer para el bien de tantos y tantos alumnos y el de todos sus compañeros.-

José L. Casado Toro (miércoles 24 noviembre 2010)

Antiguo trabajador del IES. Ntra. Sra. de la Victoria. Málaga

jueves, 18 de noviembre de 2010

DIÁLOGOS, DE YERMOS Y PREVISIBLES CONTENIDOS.


¡Hola, buenas noches! ¡Cuánto tarda en bajar. Deben de tenerlo cogido! Silencios, con alguna que otra sonrisa de regalo. Ha refrescado la tarde ¿verdad? Ya va llegando de verdad el otoño. Pasa tú primero, que nosotros nos quedamos antes. Tu eres del….. séptimo ¿no? Es que nunca me acuerdo. Se inicia un breve viaje, paralelamente al movimiento de llaves o consulta del correo, recién cogido del buzón. Permanece ese crispado e incómodo silencio, de apenas unos segundos, entremezclado con las nerviosas opciones para focalizar miradas y gestos en el agobiante espacio de un metro cuadrado. Tal vez haya algunos centímetros más de superficie, pero habilitada para un máximo de cuatro personas. Sigue la rutinaria acústica metálica de esas llaves liberadoras que, a poco, te abrirán las puertas de tu habitáculo hogareño. Hoy tienes escasas ganas para conversar pues el día ha sido un tanto agotador, en lo laboral y grisáceo, en su opacidad, para la novedad. Haces un esfuerzo, encomendándote a la diosa de las habilidades sociales y, mirando con ternura a una personita de ojitos azules, coleta enlazada de rojo y deportivas talla 29, regalas a su mami esa frase que siempre gusta escuchar. ¡Cómo va creciendo! Está ya hecha una mujer. Llegados al tercero, se bajan madre e hijita, con esa frase de irrealidad temporal: ¡venga, hasta luego! Para lo que resta del viaje, compartes el pequeño volumen del ascensor con la señora del sexto B. Vive con una hermana, algo más joven, desde que hace unos años enviudó. No es muy comunicativa, pero sí indiscretamente observadora. Te das cuenta de que te va escudriñando, de arriba para abajo, fijándose de manera descarada en la forma como vistes. Percibes, de inmediato, que no le agrada algo o todo de tu vestuario. Pero sigue callada. Ojeas, con escaso interés, las dos cartas de Unicaja que no has guardado en la cartera. Apenas se le escucha decir adiós, cuando te deja solo para llegar a esa planta que aún queda por ascender y donde tienes el domicilio. Y así, un día tras otro. Al igual que ayer y mañana.

He querido escenificar este largo párrafo que refleja uno de los muchos momentos en que hablamos con otras personas, más o menos conocidas, de la vecindad. Son conversaciones en las que vocales y consonantes articulan palabras. Pero son vocablos huecos, vacíos. Rutinarios. Posiblemente, trasladan consigo normas básicas de corrección y comunicación social. Pero, en su esencia más íntima, son frases, en la mayoría de los casos, huérfanas de contenido. Prevalecen los mensajes sin esencia, aparenciales y prescindibles, al margen de formas y gestos exigibles para una buena y mejor sociabilidad.

Vamos a regalarnos otra imagen teatralizada, obtenida con nuestra poderosa cámara visual, en un contexto cotidiano de la realidad. Sábado, poco más de las 19 horas. El cambio horario otoñal hace que las nubes se vislumbren, con su silueta blanquecida, sobre ese fondo oscuro que anticipa la inminencia nocturna. Hoy no observamos estrellas relucientes en el firmamento que nos cobija, pero sí mucha gente poblando la cafetería de un bullicioso Centro Comercial. Enfrentados, lo digo por su ubicación en el espacio, ella y él. Ruido, luces, bolsas y paquetes, con dos personas en silencio ante un descafeinado y un té sólo. Tazas aún humeantes, acompañadas de una tostada con mantequilla y mermelada, para la mujer. Ambos se hallan en esa edad que se aproxima más al cuatro que al tres, en la decena. La niña se ha quedado esta tarde con la abuela María, ya que ellos han ido a comprar algunos juguetes para la Navidad y Reyes. Tras un buen rato de sinuoso recorrido, en el lúdico circuito que conforman los expositores de los regalos, han encontrado interesantes opciones para garantizar las necesidades de esas fechas, en niños que se van haciendo mayores y en adultos que continúan siendo niños. Ahora descansan del ajetreo comercial ante la mesa con la merienda. Atendida por una franquicia dibujada de palabras americanas. Pasan los minutos y las palabras permanecen ausentes entre sus miradas aburridas, solitarias y tediosas en su colorido. Bueno, no ha ido mal la tarde, dice él. Ella remueve la cucharilla de la taza de té. Al fin responde, un tanto desganada. Sí, ha estado bien. Añade, mirando las bolsas que descansan en una tercera silla, tras un espacio temporal en el que vuelve a reinar la incomunicación, algo así como “creo, que le gustarán”. A modo de ayuda inesperada, suena un doble pitido que oxigena la tensión del sopor. Un mensaje en el móvil, lo que permite a él o a ella (qué más da) centrase en la manipulación del teclado para conocer el contenido que ha alcanzado su destino comunicativo. Ella no le pregunta de quién es el mensaje. Él permanece ajeno a lo que su mujer lee para sí, en la pequeña pantalla de su teléfono. “Se han pasado un poco con la tostada. Me gusta menos hecha”. Sólo un movimiento afirmativo con la cabeza es lo que obtiene de su “interlocutor” que, obviamente tiene su mente en otro lugar, en otro paisaje más apetecible. Terminan las infusiones y él se levanta, con la factura de la consumisión en la mano, para dirigirse a la caja de cobro. Ese corto paseo, hasta la señorita que atiende los pagos, le supone una agradable liberación a fin de cambiar una monotonía vacía de complicidad y vínculos afectivos. Si ambos escribieran las palabras que han conformado ese diálogo famélico e insustancial, durante unos cuarenta y cinco minutos, de una tarde/noche en plena estación otoñal, llegarían al asombro acerca de cómo se puede comunicar tan poco en un tiempo amplio, cercano a la hora. Una señora que pasa ante ellos, cuando caminan hacia el vehículo estacionado en la planta dos del garaje, comenta a una amiga con la que se encuentra: “ha empezado a lloviznar. Manos mal que me he traído el paraguas”.

Hay otros diálogos, que adquieren más bien la categoría gramatical de monólogos. Traigo a la memoria la figura de un famoso periodista y presentador de televisión español, omnipresente durante las últimas décadas del siglo XX, y en estos momentos prácticamente retirado (alcanza los 73 años de edad). Cuando invitaba a un personaje famoso ante las cámara, a fin de entrevistarle, el protagonista de la pequeña pantalla era realmente el propio comunicador de televisión. Alcanzaba tal nivel su gesticulación, su mímica, su actuación ente el objetivo de la máquina mediática que me gustaba bromear diciendo “vamos a ver hoy a… y algún famoso que vendrá a escucharle”. Es cierto. Hay personas que cuando dicen “vamos a dialogar” lo entienden con el sentido más absorbente, absoluto y egoísta del término. Hablan y hablan, ellos. Y hablan, de ellos. Siempre suelen focalizar el centro de la conversación en su propio interés y protagonismo. Puedes esperar de su elevada autoestima la dádiva, falsamente generosa en su concepción egolátrica, en el sentido de “es que tu sabes escuchar”. Habría que responderles “es que tu apenas me dejas intervenir”. Ellos, ellos, más ellos. Y eso si, no seas muy discrepante con sus opiniones, cuando al fin puedas intervenir en la “conversación”. Porque si tus puntos de vista no son laudatorios hacia sus argumentos o comportamientos, la atmósfera de cordialidad que te deparan puede enturbiarse y degradarse hasta una previsible ruptura. Esa función de oyente, que de forma interesada te han adjudicado, entonces se torna en replicante y discrepante. Comenzaría un verdadero diálogo que, a la otra parte, ya no interesará. Ese “pues yo” “pues a mi” “yo” “yo”….. en el que se hace obsesiva la utilización de la primera persona en los pronombres personales, nos recuerda las conversaciones de los niños pequeños cuando hablan de sus cosas y sus gentes. “Mi mamá, mi papá” con ese yo absoluto monopolizado en las edades pequeñas. Siendo comprensible en la infancia, resulta más que discutible e inapropiada su aplicación cuando se alcanzan ya edades adultas.

Hay, y conoces, personas en tu círculo relacional que tienen la capacidad de concederte una buena y enriquecedora conversación. Tampoco es que eleven el nivel de la misma a demasiados grados en su contenido. Pero al menos “no hablan, por hablar”, sino para hacerte más agradable su compañía, compartir recuerdos y experiencias y estar prestos para recibir tus opiniones, en ese intercambio conceptual tan necesario en la mejor sociabilidad. Y no se enfadan o reaccionan con brusquedades, si mantienes puntos de vista diferentes a los suyos. Todo lo contrario. Aceptan tu discrepancia e incluso integran algo o mucho de lo que les comunicas. Esta tipología de interlocutores no suelen abundar. Y esta constatación hay que hacerla con un profundo pesar, pues gozar de su amistad y compañía es un valor inapreciable en esta época convulsa para el individualismo y la superficialidad. Bueno e inteligente es buscar a estas personas, y tener la suerte de hallarlas, en el contexto de la selva social. Pero siempre existiría otra prioridad a realizar. Consiste, sencillamente, en analizar nuestra propia imagen en este terreno de la interlocución. ¿Cómo actuamos? ¿cómo nos comportamos? ¿qué aportamos? ¿somos tolerantes con las discrepancias o diferencias? ¿sabemos escuchar? ¿nos esforzamos en compartir? ¿queremos ayudar a los demás, con nuestras ideas, experiencias, errores y aciertos? ¿integramos en nosotros el respeto hacia los demás? ¿priorizamos el egocentrismo o la generosidad solidaria en nuestras pautas de comportamiento?

Muchas de las respuestas, que sepamos encontrar en nuestra reflexión a este listado de preguntas, procederán de aquellos que se encuentren en el entorno próximo, mediato o más alejado de nuestra persona. Ellos nos van a decir si sabemos poner de nuestra parte aquello que en equidad nos corresponde. Nos lo van a transmitir con el objetivo de sus miradas y con la permanencia o no de su compañía. No exijamos a los demás aquello que no seamos capaces o generosos en aportar nosotros mismos. La COMUNICACIÓN es racional y sentimentalmente necesaria. Pero ha de estar presidida, hermanada de imaginación y prudencia, con un ornamento de hábitos para la mejor convivencia. Humildad, sencillez y solidaridad son imprescindibles en la jerarquía de valores que contempla nuestro discurrir por el complicado, pero apasionante, camino de la existencia.-

José L. Casado Toro (viernes 19 noviembre 2010)

Profesor

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viernes, 12 de noviembre de 2010

VOLUNTAD, ANTE LA DIFICULTAD

Todo Profesor, en el ejercicio de su trayectoria docente, conoce a un número muy importante de alumnos. Superados los treinta años de trabajo en las aulas, probablemente son más de cinco mil los escolares que han estado bajo su responsabilidad formativa. En tu caso, como en el mío, hay nombres, apellidos y rostros que han quedado indeleblemente grabados en nuestros recuerdos. De forma mayoritaria, son buenas sensaciones las que se hacen explícitas en los archivos de la memoria. Personalmente, he de afirmar la suerte que he tenido con las personas que se sentaban en las sillas de esas aulas que me han acogido durante más de la mitad de mi existencia. También he sentido cierta preocupación o inseguridad ante algún alumno especialmente conflictivo. Lo reconozco, con la franqueza de la naturalidad. Pero, afortunadamente, han sido muy escasos esos difíciles momentos. Incluso hoy día, con los autores de esas críticas vivencias, fluye una educada cordialidad cuando nos hemos saludado por las calles y plazas en la “selva” urbana de la ciudad que nos sustenta. Entre esos miles de estudiantes que han poblado mis libretas de calificaciones he tenido siempre una especial valoración para aquellos que, por sus circunstancias familiares, académicas o psicológicas, sufrían un patente retraso con respecto a la media grupal. Y sin embargo, sobreponiéndose a sus carencias formativas luchaban, con admirable encomio, a fin de superar sus profundos niveles deficitarios, acompañados de mayor o menos suerte en los resultados globales de tan noble objetivo.

Traigo a mi memoria un caso especialmente significativo, aunque los datos (no pertenecía a mi grupo tutorial) que poseía al respecto eran un tanto limitados. Se trataba de una joven asiática, I, de nacionalidad coreana, que apenas llevaba viviendo unos meses en Málaga. Durante las tres horas de clase en Ciencias Sociales, que explicaba en cuarto de la ESO, me asombraba la rapidez con que iba perfeccionando su dominio del castellano, además del inglés que era el idioma con el que solía expresarse fuera de su país. En su reducida mesa siempre utilizaba un pequeño diccionario, especialmente manoseado por su admirable interés, donde consultaba y anotaba palabras y frases que, a buen seguro, repetía y repetía en sus horas extraescolares de ocio. Morena de pelo, ojitos rasgados que reflejaban la transparencia y nobleza de su carácter, siempre, siempre con una sonrisa de agradecimiento por cualquier detalle afectivo hacia ella durante el aprendizaje, un cuerpo pequeño pero con la fuerza y dinamismo de su potencialidad personal, y una forma de vestir alegre, desenfadada y casi veraniega, incluso en los meses de invierno. Cuando leía los ejercicios o corregía su libreta de trabajo, era un verdadero placer leer la inocencia de los textos y expresiones, con ese castellano literal y forzado en muchos de los giros lingüísticos que aplicaba al escribir. Impactaba su necesidad y deseo por aprender. Transmitía esa necesidad del aprendizaje que trasluce un jardín sediento que mira esperanzado a las nubes. Reitero que no llevaba residiendo en España ni un año de su joven vida. Era un ejemplo de superación ante el reto que suponía moverse en una cultura y sociedad muy diferente con respecto a la que había vivido hasta entonces. Pude conocer que, entre sus cualidades, se encontraba la de ser ya una experta en el deporte del golf, con varios premios juveniles en su palmarés. Cierto día, practicando el senderismo por el Parque Natural de los Montes de Málaga, observo que un vehículo que iba con patente agilidad por esa carreterita de montaña, se detiene bruscamente a unos 200 metros del lugar donde me encontraba, caminando con mi mochila y recio bastón de trekking. No era ella quien conducía el coche, pero había gritado a su amigo al volante que se detuviese, pues me había reconocido. Ya pasaban unos cuantos años desde aquel último curso de la ESO pero, con alegría manifiesta, me saludó con gran respeto no exento de cariño. Estaba ya cursando el cuarto año de la licenciatura (ahora se dice grado) en la Facultad de Derecho. Por supuesto, se expresaba en un correctísimo castellano, siempre con un simpático y subyacente acento de la lengua británica. Admirable en su carácter, voluntad y fe en la lucha por llegar a las metas, nobles metas que había trazado para su destino. Su ejemplo no me abandonará nunca en el archivo ejemplar de imágenes y afectos.

El caso de A es profundamente diferente. Aunque no se me facilitaron (en el caso de que hubieran sido efectuados) datos técnicos concretos al respecto, como Profesor en su grupo de CC SS en 2º de la ESO, desde el primer momento detecté, era evidente, un cierto retraso o limitación intelectiva en su persona. Las repeticiones de curso, su forma complicada para expresarse, los desniveles de atención durante la explicación, el contenido limitadísimo de los ejercicios escritos (entregados a los escasos minutos de plantear las preguntas) avalaba, con claridad meridiana, la imposibilidad de que pudiese alcanzar el último curso de la Secundaria Obligatoria. La nobleza de su mirada, la bondad manifiesta en sus respuestas ante los demás, un comportamiento diacrónico con su edad cronológica, su cariño expresivo ante la menor atención del entorno hacia ella…. una infantil personalidad en un cuerpo de joven adolescente. Se le veía gozosa cuando realizaba la mejor capacidad de la que disponía: la práctica del dibujo. Las manualidades eran su mejor opción ante el aprendizaje. Hubiese necesitado una atención puntualmente individualizada y continua, en un grupo que sumaba cerca de treinta compañeros. Nunca tuvo un gesto incómodo y brusco por su parte ante la frustración de estar en una situación colectiva inapropiada. El tipo de adaptación curricular que hubiese necesitado habría tenido que realizarse ya en el ciclo de la formación primaria. Sin embargo, por su edad, había ido promocionando de manera automática y con gran benevolencia de sus Maestros. Aunque no ejercía de tutor en su grupo, siempre me buscaba en los tiempos de pasillo o recreo a fin de contarme, con una gran confianza y evidente necesidad de afecto, aspectos varios de su vida e ilusiones. Pasaron los años y en varias ocasiones me comentaron los compañeros de Secretaría y Conserjería que, al acudir al Instituto para solicitar algún documento administrativo, había preguntado por su Profesor de Sociales, trasladándome su grato recuerdo. En dos ocasiones tuve la suerte de encontrarme con ella por las calles malagueñas. Con satisfacción, me explicaba su aprendizaje en el arte de la peluquería y los avatares personales para caminar como autónoma en esta actividad de orden estético. Había pasado el tiempo, pero yo seguía viendo en ella la inocencia y la transparencia infantil de carácter. Es el ejemplo de una persona muy limitada en lo académico, pero con encomiables valores humanos que le impulsaban a buscar y encontrar el lugar idóneo en la sociedad para su proyecto de vida. Confío y deseo que la selva social no le haya hecho daños irreparables para su limpio y noble corazón.

He conocido a otros muchos alumnos admirables que tuvieron que luchar contra circunstancias personales o ambientales, especialmente adversas, a fin de avanzar en sus estudios y formación para la vida. Pienso en aquél que tenía que utilizar, hora tras hora, su inevitable sillita de ruedas. Casi siempre encontraba colaboración entre sus compañeros para ese desplazamiento que necesitaba en su afán de compartir actividades y experiencias formativas. También, aquéllos que durante el ciclo de la escolaridad tuvieron que asumir, de forma durísima, la orfandad en sus jóvenes existencias. Perder a una madre, o a un padre, es lo más terrible que te pueda suceder. Hacerlo cuando tienes trece, quince o menos años, es aún más duro de sobrellevar. Y qué decir de las rupturas familiares, cuando ves resquebrajarse los verdaderos pilares que sustentan a tu persona. Compartes con ellos las duras situaciones que han de asumir, ayudándoles en la medida de tus posibilidades, luchando para que no se degraden en sus obligaciones de estudio y en el equilibrio anímico básico para su adolescencia. Sobre todo, porque te llegan noticias de los duros mecanismos en los que se ha producido esa fractura paternal y maternal. He tenido en mis aulas a niñas, con edad aún de componer historias con muñecas, que habrían de prepararse para dibujar otras historias, más reales y comprometidas, en las que tendrían que ejercer de verdaderas mamás, a muy corto plazo… con sus propios hijos. Tal vez, lo más doloroso de estos recuerdos, sea traer a mi retina aquellas imágenes de personas muy jóvenes pero ya señaladas por enfermedades crueles, injustas, degradantes. Y allí estaban activos y voluntariosos con su aprendizaje, sus apuntes y sus juegos, interpretando esa normalidad relacional que no querían abandonar, reducir o perder. Cuando llegaba a tus oídos la dura noticia de su último viaje, sin retorno o destino concreto que habían tenido que emprender, era un verdadero mazazo que te hacía tambalear y hacerte esas preguntas para las que nunca existen respuestas convincentes desde el plano de la racionalidad o la lógica.

Algún lector, tal vez muchos, puedan ver en estas líneas, en todos los párrafos del artículo de esta semana, una o numerosas imágenes, en las que el 10 x 15 o el JPG queda virado en sepia otoñal para el sentimentalismo o el realismo vivencial que conlleva una cierta tristeza. Nada más equivocado. Con estas líneas, entresacadas de ese baúl que reposa en el trastero de nuestras historias, pretendo rendir homenaje a esas personas que, apenas recorriendo los umbrales de sus vidas, han sabido sobreponerse a graves problemas, a determinantes injustos o a circunstancias muy penosas, para recorrer caminos y trayectorias que la vida les ha señalado. Y han sabido hacerlo con una entereza impropia de aquéllos que aún se están asomando a la película de su biografía. Su sonrisa, su naturalidad, su ánimo era, doy fe de ello, verdaderamente ejemplarizante. Sabían aplicar la terapia de la voluntad frente al desánimo, la apatía o la violencia de carácter. Su imagen enseñaba al enseñante. ¡Que hermoso ejemplo de solidaridad para compartir recursos y nobles actitudes frente a los nubarrones del calendario! Voluntad, ante la dificultad. Como esa flor que, con la potencia de su fe natural, rompe la rígida incomprensión del hormigón o el cemento insolidario a fin de mostrar su belleza, aroma y alegría existencial. Voluntad, ante la enemistad. Es el más inteligente vademécum que no vas a encontrar en las farmacias. Lo puedes adquirir, sin coste alguno, en lo más profundo de tu semblanza. En ese tierno jardín que anida desde tu corazón.-

José L. Casado Toro (12 noviembre 2010)

Profesor

viernes, 5 de noviembre de 2010

TRES DIAS DE CINE, Y UNA DANZA PARA SOÑAR


Y tú ¿cómo te enteras de estas cosas? Pues dedicando unos minutos, en el amanecer de cada día, a la lectura de los principales diarios digitales. Especialmente, a los que se publican en mi propia ciudad. Llámense agendas, ocio, espectáculos, ¿qué hacer hoy? páginas culturales…. los periódicos dedican una sección a sintetizar las actividades más destacadas que habrán de tener lugar, principalmente, en horas de tarde. Se ofertan eventos de todo tipo y naturaleza: Centro Cultural Provincial, el Ámbito Cultural en El Corte Inglés, el Ateneo, los teatros Cánovas, Alameda y Cervantes, el Centro del Arte Contemporáneo, el Auditorio de la Diputación, el Centro de Iniciativas Universitarias….. ¡Oye, pues me has dado una buena idea!.

Dialogaba con mi desconocida y joven interlocutora, en el Salón de Actos del Rectorado de la Universidad de Málaga. Ese día nos alegraba la tarde (aún con una tibia caricia térmica, del final veraniego) la figura admirada y prestigiosa que representa Antonio Fraguas de Pablo “Forges” (Madrid, 1942). Comprobaba en mi pequeña agenda las notaciones de actividades para los próximos días, cuando se generó una breve, pero simpática, conversación acerca de las posibilidades culturales que se programan en Málaga para cada uno de los días de la semana. Es de agradecer que instituciones públicas y, también, muchas de titularidad privada convoquen a la ciudadanía con ofertas muy variadas, vinculadas al entorno de la música, la literatura, la cinematografía, la interpretación teatral, la política, la danza y el arte. La significación de la cultura, para nuestra formación y enriquecimiento en valores. También, hay que manifestarlo en su reconocimiento. No pocas de esas actividades son gratuitas, o de precio muy asequible, para los asistentes a las mismas.

Y esta semana se ha visto presidida, en sus inicios, con la mágica sencillez de tres días inolvidables de cine. ¡Cuántas páginas de las buenas letras se han visto adornadas con el alimento, para el alma y la inteligencia, que supone la trama argumental e interpretativa de CASABLANCA! (Michael Curtis, 1942). Fue proyectada en la Filmoteca del Centro Cultural Provincial, en una programación de cuatro Clásicos Básicos (la próxima será Mogambo). Tras una puntual introducción del técnico en cinematografía Juan Maldonado, nos llega una bella y triste historia de amor, fidelidad e idealismo. Todo ello, en el contexto de la 2ª Guerra Mundial, allá en el territorio colonial francés de Marruecos, y con media Francia ocupada por las tropas alemanas de Adolfo Hitler. Y resalta ese triángulo protagonista, representado en sus vértices humanos por Rick Blane, ese americano hombre de mundo que encontró la ilusión del amor en una preciosa mujer, Ilsa Lund, casada con el líder de la resistencia checa antiinazi Víctor Laszlo. Es una dialéctica de sentimientos, lealtades y principios donde el amor alcanza sus más altas cotas en lo sublime, ante el dolor de la renuncia y la grandeza del ideal. Para su amor imposible, “siempre nos quedará París” en el corazón del recuerdo y la amistad. Los ojos angelicales de Ingrid Bergman y la entereza ante el sufrimiento de Humphrey Bogart merecen una profunda reflexión acerca del buen cine, donde se unen la sencillez de una historia bien narrada con la grandeza interpretativa de unos actores que convencen porque resultan creíbles, verdaderos. Humanos. Es una película que se puede visionar una y mil veces, para mimetizar y revivir con sus protagonistas la fuerza de los sentimientos y el valor de la fidelidad. La nostálgica música de la canción El tiempo pasará dosifica el romanticismo que irradia esa historia donde el amor y la guerra se unen en el dolor y la ilusión imposible.

¿Por qué trata con una cierta dureza a personajes masculinos, en el desarrollo de la película? ¿Es complicado dirigir la interpretación de un niño, durante el rodaje de la cinta? ¿Cuánto hay de base biográfica personal, en las mujeres que intervienen en la trama? Aunque no narre su argumento ¿qué proyecto cinematográfico nos tiene preparado para el futuro? Y para esa mujer ¿en quien ha pensado como actriz? No sé si hubo alguna pregunta más, por mi parte. Respondía, a estas mis cinco preguntas y a otras muchas de los asistentes, la directora de cine, escritora de sus guiones y actriz ocasional Gracia Querejeta (Madrid, 1962). Resulta interesantísimo, tras el visionado de una película, el diálogo abierto y sencillo con la persona que la ha dirigido. Tras un lunes en Casablanca, el martes nos deparó la proyección de SIETE MESAS DE BILLAR FRANCÉS (2007) en la que los muchos espectadores que asistimos al Teatro-Cine Alameda pudimos mantener esa amable e instructiva conversación, gracias la Fundación UNICAJA en su programa “Encuentros con directores de Cine”. Se trata de una historia de ilusiones y frustraciones al tiempo, con esos personajes cotidianos que comparten tu existencia en los bares, jardines o en el ascensor de tu bloque. Y un negocio donde se juega al billar, espacio que nuclea a hombres y mujeres que sufren, aman y luchan contra el desamor y la soledad, en el transcurso de cada minuto, día y circunstancia, durante la humildad y grandeza de sus vidas. Maribel Verdú (Madrid, 1970) realiza una interpretación muy natural y convincente en el papel de Ángela. Ha de enfrentarse al egoísmo de su padre, la infidelidad de su marido, su responsabilidad como madre y a la difícil relación con la amante de su padre (recién fallecido) mujer de una complicada estructura psicológica. Maribel, premio Goya por esta película, realiza una sencilla, pero muy humana en su grandeza, interpretación. Por cierto, Gracia Querejeta sí nos narró el argumento de esa su próxima película, que ya tiene escrita para el deleite de los espectadores. Una mujer a quien le ha tocado el premio de la Primitiva……. Sobra añadir el nombre de la persona quien ya ha aceptado interpretarla.

Y ya para el miércoles, Parlami d´amore (HABLAME DE AMOR) 2009, en versión original subtitulada. El salón de actos del Centro de Arte Contemporáneo no se caracteriza por su comodidad mobiliaria y estructural, pero es de agradecer que nos regale unos ciclos de cine alternativos a la maquinaria económica del imperio hollywoodiense. Cajamar y la Asociación Dante Alighieri colaboran con esta difusión del cine italiano contemporáneo. Comedia romántica y drama profundo, al tiempo, el que envuelve a los personajes de Sasha, Nicole, Benedetta, en un mundo donde la drogodependencia, la necesidad de cariño, la terrible búsqueda del equilibrio afectivo, marca todo el metraje de esta cinta dirigida por Silvio Muccino, quien a la vez es su protagonista masculino. Aitana Sánchez Gijón hace una de las interpretaciones más convincente de su equilibrada carrera. De toda formas, me impresionó el patetismo vital de la joven Benedetta. Agraciada en lo material, pero terriblemente huérfana y desorientada en lo espiritual. Esos tres personajes, junto a otros complementarios en la trama, luchan denodadamente por encontrar una explicación a su soledad afectiva, en ese sendero de indicaciones difusas que pueda conducirles a un destino donde el amor y la amistad justifique el sentido de su solitaria y vacía existencia.

Y llegó el jueves. La Sala Espaciu, en el Centro de Iniciativas Universitarias nos hizo viajar por el mundo de la danza y la música árabe, en un espectáculo para los sentidos, denominado JALAJIL. Pero esta experiencia pertenece ya a otra historia.

Hay que valorar en su generosidad esta amplia oferta cultural que se nos ofrece para cada uno de los días en la semana. Normalmente, gratuita en su coste. Valiosa en su contenido, para tu tiempo disponible, necesidad intelectual o afición lúdica de tu carácter. El problema, en no pocas ocasiones, proviene de tener que elegir entre varias oportunidades que se aglomeran para determinadas tardes de la agenda programada. A veces aciertas en la opción elegida. Otras, te hacen añorar el momento, ya perdido, en que pudiste decidirte por desplazarte a otra de las ofertas culturales vespertinas. En todo caso, si las obligaciones laborales o personales lo permiten, siempre quedará la cartelera del Albéniz. O el Alameda. A buen seguro te puedes encontrar a Rick Blane, hundido en su tristeza ante el recuerdo de la presencia maravillosa de Ilsa; dolorido ante el desamor inexplicado de aquel Paris en tiempos de guerra y musitando esa frase entristecida “De todos los bares en todos los pueblos en todo el mundo, ella entra en el mío”. Para ellos, en su amor imposible, siempre les quedará París. Para nosotros, en la privacidad de nuestros anhelos y realidades, podremos decir, como el mismo Rick. “Creo que éste es el principio de una gran amistad”.

Te propongo UNA EXPERIENCIA en sumo interesante y por demás muy enriquecedora, para cuando visites una sala de cine. O de teatro. En cualquier espectáculo, al que asistas, puede ser válida. Deja por unos segundos de mirar a la gran pantalla o al escenario donde los actores recrean otras vidas, sentimientos, luces, rutinas y estrellas. Y observa. Observa de soslayo, a esa frágil compañera de asiento. O aquel hombre solitario que siempre se suele sentar en la misma zona de la sala. Y aquellos jóvenes… que pueden compartir una relación de pareja. Contempla, analiza e imagina sus expresiones, sus gestos, su mímica expresiva como respuesta a lo que acontece en pantalla. Verás como algunos disimulan lágrimas. Y como otros desaprueban comportamientos y respuestas. Ahí, una fila adelante, un glotón engulle y engulle, para gloria y carisma de su poblada y densa cintura. Mientras éste dormita, su compañera de butaca piensa y repiensa en ese problema íntimo que le traslada a otro lugar, a otra circunstancia. No son pocos los que juguetean y leen los mensajes que deslumbran en la oscuridad de la noche, con esos móviles que de forma intempestiva claman en la incómoda frialdad de la mañana. Lees la alegría que mimetiza la actriz protagonista, en esa joven de mirada noble, fino cuerpo, dulces ojos y manos entrelazadas. También, la tristeza relacional en aquella pareja que continúan en su inercia juntas pero, cada vez más, alejadas. En su comunicación. También, en su semblanza. Y necesitarías hablar con él o con ella. Pero, no te atreves. Hay un muro o barrera infranqueable para tu ansiedad vital. La necedad social te condiciona. Pues…. no les conoces de nada. Bueno, como estoy narrando, hay dos películas en la sala. O miles de historias en su silencio o en el sutil griterío de sus gestos, movimientos y transparencias del alma. En realidad es tu imaginación, que se hace real, creando vivencias, dibujando emociones o soñando el rítmico sentido del latir en las palabras. Volvamos a convivir pues, en un necesario equilibrio, con la magia de esa otra gran pantalla.-

José L. Casado Toro (viernes 5 noviembre 2010)

Profesor