viernes, 2 de julio de 2021

GENERACIONES.

Cuando observamos a una persona, de inmediato nos viene a la mente un conjunto de palabras (no sólo adjetivos) que permiten identificarlo y describirlo. Es un hábito mental más arraigado en unos que en otros. Uno de esos vocablos utilizados, para concretar a la persona en la que fijamos nuestros ojos, es el de GENERACIÓN. Se trata de un concepto muy estudiado y utilizado en materias y disciplinas diversas, como la Sociología, la Política, la Historia, la Filosofía, la Literatura, el Periodismo, etc.

El esquema más fácil para entender este concepto, no sólo diferenciador en lo cronológico, entre los grupos humanos y las personas que los integran, lo tenemos en la jerarquía temporal o genética que forman los abuelos, los padres, los hijos, los nietos e incluso biznietos. Lógicamente, esos grupos familiares pertenecen a distintos bloques generacionales.

La diferencia cronológica entre una y otra generación se suele establecer aplicando diferentes criterios en el número de años, aunque los estudios especializados establecen períodos que oscilan entre las 15 y las 25 anualidades. Obviamente, pertenecer a una u otra generación refleja formas educativas, costumbres, hábitos, mentalidades e incluso valores, que pueden ser diferenciados con los del bloque generacional anterior o posterior.

En principio, una generación no tiene que ser mejor o peor que la precedente o la que va sustituyendo. Lo más probable es que sea “diferente” en esas características que identifican, globalmente, a los nacidos en una fecha o período temporal concreto. Nadie ha de dudar que esta variedad generacional enriquece, de manera positiva, el cuerpo social, aunque es frecuente que “los mayores” sean algo o bastante críticos con las costumbres y comportamientos de “los jóvenes”. También ocurre lo mismo en la interpretación o consideración que hacen los jóvenes con respecto a los mayores. En ambos casos son infortunadamente frecuentes las exageraciones y los análisis extremistas, lastrados por la rigidez y el radicalismo. Pero también es cierto que. en el fondo de las diferencias, la sensatez y el esfuerzo comprensivo florece en numerosas ocasiones: los hijos acaban “entendiendo” a sus padres y éstos también se muestran dispuestos a aprender ¡que duda cabe! de los valores y formas de diseñar y aplicar comportamientos en los más jóvenes de la familia. Y así ocurre, con más frecuencia de la que pensamos, en toda la escala generacional.

En este determinado contexto va a desarrollarse nuestra ilustrativa y muy humana historia, narrativa abierta a la reflexión y al diálogo.

El protagonista de este relato se llama Heriberto Mendala. Se trata de un veterano ciudadano malagueño, que ha trabajado honrada y esforzadamente durante una muy prolongada vida laboral como estibador portuario, realizando tareas muy diversas en el puerto marítimo malacitano. Su función era, principalmente, la de cargar sobre sus espaldas o trasladar con la carretilla, mercancías muy diversas y pesadas, actividad que le ha dejado secuelas físicas, como lesiones articulares molestas y dolorosas, a pesar de su potente y admirable fortaleza física.

En la actualidad, a sus 78 años, vive con serenidad una viudez que hubo de asumir hace ya casi una década. A pesar de esta dolorosa realidad, la soledad de su vida la tiene muy bien organizada en su individualidad, pues los tres hijos varones que llegaron en su matrimonio con Paloma arraigaron sus vidas en puntos geográficos bien distantes de la bahía malagueña, con esa lejanía afectiva y física respecto a su padre, relacionándose con él sólo en momentos muy puntuales de la anualidad (Navidad o santorales).

Cuando la meteorología es agradable, Heriberto gusta practicar un ejercicio que favorece su distracción y el equilibrio físico necesario, imprescindible para su avanzada edad. Fervoroso caminante, recorre la ciudad “de cabo a rabo”, con unos itinerarios interesantes para el paseo, la observación del entorno y, de manera especial, ese diálogo enriquecedor en lo anímico con aquellas personas que se muestran receptivas y amables para intercambiar unas palabras que tanto y bien confortan.  

Uno de los recorridos que últimamente más frecuenta Heriberto es la subida (pausada, pero aplicando su notable tesón) a la colina de Gibralfaro, tarea que le reporta un buen ejercicio y el goce de preciosas vistas de la ciudad. Además, tanto en su recorrido como en la cima, tiene la posibilidad de entablar o intercambiar algún diálogo con personas de naturaleza muy diversa, especialmente turistas, que suben al Parador construido junto al Castillo musulmán que, junto a otros monumentos, preside la imagen de la ciudad. El zig-zag viario y remodelado de la Coracha es el camino que elige para llegar a su espectacular destino, pues su médico de familia le ha recomendado que practique (con sensatez y cuidado) este ejercicio que favorece su potencia cardiaca.

Le resulta divertido y estimulante ese ir caminando y ganando altura al tiempo, siempre con ritmo pausado, lo que le va permitiendo tener visiones cada vez más espectaculares del Puerto malagueño, del barrio adyacente al mismo, denominado La Malagueta, el Parque y la fortaleza militar de la Alcazaba. Desde la privilegiada atalaya visual de las murallas del Castillo y desde las terrazas del propio Parador, se domina una visión inigualable del plano urbano de la capital.

Necesariamente ha de ir intercalando, en la esforzada subida a pie que realiza, varios descansos a fin de ir recuperando la respiración o el “resuello”, como él divertidamente expresa. Aprovecha también, para sentarse y descansar algunos minutos, los malecones del camino que se va encontrando a lo largo del inclinado camino y muchos de los pequeños muros de piedra construidos para la seguridad del visitante. No le importa el tiempo que emplea en la subida, pues la dimensión temporal es un condicionante que ha dejado de tener importancia para su vida. Le agrada ir saludando con el “buenas tardes” o “buenos días” a la mayoría de las personas con las que se va cruzando, aunque los más jóvenes se quedan algo extrañados que este señor mayor sea tan educado sin conocerlos de nada. Suelen mirarle con una cierta desconfianza y muchos de estos chicos muestran esas típicas sonrisas nerviosas, expresadas por adolescentes y jóvenes en pleno desarrollo. Otros se muestran más receptivos y responden con educación, aunque también con una cierta prevención.

Son frecuente las anécdotas que de manera espontánea van surgiendo en este caminar hacia Gibralfaro, con desiguales experiencias que le gratifican. A través de estas vivencias puede tomar conciencia de lo útil que resulta la experiencia en el trato con las personas más jóvenes. Conozcamos algunas de estas relaciones, a fin de hacernos idea de la dimensión humana que atesora este antiguo obrero portuario.

Entre los numerosos visitantes a la espectacular atalaya o colina montañosa, vio a una joven americana, estudiante de los cursos de español (como después le explicaría) que paseaba sola en dirección contraria a la suya, ya que bajaba procedente de la zona ocupada por el Parador y el propio castillo histórico. En un momento concreto, la chica resbaló y cayó al suelo. Dada su cercanía, Heriberto se acercó con presteza para ayudarla a levantarse. Una vez ya incorporada y tranquilizándose del susto, observó como la suela de su zapatilla deportiva se había despegado totalmente e incluso la base del calzado se había rajado al igual que la goma de la suela, partida en trozos. Sin duda la calidad del calzado no era buena o también que los materiales de la goma plástica tuviesen ya una notable antigüedad y suelen evolucionar al paso del tiempo o con el escaso uso que se hace de ese calzado. Curiosamente otros viandantes que caminaban por allí pasaron de largo, sin detenerse en la ayuda necesaria ante la caída que había sufrido la joven.

La abrumada chica tenía un bonito nombre, Janice y alcanzaba sus vitales veintiún años. En Denver, capital del estado de Colorado, su ciudad de origen, era estudiante del grado de composición literaria y literatura hispánica.

“No te preocupes, que puedo hacerte un arreglo, para que puedas llegar a la residencia donde te alojas. Caminar descalza es peligroso y más con este suelo pedregoso, que puede hacerte daño en la planta del pie (dada la estación meteorológica, en los inicios del verano, la chica no llevaba calcetines)”. De las pupilas de su asustada interlocutora brotaban unas pequeñas lágrimas, más que por el susto de la caída, por los guijarros que se le clavaban en su fina piel. Tras calmarla, rebuscó en los bolsillos de su chaleco vaquero, encontrando de inmediato un largo cordel que utilizó con habilidad para unir la suela despegada al resto de la zapatilla. Hizo los nudos marineros oportunos, a fin de evitar que la suela se desplazara, quedando la misma muy bien enlazada.

“Cuando utilices cualquier par de zapatos o sandalias que lleven tiempo sin usar o tengan bastante antigüedad, dobla un poco las suelas, a ver como reaccionan. Si ves que se agrietan o se rompen, sustitúyelas, pues te pueden dejar sin poder caminar con seguridad en medio del camino. En cuanto esa pequeña herida que te has hecho en el codo, te voy a echar un poco del agua de mi botella y te aplico un pañuelo de papel a modo de “vendaje”. Nada más bajar de este camino, casi enfrente de la Plaza de toros hay una farmacia. Le pides si te pueden vender agua oxigenada o Betadine, para desinfectar el rasguño. Seguro que te van a ayudar, sin obligarte a comprar un bote de estos productos.

Janice, ya sonriente, le dio repetidas veces el thank you agradecido al generoso y veterano caminante que se había prestado ayudarla. Tras despedirse y al caminar unos pasos, con los “arreglos” de Heriberto, se volvió, pues quería entregarle algo como agradecimiento. Era un pequeño y bonito llavero, con la marca DENVER. Ante la sorpresa de Heriberto, le dijo en inglés “Don´t worry, my kind friend. I can buy other keychain when I come back to my country” (no te preocupes amable amigo, yo puedo comprar otro llavero cuando vuelva a mi país). El antiguo estibador portuario no entendió las palabras de la chica, pero sabía que era una muestra de gratitud por la ayuda prestada. “Lo guardaré con mucho aprecio y siempre te recordaré con cariño. Y no olvides llevar siempre una cuerda o cordel contigo. Te puede resultar muy necesaria para resolver no pocos problemas”. En aquel momento se cruzaron una paternal sonrisa, con una filial respuesta intergeneracional.

En la sucesión de los días, las inesperadas vivencias fueron frenando y poniendo algo de color al tedio previsible de una vida sin prisas u otros condicionamientos. Otra de las soleadas tardes, Heriberto emprendió la paciente y ritual subida a ese extraordinario mirador que tiene la ciudad, para contemplarla más cerca desde la atrayente proximidad de las nubes. Caminaba pausadamente marcando la lentitud habitual y haciendo los necesarios descansos para la oxigenación. A pesar de que el reloj no marcaba aún las horas más frescas de la tarde, cuando el sol comienza a declinar, era numerosa la presencia de turistas y otros aborígenes paseantes que disfrutaban de una limpia atmósfera, el siempre grato olor a la naturaleza y esa singular visión de una ciudad de percepción alegre y vital. Unos subían y otros ya bajaban, recorriendo las empinadas, pero soportables, cuestas. Al doblar uno de los recodos del camino, un par de jóvenes, ataviados con atuendo deportivo, descendían a plena carrera. Parece que calcularon mal la intensidad de la marcha, lo que les hizo chocar bruscamente con el sorprendido Heriberto, al que derribaron por el ímpetu vital que ambos deportistas aplicaban. Apenas se excusaron e incluso uno de ellos mezcló unas desafortunadas carcajadas con un lamentable y humillante comentario: “¡Vaya con estos viejales, que no saben quitarse de en medio!” prosiguiendo su carrera sin el menor decoro cívico.

Apenas recuperado del susto, se sacudió el polvo y la tierra que había ensuciado parte de su ropa tras su inoportuna caída. Comprobó una cierta insolidaridad entre las personas que habían presenciado el incómodo choque, pero no quiso darle al hecho más importancia. Cuando llegó a la zona del Parador, creyó oportuno recuperar fuerzas y se dirigió a la zona del bar, pidiendo un café con leche y un pequeño croissant, pues así solía controlar mejor los momentos (no frecuentes) de nerviosismo. Ya más sosegado, solicitó al camarero su cuenta (3.50 €). Al ir a sacar la billetera de su bolsillo comprobó, para su asombro, que no la llevaba consigo. Al menos tenía el monedero, aunque para su también inoportuna suerte, las monedas no llegaban a esa cantidad que marcaba la cuenta. Hizo memoria y estaba completamente seguro de que había cogido la billetera, pues en modo alguno se animaba a salir a la calle sin ir debidamente documentado.

Dándole vueltas al asunto, pensó en el encontronazo que había tenido con los dos chicos y la brusca caída sufrida. ¿Pudiera ser que … hubiera sido víctima de un robo? Desde luego, en esa refriega y en el posterior impacto en el pedregal del suelo, personas adiestradas son capaces de hurtar cualquier objeto de los aturdidos accidentados. Pero le costaba trabajo aceptar que dos chicos tan jóvenes llevasen a cabo tan incalificable y vergonzante acción.  En todo caso, trató de explicarle al camarero la situación en que se encontraba, pues las monedas que poseía en aquel instante no llegaban al importe de la consumición. Sin embargo, su razonamiento ante el profesional que le escuchaba no encontró la necesaria y lógica comprensión que en aquel momento demandaba. Un tanto reticente y descortés, el camarero al fin aceptó de mala gana la propuesta de Hermenegildo consistente en completar el importe de lo que había tomado al día siguiente. Fue un tanto humillante tener que escuchar comentarios en el sentido de “es la burda técnica que muchos utilizan para intentar pagar menos por lo que toman en el bar o en la cafetería”.

Un mucho avergonzado y magullado, inició el proceso de bajar ese camino de Gibralfaro que tan amargo se le había hecho ese día. En un momento de la marcha, escuchó una voz detrás suya. “Señor, señor. Parece que esta cartera se le cayó cuando chocamos con Vd. hace un rato. Hemos vuelto a pasar por ese mismo lugar y la hemos encontrado medio oculta en un zarzal al borde del camino. La hemos abierto y efectivamente tiene dentro un DNI que lleva su fotografía. Por eso hemos estado buscándole un buen rato, con la suerte de encontrarle ahora para devolvérsela”.

No había terminado de hablar uno de los chicos, cuando se vieron acompañados por dos miembros de la policía local. “Nos ha llamado una señora extranjera, que dice haber presenciado un supuesto robo con atropello físico. Últimamente se están produciendo muchos hurtos por distintas zonas de la ciudad, perpetrados por jóvenes y mayores que roban a las personas más débiles, simulando encontronazos o impactos provocados en sus carreras o utilizando sus patinetes eléctricos o bicicletas. ¿Estos chicos son los que le han violentado y robado? En caso afirmativo ¿Quiere Vd. presentar la correspondiente denuncia?

En aquel momento Heriberto observó el rostro de ambos jóvenes, visiblemente temerosos ante lo que se les venía encima. Su suerte dependía de la respuesta que diera la persona que ellos precisamente habían violentado y robado, aunque después habían sabido reaccionar positivamente devolviéndole aquello que no les pertenecía. El estibador portuario dudó unos segundos y a continuación respondió a los agentes de la seguridad pública.

“Les agradezco su ayuda, señores policías. Efectivamente hemos chocado hace un rato, más o menos por este mismo lugar, debido al ímpetu juvenil que sus naturalezas poseen. Parece ser que perdí la cartera en la caída, pero ellos la han encontrado y me han estado buscando para devolvérmela, cosa que estaban haciendo cuando Vds. se presentaron. Compruebo que en la cartera está la documentación y el dinero que guardaba en la misma. No falta nada. Se habrían podido quedar con su contenido y han tenido el civismo de cumplir con su obligación, devolviendo lo que no era suyo. En este sentido no tengo quejas, sino sólo agradecimiento. Sí quiero regañarles, de forma “paternal” indicándoles que deben ir con menos ímpetu en su desplazamiento, porque las personas mayores no tenemos ni su vitalidad ni su fuerza para evitar los choques y las caídas subsiguientes. Espero que “hayan aprendido la lección”. Por mi parte, no voy a presentar denuncia alguna contra ellos”.

Los policías dieron “por buena” la explicación de Heriberto, aunque antes de retirarse indicaron a los dos jóvenes, con actitud claramente imperativa y severa, las siguientes palabras: “Y vosotros, mucho cuidado con lo que hacéis. Que ya nos conocemos. Me vais a enseñar vuestro DNI, cuyos datos anotaré. Si en el futuro tenemos alguna información delictiva que os señale, por pequeña que sea, vais a la comisaria en pocos minutos”.

La experiencia de esa tarde es un buen ejemplo de esas relaciones intergeneracionales que pueden resultar gozosamente fructíferas, a poco que se aporte racionalidad, buena voluntad y generosidad por parte de los interesados. En este ejemplo, tres generaciones estuvieron implicadas. La veteranía avanzada de Heriberto, con su comprensiva y educativa bondad; la profesionalidad policial, sabiendo medir con equilibrio e imaginación sus obligaciones para con la seguridad general e individual. Por último, la gran lección que recibieron esos jóvenes, de pasos equivocados, de lo que significa la comprensión, el perdón y la magnanidad, a poco de saber aportar una rectificación a tiempo.

Todos, absolutamente todos tenemos que aprender de las generaciones que nos precedieron en el tiempo. También, los más veteranos deben iluminar con su ejemplo a esos jóvenes que buscan la oportunidad de su protagonismo en el organigrama social. Y deben aplicar humildad, a lo que pueden aprender de los más jóvenes, especialmente su idealismo y la creencia en lo posible. Adolescentes y jóvenes deben templar su arrogancia ante aquellos que ya han recorrido un gran trecho en la vida y gozan de esa útil experiencia que ellos no poseen. Es la escuela universal de la vida, en la que los alumnos somos todos y los maestros aquellos que quieren ayudar, con nobleza y bondad, a todos los demás. -

 

GENERACIONES

 

 

José Luis Casado Toro 

Antiguo Profesor del I.E.S. Ntra. Sra. de la Victoria. Málaga

2 julio 2021 

Dirección electrónica: jlcasadot@yahoo.es           

Blog personal: http://www.jlcasadot.blogspot.com/

 



 

No hay comentarios:

Publicar un comentario