Cuando
observamos a una persona, de inmediato nos viene a la mente un conjunto de
palabras (no sólo adjetivos) que permiten identificarlo y describirlo. Es un
hábito mental más arraigado en unos que en otros. Uno de esos vocablos
utilizados, para concretar a la persona en la que fijamos nuestros ojos, es el
de GENERACIÓN. Se trata de un concepto muy
estudiado y utilizado en materias y disciplinas diversas, como la Sociología,
la Política, la Historia, la Filosofía, la Literatura, el Periodismo, etc.
El esquema
más fácil para entender este concepto, no sólo diferenciador en lo cronológico,
entre los grupos humanos y las personas que los integran, lo tenemos en la
jerarquía temporal o genética que forman los abuelos, los padres, los hijos,
los nietos e incluso biznietos. Lógicamente, esos grupos familiares pertenecen
a distintos bloques generacionales.
La diferencia
cronológica entre una y otra generación se suele establecer aplicando
diferentes criterios en el número de años, aunque los estudios especializados
establecen períodos que oscilan entre las 15 y las 25 anualidades. Obviamente,
pertenecer a una u otra generación refleja formas educativas, costumbres,
hábitos, mentalidades e incluso valores, que pueden ser diferenciados con los
del bloque generacional anterior o posterior.
En principio,
una generación no tiene que ser mejor o peor que la precedente o la que va
sustituyendo. Lo más probable es que sea “diferente” en esas características
que identifican, globalmente, a los nacidos en una fecha o período temporal
concreto. Nadie ha de dudar que esta variedad generacional enriquece, de manera
positiva, el cuerpo social, aunque es frecuente que “los mayores” sean algo o
bastante críticos con las costumbres y comportamientos de “los jóvenes”.
También ocurre lo mismo en la interpretación o consideración que hacen los
jóvenes con respecto a los mayores. En ambos casos son infortunadamente
frecuentes las exageraciones y los análisis extremistas, lastrados por la
rigidez y el radicalismo. Pero también es cierto que. en el fondo de las
diferencias, la sensatez y el esfuerzo comprensivo florece en numerosas
ocasiones: los hijos acaban “entendiendo” a sus padres y éstos también se
muestran dispuestos a aprender ¡que duda cabe! de los valores y formas de
diseñar y aplicar comportamientos en los más jóvenes de la familia. Y así
ocurre, con más frecuencia de la que pensamos, en toda la escala generacional.
En este
determinado contexto va a desarrollarse nuestra ilustrativa y muy humana
historia, narrativa abierta a la reflexión y al diálogo.
El
protagonista de este relato se llama Heriberto
Mendala. Se trata de un veterano ciudadano malagueño, que ha trabajado
honrada y esforzadamente durante una muy prolongada vida laboral como estibador
portuario, realizando tareas muy diversas en el puerto marítimo malacitano. Su
función era, principalmente, la de cargar sobre sus espaldas o trasladar con la
carretilla, mercancías muy diversas y pesadas, actividad que le ha dejado
secuelas físicas, como lesiones articulares molestas y dolorosas, a pesar de su
potente y admirable fortaleza física.
En la
actualidad, a sus 78 años, vive con serenidad una viudez que hubo de asumir
hace ya casi una década. A pesar de esta dolorosa realidad, la soledad de su
vida la tiene muy bien organizada en su individualidad, pues los tres hijos
varones que llegaron en su matrimonio con Paloma arraigaron sus vidas en puntos
geográficos bien distantes de la bahía malagueña, con esa lejanía afectiva y
física respecto a su padre, relacionándose con él sólo en momentos muy
puntuales de la anualidad (Navidad o santorales).
Cuando la
meteorología es agradable, Heriberto gusta practicar un ejercicio que favorece
su distracción y el equilibrio físico necesario, imprescindible para su
avanzada edad. Fervoroso caminante, recorre la ciudad “de cabo a rabo”, con
unos itinerarios interesantes para el paseo, la observación del entorno y, de
manera especial, ese diálogo enriquecedor en lo anímico con aquellas personas
que se muestran receptivas y amables para intercambiar unas palabras que tanto
y bien confortan.
Uno de los
recorridos que últimamente más frecuenta Heriberto es la subida (pausada, pero
aplicando su notable tesón) a la colina de Gibralfaro, tarea que le reporta un
buen ejercicio y el goce de preciosas vistas de la ciudad. Además, tanto en su
recorrido como en la cima, tiene la posibilidad de entablar o intercambiar
algún diálogo con personas de naturaleza muy diversa, especialmente turistas,
que suben al Parador construido junto al Castillo musulmán que, junto a otros
monumentos, preside la imagen de la ciudad. El zig-zag viario y remodelado de
la Coracha es el camino que elige para llegar a su espectacular destino, pues
su médico de familia le ha recomendado que practique (con sensatez y cuidado)
este ejercicio que favorece su potencia cardiaca.
Le resulta
divertido y estimulante ese ir caminando y ganando altura al tiempo, siempre
con ritmo pausado, lo que le va permitiendo tener visiones cada vez más
espectaculares del Puerto malagueño, del barrio adyacente al mismo, denominado
La Malagueta, el Parque y la fortaleza militar de la Alcazaba. Desde la
privilegiada atalaya visual de las murallas del Castillo y desde las terrazas
del propio Parador, se domina una visión inigualable del plano urbano de la
capital.
Necesariamente
ha de ir intercalando, en la esforzada subida a pie que realiza, varios
descansos a fin de ir recuperando la respiración o el “resuello”, como él
divertidamente expresa. Aprovecha también, para sentarse y descansar algunos
minutos, los malecones del camino que se va encontrando a lo largo del inclinado
camino y muchos de los pequeños muros de piedra construidos para la seguridad
del visitante. No le importa el tiempo que emplea en la subida, pues la
dimensión temporal es un condicionante que ha dejado de tener importancia para
su vida. Le agrada ir saludando con el “buenas tardes” o “buenos días” a la
mayoría de las personas con las que se va cruzando, aunque los más jóvenes se
quedan algo extrañados que este señor mayor sea tan educado sin conocerlos de
nada. Suelen mirarle con una cierta desconfianza y muchos de estos chicos
muestran esas típicas sonrisas nerviosas, expresadas por adolescentes y jóvenes
en pleno desarrollo. Otros se muestran más receptivos y responden con
educación, aunque también con una cierta prevención.
Son frecuente
las anécdotas que de manera espontánea van
surgiendo en este caminar hacia Gibralfaro, con desiguales experiencias que le gratifican. A través de estas
vivencias puede tomar conciencia de lo útil que resulta la experiencia en el
trato con las personas más jóvenes. Conozcamos algunas de estas relaciones, a
fin de hacernos idea de la dimensión humana que atesora este antiguo obrero
portuario.
Entre los
numerosos visitantes a la espectacular atalaya o colina montañosa, vio a una
joven americana, estudiante de los cursos de español (como después le explicaría)
que paseaba sola en dirección contraria a la suya, ya que bajaba procedente de
la zona ocupada por el Parador y el propio castillo histórico. En un momento
concreto, la chica resbaló y cayó al suelo. Dada su cercanía, Heriberto se
acercó con presteza para ayudarla a levantarse. Una vez ya incorporada y
tranquilizándose del susto, observó como la suela de su zapatilla deportiva se
había despegado totalmente e incluso la base del calzado se había rajado al
igual que la goma de la suela, partida en trozos. Sin duda la calidad del
calzado no era buena o también que los materiales de la goma plástica tuviesen
ya una notable antigüedad y suelen evolucionar al paso del tiempo o con el
escaso uso que se hace de ese calzado. Curiosamente otros viandantes que caminaban
por allí pasaron de largo, sin detenerse en la ayuda necesaria ante la caída
que había sufrido la joven.
La abrumada
chica tenía un bonito nombre, Janice
y alcanzaba sus vitales veintiún años. En Denver, capital del estado de
Colorado, su ciudad de origen, era estudiante del grado de composición
literaria y literatura hispánica.
“No te
preocupes, que puedo hacerte un arreglo, para que puedas llegar a la residencia
donde te alojas. Caminar descalza es peligroso y más con este suelo pedregoso,
que puede hacerte daño en la planta del pie (dada la estación meteorológica, en
los inicios del verano, la chica no llevaba calcetines)”. De las pupilas de su
asustada interlocutora brotaban unas pequeñas lágrimas, más que por el susto de
la caída, por los guijarros que se le clavaban en su fina piel. Tras calmarla,
rebuscó en los bolsillos de su chaleco vaquero, encontrando de inmediato un
largo cordel que utilizó con habilidad para unir la suela despegada al resto de
la zapatilla. Hizo los nudos marineros oportunos, a fin de evitar que la suela
se desplazara, quedando la misma muy bien enlazada.
“Cuando
utilices cualquier par de zapatos o sandalias que lleven tiempo sin usar o
tengan bastante antigüedad, dobla un poco las suelas, a ver como reaccionan. Si
ves que se agrietan o se rompen, sustitúyelas, pues te pueden dejar sin poder
caminar con seguridad en medio del camino. En cuanto esa pequeña herida que te
has hecho en el codo, te voy a echar un poco del agua de mi botella y te aplico
un pañuelo de papel a modo de “vendaje”. Nada más bajar de este camino, casi
enfrente de la Plaza de toros hay una farmacia. Le pides si te pueden vender
agua oxigenada o Betadine, para desinfectar el rasguño. Seguro que te van a
ayudar, sin obligarte a comprar un bote de estos productos.
Janice, ya
sonriente, le dio repetidas veces el thank you agradecido al generoso y
veterano caminante que se había prestado ayudarla. Tras despedirse y al caminar
unos pasos, con los “arreglos” de Heriberto, se volvió, pues quería entregarle
algo como agradecimiento. Era un pequeño y bonito llavero, con la marca DENVER.
Ante la sorpresa de Heriberto, le dijo en inglés “Don´t worry, my kind friend.
I can buy other keychain when I come back to my country” (no te preocupes
amable amigo, yo puedo comprar otro llavero cuando vuelva a mi país). El
antiguo estibador portuario no entendió las palabras de la chica, pero sabía
que era una muestra de gratitud por la ayuda prestada. “Lo guardaré con mucho aprecio
y siempre te recordaré con cariño. Y no olvides llevar siempre una cuerda o
cordel contigo. Te puede resultar muy necesaria para resolver no pocos
problemas”. En aquel momento se cruzaron una paternal sonrisa, con una filial
respuesta intergeneracional.
En la
sucesión de los días, las inesperadas vivencias fueron frenando y poniendo algo
de color al tedio previsible de una vida sin prisas u otros condicionamientos.
Otra de las soleadas tardes, Heriberto emprendió la paciente y ritual subida a
ese extraordinario mirador que tiene la ciudad, para contemplarla más cerca
desde la atrayente proximidad de las nubes. Caminaba pausadamente marcando la
lentitud habitual y haciendo los necesarios descansos para la oxigenación. A
pesar de que el reloj no marcaba aún las horas más frescas de la tarde, cuando
el sol comienza a declinar, era numerosa la presencia de turistas y otros
aborígenes paseantes que disfrutaban de una limpia atmósfera, el siempre grato
olor a la naturaleza y esa singular visión de una ciudad de percepción alegre y
vital. Unos subían y otros ya bajaban, recorriendo las empinadas, pero
soportables, cuestas. Al doblar uno de los recodos del camino, un par de
jóvenes, ataviados con atuendo deportivo, descendían a plena carrera. Parece
que calcularon mal la intensidad de la marcha, lo que les hizo chocar
bruscamente con el sorprendido Heriberto, al que derribaron por el ímpetu vital
que ambos deportistas aplicaban. Apenas se excusaron e incluso uno de ellos
mezcló unas desafortunadas carcajadas con un lamentable y humillante
comentario: “¡Vaya con estos viejales, que no saben quitarse de en medio!”
prosiguiendo su carrera sin el menor decoro cívico.
Apenas
recuperado del susto, se sacudió el polvo y la tierra que había ensuciado parte
de su ropa tras su inoportuna caída. Comprobó una cierta insolidaridad entre
las personas que habían presenciado el incómodo choque, pero no quiso darle al
hecho más importancia. Cuando llegó a la zona del Parador, creyó oportuno
recuperar fuerzas y se dirigió a la zona del bar, pidiendo un café con leche y
un pequeño croissant, pues así solía controlar mejor los momentos (no
frecuentes) de nerviosismo. Ya más sosegado, solicitó al camarero su cuenta
(3.50 €). Al ir a sacar la billetera de su bolsillo comprobó, para su asombro,
que no la llevaba consigo. Al menos tenía el monedero, aunque para su también
inoportuna suerte, las monedas no llegaban a esa cantidad que marcaba la
cuenta. Hizo memoria y estaba completamente seguro de que había cogido la
billetera, pues en modo alguno se animaba a salir a la calle sin ir debidamente
documentado.
Dándole
vueltas al asunto, pensó en el encontronazo que había tenido con los dos chicos
y la brusca caída sufrida. ¿Pudiera ser que … hubiera sido víctima de un robo?
Desde luego, en esa refriega y en el posterior impacto en el pedregal del
suelo, personas adiestradas son capaces de hurtar cualquier objeto de los
aturdidos accidentados. Pero le costaba trabajo aceptar que dos chicos tan
jóvenes llevasen a cabo tan incalificable y vergonzante acción. En todo caso, trató de explicarle al camarero
la situación en que se encontraba, pues las monedas que poseía en aquel
instante no llegaban al importe de la consumición. Sin embargo, su razonamiento
ante el profesional que le escuchaba no encontró la necesaria y lógica
comprensión que en aquel momento demandaba. Un tanto reticente y descortés, el
camarero al fin aceptó de mala gana la propuesta de Hermenegildo consistente en
completar el importe de lo que había tomado al día siguiente. Fue un tanto
humillante tener que escuchar comentarios en el sentido de “es la burda técnica
que muchos utilizan para intentar pagar menos por lo que toman en el bar o en
la cafetería”.
Un mucho
avergonzado y magullado, inició el proceso de bajar ese camino de Gibralfaro
que tan amargo se le había hecho ese día. En un momento de la marcha, escuchó
una voz detrás suya. “Señor, señor. Parece que esta cartera se le cayó cuando
chocamos con Vd. hace un rato. Hemos vuelto a pasar por ese mismo lugar y la
hemos encontrado medio oculta en un zarzal al borde del camino. La hemos
abierto y efectivamente tiene dentro un DNI que lleva su fotografía. Por eso
hemos estado buscándole un buen rato, con la suerte de encontrarle ahora para
devolvérsela”.
No había
terminado de hablar uno de los chicos, cuando se vieron acompañados por dos
miembros de la policía local. “Nos ha llamado una señora extranjera, que dice
haber presenciado un supuesto robo con atropello físico. Últimamente se están
produciendo muchos hurtos por distintas zonas de la ciudad, perpetrados por
jóvenes y mayores que roban a las personas más débiles, simulando encontronazos
o impactos provocados en sus carreras o utilizando sus patinetes eléctricos o bicicletas.
¿Estos chicos son los que le han violentado y robado? En caso afirmativo
¿Quiere Vd. presentar la correspondiente denuncia?
En aquel
momento Heriberto observó el rostro de ambos jóvenes, visiblemente temerosos
ante lo que se les venía encima. Su suerte dependía de la respuesta que diera
la persona que ellos precisamente habían violentado y robado, aunque después habían
sabido reaccionar positivamente devolviéndole aquello que no les pertenecía. El
estibador portuario dudó unos segundos y a continuación respondió a los agentes
de la seguridad pública.
“Les
agradezco su ayuda, señores policías. Efectivamente hemos chocado hace un rato,
más o menos por este mismo lugar, debido al ímpetu juvenil que sus naturalezas
poseen. Parece ser que perdí la cartera en la caída, pero ellos la han
encontrado y me han estado buscando para devolvérmela, cosa que estaban
haciendo cuando Vds. se presentaron. Compruebo que en la cartera está la
documentación y el dinero que guardaba en la misma. No falta nada. Se habrían
podido quedar con su contenido y han tenido el civismo de cumplir con su
obligación, devolviendo lo que no era suyo. En este sentido no tengo quejas,
sino sólo agradecimiento. Sí quiero regañarles, de forma “paternal”
indicándoles que deben ir con menos ímpetu en su desplazamiento, porque las
personas mayores no tenemos ni su vitalidad ni su fuerza para evitar los
choques y las caídas subsiguientes. Espero que “hayan aprendido la lección”.
Por mi parte, no voy a presentar denuncia alguna contra ellos”.
Los
policías dieron “por buena” la explicación de Heriberto, aunque antes de
retirarse indicaron a los dos jóvenes, con actitud claramente imperativa y
severa, las siguientes palabras: “Y vosotros, mucho cuidado con lo que hacéis.
Que ya nos conocemos. Me vais a enseñar vuestro DNI, cuyos datos anotaré. Si en
el futuro tenemos alguna información delictiva que os señale, por pequeña que
sea, vais a la comisaria en pocos minutos”.
La
experiencia de esa tarde es un buen ejemplo de esas relaciones
intergeneracionales que pueden resultar gozosamente fructíferas, a poco
que se aporte racionalidad, buena voluntad y generosidad por parte de los
interesados. En este ejemplo, tres generaciones estuvieron implicadas. La
veteranía avanzada de Heriberto, con su comprensiva y educativa bondad; la
profesionalidad policial, sabiendo medir con equilibrio e imaginación sus
obligaciones para con la seguridad general e individual. Por último, la gran
lección que recibieron esos jóvenes, de pasos equivocados, de lo que significa
la comprensión, el perdón y la magnanidad, a poco de saber aportar una
rectificación a tiempo.
Todos,
absolutamente todos tenemos que aprender de las generaciones que nos
precedieron en el tiempo. También, los más
veteranos deben iluminar con su ejemplo a esos jóvenes que buscan la
oportunidad de su protagonismo en el organigrama social. Y deben aplicar
humildad, a lo que pueden aprender de los más jóvenes, especialmente su
idealismo y la creencia en lo posible. Adolescentes
y jóvenes deben templar su arrogancia ante aquellos que ya han recorrido
un gran trecho en la vida y gozan de esa útil experiencia que ellos no poseen.
Es la escuela universal de la vida, en la que los
alumnos somos todos y los maestros aquellos
que quieren ayudar, con nobleza y bondad, a todos los demás. -
GENERACIONES
José Luis Casado Toro
Antiguo
Profesor del I.E.S. Ntra. Sra. de la Victoria. Málaga
2 julio 2021
Dirección
electrónica: jlcasadot@yahoo.es
Blog
personal: http://www.jlcasadot.blogspot.com/
No hay comentarios:
Publicar un comentario